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Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición (compilación)

¿Hacia el capitalismo o hacia el socialismo?

¿Hacia el capitalismo o hacia el socialismo?

¿HACIA EL CAPITALISMO O HACIA EL SOCIALISMO?[1]

28 de agosto de 1925

Introducción

En este folleto se intentan analizar los principales factores de nuestro desarrollo económico. Las dificultades de este análisis se hacen evidentes cuando el lector considera los giros bruscos que tuvieron lugar en el curso del mismo. Cuando un movimiento se efectúa en línea recta, dos puntos son suficientes para determinar su dirección. Pero cuando, en un momento crucial el curso de las cosas describe una curva complicada, es difícil juzgar los distintos sectores de esta curva. Y en un nuevo orden social, ocho años no son más que un breve período.
Nuestros adversarios han pronunciado ya en varias ocasiones juicios infalibles, mucho tiempo antes del octavo aniversario de la Revolución de Octubre. Estos juicios son de dos tipos: unos dicen que construyendo la economía socialista arruinamos el país, mientras que los otros afirman que nuestro desarrollo de las fuerzas productivas en realidad nos está llevando hacia el capitalismo.
El primer tipo de crítica es característica del modo de pensar de la burguesía. El segundo tipo de crítica pertenece a la socialdemocracia, es decir al pensamiento burgués bajo la máscara de socialismo. No existen límites precisos entre ambos tipos de crítica y, a menudo, las dos intercambian su arsenal de argumentos, sin darse cuenta, intoxicados como están con la guerra santa contra la “barbarie comunista”.
Espero que este folleto mostrará al lector sin prejuicios que ambos tipos de crítica son críticas falsas, tanto en el caso de los grandes burgueses, como en el de los pequeños burgueses que se hacen pasar por socialistas. Mienten cuando dicen que los bolcheviques han arruinado Rusia. Hechos absolutamente irrefutables demuestran que, en la Rusia devastada por la guerra imperialista y las guerra civiles, las fuerzas de producción de la industria y de la agricultura se acercan al nivel de preguerra, que será alcanzado durante el próximo año. Los que dicen que el desarrollo de las fuerzas de producción va en la dirección del capitalismo, mienten.
En la industria, los transportes, el comercio, el sistema financiero y de crédito, el papel de la economía de Estado no disminuye a medida que las fuerzas de producción aumentan, sino que crece, dentro de la economía total del país. Este movimiento queda registrado indudablemente tanto en las cifras como en los hechos.
En la agricultura la situación es mucho más complicada. Y para un marxista esta situación no es inesperada; la transición de la economía campesina “atomizada” a la agricultura socialista no es imaginable más que tras una serie de etapas exitosas en la técnica, la economía y la cultura. Que el poder permanezca en manos de la clase que quiere llevar la sociedad al socialismo y que cada vez es más capaz de influir en la población campesina por medio de la industria estatal, elevando el grado de la técnica de la agricultura y creando de este modo el punto de partida para la agricultura colectiva, he aquí la condición fundamental de esta transición. Es inútil decir que no hemos cumplido todavía esta tarea; estamos creando las condiciones en las que podrá ser realizada poco a poco y de un modo consecuente. Además, esos logros desarrollarán nuevas contradicciones, nuevos peligros. ¿En qué consisten éstos?
El Estado proporciona actualmente cuatro quintas partes de la producción de nuestro mercado interno. Una quinta parte más o menos es proporcionada por productores privados, sobre todo por los pequeños talleres artesanales. Los ferrocarriles y la navegación se encuentran en manos del Estado en un 100%. Tres cuartas partes del comercio actual están en manos del Estado y las cooperativas. El Estado realiza cerca del 95% del comercio exterior.
Las instituciones de crédito se encuentran igualmente monopolizadas y centralizadas por el Estado. Pero a estos “trusts” estatales poderosos y cerrados se oponen veintidos millones de explotaciones campesinas. La ligazón entre la economía de Estado y la economía campesina -con el crecimiento general de las fuerzas productivas- representa por consiguiente el problema social principal de la construcción socialista de nuestro país.
Sin el crecimiento de las fuerzas productivas no puede hablarse de socialismo. Al nivel cultural y económico que hemos alcanzado actualmente, el desarrollo de las fuerzas productivas no es posible más que si el interés personal de los productores está comprendido en el sistema de la economía social.
En el caso de los obreros industriales, esta necesidad se cumple gracias a la relación entre los salarios y la productividad del trabajo. De este modo, se han obtenido ya grandes resultados. En el caso de los campesinos, el interés personal resulta ya del hecho de que mantienen una economía privada y trabajan para el mercado. Pero esta circunstancia crea también dificultades. Las desigualdades salariales, por grandes que sean, no introducen diferenciación social en el proletariado, los obreros siguen siendo obreros de las fábricas estatales. No ocurre lo mismo con el campesinado. El trabajo que los veintidos millones de explotaciones campesinas (entre las cuales las que son propiedad del Estado soviético, las explotaciones colectivas y las “comunas” campesinas constituyen actualmente una minoría insignificante) proporcionan al mercado conduce inevitablemente a que en un polo de la masa campesina se creen establecimientos no solamente ricos, sino incluso de carácter explotador, mientras que en el otro polo una parte de los campesinos medios se transforman en campesinos pobres, y estos últimos en obreros agrícolas. Cuando el gobierno soviético, bajo la dirección de nuestro partido, instituyó la Nueva Política Económica y extendió inmediatamente su campo de acción al campesinado, conocía tanto estas consecuencias sociales inevitables del sistema de mercado como los peligros políticos inherentes a esta situación. Sin embargo, estos peligros no se nos presentaban como una fatalidad inevitable, sino como problemas que es preciso estudiar atentamente y resolver en la práctica en cada etapa de nuestro trabajo.
Evidentemente, sería imposible eliminar estos peligros si la economía de Estado abandonara sus posiciones en la industria, en el comercio y en las finanzas, mientras que al mismo tiempo se acentuara la diferenciación entre las clases en las aldeas. Porque, en este caso, el capital privado podría reforzar su influencia sobre el mercado, especialmente sobre el mercado campesino, acelerar el proceso de diferenciación en la aldea y desviar de este modo todo nuestro desarrollo económico hacia el camino capitalista. Esta es precisamente la razón por la cual es tan importante para nosotros saber desde el principio en qué dirección se desplazan las relaciones de fuerza de las clases en el campo de la industria, de los transportes, de las finanzas, del comercio interior y exterior. El predominio creciente del Estado socialista en todos los campos citados (lo que queda irrefutablemente demostrado por la Comisión del plan de Estado), ha creado relaciones completamente distintas entre la ciudad y el campo. Nuestro Estado está muy firme en el timón como para permitir que el crecimiento de las tendencias capitalistas y semicapitalistas de la agricultura pueda desbordarse en un futuro próximo. Ganar tiempo en esta cuestión es ganarlo todo.
En la medida en que, en nuestra economía, existe una lucha entre tendencias socialistas y tendencias capitalistas (y el carácter de la Nueva Política Económica está formado tanto por la colaboración como por la acción contradictoria de estas tendencias), se puede decir que el resultado de la lucha depende del ritmo de desarrollo de estas dos tendencias. En otras palabras, si la industria de Estado se desarrollara más lentamente que la agricultura, si ésta dividiera con una aceleración siempre creciente estas capas diametralmente opuestas de los granjeros capitalistas “de arriba” y de los proletarios “de abajo”, entonces tal proceso conduciría naturalmente a la restauración del capitalismo. Ahora bien, que nuestros enemigos intenten probar que esta perspectiva es inevitable. Incluso si se dedican a ello con mucha mayor habilidad que el pobre Kautsky (o MacDonald), se quemarán los dedos. ¿Debe, por lo tanto, quedar excluida la perspectiva que acabamos de aludir? Teóricamente, no. Si el partido cometiera error tras error, tanto en el plano político como en el económico, si de este modo frenara el crecimiento de la industria, que crece en estos momentos de un modo muy satisfactorio, si se dejara arrebatar el control del proceso político y económico en la aldea, entonces naturalmente la causa del socialismo estaría perdida en nuestro país. Pero, para emitir tal pronóstico, no tenemos necesidad de partir de esas suposiciones. Cómo se pierde el poder, cómo se entregan las conquistas del proletariado, cómo se trabaja para el capitalismo, es algo que Kautsky y sus amigos han enseñado admirablemente después del 9 de noviembre de 1918. Nadie puede darles lecciones.
Nosotros tenemos otras tareas, otras metas, otros métodos. Queremos mostrar cómo se mantiene y se consolida el poder adquirido, y cómo se debe llenar la forma del Estado proletario con el contenido económico del socialismo. Tenemos todas las razones para estar seguros de que con una dirección justa el crecimiento de la industria superará el proceso de diferenciación en la aldea, lo neutralizará y creará de este modo las condiciones técnicas y los prerrequisitos económicos para la colectivización gradual.
En los próximos capítulos está ausente la caracterización estadística de la diferenciación en la aldea. Se debe a que no existen todavía cifras que permitan una estimación general de este proceso. No se trata tanto de fallas de nuestra estadística social como de las particularidades del propio proceso social que se prosigue a través de los cambios “moleculares” de los veintidos millones de explotaciones campesinas. La Comisión de Planificación del Estado (Gosplan), cuyos cálculos sirven de base a este escrito, ha entrado en un estudio profundo de la diferenciación económica de nuestro campesinado. Las conclusiones que deducirá de ello serán publicadas en su momento, y tendrán sin duda alguna la mayor importancia para las disposiciones que tomará el Estado en el campo de los impuestos, de los créditos rurales, de las cooperativas, etc. Pero, en ningún caso estas indicaciones podrán cambiar la perspectiva fundamental expresada en este escrito.
Es evidente que esta perspectiva se encuentra estrechamente ligada, económica y políticamente, a la suerte de Occidente y de Oriente. Cada paso hacia adelante del proletariado mundial, cada éxito de los pueblos coloniales oprimidos, nos fortifica materialmente y moralmente, y acercará la hora de la victoria general.

Capítulo I

El lenguaje de las cifras

La Comisión de Planificación del Estado (Gosplan) ha publicado un cuadro de conjunto de las cifras proporcionadas por el “control” de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas para el año económico 1925-26. Tiene un aire muy seco y, por llamarlo de algún modo, burocrático. Pero en estas columnas de cifras áridas, en las estadísticas y en los comentarios casi todos igualmente áridos y concisos que las acompañan, se encuentra la maravillosa música histórica del progreso del socialismo. No se trata ya de simples suposiciones, de puras estimaciones, de puras esperanzas, de argumentaciones teóricas, se trata del lenguaje de las cifras con toda su importancia, lenguaje que actúa de un modo convincente incluso en la bolsa de Nueva York.
Consideremos las cifras más esenciales, las más fundamentales. Vale la pena hacerlo.
En primer lugar, sólo el simple hecho de que este cuadro de conjunto sea publicado es para nosotros una causa de regocijo. El día de su aparición (el 20 de agosto de 1925) debería ser señalado con lápiz rojo en el calendario soviético. Agricultura e industria, comercio interior y exterior, sumas de dinero y precio de las mercancías, operaciones de crédito y el presupuesto estatal han encontrado en este cuadro la expresión de su desarrollo y de sus relaciones. Nos encontramos ante un conjunto de comparaciones claras, simples y muy visibles, de todos los datos básicos para 1913, para 1924-25, y estimaciones para 1925-26. Además, el texto explicativo aporta, cada vez que es necesario, datos numéricos para los demás años del régimen soviético, de tal modo que obtenemos una imagen de conjunto del desarrollo de nuestra construcción y un plan de las perspectivas para el año próximo. La posibilidad de establecerlas es en sí misma y por sí sola una conquista muy importante.
Socialismo es sinónimo de contabilidad. Bajo la NEP, únicamente difieren las formas de contabilidad de las que intentábamos aplicar bajo el comunismo de guerra (1917-1921) y de las que encontrarán su expresión perfecta en el socialismo plenamente desarrollado.
Ahora bien: socialismo es el equivalente de contabilidad, y actualmente, en el nuevo estadio de la NEP, lo es quizás con mayor motivo que cuando el socialismo haya sido alcanzado; porque entonces la contabilidad no tendrá más que un alcance meramente económico, mientras que en este momento se encuentra ligada a los problemas políticos más complicados. En el cuadro de conjunto de las cifras de control, el Estado soviético efectúa por vez primera la cuenta de todos los aspectos de su economía, de sus efectos recíprocos, y de su desarrollo. Se trata de una victoria capital. La posibilidad de este hecho es en sí mismo un testimonio irrefutable, tanto de las conquistas materiales de nuestra economía como de los éxitos obtenidos por los métodos que dirigen esta economía y por el pensamiento que la anima. Este cuadro puede ser considerado como un certificado de madurez. Sin embargo, es preciso no olvidar que un certificado de madurez no se otorga en el momento en que se “termina” un aprendizaje, sino en el momento en que se pasa de la enseñanza media a la enseñanza superior. Y son precisamente deberes de orden superior ante los cuales nos sitúa el cuadro de conjunto de la Comisión del plan del Estado, y que queremos someter a análisis.
Observando el cuadro, la primera cuestión que se plantea es la siguiente: de acuerdo; pero, ¿es exacto, y hasta qué punto? He aquí una amplia perspectiva propicia a las reservas, e incluso al escepticismo. Todo el mundo sabe que nuestra estadística y nuestra contabilidad son a menudo inseguras, no porque sean peores que otras ramas de nuestra actividad económica y cultural, sino porque son ellas las que reflejan todos (o al menos casi todos) los aspectos reveladores de nuestro atraso. Pero esto no da en modo alguno derecho a desconfiar de un modo general, ni a esperar que dentro de un año y medio o dos se podrá probar el carácter defectuoso de tal o cual cifra, para afirmar entonces: ¡ya lo decía yo! Es más que probable que existan numerosos errores. Pero el tipo de sabiduría después de los hechos consumados es el tipo más barato de todas las sabidurías. Por ahora las cifras de la Comisión de Planificación del Estado representan un dato que, según las probabilidades, es el que más se acerca a la realidad. ¿Por qué? Por tres razones: 1. Porque han sido establecidas con ayuda del material más completo que se puede reunir, en general, y además sobre un material que no viene de cualquier sitio, sino que es el fruto del trabajo diario de las diferentes secciones de la Comisión de Planificación del Estado; 2. Porque este material ha sido trabajado por los más autorizados y cualificados economistas, estadísticos y técnicos; 3. En tercer lugar, porque esta tarea fue llevada a cabo por una institución libre de toda interferencia gubernamental y que puede en cualquier momento convencer a las autoridades económicas por medio de la confrontación directa[2].
Es necesario añadir a esto que para la Comisión de Planificación del Estado no existen secretos comerciales, ni de un modo general secretos económicos. Cualquier proceso de producción y cualquier cálculo comercial pueden ser verificados ya sea directamente o a través de la Inspección Obrera y Campesina. Todos los balances y todas las cuentas oficiales los tiene a su disposición, y ello no es mera fanfarronería; es una realidad. Sin duda ciertas cifras serán discutidas, y los expertos no dejarán de plantear objeciones en tal o cual sentido acerca de ciertas relaciones; estas objeciones, sean aceptadas o no, pueden tener gran importancia para una u otra de las empresas concretas, para el volúmen de las exportaciones e importaciones, para la cantidad de ítems en el presupuesto, para tales o cuales necesidades administrativas, etc. Pero estas correcciones no modificarán en nada las relaciones fundamentales. No pueden existir actualmente cifras más pensadas, mejor examinadas que las que nos son ofrecidas por el cuadro que publica la Comisión de Planificación del Estado. Además una cosa es innegable: una cifra de control inexacta -como ha demostrado toda nuestra experiencia económica- es de un valor incomparablemente mayor que el trabajo al azar. En el primer caso, podemos corregir gracias a la experiencia; en el segundo caso, por el contrario, actuamos a tientas.
El cuadro llega hasta octubre de 1926. Es decir que dentro de unos veinte meses, si nos encontramos en presencia de las memorias anuales administrativas para 1925-26, tendremos la posibilidad de comparar la realidad de mañana con nuestras estimaciones de hoy que están consignadas en cifras. Por grande que sea entonces la diferencia, la simple comparación constituirá ya una escuela irremplazable de la economía planificada.
Cuando se trata de la exactitud mayor o menor de una previsión, es necesario saber exactamente de qué tipo de previsión se trata. Cuando, por ejemplo, los estadísticos del Instituto Americano de Harvard se esfuerzan en establecer la velocidad y la dirección del desarrollo de las diferentes ramas de la economía americana, proceden -hasta cierto punto- como los astrónomos, es decir que intentan obtener la dinámica de procesos que son completamente independientes de su voluntad. La diferencia consiste solamente en que tienen a su disposición métodos que no son en absoluto tan exactos como los de los astrónomos. Pero nuestros estadísticos se encuentran en una posición radicalmente diferente: operan en cuanto miembros de instituciones que dirigen la economía. En nuestro caso, el plan de estimación no es únicamente el producto de una previsión pasiva, sino también la palanca de la “planificación” económica activa. En él, cada cifra no es solamente una simple fotografía, sino también una guía. El cuadro de las cifras de control está establecido por un órgano que se encuentra a la cabeza -¡y hasta qué punto!- de las posiciones dominantes de la economía. Si este cuadro menciona que en el año 1925-26 nuestra exportación debe pasar de los cuatrocientos sesenta y dos millones de rublos del presente año a mil doscientos millones de rublos, es decir aumentar en un 160%, no se trata de una simple previsión, sino realmente de una orden: es necesario hacerlo. Sobre las bases de lo existente, se indica en él lo que se puede realizar. Si el cuadro nos dice que las inversiones de capitales en la industria (es decir, los gastos para la renovación y la extensión del capital de base) deben elevarse a novecientos millones de rublos, no se trata en ese caso de una exposición de cifras insignificantes, sino de un deber estadísticamente motivado, y de la mayor importancia. El cuadro se ha efectuado así desde el principio hasta el fin. Representa una conjunción dialéctica de previsión teórica y de voluntad práctica, es decir: la reunión de las condiciones y tendencias objetivas y calculadas, y de tareas subjetivamente determinadas del Estado obrero y campesino que gobierna. En esto consiste la diferencia fundamental entre el “cuadro de conjunto” de la Comisión de Planificación del Estado y todas las visiones globales, estadísticas, cálculos y determinaciones realizadas por adelantado por un Estado capitalista cualquiera. Como veremos, en este punto se encuentra la enorme superioridad de nuestros métodos socialistas sobre los métodos capitalistas.
Sin embargo, el cuadro de control estadístico no proporciona una estimación de los métodos económicos del socialismo en general, sino de su aplicación en condiciones determinadas, es decir a lo largo de una cierta etapa de la Nueva Política Económica. Los procesos económicos elementales pueden ser recogidos principalmente de un modo objetivo, estadístico. En cuanto a los mecanismos dirigidos económicamente por el Estado, “entran en el mercado” en una cierta etapa y son reunidos por métodos de mercado al proceso elemental, casi incontrolable (consecuencia principal de la economía campesina “fragmentaria” que juega tan gran papel entre nosotros). En el período actual, la administración planificada consiste precisamente en gran parte en la ligazón de los procesos económicos que son controlados y dirigidos, y aquellos que se realizan según las leyes propias del mercado. En otras palabras: en nuestra economía, tendencias socialistas (con un grado de desarrollo variable) se unen y entrelazan con tendencias capitalistas que, por su parte, no presentan idéntico grado de madurez. Las cifras de control reflejan el entrelazamiento de estas dos categorías de procesos y revelan de este modo las componentes de las fuerzas de desarrollo. En este punto se encuentra la significación del plan provisional para el socialismo.
Sabemos desde siempre, y nunca lo hemos ocultado, que los procesos económicos que se desarrollan en nuestro país encierran estas contradicciones, porque significan la lucha entre dos sistemas -socialismo y capitalismo- que se excluyen mutuamente. Por el contrario, la pregunta histórica de Lenin ha sido formulada justo en el momento de la transición hacia la NEP, en dos palabras y del modo siguiente: “¿Quién derrotará a quién?” Los teóricos mencheviques, con Otto Bauer a la cabeza, saludaron con condescendencia a la NEP como una verdadera capitulación, debida al empleo anterior de métodos prematuros, violentos, “bolcheviques”, de la economía socialista ante un capitalismo seguro y experimentado. Los temores de unos y las esperanzas de otros quedaron sometidos a una experiencia muy seria, cuyo resultado ha encontrado expresión en las cifras de control de nuestro Estado.
Su importancia consiste en parte en el hecho de que no se tiene ya el derecho a usar lugares comunes respecto a los elementos socialistas y los elementos capitalistas de nuestra economía (respecto al plan “en general” y a lo incontrolable “en general”). Porque, aunque todavía de un modo burdo y provisional, somos conscientes de nuestra condición. Hemos establecido las relaciones recíprocas del socialismo y del capitalismo en nuestra economía, cuantitativamente. Para hoy y para mañana. Ello nos ha proporcionado datos de gran valor para poder responder a esta pregunta histórica: ¿quién derrotará a quién?

