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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Con ambas manos. La burocracia stalinista y los Estados Unidos

Con ambas manos. La burocracia stalinista y los Estados Unidos

Con ambas manos[1]

La burocracia stalinista y los Estados Unidos

 

 

Diciembre de 1932

 

 

 

La situación interna de la Unión Soviética obliga, en forma cada vez más inevitable y apremiante, a un nuevo viraje político, que será necesariamente más extremo que los precedentes. Todos lo sienten así y muchos lo perciben con claridad. La dirección burocrática, foco de todas las dificultades e insatisfacciones, mantiene un silencio obstinado. ¿Acaso porque todavía no conoce el camino a seguir? ¿O quizá porque prefiere mantenerse en la senda en la que ya se ha embarcado hasta que ello se convierta en un hecho irrevocable?

“Conducir” al partido engañado, adormecido, semiahogado, inconsciente, por una senda que no quiere tomar; he aquí el método táctico de Stalin.[2] El partido jamás resolvió elevar el contenido alcohólico de las bebidas; la burocracia lo hizo en forma inconsulta para aumentar los ingresos fiscales, y así elevó la cifra del cuatro al cuarenta por ciento en todo el país. Ese es el método que utiliza Stalin en todos los terrenos. Por eso es más necesario que nunca mantener el ojo avizor sobre las maniobras de la burocracia, que calladamente prepara una nueva “sorpresa” para las masas trabajadoras.

Los síntomas, aun aquellos de carácter secundario, deberán ser examinados con atención y suspicacia; esto contribuirá a frenar a los líderes burocráticos antes de que hayan impuesto la medida del cuarenta por ciento, después de lo cual será imposible derogarla.

Thomas Campbell, conocido especialista norteamericano en el ramo de la construcción de maquinaria agrícola, fue durante un tiempo asesor técnico de la Unión Soviética. A su regreso a Estados Unidos publicó un libro, Russia: Market or Menace? [Rusia: ¿Mercado o amenaza?]. La sección más importante del libro, al menos desde el punto de vista político, es el informe de una extensa conversación que el autor mantuvo con Stalin. Esta conversación, de cuya autenticidad, como veremos, no cabe la menor duda, merece ser no sólo reproducida sino también atentamente estudiada.

“Apenas tomamos asiento, le expliqué al señor Stalin, por intermedio del intérprete, que antes de entrar en cuestiones de negocios quería hablarle con toda franqueza de mi viaje a Rusia y de otros problemas que yo tenía en mente. Accedió a mi petición y, con un solo ademán, señaló la puerta, tras lo cual su secretario dio tres pasos y salió de la habitación. Dije entonces al señor Stalin: “Deseo firmemente, señor Stalin, que usted sepa que estoy aquí sin la intención de crearle falsas impresiones. No soy comunista, no creo en la forma soviética de gobierno; no soy discípulo de Bill Haywood o de Emma Goldman,[3] y rechazo muchas de las cosas que he oído acerca de su gobierno; sin embargo, estoy muy interesado en su desarrollo agrícola, puesto que soy ingeniero agrónomo y he pasado la mayor parte de mi vida tratando de lograr que avance la agricultura mecanizada en Estados Unidos. En Montana tuvimos una cosecha pobre este año, y el trabajo que su gobierno me ha ofrecido es interesante. A pesar de esto, no pactaré ninguna clase de acuerdo laboral con ustedes a menos que éste se sitúe estrictamente sobre la base comercial y con la absoluta independencia de mis ideas políticas. En ese momento Stalin se levantó de su silla, se acercó a mí, tomó mi mano entre las suyas, me miró directamente a los ojos y dijo: ‘Se lo agradezco, señor Campbell. Ahora sé que puedo creer en usted. Ahora sé que podemos respetarnos mutuamente y posiblemente ser amigos’.

“Entonces me indicó que tomara asiento y que continuara. Pasé a explicar que nosotros en Estados Unidos rechazamos muchas de las cosas que hemos oído acá del gobierno soviético, tales como la confiscación de la propiedad, la supresión de los derechos personales, la nacionalización de las mujeres y los niños, el repudio a la religión, y, sobre todo, lo que nosotros caracterizamos como un intento de intervenir en nuestro propio gobierno. Le dije que ni él ni su gobierno podían esperar la amistad, cooperación y reconocimiento del nuestro si alguna vez trataban de intervenir en nuestros asuntos.

