Los líderes de los partidos y algunos oradores de buena voluntad pronunciaron con ocasión de la muerte de lord Curzon elogiosos discursos, En la Cámara de los Comunes, el socialista Macdonald terminó el suyo con estas palabras: “Fue un gran servidor de la sociedad, un admirable colega adscrito a un noble ideal y un modelo para todos aquellos que vendrán después de él.”
¡Tal fue el honorable lord Curzon! El Daily Herald, diario del Labour Party, publicó las protestas de los obreros contra este discurso bajo este modesto título: “Otro punto de vista.” La prudente redacción quería evidentemente decir que, además del punto de vista de los cortesanos, de los bizantinos, de los bajos aduladores y de los lacayos, existía también el de los obreros.
A principios de abril de 1925, el líder obrero Thomas, que no es un desconocido, secretario de la Unión de Ferroviarios, antiguo ministro de Colonias, participaba, juntamente con el Premier Baldwin, en un banquete dado por la dirección de la Compañía de Ferrocarriles del Oeste. Baldwin fue en otro tiempo director de esta Compañía; Thomas trabajó con él en calidad de fogonero-mecánico. Mr. Baldwin habló, en un tono magníficamente protector, de Jim Thomas; éste alzó su vaso a la salud de los directores del “Gran Occidental” y de su presidente, lord Churchill[1]. Thomas habló con una profunda ternura de Mr. Baldwin, que (¡fíjense ustedes!) siguió toda su vida las huellas de su honorable padre. “Se me reprochará, naturalmente [dijo este lacayo verdaderamente más que ejemplar (Thomas)], haber venido a este banquete y tratar a Mr, Baldwin; se me llamará traidor a mi clase; pero yo no pertenezco a ninguna clase, puesto que la verdad no es propiedad de clase alguna.”
En ocasión de los debates provocados por los diputados obreros de izquierda sobre la asignación de una cierta suma al príncipe de Gales para su viaje al extranjero, el Daily Herald publicó un artículo de fondo acerca de la actitud que debía tomarse respecto de la realeza. “Sería un error [se decía en dicho diario] deducir de los debates parlamentarios que el Labour Party entiende que debe ser suprimida la realeza Pero, por otra parte, no podemos dejar de observar que la familia real no mejora su situación en la opinión de las gentes razonables. Demasiadas pompas y ceremonias, sugeridas probablemente por “consejeros irrazonables”; una excesiva atención a las carreras, con el inevitable totalizador; y, en fin, el duque y la duquesa de Yorkshire han estado cazando en África del Sur rinocerontes y otros animales que merecían mejor suerte. Claro es [diserta nuestro diario] que no sería cosa de acusar sólo a la familia real; la tradición la ata con demasiada fuerza a las costumbres y a los hábitos de una sola clase. Sin embargo, es preciso esforzarse en romper con esta tradición. Esto es, en nuestra opinión, no sólo deseable, sino completamente necesario. Habría que encontrar para el heredero del trono una ocupación que hiciera de él un elemento de la máquina gubernamental, etc., etc...” Todo el resto del artículo está impregnado del mismo espíritu trivial, torpe y servil hasta el más alto grado. Hacia 1905-1906, el órgano de los renovadores pacíficos de Samara podía emplear en nuestro país, en Rusia, un lenguaje análogo.
La inevitable Mrs. Snowden intervino en la cuestión de la familia real declarando en una breve carta que sólo los broncos oradores de plazuela pueden ignorar y no comprender que las familias reales pertenecen a los elementos más trabajadores de Europa. Y como se dice en la Biblia que “el buey que hace girar la piedra de molino no será amordazado”, mistress Snowden está, desde luego, por la asignación de una suma destinada a hacer viajar al príncipe de Gales.
“Yo soy socialista demócrata y cristiana”, escribía en otra ocasión esta persona explicando por qué estaba contra el bolchevismo. No termina aquí la enumeración completa de las cualidades de Mrs. Snowden. Nos abstenemos por delicadeza de mencionar las demás.
El honorable Mr. Shiels, diputado obrero del este de Edimburgo, explicó en un artículo de periódico que el viaje del príncipe de Gales sería útil al comercio y, por lo tanto, a la clase obrera. Por lo cual también se pronunciaba por la asignación de fondos.