Capítulo II

La NEP y el campesinado

Todo lo que ha sido dicho hasta el momento no significa otra cosa que caracterizar la importancia metodológica del cuadro de conjunto de la Comisión de Planificación del Estado, es decir que hemos indicado la enorme importancia del hecho de haber, finalmente, adquirido la posibilidad de llevar a cabo un juicio sobre todos los procesos fundamentales de nuestra economía, en sus relaciones y su desarrollo, y que hemos alcanzado de este modo un punto de apoyo para una política de planificación incomparablemente más consciente y más claramente previsora (y esto no solamente en el campo de la economía). Pero, ciertamente, lo que es, con mucho, más importante para nosotros, es el contenido inmediato, material, del cuadro de conjunto, es decir las cifras reales, por medio de las cuales la tabla caracteriza nuestro desarrollo social.
Para obtener una respuesta justa a la cuestión: ¿hacia el socialismo o hacia el capitalismo?, es preciso ante todo formular la pregunta de una manera justa. Esta última se divide según su sentido en tres sub-preguntas: 1. ¿Se desarrollan entre nosotros las fuerzas productivas?; 2. ¿En qué formas sociales se efectúa este desarrollo?; 3. ¿Cuál es la marcha de este desarrollo?
La primera cuestión es la más simple y, al mismo tiempo, la más esencial. Sin el desarrollo de las fuerzas productivas ni el capitalismo ni el socialismo son imaginables. El comunismo de guerra, producto de una necesidad histórica de hierro, se ha agotado rápidamente tras haber detenido el desarrollo de las fuerzas de producción. El principio imperativo elemental de la NEP consistía en el desarrollo de las fuerzas de producción considerado como base de un movimiento social cualquiera. La NEP fue acogida por la burguesía y por los mencheviques como un paso necesario (pero evidentemente insuficiente) hacia el desencadenamiento de las fuerzas de producción. Los teóricos mencheviques -tanto los del tipo Kautsky como los del tipo Otto Bauer- aprobaban la NEP porque la consideraban la aurora de una restauración capitalista en Rusia. Añadían: o bien la NEP derrocará la dictadura bolchevique (lo que sería la salida “buena”), o bien la dictadura bolchevique derrocará la NEP (la salida “lamentable”). La tendencia del grupo Smena Wech[3] en su forma original procedía de la creencia de que la NEP aseguraría el desarrollo de las fuerzas de producción en la forma capitalista. Y, he aquí que el cuadro de conjunto de la Comisión del Plan del Estado nos proporciona elementos serios para responder no solamente a esta cuestión del desarrollo general de las fuerzas de producción, sino también a la cuestión de saber en qué forma social este desarrollo se abre camino.
Evidentemente, no ignoramos que la forma social de nuestro desarrollo económico tiene una naturaleza dual, porque está fundada en la colaboración y la lucha de métodos, formas y fines capitalistas y socialistas. Es la Nueva Política Económica quien asigna a nuestro desarrollo tales condiciones. Diría incluso que es esto precisamente lo que caracteriza fundamentalmente a la NEP. Pero no es suficiente presentar las contradicciones de nuestro desarrollo de un modo tan general. Buscamos y exigimos para nuestras contradicciones económicas medidas de comparación tan exactas como sea posible, es decir no solamente los coeficientes dinámicos del desarrollo considerado en su conjunto, sino también coeficientes de comparación que muestren el peso propio de una u otra tendencia. Demasiadas cosas, o más exactamente: todo, depende de la respuesta que se dé a esta cuestión, tanto en política interior como en política exterior.
Para abordar la cuestión bajo su aspecto más importante diremos: sin una respuesta a la cuestión de las relaciones de fuerza entre las tendencias capitalistas y las tendencias socialistas, sin una respuesta a la cuestión de la dirección en la que las relaciones de sus pesos específicos se modifican con el crecimiento de las fuerzas de producción, no es posible hacerse una idea clara y perfectamente válida sobre las perspectivas y los peligros posibles de nuestra política campesina.
En efecto, si apareciera que con el desarrollo de las fuerzas de producción las tendencias capitalistas aumentaran a costa de las tendencias socialistas, esta expansión del volúmen de las relaciones capitalistas en la aldea podría tener una importancia fatal y podría conducir de una manera definitiva a un desarrollo en el sentido del capitalismo. E inversamente: si, en la economía general del país, el valor propio del proceso de la economía de Estado, es decir en nuestro caso del proceso socialista aumenta, la “liberación” mayor o menor de las fuerzas capitalistas en el campo únicamente se efectúa en el interior de los límites de una relación de fuerzas dada, y las preguntas de cómo, cuándo y hasta qué punto serán definidas en una forma puramente objetiva. En otras palabras: si las fuerzas de producción que se encuentran en manos del Estado y le aseguran todas las “palancas de mando” no se limitan a aumentar rápidamente en forma absoluta, sino que aumentan más rápidamente que las fuerzas de la producción capitalista privada en la ciudad y en el campo; si este proceso es confirmado por la experiencia del período de reconstrucción más difícil, entonces es evidente que a pesar de una cierta ampliación de las tendencias capitalistas (intercambio de mercancías), que provienen de las tendencias profundas del campesinado, no corremos ningún peligro de quedar expuestos a eventualidades económicas fatales, a una transformación rápida de la cantidad en calidad, es decir a un giro brusco hacia el capitalismo.
En tercer lugar, tenemos que responder a esta cuestión: ¿qué significa el ritmo de nuestro desarrollo desde el punto de vista de la economía mundial? En un primer momento pudiera parecer que a pesar de la importancia de esta pregunta, es de una naturaleza subsidiaria: es ciertamente deseable llegar “lo más rápido posible” al socialismo, pero estando asegurada la marcha hacia adelante debido al desarrollo victorioso de las tendencias socialistas en las condiciones de la NEP, la velocidad puede parecer de importancia relativa. Sin embargo, este punto de vista es falso. Tal conclusión estaría justificada (e incluso no del todo en este caso), si nuestra economía fuera autosuficiente (autárquica). Pero no es así. Precisamente gracias a nuestros éxitos hemos entrado en el mercado mundial, es decir en el sistema mundial de división del trabajo. Y con ello nos encontramos siempre en el cerco capitalista. En estas condiciones, el ritmo de nuestro desarrollo económico determinará la fuerza de nuestra resistencia respecto a la presión económica del capitalismo mundial y a la presión militar y política del imperialismo mundial. En estos momentos, es necesario tener en cuenta estos factores.
Si abordamos con nuestras cuestiones de “control” el cuadro de conjunto y el comentario de la Comisión de Planificación del Estado, nos damos fácilmente cuenta que a las dos primeras cuestiones: 1. desarrollo de las fuerzas de producción, y 2. forma social de este desarrollo, el cuadro nos da no solamente una respuesta clara y precisa, sino también una respuesta muy satisfactoria. Y en lo referente a la tercera pregunta: la velocidad, acabamos -en el curso de nuestro desarrollo económico- de llegar al momento en que se plantea a escala internacional. Pero, también sobre este tema, veremos que la respuesta favorable a las dos primeras preguntas origina inmediatamente los datos favorables para la solución del tercer problema. Este último será el criterio más elevado, la prueba más difícil a la que será sometido nuestro desarrollo económico en el período que comienza.

Capítulo III

El desarrollo de las fuerzas productivas

El rápido restablecimiento de nuestras fuerzas de producción es un hecho conocido y las cifras del cuadro de conjunto los ilustran muy bien. Si se efectúa el cálculo de la producción según los precios de preguerra, la producción agrícola del año 1924-25 (que comprende la mala cosecha de 1924) asciende al 71% de la buena cosecha del año 1913. El próximo año fiscal 1925-26, que cuenta en su activo la buena cosecha del presente año, promete, según las últimas indicaciones, superar la producción agrícola de 1913, y sólo será un poco inferior a la del año 1911. En los últimos años la producción global de trigo no ha alcanzado nunca los tres mil millones de puds, mientras que la cosecha de este año es estimada en unos 4,1 mil millones de puds[4].
Nuestra industria ha alcanzado a lo largo de este año (1924-25), según el valor de sus productos, el 71% de la producción del mismo año “sano” de 1913. El año próximo, en ningún caso alcanzará menos del 95% de la producción de 1913, es decir, habrá completado prácticamente su recuperación. Si se recuerda que en 1920 nuestra producción había descendido hasta encontrarse entre un quinto y un sexto de la productividad anterior de nuestras industrias, se apreciará en su justo valor la velocidad de nuestro proceso de reconstrucción. La producción de la gran industria ha aumentado desde 1921 en más del triple. Nuestras exportaciones, que no han alcanzado los quinientos millones de rublos en el presente año, prometen conseguir el próximo año más de mil millones. Nuestras importaciones se desarrollan del mismo modo. La hacienda estatal promete pasar de dos mil quinientos millones a más de tres mil quinientos millones de rublos. Se trata de cifras de control fundamentales. La calidad de nuestros productos, aunque sea todavía muy imperfecta, ha mejorado sin embargo notablemente si lo comparamos con el primer y segundo año de la NEP. Por consiguiente, a la cuestión ¿cómo se desarrollan nuestras fuerzas de producción?, obtenemos esta respuesta extremadamente enérgica: la “liberación” del mercado ha dado a las fuerzas de producción un impulso poderoso.
Pero, precisamente el hecho de que el impulso haya partido del mercado -es decir, de un factor de orden económico capitalista- ha sido y continúa siendo un alimento de la maligna alegría de los teóricos y de los políticos burgueses. Parecía que la nacionalización de la industria (1917-19) y los métodos económicos del plan quedaban irremediablemente comprometidos por el simple paso hacia la NEP y los éxitos económicos indudables de esta última. Y por esta razón sólo la respuesta a la segunda pregunta planteada por nosotros -la cuestión de la forma social de la economía- puede permitir hacer una evaluación socialista de nuestro desarrollo. Las fuerzas de producción crecen, por ejemplo, también en Canadá, país “fertilizado” por el capital de Estados Unidos. Crecen en India, a pesar de las cadenas de la esclavitud colonial. Finalmente, un crecimiento de las fuerzas de producción se produce igualmente a partir de 1924, bajo la forma de proceso de reconstrucción, en la Alemania del plan Dawes. Pero, en todos estos casos, se trata de un desarrollo capitalista. Es precisamente en Alemania donde los planes de nacionalización, que en 1919-20 estaban tan en boga -al menos en los libros pomposos de los socialistas de cátedra y de personajes estilo Kautsky-, se encuentran actualmente dejados de lado como “viejos” y, bajo la rigurosa tutela americana, el principio de la iniciativa capitalista “privada” con los dientes partidos y una mandíbula desencajada, atraviesa una “segunda juventud”.
¿Qué ocurre en nuestro país a este respecto? ¿En qué forma social se produce entre nosotros el desarrollo de las fuerzas de producción? ¿Vamos hacia el capitalismo o hacia el socialismo?
La nacionalización de los medios de producción es la condición de la economía socialista. ¿Ha respondido esta condición a las pruebas de la NEP? ¿La distribución de bienes en el mercado ha conducido al debilitamiento o al reforzamiento de la nacionalización?
El cuadro de conjunto de la Comisión de Planificación del Estado proporciona un material excelente para la juzgar el efecto recíproco de la lucha entre las tendencias socialistas y las tendencias capitalistas en nuestra economía. Poseemos cifras de “control” absolutamente seguras que se extienden al capital básico, a la producción, al capital comercial y, en general, a todos los procesos económicos esenciales.
Las cifras más vulnerables son probablemente las que indican la distribución del capital básico; pero esta vulnerabilidad se aplica más a las cifras absolutas que a su relación mutua, y esto último es por supuesto, lo que más nos preocupa ahora. Según las indicaciones de la Comisión de Planificación del Estado, un capital fijo de al menos once mil setecientos millones de rublos-oro pertenecía -“según la evaluación más modesta” y a comienzos del año económico en curso- al Estado, quinientos millones de rublos-oro a las cooperativas; y siete mil quinientos millones de rublos-oro a las firmas privadas, casi todas campesinas. Es decir, que más del 62% de la masa total de los medios de producción está socializada, y se trata de las partes técnicamente más fuertes. Queda aproximadamente un 38% no socializado.
En lo que se refiere a la agricultura no son precisamente los resultados de la nacionalización del suelo sino los de la liquidación de los latifundios feudales los sometidos a examen. Los resultados son muy interesantes e instructivos. La liquidación de los bienes feudales y, en general, de los bienes territoriales que exceden las proporciones de la economía campesina, ha conducido a una liquidación casi total de las grandes explotaciones agrícolas, entre las cuales es preciso contar las granjas modelo. Esta fue una de las razones -aunque no fue una razón decisiva- de la pasajera regresión de la agricultura. Pero ya hemos visto que con la cosecha de este año la producción agrícola alcanzó el nivel de preguerra, y esto ocurrirá sin las grandes propiedades territoriales y sin las granjas “modelo” capitalistas. Y el desarrollo de la agricultura liberada de los grandes propietarios no ha hecho más que empezar. La “liquidación” de la clase feudal terrateniente se prueba en sí misma como económicamente importante. Tal es nuestra primera conclusión significativa.
En lo referente a la nacionalización de la tierra, todavía no ha podido ser sometida a una prueba real a causa de la dispersión del pequeño campesinado. El barniz “populista” que inevitablemente se asociaba en el primer período, con la socialización de la tierra ha caído también de un modo inevitable. Simultáneamente sin embargo, la importancia de la nacionalización como una medida de un carácter esencialmente socialista cuando es aplicada bajo la dirección de la clase obrera ha mostrado con suficiente claridad su inmensa significación en el desarrollo ulterior de la agricultura. Gracias a la nacionalización de la tierra hemos asegurado al Estado posibilidades ilimitadas en el campo del reparto de las tierras. Ningún muro de una propiedad privada o colectiva nos será un obstáculo para la adaptación de las formas de utilización de los terrenos a las necesidades del proceso de producción. Por el momento, apenas el 4% de los medios de producción agrícola han sido colectivizados; los restantes, el 96%, se encuentran bajo la posesión privada de los campesinos. Pero es necesario no perder de vista que los medios de producción agrícolas, tanto los de los campesinos como los del Estado, superan en muy escasa medida una tercera parte del conjunto de los medios de producción de toda la Unión Soviética. Sería superfluo explicar que el significado de la nacionalización de la tierra no puede manifestarse completamente más que como resultado final de un gran desarrollo de la técnica agrícola y de la colectivización de la agricultura que debe resultar de ella; es decir, en la perspectiva de una serie de años. Pero nos dirigimos hacia esa meta.

