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Un contrapunto entre Trotsky y Weber

Un contrapunto entre Trotsky y Weber

Estrategia Internacional N° 16 Invierno (austral) de 2000 – Dossier: Homenaje a León Trotsky a 60 años de su asesinato.
Emilio Albamonte y Christian Castillo

 

Imperialismo y degradación de la democracia burguesa. Un contrapunto entre el pensamiento marxista revolucionario de León Trotsky y la sociología política burguesa de Max Weber

 

Introducción


El paso del capitalismo a su fase imperialista reavivó tanto la teoría marxista revolucionaria como las elaboraciones de la sociología académica. Nuevas condiciones planteaban la necesidad de revitalizar sus ideas tanto a la clase obrera como a la burguesía. En un caso, en oposición al marxismo de cuño positivista y evolucionista desarrollado por los teóricos del ala oportunista de la socialdemocracia alemana, el pensamiento marxista alcanzaría nuevas cumbres en la obra de quienes serían los fundadores de la Tercera Internacional, principalmente los grandes dirigentes de la revolución de octubre, Lenin y Trotsky, pero también, Rosa Luxemburgo, Gramsci y otros. En el terreno de la sociología, daría la obra de sus grandes clásicos, Emile Durkheim y Max Weber.

 

Entre las elaboraciones fundamentales del período están las nuevas teorizaciones sobre el estado y sus formas políticas. Weber es sin duda quién ha reflexionado más ampliamente sobre este punto en la tradición sociológica. Esta importancia que cobra la obra de Weber en relación con otros teóricos sociales burgueses, es producto de las contradicciones políticas de la Alemania de principios de siglo en las que desarrolló su obra: con una burguesía que había llegado al poder no mediante una revolución que liquidara el poder absolutista sino mediante la reconversión "por arriba" del estado de los junkers expresada en las reformas de Bismarck; y que necesitaba ganar "espacio vital" para consolidar su ascenso imperialista a costa de sus competidores a la vez que debía enfrentar a una clase obrera que se fortalecía social y políticamente. Además Weber se enfrentó poco antes de su muerte en 1920 a las consecuencias producidas por la derrota alemana en la primera guerra mundial; veía "la caída del régimen imperial en noviembre de 1918 como una oportunidad importante para reformar el estado alemán"1, para establecer un régimen político "moderno", siempre y cuando se lograse contener la amenaza revolucionaria. Por la agudeza de sus análisis ante los difíciles dilemas que pretende responder, Weber es en gran parte el padre de las teorías contemporáneas que en la sociología política burguesa tratan sobre las "transiciones democráticas". 

Es tentador y válido ver a Lenin como la contracara de Weber en este terreno. Como afirma Goran Therborn, "a diferencia de Saint-Simon y de Marx, Weber estaba enormemente procupado por la relación entre la acción y el liderazgo político concretos y las tendencias generales de la evolución social. En estos dos importantes aspectos, Weber puede compararse a Lenin. En cierto sentido podría afirmarse que Weber y Lenin son ‘el Marx burgués y el proletario’ de la era del imperialismo. El imperialismo fue para ambos un rasgo central de su tiempo: para Weber, en cuanto defensor del imperialismo alemán; para Lenin, en cuanto combatiente contra el imperialismo, ‘fase superior del capitalismo’. Los problemas que Weber intentó encauzar con su noción de liderazgo carismático, Lenin los abordó con su teoría del partido revolucionario y la coyuntura política."2 

Por su parte, Erik Olin Wright dedicó un capítulo de su conocido trabajo "Clase, crisis y estado" a comparar los análisis divergentes de Lenin y Weber en torno a la burocracia y el estado.3 

Aquí compararemos los fundamentos de la teoría política de Weber con la de Trotsky en relación al análisis de la democracia burguesa. La obra de Trotsky no sólo incluye los aspectos de las elaboraciones de Lenin señalados por Therborn sino que, por las propias circunstancias de su vida, contribuyó con una obra sin igual en su época al desarrollo de la teoría marxista del estado, tanto en el análisis del proceso de burocratización de la Unión Soviética4 como dando cuenta de los distintos regímenes capitalistas que se sucedieron hasta el comienzo de la segunda guerra mundial, cuando Trotsky fue asesinado por un sicario de Stalin. 

