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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

El caso Diego Rivera (V)

El caso Diego Rivera (V)

El caso Diego Rivera (V)

Carta a Frida Rivera

 

 

12 de enero de 1939

 

 

 

Estimada Frida:

Todos nos alegramos mucho e incluso nos enorgu­llecemos, de su éxito en Nueva York,[1] porque la consideramos una embajadora artística no sólo de San Angel sino también de Coyoacán. Incluso Bill Lander, representante objetivo de la prensa norteamericana, nos informó que, de acuerdo a las noticias divulgadas por la prensa, usted logró un genuino éxito en Estado Unidos. Nuestras más sinceras congratulaciones.

Después nos enteramos de que estuvo seriamente enferma. Ayer Van nos contó que ya está convaleciendo y que posiblemente vaya a Francia dentro de poco. Todos esperamos que en Francia encuentre el mismo éxito que obtuvo en Estados Unidos.

Sin embargo, antes de que abandone el Nuevo Continente deseo comunicarle algunas complicaciones que hubo con Diego, que son muy dolorosas para mí, para Natalia y para toda la casa.

Me resulta muy difícil encontrar la verdadera fuente del descontento de Diego. En dos oportunidades traté de provocar una discusión franca sobre la cuestión, pero fue muy vago en sus respuestas. Lo único que pude sacarle fue su indignación por mi renuencia a reconocerle esas características que él dice tener para convertirse en un buen funcionario revolu­cionario. Insistí en que él nunca debía aceptar un puesto burocrático en la organización, porque un “secretario” que nunca escribe, que nunca contesta cartas, nunca llega a tiempo a las reuniones y siempre se opone a la decisión común, no es un buen secretario. Y yo le pregunto, ¿por qué Diego debería conver­tirse en un “secretario”? No hace falta demostrar que es un auténtico revolucionario; pero es un revolu­cionario multiplicado por un gran artista y es incluso esta “multiplicación” lo que lo hace absolutamente incompetente para el trabajo rutinario del partido. Estoy seguro de que en el momento de la marea revolucionaria sería invalorable, gracias a su pasión, coraje e imaginación. En épocas de paz es precioso en un equipo revolucionario al cual puede inspirar con su ardor e iniciativa. Pero para el trabajo organizativo de rutina nuestro amigo Diego es absolutamente incompetente.

Parecería como si tuviera la ambición de demos­trarme que es el mejor burócrata del mundo y que se ha convertido en un gran pintor por casualidad. Co­menzó una actividad puramente personal en la Casa del Pueblo y la CGT y nos la ocultó, a mí y a otros camaradas. Me alarmé mucho, porque estaba seguro de que esa aventura personal no podía terminar sin desagradables consecuencias para la Cuarta Interna­cional y para Diego personalmente. Creo que fue precisamente el hecho de que Diego “conspirara” un poquito contra mí lo que al mismo tiempo lo enojó conmigo y con los otros camaradas. Es la única expli­cación sólida que puedo encontrar.

En mi opinión, los experimentos con la Casa del Pueblo y la CGT no fueron catastróficos pero sí muy desgraciados. La dirección de la CGT no viró a la izquierda sino a la derecha y lo hizo de una manera muy cínica; presumo que esa fue la causa de la última explosión de Diego contra mí.

Le escribió a Breton una carta absolutamente inconcebible. Los hechos en que basa su estallido contra mí son absolutamente falsos, puro producto de la imaginación de Diego (le pediré a Van que le envíe una copia de su refutación a las “quejas” de Diego).[2] Este dice ahora que no es una cuestión importante. Por supuesto, no es importante en sí, pero es un síntoma infalible de su verdadero estado de ánimo. Le contó a Van que incluso si los detalles pequeños no eran correctos, los grandes hechos seguían siendo verdaderos, es decir, que yo deseo desembarazarme de Diego. Como “prueba”, Diego alega que me negué a escuchar una lectura de su artículo sobre arte. Estimada Frida, es absolutamente increíble que uno tenga que defenderse de tales acusaciones.

Inesperadamente, Diego trajo su artículo sobre arte a una reunión de amigos, y propuso que se lo leyera inmediatamente, de manera que pudiéramos darle nuestra opinión. Hice notar que sólo entiendo castellano cuando tengo ante mi el manuscrito y que si lo escuchaba, perdería por lo menos la mitad. Eso es completamente cierto. Para poder dar una opinión sobre un tema tan importante tendría que estudiar el artículo con papel y lápiz. Entonces podría proponer alguna crítica, cambios o enmiendas sin provocar una discusión general acerca del cielo y el infierno. Ese es el tipo de colaboración que prestamos cuando Diego escribía para Las novedades. Incluso se decidió, por sugerencia mía, enviar copias de todos los artículos a los amigos a los que les interesara, pero Diego se olvida inmediatamente de las decisiones comunes y luego busca las explicaciones más fantásticas para las cosas más simples.

La idea de que quiero librarme de Diego es tan increíble, tan absurda, permítame decirlo tan loca, que sólo puedo encogerme de hombros con impotencia. Durante estos meses pasamos con Natalia muchas horas discutiendo qué podíamos hacer para limpiar la atmósfera y restablecer la vieja y amistosa relación. Una vez visitamos a Diego y pasamos una hora muy, muy buena con él. Luego lo visité solo (a pesar de su resistencia) y provoqué una discusión. Después de cada visita tenía la impresión de que todo estaba definitivamente arreglado, pero al día siguiente comenzaba de nuevo y parecía peor que nunca.

Hace unos pocos días Diego renunció a la Cuarta Internacional. Espero que esa renuncia no sea acep­tada. Por mi parte, haré todo lo que esté a mi alcance para solucionar, al menos, la cuestión política, aun cuando no tenga éxito en el problema personal. Sin embargo, creo que su ayuda es esencial para resolver esta crisis. La ruptura de Diego con nosotros significaría no sólo un fuerte golpe para la Cuarta Internacional, sino -temo decirlo- significaría la muerte moral del propio Diego. Aparte de la Cuarta Internacional y sus simpatizantes dudo que pudiera encontrar un medio de comprensión y simpatía, no sólo como artista sino como revolucionario y como persona.

Ahora, estimada Frida, usted conoce la situación. No puedo creer que no haya solución. De todos modos, sería el último en abandonar los esfuerzos por resta­blecer la amistad política y personal y espero since­ramente que colabore conmigo en ese sentido.

Natalia y yo le deseamos lo mejor en cuanto a salud y éxitos artísticos y la abrazamos como nuestra buena y sincera amiga.



[1] Frida Kahlo de Rivera (1910-1954): artista por mérito propio, exhibió sus trabajos en Nueva York en noviembre-diciembre de 1938.

 

[2] Van Heijenoort le escribió a Breton el 11 de enero de 1939 para plantear cómo eran las cosas realmente.



Libro 6