Capítulo IV

La solidez de la industria nacionalizada

Para nosotros, que somos marxistas, era absolutamente claro, incluso antes de la revolución, que la construcción socialista de la economía debía comenzar precisamente por la industria y los transportes mecánicos, y extenderse a partir de ellos a las aldeas. Por esta razón, un examen apoyado en las cifras de la actividad de la industria nacionalizada es la prueba fundamental del desarrollo socialista de nuestra economía de transición.
En el campo de la industria, la socialización de los medios de producción es del 89% y, si comparamos en ella los transportes por ferrocarril, del 97%; en la industria pesada, considerada aisladamente, es del 99%. Estas cifras indican que el sistema de propiedad que resultó de la nacionalización no han sufrido cambios a expensas del Estado. Esta circunstancia, por sí sola, es de la mayor importancia. Pero lo que nos interesa fundamentalmente es otra cosa: ¿en qué porcentaje los medios de producción socializados participan en la producción anual?; es decir: ¿cuán eficientemente el Estado emplea los medios de producción de los que se apropia? He aquí lo que indica sobre este tema el cuadro de conjunto de la Comisión de Planificación del Estado: la industria nacionalizada y las cooperativas han producido en 1923-24, el 76,3% de la producción bruta; este año ha producido el 79,3% y, según las previsiones de la Comisión de Planificación del Estado, se espera alcanzar el 79,7% el próximo año. En lo referente a la industria privada, su participación en la producción en 1923-24 era del 23,7%, en 1924-25 del 20,7% y para el año próximo se prevé un 20,3%. Las cifras previstas para el año próximo, por prudentemente que hayan sido calculadas, es decir, la comparación entre la dinámica de la producción estatal y la producción privada, en el interior de la suma total de mercancías producidas en el país, alcanza una importancia enorme. Vemos que a lo largo del pasado año y del presente, es decir, en los años de desarrollo económico difícilmente llevado a cabo, la participación de la industria de Estado ha aumentado en un 3%, mientras que la participación de la industria privada ha disminuido en una cantidad similar. Es en este porcentaje en el que ha crecido la preponderancia del socialismo sobre el capitalismo en este período de tiempo. El porcentaje puede parecer débil, pero en realidad su significación sintomática es, como vamos a ver, enorme.
¿En qué podía consistir el peligro en el momento de la transición hacia la Nueva Política Económica y en todos los primeros años de ésta? Ha consistido en que el Estado, debido al total agotamiento del país, habría podido mostrarse incapaz de levantar de nuevo las grandes empresas industriales en un tiempo suficientemente corto. Teniendo en cuenta el trabajo completamente insuficiente de las grandes fábricas en aquel momento (trabajaban a un 10 o 20% de su capacidad), las fábricas medianas, las pequeñas e incluso las dedicadas al trabajo en domicilio (artesanado) podían obtener, por su capacidad de adaptación, por su “elasticidad”, un predominio inmenso: la “liquidación” del primer período, que representaba el tributo socialista al capitalismo a cambio de iniciar el funcionamiento de las fábricas y edificios confiscados al capital, tenía el peligro de entregar una gran parte de la fortuna del Estado a todo tipo de mercaderes, agentes y especuladores. El artesanado a domicilio y los pequeños talleres fueron los primeros en respirar de nuevo en la atmósfera de la NEP. La combinación del capital financiero privado con la pequeña industria privada, de la que formaba parte el artesanado, hubiera podido conducir a un proceso suficientemente rápido de acumulación capitalista primitiva por los métodos antiguos. Debido a ello, existía la amenaza de una pérdida de velocidad tan grande que hubiera podido llegar a arrancar las riendas de la dirección económica de las manos del Estado obrero con una fuerza espantosa. Naturalmente, no queremos decir en absoluto que cada incremento pasajero o incluso constante del peso específico de la industria privada en el cuadro de las transacciones generales encierre en sí mismo consecuencias catastróficas e incluso fatales. En este caso también la calidad depende de la cantidad. Si resultara de las cifras de conjunto que el “peso específico”, la parte de la producción capitalista privada, ha aumentado en los dos o tres últimos años en 1-2-3%, ello en modo alguno convertiría la situación en amenazadora; la producción nacionalizada alcanzaría siempre las tres cuartas partes de la masa total. Sería un problema absolutamente resoluble recuperar la pérdida de velocidad en este momento en que las grandes fábricas han alcanzado gran parte de su capacidad. Si hubiera resultado que la parte de la producción capitalista privada había aumentado en un 5 o un 10%, se hubiera podido tomar la situación un poco más en serio, aunque este resultado, obtenido en el primer período -el de la reconstrucción-, no significaría de ninguna manera que la nacionalización sea económicamente desfavorable. La conclusión consistiría únicamente en esto: en que la parte más importante de la industria nacionalizada no ha desplegado todavía la fuerza de desarrollo necesaria. Mayor importancia tiene que, llegado a su fin el primer período de la NEP -únicamente ocupado por la reconstrucción, y que era para el Estado el período más difícil y más peligroso- la industria nacionalizada no solamente no ha perdido ninguna de sus preponderancias en favor de la industria privada, sino que, por el contrario, ha hecho descender a ésta en un 3%. ¡Tal es el enorme significado sintomático de esta pequeña cifra!
Nuestra conclusión gana todavía en claridad si examinamos las indicaciones que se refieren no solamente a la producción, sino también a las cifras del comercio. Durante la primera mitad del año 1923, el capital privado ha participado en el comercio interno con alrededor del 50%, y en la segunda mitad de este año más o menos el 26%. En otras palabras, el peso específico del capital privado en el comercio interno ha disminuido en estos dos años de la mitad a un cuarto. No se ha alcanzado este resultado mediante un simple “estrangulamiento del comercio”, porque en el mismo período la cifra del comercio estatal y de las cooperativas ha aumentado en más del doble. De este modo, por lo tanto, una disminución de su papel social es perceptible no solamente en la industria privada, sino también en el comercio privado. Y esto mientras que, las fuerzas productivas y el volúmen del comercio han crecido. Como hemos visto, el cuadro de conjunto prevé para el año en curso una nueva disminución, aunque pequeña, del peso específico de la industria privada y del comercio privado. Podemos esperar con toda tranquilidad la verificación en la realidad de esta previsión. En absoluto es preciso representarse la victoria de la industria de Estado sobre la industria privada como una línea continuamente ascendente. Puede haber en ella períodos en los que el Estado, dependiendo de sus fuerzas económicamente protegidas y de su deseo de acelerar el ritmo de su desarrollo, permita conscientemente que tenga lugar un aumento momentáneo del peso específico de las empresas privadas: en la agricultura bajo la forma de explotaciones “fuertes”, es decir, explotaciones del tipo granja capitalista en la industria y también en la agricultura bajo la forma de concesiones. Si se toma en consideración el carácter extremadamente “atomizado”, el carácter “minúsculo” de la mayor parte de nuestra industria privada, sería ingenuo creer que cada aumento del peso específico de la producción privada más allá del 20,7% de este momento signifique inevitablemente algún tipo de amenaza para la construcción socialista. En general sería falso establecer en este punto un límite fijo. La cuestión no está determinada por un límite formal, sino por la dinámica general del desarrollo. Y el estudio de esta dinámica demuestra que en el período más difícil, durante el cual las grandes factorías mostraban más sus cualidades negativas que las positivas, el Estado ha resistido al primer ataque del capital privado con un éxito completo. En el momento en que se produce un cierto crecimiento más rápido, durante los dos últimos años, la relación de las fuerzas económicas provocada por la insurrección revolucionaria se ha desplazado, según las previsiones, a favor del Estado. Ahora que las posiciones principales se encuentran mucho más firmemente aseguradas -debido precisamente a que las grandes fábricas se acercan a un rendimiento del 100%-, no puede haber motivo alguno para temer cualquier tipo de cambios inesperados, mientras que se trate de factores internos de nuestra economía.

Capítulo V

La coordinación entre la ciudad y el campo

Para la cuestión de la ligazón, es decir, de la coordinación del trabajo económico de ciudad y del campo, el cuadro de conjunto proporciona indicaciones[5] fundamentales y, por ello mismo, en extremo convincentes.
Según se deduce del cuadro, el campesinado arroja al mercado menos de un tercio de su producción bruta, y esta masa de mercancías constituye más de un tercio del total.
La relación entre la cantidad de mercancías agrícolas y la cantidad de mercancías industriales se mueve dentro de estrechos límites en una proporción próxima a 37:63.
Esto significa: si se evalúan las mercancías no según las unidades de medida: pud y archina, sino en rublos, descubriremos que algo más de un tercio de las mercancías en el mercado son agrícolas y algo menos de dos tercios son urbanas, es decir, industriales. Ello se explica por el hecho de que la aldea satisface sus propias necesidades en gran medida, evitando de este modo el mercado, mientras que la ciudad lanza casi toda su producción al mercado. La economía de consumo campesina, tan dispersa, se excluye del mercado en más de dos tercios, y sólo el tercio restante influye de un modo inmediato en la economía del país. La industria, por el contrario, participa por esencia de un modo inmediato en el comercio total del país; porque el tráfico “interno”, en el interior de la industria, de los trusts e incluso de las corporaciones, que disminuye la cantidad de mercancías producidas en un 11%, no solamente no hace menor la influencia de la industria en el proceso de conjunto de la economía, sino que, por el contrario, la refuerza.
Pero si la cantidad de productos agrícolas consumidos por el campesinado no influye en el mercado, ello no significa naturalmente que no influya en la economía. Representa, en la situación económica dada, la base natural, necesaria, del tercio de mercancías de la producción campesina que va al mercado. Por su parte, este tercio es el valor por el cual la aldea exige de la ciudad un contravalor equivalente. Ello demuestra claramente la enorme importancia de la producción campesina en general (y en particular del tercio de mercancías que van al mercado) para la economía general. La realización de la cosecha, y sobre todo la operación de exportación, es uno de los factores más importantes de nuestro balance económico anual. La mecánica del enlace de la ciudad y la aldea se convierte en tanto más complicada cuanto más extensa es. Desde hace algún tiempo, ello no se reduce a que tantos y tantos puds de trigo campesino sean intercambiados contra tantas y tantas archinas de algodón. Nuestra economía ha entrado en el sistema mundial. Ello ha añadido nuevos eslabones a la cadena de unión entre la ciudad y el campo. El trigo campesino es cambiado por oro extranjero. El oro, por su parte, es convertido en máquinas, instrumentos agrícolas y herramientas que hacen falta tanto en la ciudad como en el campo. Maquinaria textil, obtenida gracias al oro conseguido mediante la exportación de trigo, renueva el utillaje de la industria textil, disminuyendo, por ello mismo, los precios de los tejidos destinados al campo. El movimiento circulatorio se convierte en extraordinariamente complicado, pero su base continúa siendo ahora como antes una cierta relación económica entre la ciudad y el campo.
Sin embargo, no hay que olvidar en ningún momento que esta relación es una relación dinámica y que el principio dirigente en esta complicada dinámica es la industria. Es decir, que, aunque la producción agrícola, y concretamente su parte destinada al comercio, imponga límites determinados al desarrollo de la industria, estos límites no son, sin embargo, fijos e inmóviles. Es decir, que la industria no está obligada a desarrollarse únicamente conforme al crecimiento de las cosechas. No, la dependencia recíproca es mucho más complicada. La industria, apoyándose en la aldea, sobre todo a través de su aportación de productos manufacturados, y desarrollándose gracias al crecimiento de la aldea, se convierte también ella misma en un mercado cada vez más potente.
Ahora que la agricultura y la industria se acercan al final del proceso de reconstrucción, el papel de fuerza motriz incumbirá en una medida incomparablemente mayor que antes a la industria. El problema de la influencia socialista de la ciudad sobre el campo no solamente gracias a mercancías más baratas, sino también gracias a la perfección cada vez mayor de las herramientas destinadas a la producción agrícola, que obliga a la introducción de la explotación colectiva de la tierra, este problema se plantea ahora a nuestra industria con un carácter concreto y en toda su amplitud.
La reconstrucción socialista de la agricultura no se realizará naturalmente mediante las cooperativas, consideradas como forma pura de organización, sino mediante cooperativas apoyadas en la mecanización de la agricultura, su electrificación y su industrialización general. Es decir, que el progreso técnico y socialista de la agricultura no puede ser separado de un predominio creciente de la industria en la economía general del país. Y esto, a su vez, significa que en el desarrollo económico futuro el coeficiente dinámico de la industria sobrepasará al coeficiente dinámico de la agricultura. Al principio, lentamente; luego, cada vez con mayor rapidez, hasta el momento en que esta oposición habrá finalmente terminado por desaparecer.

