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Red Internacional

OPINIÓN. Cristina, Corbacho: versiones interesadas sobre las causas del fascismo

En la semana que se cumplía el aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial ocurrieron varios hechos que reavivaron el debate y el uso de “lecciones” sobre las causas de la caída de las democracias parlamentarias y el triunfo de Hitler.

Martes 8 de septiembre de 2015

El más importante de los hechos fue el estallido de la extrema realidad de los refugiados que frente a los ojos de todo el mundo dejó en evidencia la abierta bonapartización de Europa y también aunque en menor medida la de EE UU. Además de lo sucedido en China y en Japón, acá en Argentina el debate entre la presidente argentina y el académico de una institución del establishment vernáculo adquirieron un ribete poco usual para discutir las razones del triunfo de Hitler. Alejandro Corbacho del UCEMA (la academia neoliberal que alcanzó prestigio durante el gobierno de Menem) cuestionó los dichos de la presidenta de un mes atrás en el que adjudicó el triunfo de Hitler a las condiciones impuestas por las potencias vencedoras en el Tratado de Versalles, afirmando en cambio que la razón se debió a la inflación durante el gobierno reformista de entonces.

Para Corbacho, el hecho de que Cristina haya omitido este dato y haya hecho hincapié en los condicionantes externos de Alemania se debería a un intento de justificar sus propias acciones de gobierno. Las dos cuestiones entrecruzadas se puede decir que son medias verdades pero en realidad resumen una misma mentira. Hay una utilización desvergonzada y superficial en ambos casos de importantes procesos históricos que hoy son poco conocidos. Solo se concentran en los rasgos exteriores y secundarios del fenómeno del fascismo para tergiversar los hechos. En el caso de Corbacho porque pareciera ir en el sentido de planteos frecuentes de la oposición “republicana” de que el gobierno kirchnerista tendría rasgos autoritarios que lo emparentarían con el fascismo, mientras que en el caso de Cristina buscaría tratar de justificar que la incapacidad de su propio gobierno se debe a “la herencia recibida” y las presiones externas.

Las causas del ascenso del fascismo

En primer lugar, la causa principal del ascenso del fascismo hay que buscarla en la incapacidad del imperialismo como sistema mundial de impedir sus contradicciones y resolver sus disputas sin ocasionar grandes padecimientos a las masas como las guerras mundiales o las crisis económicas y el que la Primera Guerra Mundial no haya logrado resolver el conflicto de los viejos imperialismos europeos con las nuevas potencias ascendentes, Alemania, EE. UU y Japón por la hegemonía y un nuevo reparto del mundo.

En segundo lugar, de las entrañas de la guerra mundial surgió otro de los fenómenos que va a marcar el siglo XX, las revoluciones proletarias, como ya Marx había anticipado en el Manifiesto Comunista. En 1917, el triunfo de la Revolución Rusa dirigida por el Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky abrió una oleada revolucionaria internacional. La Revolución alemana de noviembre de 1918 fue traicionada por el reformismo que en esa época dirigía poderosos sindicatos, tenía decenas de diputados en el parlamento y venía de haber apoyado los esfuerzos de guerra de su propio Estado imperialista. La socialdemocracia alemana asumió el gobierno de la burguesía en plena crisis con tal de impedir el triunfo de la revolución. Claro que Cristina Kirchner no dice que la “democracia” como le gusta llamarla tiene en su prontuario el asesinato de grandes dirigentes revolucionarios como Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht en enero de 1919, pocos meses antes de que se firmara el Tratado de Versalles.

Ernest Mandel cuenta cómo “Los imperialistas estadounidenses, británicos e incluso franceses no se arriesgaron a desarmar por completo a sus rivales alemanes, para que la clase trabajadora germana no tomara el poder. Por cierto, entre noviembre de 1918 y octubre de 1923, el Reichswehr [fuerzas armadas] era la única fuerza real que defendía el debilitado orden capitalista en Alemania. La contradicción del Tratado de Versalles era que los vencedores querían debilitar el capitalismo alemán sin realmente desarmarlo y, al mismo tiempo, que conservara intacto su poder industrial. Esto hizo inevitable su rehabilitación militar”.

Como ha ocurrido y ocurre muchas veces en países en crisis económica el reformismo, con su política impotente de querer salvar los negocios capitalistas por medio de medidas demagógicas, abre paso a las opciones de derecha y a su vez llama a los trabajadores y sectores populares a disciplinarse esperando la actuación del Estado, cuando no reprimiendo a los sectores que luchan.

Trotsky escribe que: “La Revolución de Noviembre, que dio el poder a los soviets obreros y campesinos, fue proletaria en su tendencia fundamental. Pero el partido que estaba al frente del proletariado devolvió el poder a la burguesía. En este sentido, la socialdemocracia abrió la era de la contrarrevolución antes de que la revolución pudiera acabar su labor. Sin embargo, en tanto que la burguesía dependía de la socialdemocracia, y por lo tanto de los obreros, el régimen conservó elementos de compromiso. De todos modos la situación interior y exterior no dejaba al capitalismo alemán más espacio para concesiones. Mientras la socialdemocracia salvaba a la burguesía de la revolución proletaria, el fascismo vino a su vez a liberar a la burguesía de la socialdemocracia. El golpe de Hitler es sólo el eslabón final de la cadena de cambios contrarrevolucionarios”.