“El señor Stalin replicó de inmediato que él comprendía esto y que también deseaba hablar con la misma franqueza y sin ánimo de ofender. Dijo conocer la existencia de tales informes desfavorables en nuestro país, y tomó su tiempo en explicar las verdaderas condiciones existentes en Rusia. Admitió con absoluta franqueza y sin vacilaciones que cuando estaba Trotsky[4] había cundido el intento de propagar el comunismo en el mundo entero. Dijo que ésta había sido la causa primordial de su ruptura con Trotsky. Que éste creía en el comunismo universal, mientras que él deseaba limitar sus esfuerzos a su propio país. Dijo que, aunque quisieran, carecían de tiempo y dinero como para comunizar el mundo, que su mayor preocupación era mejorar la situación del pueblo ruso sin tener la menor injerencia en los gobiernos de otros países.

“Discutimos acerca de la Tercera Internacional[5] y otros ítems de la propaganda soviética, y debo reconocer que el señor Stalin me convenció de que ni él, ni ningún funcionario del gobierno soviético, busca interferir en el gobierno de Estados Unidos. Hablamos de política, economía, finanzas, negocios, comercio con Estados Unidos, transportes, agricultura y educación. Me asombraron los conocimientos del señor Stalin en torno a los problemas de actualidad. Me recordaba a muchos de los líderes de nuestra industria que, para mantener sus puestos, deben poseer conocimientos generales sobre casi todo. Escogía cuidadosamente sus palabras, y me maravillaron sobremanera sus conocimientos sobre la constitución de los Estados Unidos. Tal es así que mi ignorancia de dicha constitución me puso en un trance bastante embarazoso, y al llegar a Londres lo primero que hice fue buscar una librería y adquirir un ejemplar.

“La conversación prosiguió hasta bastante después de la puesta del sol, ya que el sol se oculta temprano en este país septentrional. Al separarnos me dijo que el intérprete prepararía una copia mecanografiada de nuestra conversación. La recibí dos semanas más tarde en Londres, con la firma ‘J. Stalin’ y el siguiente epígrafe: ‘Guarde usted este acta, tal vez un día sea un documento histórico de mucha importancia’.”

Las circunstancias descritas certifican más allá de toda duda, la autenticidad de la entrevista. Campbell no es un periodista frívolo en busca de una nota sensacional sino un enérgico hombre de negocios yanqui, un norteamericano importante, adinerado, fabricante de máquinas. Tiene la mejor disposición hacia Stalin. Para informar sobre la entrevista recurrió no sólo a su memoria, sino también al acta oficial que se le suministró. Por último, nadie refutó el informe de Campbell. Estos hechos bastan para demostrar la autenticidad de la entrevista desde un punto de vista formal. Pero más importante aun es la lógica política interna de la conversación, acorde con el espíritu de los interlocutores y las circunstancias. Por otra parte, ningún periodista hubiera sido capaz de inventar ese apretón con las dos manos, ni esa excelente descripción de la esencia de las diferencias entre Stalin y Trotsky.

El yanqui es fiel a sí mismo hasta el final de la conversación. El sólido burgués que tuvo una mala cosecha, y por eso está perfectamente dispuesto a hacer un negocio redondo con los ateos nacionalizadores de mujeres, pone los pies sobre la mesa soviética y, con aire semiprotector, semiadmonitorio, palmea el hombro del líder de los bolcheviques.

Nadie reprochará a Stalin por querer aprovechar la reunión con Campbell para facilitar un acuerdo con el gobierno y el mercado norteamericano. Pero, ¿a qué se debe esa “presteza” para ponerse de pie, tomar la mano de Campbell entre las suyas y proponerle no sólo “respeto mutuo”, sino también “amistad”? ¿Guarda relación alguna con la conducta que debe observar un representante del estado obrero embarcado en negociaciones comerciales con un representante del mundo capitalista? ¡ De ninguna manera! Pero sí se parece al servilismo de un pequeño burgués ante un gran burgués. Este pequeño incidente, cuya lectura francamente provoca náuseas, es muy típico. A partir de allí se puede discernir la verdadera conciencia política de Stalin, que tan resuelta e implacablemente ataca a los comunistas de la Oposición[6] y a los obreros descontentos.