Presentar los elementos de los análisis alternativos del pensamiento de Weber y Trotsky sobre el carácter de la democracia en el período imperialista creemos que es revelador, tanto de los límites del pensamiento "liberal-imperialista", como de la fuerza de la concepción marxista revolucionaria. 

Weber: Imperialismo y "parlamentarismo cesarista"

En su trabajo "La política como vocación" Weber señalaba: "‘Todo Estado está basado en la fuerza’, dijo Trotsky en Brest-Litovsk. Y (...) ello es correcto (...) Hoy en día, la relación entre Estado y violencia es especialmente íntima (...) En el pasado, instituciones muy diversas -empezando por la estirpe- han conocido el uso de la fuerza física como algo bastante normal. Sin embargo, en la actualidad, debemos decir que un Estado es una comunidad humana que se atribuye (con éxito) el monopolio del uso legítimo de la fuerza física dentro de un determinado territorio." 

Apoyándose en esta justa visión del carácter inevitablemente coercitivo de todo estado (similar en este punto a la sostenida por el marxismo clásico), Weber va a poner el centro de sus reflexiones políticas en cuáles son los medios como organiza la "minoría dirigente" (el sujeto activo de la política) la dominación sobre las "masas dirigidas". Esto es lo que distingue Weber en su conocida tipología de la dominación política. Aunque ésta modificaba originalmente las clasificaciones anteriores de la filosofía política5 se preocupa casi exclusivamente de un solo lado de la relación dominación/subordinación, analizando las diversas formas de organización de la dominación pero no los medios por los que se garantiza la subordinación. Como afirma en "Economía y sociedad" al comienzo de su estudio sobre los principales tipos de dominación6: "La ‘dominación’ nos interesa aquí ante todo en cuanto está relacionada con el ‘régimen de gobierno’". Siendo su sociología de la dominación una sociología "desde arriba" no es posible encontrar en ella los mecanismos y procesos que aseguran la reproducción de sistemas concretos de dominación y, menos que menos, las condiciones para su transformación. 

Liberalismo y nacionalismo imperialista.

Weber veía el elemento decisivo en la definición de una nación en referencia al poder político (lo cual lo diferenciaba de las teorías que en Alemania sostenían la concepción del estado como pueblo, como comunidad en sentido étnico o lingüístico). Lo "nacional" era así definido por Weber como un "tipo especial de pathos que se vincula en un grupo humano unido por una comunidad de lengua, de religión, de costumbres o de destino, a la idea de una organización política propia ya existente o a la que se aspira: cuanto más se carga el acento sobre la idea de ‘poder’ tanto más específico resulta ese sentimiento, ese pathos"7. Durante toda su vida fue un ardiente defensor del nacionalismo alemán. En 1895, al tomar posesión de la cátedra de economía política en Friburgo pronunció el conocido discurso en el que afirmaba que "los intereses de dominio y expansión de la nación son los fines últimos y decisivos" en el estudio de la política económica, que debía ser una "ciencia al servicio de la política", y para la cual la "raison d’etat es la medida última del valor". De ahí que no extrañasen sus definiciones frente al estallido de la primera guerra mundial, a la que recibió jubilosamente: "Cualquiera sea su desenlace, esta guerra es grande y maravillosa". Perry Anderson sintetiza la visión de Weber sobre la intervención de Alemania en la guerra: "La guerra (para Weber, NdeR) había fomentado el ‘renacimiento interno de Alemania’, pues el país tenía la ‘responsabilidad histórica’ de convertirse en una gran potencia, como nación de setenta millones de habitantes cuya ‘vocación de pueblo dominante’ habría de ‘hacer girar las ruedas del desarrollo mundial’. La causa por la que luchaba Alemania no era la introducción de ‘cambios en el mapa de los beneficios económicos, sino el honor, el honor de nuestra nacionalidad’. Si ‘nuestro Estado ha de transformarse en un campamento militar’, explicaba, era porque debía impedir que ‘el poder mundial, esto es, el control de la cultura del futuro, se lo repartan las imposiciones de los burócratas rusos y las convenciones de la ‘sociedad’ anglosajona, quizá con una pizca de la raison latina’. Sólo el poderío militar alemán sería capaz de proteger a las pequeñas naciones europeas y asumir el papel que correspondía al Segundo Reich: ‘moldear la cultura de la tierra. En ello radicaba ‘el trágico deber histórico de un pueblo organizado como gran potencia’, y, si no cumplía con él, el Imperio Alemán no sería más que ‘un lujo ocioso y hostil a la cultura’. Weber nunca se arrepintió de estas exaltadas visiones. Su nacionalismo sobrevivió incólumne a la derrota de 1918: ‘la guerra era necesaria porque el honor de Alemania lo exigía’. Al final de su vida, aguardaba todavía con ilusión que surgieran militares capaces de reverdecer las glorias de Alemania, pues confiaba en que ‘la historia que ya nos ha dado, a nosotros y sólo a nosotros, una segunda juventud, nos dé también una tercera’."8 

