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Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición (compilación)

El Nuevo Curso (Cap. IV, VI, VII. Punto III)

El Nuevo Curso (Cap. IV, VI, VII. Punto III)

EL NUEVO CURSO[1]
(Capítulos IV, VI, VII, Punto III)

Diciembre de 1923

IV. El burocratismo y la revolución

1. Las condiciones esenciales que además de obstaculizar la realización del ideal socialista muchas veces constituyen para la revolución una fuente de pruebas penosas y graves peligros son suficientemente conocidas. Ellas son: a) las contradicciones sociales internas de la revolución que, en la época del “comunismo de guerra”, eran automáticamente reprimidas pero que, bajo la NEP, se desarrollan fatalmente y tratan de encontrar una expresión política; b) la amenaza contrarrevolucionaria que representan para la república soviética los Estados imperialistas.
2. Las contradicciones sociales de la revolución son contradicciones de clase. ¿Cuáles son las clases fundamentales en nuestro país? Ellas son: a) el proletariado; b) el campesinado; c) la nueva burguesía, con el sector de intelectuales burgueses que la recubre.
Desde el punto de vista económico y político, el primer lugar lo ocupa el proletariado organizado en Estado y el campesinado que proporciona los productos agrícolas, predominantes en nuestra economía. La nueva burguesía desempeña principalmente el papel de intermediario entre la industria soviética y la agricultura, así como entre los diferentes sectores de esa industria y las diferentes ramas de la economía rural. Pero no se limita a ser un intermediario comercial sino que parcialmente asume también el papel de organizador de la producción.
3. Haciendo abstracción de la rapidez del desarrollo de la revolución proletaria en occidente, la marcha de nuestra revolución estará determinada por el crecimiento proporcional de los tres elementos fundamentales de nuestra economía: industria soviética, agricultura, capital comercial e industria privada.
4. Las analogías históricas con la gran Revolución Francesa (caída de los jacobinos) que establecen el liberalismo y el menchevismo, y con las que intentan consolarse, son superficiales e inconsistentes. La caída de los jacobinos estaba predeterminada por la falta de madurez de las relaciones sociales: la izquierda (artesanos y comerciantes arruinados), privada de la posibilidad de desarrollo económico no podía constituir un apoyo firme para la revolución; la derecha (burguesía) crecía inevitablemente; además, Europa, económica y políticamente más atrasada, impedía que la revolución se extendiera más allá de los límites de Francia.
En todos estos aspectos, nuestra situación es incomparablemente más favorable. En nuestro caso, el centro, juntamente con la izquierda de la revolución, es el proletariado, cuyas tareas y objetivos coinciden totalmente con la realización del ideal socialista. El proletariado es políticamente tan fuerte que, al permitir dentro de ciertos límites, la formación a su lado de una nueva burguesía, hace participar al campesinado en el poder del Estado no por intermedio de la burguesía y de los partidos pequeños burgueses, sino directamente, cerrando de ese modo a la burguesía el acceso a la vida política. La situación económica y política de Europa no solamente no excluye sino que hace inevitable la extensión de la revolución a su territorio. Mientras que en Francia la política de los jacobinos, a pesar de ser la más clarividente, era incapaz de modificar radicalmente el curso de los acontecimientos, entre nosotros, donde la situación es infinitamente más favorable, la justeza de una línea política trazada según los métodos del marxismo será por largo tiempo un factor decisivo para la salvaguardia de la revolución.
5. Aceptemos la hipótesis histórica más desfavorable para nosotros. Si se produjera un rápido desarrollo del capital privado, esto significaría que la industria y el comercio soviéticos, incluida la cooperación, no aseguran la satisfacción de las necesidades de la economía campesina. Además demostraría que el capital privado se interpone cada vez más entre el Estado obrero y el campesinado, y adquiere una influencia económica, y por lo tanto política, sobre este último. Es evidente que semejante ruptura entre la industria soviética y la agricultura, entre el proletariado y el campesinado, constituiría un grave peligro para la revolución proletaria, un síntoma de la posibilidad de triunfo de la contrarrevolución.
6. ¿Cuales son las vías políticas que podrían conducir a la victoria de la contrarrevolución si las hipótesis económicas que acabamos de exponer se realizaran? Podría haber varias: la caída del partido obrero, su degeneración progresiva, una degeneración parcial acompañada de escisiones y de perturbaciones contrarrevolucionarias.
La realización de una u otra de esas eventualidades dependerá sobre todo de la rapidez del desarrollo económico. En el caso en que el capital privado llegue poco a poco, lentamente, a dominar al capital soviético, el aparato soviético sufriría posiblemente una degeneración burguesa con las consecuencias que eso acarrearía para el partido. Si el capital privado creciera rápidamente y llegara a ponerse en contacto, a soldarse con el campesinado, las tendencias contrarrevolucionarias activas dirigidas contra el partido probablemente prevalecerían.
Si exponemos en forma cruda esas hipótesis, no es evidentemente porque las consideremos históricamente probables (por el contrario, su probabilidad es mínima) sino porque sólo esa manera de plantear el problema permite una orientación justa y, en consecuencia, la adopción de todas las medidas preventivas posibles. Nuestra superioridad, en cuanto marxistas, reside en nuestra capacidad de distinguir y de captar las nuevas tendencias y los nuevos peligros, aún en el caso de encontrarse todavía en estado embrionario.
7. La conclusión de lo que acabamos de decir referido al aspecto económico nos remite al problema de las “tijeras”, es decir a la organización racional de la industria, a su coordinación con el mercado campesino. Perder el tiempo en esta situación específica significa reducir nuestra lucha contra el capital privado. Y ésta es la tarea principal, la clave esencial del problema de la revolución y del socialismo.
8. Si el peligro contrarrevolucionario surge -como hemos dicho- de ciertas relaciones sociales, esto no significa que, con una política justa no se pueda prevenir ese peligro (aun en condiciones económicas desfavorables para la revolución), disminuirlo, alejarlo, aplazarlo. Ahora bien, lograr aplazar un peligro puede ser la salvación de la revolución, al lograr asegurarle ya sea un viraje favorable para la economía interna o el contacto con la revolución victoriosa europea.
Por eso, sobre la base de la política económica indicada anteriormente, es necesaria una determinada política del Estado y del partido (incluida una determinada política dentro el partido) que tenga por objeto contrarrestar la acumulación y el reforzamiento de las tendencias dirigidas contra la dictadura de la clase obrera y alimentadas por las dificultades y los fracasos del desarrollo económico.
9. La heterogeneidad de la composición social de nuestro partido refleja las contradicciones objetivas del desarrollo de la revolución, con las tendencias y peligros que se derivan de ello:
 las células de fábrica, que aseguran la vinculación entre el partido y la clase fundamental de la revolución, representan una sexta parte de los efectivos del partido;
 pese a todos sus aspectos negativos, las células de las instituciones soviéticas aseguran al partido la dirección del aparato del Estado; también su importancia es considerable; los viejos militantes participan en gran medida en la vida el partido a través de estas células;
 las células rurales dan al partido una cierta vinculación (muy débil aún) con el campo;
 las células militares realizan la vinculación del partido con el ejército y, a través suyo, con el campo (sobre todo);
 finalmente, en las células de las instituciones de enseñanza, todas esas tendencias e influencias se mezclan y entrecruzan.
10. Por su composición de clase, las células de fábrica son, por supuesto, fundamentales. Pero como sólo constituyen una sexta parte del partido y sus elementos más activos fueron retirados, para ser afectados al aparato del partido o del Estado, el partido no puede, por desgracia, apoyarse únicamente (o ni siquiera preferentemente) en ellas.
11. Las tendencias contrarrevolucionarias pueden encontrar apoyo en los kulaks, los intermediarios, los revendedores, los concesionarios, en una palabra, entre elementos mucho más capaces de absorber el aparato de Estado que el propio partido.
Sólo las células campesinas y militares podrían estar amenazadas por una influencia más directa y hasta por una penetración por parte de los kulaks. Sin embargo, la diferenciación del campesinado representa un factor capaz de contrarrestar esta influencia. La no admisión de los kulaks en el ejército (comprendidas las divisiones territoriales) debe no sólo seguir siendo una regla inviolable, sino también convertirse en un factor esencial de la educación política de la juventud rural, de las unidades militares y sobre todo de las células militares.
Los obreros asegurarán su papel dirigente en las células militares oponiendo políticamente las masas rurales laboriosas del ejército con los sectores renacientes de los kulaks. Esta oposición deberá igualmente ser explicada. El éxito de esta acción evidentemente dependerá, en definitiva, de la medida en que la industria estatal logre satisfacer las necesidades del campo.
Pero cualquiera que sea la rapidez de nuestro desarrollo económico, nuestra línea política fundamental en las células militares debe estar dirigida no sólo contra la nueva burguesía, sino ante todo contra el sector de los kulaks, único apoyo serio y posible de todas las tentativas contrarrevolucionarias. Desde este punto de vista, es necesario un análisis más minucioso de los diferentes elementos del ejercito desde el punto de vista de su composición social.
12. Es indudable que por medio de las células rurales y militares se infiltran y se infiltrarán en el partido tendencias que reflejan más o menos el campo, con las características especiales que lo distinguen de la ciudad. Si no ocurriera así, las células rurales no tendrían ningún valor para el partido.
Las modificaciones del estado de ánimo que se manifiestan en esas células constituyen para el partido un aviso o una advertencia. La posibilidad de dirigir a esas células según la línea del partido dependen de la justeza de la dirección general del partido así como de su régimen interno y, finalmente, de nuestros éxitos en la solución del problema decisivo.
13. El aparato de Estado es la causa principal del burocratismo. Por una parte, absorbe a una gran cantidad de los elementos más activos del partido y enseña a los más capaces los métodos de administrar a los hombres y las cosas pero no la dirección política de las masas. Además acapara en gran medida la atención del aparato del partido, a quien influye con sus métodos administrativos.
Esa es la causa, en gran medida, del burocratismo del aparato, que amenaza con separar al partido de las masas. Precisamente este peligro es ahora el más evidente e inmediato. En las condiciones actuales, la lucha contra los otros peligros debe comenzar con la lucha contra el burocratismo.
14. Es indigno de un marxista considerar que el burocratismo es sólo el conjunto de los malos hábitos de los empleados de oficina. El burocratismo es un fenómeno social en tanto que sistema determinado de administración de los hombres y de las cosas. Sus causas más profundas son la heterogeneidad de la sociedad, la diferencia de los intereses cotidianos y fundamentales de los diferentes grupos de la población. El burocratismo se complica debido a la carencia de cultura de las masas. Entre nosotros, la causa esencial del burocratismo reside en la necesidad de crear y sostener un aparato estatal que una los intereses del proletariado con los del campesinado en una armonía económica perfecta de la que aún estamos muy lejos. La necesidad de mantener permanentemente un ejército es también otra causa importante del burocratismo.
Es evidente que los fenómenos sociales negativos que acabamos de enumerar y que alimentan ahora al burocratismo podrían, si continuaran desarrollándose, poner en peligro a la revolución. Ya mencionamos anteriormente esta hipótesis: el creciente desacuerdo entre la economía soviética y la economía campesina, el fortalecimiento de los kulaks en el campo, su alianza con el capital comercial e industrial privado serían, dado el nivel cultural de las masas trabajadoras del campo y en parte de la ciudad, las causas de los eventuales peligros contrarrevolucionarios.
En otros términos, el burocratismo en el aparato de Estado y en el partido es la expresión de las peores tendencias inherentes a nuestra situación, de los defectos y de las desviaciones de nuestro trabajo que, en ciertas condiciones sociales, pueden socavar las bases de la revolución. Y en este caso, como en muchos otros, la cantidad, en un nivel determinado, se transformará en calidad.
15. La lucha contra el burocratismo del aparato estatal es una tarea excepcionalmente importante, pero que exige mucho tiempo, y más o menos paralela a nuestras otras tareas fundamentales: la reconstrucción económica y la elevación del nivel cultural de las masas.
El instrumento histórico más importante para la realización de todas estas tareas es el partido. Evidentemente, el partido no puede prescindir de las condiciones sociales y culturales del país. Pero, en cuanto organización voluntaria de vanguardia de los mejores elementos, los más activos, los más conscientes de la clase obrera, puede, en mucha mayor medida que el aparato de Estado, prevenirse contra las tendencias del burocratismo. Para ello, debe ver claramente el peligro y combatirlo sin descanso.
De allí la enorme importancia de la educación de la juventud del partido, basada en la iniciativa personal, si se quiere modificar el funcionamiento del aparato de Estado y transformarlo.