Quince años después de la Revolución de Octubre, Stalin habla con el capitalista yanqui en el mismo tono que alguna vez emplearon Miliukov y Kerenski con Buchanan en las no muy gloriosas jornadas de la coalición impotente. La semejanza no sólo es de forma sino también de contenido. “Ustedes proclaman, a través de la prensa y en público, la necesidad de poner fin a la guerra”, acusó severamente Buchanan a las autoridades constituidas de febrero.[7] “Nosotros no - respondieron en su defensa Miliukov, Tereschenko y Kerenski - son los bolcheviques. Pero ya los liquidaremos.” “Vea usted - aseguró Kerenski a Buchanan mientras le tomaba la mano entre las dos suyas, por carecer de una tercera - vea usted, Lenin[8] ya se ha visto forzado a volver a la clandestinidad y Trotsky está encerrado en la prisión de Kresti.”

Por supuesto que la posición de Stalin es esencialmente distinta, porque la Revolución de Octubre es un hecho histórico y el “aparato” se apoya en las consecuencias sociales de este hecho. Pero el objetivo político de la burocracia no es propagar la Revolución de Octubre por todo el mundo, por esa teoría se desterró a Trotsky de la URSS, le informa Stalin con todo respeto al burgués norteamericano. El objetivo de Stalin consiste en mejorar la situación del pueblo ruso mediante acuerdos con el capital norteamericano. Por desgracia, precisamente la política de Stalin en lo que atañe a “mejorar la situación del pueblo” provoca resultados cada vez más lamentables.

Quizá replique algún sabihondo que Stalin, con sus afirmaciones acerca de la revolución internacional, etcétera, sólo buscaba ocultar sus verdaderas posiciones frente a los norteamericanos. ¿Qué tiene de malo? ¿Vale la pena hacer un escándalo? Sólo un idiota sin remedio podría creer semejante explicación. Para empezar, ¿es admisible tratar de engañar a un adversario con declaraciones que inevitablemente confundirán y desmoralizarán a los amigos? Porque lo que Stalin declaró de la manera más rotunda a la faz del mundo es que, a diferencia de la Oposición de Izquierda, su fracción ha renunciado a la teoría y la práctica de la revolución internacional. ¿Se puede jugar con tales cosas en bien de la diplomacia? Esa clase de juegos, aunque se mantengan dentro de los marcos de la diplomacia, terminan en un lamentable fracaso. Una conversación privada, por más que dure hasta el amanecer, no ejerce la menor influencia sobre la clase dominante de Estados Unidos. Los yanquis son hombres de negocios serios. No cerrarán un trato a ciegas. Las afirmaciones deben basarse en hechos y conducir a hechos. La declaración de Stalin no es una maniobra ni un ardid, deriva de la teoría del socialismo en un solo país.[9] Es fruto de toda la política de los años recientes. Es posible que en un futuro cercano se convierta en la doctrina del nuevo curso en que la burocracia está entrando cada vez más directamente, gracias a su ceguera y sus fracasos.

¿Quién puede olvidar que, ante la sorpresa general, el gobierno soviético ratificó el Pacto Kellogg?[10] El motivo, dictado por Stalin para consumo interno exclusivamente, era que, si bien el pacto Kellogg no basta, es, al menos, un paso adelante. Por supuesto, que la diplomacia soviética no tiene la obligación de expresar todos sus pensamientos en voz alta. Pero cualquier declaración o maniobra que ayude al enemigo a engañar a los obreros y hacerles bajar la guardia necesariamente socava los propios cimientos de la burocracia.

