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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Combatir al imperialismo para combatir al fascismo

Combatir al imperialismo para combatir al fascismo

Combatir al imperialismo para combatir al fascismo[1]

 

 

21 de septiembre de 1938

 

 

 

En política, lo más importante y, en mi opinión, lo más difícil es definir por un lado las Leyes generales que determinan la lucha a muerte que se libra en todos los países del mundo moderno, y por el otro descubrir la combinación especial de estas leyes para cada país. Toda la humanidad actual, desde los obreros británicos a los nómades etíopes, vive atada al yugo del imperia­lismo. No hay que olvidarlo ni un solo minuto. Pero esto no significa que el imperialismo se manifiesta de la misma manera en todos los países. No. Algunos países son los conductores del imperialismo, otros sus víctimas. Esta es la línea divisoria fundamental de los estados y naciones modernos. Desde esta perspectiva, y solamente desde ella, hay que considerar el problema tan complejo de fascismo y democracia.

Para México, por ejemplo, democracia significa el deseo de un país semicolonial de escapar a la depen­dencia, de darles la tierra a los campesinos, de elevar el nivel cultural de los indios, etcétera. En otras palabras, los problemas democráticos en México son de carácter progresivo y revolucionario. ¿Y qué quiere decir democracia en Gran Bretaña? La conservación de lo que existe, sobre todo del dominio de la metrópoli sobre las colonias. Lo mismo se aplica a Francia. En estos países las banderas de la democracia ocultan la hegemonía imperialista de la minoría privilegiada sobre la mayoría oprimida.

Del mismo modo, tampoco podemos hablar del fascismo “en general”. En Alemania, Italia y Japón el fascismo y el militarismo son las armas de un impe­rialismo ambicioso, hambriento y por lo tanto agresivo. En los países latinoamericanos el fascismo es la expre­sión de la dependencia más servil del imperialismo extranjero. Tenemos que ser capaces de descubrir, bajo la forma política, el contenido económico y social.

En algunos círculos de la intelligentzia se ha hecho popular la idea de “la unificación de todos los estados democráticos” contra el fascismo. Considero que esta idea es fantástica, quimérica, apta solamente para engañar a las masas, especialmente a los pueblos débiles y oprimidos. Realmente, ¿puede creer alguien, siquiera por un momento, que Chamberlain, Daladier o Roosevelt[2] son capaces de declarar una guerra para defender el principio abstracto de “la democracia”? Si el gobierno británico amara tanto la democracia hubiera dado la libertad a la India. Y lo mismo Francia. Gran Bretaña prefiere la dictadura de Franco en Espa­ña a la dominación política de los obreros y campesinos, porque Franco puede ser un agente del imperialismo británico mucho más complaciente y de confianza. Inglaterra y Francia no pusieron resistencia para entregarle Austria a Hitler, aunque inevitablemente le declararían la guerra si osara siquiera tocar sus colonias.

En conclusión, es imposible combatir al fascismo sin combatir al imperialismo. Los países coloniales y semicoloniales deben luchar antes que nada contra el país imperialista que los oprime directamente, más allá de que lleve la máscara del fascismo o la de la de­mocracia.

En los países latinoamericanos, el mejor método de lucha contra el fascismo, y el más seguro, es la revolu­ción agraria. El levantamiento del general Cedillo[3] quedó en el aire porque México dio pasos importantes en este sentido. Por el contrario, las crueles derrotas de los republicanos en España se deben a que el gobierno de Azaña, en alianza con Stalin, suprimió la revolución agraria y el movimiento independiente de los trabajadores[4]. En los países débiles y semicoloniales, una política social conservadora, y más aún una reacciona­ria, significa traicionar, en el más amplio sentido de la palabra, la independencia nacional.

Se me preguntará cómo se explica que el gobierno soviético, surgido de la Revolución de Octubre, aplaste el movimiento revolucionario en España. La respuesta es simple: una nueva casta burocrática privilegiada, muy conservadora, ávida y tiránica, logró elevarse por encima de los soviets. Esta burocracia no confía en las masas; les teme. Busca acercarse a las clases gober­nantes, especialmente a los imperialistas “democrá­ticos". Para probar que pueden confiar en él, Stalin está dispuesto a jugar en todo el mundo el rol de policía. La burocracia stalinista y su agencia, la Comin­tern, representan ahora el mayor peligro para la independencia y el progreso de los pueblos débiles y coloniales.

Conozco Cuba muy poco como para permitirme un juicio independiente sobre vuestra patria. Ustedes pueden juzgar mejor que yo si las opiniones arriba expresadas se aplican a la situación de Cuba. En lo que me concierne personalmente, espero poder visitar la Perla de las Antillas y conocer más de cerca a su pueblo, al que le envío a través de vuestro periódico mis saludos más cálidos y sinceros.



[1] Combatir al imperialismo para combatir al fascismo. Socialist Appeal, 8 de octubre de 1938, donde llevaba el subtítulo “Declaración a un periódico cubano”. El periódico era El País.

[2] Edouard Daladier (1884-1970): radical-socialista, fue premier francés desde 1933 a 1934, cuando fue derrocado luego de un intento de golpe de estado fascista. Fue ministro de guerra durante el gobierno de León Blum. Luego fue nuevamente premier y firmó el Pacto de Munich con Hitler. Fran­klin D. Roosevelt (1882-1945): dirigente del Partido Demócrata, fue presidente de Estados Unidos desde 1933 hasta su muerte.

[3] Entre 1934 y 1940 el gobierno mexicano redistribuyó alrededor de veinti­cinco millones de acres entre los campesinos pobres y sin tierra; esta exten­sión era más del doble de la expropiada previamente a los ricos terratenientes mexicanos. Sin embargo, se estima que más de mil ochocientos millones de acres seguían concentrados en manos de alrededor de mil terratenientes nativos e imperialistas. General Saturnino Cedillo: oficial de derecha que en mayo de 1938 dirigió un levantamiento que fracasó, contra el gobierno mexi­cano; las tropas gubernamentales lo mataron en enero del año siguiente.

[4] Manuel Azaña y Díaz (1880-1940): primer ministro del gobierno republi­cano español en junio de 1931 y nuevamente en 1936, Fue presidente de la República desde mayo de 1936 hasta que renunció desde su exilio en París en 1939.



Libro 6