VI. La “subestimación” del campesinado

Algunos camaradas han adoptado en materia de crítica política, métodos muy particulares: afirman que me equivoco hoy en tal o cual cuestión porque no tuve razón en un determinado problema hace, por ejemplo, quince años.
Este método simplifica considerablemente mi tarea. Pero lo que habría que hacer es estudiar los problemas actuales por sí mismos.
Un problema planteado hace muchos años está desde hace tiempo agotado y juzgado por la historia, y para referirse a él no hace falta grandes esfuerzos de inteligencia; sólo es preciso memoria y buena fe. Pero en este sentido, no puedo decir que siempre ocurra así con mis críticos. Y voy a probarlo con un ejemplo relativo a uno de los problemas más importantes.
Uno de los argumentos favoritos en algunos medios durante estos últimos tiempos consiste en indicar -sobre todo indirectamente- que yo “subestimo” el papel del campesinado. Pero en vano se buscará en mis adversarios un análisis de este problema, hechos, citas; en una palabra, cualquier tipo de prueba. Casi siempre sus argumentaciones se reducen a alusiones a la teoría de la “revolución permanente” y a dos o tres rumores de antesala. Nada más ni nada menos.
En lo concerniente a la teoría de la revolución permamente, no veo ninguna razón para renegar de lo que he escrito al respecto en 1904, 1905, 1906 y posteriormente. Aún ahora insisto en considerar que las ideas que yo desarrollaba en esa época están en su conjunto mucho más próximas al verdadero leninismo que la mayoría de los escritos que publicaban por ese entonces numerosos bolcheviques. La expresión “revolución permanente” pertenece a Marx, quien la aplicaba a la revolución de 1848. En la literatura marxista revolucionaria ese término siempre tuvo carta de ciudadanía. Franz Mehring lo usó a propósito de la revolución de 1905-1907. La revolución permanente es la revolución continua, sin interrupción. ¿ Cuál es el pensamiento político que se intenta resumir en esta expresión?
Para nosotros comunistas, este pensamiento consiste en la afirmación de que la revolución no acaba luego de una determinada conquista política, luego de la obtención de una determinada reforma social, sino que continua desarrollándose hasta la realización del socialismo integral. Así pues, una vez comenzada, la revolución (en la que participamos y que dirigimos) en ningún caso es interrumpida por nosotros en una etapa formal determinada.
Por el contrario, no dejamos de realizar y de llevar adelante a esta revolución, conforme a la situación, en tanto que ella no haya agotado todas las posibilidades y todos los recursos del movimiento. Este concepto se aplica tanto a las conquistas de la revolución en un país como a su ampliación en el área internacional. En el caso de Rusia esta teoría significaba: lo que necesitamos no es la república burguesa ni tampoco la dictadura democrática del proletariado y del campesinado, sino el gobierno obrero apoyado por el campesinado que inicie la era de la revolución socialista internacional[2].
Así pues, la idea de la revolución permanente coincide totalmente con la línea estratégica fundamental del bolchevismo. En rigor, podía no vérsela así hace una quincena de años. Pero es imposible no comprenderla y no reconocerla ahora, cuando las fórmulas generales han sido verificadas por la experiencia.
No se podrá descubrir en mis escritos de esa época la menor tentativa de “pasar por encima” del campesinado. La teoría de la revolución permanente conducía directamente al leninismo y en particular a las Tesis de Abril de 1917. Ahora bien, esas tesis que predeterminaron la política de nuestro partido con vistas a octubre y en el momento de la insurrección provocaron, como se sabe, el pánico en muchos de aquellos que ahora sólo hablan con un santo horror de la teoría de la revolución permanente.
Analizar todos esos problemas con camaradas que desde hace tiempo dejaron de leer y viven únicamente de sus recuerdos de juventud es cosa penosa y por otra parte inútil. Pero los camaradas, y en primer lugar los jóvenes comunistas, que poseen aún el fuego sagrado del partido, y que en todo caso, no se dejan asustar por las palabras cabalísticas como tampoco por la palabra “permanente”, harán bien en leer, lápiz en mano, las obras de esa época, a favor y en contra de la revolución permanente y en tratar de vincularlas con la Revolución de Octubre.
Sin embargo, lo que importa aún más es el estudio de los hechos durante y después de octubre. Allí se pueden verificar todos los detalles. Inútil es decir que con respecto a la adopción política por parte de nuestro partido del programa agrario de los socialistas revolucionarios no hubo entre Lenin y yo ni la sombra de un disentimiento. Lo mismo ocurrió en lo que respecta al decreto sobre la tierra.
Quizás nuestra política campesina haya sido errónea en algunos puntos particulares, pero nunca provocó entre nosotros la más mínima divergencia. Nuestra política se orientó hacia el campesinado medio con mi activa participación. La experiencia del trabajo en el sector militar contribuyó en gran medida a la realización de esta política. ¿Cómo se habría podido subestimar el papel y la importancia del campesinado en la formación de un ejército revolucionario reclutado entre los campesinos y organizado con la ayuda de los obreros más esclarecidos?
Basta examinar nuestra literatura política militar para ver hasta que punto estaba impregnada de la idea de que la guerra civil es políticamente la lucha del proletariado en oposición a los contrarrevolucionarios por la conquista del campesinado y que la victoria sólo puede ser asegurada con el establecimiento de relaciones racionales entre los obreros y los campesinos, tanto en un regimiento aislado como a escala de las operaciones militares y en todo el Estado.
En marzo de 1919, en un informe enviado al Comité Central desde la región del Volga donde me encontraba entonces, yo sostenía la necesidad de una aplicación más efectiva de nuestra política orientada hacia el campesino medio y protestaba por la negligencia del partido al respecto. En un informe inspirado directamente por una discusión en la organización de Senguileev, yo escribía:
“La situación política actual -que, por otra parte, quizás dure largo tiempo- corresponde a una realidad económico-social mucho más profunda, pues si la revolución proletaria triunfa en Occidente, para realizar el socialismo deberemos apoyarnos en gran medida en el campesino medio y hacerlo participar de la economía socialista.”
Sin embargo, la orientación hacia el campesino medio, en su primera forma (“testimoniar interés por el campesinado”, “no darle órdenes”, etc.) se rebeló insuficiente. Cada vez más se sentía la necesidad de modificar la política económica. Influido por mis observaciones por el estado de ánimo del ejército y mis comprobaciones durante un viaje de inspección económica que realicé en la zona de los Urales, escribí al Comité Central en 1920:
“La política actual de requisa de los productos alimenticios, de responsabilidad colectiva para la entrega de estos productos y de reparto equitativo de los productos industriales provoca la decadencia progresiva de la agricultura, la dispersión del proletariado industrial y amenaza con desorganizar totalmente la vida económica del país.”
Como medida práctica fundamental yo proponía:
“Reemplazar la requisa de los excedentes por un descuento proporcional a la cantidad de la producción (una especie de impuesto progresivo sobre el ingreso) y establecido de tal modo que siempre sea ventajoso aumentar la superficie sembrada o cultivarla mejor.”
Mi textoI proponía en resumen, pasar a la NEP en el campo. A esta proposición estaba vinculada otra que concernía a la nueva organización de la industria, proposición mucho menos detallada y mucho mas circunspecta, pero dirigida en general contra el régimen de las “centrales” que suprimía toda coordinación entre la industria y la agricultura[3].
Esas proposiciones fueron rechazadas por el Comité Central. Esa fue nuestra única divergencia de opinión sobre el problema campesino.