Su nacionalismo era abiertamente imperialista: "Constituye para nosotros un problema vital el que las masas de nuestro pueblo lleguen al convencimiento de que la expansión del poder de Alemania es lo único que puede asegurarles un nivel de vida estable y unas posibilidades de mejora"9

En la misma manera en que los estrategas de la burguesía británica eran conscientes que la política imperialista era indispensable no sólo como "exportación de capitales" sino como forma de "exportar" el descontento social, desarrollando una fuerte aristocracia obrera local beneficiada con las migajas de la explotación imperialista, para Weber el imperialismo ofrecía a la burguesía alemana la posibilidad de satisfacer las aspiraciones de la clase obrera evitando los conflictos internos. En sus distintos artículos políticos se van acrecentando sus expectativas de que en Alemania podía lograrse por parte de las direcciones del movimiento obrero una política "madura" de gran potencia, como la que tenían los líderes sindicales británicos, que reemplazase la conciencia de clase cultivada por los sindicatos. 

Es interesante notar como durante el desarrollo de las primeras décadas de la etapa imperialista, especialmente en Alemania, fue produciéndose una interrelación creciente entre los teóricos burgueses políticamente "demócratas" y el ala oportunista de la socialdemocracia. Como señala Luckacs "ahora (para los intelectuales burgueses alemanes, NdeR), resulta ya anticuado el limitarse a ignorarlo en redondo o el rechazarlo de un modo toscamente apodíctico; entre otras razones, porque la fuerza del movimiento obrero aumenta sin cesar. Se hace necesario, a la vista de ello, ‘refutar’ el marxismo de un modo ‘más sutil’. Al mismo tiempo que se toman de él, también por la fuerza de la necesidad -aunque bajo una forma tergiversada, por supuesto-, aquellos elementos que la ideología burguesa de este período considera aceptables. La sola posibilidad de semejante punto de vista vino a fortalecer el movimiento reformista en el seno de la socialdemocracia y el revisionismo teórico y práctico. Es sabido que el teórico principal del revisionismo, Bernstein, se empeñó en la obra de eliminar del movimiento obrero todo lo revolucionario (en la filosofía, el materialismo y la dialéctica; en la teoría del Estado, la dictadura del proletariado, etc.)... Este intento de liquidación teórica y práctica de la lucha de clases, esta proclamación de la colaboración de clases entre la burguesía y el proletariado, ejerció una influencia muy grande sobre los sociólogos burgueses. También para ellos venía a crear el revisionismo una plataforma de colaboración: se abría ahora ante ellos -así lo creían, al menos- la posibilidad de fragmentar el marxismo -que antes se había intentado silenciar o refutar en bloque, como un sistema unitario- , siguiendo en ello los pasos del revisionismo, para incorporar a la sociología lo que pudiera ser útil para el régimen burgués."10 

La expansión imperialista había generado sectores privilegiados en la clase obrera de los países imperialistas, la "aristocracia obrera", que se expresaban en las políticas oportunistas de las direcciones socialistas y laboristas, proceso que va a mostrarse en toda su magnitud trágica para el movimiento obrero en el apoyo a sus respectivas burguesías imperialistas dado por la gran mayoría de los partidos de la Segunda Internacional, la política "social-chovinista" combatida sin cuartel por Lenin. En esta aristocracia obrera, base social del revisionismo y las posiciones social-imperialistas en la socialdemocracia alemana, se apoyaban las ilusiones de Weber de que los dirigentes socialdemócratas se mantendrían "leales" al estado alemán a la salida de la guerra y se opondrían a la salida revolucionaria. 