Volvamos ahora los ojos hacia algunos de los diputados obreros de “izquierda” o de semi-izquierda. Se discute en el Parlamento la cuestión de ciertos derechos de propiedad de la iglesia escocesa. El diputado obrero escocés Johnston, invocando el acta de seguridad de 1707[2], niega al Parlamento inglés la facultad de intervenir en los derechos solemnemente reconocidos de la Iglesia escocesa. El speaker se niega a retirar la cuestión del orden del día.
Otro diputado escocés, Maclean, declara entonces que si el bill es votado, él y sus amigos volverán a Escocia para invitar al pueblo a reconocer como denunciado el tratado de unión entre Inglaterra y Escocia y a establecer el Parlamento escocés. (Risas en los bancos de los conservadores aprobación de los representantes del Labour Party escocés) Aquí todo es instructivo. El grupo escocés, que se coloca a la izquierda de la fracción parlamentaria del Labour Party, protesta contra una ley sobre la Iglesia, adoptando como punto de partida, no el principio de la separación de la Iglesia y el Estado, no ciertas consideraciones prácticas, sino los derechos sagrados de la Iglesia escocesa, garantizados por un tratado que data ya de más de dos siglos. ¡Para vengar los derechos lesionados de la Iglesia escocesa, los mismos diputados obreros amenazan con exigir el restablecimiento del Parlamento escocés, del cual no tienen la menor necesidad!
Jorge Lansbury, pacifista de izquierda, refiere en un artículo de fondo del diario del Labour Party que en una unión obrera del Monmouthshire los obreros y las obreras cantaron con el mayor entusiasmo un himno religioso y de qué gran auxilio fue para él este himno. “Individualidades aisladas pueden [dice] rechazar la religión, pero el movimiento obrero como tal movimiento no puede admitir esa actitud. Nuestra acción tiene necesidad de entusiasmo, de piedad y de fidelidad, que no pueden ser obtenidas con la sola invocación de los intereses personales.” De suerte que si nuestro movimiento tiene necesidad de entusiasmo, es incapaz (según Lansbury) de producirlo y se ve obligado a tomarlo prestado de los curas.
Juan Whitley, el antiguo ministro de Higiene en el Gabinete Macdonald, es considerado casi como un hombre de extrema izquierda. Whitley no es, sin embargo, sólo socialista. Es también católico. Sería más justo decir: primero es católico y a continuación socialista. Habiendo el Papa invitado a los fieles a combatir el comunismo y el socialismo, la redacción del Daily Herald, que se abstiene por cortesía de nombrar al Santo Padre, pidió a Whitley que tuviera la amabilidad de explicar las relaciones entre el catolicismo y el socialismo. No se vaya a suponer que el periódicopreguntaba si un socialista puede ser católico o, en términos más generales, creyente; no, se planteaba la cuestión de saber si un católico puede ser socialista. El deber de ser creyente quedaba fuera de duda; solamente se dudaba del derecho del creyente a ser socialista, sin dejar de ser buen creyente. El “izquierdista” Whitley se mantiene en su respuesta en este terreno. Considera que, no ocupándose directamente de política, el catolicismo se limita a definir los deberes morales de la conducta y obliga al socialista a aplicar sus principios políticos con los debidos respetos hacia los derechos morales de los demás. Considera Whitley la política del partido obrero británico, que, a diferencia del socialismo continental, no ha adoptado una orientación anticristiana, como la única justa. Para este
“izquierdista” la política socialista está dirigida por la moral personal, y la moral personal por la religión. En nada difiere esto de la filosofía de Lloyd George, quien considera a la Iglesia como la central eléctrica de todos los partidos. La colaboración de clases aparece aquí iluminada por la religión.
A propósito del diputado Kirkwood, que se opuso a los gastos del viaje del príncipe de Gales, un socialista escribió en el Daily Herald que Kirkwood llevaba en las venas una gota de sangre del viejo Cromwell, a causa, sin duda, de su firmeza revolucionaria. Aún no sabemos si esto es cierto. En todo caso, Kirkwood ha heredado la piedad de Cromwell. En su discurso en el Parlamento se defendió de alimentar el menor resentimiento personal contra el príncipe ni de envidiarle absolutamente nada. “El príncipe nada puede darme. Gozo de una salud excelente, disfruto de mi libertad de hombre y sólo soy responsable de mis actos delante de mi Creador.” Por este discurso sabemos pues, no sólo que la salud del diputado escocés es excelente, sino también que sus orígenes mismos, en lugar de explicarse por las leyes de la biología y la fisiología, se explican por las intenciones de un cierto Creador con el cual Mr. Kirkwood mantiene relaciones perfectamente definidas, fundadas de una parte sobre servicios prestados, y de otra sobre obligaciones de reconocimiento.