¿En qué medida la adopción de la NEP era racional en febrero de 1920? Las opiniones pueden diferir al respecto. Personalmente, estoy seguro de que habría sido ventajosa. En todo caso, de los documentos que acabo de citar es imposible sacar la conclusión de que yo ignoraba sistemáticamente al campesinado o que no apreciaba suficientemente el papel que desempañaba...
La discusión sobre los sindicatos fue provocada por el impasse económico en que nos hallábamos debido a la requisa de los productos alimenticios y del régimen de las omnipotentes “centrales”. ¿La vinculación de los sindicatos con los órganos económicos podía remediar la situación? Evidentemente no. Pero ninguna otra medida podía tampoco arreglar la situación mientras subsistiese el régimen económico del “comunismo de guerra”.
Esas discusiones episódicas desaparecieron ante la decisión de recurrir al mercado, decisión de una importancia capital y que no suscitó ninguna divergencia. La nueva resolución relativa a la tarea de los sindicatos sobre la base de la NEP fue elaborada por Lenin en el X y XI Congreso y adoptada por unanimidad.
Podría citar por lo menos una decena de otro hechos políticamente menos importantes pero que desmienten también claramente la fábula de mi pretendida “subestimación del papel del campesinado”.¿Es, sin embargo, necesario, es acaso posible refutar una afirmación totalmente indemostrable y basada únicamente en la mala fe o, en el mejor de los casos, en una carencia de memoria?
¿Es cierto, por otra parte, que la característica fundamental del oportunismo internacional sea la subestimación del papel del campesinado? Esto no es verdad. La característica esencial del oportunismo, incluido nuestro mencheviquismo ruso, es la subestimación del papel del proletariado o, más exactamente, la falta de confianza en su fuerza revolucionaria.
Los mencheviques fundaban toda su argumentación contra la toma del poder por parte del proletariado en el gran número de campesinos y en su papel social determinante en Rusia. Los socialistas revolucionarios consideraban que el campesinado estaba hecho para dirigir al país, bajo su dirección y por su intermedio.
Los mencheviques, que hicieron causa común con los socialistas revolucionarios en los momentos más críticos de la revolución, estimaban que por su misma naturaleza el campesinado estaba destinado a ser el apoyo principal de la democracia burguesa, a la cual ayudaban en toda ocasión, ya sea sosteniendo a los socialistas revolucionarios o a los cadetes[4]. En realidad, en estas combinaciones, los mencheviques y los socialistas revolucionarios entregaron a la burguesía a los campesinos atados de pies y manos.
Se puede afirmar, es cierto, que los mencheviques y los socialistas revolucionarios el probable papel del campesinado con respecto a la burguesía; pero subestimaban más aún el papel del proletariado con respecto al del campesinado. Y de esta última subestimación derivaba lógicamente la primera.
Los mencheviques rechazaban como una utopía, como un sinsentido, el papel dirigente del proletariado respecto al campesinado, con todas las consecuencias que de allí derivaban, es decir la conquista del poder por parte del proletariado apoyado en el campesinado. Este era el punto débil de los mencheviques.
Por otra parte, ¿cuáles eran, en nuestro propio partido, los principales argumentos contra la toma de poder antes de octubre? ¿Consistían en una subestimación del papel del campesinado? Por el contrario, eran una sobrestimación de su papel en relación al del proletariado. Los camaradas que se oponían a la toma del poder alegaban principalmente que el proletariado sería aplastado por el elemento pequeño burgués cuya base era una población de más de cien millones de campesinos.
El término “subestimación” por sí solo no expresa nada ni teórica ni políticamente, pues se trata no del peso absoluto del campesinado en la historia sino de su papel y de su importancia con relación a otras clases: por una parte con la burguesía y por otra con el proletariado.
El problema puede y debe ser planteado concretamente, es decir, desde la perspectiva de la relación dinámica de las fuerzas de las diversas clases. El problema que tiene para la revolución una importancia considerable políticamente (decisiva en ciertos casos pero diferente según el país) reside en saber si, en el período revolucionaro, el proletariado arrastrará consigo a los campesinos y en qué proporción.
El problema que, desde el punto de vista económico, tiene una gran importancia (decisiva en algunos países como el nuestro, pero muy diferente según el caso) es saber en qué medida el proletariado en el poder logrará conciliar las exigencias de la construcción del socialismo con las de la economía campesina.
Pero en todos los países y en todas las condiciones, la característica esencial del oportunismo reside en la sobrestimación de la fuerza de la clase burguesa y en la subestimación de la fuerza del proletariado.
Ridícula, por no decir absurda, es la pretensión de establecer una fórmula bolchevique universal del problema campesino, válida para la Rusia de 1917 y para la de 1923, para América con sus granjeros y para Polonia con su gran propiedad terrateniente.
El bolchevismo comenzó con el programa de la restitución de su pedazo de tierra al campesino, reemplazó ese programa por el de la nacionalización, hizo suyo, en 1917, el programa agrario de los socialistas revolucionarios, estableció el sistema de la requisa de los productos alimenticios, luego lo reemplazó por el impuesto a los alimentos... Y sin embargo, estamos todavía muy lejos de haber solucionado el problema campesino y habrá que efectuar muchos cambios y virajes en ese sentido.
¿Acaso no es evidente que no se puede disgregar las tareas prácticas actuales en fórmulas generales creadas por la experiencia del pasado? ¿Que no se puede reemplazar la solución de los problemas de organización económica con recurrir simplemente a la tradición? ¿Que no se puede, cuando se decide emprender un camino histórico, basarse únicamente en recuerdos y analogías?
En la actualidad, el objetivo económico fundamental consiste en establecer entre la industria y la agricultura y, en consecuencia, dentro de la industria, una correlación que permita a la industria desarrollarse con el mínimo de crisis, enfrentamientos y perturbaciones y que asegure a la industria y al comercio estatales un predominio creciente sobre el capital privado.
Ese es el problema general, que se divide a su vez, en una serie de problemas particulares: ¿Cuáles son los métodos a seguir para el establecimiento de una armonía racional entre la ciudad y el campo?, ¿entre los transportes, las finanzas y la industria?, ¿entre la industria y el comercio? ¿Cuáles son, finalmente, los datos estadísticos concretos que permitan en todo momento establecer los planes y los cálculos económicos más apropiados para la situación?
Evidentemente, estos son problemas cuya solución no puede estar predeterminada por una fórmula política general cualquiera. La respuesta concreta hay que hallarla en el proceso de realización.
Lo que el campesino nos pide no es la repetición de una fórmula histórica justa de las relaciones de clase (“soldadura” entre la ciudad y el campo, etc.) sino que le proporcionemos clavos, telas y fósforos a buen precio. Sólo podremos llegar a satisfacer esas reivindicaciones por medio de un aplicación cada vez más decidida de los métodos de registro, organización, producción, venta, verificación del trabajo, correcciones y cambios radicales.
¿Estos problemas tienen un carácter de principio de programa? No, porque ni los programas ni la tradición teórica del partido están vinculados ni pueden estarlo al respecto, puesto que carecemos de la experiencia, a partir de la cual se puede llegar a generalizar.
¿La importancia práctica de estos problemas es grande? Inconmensurable. De su solución depende la suerte de la revolución. En esas condiciones, tratar de diluir cada problema práctico y las divergencias que producen en la “tradición” del partido transformada en abstracción significa la mayoría de las veces renunciar a lo que hay de más importante en esta tradición: la situación y la solución de cada problema en su realidad integral.
Es preciso dejar de charlar sobre la subestimación del papel del campesinado. Lo que hay que hacer es rebajar el precio de las mercancías destinadas a los campesinos.

