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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

El caso Diego Rivera (XI)

El caso Diego Rivera (XI)

El caso Diego Rivera (XI)

Carta al Comité Panamericano

 

 

22 de marzo de 1939

 

 

 

Estimados camaradas:

Me siento muy molesto por tener que quitarles parte de su tiempo por una cuestión de carácter semipersonal. Hice todo lo que pude para zanjar yo la cuestión con ayuda del camarada Curtiss, pero no tuve éxito. Después de una serie de declaraciones orales y escritas acerca de su renuncia a la Cuarta Internacional, el camarada Rivera hace ahora una declaración concreta que consiste, en esencia, en fundar su retiro de nuestra organización internacional en mi actitud hacia él. Cuando insinuó por primera vez estas razones, lo visité inmediatamente y le pregunté de qué se trataba. Le di todas las explicaciones que podía y nos separamos de la manera más amistosa, al menos en lo que a mi respecta. Después del incidente promovido por la carta del camarada Rivera a Breton repitió, en una forma muy vaga, sus quejas por mi actitud hacia su persona. Le propuse que pidiéramos inmediatamente al Comité Panamericano crear una comisión responsable, especial y discreta, a la cual yo presentaría toda mi corres­pondencia relativa a él, junto con las explicaciones necesarias. Estaba seguro de que podía probar que en mis palabras y acciones concernientes al camarada Rivera no había sino amistad y preocupación por su trabajo, y su reputación personal en nuestras filas. Creo que sobre esta cuestión los camaradas Cannon, Shachtman y Vincent Dunne podrían dar importantes testimonios. Pero el camarada Rivera se negó a aceptar una investigación de ese tipo y le dijo al camarada Curtiss “que no había necesidad de una comisión pues no había acusaciones” ... que “simplemente no se sentía cómodo” en mi presencia. Por supuesto, nada podía hacer para remediar una situación creada por elementos imponderables. De todos modos, después de su declaración formal en el sentido de que personal­mente nada tenía que reprocharme, me pareció que podía considerar zanjado el aspecto personal de la cuestión. No vi razón para molestarlos.

Pero luego, en la siguiente reunión con el camarada Curtiss, el camarada Rivera no sólo repitió las acusa­ciones personales, sino que las hizo más suspicaces: yo, “a la par que luchaba contra los métodos del stalinismo, los utilizaba”... había estado leyendo su correspondencia, “lo que constituía un acto típico de la GPU, un acto que, si fuera revelado públicamente, concitaría la condena de LDT [León Davidovich Trotsky] por todos los trabajadores”. Por supuesto, no podía dejar pasar acusaciones de ese calibre sin contestarlas. Le informé al camarada Curtiss, como representante de ustedes, que enviaría toda la documentación al Comité Panamericano y, si fuera necesario, al Secretariado Internacional.

Mientras tanto, a Diego Rivera le pareció necesario suministrar una explicación escrita de su renuncia. En ella no repite los graves cargos formulados en sus discusiones con el camarada Curtiss, pero, para un paso tan importante como es abandonar una organización revolucionaria, da como razones mi supuesta hostilidad y acusaciones injustificadas en su contra.

Diego Rivera toma un pasaje de una carta que le escribí a Frida Rivera con el propósito de conseguir su ayuda par hacerle cambiar su decisión. No conseguí el objetivo; ¿pero cómo pudo esta carta, que fue escrita después de la renuncia, explicar la propia renuncia? Leyendo la carta, podrán apreciar que la misma distaba de ser hostil o desconsiderada hacia el camarada Rivera. Simplemente insistí en mi opinión de que, por su carácter, sus ocupaciones y su vida, no está capacitado para ser funcionario del partido. Pero eso no indica una falta de aprecio. Ningún miembro de la organización, ni siquiera del aparato, está obligado a ser secretario. Ese puesto exige cualidades muy concre­tas, y siempre que Rivera se desempeñó como secre­tario fue desventajoso para la organización y para él mismo. Mi opinión puede ser equivocada (estoy seguro que es correcta); pero, aun ignorando el hecho cronoló­gico de que la carta fue escrita después de la renuncia, ¿cómo puede considerarse causa de ella mi opinión personal sobre esta cuestión específica?

La otra acusación dice: “Soy, por eso, en opinión del camarada Trotsky, un mentiroso y un traidor antimarxista” (carta de Rivera al CPA del 19 de marzo). Aquí el camarada Rivera no cita mis palabras sino mis “opiniones”. Esto tiene que ver con el inciden­te de su carta a Breton. Todo el incidente está ex­haustivamente explicado en los documentos adjun­tos. Rivera está al tanto de todos estos documentos. Sin embargo, a pesar de ello, se permite poner iróni­cas comillas a las palabras “por casualidad”.