Capítulo VI

Los logros del socialismo en la industria

La producción total de la industria ha superado en 1924-25 la producción del año precedente en un 48%. Para el año próximo se puede esperar, con relación a este año, un crecimiento del 33% (si no se tiene en cuenta la disminución de los precios). Pero las diferentes categorías de factorías industriales no se desarrollan uniformemente.
Las grandes factorías han tenido en el año actual un crecimiento de la producción del 64%. El segundo grupo, que denominaremos provisionalmente como grupo de factorías medias, ha tenido un aumento del 55%. Las pequeñas fábricas sólo han aumentado su producción en el 30%. Por consiguiente, estamos es una situación en que los adelantos de las grandes factorías respecto a las factorías medianas y pequeñas son muy pronunciados ya. Pero esto no significa, en modo alguno, que hayamos realizado ya plenamente las posibilidades que encierra la economía socialista. En cuanto que en este punto se trata de la superioridad, desde el punto de vista de la producción, de las grandes fábricas respecto a las medianas y a las pequeñas fábricas, únicamente gozamos por ahora de las ventajas que son propias de las grandes fábricas, al igual que en el capitalismo. La estandarización de los productos a escala nacional, la racionalización de los procesos de producción, la especialización de las explotaciones, la transformación de todas las plantas industriales en partes de una única organización manufacturera de toda la Unión Soviética en su totalidad, la ligazón real según un plan de los procesos de producción de la industria pesada y de la industria de transformación; estas tareas fundamentales de la producción bajo el socialismo, recién están empezando a recibir nuestra atención. Las posibilidades se extienden hasta el infinito, y ellas nos permitirán en algunos años superar nuestros niveles anteriores. Pero esto es un problema del futuro y de él hablaremos posteriormente.
Hasta el momento, las ventajas logradas por el manejo estatal de la economía no han sido utilizadas en el campo de la producción misma, es decir, en la organización y coordinación del proceso material de producción, sino en el de la distribución: el abastecimiento de las materias primas, equipamiento, etc., a ramas individuales de la industria, o para usar el lenguaje del mercado, la inversión de capital operativo y parcialmente de capital original. Libre de las cadenas de la propiedad privada, el Estado podía, por medio del presupuesto estatal, por medio de la banca estatal, de la banca industrial, etc., dirigir los medios efectivos en cada momento allí donde el mantenimiento o la reposición o el crecimiento del proceso económico los habían convertido en necesarios. Esta ventaja de los métodos económicos socialistas ha jugado en estos últimos años un papel auténticamente salvador.
A pesar de ciertos fallos y errores burdos en la distribución de los recursos, hemos sin embargo dispuesto de ellos de un modo incomparablemente más económico y más oportuno que lo que hubiera ocurrido en el caso de un proceso capitalista de reconstrucción de las fuerzas de producción. Sólo gracias a esta circunstancia hemos podido alcanzar en tan poco tiempo y sin préstamos extranjeros nuestra situación actual.
Pero esto no agota la cuestión. La economía, y por lo tanto la conveniencia social del socialismo, se muestra igualmente en el hecho de que ha liberado el proceso de reconstrucción de la economía de todos los gastos superfluos que benefician a las clases parasitarias. Es un hecho cierto que nos aproximamos al nivel de producción de 1913, y aunque el país es mucho más pobre que antes de la guerra. Ello significa que alcanzamos los mismos resultados de producción con gastos sociales adicionales más pequeños: se han suprimido los gastos propios de la monarquía, la nobleza, la burguesía, las capas intelectuales privilegiadas; en suma, todas las cosas superfluas que arrastra en sí mismo el mecanismo capitalista[6]. Porque abordamos la tarea en una forma socialista, nos ha sido posible movilizar inmediatamente una porción muy superior de los recursos materiales existentes, y todavía muy limitados, dirigiéndolos a la producción, y preparar de este modo para la próxima etapa una mejora más rápida del nivel de vida material de la población.
Nuestra tierra se encuentra por consiguiente nacionalizada, y el campesinado, cuya producción de mercancías es un poco más de un tercio de los valores negociados en el mercado, se encuentra atomizado. No hay más que un 4% de capitales socializados en la agricultura.
Tenemos una industria cuyo capital básico está socializado en un 89%, y esta industria socializada proporciona más del 79% de la producción industrial bruta.
El restante 11% de los medios de producción no socializados producen por consiguiente más del 20% de la producción bruta[7]. La participación de la producción del Estado está creciendo.
Los transportes por ferrocarril han sido socializados en un 100%. El uso de los transportes aumenta sin cesar; en 1921-22 alcanzaba más o menos un 25% del rendimiento de la época de paz; en 1922-23, el 37%; en 1923-24, el 44%, y en 1924-25 superará la mitad del rendimiento de preguerra. Para el año próximo, se prevé el 75% del tráfico de mercancías de preguerra.
En el campo del comercio los medios socializados, es decir los medios del Estado y los medios cooperativos alcanzan el 70% del capital total que participa en el movimiento, y esta parte aumenta continuamente.
El comercio exterior se encuentra completamente socializado y el monopolio estatal sigue siendo un principio inmutable de nuestra economía política. El volumen total del comercio exterior alcanzará el año próximo dos mil doscientos millones de rublos. La participación del capital privado en esta cifra -agregando los bienes de contrabando, lo que debería ser incluido- no debe llegar al 5%.
Los bancos y en general todo el sistema de crédito se encuentran socializados casi al 100%. Y este aparato que crece poderosamente cumple su deber de un modo cada vez más elástico y con una capacidad cada vez mayor, movilizando el dinero líquido para la realización del proceso de producción.
El presupuesto del Estado alcanza los tres mil setecientos millones de rublos y representa el 13% de los ingresos nacionales brutos (veintinueve mil millones), o el 24% de la suma de mercancías (quince mil doscientos millones).
El presupuesto se convierte en una palanca interior poderosa para el avance económico y cultural del país. Estas cifras son las del cuadro de conjunto.
Es preciso atribuir a estas cifras una importancia histórica. La actividad de los socialistas, que ya lleva más de cien años, que ha comenzado por utopías y ha conducido, posteriormente a teorías científicas, ha sufrido por vez primera una “prueba” económica enorme que dura más de ocho años. Todo lo que ha sido escrito sobre el socialismo y el capitalismo, la libertad y la tiranía, la dictadura y la democracia, ha pasado por el test ácido de la revolución de Octubre y ha tomado una nueva forma, incomparablemente más concreta. Las cifras de la Comisión de Planificación del Estado son el primer balance -aunque imperfecto- del primer capítulo de la gran tentativa: transformar la sociedad burguesa en sociedad socialista. Y este balance es totalmente favorable al socialismo.
Ningún país había quedado más devastado y agotado por una serie de guerras que la Rusia soviética. Los países capitalistas que más han sufrido durante la guerra, sin excepción, no han podido alzar cabeza sin la ayuda de capitales extranjeros. Sólo el país de los soviets, una vez el más atrasado de todos, el más devastado y el más agotado por las guerras y las conmociones revolucionarias, se ha levantado de la pobreza completa por sus propias fuerzas, a pesar de la intervención hostil de todo el mundo capitalista. Sólo gracias a la abolición completa de la propiedad feudal y de la propiedad burguesa, gracias a la nacionalización de todos los medios de producción fundamentales, gracias a los métodos socialistas de Estado, y gracias a la movilización y distribución de los recursos necesarios, la Unión Soviética se ha levantado del polvo y se convierte en un factor cada vez más poderoso de la economía mundial. Del cuadro de conjunto de la Comisión de Planificación del Estado, hilos ininterrumpidos remontan hasta el Manifiesto Comunista de 1847 de Marx y Engels, y hacia adelante, hacia el futuro socialista de la humanidad. El espíritu de Lenin vive en estas áridas columnas de cifras.

CAPITULO VII

Rusia y el mundo capitalista

En las circunstancias históricas dadas el hecho de alcanzar el nivel de preguerra, no solamente en cuanto a la cantidad, sino también en cuanto a la calidad, es un éxito inmenso. Nuestro primer capítulo ha sido consagrado a esta cuestión. Pero este éxito no hace más que conducirnos al punto de partida a partir del cual comienza nuestra auténtica carrera económica con el capitalismo mundial.
El final del comentario de la Comisión de Planificación del Estado formula de este modo nuestra tarea general: “Mantener las posiciones alcanzadas y marchar hacia el socialismo con constancia año tras año en todas partes donde la situación económica lo permita, aunque sólo sea de un paso por vez.” Estas palabras pueden conducir a falsas conclusiones si se las toma demasiado al pie de la letra. La afirmación de que es suficiente acercarse cada año al socialismo “aunque sólo sea de a un paso por vez” podría ser interpretada como si la velocidad de la marcha no tuviera casi importancia; si la diagonal del paralelogramo de fuerzas, tiende hacia el socialismo, llegaremos en última instancia a la meta. Tal conclusión sería completamente falsa y la Comisión de Planificación del Estado evidentemente nunca ha querido decir esto.
Porque realmente, en este caso, ¡es precisamente la velocidad de marcha lo decisivo! Sólo porque la industria y el comercio estatal se han desarrollado más rápido que la empresa privada, pudieron asegurar, en el período que termina, una diagonal “socialista” del paralelogramo de fuerzas. Es preciso que la misma relación en las velocidades de marcha se conserve en el futuro. Pero lo que es más importante todavía, es la proporción del tiempo de nuestro desarrollo general respecto al de la economía mundial. En el memorándum de la Comisión de Planificación del Estado esta cuestión no es, por el momento, abordada. Nos parece tanto más importante tratarla muy en profundidad cuanto que este nuevo criterio servirá para establecer nuestros éxitos y nuestros fracasos en el futuro, en la misma medida que el criterio del “nivel de preguerra” ha servido para establecer los éxitos de nuestro período de reconstrucción.
Es evidente que nuestro ingreso en el mercado mundial supone que no sólo aumentan nuestras buenas perspectivas sino también los peligros. La razón profunda de este fenómeno es siempre la misma: la forma atomizada de nuestra agricultura, nuestra inferioridad técnica y la enorme superioridad de producción actual del capitalismo mundial respecto a nosotros. Esta simple “expresión de lo existente” no contiene naturalmente ninguna contradicción con el hecho de que el modo de producción socialista, con sus métodos propios, sus tendencias y sus posibilidades, es incomparablemente más poderoso que el modo capitalista. El león es más fuerte que el perro, pero un perro adulto puede ser más fuerte que un cachorro de león. La mejor seguridad para el cachorro de león es crecer, que sus dientes y sus garras se fortalezcan. ¿Qué es necesario para esto? Tiempo.
¿En qué consiste la superioridad esencial del capitalismo adulto sobre el socialismo joven, al menos hasta ahora? No reside en valores materiales, en cuevas repletas de oro, en la masa de riquezas acumuladas y robadas. Los recursos acumulados del pasado tienen una gran importancia, pero no son el elemento decisivo. Una sociedad no puede vivir largo tiempo de sus viejos stocks, debe satisfacer sus necesidades gracias a los productos del trabajo vivo. A pesar de todas sus riquezas, la antigua Roma fue incapaz de resistir el avance de los “bárbaros” invasores, cuando éstos mostraron una mayor productividad del trabajo que la del régimen esclavista decadente.
La sociedad burguesa de Francia, despertada por la Gran Revolución, robó simplemente las riquezas de las ciudades-estados italianas, acumuladas desde la Edad Media. Si, en América, la productividad del trabajo descendiera por debajo del nivel europeo, los nueve mil millones de dólares en oro que se acumulan en los subterráneos de los bancos no le servirían de ninguna ayuda. La superioridad económica fundamental de los Estados burgueses consiste en que el capitalismo produce todavía, mercancías más baratas y al mismo tiempo mejores que el socialismo. En otras palabras: la productividad del trabajo se encuentra todavía, a un nivel mucho más elevado en los países que viven según la ley de la inercia de la vieja cultura capitalista que en el país que no hace más que comenzar a aplicar los métodos socialistas en condiciones de barbarie heredadas.
Nosotros conocemos la ley fundamental de la historia: la victoria pertenece en última instancia al sistema que asegure a la sociedad humana un nivel económico más elevado.
La disputa histórica será decidida -aunque no sea de un sólo golpe- por el coeficiente de comparación de la productividad del trabajo.
La cuestión que se plantea en este momento es únicamente ésta: ¿en qué sentido y con qué rapidez la relación entre nuestra economía y la economía capitalista variará en los próximos años?
Se puede comparar nuestra economía con la economía capitalista de modos diferentes y con distintos sentidos. Porque la propia economía capitalista es extraordinariamente heterogénea. La comparación puede tener un carácter estático, es decir que puede limitarse al estado económico en el momento actual, o puede ser dinámica, es decir estar fundada en una comparación sobre las velocidades de desarrollo. Se puede comparar la renta nacional de los países capitalistas con la nuestra. Pero se puede comparar igualmente los coeficientes de crecimiento de la producción. Todas las comparaciones y aproximaciones de este tipo tendrán su significación -más o menos importante; basta comprender su relación y su dependencia recíproca-. Citemos algunos ejemplos, simplemente para ilustrar nuestro pensamiento.
En los Estados Unidos de América el proceso capitalista ha alcanzado un punto culminante. Para establecer el predominio material del capitalismo actualmente sobre el socialismo, es instructivo analizar este predominio en el punto en que aparece del modo más pronunciado. El “Consejo de los Comités de Industria de América del Norte” ha publicado recientemente una memoria que nos revela algunas cifras. La población de Estados Unidos constituye poco más o menos el 6% de la población total de la tierra y produce el 21% de los cereales, el 32% de otros vegetales, el 52% del algodón, el 53% de los productos forestales, el 62% del hierro, el 60% del acero, el 57% del papel, el 60% del cobre, el 46% del plomo y el 72% del petróleo, de todo el mundo. Un tercio de la riqueza mundial pertenece a Estados Unidos. Poseen el 38% de la fuerza hidráulica de la tierra, el 59% de las líneas telefónicas y telegráficas, el 40% de todos los ferrocarriles y el 90% de los automóviles.
La potencia de la corriente eléctrica de las usinas públicas de nuestra Unión será el próximo año de 775.000 kilovatios; en Estados Unidos la potencia de la corriente eléctrica ha alcanzado el pasado año los quince millones de kilovatios. En lo que se refiere a las usinas de las fábricas, su potencia alcanzaba en conjunto, según las estimaciones estadísticas de 1920, cerca de un millón de kilovatios; en Estados Unidos el consumo era en la misma época de unos diez millones y medio de kilovatios.
La expresión general de la productividad del trabajo se encuentra en la renta nacional total cuyo cálculo comporta, como es sabido, grandes dificultades. Según los informes de nuestro buró central de estadística, la renta nacional de la Unión Soviética alcanzaba en el año 1923-24, como media, unos cien rublos por persona, mientras que por el contrario la de Estados Unidos era de unos quinientos cincuenta rublos. Otras estadísticas extranjeras indican que la cifra de la renta nacional de los Estados Unidos no es de quinientos cincuenta, sino que llega a los mil rublos. Esto prueba que la productividad media del trabajo, condicionada por la maquinaria disponible, la organización, la rutina de trabajo y otros factores, es en América del Norte diez, o al menos seis, veces mayor que en nuestro país.
Estas cifras, por importantes que sean, no significan en absoluto que nuestra derrota en la lucha histórica sea a priori cierta, y no solamente debido a que el mundo capitalista no se limita únicamente a América; no solamente tampoco porque poderosas fuerzas políticas toman parte en la lucha histórica, fuerzas que son la resultante de todo el desarrollo económico precedente; sino también, y primordialmente, porque el curso futuro del desarrollo económico en América del Norte representa en sí una gran incógnita. Las fuerzas productivas de Estados Unidos no están plenamente utilizadas, y la disminución del porcentaje de empleo significa también la disminución de las fuerzas productivas. Estados Unidos no posee suficientes mercados para dar salida a sus productos. El problema de las ventas se les plantea con una agudeza creciente. No es en absoluto imposible que en el periodo próximo el coeficiente de comparación de la productividad del trabajo tienda hacia una equiparación en dos formas: debido al aumento del nuestro y a la disminución del de América. Esto podría producirse en un grado mucho más elevado respecto a Europa, cuya productividad se mantiene ya muy por debajo del de América.
Una cosa es evidente: la superioridad de la técnica y de la economía capitalistas sigue siendo aún enorme. Enfrentamos una empinada cuesta; las obligaciones y las dificultades son realmente inmensas. Sólo se puede encontrar un camino seguro con la ayuda de los criterios de la economía mundial.