VII. El plan de la economía
(El decreto 1042)

En la discusión actual, oral y escrita, el decreto 1042 fue citado con gran frecuencia no sé por qué causa. ¿Por qué ocurre eso? ¿Cómo? Sin duda, la mayoría de los miembros del partido olvidaron la significación de ese número misterioso. Se trata de la orden del Comisariado de Transportes del 22 de mayo de 1920 referida a la reparación de las locomotoras. Me parece que desde entonces transcurrió bastante tiempo y en la actualidad hay muchos problemas más urgentes que el de la organización de la reparación de locomotoras en 1920. Existen planes e instrucciones mucho mas recientes en la metalurgia, la construcción de máquinas y en particular de máquinas agrícolas. Hay una resolución clara y precisa del XII Congreso sobre el sentido y las tareas del plan que la dirección debe realizar. Tenemos la experiencia reciente de la realización del plan de trabajo para 1923. ¿Por qué entonces precisamente ahora reaparece, como el deux ex machina del teatro romano, ese plan del período del comunismo de guerra?
Ha reaparecido porque detrás de la tramoya había directores de escena para los cuales su aparición era necesaria para el desenlace del drama. ¿Quiénes son esos directores y por qué tan súbitamente experimentaron la necesidad del decreto 1042? Es totalmente incomprensible. Habría que creer que este decreto fue exhumado por personas afectadas de una irresistible preocupación por establecer la verdad histórica. Es evidente que ellos también saben que hay muchos problemas más importantes y más actuales que el plan de reparación del material rodante de los ferrocarriles, puesto en práctica hace casi cuatro años. Pero juzguen ustedes mismos: ¿cómo seguir adelante, cómo establecer nuevos planes, cómo estar seguros de su justeza, de su éxito, sin comenzar por explicar a todos los ciudadanos rusos que el decreto 1042 era un decreto erróneo, que descuidaba el factor campesinado, que despreciaba la tradición del partido y tendía a la constitución de una fracción? A simple vista, 1042 parece un simple número de resolución. Pero no hay que dejarse llevar por las apariencias. Si se pone un poco más de atención y de clarividencia se verá que el número 1042 no es, en el fondo, mejor que el número apocalíptico 666, símbolo de la Bestia. Es preciso comenzar por aplastar la cabeza de la Bestia apocalíptica y solamente entonces se podrá hablar libremente de los nuevos planes económicos aún no cubiertos por una prescripción de cuatro años...
A decir verdad, no tenía en principio ningún deseo de entretener a mis lectores con el decreto 1042. Con mayor razón cuanto que los ataques de que es objeto se reducen a subterfugios y vagas alusiones destinadas a hacer creer que el que las utiliza sabe mucho más de lo que dice, cuando en realidad el infeliz no sabe nada de nada. En ese sentido, las “acusaciones” contra el decreto 1042 no difieren mucho de las 1041 acusaciones lanzadas contra mi... Se ha suplido la calidad por la cantidad. Se desvirtúan inescrupulosamente los hechos, se desfiguran los textos, se modifican las proporciones, se encima todo en un montón sin orden ni método. Para poder hacerse una idea clara de las divergencias y de los errores del pasado, habría que poder reconstruir exactamente la situación en ese momento. Pero, ¿cómo hacerlo? ¿Y vale la pena, cuando deliberadamente se han ignorado numerosas acusaciones esencialmente falsas, reaccionar ante la reaparición del “decreto 1042”? Luego de haber reflexionado un poco, llegué a la conclusión de que si valía la pena, porque éste es un caso típico de denuncia basada en la ligereza y la mala fe. El caso del decreto 1042 es un caso concreto, referido a la producción, y que por consiguiente contiene datos precisos, cifras y medidas. Es relativamente fácil y simple repetir informaciones seguras, citar hechos evidentes; la simple prudencia debería hacer callar a los que se ocupan del tema, pues es bastante fácil demostrar que hablan de lo que no saben ni tampoco comprenden. Además, si este ejemplo concreto, preciso, demuestra que el deux ex machina sólo es en realidad un bufón frívolo, quizás ayude al lector a comprender los métodos de puesta en escena que existen en las otras “acusaciones”, cuya vacuidad desgraciadamente es mucho menos verificable que la del decreto 1042.
Trataré, en mi exposición del caso, de no limitarme a los datos históricos y de vincular la cuestión del decreto 1042 a los problemas del plan de organización y de dirección económicas. Los ejemplos concretos que daré posiblemente hagan más claro todo este asunto.
El decreto 1042, concerniente a la reparación de las locomotoras y a la utilización metódica con ese objeto de todas las fuerzas y los recursos de la administración ferroviaria y estatal en ese campo, fue largamente elaborado por los mejores especialistas que todavía ocupan puestos elevados en la dirección de ferrocarriles. La aplicación de la orden comenzó prácticamente en mayo-junio, aunque se establecía el 1° de julio de 1920 como fecha de iniciación. El plan interesaba no solamente a los talleres de reparación de la red ferroviaria sino también a las fábricas correspondientes del Consejo de Economía Nacional. Reproducimos a continuación un cuadro comparativo que indica la realización del plan por parte de los talleres ferroviarios y por parte de las fábricas del consejo de la economía. Nuestras cifras reproducen datos oficiales incuestionables presentados periódicamente al Consejo de Trabajo y Defensa por la Comisión Principal de Transportes y firmados por los representantes del Comisariado de Transporte y del Consejo de Economía Nacional.
Así, gracias a la intensificación del trabajo en los talleres del Comisariado de Transporte, fue posible orientar desde octubre en un 28% la norma fijada, durante los primeros cuatro meses de l921, la ejecución del plan fue un poco inferior a dicha norma. Pero luego, cuando Dzherzhinski* ocupó el puesto de comisario de transporte se enfrentó con dificultades ajenas s su voluntad. Por una parte, la carencia de material y de productos elementales para el personal afectado a reparaciones; por otra parte, la gran escasez de combustible, que imposibilitaba hasta la utilización de las locomotoras existentes, En consecuencia, el Consejo de Trabajo y Defensa decidió, por un decreto del 22 de abril de 1921 disminuir, durante el resto de 1921, las normas de reparación de las locomotoras determinadas por el plan 1042. En los últimos ocho meses de 1921, el trabajo del Comisariado de Transporte representa un 88% y el del Consejo de Economía Nacional el 44% del plan primitivo.
Los resultados de la ejecución del decreto 1042 durante el primer semestre, el más crítico para el sector transportes, son expuestos del siguiente modo en las tesis adoptadas por el buró político del partido para el VIII Congreso de los Soviets:
El programa de reparación adquirió un carácter preciso no solamente para los talleres ferroviarios sino también para las fábricas del Consejo de Economía Nacional destinadas a transportes. El programa de reparaciones, establecido luego de un plan trabajado y aprobado por la Comisión Principal de Transportes, fue sin embargo ejecutado en una proporción muy diferente en los talleres ferroviarios (Comisariado de Transporte) y en las fábricas (Consejo de Economía Nacional). Mientras que en los talleres la reparación total y media expresada en unidades de reparación media puso durante ese año de 258 locomotores a más de 1000, es decir, aumentó cuatro veces, representando así un 130% del programa mensual fijado, las fábricas del Consejo de Economía sólo proporcionaron material y piezas de recambio en la proporción de un tercio del programa establecido por la Comisión de Transportes, de acuerdo con las dos administraciones (ferroviaria y Consejo de Economía).

