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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Bertram Wolfe y los Juicios de Moscú

Bertram Wolfe y los Juicios de Moscú

Bertram Wolfe y los Juicios de Moscú[1]

 

 

25 de noviembre de 1937

 

 

 

Bertram Wolfe escribe lo siguiente respecto a la copia taquigráfica de las audiencias en Coyoacán (The New Republic, 24 de noviembre de 1937): “El autor reconoce que su posición previa era más bien dar crédito a Stalin que a Trotsky, pero una nueva lectura de las confesiones de Moscú, unidas a este trabajo (El caso de León Trotsky), o más bien a su discurso final, lo llevó literalmente a la abrumadora convicción de que Trotsky no podía haber hecho las cosas imputadas contra él en los juicios contra Zinoviev-Kamenev y Radek-Piatakov”.

Tal reconocimiento atestigua que Bertram Wolfe es de algún modo escrupuloso. Si Wolfe fuera un jurista burgués o un simple psicólogo, esta aseveración sería satisfactoria. Pero Wolfe se considera un marxista, y es, según entiendo, miembro de un grupo político. Un marxista debería haberse preguntado ante todo, cómo, durante tantos años, pudo estar tan profundamente equivocado, acerca de problemas tan importantes, puesto que no es en absoluto un problema de acusaciones personales de Stalin contra Trotsky, sino de la lucha entre dos tendencias históricas -burocrática y proletaria-. Los Juicios de Moscú fueron una sorpresa solamente para los reaccionarios burgueses y pequeñoburgueses. En realidad, los juicios fueron preparados abiertamente ante los ojos de todo el mundo, durante un período de no menos de trece años. Los documentos recogidos en mi libro La escuela de falsificación de Stalin lo atestiguan parcialmente. Tampoco puede uno callar el hecho de que el grupo de Brandler-Lovestone[2], al cual pertenece Bertram Wolfe, ha sido educado en esta escuela de falsificación, y el mismo Lovestone, quien no es un modelo de escrupulosidad, puso su grano de arena en la preparación de los Juicios de Moscú.

Este fraude judicial, sin precedentes en la historia humana, es resultado de una reacción también sin precedentes contra la primera revolución obrera. La falsificación - filosófica, histórica, biográfica, política, literaria, judicial - es la superestructura ideológica inevitable sobre la base material de la usurpación del poder estatal y la explotación de las conquistas de la revolución por la nueva aristocracia. Un marxista que declara abiertamente que los Juicios de Moscú fueron un enigma para él hasta la aparición del informe de la audiencia de Coyoacán admite por lo tanto que no ha comprendido los eventos y procesos más importantes de la historia contemporánea.

No comenzaríamos por reconvenir a Wolfe a posteriori por esta falta de comprensión si hubiera deducido las conclusiones políticas necesarias de su descubrimiento tardío, es decir, si hubiese reconsiderado la posición que había tomado en los últimos trece años. Pero Bertram Wolfe se comporta exactamente de la manera opuesta. Al llegar a la conclusión de que las acusaciones de Moscú son un fraude y que por lo tanto se confirma el pronóstico de la Oposición de Izquierda acerca de la degeneración y decadencia de la burocracia termidoriana, Wolfe exige que... nosotros reconsideremos nuestra actitud. Por increíble que parezca, es, a pesar de todo, lo que él exige. Los Juicios de Moscú y su desarrollo posterior, me colocaron - ¿no ve usted? - ante un “nuevo dilema”. Hice observar a la comisión y a la prensa que Stalin causó concientemente la postración moral y física de varias docenas de antiguos revolucionarios con un solo fin: que con sus cadáveres, él pudiera asestar un golpe a la Cuarta Internacional y a mí en particular. “Ahora se hace claro que él (Trotsky) ha sido convertido en un demonio, principalmente para crear un case contra otros... dirigentes de una oposición que ha crecido contra Stalin y sus métodos, entre sus más cercanos partidarios.”

Esto es absolutamente correcto. Desde hace mucho tiempo, nos dábamos cuenta de esta “dialéctica” del fraude. Stalin tenía que sacrificar docenas de sus antiguos camaradas con el fin de crear una figura fantástica del archiconspirador contrarrevolucionario, Trotsky. Y luego utilizó esta figura con el fin de destruir a todos sus adversarios. Había más de los que Stalin pensé. Su número crece. Es precisamente el fraude sangriento preparado fríamente contra gente inocente, los constructores del Partido Bolchevique, el que no puede evitar que se estremezcan las filas mismas de la burocracia.