CAPITULO VIII

Los coeficientes de comparación de la economía mundial

No hay que representarse el equilibrio dinámico de la economía soviética como el equilibrio de un todo aislado y autosuficiente. Por el contrario, la medida en la que el equilibrio de nuestra economía interior se mantenga a través de los efectos de la exportación y la importación aumentará al mismo tiempo que nuestro avance. Es preciso examinar a fondo este fenómeno y sacar de él todas las consecuencias. La relación de dependencia entre los elementos de nuestra economía interior, tales como precios, calidad de las mercancías, etc., y los elementos correspondientes de la economía mundial será tanto más directa y visible cuanto más estrechamente incluidos nos encontremos en el sistema internacional de la división del trabajo.
Hasta ahora, desarrollamos nuestra industria tomando como punto de referencia su nivel de preguerra. Para la comparación y el establecimiento de los valores de la producción, utilizamos los catálogos de precios de 1913. Pero el primer período de reconstrucción, en el que tal comparación -por otra parte, muy imperfecta- tenía su razón de ser, toca a su fin y toda la cuestión de la evaluación comparativa del desarrollo de nuestra economía está a punto de pasar a un plano diferente. A partir de ahora, nos veremos obligados a saber en todo momento hasta qué punto nuestra producción, desde el punto de vista de la cantidad, de la calidad y del precio, sigue estando por detrás del mercado europeo o del mercado mundial. El fin del período de reconstrucción nos permitirá dejar al margen definitivamente nuestros catálogos de 1913, y procurarnos catálogos de firmas alemanas, inglesas, americanas y de otros países. Será preciso que concentremos nuestra atención en nuevos índices, que expresarán -tanto respecto a la calidad como al precio- la comparación de nuestra producción con la del mercado mundial. Sólo estos nuevos criterios, estos coeficientes de comparación, ajustados no tanto a la medida del Estado como a nivel mundial, permitirán en el futuro caracterizar cada etapa del proceso que expresa la fórmula de Lenin: “¿Quién vencerá a quién?”
En medio de los antagonismos de la economía y de la política mundial, la velocidad de nuestro progreso, es decir la velocidad del crecimiento cuantitativo y cualitativo del trabajo efectuado, tiene una importancia decisiva.
En el momento actual nuestra situación atrasada y nuestra pobreza son un hecho innegable que no discutimos, sino sobre el que, al contrario, insistimos continuamente. Las confrontaciones sistemáticas con la economía mundial sólo nos pueden servir como una expresión estadística de este hecho. ¿No corremos el peligro, precisamente en el próximo período en el que no habremos alcanzado todavía el avance necesario, de vernos aplastados por la colosal superioridad de recursos del mercado mundial? Si se plantea de este modo la cuestión, no puede responderse a ella de un modo absoluto, y con mayor motivo no es posible proporcionar una respuesta estadística de la misma, del mismo modo que no puede haber respuesta a la cuestión, por ejemplo, de saber si las tendencias capitalistas campesinas (las tendencias del kulak) no encierran el peligro de arrastrar con ellas al campesino medio, de paralizar la influencia del proletariado sobre la aldea, y suscitar en la construcción socialista obstáculos políticos. Del mismo modo que no se puede dar una respuesta categórica a la siguiente cuestión: ¿conseguirá el capitalismo -en el caso de que su estabilización momentánea y relativa en gran medida sea duradera- movilizar en contra nuestra ejércitos considerables y poner un freno a nuestro progreso económico por medio de una nueva guerra?
No se puede responder a estas cuestiones mediante “pronósticos pasivos”. Se trata en este caso de una lucha, en la que los factores de creatividad, de tácticas, la energía, etc., juegan un papel enorme, y a veces decisivo. El examen de estas cuestiones no es la tarea que nos proponemos; intentamos en este punto fijar las tendencias interiores del desarrollo económico, haciendo en la medida de lo posible abstracción de otros factores.
En todo caso, a la pregunta ¿es capaz el mercado mundial de aplastarnos sólo por su superioridad económica?, debemos responder de este modo: no estamos completamente desarmados frente al mercado mundial; nuestra economía está protegida por ciertas instituciones del Estado que emplea un amplio sistema de proteccionismo socialista. Pero, ¿cuál es su eficacia? La historia del desarrollo capitalista puede darnos información sobre este tema. Durante largos períodos, Alemania o Estados Unidos, desde el punto de vista de la industria, estuvieron atrasadas respecto a Inglaterra; su atraso podía parecer infranqueable. Pero la explotación de las circunstancias naturales e históricas ha permitido más tarde a estos países atrasados alcanzar al país avanzado e incluso superarlo, con el apoyo de tarifas proteccionistas. Las fronteras estatales, el poder del Estado, el sistema aduanero fueron factores poderosos en la historia del desarrollo capitalista. Esta característica es válida en mayor medida aún para un país socialista. Un sistema de proteccionismo socialista muy exacto, perseverante y flexible es para nosotros tanto más importante cuanto que nuestras relaciones con el mercado capitalista serán cada vez más amplias y complicadas.
Sin embargo, es evidente que el proteccionismo, cuya expresión más elevada se encuentra representada por el monopolio del comercio exterior, no es todopoderoso. Puede contener la afluencia de mercancías capitalistas, y regularla según las necesidades de la producción y del consumo interior. De esta forma, el proteccionismo puede asegurar incluso a la industria socialista los plazos necesarios para que eleve su nivel de producción. Sin el monopolio del comercio exterior, nuestro proceso de reconstrucción sería imposible. Pero, por otra parte, sólo los resultados obtenidos en la producción nos permitirán conservar el proteccionismo socialista. Igualmente, en el futuro, el monopolio del comercio exterior, aunque pueda preservar a la industria interior de las sacudidas externas que todavía no puede afrontar, evidentemente no puede, sin embargo, reemplazar el desarrollo de la propia industria. Este desarrollo debe ser, desde el momento actual, medido contra los coeficientes del mercado mundial.
Nuestra comparación con el nivel de preguerra no se ha efectuado más que desde el punto de vista de la cantidad y del precio. El producto no está considerado según su composición, sino según su nombre, lo que evidentemente es un error. Los coeficientes de producción comparativa deben comprender igualmente la calidad. Sin ello, se transforman forzosamente en fuente o en instrumento de autoengaño. Poseemos a este respecto alguna experiencia en lo que concierne a la disminución de los precios acompañada en ciertas ocasiones de una disminución de la calidad. A calidad igual de una misma mercancía, producida por nosotros y en el extranjero, el coeficiente de comparación variará con los costos de producción. Si los costos de producción son los mismos, variará según la calidad. Si los costos y la calidad son distintos, una evaluación combinada de ambos será finalmente necesaria. El establecimiento de los costos es una porción de la artimética de la producción. Pero la mayor parte de las veces no se puede determinar la calidad de la mercancía más que con la ayuda de varios criterios. La bombilla eléctrica es un ejemplo clásico en este sentido; se mide su calidad según la duración de la iluminación que proporciona, según la cantidad de energía que usa por bujía, según la regularidad de la distribución de la luz, etc.
La fijación de normas técnicas determinadas y de estándares de perfección, entre otros estándares “cualitativos”, facilita mucho la puesta a punto de coeficientes de comparación. La relación de nuestro estándar con los del mercado mundial será para cada período dado una magnitud fija. Será suficiente saber si nuestro producto corresponde a un estándar establecido. En lo que se refiere a las comparaciones de valor, esta cuestión será, una vez establecida la relación cualitativa, resuelta de un modo extraordinariamente simple. El coeficiente combinado resulta de una simple multiplicación. Si, por ejemplo, una mercancía es dos veces peor que la misma mercancía extranjera, y vez y media más cara, el coeficiente de comparación será: 1/3. Es posible que no conozcamos los precios de fábrica de las mercancías extranjeras: pero esto prácticamente tiene una importancia secundaria. Basta con que conozcamos el precio, y éste esté impreso en los catálogos. La diferencia entre el costo y el precio es la ganancia. La disminución de nuestros costos nos permitirá igualar los precios del mercado mundial, independientemente de los costos extranjeros. Tal es la base del problema que se nos plantea para el próximo período. A este período sucederá -no inmediatamente, ciertamente- el tercer período, en el que la tarea será vencer a la producción capitalista en el mercado mundial con los productos de la economía socialista.
A veces se objeta que el número de mercancías es excesivamente grande y que la derivación de los coeficientes de comparación representa una tarea que “supera las fuerzas”. A ello puede responderse de dos maneras. En primer lugar, todas las mercancías existentes están verificadas, se llevan en libros y aparecen en catálogos, y a pesar del número de mercancías existente, este trabajo no contiene nada que supere las fuerzas. En segundo lugar, podemos inicialmente limitarnos a los artículos más importantes y de consumo masivo, y a las mercancías que sirven, por así decirlo, de clave a cada producción diferente, suponiendo que las demás mercancías tienen en el sistema de evaluación comparativa una posición intermedia.
Otra objeción consiste en oponernos la dificultad que existe para medir o incluso simplemente para definir la calidad. En efecto, pues ¿qué es la calidad del algodón? ¿Su resistencia, el contenido en algodón de cada archina cuadrada, la frescura del color o la atracción a la vista? Es innegable que la caracterización de la calidad es muy difícil de establecer en la mayor parte de las mercancías. Sin embargo, la tarea no es en modo alguno irrealizable. Pero, ante todo, es preciso no abordarla con criterios ficticios o abstractos. En lo que se refiere al algodón destinado al mercado obrero o campesino, será preciso considerar en primer lugar la duración del material; en segundo lugar, la permanencia del color. Si se miden estos datos -y ello es perfectamente posible con métodos rigurosamente objetivos-, se obtiene la definición básica de la calidad expresada en cifras. Es todavía más fácil dar un coeficiente de comparación exacto, es decir, expresado mediante cifras, de nuestros arados, de nuestras máquinas cosechadoras de trigo, de nuestros tractores, comparadas con las mismas máquinas de producción americana. Esta cuestión tendrá en los próximos años el mismo papel para la agricultura que el que tuvo la renovación del capital básico para la industria. En la venta de un caballo o de una vaca, el propio campesino fija -y con una exactitud extraordinaria- los “coeficientes” necesarios. Pero, para la compra de una máquina, casi no tiene modo de efectuarlo. Si ha sido engañado en una compra, comunica a su vecino el miedo que le produce comprar más máquinas. Es necesario llegar a que el campesino sepa exactamente qué máquina compra. La máquina cosechadora soviética tendrá que tener su “pasaporte” de mercancía, sobre el que se apoyará el coeficiente de comparación. El campesino sabrá perfectamente qué es lo que compra, y el Estado soviético tendrá absoluta evidencia de la relación de nuestra producción con la producción americana[8].
La idea de los coeficientes de comparación, que a primera vista puede parecer abstracta y casi “un juego de salón”, está en realidad profundamente enraizada en la vida y nace, por así decirlo, de todas las relaciones económicas e incluso brota por todos los poros de la vida cotidiana. Nuestros actuales coeficientes de comparación, igualmente calculados según la situación de preguerra, no provenían únicamente de conocimientos teóricos, sino también de las necesidades de la vida cotidiana. Cualquier consumidor que desconoce los cuadros estadísticos y las curvas de precios utiliza el recuerdo de sus gastos de consumo, tanto del suyo propio como del de su familia. El cuadro estadístico habla de un cierto porcentaje del nivel de preguerra que está calculado casi exclusivamente desde el punto de vista cuantitativo, pero la memoria del consumidor añade: “en tiempos de paz (es decir, antes de la guerra imperialista), los calzados costaban tantos o cuantos rublos y duraban tantos o cuantos meses”. Cada vez que compra zapatos, el consumidor realiza para sí el cálculo del coeficiente de comparación. Todos los demás compradores efectúan la misma operación, desde el trust de comerciantes de cuero, que compra máquinas de Voronej o de Kiev, hasta la campesina que compra tres archinas de algodón en el mercado semanal de la aldea. La diferencia consiste únicamente en que el trust efectúa sus comparaciones ayudándose de catálogos y de libros de contabilidad, mientras que la campesina hace la suya según sus recuerdos. Y es necesario aceptar que los coeficientes de comparación de la campesina, fundados en la experiencia inmediata de la vida, son mucho más reales que los coeficientes del trust, que son realizados apresuradamente, casi siempre sin tomar en consideración la calidad, y a veces incluso de un modo tendencioso. En todo caso, los análisis económicos estadísticos y el trabajo cotidiano de la memoria del consumidor encuentran su punto de partida en las posibilidades que les ofrecía la economía de preguerra.
Esta curiosa limitación nacional, por la que se buscaba la comparación en el pasado nacional, toca a su fin. Nuestras relaciones con el mercado mundial son suficientes ya, desde ahora, para que nos obliguen, cada vez, a comparar nuestras mercancías con las mercancías extranjeras. Y, a medida que desaparecen las viejas comparaciones (porque el recuerdo de los productos de preguerra desaparece cada vez más de la memoria, sobre todo para la joven generación), las nuevas comparaciones se hacen cada vez más claras porque no se fundan en los recuerdos, sino en los hechos vivos del presente. Nuestros especialistas en economía traen del extranjero ofertas de ciertas firmas de tales o cuales mercancías, distintos catálogos y, finalmente, su propia experiencia en cuanto consumidores. Las preguntas que habíamos dejado de hacernos en los últimos años y que ahora se plantean cada vez con mayor frecuencia son: ¿cuál puede ser exactamente el precio de esta mercancía en el extranjero?, ¿en qué medida su cualidad difiere de las de aquí?
Los viajes al extranjero serán cada vez más frecuentes. Debemos, de un modo u otro, conseguir que los directores de nuestros trusts conozcan la industria extranjera, al igual que los directores de fábricas, los mejores estudiantes técnicos, nuestros capataces, nuestros mecánicos, nuestros obreros especializados (naturalmente, no todos a la vez, sino teniendo en cuenta un orden de sucesión oportuno). Porque la meta de estos viajes al extranjero consiste precisamente en proporcionar a la vanguardia de quienes son los dirigentes de nuestra producción, la posibilidad de juzgar desde todos los puntos de vista cada coeficiente de comparación que no sea favorable, y poder de este modo corregirlo con seguridad a nuestro favor.
Pensar que esta orientación hacia Occidente no concierne más que a los dirigentes económicos sería una prueba de imbecilidad burocrática. Por el contrario, esta orientación hacia Occidente tiene un carácter de masas muy profundo y debe llegar hasta el final.
El contrabando juega un papel a este respecto que no es menos importante. Pero es necesario no sobrestimarlo. El contrabando es una parte si no alabable al menos bastante importante de la vida económica, y además tiene su causa fundamental en los coeficientes de comparación de la economía mundial, porque el contrabandista sólo importa productos extranjeros que poseen una calidad superior y mejor precio que los nuestros. Dicho sea de paso, la lucha por la calidad de la producción es, por esta razón, el mejor método de lucha contra el contrabando, que saca actualmente del país millones y millones de rublos. El contrabando se interesa principalmente en los pequeños artículos, pero precisamente éstos juegan un papel enorme en la vida cotidiana[9].
Hay otro campo en el que las comparaciones con el extranjero no han cesado nunca, ciertamente: es el campo de las máquinas y herramientas agrícolas. El campesino conocía la guadaña austríaca y la comparaba siempre con la nuestra. Conocía la americana MacCormick, la austríaca Heydt, la canadiense Harris, etc. Actualmente, todas estas comparaciones se hacen más serias en la medida en que nuestra industria avanza a niveles superiores y por encima de ellas se establece una nueva comparación: la comparación entre el tractor americano Ford y nuestro modelo. Si un campesino que acaba de comprar una cosechadora accionada por caballos ve, dos o tres horas más tarde, romperse ante sus ojos una barra de hierro de mala calidad, subrayará este hecho con una triple raya roja que será difícil de borrar.
En lo referente al obrero, el coeficiente de comparación le interesa tanto en los productos que fabrica él mismo como en aquellos que sirven para la producción, como herramientas y artículos de consumo. Conoce muy bien la calidad de los tornos, de las piezas de medida, del material, de los instrumentos de precisión de origen americano o ruso. Es inútil decir que los obreros especializados son muy sensibles a estas diferencias de calidad y que una de las tareas de educación en la producción en nuestro país, consiste precisamente en reforzar esa sensibilidad hacia los instrumentos de producción.
Lo que acaba de decirse es suficiente para probar que los coeficientes de comparación de la producción mundial no son para nosotros un juego gratuito de la imaginación, sino algo de la mayor importancia práctica que refleja las nuevas tareas de nuestro desarrollo económico.
Este sistema de coeficientes de comparación nos proporciona igualmente una perspectiva transversal de nuestra economía actual conforme el nivel alcanzado por la economía mundial. La evaluación media del coeficiente de nuestra producción total indicará el grado de nuestro retraso en el campo de la producción, expresado por una cifra exacta.
Si se toman estos valores periódicamente, las cifras que miden las mercancías y la medida del coeficiente que acaba de ser mencionado darán conjuntamente la imagen de lo que hemos alcanzado y nos indicarán la marcha de nuestro progreso tanto en las diferentes ramas de la industria como en la industria en su conjunto.
Un hombre que conduce un carro, estima la distancia que ha recorrido por sus ojos y sus oídos; el automóvil, por el contrario, tiene su velocímetro automático. A partir de ahora, nuestra industria no deberá dar un paso hacia adelante sin un “contador de velocidad internacional”, cuyas indicaciones serán el punto de partida no sólo de nuestras medidas económicas más importantes, sino también de muchas de nuestras resoluciones políticas.
Si es exacto que la victoria de un orden social depende de la superioridad de la productividad del trabajo que le es inherente -lo que es indiscutible para los marxistas-, nos es preciso una evaluación cuantitativa y cualitativa exacta de la producción de la economía soviética, tanto para nuestras operaciones comerciales habituales como para la crítica de una etapa dada de nuestra evolución histórica.