REALIZACION DEL DECRETO 1042
(Porcentaje de realización del plan)

Talleres Fábricas
ferroviarios del Consejo de
Economía Nacional
1920
Julio 135 40.5
Agosto 131.6 74
Septiembre 139.3 80
Octubre II 130 51
Noviembre 124.6 70
Diciembre 120.8 66
Total 130.2 70 III

1921
Enero 95 36 Iemshánov es
Febrero 90 38 comisario de Transporte
Marzo 101
Abril 98 26

Pero a partir de un cierto momento, la ejecución de las normas establecidas por el decreto 1042 se torna imposible, como consecuencia de la insuficiencia de materias primas y de combustible. Eso prueba precisamente que el decreto era erróneo, dirán ciertos críticos (que por otra parte recién acaban de conocer el hecho al leer estas líneas). ¿Qué otra cosa reponderles sino que el decreto 1042 reglamentaba la reparación de locomotoras pero no la producción de metales y la extracción del carbón reglamentada por otras órdenes y otras instituciones? El decreto 1042 no era un plan económico universal sino solamente un plan referido a los transportes.
Pero, se dirá, ¿no había que tener en cuenta los recursos de combustible, de metales, etc.? Evidentemente, y precisamente por eso fue creada la Comisión de Transportes en la que participaron, con paridad de representantes, el Comisariado de Transportes y el Consejo de Economía Nacional. El plan fue establecido según las indicaciones de los representantes del Consejo de Economía Nacional que declararon que podían proporcionar los materiales necesarios. Si hubo un error de cálculo, la culpa recae totalmente en el Consejo de Economía.
¿Esto era lo que querían decir los críticos? Lo dudo. Estos críticos se muestran muy interesados en la verdad histórica pero a condición de que ésta les otorgue alguna ventaja. Ahora bien, entre esos críticos post factum hay algunos que en aquella época eran responsables de la gestión del Consejo de Economía Nacional. Pero, en sus críticas, se equivocan simplemente de dirección. Eso puede ocurrir. Como circunstancia atenuante, por otra parte, hay que reconocer que las previsiones relativas a la extracción del carbón, la producción de metales, etc., eran entonces mucho mas difíciles de precisar que ahora. Si las previsiones del Comisariado de Transporte en lo concerniente a la reparación de las locomotoras eran incomparablemente más exactas que las del Consejo de Economía Nacional, era porque, al menos hasta cierto punto, la administración de los ferrocarriles estaba más centralizada y tenía mayor experiencia. Eso lo reconocemos, pero no cambia nada en lo que respecta al error de evaluación totalmente imputable al Consejo de Economía.
Ese error, que requirió la disminución de las normas del plan pero que no provocó su supresión, no constituye prueba ni a favor ni en contra del decreto 1042, que tenía esencialmente un carácter orientador y que registraba las modificaciones periódicas sugeridas por la experiencia. La regularización de un plan de producción es uno de los puntos más importantes de su realización. Hemos visto anteriormente que las normas de producción del decreto 1042 fueron aumentadas, a partir de octubre de 1920, en un 28%, debido a que la capacidad de producción de los talleres del Comisariado de Transporte era, gracias a las medidas adoptadas, más elevada de lo que se había supuesto. También hemos visto cómo esas normas fueron sensiblemente disminuidas a partir de mayo de 1921, debido a circunstancias independientes del citado comisariado. Pero la disminución y el aumento de esas normas se hicieron siguiendo un plan determinado cuya base fue proporcionada por el decreto 1042.
Eso es lo máximo que se puede exigir de un plan de orientación. Evidentemente, lo que tenía mayor importancia eran las cifras de los primeros meses, el semestre del año siguiente, las otras sólo podían ser aproximativas. Ninguno de los que participaron en la elaboración del decreto pensaron en ese momento que su ejecución duraría exactamente cuatro años y medio. Cuándo se contempló la posibilidad de elevar la norma, el período teórico aproximativo fue reducido a tres años y medio. La carencia de materiales originó una nueva prolongación. Pero a pesar de todo, en el período más crítico del funcionamiento de los transportes (fines de 1920 y comienzos de 1921) el decreto era adaptado a la realidad, la reparación de las locomotoras se efectuó de acuerdo con un plan determinado, se cuadruplicó la actividad y los ferrocarriles se salvaron de una catástrofe inminente.
No se con qué planes ideales nuestros honorables críticos comparan el decreto 1042. Creo que deberían compararlo con la situación anterior a su promulgación. Ahora bien, en esa época, las locomotoras estaban asignadas a cada fábrica que hacían el trabajo para reabastecerse de productos alimenticios. Se trataba de una medida desesperada que provocaba la desorganización del transporte y un derroche monstruoso del trabajo necesario para las reparaciones. El decreto 1042 instauró una unificación, introdujo en la reparación los elementos de la organización racional del trabajo afectando series determinadas de locomotoras a talleres determinados, de manera que la reparación del material dependiera ya no de los esfuerzos dispersos de la clase obrera sino de un registro más o menos exacto de las fuerzas y de los recursos de la administración de transportes. En ésto reside la importancia fundamental del decreto 1042, independientemente del grado de coincidencia de las cifras del plan con las cifras de ejecución. Pero, como ya hemos dicho, a pesar de este problema, igualmente todo anduvo bien.
Evidentemente, ahora que los hechos han sido olvidados, algunas personas pueden decir sobre el plan 1042 todo lo que se les ocurra con la esperanza de que nadie se molestará en revisar los papeles y que, aunque eso se haga, algo de todo lo que dicen será cierto. Pero en esa época, el asunto era perfectamente claro e incuestionable. Se podría dar decenas de testimonios, pero yo elegiré tres, más o menos autorizados pero característicos cada uno en su género.
El 3 de junio, la Pravda apreciaba de este modo la situación de los transportes:
“... Ahora, el funcionamiento de los transportes mejoró en ciertos aspectos. Cualquier observador, aún el más superficial, puede comprobar un cierto ordenamiento, muy imperfecto aún, pero que antes no existía. Por primera vez, fue elaborado un plan de producción preciso, se fijó una tarea determinada a los talleres, a las fábricas y a los depósitos. Desde la revolución, es la primera vez que se efectúa un registro completo y exacto de todas las posibilidades de producción. Desde este punto de vista, el decreto 1042, firmado por Trotsky, representa un cambio en nuestro trabajo en el sector del transporte...”
Pero vamos a reproducir un testimonio más autorizado y basado en la experiencia de un semestre. En el VIII Congreso de los Soviets, Lenin decía:
“... ya han visto ustedes en las tesis de los camaradas Iemshánov y Trotsky que, en este dominio, reparación de los transportes, se trata de un plan de largo alcance. El decreto número 1042 fue calculado para cinco años, y en cinco años podemos reconstruir nuestro transporte, disminuir el número de locomotoras averiadas, y quisiera destacar, como lo más difícil quizá, la indicación de la novena tesis, que se refiere a que ya hemos reducido este plazo.”
“Cuando se publican grandes planes, calculados para muchos años, aparecen a menudo escépticos que dicen: no podemos calcular para tantos años; ojalá se pueda hacer lo que necesitamos ya mismo. Camaradas, hay que saber combinar lo uno con lo otro; no es posible trabajar sin tener un plan calculado para un largo período y para un serio éxito. El indudable mejoramiento del trabajo en el transporte demuestra que ésto es realmente así. Los invito a examinar el pasaje de la novena tesis, donde dice que el plazo para la reconstrucción del transporte, que era de cinco años, fue reducido ya, porque se ha trabajado sobrepasando la norma; el plazo fijado ahora es de tres años y medio. Es necesario trabajar también así en todas las otras ramas de la economía.” (Lenin, Obras Completas, edic. en esp., tomo XXXI, pág. 489.)