Sería fácil multiplicar tales ejemplos. Más exactamente: se podría reducir toda la actividad política de los directores del Labour Party a episodios de esta naturaleza, ridículos o extrañamente inconvenientes a primera vista, pero que en realidad reflejan las particularidades de toda la historia pasada, del mismo modo, por ejemplo, que los cálculos de la vejiga son el residuo de complejos procesos verificados en el organismo. Queremos recordar con esto que los orígenes orgánicos de tales o cuales particularidades no excluyen en modo alguno la intervención quirúrgica para eliminarlos.
La doctrina de los líderes del partido obrero inglés es una cierta amalgama de conservadurismo y liberalismo particularmente adaptada a las necesidades de las Trade-Unions, o, más exactamente, de sus esferas directoras. Estas profesan el culto de la evolución gradual. Adoran además el Antiguo y el Nuevo Testamento. Se consideran como ultracivilizadas, y creen a la vez que el Padre Celestial ha creado la humanidad para maldecirla en seguida en su amor infinito, intentando luego arreglar, con ayuda de la crucifixión de su propio hijo, este asunto tan extremadamente embrollado. El espíritu cristiano ha dado origen a instituciones tan nacionales como la burocracia de las Trade-Unions, el primer ministerio Macdonald y Mrs. Snowden.
La religión del orgullo nacional está estrechamente ligada a la de la evolución gradual y a la creencia calvinista de la predestinación[3]. Macdonald está convencido de que, habiendo ocupado su burguesía en otro tiempo el primer lugar en el mundo, él no tiene nada que aprender de los bárbaros y semi-bárbaros del continente europeo. A este respecto, como en todos los demás, Macdonald no hace más que remedar a los jefes burgueses, tales como Canning, quien proclamaba (con más razón desde luego) que la Inglaterra parlamentaria no tenía que recibir lecciones de política de los pueblos de Europa. Invocando con monotonía las tradiciones conservadoras del desarrollo político de Inglaterra, Baldwin invoca sin duda alguna la potente base de la dominación burguesa en el pasado. La burguesía ha sabido impregnar de conservadurismo los círculos superiores de la clase obrera. No fue por azar por lo que los más resueltos campeones del cartismo salieron de los medios artesanos proletarizados bajo los ojos de una generación o dos por la presión del capitalismo. Es igualmente significativo que los elementos más radicales del movimiento obrero inglés contemporáneo sean frecuentemente originarios de Irlanda y de Escocia (regla que se extiende, naturalmente, al escocés Macdonald). La reunión en Irlanda del yugo social y del yugo nacional, en presencia de ásperos conflictos de un país agrario y de un país capitalista, determina bruscas modificaciones de conciencia. Escocia ha entrado en el camino del capitalismo después que Inglaterra: un cambio más brusco en la vida de las masas populares origina una reacción más abrupta. Si los señores socialistas británicos fueran capaces de profundizar en su propia historia, y en particular en el papel de Irlanda y de Escocia, es posible que lograran comprender cómo y por qué la atrasada Rusia ha formado, con su transición brusca al capitalismo, el partido revolucionario más enérgico y ha entrado la primera en el camino de la revolución capitalista.
Pero los fundamentos del conservadurismo de la vida inglesa están irreparablemente minados. Durante decenas de años, los jefes de la clase obrera británica han considerado la existencia de un partido obrero como el triste privilegio de la Europa continental.
Esta suficiencia ignorante e ingenua no ha dejado rastro. El proletariado ha obligado a las Trade-Unions a formar un partido independiente. Es seguro que no se limitará a esto. Los jefes liberales y semiliberales del Labour Party piensan todavía que la revolución social es el triste privilegio del continente europeo. También en este punto los acontecimientos demostrarán cuán atrasados están. Para transformar el partido obrero inglés en un partido revolucionario, se necesitará mucho menos tiempo que el que ha sido preciso para crearlo.
