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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Entrevista para los norteamericanos

Entrevista para los norteamericanos

Entrevista para los norteamericanos[1]

 

 

16 de enero de 1937

 

 

 

Agradezco vuestra amable preocupación por mi salud. Durante la travesía fue tan satisfactoria que pude escribir un folleto acerca del proceso de Moscú y de mi arresto en Noruega. Allí está mi testimonio de cuatro horas presentado ante un tribunal noruego aunque, desgraciadamente, a puertas cerradas. Mi folleto abre estas puertas y muchas más.

Antes de mi partida de Noruega estuve muy mal de salud y no puedo decir que ahora me encuentro bien. Preguntáis cuál es la enfermedad que me aqueja. Los médicos la llaman “infección criptógena”, lo cual signi­fica que la medicina del Viejo Mundo ha capitulado ante un enigma. Me han examinado los mejores especialis­tas de Alemania, Francia y otros países durante sema­nas y meses. La respuesta fue siempre la misma. A veces el mal me paraliza durante varios meses, y los ataques se vuelven cada vez más virulentos.

Mis planes para el futuro dependen sólo parcialmente de mi voluntad; en general están en manos del misterioso mal que me aqueja. Gracias al gobierno mexicano gozo de plena libertad para estudiar y escri­bir.

Mi tarea prioritaria es terminar mi biografía de Lenin. Inicié este trabajo hace dos años y necesito uno más para terminar. Lenin es ahora el dirigente revo­lucionario más distorsionado, tergiversado y calumnia­do de nuestro tiempo. La máquina de distorsión y calumnia se llama Comintern.

Me preguntáis sobre las diferencias fundamentales entre los trotskistas y los stalinistas. Prefiero formu­lar la pregunta de otra manera: las diferencias fundamentales entre Lenin y Stalin. Lenin devolvió a las enseñanzas de Marx su contenido de teoría de la lucha revolucionaria del proletariado mundial, en lugar de teoría sobre la mejor manera de adaptar la burocra­cia socialdemócrata al estado capitalista, tal como lo hace la Segunda Internacional. En la Unión Soviética existe una burocracia cien o mil veces más poderosa. Sus intereses son distintos, inclusive contrapuestos, de los intereses de la clase obrera mundial y de las masas trabajadoras de la Unión Soviética, sin embargo, la burocracia reivindica las tradiciones leninistas. Por esa razón la vida ideológica oficial de la burocracia soviética y de la Comintern es una falsificación permanente.

En El estado y la revolución [1917] y en otros libros, Lenin purgó las auténticas enseñanzas de Marx de todos los ingredientes espúreos introducidos por la socialdemocracia. En la biografía de Lenin trataré de purgar las enseñanzas de éste de todas las distorsio­nes y tergiversaciones venenosas de la burocracia soviética. Si lo logro, aunque sólo sea en cierta medida la importancia del libro será no sólo histórica, sino también para la comprensión de ciertos problemas del momento. Aquí respondo a vuestra pregunta acerca de cómo trataré de utilizar mi “influencia personal”.

Sería absurdo creer, y son muchos los que me atribuyen esta idea absurda, que la revolución se producirá en todo el mundo al mismo tiempo y de la misma manera.

Precisamente, uno de los mayores crímenes de la Comintern reside en su intento de regimentar el movi­miento de emancipación del pueblo trabajador a escala mundial como si se tratara de un ejercicio militar, sin comprender las peculiaridades de cada nación indivi­dual, ni prestar atención a las mismas. Esta incapaci­dad para comprender las fuerzas motrices del proceso mundial no es casual. Es la consecuencia inevitable del espíritu estrecho de la casta burocrática dominante.

En mi opinión, la tarea más imperiosa del momento es la de sacudir la garra desmoralizante que mantiene la burocracia soviética sobre la vanguardia proletaria mundial. Sólo así se podrá lograr la emancipación revolucionaria de los pueblos explotados del mundo. Y solo la victoria internacional de la revolución podrá salvar a la Unión Soviética de la degeneración total, porque la teoría del “socialismo en un solo país” es una utopía reaccionaria creada para la glorificación de la burocracia soviética.[2]

Las diferencias entre Lenin y yo en torno de la cues­tión campesina son un invento malicioso de la camari­lla burocrática, que las puso en circulación para atacar las ideas de Lenin que yo traté de defender. El “trots­kismo” no existe como teoría original o independiente. En nombre de la lucha contra el trotskismo la burocra­cia combate y calumnia la esencia revolucionaria de las enseñanzas de Marx y Lenin.