Por último, un año después de la publicación del decreto 1042, leemos en la orden de Dzherzhinski titulada Bases del futuro trabajo del Comisariado de Transportes, fechado el 27 de mayo de 1921:
“Considerando que la disminución de la norma de los decretos 1042 y 1157, que constituyen las primeras y brillantes experiencias de trabajo de acuerdo con un plan económico, es temporaria y debida a la crisis del aprovisionamiento de combustible..., es preciso adoptar las medidas necesarias para apoyar y restablecer el aprovisionamiento de los talleres...”
Así, luego de una experiencia de unos años y de la forzosa disminución de las normas de reparación, el nuevo director (después de Iemshánov) de ferrocarriles reconocía que el decreto 1042 había sido “una primera y brillante experiencia de la aplicación del plan en el dominio económico”. Dudo que sea posible rehacer, transformar ahora la historia, al menos en lo que hace a la reparación del material ferroviario. Sin embargo, en la actualidad muchas personas tratan de rehacer los hechos y de adaptarlos a las “necesidades” del presente. Pero no creo que esta reforma (efectuada también según un “plan”) tenga ninguna utilidad social y pueda tener finalmente resultados apreciables...
Es cierto que Marx llamó a la revolución la locomotora de la historia. Pero si bien es posible restaurar las locomotoras del ferrocarril, no creo que se pueda hacer lo mismo con la locomotora de la historia... En lenguaje común, esas tentativas se llaman falsificaciones.
Para embarullar la cuestión algunos podrían dejar de lado las cifras y los hechos y hablar de la Comisión Central de los Transportes o de los pedidos de locomotoras al exterior. Creo que conviene señalar que estas cuestiones no guardan entre sí ninguna relación. El decreto 1042 siguió regulando el trabajo de reparación bajo la dirección de Iemshánov y luego con la de Dzherzhinski, mientras que la composición de la Comisión Central de los Transportes fue completamente cambiada. En lo que respecta a los pedidos de locomotoras al exterior, debo observar que toda esta operación fue resuelta y realizada fuera del Comisariado de los Transportes e independientemente del decreto 1042 y de su ejecución. Y si alguien quiere desmentir estos hechos, que se atreva a hacerlo.
Como ya hemos visto, la comisión principal de transporte realizó en forma parcial y vacilante el objetivo de armonizar las ramas conexas de la economía, trabajo que ahora, en una escala más amplia y sistemática representa el objetivo del plan estatal, el Gosplan. El ejemplo que hemos citado pone en evidencia cuáles son las tareas y las dificultades de la realización del plan en la dirección económica.
Ninguna rama industrial, grande o pequeña, ni ninguna empresa pueden repartir racionalmente sus recursos y sus fuerzas sin contar con un plan orientador. Al mismo tiempo, todos esos planes parciales son relativos, dependen y se condicionan entre sí. Esta dependencia recíproca debe necesariamente servir de criterio fundamental en la elaboración y luego en la realización de los planes, es decir, en su verificación periódica sobre la base de los resultados obtenidos.
Nada es más fácil que burlarse de los planes establecidos para muchos años y que en la marcha se revelan como inconsistentes. De esos planes hubo muchos, y es inútil repetir que la fantasía no debe ser tenida en cuenta en el campo de la economía. Pero para llegar a establecer planes racionales desgraciadamente es preciso comenzar con planes más sencillos, así como fue preciso comenzar con el hacha de piedra para llegar al cuchillo de acero.
Es notable como muchas personas tienen todavía ideas infantiles sobre el problema del plan económico: “No tenemos necesidad -dicen-, de numerosos [?!] planes; tenemos un plan de electrificación, comencemos a ejecutarlo.” Este razonamiento evidencia un total desconocimiento de los elementos mismos del problema. El plan de electrificación está totalmente subordinado a los planes de las ramas fundamentales de la industria, del transporte, de las finanzas y de la agricultura. Todos estos planes parciales deben ser ante todo concertados entre sí de acuerdo con los datos que se poseen sobre nuestros recursos y nuestras posibilidades económicas.
Sólo sobre un plan general concertado de ese modo, anual por ejemplo (que comprenda las fracciones anuales de los planes particulares para tres años, etc., y que represente sólo una hipótesis), puede y debe basarse el organismo dirigente que asegura la realización del plan y que aporta las modificaciones necesarias en el curso de esa realización. Al ser elástica, la dirección no cae entonces en una serie de improvisaciones, en la medida en que se base en una concepción general lógica del conjunto del proceso económico. Y así tenderá, introduciendo las modificaciones necesarias, a perfeccionar, a precisar el plan económico de acuerdo con las condiciones y con los recursos materiales.
Ese es el esquema general del plan en la economía estatal. Pero la existencia del mercado complica considerablemente su realización. En las regiones más alejadas, la economía estatal se suelda o al menos trata de soldarse con la pequeña economía campesina. El instrumento directo de esta soldadura es el comercio de los productos de la pequeña y, en parte, de la mediana industria, y sólo mucho más tarde, en forma indirecta y parcial, entra en juego la gran industria al directo servicio del estado (ejército, transportes, industria estatal). La economía campesina no está regida por un plan, sino que está condicionada por el mercarlo que se desarrolla espontáneamente. El Estado puede y debe actuar sobre ella, impulsarla hacia adelante, pero aún es absolutamente incapaz de canalizarla de acuerdo con un plan único. Hacen falta todavía muchos años para lograr eso (probablemente gracias, sobre todo, a la electrificación). En el próximo período, que es el que nos interesa directamente, tendremos una economía estatal dirigida según un plan determinado, que se soldará cada vez más con el mercado campesino y, en consecuencia, se adaptará a este último a medida que se vaya desarrollando.
Aunque ese mercado se desarrolle espontánea y naturalmente, eso no quiere decir que la industria estatal debe adaptarse a él también espontáneamente. Por el contrario, nuestros éxitos en la organización económica dependerán en gran parte de la medida en que, por medio de un conocimiento exacto de las condiciones del mercado y de previsiones económicas justas, lleguemos a coordinar la industria estatal con la agricultura según un plan determinado. La competencia entre las diferentes fábricas y entre los trusts estatales no modifica para nada el hecho de que el estado es el propietario de toda la industria nacionalizada y que como propietario, administrador y director, debe considerar su propiedad como un todo único en relación con el mercado campesino. Evidentemente, es imposible determinar con anticipación el movimiento del mercado campesino, así como también el del mercado mundial, con el que se estrechará nuestra vinculación debido sobre todo a la exportación del trigo y de materias primas. Los errores de apreciación son inevitables, aunque más no sea a causa de la variabilidad de la cosecha. Esos errores, en lo que respecta al mercado, se manifestarán bajo la forma de carencia de productos, perturbaciones, crisis. Sin embargo, es claro que esas crisis serán tanto menos agudas y prolongadas en la medida en que la aplicación del plan sea más seria en todos los sectores de la economía estatal. Si bien la doctrina de los brentanistas (adeptos del economista alemán Ludwig Joseph Brentano) y de los bernsteinianos era radicalmente falsa cuando afirmaba que el dominio de los trusts capitalistas regularizaría el mercado y desaparecerían las crisis comerciales-industriales, es totalmente justa si se la aplica al estado obrero considerado como trust de trusts y banco de bancos. Dicho de otro modo, el aumento o la disminución de las crisis será, en nuestra economía, el barómetro más evidente e infalible de los progresos de la economía estatal con relación al capital privado. En la lucha de la industria estatal por la conquista del mercado, el plan es nuestra arma fundamental. Sin él, la nacionalización se convertiría en un obstáculo para el desarrollo económico y el capital privado socavaría inevitablemente las bases del socialismo.