Repite así, en forma más vaga, su afirmación de que utilizo los métodos de la GPU. Podría imaginarse que encontré las cartas en el escritorio de Diego Rivera y que las había estado buscando. Sin embargo, es suficiente por un momento considerar con tranqui­lidad la cuestión para darse cuenta de que yo no podía sospechar, luego de nuestra amistosa reunión antes mencionada, que Rivera fuera a escribir una carta tan extremadamente hostil contra mí, con una serie de acusaciones absolutamente injustificadas, ni que una copia de esa carta se encontrase en mi casa, en el escri­torio de mi (más estrecho) colaborador, donde generalmente deja las copias de mis cartas en francés para mi esposa. ¿O Rivera va a decir que yo sospecho del propio Van y que por esa razón miré los documentos en su habitación? Es tan absurdo que no resiste el menor análisis. Repito, los documentos son suficientemente explicativos.

¿Pero la forma en que la carta llegó a mis manos puede justificar el contenido de la misma? Lo dudo mucho. André Breton es nuestro amigo común y está al tanto de mi verdadera actitud hacia Diego Rivera. Durante su estadía aquí escribí mi artículo para el Partisan Review y la parte concerniente a Rivera contó con la cálida aprobación de ambos.[1] A Rivera le pareció necesario mostrarle en su carta a Breton que su actitud hacia mi había cambiado radicalmente. Estaba en su derecho; pero con el fin de explicar este cambio citó dos “hechos” que son producto de su suspicaz imaginación.

Durante la redacción de la carta de Rivera, Van le llamó la atención por el hecho de que sus afirma­ciones no eran correctas. Rivera prometió mostrarme la carta y dar las explicaciones correspondientes. Habría sido más correcto haberme mostrado la carta antes de enviarla, pero ni aun después lo hizo. Así son las cosas.

Por escrito, propuse a Rivera retractarse en una carta a Breton de sus afirmaciones absolutamente falsas y le prometí que en ese caso consideraría terminada la cuestión. En la conversación con Van, Rivera estuvo inmediatamente de acuerdo y lo citó para hacer este trabajo en común. Al día siguiente se negó. Después de una nueva insistencia, estuvo de acuerdo, convocó a Van de nuevo y otra vez se negó. Tales son los hechos. No califiqué de “mentiroso” a Rivera. Sólo propuse que aceptara mi propuesta de una comisión responsable que estudiara todos los hechos y docu­mentos relativos a él, o que se retractara de su falsa acusación. Se negó a aceptar la comisión y repitió sus falsas acusaciones.

A fin de que estos increíbles hechos sean algo más comprensibles, citaré algunos ejemplos de los que se podrían considerar nuestros “conflictos” con Rivera y, por lo menos parcialmente, explicar su acumulación de hostilidad hacia mí.

Después de mi declaración en favor de China y contra el Japón, Eiffel afirmó que me había motivado el deseo de ser grato al gobierno mexicano y de demos­trar que en caso de un conflicto estaría a favor de México. Rivera se indignó mucho por la miserable afirmación de ese hombre en el sentido de que mis opiniones y acciones en cuestiones fundamentales podían guiarse por consideraciones de carácter per­sonal. Estaba incluso más furioso por el hecho de que un adversario político tratara de comprometer mi asilo mediante tales afirmaciones y “revelaciones” falsas. En un artículo, Rivera insinuaba que Eiffel era un agente de la GPU o de la Gestapo. La indig­nación de Rivera era correcta, pero su insinuación no. No tenía la más mínima prueba. De manera amistosa se lo di a entender. Se indignó; repetía que estaba “seguro”, que estaba “convencido”, etcétera.

En una campaña contra el alto costo de la vida, Galicia llamó al pueblo a una “huelga general”, a la “acción directa” y al “sabotaje”. Coincidió con las acusaciones de sabotaje en los juicios de Moscú y por eso fue algo doblemente estúpido y criminal. En conversaciones, Rivera declaró esta vez que Galicia era un agente de la GPU. Con mucho cuidado le repetí mi advertencia. Por su parte, Galicia opinó que yo estaba contra el sabotaje por hallarme comprometido en la cuestión del asilo. En esta estúpida y miserable afirmación Rivera encontró una nueva prueba de que Galicia era un agente de la GPU. Me opuse a su opinión.

Mientras tanto, la acusación publicada contra Eiffel había circulado por el mundo a través de Oehler, Vereecken, Sneevliet y otros. Algunos de los ultra­izquierdistas se dirigieron a Rudolf Klement, en su carácter de secretario internacional de nuestra organización, solicitando pruebas o rectificaciones. Vereecken estuvo especialmente activo y trató de movilizar a nuestra sección belga. El camarada Klement dirigió una carta a la sección mexicana pidiendo explicaciones. Estaba seguro de que la afirmación había sido formu­lada por algún camarada joven, inexperto y exaltado, y propuso rectificar las declaraciones para privar de un arma adicional a los “gallitos” ultraizquierdistas. Después de leer su carta en mi presencia, Rivera declaró que Klement era un agente de la GPU. Parece increíble, pero es así. Esta vez protesté con un poco más de vigor. Sin embargo, Rivera me repitió enérgi­camente su afirmación, lo mismo que a Van y, creo, a otros camaradas. [Luego] Klement desapareció. Rivera dijo, “usted ve, yo tenía razón”. Cuando los camaradas franceses reconocieron su cuerpo mutilado, dijo que todo era una maquinación de la GPU, que no se trataba realmente del cuerpo de Klement, etcétera.