La religiosidad protestante del pueblo inglés ha sido y continúa siendo aún, hasta cierto punto, el elemento más importante del conservadurismo del desarrollo político. El puritanismo fue una escuela de educación severa y de adiestramiento social de las clases medias. Las masas populares le resistieron siempre. El proletario no se siente “elegido”, no estando, evidentemente, en su favor la predestinación calvinista El liberalismo inglés, cuya principal misión fue educar, es decir, someter a las masas obreras a la sociedad burguesa, se ha formado sobre el terreno de la doctrina de los “independientes”. En cierta medida, de tiempo en tiempo, el liberalismo ha realizado esta misión; pero, en fin de cuentas, no ha logrado asimilarse la clase obrera mucho más que el puritanismo.
El partido obrero ha recogido la herencia del liberalismo con las mismas tradiciones puritanas y liberales. Si fuera necesario considerar el Labour
Party conforme a los Macdonald, los Henderson y compañía, sería preciso decir que éstos han venido a coronar la obra del completo sometimiento de la clase obrera a la sociedad burguesa. Pero la realidad es que se está llevando a cabo otro proceso, contra su voluntad, en las masas; proceso que liquidará para siempre las tradiciones puritanas y liberales, y a Macdonald sobre la marcha.
Para las clases medias inglesas, el catolicismo fue, de igual modo que el anglicanismo, una tradición ya preparada, adicta a los privilegios de la nobleza y del clero. Contra el catolicismo y el anglicanismo la joven burguesía inglesa erigió con el protestantismo su propia forma de creencia y la justificación de su lugar en la sociedad.
El calvinismo fue, con su predestinación de bronce, la forma mística de la concepción de la inmanente legitimidad del proceso histórico. La burguesía ascendente comprendía que las leyes de la historia obraban en su favor; este sentimiento revistió en su conciencia la forma de la doctrina de la predestinación. La negación calvinista del libre albedrío no paralizaba de ninguna manera la energía revolucionaria de los “independientes”, proporcionándoles, por el contrario, un poderoso apoyo. Los “independientes” se sentían llamados a realizar una gran obra histórica. Casi habría derecho a trazar un paralelo entre la doctrina de la predestinación en la revolución puritana y el papel del marxismo en la revolución proletaria. Aquí como allí la actividad más decisiva se funda, no sobre lo subjetivo arbitrario, sino sobre la inquebrantable necesidad, místicamente deformada en un caso, científicamente reconocida en el otro.
El proletariado inglés adoptó el protestantismo como una tradición ya hecha, es decir, lo mismo que la burguesía había adoptado, antes del siglo XVII, el catolicismo y el anglicanismo. Del mismo modo que la burguesía, una vez despertada, opuso el protestantismo al catolicismo, así el proletariado revolucionario opone al protestantismo el materialismo y el ateísmo.
Si el calvinismo fue para Cromwell y sus camaradas de lucha el instrumento espiritual de una transformación revolucionaria de la sociedad, actualmente no inspira a los Macdonald más que la veneración de todo lo que ha sido creado por “gradaciones sucesivas”. Los Macdonald no han heredado del puritanismo la fuerza revolucionaria, sino sus prejuicios religiosos. De los Owenistas han heredado, no el entusiasmo comunista, sino su aversión de utopistas reaccionarios contra la lucha de clases. De la historia política de Inglaterra, los Fabianos[4] no toman más que la dependencia espiritual del proletariado frente a la burguesía. La historia ha vuelto la espalda a estos caballeros, y los signos que en ella han leído se han convertido en su programa.
La situación insular, la riqueza, una política mundial coronada por el éxito, todo cuanto el puritanismo, religión del “pueblo elegido”, había cimentado, se ha convertido en altanero desprecio de lo continental y de lo no inglés en general. Las clases medias de Inglaterra estuvieron largo tiempo convencidas de que la lengua, la ciencia, la técnica, la cultura de los demás países no merecían ser estudiadas. Los filisteos que actualmente dirigen el Labour Party han recogido íntegramente estas convicciones.
Hecho curioso, Hyndman[5], que publicó en vida de Marx su librito Inglaterra para todos, cita en él al autor del Capital sin nombrarlo ni mencionar su obra, y la causa de esta extraña omisión es que Hyndman temía chocar a los lectores ingleses. ¿Podía, en efecto, concebirse que un inglés pudiera aprender algo de un alemán?