Por economía estatal, entendemos evidentemente, -además de la industria- los transportes, el comercio estatal exterior e interior y las finanzas. Todo ese complejo -en su conjunto y en sus partes- se adapta al mercado campesino aislado en tanto que contribuyente. Pero esta adaptación tiene como objetivo principal reforzar y desarrollar la industria estatal, piedra angular de la dictadura del proletariado y base del socialismo. Es totalmente falsa la idea de que es posible desarrollar y llevar a cabo aisladamente y a la perfección ciertas partes de ese complejo: transportes, finanzas o cualquier otro. Sus progresos y sus regresiones están en estrecha interdependencia. De allí la gran importancia del Gosplan, cuyo papel es tan difícil de hacer comprender en la actualidad.
El Gosplan debe dirigir todos los factores fundamentales de la economía estatal, lograr el acuerdo entre ellos y con la economía campesina. Su principal preocupación debe ser el desarrollo de la industria estatal socialista. Precisamente en ese sentido yo afirmo que en el seno del complejo estatal, la “dictadura” debe corresponderle no a las finanzas sino a la industria. Como ya indiqué, la palabra dictadura tiene aquí un sentido muy restringido y condicional: corresponde al tipo de dictadura que aspiraban a ejercer las finanzas. En otros términos, no solamente el comercio exterior sino también el restablecimiento de una moneda estable deben estar rigurosamente subordinados a los intereses de la industria estatal. Es evidente que esto no está de ningún modo dirigido contra la “soldadura”, es decir, contra las relaciones racionales entre todo el complejo estatal y la economía campesina. Por el contrario, sólo de esta forma se llegará progresivamente a realizar esa “soldadura” que, hasta el momento, es nada más que una palabra. Afirmar que al plantear así el problema, se subestima al campesinado o se quiere imprimir a la industria estatal un ritmo que no corresponde al estado de la economía nacional en su conjunto es un gran absurdo que no se torna más convincente por el hecho de ser repetido continuamente.
El siguiente párrafo de mi Informe al XII Congreso demuestra cuál era el ritmo que se esperaba de la industria en el próximo período y quiénes eran los que reclamaban ese ritmo:
Yo dije que hasta ahora hemos trabajado con pérdida. Esta no es sólo una apreciación personal sino una posición sostenida por nuestros administradores económicos mas autorizados. Les recomiendo leer el folleto de Chalatov sobre el salario que ha sido publicado en ocasión de este congreso. Contiene un prefacio de Rikov en el cual su autor dice: “Al comienzo de este tercer año de nuestra nueva política económica, es preciso reconocer que los éxitos obtenidos durante los dos años precedentes son todavía insuficientes, que aún no hemos logrado detener la disminución del capital fijo y del capital circulante y que estamos lejos del estadío de acumulación y de aumento de las fuerzas productivas de la república. Durante este tercer año deberemos lograr que los principales sectores de nuestra industria y de nuestros transportes nos rindan beneficios.” De este modo, Rikov comprueba que durante este año nuestro capital fijo y nuestro capital circulante continuaron disminuyendo. “Durante este tercer año -dice-, debemos lograr que los principales sectores de nuestra industria y de nuestros transportes nos rindan beneficios.” Apoyo este deseo de Rikov, pero no comparto su esperanza tan optimista en los resultados de nuestro trabajo durante este tercer año. No creo que los sectores fundamentales de nuestra industria ya puedan producir ganancia durante este tercer año y considero que será suficiente si solamente limitamos nuestras pérdidas en este tercer año de la NEP en mayor medida de lo que lo hicimos en el segundo y si podemos probar que durante este tercer año nuestras pérdidas, en los sectores más importantes de la economía, los transportes, los combustibles y la metalurgia, son menores que el año anterior. Lo que interesa sobre todo es establecer la tendencia del derarrollo y desplazarse en la línea justa. Si nuestras pérdidas disminuyen y la industria progresa habremos triunfado, lograremos la victoria, es decir, la ganancia, pero para ello es preciso que la curva se desarrolle a nuestro favor.
Así, es absurdo afirmar que el problema se reduce al ritmo del desarrollo y está casi totalmente determinado por el factor de la rapidez. En realidad, se trata ante todo de la dirección del desarrollo. Pero es muy difícil discutir con personas que vinculan cada problema nuevo, preciso, concreto, a un problema más general ya resuelto hace tiempo. Es preciso que concretemos las fórmulas generales, y en este sentido va dirigida en gran parte nuestra discusión: debemos pasar de la fórmula general del establecimiento de la “soldadura” al problema más concreto de las “tijeras” (XII Congreso) y del problema de las “tijeras” a la regularización metódica y efectiva de los factores económicos que determinan los precios (XII Congreso). Ésta es, para emplear la vieja terminología bolchevique, la lucha contra e1 “espontaneísmo” económico. El éxito de esta lucha ideológica es la condición sine qua non de los éxitos económicos. La reparación del material ferroviario no era en 1920 parte constitutiva de un plan económico de conjunto pues en ese entonces el problema del plan no estaba en discusión. El incentivo que representa el plan fue aplicado al sector del transporte, es decir, a la rama de la economía que estaba en ese momento en mayor peligro y amenazaba con hundirse totalmente. “En las condiciones en que se encuentra ahora el conjunto de la economía soviética -escribíamos en las tesis destinadas al VIII Congreso de los Soviets- cuando la elaboración y la aplicación de un plan económico se hallan aún en la etapa del acuerdo empírico de los sectores más afines de ese futuro plan, era absolutamente imposible para la administración de los ferrocarriles realizar su plan de reparación y de explotación sobre la base de un plan económico único que sólo era en ese momento un proyecto”. Mejorados gracias al plan de reparación, los transportes entraron en contradicción en su desarrollo con el retraso de los otros sectores de la economía: industria metalúrgica, combustible, grano. En ese sentido, el plan 1042 puso al orden del día la cuestión de un plan económico general. La NEP modificó las condiciones en que se plantea este problema y, por consiguiente, los métodos de su solución. Pero el problema subsiste en toda su gravedad. Esto es lo que evidencian las repetidas decisiones relativas a la necesidad de convertir al Gosplan en el estado mayor de la economía soviética. Pero volveremos a referirnos a este tema en detalle, pues las tareas económicas exigen un examen muy preciso.
Los hechos históricos que acabo de relatar demostraron, por lo menos así lo espero, que nuestros críticos se equivocaron al pretender rediscutir el decreto 1042. La historia de esta orden prueba exactamente lo contrario de lo que ellos querían probar. Como ya conocemos sus métodos, no nos sorprenderemos si aparecen gritando: “Con qué objeto resucitar viejos problemas y expurgar una orden publicadada hace cuatro años?” Es terriblemente difícil satisfacer a personas que han resuelto modificar nuestra historia a cualquier precio. Pero éste no es el motivo por el que escribimos. Confiamos en el lector que no se interesa por una renovación de la historia sino que se esfuerza por descubrir la verdad y las lecciones que ella encierra y aprovecharlas para continuar su trabajo.