CAPITULO IX

Los límites materiales y las posibilidades de la marcha del desarrollo económico

En los años 1922-24, el progreso industrial de nuestro país se debió fundamentalmente al avance en la industria liviana. En el actual año económico (1924-25), el predominio parece dirigirse hacia las ramas de la industria que producen medios de producción. Sin embargo, estas últimas se han recuperado igualmente utilizando para ello el antiguo capital básico. En el próximo año fiscal, en el cual el capital fijo invertido tomado de la burguesía será explotado al 100%, ya habremos comenzado una renovación de nuestro capital básico. La Comisión de Planificación del Estado prevé 880 millones de rublos en gastos de capital para la industria (incluyendo la electrificación); para los transportes, 236 millones de rublos; para la construcción de viviendas y otros, 375 millones de rublos; para la agricultura, 300 millones de rublos, lo que supone en conjunto casi 1.800 millones de rublos, de los cuales más de 900 millones corresponden a nuevas inversiones, es decir, proceden de nuevas acumulaciones en el conjunto de la economía. Este plan, que sólo está esbozado y todavía no ha sido aprobado definitivamente, da un paso inmenso en el reparto de los recursos materiales del país: hasta ahora, trabajábamos con un capital básico que nos habíamos encontrado, que no hacíamos más que completar y renovar por aquí o por allá. A partir de ahora deberemos renovar totalmente este capital. En ello consiste la diferencia fundamental entre el período económico que comienza y el que abandonamos a nuestras espaldas.
Desde el punto de vista de un administrador individual, por ejemplo de un jefe de trust, podría parecer que la marcha de nuestro desarrollo depende de los créditos que obtiene de la banca. “Dadme tantos y tantos millones y pondré un techo nuevo, instalaré nuevos tornos, aumentaré en diez veces la producción, disminuiré los costos de manufactura a la mitad y obtendré una calidad europea de la producción”; ¡cuántas veces hemos oído esta frase! Pero, sin embargo, es un hecho que la financiación no es en realidad nunca un factor primario. La marcha del desarrollo económico está determinada por las condiciones materiales del proceso de producción. El comentario de la Comisión de Planificación del Estado, que ya conocemos, recuerda esto muy apropiadamente. “Lo que es preciso considerar como el límite universal y único de la marcha de un desarrollo económico, como límite que, por su parte, determina todos los factores particulares y limitativos, -se dice en dicho comentario-, es el volúmen de la acumulación nacional total en forma material, es decir, el conjunto de todos los bienes nuevamente creados, que superan las necesidades de la reproducción simple y representan por consiguiente una base material suficiente para la reproducción ampliada, para la reconstrucción”. Los billetes de banco, las acciones, las obligaciones, las letras de crédito, y otros títulos cualesquiera no poseen, en sí mismos, ninguna importancia en lo que se refiere al volúmen y a la marcha del desarrollo económico: no se trata más que de medios para el cálculo y el reparto de los valores materiales. Desde el punto de vista capitalista privado y, en general, desde el punto de vista económico privado, estos valores tienen naturalmente una significación en sí mismos: aseguran a sus poseedores una cierta suma de valores materiales. Pero, desde el punto de vista económico nacional que, en las circunstancias en que nos encontramos, coincide poco más o menos con el interés del Estado, los títulos en sí mismos no añaden nada a la masa de productos materiales que sirven a la expansión de la producción. Debemos por lo tanto, partir de la base real de la expansión de la producción. La aplicación de varios recursos a través del presupuesto, a través de los bancos, los préstamos de reconstrucción, los fondos industriales, etc., no es más que un método de reparto de ciertos bienes materiales entre las diferentes ramas de la economía.
En los años de preguerra, nuestra industria crecía a un promedio del 6-7% anual. Este coeficiente es bastante elevado. Pero aparece como absolutamente mínimo en comparación con los coeficientes actuales en que la industria aumenta de un 40 a un 50% anual. Pero, sin embargo, sería un grosero error oponer simplemente y sin más estos dos coeficientes de crecimiento. Hasta el momento de la guerra, la expansión de la industria consistía fundamentalmente en la construcción de nuevas fábricas. En este momento, esta expansión se lleva a cabo en su mayor medida por la utilización de las viejas fábricas y por el empleo del conjunto del utillaje ya existente. De aquí la velocidad tan extraordinaria de la expansión. Y es completamente natural que en el momento del fin del proceso de reconstrucción el coeficiente de crecimiento baje sensiblemente. Esta circunstancia tiene una importancia completamente extraordinaria porque determina, en gran medida, nuestra posición en el mundo capitalista. La lucha por nuestro lugar socialista “bajo el sol” será, de un modo u otro necesariamente, una lucha para lograr un coeficiente de expansión de la producción lo más elevado posible. Sin embargo, la base, y al mismo tiempo el valor límite de esta expansión consiste en la masa disponible de valores materiales.
Pero, si es así, si el proceso de reconstrucción restablece en nuestro país, las viejas relaciones entre la agricultura y la industria, entre el mercado interno y los mercados extranjeros (exportación de granos y materias primas, importación de maquinaria y objetos manufacturados), ¿no sería esto equivalente a la restauración del coeficiente de la expansión económica de preguerra, y a nuestra caída del pináculo actual de una expansión anual del 40-50% a la expansión de preguerra del 6%, después de un período de uno o dos años? Naturalmente, no se puede responder a esta pregunta de un modo muy preciso en este momento. Sin embargo, podemos decir con certeza: con la existencia de un Estado socialista, de una industria nacionalizada y de una regulación consolidada progresivamente de los procesos económicos fundamentales (de los que forman parte las exportaciones y las importaciones), podremos conservar, incluso después de haber alcanzado el nivel de preguerra, un coeficiente de expansión que superará con mucho tanto nuestro propio coeficiente de preguerra como el promedio de las cifras de comparación capitalistas.
¿En qué consisten nuestras ventajas? Ya las hemos enumerado:
En primer lugar: En nuestro país no existe, o al menos casi no existen, clases parasitarias. En efecto, el crecimiento no era antes de la guerra del 6%, sino al menos dos veces superior. Pero solamente la mitad de los capitales acumulados podía ser empleada en la producción. La otra mitad era saqueada y malgastada por el parasitismo. De este modo, el simple hecho de haber suprimido el zarismo y su burocracia, la nobleza y la burguesía -suponiendo que se cumplan las otras condiciones necesarias- nos asegura un aumento del coeficiente de crecimiento que va del 6% al 12%, o al menos al 9-10%.
En segundo lugar: la supresión de las barreras de la propiedad privada da a nuestra administración del Estado la posibilidad de disponer en cualquier momento, con toda la libertad necesaria, de los medios requeridos para cualquier rama de la industria. Los gastos no productivos del paralelismo económico, de la competencia, etc., han disminuido mucho y disminuirán aún más en el futuro. Sólo gracias a estas circunstancias ha sido posible un avance tan rápido en los últimos años sin ayudas extranjeras. En nuestro desarrollo futuro, solamente la distribución planificada (según el plan económico) de los medios y las fuerzas disponibles nos proporcionará la ocasión de alcanzar, en una medida muy superior que la alcanzada hasta ahora, y empleando los mismos medios, un nivel de producción más elevado que el de la sociedad capitalista.
En tercer lugar: la introducción del principio de planificación económica en los métodos de producción, (la estandarización, la especialización de las fábricas y su unificación, de modo que representen un organismo único de producción), promete, para una época muy próxima, un considerable aumento, siempre creciente, de nuestro coeficiente de producción.
En cuarto lugar: la sociedad capitalista vive y se desarrolla según una sucesión de períodos de auge y períodos de crisis que, tras la guerra, ha adquirido el carácter de convulsiones esporádicas. Es cierto que también nuestra economía ha padecido sus crisis. Y, más aún, nuestras crecientes relaciones con el mercado mundial representan, como lo demostraremos posteriormente, una posible fuente de crisis en nuestra economía. Sin embargo, no hay duda de que el incremento en el hábito de la producción económica planificada y la regulación deberán reducir considerablemente los períodos de crisis en nuestro desarrollo y asegurar de este modo una acumulación excedente considerable.
He aquí nuestras cuatro ventajas, las superioridades que han actuado ya, en una gran medida, durante los últimos años. Su importancia no disminuirá, sino que, por el contrario, aumentará conforme se acerque el final del período de reconstrucción. Estas cuatro ventajas, correctamente utilizadas, nos proporcionarán, en los próximos años, la posibilidad de aumentar el coeficiente de nuestra expansión industrial no solamente al doble del 6% de preguerra, sino al triple y quizás incluso más.
Pero esto no agota la cuestión. Las ventajas de la economía socialista que acaban de ser enumeradas no probarán únicamente su influencia en los procesos de la economía interna, sino que aumentarán también mucho debido a las posibilidades ofrecidas por el mercado mundial. Hasta el momento actual hemos considerado ante todo al mercado mundial desde el punto de vista de los peligros económicos que esconde. Sin embargo, el mercado mundial capitalista no encierra únicamente peligros para nosotros, nos ofrece también grandes posibilidades. Nuestra llegada a las conquistas de la técnica científica, a sus más complicadas aplicaciones, aumenta cada día. De este modo, si el mercado mundial, al englobar una economía socialista, le crea peligros, le concede, al Estado socialista poderosos antídotos contra estos peligros, dado que el estado regula su propio curso económico. Si sabemos aprovechar convenientemente el mercado mundial, podremos acelerar considerablemente el proceso de desplazamiento de los coeficientes comparativos a favor del socialismo.
Sin duda alguna, podremos avanzar sondeando prudente y lúcidamente cada metro de agua navegable; porque es un río sobre el que nuestro navío socialista navega por primera vez . Pero todas las indicaciones de nuestras sondas permiten pensar que este río se hará más ancho y más profundo a medida que avancemos.

CAPITULO X

El desarrollo socialista y los recursos del mercado mundial

Desde el punto de vista de la economía nacionalizada, en oposición al punto de vista de la economía privada, los valores en papel no pueden, en sí mismos, alentar un avance de la producción, al igual que la sombra de un hombre no puede aumentar su talla. Desde el punto de vista de la economía mundial, la cuestión se plantea de un modo diferente. Los billetes de banco americanos en sí mismos no pueden producir un solo tractor; pero si buen número de estos billetes de banco pertenecen al Estado soviético, en ese caso se pueden importar tractores de Estados Unidos.
Frente a la economía mundial capitalista, el Estado soviético se comporta como un propietario privado gigantesco: exporta sus mercancías, importa mercancías extranjeras, utiliza su crédito, compra medios técnicos en el extranjero; finalmente atrae al capital extranjero bajo la forma de sociedades mixtas y de concesiones.
El proceso de “reconstrucción” nos ha restablecido igualmente nuestros derechos en el mercado mundial. Ciertamente, no hay que olvidar ni un instante el intrincado sistema de relaciones que existía entre la economía de la Rusia capitalista y el capital mundial. Es suficiente recordar que casi los dos tercios de nuestra maquinaria fabril, y de la maquinaria de cualquier tipo de factorías, eran importados del extranjero. Se trata de una proporción que, incluso actualmente, no ha variado en gran medida. Ello significa que, sin duda, no nos será económicamente beneficioso producir en nuestro país, en los próximos años, más de unos dos quintos o, como máximo, la mitad de la maquinaria. Si quisiéramos comprometer de pronto nuestros medios y nuestras fuerzas en la producción de nuevas máquinas, desplazaríamos las relaciones necesarias entre las diferentes ramas de la economía y entre el capital básico y el capital regulante en una misma rama de la economía, o bien -si conservamos intactas estas relaciones- disminuiríamos mucho el ritmo de la expansión económica. Sin embargo, una disminución de la marcha es mucho más peligrosa para nosotros que la importación de maquinaria extranjera o, en general, de cualquier tipo de mercancía extranjera necesaria.
Adquirimos técnicas extranjeras, fórmulas extranjeras para la producción. Cada vez más, nuestros ingenieros parten a Europa y Estados Unidos, y aquellos que son capaces traen de aquellos países todo lo que es necesario para acelerar nuestro progreso económico. Nos dirigimos cada vez más a la adquisición, a la compra directa de la ayuda técnica extranjera, aliando nuestros trusts con eminentes casas extranjeras que adquieren el compromiso de desarrollar en nuestro país, a lo largo de un período de tiempo dado, la producción de ciertos productos.
La importancia decisiva que tiene el comercio exterior para nuestra agricultura es evidente. La industrialización, y a partir de ella la colectivización de la agricultura, progresarán paralelamente al crecimiento de nuestras exportaciones. A través del intercambio de productos agrícolas, obtendremos maquinaria agrícola o maquinaria para la producción de máquinas agrícolas.
Pero no se trata únicamente de máquinas. Cada producto extranjero que llena un vacío cualquiera en nuestro sistema económico, bien en materias primas, en productos intermedios o en artículos de consumo, puede en ciertas circunstancias acelerar la marcha de nuestro proceso de reconstrucción y así facilitarlo. La importación de artículos de lujo y de artículos de consumo de naturaleza parasitaria sólo puede naturalmente contribuir a frenar nuestro desarrollo. Por el contrario, la importación de ciertos artículos de consumo, realizada en el momento oportuno, y en la medida en que éstos sirvan para establecer el equilibrio necesario en el mercado y a cubrir las lagunas del presupuesto obrero o campesino, acelerará ciertamente nuestro progreso económico general.
El comercio exterior, dirigido por el Estado, que complementa con la flexibilidad necesaria el trabajo de la industria estatal y del comercio interior, constituye un instrumento poderoso para la aceleración de nuestra defensa económica. La influencia benévola de este comercio exterior será mayor cuanto más extensas sean las oportunidades de crédito que obtenga en el mercado mundial.
¿Qué papel juega el crédito exterior en nuestra dinámica económica? El capitalismo nos concede adelantos sobre esta acumulación que todavía no existe, y que es nuestra tarea crear en uno, dos o cinco años. De este modo, la base de nuestro progreso supera el cuadro de los recursos materiales que hemos reunido hasta el momento. Si podemos acelerar el proceso de producción con ayuda de una “fórmula” de la técnica europea, lo podremos hacer mejor todavía con la ayuda de una máquina europea o americana que podamos obtener a crédito. La dialéctica del desarrollo histórico obliga al capitalismo a ser durante un cierto tiempo el financiador del socialismo. Por otra parte, ¿el capitalismo no se ha amamantado de la economía feudal? Las deudas de la historia deben ser pagadas.
La existencia de las concesiones es igualmente la consecuencia de este punto de vista. La concesión consiste en esto: aportarnos maquinaria y métodos de producción extranjeros, y financiar a nuestra economía por la acumulación del capital mundial. En algunas ramas industriales, las concesiones pueden y deben alcanzar una mayor importancia. Es inútil decir que para la política de concesiones existen las mismas barreras que para el capital privado en general: el Estado conserva en su poder los medios de control y vela con severidad para que se mantenga asegurado el predominio de la industria estatal sobre la industria “concesionaria”. Pero, dentro de estos límites, la política de concesiones todavía tiene un campo amplio donde operar.
Igualmente, desde este punto de vista son posibles, como “coronación” de todo el sistema, los préstamos nacionales. Un préstamo nacional es la forma más pura de un adelanto consentido sobre nuestra acumulación socialista futura. El oro reunido, gracias a los préstamos, asegura, puesto que es el equivalente universal, la posibilidad de comprar en el extranjero productos terminados, materias primas, maquinarias, patentes y atraer a nuestro país a los mejores ingenieros y técnicos de Europa y América.
De cuanto acabamos de decir hasta el momento se deduce para nosotros la necesidad de adaptarnos en todas las cuestiones económicas correctamente, es decir, de un modo sistemático y científico. ¿Qué máquinas importar, por qué firmas, cuándo, qué otras mercancías y en qué orden, en qué proporciones repartir los fondos de capital entre las diferentes ramas de la industria, qué especialistas buscar, en qué ramas de la economía tratar de encontrar capitales para concesiones, en qué medida, bajo qué plazos? Es evidente que estas cuestiones no pueden ser resueltas de un día a otro, al azar, o de un modo ocasional desde el punto de vista económico. Las mentes de nuestros economistas se encuentran en este momento ocupadas, con perseverancia y no sin éxito, a buscar soluciones metódicas a estas cuestiones y a muchas otras que no pueden ser separadas de ellas, en particular las exportaciones. Se trata de mantener la proporción dinámica entre las principales ramas de la industria y la economía total, haciendo intervenir en estas relaciones, y en el momento oportuno, aquellos elementos de la economía mundial que sean susceptibles de acelerar la dinámica del proceso considerado globalmente.
En la solución de las distintas cuestiones prácticas que surgen de esta situación, así como en la elaboración de los planes para el futuro -a un año, cinco años o a un plazo mayor todavía- el trabajo que se apoya en coeficientes de comparación es un recurso inapreciable e irreemplazable. Si los coeficientes de comparación son particularmente desfavorables para ciertas ramas importantes de la industria, ello será una indicación que pruebe la necesidad de buscar ayuda en el exterior, tanto en lo que respecta a productos terminados como a patentes o indicaciones técnicas, o a máquinas nuevas, especialistas o concesiones. La política comercial con el exterior y de concesiones no puede cumplir su papel estimulante, conforme al plan, si no se apoya en el sistema profundamente estudiado y generalizado de los coeficientes de comparación industriales.
Los mismos métodos deberán encontrarse en la base de las decisiones que será necesario tomar inmediatamente después respecto a la renovación del capital básico y a la expansión de la producción. ¿Para qué ramas de la industria habrá que renovar en primer lugar la maquinaria? ¿Qué nuevas industrias es necesario levantar en un primer momento? Es inútil decir que las necesidades y lo deseable superan en mucho las posibilidades. ¿Cuál es, por consiguiente, la vía a seguir para resolver estos problemas?
En primer lugar, es preciso, naturalmente, saber exactamente qué proporción de la acumulación se puede utilizar para la renovación de la maquinaria en las fábricas existentes y para la creación de nuevas factorías. Cubriremos las necesidades más urgentes y más obvias a través de nuestra propia acumulación. Y si, en el futuro, no encontramos otras fuentes utilizables, sería la acumulación interna la que fijaría la medida del crecimiento de la producción.
Al mismo tiempo, es absolutamente preciso fijar las prioridades de nuestras necesidades desde el punto de vista del proceso económico considerado en su conjunto. Los coeficientes de comparación indicarán en este caso, directamente, los campos económicos que exigen, en primer lugar, inversiones de capital. De este modo se presenta, a grandes rasgos -y con la omisión voluntaria de toda una serie de detalles que complican la cuestión-, la naturaleza de la transición a una solución planificada de las cuestiones que están ligadas a la renovación y al crecimiento del capital básico de la industria.