Durante la llamada “colectivización forzosa” la burocracia impuso su voluntad al campesinado, no mediante la “persuasión”, sino mediante la fuerza desenfrenada. Con ello aplicó, de la manera más peli­grosa y nefasta, la política que me había atribuido a mí en el período anterior. Sólo la gran crisis mundial, con sus imponentes conmociones internacionales y con el debilitamiento de la clase dominante en los países capitalistas, salvó a la Unión Soviética del desastre final. Me preguntáis sobre el progreso de la Unión Soviética desde el punto de vista de las masas trabaja­doras. Trato de responder a esta pregunta en La revo­lución traicionada, que aparecerá próximamente. El mejoramiento de las condiciones de vida de las masas no corresponde a sus esfuerzos y a los éxitos estadís­ticos de la economía nacional.

Esta disparidad obedece a dos razones interrela­cionadas. Primero, la administración puramente buro­crática de la vida económica conduce a toda clase de desproporciones y a un despilfarro excesivo de las fuer­zas productivas; segundo, la casta privilegiada, que abarca a varios millones de familias, se apropia la mayor parte del ingreso nacional. Este es el motivo por el cual la burocracia considera que el socialismo ya está creado, porque su propio “problema social” está resuelto.

Me preguntáis sobre el juicio de Zinoviev y “sobre todo acerca de las confesiones”. Por el momento los remito al folleto de mi amigo Max Schatchman: Behind the Moscow Trial-The Biggest Frame-up in History [Detrás del juicio de Moscú-El mayor fraude de la his­toria] (Pioneer Publishers, New York City). Espero que mi propio trabajo arroje mayor luz sobre las “confe­siones”. Los abogados occidentales de la GPU presen­tan las confesiones de Zinoviev y de los demás como expresiones espontáneas de su sincero arrepentimiento. No se podría engañar más desvergonzadamente a la opinión pública.

Durante casi diez años Zinoviev, Kamenev y los demás fueron sometidos a una presión moral insoporta­ble, mientras la sombra de la muerte se acercaba más y más. Recordaréis el famoso cuento “El pozo y el pén­dulo” de Edgar Allan Poe, en el cual una víctima es ate­rrorizada y psicológicamente destruida por el descenso lento y sistemático de la muerte. Si un juez de la inquisición interrogara a esta víctima y sugiriera las respuestas, el éxito estaría garantizado de antemano. Los nervios humanos, por fuertes que sean, poseen una limitada capacidad de resistencia a la tortura moral.

Es imposible hacer una análisis de las confesiones en el marco de una entrevista.

Sin embargo, les doy un ejemplo que ilumina a los demás. El testigo de cargo más importante es Goltsman, un viejo revolucionario con cierto prestigio en el partido. Declaró que me había visitado durante mi breve estada en Copenhague, en la última semana de noviembre de 1932. Es el único testigo que dio detalles concretos, a saber, que se reunió con mi hijo en la sala del Hotel Bristol de Copenhague y, junto con él, vino a verme para recibir mis instrucciones terroristas.

La “confesión” adolece de por lo menos dos defec­tos: primero mi hijo jamás estuvo en Dinamarca: segundo, el Hotel Bristol fue demolido en 1917 y reconstruido en 1936. Fue reabierto en vísperas del juicio de Moscú Preguntaréis: ¿puede usted probarlo? Sí, con toda facilidad y definitivamente. Durante mí estada en Copenhague mi hijo estaba en Berlín: nume­rosos testigos pueden probarlo.

