Logo
Logo
Logo

Escritos de León Trotsky (1929-1940)

La Unión Soviética y el Japón

La Unión Soviética y el Japón

La Unión Soviética y el Japón[1]

 

 

11 de agosto de 1938

 

 

 

El sentimiento de satisfacción provocado por la tregua entre la URSS y Japón no debería inspirar optimismo sobre el futuro cercano. Japón no puede penetrar más profundamente en China y al mismo tiempo tolerar a la URSS en Vladivostok. Ningún arte diplomático puede suprimir este antagonismo. Tokio preferiría posponer el ajuste de cuentas con la URSS hasta que su posición en China esté segura. Pero por otro lado, los acontecimientos internos en la URSS lo tientan a golpear en el momento en que el hierro está caliente, es decir, a probar su poderío inmediatamente. De ahí la ambigua política japonesa: provocaciones, violaciones fronterizas, incursiones de pequeños destacamentos al mismo tiempo que sostiene negociaciones diplomáticas como para mantener la posibilidad de semiretiros temporarios en caso de que la URSS se muestre más fuerte de lo que agradaría al Japón.

En Moscú hace tiempo se entendió la inevitabilidad de una guerra en el Lejano Oriente. Hablando en general, Moscú estuvo siempre interesado en demorar la guerra, para que la rápida industrialización fortalezca el poderío bélico de los soviets. De igual forma le interesa retrasarla por las contradicciones internas del Japón, donde aún existe un régimen semifeudal, que está preparando la más grande catástrofe política y social.

Las dificultades militares que encontró Japón en China y que los militaristas japoneses con su extremada falta de visión no previeron, han dado lugar, sin embargo, a una nueva situación. Los intereses vitales de la URSS exigen que ayude a China con todo su poderío, enfrentando concientemente los riesgos que de ello se derivan. El Kremlin entiende esto, ya que durante veinte años de régimen soviético ha ido tomando forma una opinión definida sobre el problema del Lejano Oriente. Pero la oligarquía del Kremlin teme la guerra, aunque esto no significa que tema al Japón. Nadie duda en Moscú que el mikado no podría hacer frente a una gran guerra. Pero en Moscú ven con la misma claridad el hecho de que una guerra conduciría inevitablemente al colapso de la dictadura stalinista.

Stalin está dispuesto a otorgar cualquier concesión en política exterior a fin de mantener de la manera más inescrupulosa su poder dentro del país. Pero estas concesiones y los fracasos de la diplomacia soviética en los dos últimos años enardecen el descontento dentro del país y obligan a Stalin a demostrativos gestos de fuerza que buscan ocultar su disponibilidad a hacer nuevas concesiones. Esta es la explicación de los últimos conflictos sangrientos en la frontera con Manchuria y Corea, así como del hecho que hasta ahora estos conflictos culminaron en una tregua y no en una nueva guerra.

La clave de la situación está ahora en manos de Tokio. El gobierno japonés está regido por generales. Los generales están dominados por tenientes. Y esto constituye el peligro inmediato de la situación. Los tenientes no entienden ni la posición de Japón ni la de URSS. A pesar de la lección de China -y en parte por esa lección-, buscan fáciles victorias a expensas de la URSS. En general, ellos están equivocados. Si provocan la guerra, esta no producirá el inmediato colapso de Stalin: por el contrario, esto fortalecerá su posición por un año o dos, y este período es más que suficiente para poner al descubierto en la realidad la total bancarrota interna del régimen político y social japonés. Una gran guerra acarreará al Japón una catástrofe revolucionaria similar a la que provocó el derrumbe del zarismo en la última gran guerra. El colapso de la dictadura de Stalin sólo vendría en segundo término. Esta es la razón por la cual no sería inteligente por parte de los dirigentes del Japón forzar a Stalin a hacer lo que no quiere hacer, es decir, a defender a la URSS con las armas en la mano.



[1] La Unión Soviética y el Japón. Socialist Appeal, 27 de agosto de 1938, donde se tituló La Guerra soviético-japonesa, inevitable.



Libro 5