El pacto Kellogg no es un paso hacia la paz sino una cortina de humo diplomática para el más poderoso y temible de los bandidos imperialistas. El asunto no termina con el pacto. Hace poco, Litvinov[11] apoyó la propuesta norteamericana de “desarme parcial”. En este sentido, la prensa soviética no denunció la exigencia de Hoover[12] sino a los imperialistas que no la aceptaron. El objetivo de la propuesta de Hoover, al igual que el del pacto Kellogg, no es lograr el desarme ni impedir la guerra sino concentrar en manos norteamericanas todo el control sobre la guerra y la paz. La gran tarea de los imperialistas norteamericanos es crearse puntos de apoyo morales y materiales favorables, en vistas a la guerra que se avecina.

Si la diplomacia soviética no podía expresarse abiertamente -opinión que no compartimos-, la prensa debió haberse ocupado del asunto. Pero cuando la diplomacia stalinista se aferra “con ambas manos” a las propuestas de Hoover y Kellogg engaña al proletariado mundial y debilita al estado soviético. Mientras que los centristas[13] de Amsterdam se basaban en el pacifismo pequeñoburgués, cuyas intenciones son generalmente honestas y que todavía tiene raíces en las masas, en Ginebra la “izquierda” se tomó de la mano del seudopacifismo imperialista, cuyas raíces se hunden en los bancos y monopolios. En la cuestión de la guerra, los epígonos[14] rompen abierta y flagrantemente con la tradición revolucionaria del leninismo. Su objetivo inmediato es ganarse la confianza del capital norteamericano. La conversación nocturna en el Kremlin es una ratificación de los discursos de los delegados soviéticos en Ginebra. Sin embargo, la diplomacia no agota la cuestión, y en este terreno ni siquiera constituye el elemento más importante. ¿Dónde está la Internacional Comunista? Hace cuatro años y medio que no se convoca a un congreso de la Comintern y nadie sabe cuándo se hará, si es que alguna vez resuelven hacerlo. Stalin ni siquiera se digna aparecer en el plenario del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista y deja la dirección en manos de personas que en realidad necesitan que se las dirija. ¿No es ésto una muestra de desprecio hacia la Comintern? ¿Acaso no significa que de hecho, no sólo en la conversación con el burgués yanqui, Stalin ha abandonado completamente la política de la revolución internacional? No, no engañó a Campbell. Describió, con sorprendente franqueza, la verdadera situación.

El diálogo Stalin-Campbell echa luz sobre otro problema, el más importante de todos: el del socialismo en un solo país. A pesar de las profecías inciertas, el plan Quinquenal[15] no le dio mayor “independencia” económica a la Unión Soviética. Al contrario, los avances de la industrialización han extendido y profundizado los vínculos de la economía soviética con la economía mundial, aumentando, por consiguiente, su recíproca dependencia. El apretón de manos de Stalin, las respetuosas garantías que dio al capital norteamericano respecto de sus diferencias con la Oposición de Izquierda son, en última instancia, una expresión política de la dependencia económica de la Unión Soviética con el mercado mundial. El carácter humillante de esta “expresión” queda determinado por la psicología de un burócrata que sigue siendo un pequeño burgués, a pesar de que ocupa una posición muy elevada, y al que los grandes acontecimientos siempre toman por sorpresa.

Cuanto más vuelva la espalda la fracción stalinista a la revolución internacional, más sentirá su dependencia respecto del capital mundial, y más fuertemente se aferrará al mismo “con ambas manos”. El apretón de manos de Stalin es algo más que un acto simbólico: es casi un programa. Obviamente, al acusar irresponsable y llanamente a la Oposición de querer entregar la industria soviética al capital foráneo, Stalin prepara un viraje tanto en su política internacional como en la interna.

Atrapada en una morsa, la burocracia es capaz de embarcarse en cualquier aventura, sin excluir la traición. Depositar confianza ciega en ella es convertirse en cómplice de la traición. Hoy más que nunca tenemos el deber de observar la conducta de Stalin en el terreno de las relaciones políticas exteriores, no sólo con atención constante sino también con profunda desconfianza.

¡En guardia! ¡Prepararse!