CAPITULO XI

La socialización del proceso de producción

Un Estado que tiene en sus manos la industria nacionalizada, el monopolio del comercio exterior y el monopolio de la importación de capital extranjero para tal o cual campo económico dispone por este solo hecho de un gran arsenal de recursos que puedan combinarse para acelerar la marcha del desarrollo económico. Pero todos estos medios, aunque nacen de la naturaleza del Estado socialista, no inciden todavía directamente en el propio campo del proceso de producción. En otras palabras: si hemos mantenido hasta el presente todas las fábricas y factorías en las condiciones en que estaban funcionando en 1913, su nacionalización, incluso si permanecieran en estas condiciones, nos ofrecerá enormes ventajas debido a la distribución planificada y eficiente de los recursos.
Los progresos económicos del período de la reconstrucción han sido obtenidos precisamente gracias a los métodos socialistas de organización de la producción, es decir gracias a los métodos planificados o semiplanificados para proveer de los medios necesarios a las diferentes ramas de la economía social. Consideramos igualmente las posibilidades resultantes de nuestras relaciones con el mercado mundial sobre todo desde el punto de vista de los recursos de la producción y no todavía desde el punto de vista de la organización de la industria interna.
Sin embargo, es preciso no perder de vista ni un instante que las ventajas fundamentales del socialismo se encuentran precisamente en el propio campo de la producción. Estas ventajas, que hemos utilizado hasta ahora en débil medida en la economía soviética, abren las más amplias perspectivas acerca de la aceleración de la marcha del desarrollo económico. Es preciso ocuparse, en primer lugar, de la verdadera nacionalización del conocimiento técnico-científico y de todas las invenciones industriales; inmediatamente después, de una solución centralizada, conforme al plan, de las cuestiones energéticas de la economía en general y de cada aspecto económico en particular; después, de la estandarización de todos los demás productos, y, finalmente, de una especialización consecuente de las propias fábricas.
El trabajo intelectual técnico-científico no conoce entre nosotros las barreras limitativas de la propiedad privada. Toda adquisición de carácter organizativo o de carácter técnico de una fábrica cualquiera, todo perfeccionamiento en los métodos químicos o en cualquier otro, se convierte, en propiedad común de todas las fábricas implicadas. Los institutos de ciencias técnicas tienen, en nuestro país, la posibilidad de verificar sus conjeturas y sus hipótesis en cualquier empresa del Estado; e, inversamente, cada una de estas empresas puede beneficiarse en todo momento, gracias a los institutos, de la experiencia acumulada en el conjunto de la industria. El pensamiento científico-técnico está en principio socializado, en nuestro país. Pero, en este campo, igualmente, todavía nos falta mucho para liberarnos de barreras conservadoras, en parte ideológicas y en parte materiales, que hemos heredado, y de las que hemos tomado posesión al mismo tiempo que de la propiedad nacionalizada de los capitalistas. Estamos en vías de aprender a utilizar cada vez más profundamente las posibilidades que resultan de la nacionalización de las invenciones técnico-científicas. En este sentido, obtendremos, en los próximos años, innumerables ventajas que, en su conjunto, conducirán a este resultado apreciable para nosotros: la aceleración de la marcha del desarrollo.
Otra fuente de un ahorro económico mayor, y por consiguiente de un aumento de la producción de trabajo, puede originarse en una buena distribución de la energía. Todas las ramas de la industria, todas las fábricas y, en general, toda la actividad material del hombre, necesitan de la energía, lo que significa que se la puede considerar como un factor relativamente común a todas las ramas de la industria. Se demuestra claramente que obtendremos un ahorro gigantesco si “despersonalizamos” las fuentes de energía, es decir si las separamos de las fábricas concretas, a las que únicamente la propiedad privada unía, y no consideraciones económicas, sociales o técnicas. La electrificación planificada no es más que una parte del programa total de racionalización de la calefacción y de la energía. Si no se ejecuta este programa, la nacionalización de los medios de producción quedará privada de sus resultados más importantes. La propiedad privada -habiendo sido abolida en cuanto institución de derecho constitucional- es una forma de organización de las propias empresas que -técnicamente- representan pequeños mundos cerrados en sí mismos. La tarea que se presenta es, por consiguiente, hacer penetrar el principio de nacionalización en el proceso de producción, en sus condiciones técnicas materiales. Se trata de nacionalizar realmente el sector energético. Esto concierne tanto a las usinas ya existentes como, en mayor medida, a las que han de crearse. La usina del valle del Dniéper (en cuanto combinación de una gran estación eléctrica y de toda una serie de consumidores de la industria y los transportes) fue construida desde el comienzo según los principios del socialismo. A empresas de esta categoría pertenece el futuro.
La estandarización de los productos representa otra palanca del progreso industrial. Están sometidas a ella no solamente las cerillas, los ladrillos y los productos textiles, sino también las máquinas más complicadas. Se trata de terminar con las demandas arbitrarias del consumidor, producidas no por sus necesidades sino por su falta de medios. Todo consumidor se encuentra actualmente forzado a improvisar y buscar, en lugar de obtener modelos ya dispuestos, totalmente adaptados a sus necesidades y científicamente comprobados. La estandarización debe reducir al mínimo el número de tipos de cada producto, teniendo en cuenta únicamente la particularidad de los diferentes ramas económicas, o el carácter específico de las necesidades de una rama de producción.
Estandarización significa socialización aplicada al aspecto técnico de la producción. Vemos cómo en este campo la técnica de los principales países capitalistas rompe la envoltura de la propiedad privada y se orienta hacia la negación de la competencia, del “trabajo libre” y de todo lo que se relaciona con ello.
Estados Unidos ha realizado enormes progresos en la disminución de los costos de producción a través de la estandarización de los tipos y las cualidades, y mediante la realización de normas de producción técnicas y científicas. Su oficina de estandarización (Division of Simplified Practice) ha proporcionado, en colaboración con los productores y consumidores interesados, un trabajo de estandarización que comprende docenas de productos pequeños y grandes. He aquí el resultado: 500 tipos de limas en lugar de 2.300; 70 tipos de alambre en lugar de 650; tres tipos de tejas en lugar de 119; 76 tipos de arados en lugar de 312; 29 tipos de sembradoras en lugar de casi 800; finalmente, 45 modelos de cortaplumas en lugar de 300.
La estandarización rinde homenaje al recién nacido, porque la simplificación del coche de niños permite un ahorro total de mil setecientas toneladas de hierro y de treinta y cinco toneladas de plomo. La estandarización no abandona incluso al enfermo porque el número de tipos de camas de hospital ha descendido de cuarenta a uno sólo. Incluso los entierros han sido normalizados; el cobre, el bronce, la lana y la seda han quedado excluidos de la fabricación de ataúdes. El ahorro realizado en los entierros que se encuentran sometidos de este modo a la estandarización se eleva a millones de toneladas de metal y de carbón, centenares de miles de metros de madera al año.
La técnica ha conducido, a pesar de las condiciones del capitalismo, a la estandarización. El socialismo exige imperiosamente la estandarización dando a ésta muchas mayores posibilidades. Pero no hemos hecho más que comenzar este trabajo. La amplitud que ha alcanzado la producción ha creado en el momento presente las condiciones materiales que le son absolutamente necesarias. Hacia la estandarización deben dirigirse todos los procesos de renovación del capital básico. El número de tipo de productos debe ser, en comparación con los de América, mucho más reducido entre nosotros.
La estandarización no sólo permite una mayor especialización en las fábricas, sino que la supone. Es preciso que transformemos las fábricas en las que se produce de todo en fábricas en las que se produce una cosa determinada de un modo perfecto.
Para nuestra vergüenza, es necesario decir sin embargo que actualmente todavía, en el curso del noveno año de la economía socialista, se escucha bastante a menudo a los administradores o incluso a los ingenieros quejarse de que la especialización de la producción mata “el espíritu”, comprime el impulso del trabajo, hace el trabajo de las fábricas monótono, “aburrido”, etc. Este modo lloroso y profundamente reaccionario de ver las cosas recuerda de cerca las sutilezas populistas tolstoianas que elogiaban las ventajas del artesanado respecto al trabajo en la fábrica. La tarea de transformar la economía en su conjunto en un mecanismo único funcionando automáticamente es la tarea más imponente que se puede imaginar. Abre un campo de acción ilimitado a la fuerza de trabajo técnico, organizativo, económico y creativo. Pero esta tarea no es realizable más que con la especialización cada vez más audaz y constante de las fábricas, la automatización de la producción y una combinación cada vez más completa de fábricas gigantescas en una sola cadena de producción.
Los actuales logros de los laboratorios extranjeros, la capacidad de las usinas eléctricas, la amplitud de los trabajos americanos de estandarización, y los progresos de las fábricas americanas en la especialización, superan con mucho nuestros comienzos en este camino. Pero las condiciones planteadas por nuestras relaciones de propiedad nacionalizadas son mucho más favorables para conseguirlo que las de cualquier país capitalista. Y esta ventaja aumentará a medida que progresemos. Prácticamente, la tarea se reduce a medir todas las posibilidades y a beneficiarse de todos los medios. Pronto aparecerán los resultados, y sólo entonces haremos la suma.