Rivera nunca había visto a Klement. No sabía nada de él. Había recibido del mismo una carta perso­nal muy cálida de invitación a nuestro Congreso Internacional. Pero, para proclamarlo agente de la GPU, fue suficiente para él que Klement pidiera explicaciones por una falsa afirmación de la cual ni siquiera conocía al autor.

Podría citar una cantidad de hechos similares concernientes a mexicanos (O’Gorman, Hidalgo, el general Mujica y otros)[2] contra quienes Rivera lanzó las más severas acusaciones de tipo personal, que no le impidieron, sin embargo, rever completamente su actitud hacia estas personas en el lapso de dos semanas.

Una tremenda impulsividad, una falta de control, una inflamable imaginación y una obstinación enorme: tales son los rasgos del carácter de Rivera. Supongo que éstos están íntimamente ligados a su tempera­mento artístico y posiblemente forman parte de su aspecto negativo. Basta discutir con él una hora para observar este lado sombrío de su gran personalidad. No he estado ni estaré dispuesto en lo más mínimo a exagerar estas características o a ser intolerante hacia ellas. Nuestros amigos, especialmente Cannon, Shacht­man y Vincent Dunne lo saben perfectamente. Por el contrario, en mis conversaciones y correspondencia con los camaradas acerca de Rivera, fue siempre mi propósito reconciliarlos con su extrema impulsividad, sus exageraciones, etcétera, y no permitirles que olviden sus grandes cualidades a causa de los aspectos negativos de su temperamento. Siempre me preocupe por ello, no sólo en interés personal de Rivera, a quien consideré mi amigo, sino en función de los intereses de nuestro partido, que se honraba con la participa­ción en sus filas de una personalidad tan eminente. Al mismo tiempo, por supuesto, no podía admitir todas sus hipótesis fantásticas, sus exageraciones ni sus, a veces, ponzoñosas afirmaciones contra amigos, camaradas y terceros neutrales. Nunca consideré mis desacuerdos, mis críticas o mis advertencias amistosas como razones suficientes de su hostilidad y, ni qué hablar, de una renuncia a la Cuarta Interna­cional. Rivera no estaba obligado a seguir mi consejo ni a prestar atención a mis advertencias. Pero no podía tolerar que se estuviera en desacuerdo con ninguno de sus juicios y opiniones, que a veces eran muy contradictorios. Consideraba incluso la crítica más leve como una intriga terrible (como lo vimos en el caso de Rudolf Klement), como una maquinación dirigida personalmente contra él.

Por lo tanto, en esta larga serie de descalificaciones personales y de rupturas, me ha llegado el turno. Todos mis esfuerzos para calmar a Rivera y ganarlo para una apreciación más realista de nuestra verdadera relación no tuvieron éxito. Ahora, con la misma insistencia con la que acusó a Klement de ser un agente de la GPU, repite que utilicé contra él los métodos de la GPU. Y así por el estilo.

Espero haberles explicado el “conflicto”, y también por qué considero que un camarada de mentalidad tan excepcional no puede ser un buen “secretario” de una organización obrera.

¿Qué debe hacerse ahora?

En vista de que Diego Rivera rechazó la creación de una comisión y que continúa repitiendo sus acusa­ciones después de haberse retractado de las mismas, debo insistir, estimados camaradas, en que el propio Comité Panamericano o una comisión especial inves­tigue la cuestión a fin de establecer si las apreciaciones de Rivera son ciertas o no, en el sentido de que cometí actos contra él que podrían ser considerados desleales y que, según afirma, recibirían la desaprobación de los trabajadores. Por cierto que la importancia de esto es suficientemente obvia para todos, de manera que no tengo que insistir sobre este punto.

 

Fraternalmente suyo.

 

Posdata: No me he referido al tema de los desacuer­dos teóricos y políticos. Gracias al camarada Curtiss leí un programa que Rivera elaboró para la CGT, un artículo escrito para Clave que no fue publicado y, finalmente, el programa del Partido Revolucionario Obrero y Campesino. Esta serie de increíbles zigzags muestra claramente que, llevado por impulsos puramente personales en la búsqueda de alguna magia política, Rivera amontona error sobre error, los cuales son perjudiciales para el movimiento obrero y para él mismo. Estoy seguro de que su representante les ha enviado todos esos documentos; podrán así comparar sus actividades políticas recientes con los hechos y la documentación de que disponen.



[1] André Breton llegó a Coyoacán en febrero de 1938 y volvió a Francia en agosto la carta que escribió Trotsky el 18 de junio de 1938 a Partisan Review, titulada “Arte y política” se reproduce en León Trotsky sobre la literatura y el arte (Buenos Aires, 1965)

[2] Antonio Hidalgo: alto funcionario gubernamental, amigo de Diego Rivera. General Francisco Mujica: secretario de comunicaciones y obras públicas en el gabinete de Cárdenas. Ayudó a conseguir la admisión de Trotsky en México. En enero de 1939 proclamó su candidatura para las elecciones presidenciales, y Rivera lo apoyó hasta que se retiró de la contienda unos meses más tarde.



Libro 6