La adopción de un punto de vista social-imperialista por parte de la socialdemocracia alemana dio un punto de ligazón a los intelectuales "liberal demócratas" con la derecha socialdemócrata, que se agrega a los señalados por Lukacs. Sombart fue un estudioso de Marx, aunque sus simpatías políticas fueron inclinándose de la socialdemocracia hacia el nacional-socialismo. Tönnies, que era la "izquierda" de los sociólogos alemanes, simpatizaba abiertamente con la derecha de la socialdemocracia. En diciembre de 1918, llegó a enviar un artículo a la revista teórica de la socialdemocracia, Die Neue Zeit, donde alababa la lealtad hacia el nuevo régimen republicano de los funcionarios tradicionales del estado, argumentando que la vieja burocracia debía ser ganada gradualmente para resolver las preocupaciones sociales. Weber no cultivó lazos tan estrechos con la socialdemocracia, pero al fin de la guerra, cuando desarrolló una corta carrera política activa en las filas del Deutsche Demokratische Partie (Partido Democrático Alemán, uno de los dos partidos liberales fundado en noviembre de 1918), abogaba por una coalición de los liberales con los socialdemócratas11, con el fin de poner los cimientos de un nuevo régimen político. 

Para Weber el régimen político alemán, que daba un enorme peso a la burocracia estatal, resultaba en un cuerpo político impotente y mediocre, que no permitía al estado alemán estar a la altura de sus competidores británicos, franceses y norteamericanos. Weber planteaba: "Sólo un pueblo políticamente maduro puede ser un ‘pueblo señorial’... Sólo los pueblos señoriales tienen la misión de intervenir en el mecanismo de las ruedas del desarrollo universal. Si intentan hacerlo los pueblos que no poseen tal cualidad, no sólo se revela contra ello el seguro instinto de las demás naciones, sino que, además, aquéllos fracasarán también interiormente en el intento... La voluntad de impotencia en lo anterior que los literatos predican no es compatible con la ‘voluntad de poder’ en el mundo, que tan clamorosamente se grita."12 Es decir, la posibilidad del establecimiento de un régimen con un "parlamento fuerte" se asociaba al carácter dominante, imperialista, que Weber concebía para Alemania13, y en esto discrepa con quienes al fin de la guerra abogaban por imponer una dictadura militar abierta, criticando al parlamentarismo por dar "demasiada injerencia a las masas en las decisiones políticas". 

Parlamentarismo y cesarismo.

Un régimen basado en un "parlamento fuerte", que Weber veía fundamental como medio para que Alemania llevase adelante sus fines imperialistas, era para él la forma de lograr una "mejor selección de los líderes políticos", buscando limitar el peso de la burocracia estatal14 en la toma de las decisiones estratégicas del estado, y, subyacentemente, como forma de impulsar nuevas reformas en el régimen político que contengan la radicalización de las masas obreras. El parlamentarismo era también una vía regia para consagrar la "lealtad" de los líderes socialdemócratas. 

Pero este énfasis en consagrar un "parlamento fuerte" termina cuestionado luego por el mismo Weber, que se desencanta ante la inficiencia de los partidos políticos y los "políticos profesionales", que en vez de vivir para la política pasaban a vivir de la política. Con la revolución de noviembre de 1918 acentúa sus intervenciones a favor del establecimiento de un "líder plebiscitario de la democracia" (Führerdemokratie), un "cesarismo plebiscitado". En los artículos escritos para el periódico Frankfurter Zeitung, la propuesta de un presidente de la República elegido por el pueblo tiene como centro dar poderes de cuasi-emperador para el mismo, en detrimento del parlamento. Llegará a afirmar que la auténtica democracia no es la parlamentaria sino la elección directa del líder: "Anteriormente, en el Estado autoritario, era necesario abogar porque aumentase el poder de la mayoría parlamentaria, de forma que la importancia y el carácter del conjunto parlamentario resultasen beneficiados. Hemos llegado a una situación, sin embargo, en la que todas las propuestas constitucionales han degenerado en una fe ciega en la infalibilidad y en la soberanía de la mayoría, no del pueblo, sino de los parlamentarios: extremo opuesto e igualmente antidemocrático... La verdadera democracia no significa rendirse incondicionalmente a las ‘camarillas’, sino someterse a un líder elegido por el pueblo mismo"15