[1] Con ambas manos. Publicado el 7 de enero de 1933 en The Militant, semanario de la Communist League of America [CLA, Liga Comunista de Norteamérica], sección de la Oposición de Izquierda Internacional. La primera edición rusa no lleva firma. Hacia fines de 1932, Trotsky no era el único que esperaba un “viraje” de parte de la dirección de la Unión Soviética, en un momento en que el país atravesaba por grandes dificultades y había mucho descontento; Deutscher caracterizó ese período como “el momento más peligroso y sombrío de la historia soviética, cuando la nación sintió todo el impacto de la catástrofe en la agricultura y la hambruna, y cuando el caos inflacionario amenazaba con desbaratar todo el laborioso avance industrial”. (El profeta desterrado, 1963). Los propios stalinistas empezaban a cuestionar la política de Stalin y a hablar de separarlo de la dirección. A principios de 1932, el Kremlin le había quitado a Trotsky la ciudadanía soviética, acusándolo de realizar “actividades contrarrevolucionarias” (véase Escritos 1932). Por eso Trotsky se benefició con la publicación de un libro donde se citaba a Stalin y las verdaderas razones que lo llevaban a tornar medidas contra el “trotskismo”. El libro, Russia:: Market or Menace? [Rusia: ¿Mercado o amenaza?] fue escrito por Thomas D. Campbell, ingeniero agrónomo norteamericano que entre 1929 y 1930 sirvió como asesor al gobierno soviético en materia de maquinaria agrícola; aunque el gobierno norteamericano seguía negándose a reconocer al gobierno soviético instaurado en 1917 no prohibía el comercio entre ambos países ni que los ciudadanos estadounidenses visitaran o trabajaran en la URSS. Uno de los capítulos del libro de Campbell contenía una entrevista que Stalin le había concedido el 28 de enero de 1929, poco antes de que Trotsky fuera deportado a Turquía. El libro fue publicado por la editorial Longmans, Grenn and Co. en abril de 1932, y Trotsky se ocupó del mismo siete meses más tarde. Cuando el artículo reproducido aquí apareció en 1932 en ruso y alemán, Stalin emitió una declaración afirmando que Campbell había tergiversado sus conceptos .

[2] José Stalin (1879-1953): ingresó a la socialdemocracia en 1898, se unió a la fracción bolchevique en 1904, fue aceptado condicionalmente en el Comité Central en 1912 y elegido al mismo en 1917. En 1917 propició una línea de conciliación con el Gobierno Provisional, que el partido siguió hasta que Lenin volvió a Rusia y reorientó al Partido Bolchevique hacia la toma del poder. Fue comisario de nacionalidades en el primer gobierno soviético y secretario general del Partido Comunista (bolchevique) a partir de 1922. En1923 Lenin pidió que se lo separara del puesto de secretario general porque lo utilizaba para burocratizar el aparato estatal y de partido. Después de la muerte de Lenin (1924), Stalin eliminó a sus adversarios uno por uno, empezando por Trotsky, hasta convertirse en virtual dictador de la Unión Soviética en la década del 30. Los principales conceptos asociados a su nombre son “socialismo en un solo país”, “social-fascismo” y “coexistencia pacífica”. Trotsky escribió una biografía suya titulada Stalin, evaluación del hombre y su influencia, pero quedo incompleta cuando Trotsky fue asesinado en 1940.

[3] William D. Haywood (1869-1928): dirigente sindical combativo, fundador de  Industrial Workers of the World [Obreros Industriales del Mundo, una central obrera norteamericana] y dirigente del ala izquierda del Partido Socialista norteamericano antes de la Primera Guerra Mundial; ingresó al Partido Comunista y en 1921 emigró a la Unión Soviética para escapar a la persecución del gobierno norteamericano. Permaneció allí hasta su muerte. Emma Goldman (1869 1940) anarquista que simpatizó con la revolución rusa en 1917 pero luego se convirtió en enemiga del gobierno soviético y de la Internacional Comunista.