CAPITULO XII

Las crisis y otros peligros del mercado mundial

Cuando nuestras relaciones con el mercado mundial se encontraban todavía poco desarrolladas, las fluctuaciones del capitalismo no actuaban tanto a través del comercio como a través de la política, en algunos casos exacerbando nuestras relaciones con el mundo capitalista, y en otros mejorándolas. Debido a ello, nos hemos habituado a considerar el desarrollo de nuestra economía casi independientemente de los procesos económicos que tienen lugar en el mundo capitalista. Incluso tras la reconstitución de nuestro mercado y, a partir de ella, de las fluctuaciones del mercado, de las crisis de ventas, etc., juzgábamos todos estos fenómenos como completamente independientes de la dinámica capitalista de Occidente o de América. Y teníamos razón en la medida en que nuestro proceso de reconstrucción se desarrollaba en el cuadro de una economía casi cerrada. Pero, con el rápido crecimiento de las exportaciones y de las importaciones, la situación está cambiando. Nos estamos convirtiendo en un elemento -elemento extraordinariamente original, pero que no deja de ser por ello un elemento auténtico- del mercado mundial. Pero esto significa que si sus factores generales se transforman y varían de un modo u otro, influirán igualmente en nuestra economía. La actual fase económica se expresa más claramente por el modo en que opera el mercado. En el mercado mundial, efectuamos tanto el papel de comprador como el de vendedor. Debido a ello, nos encontramos ya sometidos económicamente, en un cierto grado, al movimiento de flujo y reflujo del comercio y de la industria en el mercado mundial.
La importancia de esta circunstancia resulta cada vez más clara, si usamos la comparación para caracterizar los nuevos elementos que implica. Ante cualquier sacudida económica importante, la opinión pública en nuestro país se ha visto obligada a preguntarse si, de un modo general, las crisis son inevitables, y hasta qué punto, etc. Actuando de este modo, debido a la naturaleza de nuestra situación económica, no superamos generalmente el marco de la economía casi cerrada. Oponemos el principio del plan económico, cuya base económica está formada por la industria nacionalizada, y el principio elemental del mercado cuya base económica es la aldea. La combinación de un plan definitivo con una fuerza natural ofrece dificultades tanto más grandes cuanto que la fuerza económica elemental depende de la fuerza natural. De ello resulta la perspectiva siguiente: el progreso del principio del plan económico continuará en la medida en que progrese la industria, en que progrese la influencia de ésta sobre la agricultura, en que progrese la industrialización y el desarrollo de cooperativas en el campo, etc. Este proceso estaba concebido -más allá de cuál fuera su ritmo- como un proceso ascendente. Pero este camino es en sí mismo sinuoso, y hemos llegado a una nueva vuelta del mismo. Ello aparece muy claramente si consideramos el tema de la exportación de granos.
En el momento actual no se trata únicamente de la cosecha, sino también de la venta de esta cosecha, y no solamente en nuestro propio mercado, sino también en el mercado europeo. La exportación de granos a Europa depende del poder de compra de Europa; el poder de compra de los países industriales, por su parte (naturalmente son los países industriales los que importan granos), depende en última instancia de la situación económica. Si se produce una crisis en el comercio y en la industria, Europa importará de nuestro país mucho menos grano y todavía en mucha menor cantidad madera, cáñamo, pieles o petróleo, que en un período de boom. El retroceso de las exportaciones conducirá forzosamente a un retroceso en las importaciones. Si no exportamos una cantidad suficiente de materias primas industriales, no podremos importar la maquinaria, el algodón, etc., necesarios. Si el poder adquisitivo del campesino fuera, a consecuencia de la realización incompleta de nuestras previsiones de exportación, menor que lo previsto, ello podría conducir a una crisis de sobreproducción; por el contrario, si carecemos de mercancías, estaríamos, en el caso de una disminución en las exportaciones, en la imposibilidad de superar esta penuria mediante la importación de productos terminados, de la maquinaria necesaria y de las materias primas (por ejemplo, la ya mencionada importación de algodón). En otras palabras, una crisis comercial e industrial de Europa, y con mayor motivo de todo el mundo, puede producir una oleada de crisis en cada país. En el caso de un auge considerable del comercio y de la industria europea, por el contrario, la demanda de madera y de cáñamo, materias primas que son necesarias a la industria, aumentará inmediatamente; lo mismo ocurrirá respecto al grano cuya demanda aumentará a medida que mejore la capacidad de compra de las poblaciones europeas. De este modo un boom en el comercio y en la industria en Europa proporcionará el impulso necesario para el avance de nuestro comercio, de nuestra industria y de nuestra agricultura, al facilitar la venta de nuestras mercancías de exportación. Nuestra antigua independencia respecto a las fluctuaciones del mercado mundial, está desapareciendo. No solamente todos los procesos fundamentales de nuestra economía dependen de los procesos dominantes en el mercado mundial, sino que están sometidos en cierta medida al efecto de las leyes que dominan el desarrollo capitalista, incluidos los cambios en las condiciones económicas. Por consiguiente, resulta de ello una situación en la que, como entidad de negocios tenemos interés, dentro de ciertos límites, en que mejoren las condiciones en los países capitalistas, y en la que, por el contrario sufriremos como mínimo un perjuicio en el caso de que las condiciones empeoren.
En esta circunstancia, inesperada a primera vista, aparece la misma contradicción que se encuentra en la base de la NEP, y que hemos observado ya en el marco más estrecho de la economía nacional cerrada, pero aparece de una forma más acusada. Nuestra actual organización no solamente se encuentra fundada en la lucha del socialismo contra el capitalismo, sino también -hasta cierto punto- en su cooperación. En el interés del desarrollo de las fuerzas de producción, no sólo admitimos una práctica comercial de tipo capitalista privado, ¡sino que hasta cierto punto incluso la apoyamos!, y nosotros la “instalamos” bajo la forma de concesiones, de alquiler de factorías y fábricas. Tenemos un gran interés en el desarrollo de la economía campesina, aunque, por el momento presente casi exclusivamente los rasgos de un comercio privado, y su auge no favorezca únicamente las tendencias del desarrollo socialista, sino también las del capitalista. Los peligros de semejante coexistencia y de semejante cooperación entre ambos sistemas económicos -el sistema capitalista y el sistema socialista (este último utilizando igualmente los métodos del primero)- consiste en que las fuerzas capitalistas sean más fuerte que nosotros, y nos amenacen realmente.
Este peligro existía ya en la economía cerrada[10], pero en un grado muy inferior. La importancia de las cifras de control de la Comisión de Planificación del Estado consiste precisamente en que estas cifras -lo hemos expuesto en los primeros capítulos- han probado sin lugar a dudas el predominio de las tendencias socialistas sobre las tendencias capitalistas, teniendo como base el crecimiento general de las fuerzas de producción. Si tuviéramos la intención (digamos mejor la posibilidad) de permanecer para siempre como un Estado económicamente aislado, se podría considerar la cuestión como resuelta, en principio. No habría entonces para nosotros más peligro en ello que el peligro político, o la amenaza de una acción armada procedente del exterior. Pero, habiendo entrado económicamente en el campo de la división internacional del trabajo, estamos sometidos a los efectos de las leyes que dominan el mercado mundial, y la lucha entre las tendencias capitalistas y socialistas adquiere mayores proporciones, lo que comporta mayores dificultades.
Existe por consiguiente una analogía profunda y perfectamente natural entre los problemas que se planteaban en nuestra economía interna al comienzo de la NEP, y los que existen ahora producidos por nuestra participación más estrecha en el sistema del mercado mundial. Sin embargo, esta analogía no es perfecta. La cooperación y la lucha de las tendencias capitalistas y socialistas en el territorio soviético han tenido lugar bajo el control del Estado proletario. Aunque el Estado no sea todo poderoso en las cuestiones económicas, el poder económico del Estado que sostiene conscientemente las tendencias progresivas del desarrollo histórico es enorme. Al tiempo que admite la existencia de tendencias capitalistas, el Estado obrero puede tenerlas bajo sus riendas hasta un cierto punto, sosteniendo y favoreciendo las tendencias socialistas. Los instrumentos que se pueden usar en relación a esto son: el sistema presupuestario del Estado y las medidas de administración general, el comercio interno y externo, el apoyo a las cooperativas de consumo por el Estado, una política de concesiones estrictamente adaptada a las necesidades de la economía estatal, en pocas palabras un sistema versátil de proteccionismo socialista. Estas medidas suponen la dictadura del proletariado, y su campo de acción se limita por consiguiente al territorio en que se ejerce esta dictadura.
Los países con los que entramos en relaciones comerciales cada vez más estrechas tienen un sistema exactamente opuesto -el proteccionismo capitalista, en el sentido más amplio de la palabra-. He aquí en qué consiste la diferencia. En el territorio soviético la economía socialista lucha contra la economía capitalista, teniendo al Estado obrero de su lado. En el territorio del mercado mundial el socialismo va contra el capitalismo protegido por el Estado imperialista. En este caso, no es solamente la lucha de la economía contra la economía, sino también la lucha de la política contra la política. El monopolio del comercio exterior y la política de concesiones son instrumentos poderosos de la política económica del Estado obrero. Si, por consiguiente, las leyes y los métodos del Estado socialista no pueden imponerse al mercado mundial, las relaciones de la economía socialista con el mercado mundial dependen, sin embargo, en una cierta medida, de la voluntad del Estado obrero. Por consiguiente, un sistema de comercio exterior empleado de un modo justo alcanza una importancia excepcional y supone un crecimiento del papel de la política de concesiones del Estado obrero.
No se puede intentar en este momento llegar hasta el fondo de este tema. Estas líneas intentan únicamente formularlo. Esta cuestión consta de dos partes. En primer lugar: ¿con qué métodos y hasta qué punto la planificación y la dirección del Estado obrero son capaces de preservar nuestra economía de la influencia de las fluctuaciones del mercado capitalista? En segundo lugar: ¿en qué medida y con qué métodos el Estado obrero puede proteger el desarrollo futuro de las tendencias socialistas de la economía contra las trampas capitalistas del mercado mundial?
Estas dos cuestiones se planteaban igualmente en el marco de la economía “cerrada”. Pero adquieren actualmente una importancia que ha crecido al nivel del mercado mundial. Desde ambos puntos de vista, el elemento de planificación de la economía adquiere una significación incomparablemente mayor que durante el período anterior. El mercado nos sometería sin duda alguna a su imperio si nos enfrentáramos únicamente al nivel del mercado, porque el mercado mundial es más fuerte que nosotros. Nos debilitaría mediante sus fluctuaciones económicas y, tras habernos debilitado, nos cohersionaría a través de la superioridad cuantitativa y cualitativa de su masa de mercancías.
Sabemos cómo un trust capitalista cualquiera trata de preservarse de la influencia de las grandes fluctuaciones de la oferta y de la demanda. Incluso un trust que se encuentra en la situación de casi monopolio no se plantea como tal cubrir todo el mercado con su producción en todo momento. En los períodos de gran auge los trusts admiten a menudo la existencia de otras empresas no incorporadas al trust, les permiten cubrir los excedentes de la demanda y se liberan de este modo de hacer nuevas inversiones riesgosas de capital. Estas empresas, son entonces las víctimas de una nueva crisis: a menudo es el propio trust quien las compra por un precio irrisorio. El trust enfrenta el próximo boom con fuerzas productivas mayores. Si la demanda supera de nuevo su capacidad de producción, el trust comienza otra vez el mismo juego. En otras palabras, los trusts capitalistas se esfuerzan en garantizar únicamente una demanda absolutamente asegurada y se extienden a medida que ésta aumenta, mientras que le asignan, en la medida de lo posible, todos los riesgos asociados con las fluctuaciones de las condiciones económicas, a organizaciones temporarias más débiles, que juegan así el rol de un ejército de reserva en la producción. Este esquema naturalmente no se sigue siempre y en todo lugar, pero es sin embargo un proceso típico y nos hemos servido de él para mostrar nuestro pensamiento. La industria socializada representa el “trust de los trusts”. Este gigantesco instrumento de producción puede plantearse incluso en un grado menor que un trust capitalista específico, seguir todas las curvas de las demandas del mercado. La industria del Estado reunida en un solo trust debe esforzarse en cubrir una demanda asegurada por todo el desarrollo precedente, utilizando en la medida en que sea posible el ejército de capitalista privado de reserva para garantizar la demanda excedente momentánea, la cual puede ser seguida por una nueva restricción del mercado. La función de este ejército de reserva es cumplida por la industria privada interior, incluyendo las concesiones, y por la masa de mercancías del mercado mundial. En este sentido, precisamente, hemos hablado de la importancia reguladora del sistema de comercio interior y de la política de concesiones.
El Estado importa tales medios de producción, tales materias primas, tales artículos de consumo en la medida en que sean absolutamente necesarios para la conservación, la mejora y la expansión planificada del procesos de producción. Reduciendo a un esquema unas relaciones extraordinariamente complejas, ello tomaría el siguiente aspecto: en el momento de una evolución del comercio mundial y de la industria mundial, nuestra exportación aumentará aún más, y al mismo tiempo aumentará la capacidad de compra de la población. Es, por consiguiente, muy claro que si nuestra industria gastara inmediatamente todas las divisas en la importación de maquinaria y de materias primas con el fin de extender las correspondientes ramas de la industria, la próxima crisis mundial que conduciría a una disminución de nuestros medios económicos condenaría por ello mismo a las ramas de la industria que se encontraran muy expuestas, y, al mismo tiempo, en cierta medida, a toda la industria, a una crisis. Tales fenómenos son, naturalmente, inevitables, hasta cierto punto. Las dos fuentes de fluctuaciones generadoras de crisis son, por una parte, la economía campesina, y, por otra, el mercado mundial. Pero el arte de la política económica consistirá en satisfacer cualquier incremento poderoso de la demanda interna sólo en la proporción asegurada por la producción del Estado; y, por el contrario, satisfacer el exceso momentáneo de la demanda en el momento adecuado, mediante la importación de productos terminados y a través de la utilización del capital privado. En estas circunstancias una depresión momentánea en las condiciones mundiales sólo actuará de un modo muy débil sobre nuestra industria nacionalizada.
La economía campesina constituye un factor extremadamente importante -y en algunos casos decisivo- en todo este trabajo de regulación. Concluímos de este sólo hecho, la gran significación que tienen las formas de organización como las cooperativas y un aparato comercial flexible, mientras continúe la pequeña economía campesina aislada. Estas organizaciones permitirán calcular y predecir las fluctuaciones en la oferta y la demanda de mercancías en la aldea.
¿Pero el proceso de nuestra “incorporación” en el mercado mundial no puede dar lugar a otros peligros aún mayores?
En el caso de una guerra o de un bloqueo, ¿no estamos amenazados de la ruptura mecánica de un gran número de elementos vitales para nosotros? No debemos olvidar que el mundo capitalista es nuestro enemigo mortal, etc. Estos pensamientos acosan las mentes de muchos. Entre los jefes de la producción se pueden encontrar muchos adherentes inconscientes o semiinconscientes de la economía “cerrada”. Tenemos que decir algunas palabras sobre este tema. Los préstamos, al igual que las concesiones y que la dependencia creciente de las exportaciones y las importaciones, dan lugar, naturalmente, a ciertos peligros. Se deduce de ello que no hay que soltar las riendas en ningún momento y en ninguno de estos procesos. Pero existe también el peligro contrario, y no menor, el peligro que consiste en retrasar el desarrollo económico, en disminuir la velocidad de su avance, este peligro no es menor que el que surge de la utilización activa de todas las posibilidades de las relaciones mundiales. Pero nosotros no tenemos una libertad total en la elección del ritmo de marcha, porque vivimos y nos desarrollamos bajo la presión de la economía mundial.
El argumento del peligro de la guerra o del bloqueo en el caso de nuestra “incorporación” al mercado mundial puede parecer muy mezquino y muy abstracto. En la medida en que el intercambio internacional bajo todas sus formas nos fortifica económicamente, nos fortalece igualmente para el caso de un bloqueo o de una guerra. No puede haber ninguna duda de que nuestros enemigos pueden todavía intentar hacernos sufrir esta prueba. Pero, en primer lugar, cuanto más se multipliquen nuestras relaciones económicas internacionales, más nuestros eventuales enemigos tendrán dificultades para romperlas. Y, en segundo lugar, si a pesar de todo llegara el caso, seríamos mucho más fuertes que con un desarrollo cerrado, y por consiguiente retrasado.
La experiencia histórica de los países burgueses nos proporciona algunas enseñanzas a este respecto. A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX Alemania desarrolló una industria poderosa y se convirtió, gracias a ella, en un factor extraordinariamente activo de la economía mundial. Su comercio exterior y sus relaciones con los mercados extranjeros y ultramarinos se desarrollaron en poco tiempo de un modo gigantesco. La guerra puso fin bruscamente a todo ello. Debido a su situación geográfica, Alemania se encontró desde el primer día de la guerra en un aislamiento económico casi completo. Y, sin embargo, el mundo entero fue testigo de una vitalidad y de una perseverancia realmente extraordinarias de este país altamente industrializado. La lucha precedente por los mercados para vender sus productos había sido en el país la causa de una elasticidad increíble del aparato de producción, que explotó a fondo durante la guerra sobre su limitada base nacional.
La división internacional del trabajo mundial es un factor que no puede ignorarse. No podemos acelerar nuestro propio desarrollo por doquier si no nos beneficiamos de un modo apropiado de los recursos que surgen de ésta.

Conclusion

A lo largo de mi exposición he permanecido siempre en el plano del proceso económico y de su evolución lógica. De este modo he eliminado conscientemente casi todos los demás factores que no solamente influyen sobre el desarrollo económico, sino que son capaces incluso de darle una dirección totalmente opuesta. Este análisis económico parcial es justo y necesario metodológicamente, en cuanto que se trata de una visión general de un proceso extraordinariamente complejo que se extiende a lo largo de un número de años.
Es preciso encontrar las soluciones prácticas de cada momento teniendo en cuenta, en la medida de lo posible, todos los factores en su conjunto en cada instante. Pero cuando se trata de tener una visión general del desarrollo económico a lo largo de un período, es absolutamente preciso eliminar los factores superestructurales, en particular, el factor político. Una guerra, por ejemplo, podría tener una influencia decisiva sobre nuestro desarrollo hacia una dirección, mientras que la victoria de la revolución europea lo afectaría en dirección opuesta. Esto es verdad no solamente para acontecimientos que provengan del exterior. Los procesos económicos internos producen una acción política refleja muy complicada, que puede convertirse en un factor muy importante. La diferenciación económica de la aldea que no implica, como lo hemos demostrado, ningún peligro económico inmediato, es decir, el peligro del rápido incremento de las tendencias capitalistas, puede producir, en ciertas circunstancias, tendencias políticas que serían hostiles al desarrollo socialista.
Las condiciones políticas -tanto las condiciones internas como las internacionales- representan un complicado encadenamiento de problemas cada uno de los cuales exige un análisis particular, en estrecha relación con la economía, naturalmente. Este análisis no ha sido tomado en consideración, dado el fin que se proponía este estudio. Trazar las tendencias fundamentales del desarrollo de la base económica no significa, naturalmente, dar una explicación perfecta de todos los cambios en la superestructura política, que no sólo tienen su propia lógica interna, sino también sus tareas y sus dificultades. Una orientación económica general no sustituye la orientación política, sólo la facilita.
De este modo hemos dejado conscientemente al margen a lo largo de nuestro análisis la pregunta: ¿cuánto tiempo puede durar el orden capitalista? ¿Qué variaciones atravesará y en qué sentido se desarrollará? En este punto son posibles algunas variantes. Y aunque no tenemos intención de examinarlas en estas líneas finales; debemos mencionarlas. Quizá podamos volver sobre ellas en otro trabajo.
El modo más simple de resolver la cuestión de la victoria del socialismo es mediante la hipótesis de que la revolución proletaria tendrá lugar en Europa en los próximos años. Esta “variante” no es en absoluto inverosímil. Pero, desde el punto de vista del pronóstico socialista, ello no supone ninguna dificultad para nosotros. Es evidente que la fusión de la Unión Soviética con la economía de una Europa soviética, resolvería con éxito la cuestión de los coeficientes de comparación de la producción socialista y capitalista, por muy fuerte que fuera la resistencia de América. Y podría preguntarse si esta resistencia duraría mucho tiempo.
La cuestión se complica enormemente si se supone provisoriamente que el mundo capitalista que nos rodea se mantendrá todavía varios decenios. Pero tal suposición no tendría, en sí misma, ningún sentido si no la concretamos mediante un cierto número de otras suposiciones. ¿Qué sucede en este caso, en el proletariado europeo e igualmente en el proletariado americano? ¿Cuáles serán las fuerzas productivas del capital? ¿Y si los decenios que hemos supuesto con reservas, fueran décadas de flujos y reflujos tumultuosos, de cruel guerra civil, de estancamiento o incluso de decadencia económica, es decir, una prolongación del trabajo de parto que precede al nacimiento del socialismo? En estas condiciones, parece evidente que en el período de transición nuestra economía alcanzaría el predominio simplemente a causa de la estabilidad incomparable de nuestra base económica.
Si se supone, por el contrario, que en el curso de los próximos decenios se conformara en el mercado mundial un nuevo equilibrio dinámico, una reproducción, aunque más amplia, del período comprendido entre 1871 y 1914, entonces el problema adquiere un aspecto completamente diferente. Este “equilibrio” equivaldría a suponer una nueva expansión de las fuerzas productivas. Porque el relativo “amor a la paz” de la burguesía y del proletariado y el giro oportunista de la socialdemocracia y de los sindicatos durante los años que han precedido a la guerra mundial sólo fueron posibles por el enorme boom en la industria. Es completamente evidente que lo improbable se hará real si lo imposible se vuelve posible. Si el capitalismo mundial y, más específicamente, el capital europeo, encontrara un nuevo equilibrio dinámico (no mediante sus inconstantes combinaciones gubernamentales, sino mediante sus fuerzas productivas), si la producción capitalista experimentara en los próximos años o décadas un renacimiento, esto nos colocaría en la posición particular de estar obligados a alcanzar a un tren expreso, aunque estamos todavía tratando de cambiar nuestro lento tren de carga por un tren de pasajeros. Dicho más simplemente, ello significaría que nos habríamos equivocado en las apreciaciones históricas fundamentales, ello significaría que el capitalismo no ha cumplido todavía su “misión” histórica y que la fase imperialista en que nos encontramos no sería forzosamente una fase de decadencia del capitalismo, la fase de su agonía, de su descomposición, sino la precondición de un nuevo período de prosperidad.
Es evidente que bajo las condiciones de un renacimiento capitalista en Europa y en el mundo entero, que posiblemente dure varios años, el socialismo en un país atrasado se enfrentaría con peligros colosales. ¿Cuál sería la naturaleza de estos peligros? Podrían ser los peligros que surgen de una nueva guerra que, esta vez, el proletariado europeo “apaciguado” por las condiciones prósperas sería nuevamente incapaz de impedir, y en la que el enemigo tendría una superioridad técnica colosal. O podría tomar la forma de una inundación de mercancías capitalistas que serían mucho mejores y más baratas que las nuestras, que podrían quebrar el monopolio del comercio exterior y, junto con él, las otras bases de nuestra economía socialista. Esta es, en el fondo, una cuestión de importancia menor. Pero es evidente para todos los marxistas que el socialismo en un país atrasado se encontraría bajo enorme presión, si al capitalismo se le diera nuevamente una oportunidad no sólo de vegetar, sino de desarrollar las fuerzas productivas en los países más avanzados por un largo período de años.
Pero no existe ciertamente ninguna razón válida para adoptar esta segunda variable, y sería una tontería supervalorar primeramente una perspectiva fantasiosa y romperse después la cabeza para encontrar una salida a la misma.
El sistema económico europeo y mundial representa actualmente una acumulación tal de contradicciones -que no favorecen su desarrollo, sino que lo socavan a cada paso- que la historia nos proporcionará en los próximos años, ocasiones más que suficientes para lograr una tasa acelerada de crecimiento con tal de que explotemos como es necesario todos los medios de nuestra propia economía y de la economía mundial. Al mismo tiempo, el desarrollo europeo desplazará, aunque con dudas y desviaciones, el “coeficiente” de la fuerza política en favor del proletariado revolucionario. En general se puede suponer que el resultado del balance histórico será más que satisfactorio para nosotros.