La dialéctica de la historia juega a este respecto a Inglaterra una mala partida transformando las ventajas de un desenvolvimiento avanzado en causas de una situación atrasada. Lo vemos en la industria, en las ciencias, en la estructura del Estado, en la ideología política. Inglaterra se ha desenvuelto sin la ayuda de precedentes. No ha podido buscar y hallar en países más avanzados la imagen de su futuro. Inglaterra ha avanzado por tanteos, empíricamente, no generalizando sus experiencias ni mirando hacia adelante sino en la medida de la necesidad más estricta. El sello del empirismo marca el pensamiento tradicional del inglés, es decir, del burgués inglés en primer término, y esta misma tradición espiritual ha conquistado los medios superiores de la clase obrera. El empirismo ha llegado a ser una tradición y una bandera; en otros términos, se ha unido al desdén hacia el pensamiento “abstracto” del continente. Durante largo tiempo Alemania se dedicó a filosofar sobre la verdadera naturaleza del Estado, mientras la burguesía inglesa construía, para las necesidades de su dominación, el Estado más perfecto en su género. Pero con el tiempo ha sucedido que la burguesía alemana, prácticamente atrasada, pero inclinada por esta razón a las especulaciones teóricas, ha transformado lo que era en ella una debilidad en una superioridad, creando una industria mucho más científicamente organizada y mejor adaptada para la lucha en el mercado mundial. Los filisteos socialistas ingleses heredaban de su burguesía el desdén hacia el continente en el mismo momento en que las ventajas de Inglaterra se volvían contra ella.
Macdonald, justificando las innatas particularidades del socialismo inglés, declara que para la investigación de sus orígenes será menester “olvidar a Marx y remontar a Godwin”[6]. Godwin fue en su tiempo una gran figura. Pero volver a él, para un inglés, es como para un alemán buscar las fuentes del socialismo en Weitling, o para un ruso retornar a Tchernichevski. Claro es que no queremos decir con esto que el movimiento obrero inglés no tenga sus “particularidades”. La escuela marxista ha dedicado siempre una gran atención a la originalidad del desenvolvimiento de Inglaterra. Pero nosotros explicamos esta originalidad por las condiciones objetivas, por la estructura de la sociedad y por sus modificaciones. Por eso comprendemos infinitamente mejor, nosotros marxistas, el desarrollo del movimiento obrero inglés (y prevemos mejor sus días futuros) que los actuales teóricos del Labour Party. El imperativo de la antigua filosofía “conócete a ti mismo” no ha sido formulado por ellos. Se creen destinados, predestinados, a reconstruir la más vetusta sociedad, y, sin embargo, se detienen, completamente postrados, ante una raya trazada con yeso en el suelo. ¿Cómo podrán atentar contra la propiedad burguesa si no se atreven a rehusar al príncipe de Gales su dinero para gastos menudos?
La monarquía, declaran, “no es un obstáculo” para el progreso del país y aun le cuesta menos de lo que le costaría un presidente, teniendo en cuenta los gastos electorales, etc. Estas manifestaciones de los líderes obreros caracterizan un aspecto de la “originalidad” inglesa que no cabe calificar sino de estupidez conservadora. La monarquía es débil porque el Parlamento burgués es el instrumento de dominación de la burguesía y porque ésta no tiene necesidad de armas extraparlamentarias. Pero en caso de necesidad, la burguesía puede sacar partido de la monarquía con el mayor éxito, como centro de coligación de todas las fuerzas extraparlamentarias, vale decir reales, dirigidas contra la clase obrera. La burguesía inglesa comprendió muy bien por sí misma el peligro que representa en tales casos la monarquía, aun la más ficticia. Así, en 1837 el Gobierno británico derogó en la India el título de “Gran Mogol”, desterrando a su poseedor de la ciudad santa de Delhi, aunque en esa época este título fuese completamente vano; la burguesía inglesa comprendía que el Gran Mogol hubiera podido, en ciertas condiciones, convertirse en el centro de convergencia de los elementos directores de la India contra la dominación británica.