No hay nada inesperado en todo esto. Desde 1931, nosotros, la Oposición de Izquierda, predijimos más de una vez que la burocracia termidoriana entraría en conflictos cada vez más profundos con el desarrollo del país, y que esta contradicción descompondría sus propias filas. El control organizado de las masas, así como la disciplina democrática del partido, hace tiempo dejaron de existir. Solamente el fin del régimen bonapartista puede vencer las fuerzas centrífugas en la burocracia. La nueva constitución prepara este final. Después de las elecciones, seguirá, en una u otra forma, la “coronación” de Stalin. Los reaccionarios reducirán todo esto al amor por el poder personal. En realidad el régimen termidoriano no tiene otra perspectiva que la de una coronación bonapartista. Pero es precisamente ahora, cuando nuestro pronóstico recibe una confirmación irrefutable, que Bertram Wolfe hace su inesperada exigencia... de que reexaminemos nuestros puntos de vista.

“¿Qué sucede entonces,” escribe, “con la teoría central de Trotsky de que la maquinaria estatal, militar, policial y partidista estaba tan degenerada, que no podría presentarse ninguna otra oposición (?) en el partido y que era necesaria una nueva revolución como único camino hacia la renovación?”

Nunca dijimos que “ninguna oposición” podría presentarse en el “partido”. Por el contrario, hemos afirmado que el llamado “partido”, es decir, la organización política de la burocracia, se descompondrá más y más, debido a las tendencias centrífugas. La derecha - no Rikov-Bujarin, sino las actuales tendencias restauracionistas - es inconmensurablemente más fuerte que la izquierda. Bajo el rótulo de “trotskista” Stalin está ahora fusilando no sólo a los restos de la generación revolucionaria, sino a los partidarios demasiado impacientes del régimen burgués. Las tradiciones de la Revolución de Octubre viven indudablemente en las masas. La hostilidad a la burocracia crece. Pero los trabajadores y campesinos, aun aquellos que formalmente pertenecen al llamado partido, no tienen canales ni palancas a través de los cuales puedan influir en la política del país. Los actuales juicios, detenciones, exilios, asesinatos judiciales y extrajudiciales, representan una forma de guerra civil preventiva, que dirigen el conjunto de la burocracia contra las masas trabajadoras y el ala bonapartista más coherente de la misma contra los elementos menos firmes o seguros. Si la camarilla dirigente se acerca manifiestamente a un completo bonapartismo, entonces es claro que todo movimiento serio de la Oposición de Izquierda inevitablemente tomará el camino de una nueva revolución. Pero Wolfe concluye que mientras Stalin continúe fusilando mucha gente, eso demuestra la posibilidad... de una reorganización pacífica del régimen.

Bertram Wolfe vio una pequeña parte de la verdad, pero como se ha dicho ya la vio desde un punto de vista formalmente judicial e individualmente psicológico. Esto demuestra que pertenece a esa generación de marxistas que es diestra en maniobras de organización y jugadas de ajedrez, pero completamente incapaz de abordar los grandes problemas con un método marxista. Valoramos la sinceridad del reconocimiento de Wolfe y decimos esto sin la menor ironía. Pero es exactamente por esto que aconsejamos a Wolfe que se quite las pequeñas consideraciones de exclusividad, que se aproxime al problema sin ese cinismo que caracteriza a Brandler-Lovestone, que estudie de nuevo el problema de la revolución soviética y reconsidere su posición desde el principio hasta el fin. De lo contrario, Wolfe tendrá que hacer nuevos descubrimientos con una demora de unos cuantos años. Y mientras tanto el tiempo no espera. Los problemas son grandes, y un trabajo importantísimo debe llevarse a cabo.



[1] Wolfe y los Juicios de Moscú. Socialist Appeal, 4 de diciembre 1937. Bertram Wolfe (n. 1896): cabecilla de la fracción lovestonista del Partido Comunista norteamericano, que expulsó a los Trotskistas en 1928 y fue a su vez expulsada el año siguiente por órdenes de Stalin. Fue defensor de los Juicios de Moscú hasta fines de 1937, cuando cambió de posición al estudiar El caso de León Trotsky, transcripción de las audiencias de la Comisión Dewey en Coyoacán, Méjico. Más tarde se inclinó hacia la derecha y, por ejemplo, apoyó a Nixon en las elecciones de 1972. Escribió Los tres que hicieron una revolución (1948), sobre Lenin, Trotsky y Stalin

[2] Heinrich Brandler (1881-1967): fundador del Partido Comunista Alemán y su principal dirigente cuando fracasó en aprovechar la crisis revolucionaria de 1923. El Kremlin lo utilizó como chivo expiatorio; fue destituido de la dirección del partido en 1924. Se alistó en la Oposición de Derecha de Bujarin en la Unión Soviética y fue expulsado del Partido Comunista en 1929. Tuvo una organización independiente hasta la Segunda Guerra Mundial. Jay Lovestone (n. 1898): dirigente del Partido Comunista Norteamericano en los años veinte, fue expulsado en 1929, poco después de la caída de su aliado internacional Bujarin. Los lovestinistas sirvieron como Oposición de Derecha al Partido Comunista en la década del treinta, pero disolvieron su organización a comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Más tarde, Lovestone se convirtió en consejero de asuntos exteriores del presidente de la AFL-CIO, George Meany.



Libro 5