En la conocida biografía de Weber, su viuda cuenta la conversación sostenida por éste con el general Ludendorff al fin de la vuelta de Weber de las negociaciones del Tratado de Versalles en 1919, donde había participado en la delegación alemana. Weber señaló al oficial alemán a qué tipo de democracia se refería: "En la democracia, el pueblo elige un líder, en quien deposita su confianza. Después el elegido dice: ‘¡Ahora únanse y obedézcanme!’ Ni el pueblo ni los partidos tienen ya derecho a pedirle cuentas... Más tarde, el pueblo emitirá su juicio, y si el Führer se ha equivocado, ¡a la horca con él!". A lo que Ludendorff contestó: "Una democracia así, cuenta con mi aprobación"... 

Así ante la contradicción de que el dominio de las camarillas políticas parlamentarias se mostraban tan "ineficientes" como el régimen anterior para legitimarse ante un movimiento obrero que se radicalizaba, Weber plantea acentuar el cesarismo del nuevo régimen, la solución mágica del "líder plebiscitado". La urgencia de esta salida se veía acrecentada ante la angustia que producía en Weber la perspectiva revolucionaria que encarnaban Liebknecht y Luxemburgo, a quienes detestaba al igual que a los bolcheviques, y veía como cabeza de un movimiento que de triunfar llevaría a la desintegración del ejército y del estado. La revolución alemana de noviembre de 1918 fue calificada por él como "un carnaval sangriento que no merece el honorable nombre de una revolución" y declaró sobre los líderes espartaquistas: "Liebknecht pertenece al manicomio y Rosa Luxemburgo al zoológico"16

El destino de la República de Weimar mostró las contradicciones irresolubles de las preocupaciones de Weber. Si la muerte no lo hubiese sorprendido en 1920, habría tenido la trágica oportunidad de analizar adónde podía conducir el desarrollo de este "liderazgo carismático"17. De todos modos, lo cierto es que Weber termina desencantado, mostrando su frustración por las salidas con las que había intentado resolver sus dilemas: de ahí que termina concluyendo en la inevitabilidad de la imposición de un dominio creciente de la burocracia sobre todos los aspectos de la vida, la famosa "jaula de hierro" de la que no habría escapatoria posible. A confesión de parte, relevo de prueba. Un verdadero testimonio de que, aún en las propias metrópolis imperialistas (no digamos en las semicolonias), las "democracias" no pueden estabilizarse más que acompañadas de fuertes elementos cesaristas, que ocupan toda la escena cuando las contradicciones de clase se agudizan y el fusible de la democracia burguesa salta por los aires. Como decía la Tercera Internacional, más allá de las envolturas "democráticas" que asuma, el imperialismo es "reacción en toda la línea". 

Trotsky: Imperialismo y socialismo

Analizando la revolución rusa de 1905 Trotsky señalaba: "La huelga de octubre mostró que podía desorganizar, paralizar al enemigo y hacerle doblar la rodilla. Finalmente, al provocar el surgimiento por todas partes de los consejos obreros, la revolución mostró que era capaz de crear una forma de poder. Ahora bien, un poder revolucionario no puede apoyarse más que sobre una fuerza revolucionaria activa. El desarrollo de la revolución rusa lo indica: ninguna clase social, salvo el proletariado, resulta apta ni se encuentra preparada para apoyar el poder revolucionario (...) el primer órgano embrionario del poder revolucionario es un órgano de representación del proletariado. El consejo, en la historia rusa moderna, es la primera forma de poder democrático. El consejo es el poder organizado de las mismas masas sobre cada una de sus partes. Se trata de la verdadera democracia sin trapicheos, sin dos cámaras, sin burocracia profesional, con el derecho de los electores para revocar su representante cuando lo deseen. Por mediación de sus miembros, los diputados obreros elegidos, el consejo dirige sin intermediarios todas las manifestaciones sociales del proletariado en su conjunto, y de sus diferentes grupos, organiza sus acciones de masas, le proporciona sus consignas y su bandera. Esta dirección organizada de las masas autónomas ha aparecido por primera vez en tierra rusa."18 