Apéndice

III. Sobre la soldadura entre la ciudad y el campo
(...Y sobre rumores falaces)

En varias oportunidades durante estos últimos años, muchos camaradas me preguntaron en qué consisten exactamente mis opiniones sobre el campesinado y en qué se distinguen de las de Lenin. Otros me plantearon el problema en forma más precisa y concreta: “¿es cierto, me dijeron, que usted subestima el papel del campesinado en nuestro desarrollo económico y no asigna una importancia suficiente a la alianza económica y política entre el proletariado y el campesinado?” Esas preguntas me fueron planteadas en forma oral y escrita.
 ¿Pero de dónde ha sacado usted eso? -pregunté asombrado- ¿En qué hechos funda su preguntas?
 No conocemos hechos -se me responde-, pero corren rumores...
No di en un primer momento demasiada importancia a esa conversación. Pero una nueva carta que acabo de recibir me ha hecho reflexionar. ¿De dónde pueden provenir esos rumores? Y casualmente recordé que rumores semejantes corrían en Rusia hace cuatro o cinco años.
En ese entonces se decía simplemente: “Lenin está con el campesinado, Trotsky en contra...” Me dediqué a buscar los artículos aparecidos sobre esta cuestión: el mío, del 7 de febrero de 1919 en Izvestia y el de Lenin, del 15 de febrero en Pravda. Lenin respondía directamente a la carta del campesino Gulov, que decía: “Corren rumores de que Lenin y Trotsky no se ponen de acuerdo, que existen entre ellos grandes divergencias con respecto precisamente al campesino medio.”
En mi carta, yo explicaba el carácter general de nuestra política campesina, nuestra actitud con respecto a los kulaks, los campesinos medios, los campesinos pobres, y concluía así: “No ha habido ni hay ninguna divergencia de opiniones sobre este tema en el poder soviético. Pero los contrarrevolucionarios, cuyos asuntos van cada vez peor, no tienen otro recurso que engañar a las masas trabajadoras y hacerles creer que el Consejo de Comisarios del Pueblo está desgarrado por desacuerdos internos.”
En el artículo que publicó una semana después de mi carta, Lenin decía: “Trotsky declara que los rumores que corren sobre divergencias de opiniones entre él y yo (en el problema del campesinado) son la mentira más monstruosa y desvergonzada difundida por los grandes terratenientes, los capitalistas y sus acólitos, benévolos o no. Comparto totalmente esa declaración de Trotsky.”
Pero como se ve, esas leyendas son difíciles de combatir. Recuérdese el dicho francés: “Calumniad, calumniad, que siempre algo quedará”. Ahora, ya no son por cierto voces que hacen el juego a los terratenientes y a los capitalistas, pues el número de esas honorables personas disminuyó considerablemente desde 1919. En cambio, tenemos ahora al nepman y, en el campo, al comerciante junto al kulak. Es evidente que tienen interés en sembrar discordia y confusión a propósito de la actitud del partido comunista con respecto al campesinado.
En efecto, el kulak, el revendedor, el nuevo mercader, el intermediario de la ciudad, que tratan de vincularse directamente con el campesino productor de trigo y comprador de productos industriales, se esfuerzan por excluir a los órganos del poder soviético. Precisamente en este terreno se libra actualmente la batalla principal. Aquí también la política sirve a los intereses económicos. Tratando de vincularse con el campesinado y de ganar su confianza, el intermediario privado acoge de buen grado y difunde las viejas mentiras de los señores terratenientes de otros tiempos, con un poco más de prudencia solamente porque desde entonces el poder soviético se fortaleció.
El célebre artículo de Lenin titulado Más vale poco y bueno ofrece un cuadro claro, simple y a la vez definitivo de la interdependencia económica del proletariado y del campesinado, o de la industria estatal y la agricultura. Es inútil recordar o citar este artículo que todo el mundo tiene presente en su memoria. El pensamiento fundamental es el siguiente: Durante los próximos años, debemos adaptar el Estado soviético a las necesidades y a la fuerza del campesinado y continuar manteniendo su carácter de Estado obrero; debemos adaptar la industria soviética al mercado campesino por una parte, y a la capacidad imponible del campesinado por la otra, conservando su carácter de industria estatal, es decir, socialista. Solamente de esta manera mantendremos el equilibrio de nuestro Estado soviético mientras la revolución destruya el equilibrio en los países capitalistas. No es la repetición mecánica de la palabra “soldadura” sino la adaptación efectiva de la industria a la economía rural lo que resolverá verdaderamente el problema capital de nuestra economía y de nuestra política.
Llegamos así al problema de las “tijeras”. La adaptación de la industria al mercado campesino nos impone en primer término la tarea de bajar lo más posible el precio de reventa de los productos industriales. Sin embargo, el precio de reventa depende no solamente de la organización del trabajo en una fábrica dada sino también de la organización de toda la industria estatal, de los transportes, de las finanzas, de todo el aparato comercial del Estado.
Si existe una desproporción entre las diferentes partes de nuestra industria es porque el Estado tiene un enorme capital muerto que pesa sobre toda la industria y aumenta el precio de cada metro de tela, de cada caja de fósforos. Si los diferentes sectores de nuestra industria estatal (carbón, metales, máquinas, algodón, tejidos, etc.) no concuerdan con los otros así como con las organizaciones de transporte y crédito, los gastos de producción serán establecidos sobre las bases de los sectores más desarrollados de la industria y el resultado final estará determinado por los sectores más atrasados. La actual crisis económica es una dura advertencia que nos hace el mercado campesino: en lugar de charlar sobre la “soldadura” entre la clase obrera y el campesinado hay que realizarla.
En un régimen capitalista, la crisis es el medio natural y, finalmente, único, de regularización de la economía, es decir de realización del acuerdo entre los diferentes sectores de la industria y entre la producción total y la capacidad del mercado. Pero en nuestra economía soviética -que es una etapa intermedia entre el capitalismo y el socialismo- las crisis comerciales e industriales no pueden ser consideradas como un medio normal o inevitable, para coordinar los diversos sectores de la economía nacional. La crisis arrastra, anula o dispersa una cierta parte de la propiedad estatal; y una porción de ésta cae en manos del intermediario, del revendedor, en una palabra, del capital privado. Como hemos heredado una industria extremadamente desorganizada y cuyas partes, antes de la guerra, se coordinaban en proporciones muy diferentes de las que existen ahora, es muy grande la dificultad de coordinar entre sí a los numerosos sectores de la industria de manera que esta última sea, por intermedio del mercado, adaptada a la economía campesina. Si nos remitimos únicamente a las crisis para efectuar la reorganización necesaria, daríamos todas las ventajas al capital privado que ya se interpone entre el campo y nosotros, es decir entre el campesino y el obrero.
Hasta la instauración definitiva de la economía socialista, es evidente que seguiremos teniendo crisis. De lo que se trata es de reducir su número al mínimo y hacer que cada una de ellas sea lo menos dolorosa posible.
El capital comercial privado obtiene ahora beneficios considerables. Se conforma cada vez menos con las operaciones de intermediario. Intenta organizar al productor o tomar en arrendamiento las empresas industriales del Estado. En otros términos, recomienza el proceso de acumulación primitiva, primeramente en el sector comercial, luego en el industrial. Es evidente que cada fracaso, cada pérdida que experimentamos representa un beneficio para el capital privado, en primer lugar porque nos debilita y además porque una parte de esa pérdida cae en manos del nuevo capitalista. ¿De qué instrumento disponemos para luchar exitosamente contra el capital privado en esas condiciones? ¿Existe ese instrumento? Sí, y ese instrumento es el método de planificación en nuestras relaciones con el mercado y la realización de las tareas económicas. El Estado obrero posee las fuerzas productivas fundamentales de la industria, los medios de transporte y los organismos de crédito. No tenemos necesidad de esperar que una crisis parcial o general ponga en evidencia la falta de coordinación de los diferentes elementos de nuestra economía. No podemos andar a ciegas, ya que tenemos en nuestras manos los principales instrumentos que regulan el mercado. Podemos y debemos valorar cada vez más los elementos fundamentales de la economía, prever sus futuras relaciones mutuas en el proceso de la producción y en el pasaje al mercado, coordinar entre sí, cuantitativa y cualitativamente, todos los sectores de la economía y adaptar el conjunto de la industria a la economía rural. Esa es la única manera de trabajar en la realización de la “soldadura”.
Educar a la aldea es una idea excelente. Pero el arado, las telas, los fósforos baratos, no son menos importantes como base de la “soldadura”. El mejor modo de rebajar el precio de los productos industriales es organizar a esta última conforme al desarrollo de la agricultura.
Afirmar que “todo depende de la ‘soldadura’ y no del plan de la industria” significa no comprender la esencia misma del problema, pues la “soldadura” sólo podrá ser realizada si la industria es racionalmente organizada, dirigida según una planificación determinada. Ese es el único medio de lograr los objetivos.
La buena organización del trabajo de nuestro Gosplan es el medio directo y racional de abordar con éxito la solución de los problemas relativos a la “soldadura”, no suprimiendo el mercado, sino sobre la base del mercado. Para evitar interpretaciones equívocas, diré que el problema no depende únicamente del Gosplan. Los factores y las condiciones de los cuales depende el desarrollo de la industria y de toda la economía se cuentan por docenas. Pero sólo con un Gosplan sólido, competente, que trabaje seriamente, será posible evaluar todos estos factores y condiciones de manera justa y regular en consecuencia toda nuestra acción. El campesino aún no llega a comprender esto. Pero todo comunista, todo obrero evolucionado debe saberlo. Tarde o temprano, el campesino sentirá la repercusión del trabajo del Gosplan sobre su economía. Esta tarea evidentemente es muy complicada y difícil. Exige tiempo, un sistema de relevamientos cada vez más precisos y decisivos. Deberemos salir de la crisis actual con mayor experiencia.
El incremento de la producción agrícola también es muy importante. Pero se efectúa de un modo mucho más espontáneo y a veces depende mucho menos de la acción del Estado que de la acción de la industria. El Estado obrero debe venir en ayuda de los campesinos con la institución del crédito agrícola y de la ayuda agronómica, de manera de permitirle la exportación de sus productos (trigo, manteca, carne, etc.) en el mercado mundial. Sin embargo, es principalmente por medio de la industria como se puede actuar directamente, y también indirectamente, sobre la agricultura. Es preciso proporcionar al campo instrumentos y máquinas agrícolas a precios razonables. Es preciso facilitarle abonos artificiales y enseres de uso doméstico a buen precio. Para organizar y desarrollar el crédito agrícola, el Estado necesita fondos de circulación monetaria. Para que pueda obtenerlos, es preciso que su industria le procure beneficios, lo que es imposible si sus partes constitutivas no están coordinadas racionalmente. Tal es la mejor forma de trabajar para la realización de la “soldadura” entre la clase obrera y el campesinado.
Para preparar políticamente esta “soldadura”, y en particular para rebatir los falsos rumores que echa a correr el aparato comercial privado, hace falta un verdadero periódico campesino. ¿Qué significa en este caso “verdadero”? Un diario que llegue hasta el campesino, que le sea comprensible y que lo vincule con la clase obrera. Un diario que tire cincuenta o cien mil ejemplares quizás sea un diario donde se habla del campesinado, pero no un periódico campesino, pues nunca llegará hasta su destinatario, será interceptado en mitad del camino por nuestros innumerables aparatos que tomarán cada uno un cierto número de ejemplares. Hace falta un periódico campesino hebdomadario (un dario sería demasiado caro y nuestros medios de comunicación no permitirían su entrega regular) cuyo tiraje el primer año sea de dos millones de ejemplares aproximadamente. Ese diario no debe instruir al campesino ni lanzarle arengas sino contarle lo que sucede en la Rusia soviética y en el extranjero, principalmente los problemas que le atañen directamente. El campesino posrevolucionario gustará rápidamente de la lectura si sabemos ofrecerle un periódico que le interese. Ese periódico, cuyo tiraje deberá aumentar todos los meses, asegurará al menos una comunicación semanal entre el Estado soviético y la inmensa masa rural. Pero este problema del diario nos remite al problema de la industria. Es preciso que la técnica de la edición sea perfecta. El periódico campesino deberá ser ejemplar, no solamente desde el punto de vista de la redacción sino también desde el punto de vista tipográfico, pues sería vergonzoso enviar cada semana a los campesinos muestras de nuestra negligencia urbana.
Esto es todo lo que puedo responder por el momento a las preguntas que se me han hecho con respecto al problema del campesinado. Si esas explicaciones no satisfacen a los camaradas que se han dirigido a mí, estoy dispuesto a darles noticias más concretas, con datos precisos extraídos de la experiencia de nuestros seis últimos años de trabajo, pues éste es un problema de importancia capital.