"La celda de Trotsky –prosigue Sverchkov– no tardó en convertirse en una especie de biblioteca. Le hacían llegar absolutamente todos los libros que le mercían alguna atención. Trotsky se pasaba entregado a la lectura y a la escritura el día entero, de la mañana a la noche. ’Aquí –solía decirnos– se está maravillosamente; se lee, se trabaja, sabiendo que nadie vendráa encarcelarnos... ¡No me negarán que esto, en la Rusia zarista, es algo extraordinario!’". (Mi vida)