Trotsky formulaba así las conclusiones que después estarían sistematizadas por Lenin en "El Estado y la Revolución" sobre los soviets como órganos del ejercicio de la democracia directa de la clase obrera y las masas explotadas, del estado que busca "extinguirse a sí mismo". Aquí son las masas trabajadoras y campesinas las que se dan los instrumentos para expresar su propio poder, es decir, un sujeto opuesto a la "minoría dirigente" en la que piensa Weber cuando elabora sus tipos de dominación19. Las formas "soviéticas" son las que se corresponden a las necesidades del ejercicio del poder por parte de la clase obrera. 

El sistema capitalista como totalidad mundial: el punto de partida de la revolución permanente. La visión temprana de Trotsky sobre el soviet como órgano de poder del proletariado está ligada a su visión original sobre la revolución permanente, en la que sostiene la imposibilidad de la burguesía liberal rusa, con el advenimiento de la época imperialista, de llevar adelante una "revolución democrática" como habían realizado las burguesías inglesa o francesa en los siglos XVII y XVIII20. Ya antes de 1905, influído por Parvus, señalaba que toda previsión sobre la futura revolución rusa debía hacerse partiendo de un punto de vista internacional, de las contradicciones entre la mundialización de las fuerzas productivas y los estados nacionales. Las anomalías y particularidades de la formación social rusa eran vistas bajo el ángulo del desarrollo desigual y combinado21

Trotsky partía de una metodología que considera todo fenómeno social, económico, político e ideológico en función de la totalidad del modo de producción capitalista, un método que le permitió encontrar un sustrato económico a la teoría de la revolución permanente, y que dio a Trotsky gran superioridad en el análisis de la dinámica de la revolución rusa sobre sus contemporáneos. Más en general, este mismo método serviría para que Trotsky mostrara a lo largo de su obra la fuerza y superioridad del análisis marxista frente a las interpretaciones alternativas de la sociología y la "ciencia política" burguesas, incluyendo las más lúcidas, como la de Weber. 

Esto le permite a Trotsky operar un desarrollo clave con respecto a la posición de los marxistas frente a la "revolución democrática". Ya no se trataba de acompañar a la burguesía liberal22 en la conquista de un régimen democrático burgués en el cual el proletariado se limitase a conquistar el "terreno de la lucha por su emancipación", sino que la estrategia revolucionaria estaba guiada por la actualidad de la conquista del poder por la clase obrera. El triunfo revolucionario de octubre de 1917 consagraría en la práctica la justeza de estas premisas23

Trotsky hará suya en este año definitivamente la concepción leninista sobre el papel del partido revolucionario24. Desde entonces insistirá en su papel decisivo para la conquista del poder por parte de la clase obrera. Como afirma en "Lecciones de Octubre": "Hace poco se ha declarado en nuestra prensa que no sabíamos por qué puerta entraría la revolución proletaria en Inglaterra, si por el partido comunista o por los sindicatos, conceptuando que era imposible decidirlo. Esta manera de plantear la cuestión es falsa, con miras de envergadura histórica, es radicalmente falsa y muy peligrosa, porque enturbia la principal lección de los últimos años. Si no ha existido allí una revolución victoriosa al final de la guerra es porque faltaba un partido, evidencia que se aplica a Europa entera (...) En la revolución proletaria, no sólo implica el proletariado la principal fuerza combativa, sino también la fuerza dirigente con la personalidad de su vanguardia. Su partido es el único que puede en la revolución proletaria desempeñar el papel que en la revolución burguesa desempeñaban la potencia de la burguesía, su instrucción, sus municipios y universidades. Resulta esto tanto más importante cuando que ha acrecentado de manera formidable la conciencia de clase de su enemigo." 