Al regresar de Copenhague a Turquía pasando por Francia, mi esposa telegrafió al entonces primer minis­tro Herriot para solicitar un permiso especial para que mi hijo nos visitara en París.[3] Concedido el permiso, nuestro hijo partió de Berlín para reunirse con nosotros en Francia y nos acompañó en el tren desde Dunkerque hasta París. No existen muchos testigos oculares de este hecho, pero nuestros abogados franceses han encontrado el telegrama de mi esposa a Herriot y la orden telegráfica de éste al cónsul francés en Berlín. Por otra parte, la fecha del sello estampado en el pasaporte de mi hijo en la frontera franco-germana es prue­ba irrefutable de la falsedad del testimonio de Goltsman.

Ahora me permito preguntarles: si el testimonio del principal testigo de cargo se derrumba ante el menor esfuerzo, ¿qué razón tiene una persona inteligente para considerar digno de crédito o siquiera de atención el testimonio de las otras “confesiones”?

Me preguntáis sobre los escritos de Anna Louise Strong. Desgraciadamente, los corresponsales nortea­mericanos en Moscú, tales como Duranty, Anna Louise Strong y Louis Fischer han engañado a la opinión pú­blica norteamericana, sobre todo al sector de izquier­da.[4]

No negaré que tienen el mérito de haber combatido los prejuicios reaccionarios burgueses en lo concer­niente a la Unión Soviética. Pero esta obra progresiva, que les creó cierta reputación y autoridad a los ojos de los elementos progresivos de Estados Unidos, los llevó a constituirse en defensores permanentes de la buro­cracia soviética y, por consiguiente, a ocultar sus erro­res, torpezas y arbitrariedades. Estos corresponsales sirven a la causa de la camarilla dominante, jamás a los intereses del estado soviético o al esclarecimiento de la opinión pública estadounidense. Aun suponiendo que actúan de buena fe, siguen perjudicando a la opinión pública con su ceguera política.

Me preguntáis sobre mi conjura con la policía secre­ta alemana. La acusación no es nueva, por cierto. En 1917 la burguesía rusa acusó a Lenin, y dos meses más tarde a mí, del mismo crimen. La burguesía alemana acusó a Liebknecht y a Rosa Luxemburgo de ser agentes del zar.

Si no recuerdo mal, Eugene Victor Debs y muchos otros internacionalistas fueron perseguidos durante la guerra, acusados de aliarse al militarismo alemán.[5] Estas calumnias ignominiosas fueron utilizadas para exacerbar los sentimientos nacionalistas durante la última guerra.

Cuando las autoridades navales británicas me arres­taron en un buque noruego que me llevaba de Nueva York a Petrogrado, bajo pretexto de que yo tenía vínculos con el estado mayor alemán, Lenin escribió en Pravda que ninguna persona inteligente del mundo creería que Trotsky, con veinte años de trayectoria revolucionaria, se hubiera aliado a la reacción mili­tarista. Ahora tengo una trayectoria revolucionaria de cuarenta años...

Europa se está preparando para una nueva guerra. Los gobiernos tratan de utilizar lo antes posible las experiencias de la guerra pasada. Stalin trata de servir a sus eventuales aliados imperialistas persiguiendo a los verdaderos marxistas e internacionalistas, acusán­dolos de aliados del fascismo.

Recuérdese sin embargo que cuando llegué a Francia en 1933 la prensa de la Comintern y de Moscú me denunció como agente del imperialismo francés y sobre todo del entonces primer ministro Daladier.[6] Mi arribo a Francia demostraba que yo ayudaría al imperialismo francés y al británico en su intervención militar a la Unión Soviética.

Confieso que no sé si estas acusaciones son más canallescas que estúpidas, o viceversa, pero me inclino a creer esto último. Abraham Lincoln decía que no se puede engañar a todas las personas en todo momento. En días venideros los organizadores de los juicios de Moscú tendrán ocasión de comprobar la justeza de este pensamiento.

En lo concerniente a la nueva constitución soviética encontraréis un capitulo extenso en La revolución traicionada.[7] La esencia de este capítulo es que, tras el escudo hipócrita de la democratización; la nueva constitución trata de perpetuar la dominación absoluta de la burocracia y sus inmensos privilegios materiales.