La actualidad del debate

Hoy por cierto el proletariado no cuenta ni con el ejemplo de la Revolución rusa y tampoco con mediaciones como el reformismo o el estalinismo que en el pasado tenían enorme prestigio de masas y fuertes lazos con los trabajadores y que hoy están totalmente desacreditadas. Y partidos como Podemos en España o Syriza en Grecia muestran por el contrario lo efímero de su ascenso y su papel. Las polarizaciones entre neoliberales y reformistas o los que se consideran “la nueva izquierda” retoman en el discurso las lecciones del período de entreguerras y posguerras mundiales como pares absolutos: fascismo-antifascismo, reformismo-neoliberalismo, democracia burguesa parlamentaria-fascismo.

Excluyen la intervención independiente de las masas trabajadoras (que en las épocas de paz son convidados de piedra y en las guerras “carne de cañón”). A su vez, confirman la actualidad que tienen los momentos de mayor decadencia del capitalismo de la historia, entre períodos de guerras mundiales, crisis económica, degradación de las democracias parlamentarias y fenómenos xenófobos, característicos del sistema imperialista que se basa en la expoliación de otros países e incluso llega a hundirlos en la miseria y las guerras.

Los gobiernos imperialistas, con la hiperintervención estatal de salvataje a las empresas financieras quebradas en la crisis de 2008, aplicaron mecanismos para evitar una corrida como la del crack de 1929, ponerle freno a la caída en picada pero sin resolver las contradicciones que la provocaron. Desde ese entonces nadie en el mundo avizora una posible mejora ni en la economía ni en los regímenes políticos sino más bien lo contrario.

En estas condiciones y a lo largo de la historia moderna nunca se vio el suicidio colectivo de masas, es decir, si las guerras y la crisis económica se agudizan la lucha de clases se va a agudizar. Lo que no está garantizado es el triunfo de los trabajadores en la revolución y la lucha por el socialismo. Es allí cuando se puede ver la importancia del partido revolucionario en toda su magnitud y la necesidad de su preparación.

Una de las tareas de un partido revolucionario es impedir que el proletariado parta de cero en cada período histórico, transmitir las lecciones del pasado a las nuevas generaciones, analizar la realidad y elaborar científicamente la acción de hoy, ir forjando un partido en base a las experiencias de la lucha de clases e internacionalista, que se prepara para el triunfo de la revolución. Si las derrotas del pasado hubieran sido el pretexto para no luchar por la liberación de la esclavitud hoy estaríamos con cadenas de hierro forjado.

“La más grande felicidad del hombre está en la preparación del porvenir”

El capitalismo y el desarrollo de las fuerzas productivas actuales garantizarían las necesidades vitales de la humanidad y en el socialismo permitiría desarrollar las capacidades creativas ahogadas en este sistema de alienación abriendo una nueva época histórica. A lo largo del siglo XX hubo dos guerras mundiales y decenas de otras guerras. También hubo decenas de revoluciones que concentran muchas herramientas para la actualidad pero que tanto la burguesía y sus partidos como las direcciones de masas se empeñan en ocultar.

Hoy nos situamos en un momento donde se vuelven muy válidas las afirmaciones de Trotsky unos años antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial: “Si nuestra generación se ha revelado débil para imponer el socialismo en la tierra, dejemos al menos a nuestros hijos una bandera limpia. La lucha que se desarrolla sobrepasa de muy lejos en importancia a las personas, a las fracciones a los partidos. Es una lucha por el porvenir de la raza humana. Será una lucha dura. Y larga. Los que buscan la tranquilidad y el confort que se aparten de nosotros. En las épocas de reacción, ciertamente, es más cómodo vivir con la burocracia que investigar la verdad. Pero aquellos a los que el socialismo no les resulta una palabra vana sino el objetivo de su vida moral, ¡adelante! Ni las amenazas, ni las persecuciones, ni la violencia nos detendrán. Será tal vez sobre nuestros huesos, pero, la verdad se impondrá. Le abriremos el camino. La verdad vencerá. Bajo los golpes implacables del destino, me sentiré dichoso, como en los grandes días de mi juventud, si he logrado contribuir al triunfo de la verdad. Pues la más grande felicidad del hombre no está en la usufructo del presente, sino en la preparación del porvenir” [Quatrième Internationale, 1937].

Es por su actualidad que desde Ediciones IPS y el CEIP “León Trotsky” venimos publicando las obras de León Trotsky; recientemente editamos La Segunda Guerra Mundial y la Revolución. En pocos días saldrá a la calle El Significado de la Segunda Guerra Mundial de Ernest Mandel. También publicamos las obras de Lenin y próximamente lo haremos con las de Rosa Luxemburg. De conjunto concentran la historia desde el punto de vista de los intereses de los explotados y para las nuevas generaciones que anhelan una sociedad libre de explotación y opresión.


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