[4] León Trotsky (1879-1940): entró al movimiento revolucionario en 1896; colaboró con Lenin en Iskra en 1902. Al año siguiente rompió con Lenin por sus diferencias acerca de la concepción del partido revolucionario. se unió a los mencheviques, pero rompió con ellos en 1904. Durante la década siguiente trató de reunificar al partido. En la Revolución de 1905 fue presidente del Soviet de Petrogrado; a partir de allí desarrolló la teoría de la revolución permanente. En 1915 redactó el Manifiesto de Zimmerwald contra la guerra. ingresó al Partido Bolchevique en 1917, fue elegido para integrar el Comité central y organizó la insurrección que dio nacimiento al estado soviético. El primer puesto que ocupó en el gobierno fue el de comisario de relaciones exteriores. Luego fue comisario de guerra, organizó el Ejército Rojo y lo condujo a la victoria después de tres años de guerra civil e intervención extranjera. En 1923 formó la Oposición de Izquierda y durante diez años luchó por enderezar el rumbo de la Unión Soviética y la Internacional Comunista hacia el internacionalismo leninista y la democracia proletaria. Derrotado por la fracción stalinista, fue expulsado del partido y la Internacional y deportado a Turquía en 1929. En 1933 abandonó los esfuerzos por reformar la Comintern y llamó a la creación de una nueva internacional. Según Trotsky, el trabajo realizado para la creación de la Cuarta Internacional fue el más importante de su vida.

[5] La Tercera Internacional (Internacional Comunista o Comintern) fue, bajo la dirección de Lenin, la sucesora revolucionaria de la Segunda Internacional. En vida de Lenin celebraba sus congresos mundiales una vez al año - el Primero en 1919, el Segundo en 1920, el Tercero en 1921 y el Cuarto en 1922 - a pesar de la Guerra civil y los peligros que corría la Unión Soviética. Trotsky consideraba que las tesis de los cuatro primeros congresos eran la piedra fundamental programática de la Oposición de Izquierda y de la Cuarta Internacional. El quinto Congreso, ya controlado por el aparato stalinista, se reunió en 1924, el Sexto en 1928 y el séptimo en 1935. Trotsky llamó a este último el “congreso de liquidación” de la Comintern (véase Escritos 1935-1936); efectivamente, ese organismo no se volvió a reunir y en 1943 Stalin anunció la disolución de la Comintern como gesto de conciliación hacia sus aliados imperialistas.

[6] La Oposición de Izquierda (bolcheviques leninistas): se fundó en 1923 como fracción del Partido Comunista ruso; la Oposición de Izquierda Internacional se fundó en 1930 como fracción de la Comintern. Un grupo de dirigentes de la Oposición de Izquierda Internacional se reunió con Trotsky en Copenhague en noviembre de 1932 y realizó una preconferencia internacional en febrero de 1933. Cuando la Oposición de Izquierda Internacional resolvió iniciar el trabajo de construcción de una nueva internacional adoptó el nombra de Liga Comunista Internacional (LCI). Trotsky propuso que la conferencia internacional de la LCI, reunida en Ginebra en 1936, fundara la Cuarta Internacional, pero la conferencia se mostró en desacuerdo y fundó el Movimiento pro Cuarta Internacional. La conferencia de fundación de la Cuarta Internacional se celebró en París en setiembre de 1938. En vida de Trotsky se llegó a celebrar una conferencia mas: el Congreso de Emergencia, reunido en el Hemisferio Occidental en mayo de 1940, que aprobó un manifiesto sobre la guerra redactado por Trotsky (véase Escritos 1939-1940).

[7] Coalición impotente y autoridades constituidas de febrero: referencias a los integrantes del Gobierno Provisional que, apoyado por partidos capitalistas y “socialistas”, intentó gobernar a Rusia en el período que medió entre las revoluciones de Febrero y Octubre. Pavel Miliukov (1859-1943): dirigente del Partido Cadete, el más importante de los partidos burgueses, y ministro de relaciones exteriores del Gobierno Provisional. Alexander Kerenski (1882-1970): miembro del Partido Social Revolucionario, fue primer ministro del gobierno derrocado por los bolcheviques. George Buchanan (1854-1924): embajador británico en Rusia de 1910 a 1918, enemigo mortal de la Revolución de Octubre y del nuevo gobierno soviético. Mijail Tereschenko (188-959): cadete ministro de relaciones exteriores después de la renuncia de Miliukov.