Manifestarse partidario de un programa socialista y al mismo tiempo declarar que la monarquía “no es una traba” y cuesta menos, es lo mismo, por ejemplo, que admitir la ciencia materialista y recurrir contra el dolor de muelas a los encantamientos de una bruja porque la bruja cobra menos. Todo el hombre se manifiesta en este pequeño detalle, y todo lo que hay de ficticio en su adhesión a la ciencia materialista, y toda la falsedad de su sistema de ideas. La cuestión de la monarquía no se resuelve para el socialista desde el punto de vista de la contabilidad de nuestros días, y mucho menos del de una falsa contabilidad. Se trata de la transformación completa de la sociedad, de limpiarse de todos los elementos de esclavitud. Este trabajo excluye, en política y en psicología, todo acomodamiento con la monarquía.
Los señores Macdonald, Thomas y otros están indignados porque los obreros han protestado viendo a sus ministros vestir el hábito bufonesco de la Corte. Cierto que no es el mayor pecado de Macdonald, pero simboliza a maravilla todos los demás. Cuando la joven burguesía se batía contra la nobleza, renunciaba a las pelucas rizadas y a los vestidos de seda. Los revolucionarios burgueses llevaban el vestido negro de los puritanos. Al contrario de los “caballeros”, se les apodó “cabezas redondas” o “cabezas tonsuradas”. Todo nuevo contenido busca una forma nueva. Desde luego, la forma de los vestidos es sólo convencional, pero la masa no quiere comprender, y tiene razón, por qué los representantes de la clase obrera han de someterse a los bufonescos convencionalismos de la mascarada monárquica. Y la masa aprende cada vez más a comprender que quien le es infiel en las pequeñas cosas, lo será en un gran número de ellas.
Estos rasgos de conservadurismo, de religiosidad, de orgullo nacional los encontramos en diversos grados y bajo distintas combinaciones en todos los líderes oficiales del Labour Party actual, desde el ultraderechista Thomas hasta el izquierdista Kirkwood. Se cometería un gran error desdeñando la tenacidad y la adherencia de estas particularidades conservadoras de los círculos superiores de la clase obrera inglesa. No queremos decir, desde luego, que las tendencias religiosas y conservadoras nacionales sean totalmente extrañas a las masas. Pero en tanto que en los líderes, discípulos del partido liberal, los rasgos nacionales y burgueses han penetrado en su carne y en su sangre, en la masa obrera, por el contrario, tienen un carácter mucho menos profundo y menos estable. Hemos recordado ya que el puritanismo, esta religión de las clases en vía de enriquecimiento, jamás ha logrado penetrar profundamente en la conciencia de las masas obreras. Lo mismo sucede con el liberalismo. Los obreros votaron a los liberales, pero en su masa permanecieron obreros y los liberales tuvieron que estar siempre en guardia. En otras condiciones, es decir, si Inglaterra se hubiese desarrollado y fortificado en el sentido económico, el Labour Party del tipo actual hubiera podido continuar y ahondar la obra “educadora” del protestantismo y del liberalismo, esto es, ligar más sólidamente la conciencia de los grandes medios obreros a las tradiciones nacionales conservadoras y a la disciplina del orden burgués. En las actuales condiciones de manifiesta decadencia de Inglaterra y de ausencia de perspectivas, es preciso atenerse a un desarrollo diametralmente opuesto a éste. La guerra ha dado ya un golpe terrible a la religiosidad tradicional de las masas inglesas. No sin motivo, Mr. Wells[7] se preocupa de la creación de una nueva religión, intentando hacer entre la
tierra y Marx la carrera de un Calvino fabiano. Dudamos mucho de su sito. El topo-revolución mina muy bien esta vez. Las masas obreras se librarán tumultuosamente de la disciplina nacional-conservadora, elaborando su propia disciplina de acción revolucionaria. Por efecto de esta presión desde abajo, los medios directores del Labour Party se modificarán rápidamente. No queremos decir que Macdonald llegará a tomar figura de revolucionario; no: será eliminado. Pero los líderes que, según todas las probabilidades, formarán el primer equipo de relevo, los hombres del tipo Lansbury, Whitley, Kirkwood, demostrarán inevitablemente que no constituyen más que una variedad de izquierda del mismo tipo fabiano. Su radicalismo está limitado por la democracia, por la religión y envenenado por el orgullo nacional, que los somete espiritualmente a la burguesía británica. La clase obrera tendrá probablemente que renovar varias veces sus esferas directoras antes de que llegue a crear un partido verdaderamente a la altura de la situación histórica y de las tareas del proletariado inglés.