Preguntáis: Si Trotsky fuera Stalin y Stalin fuera Trotsky, ¿cuales serían los lineamientos más importan­tes de la política soviética, tanto interna como interna­cional? No puedo aceptar este planteo. La diferencia no es personal, ni siquiera meramente ideológica, sino social. Stalin jamás representó a las masas comba­tientes. Representa a la casta dominante, eo ipso, no a la revolución proletaria, sino a la reacción termidoreana, aunque sobre las bases creadas por dicha revo­lución.

Mi programa marxista me impide permanecer en el gobierno, y al mismo tiempo me obliga a permanecer en la oposición irreductible durante todo este período de derrotas mundiales de los trabajadores, extensión de la dominación fascista y degeneración del estado soviético... Por favor, no olvidéis que estos procesos están estrechamente ligados entre sí.

Muchos filisteos de izquierda exclamaran, sin duda, “No sabemos si las revelaciones de Trotsky son acer­tadas o no, pero sí sabemos que son peligrosas para la revolución y el estado soviético, sobre todo en momen­tos en que está planteado el peligro de la guerra”. Ante semejantes gritos y advertencias sólo puedo enco­germe de hombros. Si los hechos que denuncio son verídicos, entonces el mayor peligro para la revolución y el estado soviético reside en la burocracia soviética sí se ocultan las tendencias perniciosas de ésta median­te una conspiración de silencio, entonces saldrán a la luz de la manera más catastrófica ante la prueba impla­cable de la guerra. Estos autotitulados izquierdistas que, desde una distancia segura, tratan de proteger a la revolución como si se tratara de una delicada planta de invernadero, revelan falta de comprensión de los procesos históricos fundamentales y un bajo grado de valentía política.

El camino de la emancipación humana es el camino de la verdad y la franqueza, no el de la puerilidad y la mentira.



[1] Entrevista para los norteamericanos. St. Louis Fost-Dispalch, 17 de enero de 1937, donde apareció bajo el título de “Trotsky cuenta su historia”. El periodista era Julius Klyman. Trotsky respondió por escrito.

[2] El "socialismo en un solo país": teoría introducida por Stalin en el movimiento comunista en 1924, sostiene que se puede construir una so­ciedad socialista dentro de las fronteras de un país en forma aislada. Pos­teriormente, al incorporarse al programa y táctica de la Comintern, se la utilizó como justificación ideológica del abandono del internacionalismo revolucionario y la conversión de los partidos comunistas del mundo en­tero en peones dóciles de la política exterior del Kremlin. Trotsky la somete a una crítica exhaustiva en su libro de 1928, The Third International After Lenin (Nueva York, Pathfinder Press, 1970). [Edición en español: Stalin, el gran organizador de derrotas (La Tercera Internacional después de Lenin)].

[3] Edouard Herriot (1872-1957): dirigente del Partido Radical francés, fue primer ministro en 1932. Véanse el telegrama de Natalia Sedova solicitando una visa para su hijo, y la respuesta de Herriot, quien otorgó la visa, en Service d’information et de presse (“Un servicio de información de la Cuarta Internacional”), Nº 17, 22 de febrero de 1937.

[4] Anna Louise Strong (1885-1970) y Louis Fischer (1896-1970): corres­ponsales en Moscú y apologistas del stalinismo y de los procesos de Moscú.

[5] Eugene V. Debs (1855-1926): fundador del Partido socialista de Estados Unidos, fue el dirigente socialista más popular que tuvo ese país en toda su historia. Durante la Primera Guerra Mundial pronunció discursos antibélicos y fue encarcelado bajo la Ley de Espionaje. Desde su celda, fue candidato presidencial en 1920 y se le concedió amnistía en 1921.

[6] Edouard Daladier (1884-1970): radical francés, fue primer ministro desde 1933 hasta que renunció tras un intento de golpe de estado fascista que fracasó. Fue primer ministro nuevamente y firmó el pacto de Munich con Hitler en septiembre de 1938.

[7] La nueva constitución soviética: sancionada en 1936, estuvo formalmente en vigor hasta 1977. Llamada la constitución más democrática del mundo, proporcionó el marco jurídico para las purgas y los juicios fraudulentos de finales de la década del treinta.



Libro 5