[8] Vladimir Ilich Lenin (1870-1924): retomó el marxismo como teoría y práctica de la revolución después de la traición de los oportunistas, revisionistas y fatalistas de la Segunda Internacional. Inició la tendencia conocida con el nombre de bolchevismo, que sentó las bases de la construcción del partido necesario para dirigir a la clase obrera a la revolución y el poder. Fue el primer marxista que comprendió y expuso la importancia de la lucha nacional y colonial. Dirigió la primera revolución obrera victoriosa en 1917 y fue el primer jefe de estado del gobierno soviético. Fundó la Internacional Comunista y elaboro sus principios, estrategia y tácticas. Preparó la lucha contra la burocratización del Partido Comunista ruso y el estado soviético, pero murió antes de poder realizarla.

[9] El socialismo en un solo país: proclamado como teoría en 1924 y luego incorporado por Stalin al programa y táctica de la Comintern. Sirvió de cortina de humo ideológica para encubrir el abandono del internacionalismo revolucionario a cambio de un nacionalismo estrecho y fue utilizada para convertir a los partidos comunistas del mundo en peones dóciles de la política exterior del Kremlin. Trotsky la crítica exhaustivamente en El gran organizador de derrotas ( Tercera Internacional después de la muerte de Lenin), escrito en 1928.

[10] El Pacto Kellogg : (auspiciado por Frank B. Kellogg, secretario de estado de EE.UU. en 1925-1929): acuerdo de quince naciones por el que las mismas renunciaban a la guerra como instrumento de la política exterior. Fue ratificado luego por sesenta y tres países, incluida la Unión Soviética.

[11] Maxim Litvinov (1876-1951): militante de la vieja guardia bolchevique, comisario del pueblo de relaciones exteriores en 1930-1939, embajador en Estados Unidos en 1941-1943 y subcomisario de relaciones exteriores en 1943-1946. Stalin lo utilizó para personificar la “seguridad colectiva” mientras negoció con los imperialistas democráticos. Lo retiró de escena durante los períodos del Pacto Hitler-Stalin y de la guerra fría.

[12] Herbert Hoover (1874-1964): presidente republicano de EE.UU. en 1929-1933. Franklin D. Roosevelt lo derrotó en las elecciones de 1932. Ese año presentó una propuesta de reducción específica de armamentos ante la conferencia de desarme reunida en Ginebra.

[13] Centrismo: término utilizado por Trotsky para designar a las corrientes del movimiento obrero que oscilan entre el reformismo, que es la posición de la burocracia y la aristocracia obreras, y el marxismo, que representa los intereses históricos de la clase obrera. Puesto que la tendencia centrista carece de base social propia, debe evaluársela según su origen, su dinámica y la dirección en que se desplaza por propia voluntad o por la presión de los acontecimientos. Hasta 1935 Trotsky consideró al stalinismo una variante de esta corriente: el “centrismo burocrático”. Los términos “centristas de Amsterdam” y “de Ginebra” se refieren a los stalinistas y al papel que desempeñaron en los congresos pacifistas de Amsterdam y las reuniones de la Liga de las Naciones en 1932. Después de 1935, Trotsky consideró que el término “centrismo burocrático” ya no caracterizaba adecuadamente al stalinismo. En una carta a James P. Cannon, fechada el 10 de octubre de 1937 escribió: “Algunos camaradas siguen caracterizando al stalinismo como ‘centrismo burocrático’. Esta caracterización está totalmente superada. En la arena internacional el stalinismo ya no es centrismo sino la expresión más grosera del oportunismo. ¡vea lo que ocurre en España!.

[14] Epígonos: discípulos que corrompen las enseñanzas de su maestro. Trotsky utilizaba este término para referirse a los stalinistas, que se reclaman leninistas.

[15] La decisión de preparar el Primer Plan Quinquenal fue aprobada por el Decimoquinto congreso del Partido Comunista ruso en diciembre de 1927, poco después de la expulsión de la Oposición de Izquierda, cuyos integrantes habían sido los primeros en proponer ese plan de industrialización. El Primer Plan Quinquenal abarcó los años 1928 a 1932.



Libro 3