En reiteradas ocasiones, Trotsky plantearía la necesidad de un análisis dialéctico para comprender la relación entre la necesaria maduración política revolucionaria del proletariado (sin la cual un partido revolucionario no puede desarrollarse) y el papel decisivo del partido en los grandes choques revolucionarios (y contrarrevolucionarios). Ejemplo de esto es la polémica que entabló con quienes atribuían a la "poca madurez" del proletariado la derrota de la revolución española: "el desarrollo de la revolución consiste ... en que la relación de fuerzas no deja de cambiar rápidamente bajo el impulso de los cambios operados en la conciencia del proletariado, de la atracción de las capas atrasadas por las capas avanzadas, de la confianza creciente de la clase en sus propias fuerzas. El elemento principal y vital de este proceso es el partido, así como el principal y vital elemento del mecanismo del partido es su dirección. El papel y la responsabilidad de la dirección en una época revolucionaria son de una importancia colosal (...) La victoria no es de ninguna manera el fruto maduro de la ‘madurez’ del proletariado. La victoria es una tarea estatégica. Es necesario utilizar las condiciones favorables de una crisis revolucionaria a fin de movilizar a las masas; tomando como punto de partida el nivel dado de su ‘madurez’, es necesario empujarlas hacia delante, enseñarles a darse cuenta de que el enemigo no es en manera alguna omnipotente, que está desgarrado por contradicciones, que detrás de su fachada imponente el pánico reina. Si el partido bolchevique no hubiera logrado realizar ese trabajo bien, no se podría hablar siquiera de victoria proletaria. Los soviets hubieran sido aplastados por la contrarrevolución y los pequeños sabios de todos los países hubieran escrito artículos y libros cuya nota dominante habría sido que únicamente los visionarios empedernidos podían soñar en Rusia en la dictadura de un proletariado tan débil numéricamente y tan poco maduro."25 

Trotsky también compartía plenamente los planteos de Lenin sobre la "república democrática", quien la define a partir de su contenido de clase y no como una mera cuestión "procedimental", como hacen las concepciones liberales. Lenin había escrito en "El estado y la revolución" que "la república democrática es la mejor envoltura política de que puede revestirse el capitalismo y, por tanto, el capital... esta envoltura, que es la mejor de todas, cimenta su poder de un modo tan seguro, tan firme, que no lo conmueve ningún cambio de personas, ni de instituciones, ni de partidos dentro de la república democrática burguesa". Estas mismas conclusiones guiarían la acción política posterior de Trotsky. Sus análisis sobre la derrota de la revolución alemana son ilustrativas de esto: no veía la caída de los Hohenzollern y el surgimiento de la República de Weimar como un triunfo del proletariado, sino como un producto del decapitamiento de la revolución proletaria por parte de la dirección socialdemócrata. 

Fascismo y frentes populares.

Esta visión sobre el agotamiento histórico de la revolución burguesa, no produjo, sin embargo, el menosprecio de Trotsky sobre el enorme papel que las reivindicaciones democráticas de las masas (revolución agraria, liberación nacional, autodeterminación nacional, defensa de las libertades democráticas contra ataques bonapartistas, lucha por la extensión de estas mismas libertades, etc.) podían jugar en el desarrollo de la movilización revolucionaria de las masas obreras y campesinas, al contrario de las posiciones ultraizquierdistas y "socialistas puras", sostenedoras de que la clase obrera no debe tomar en cuenta estas cuestiones. Así, por tomar un ejemplo, resalta en 1928 (luego de la derrota de la insurrección de Cantón el año anterior) que los comunistas chinos debían dar un papel central en su agitación a la consigna de Asamblea Constituyente, que podía jugar un importante papel como motor del desarrollo de los soviets, tal como la habían utilizado los bolcheviques en Rusia; y la importancia de la revolución colonial es una cuestión constante de sus trabajos hasta el fin de sus días. O las consideraciones de la lucha contra el fascismo, señaladas en el Programa de Transición: "cuando la oleada revolucionaria se abra camino en los países fascistas, adquirirá de inmediato una extensión grandiosa, y de ningún modo se detendrá en el intento de resucitar el cadáver de un Weimar cualquiera (...) Naturalmente, esto no significa que la Cuarta Internacional rechace las consignas democráticas como medios de movilizar a las masas contra el fascismo. Estas consignas, por el contrario, pueden en ciertos momentos desempeñar un serio papel. Pero las fómulas de la democracia (libertad de prensa, derecho de asociación, etc.) sólo significan para nosotros consignas incidentales o episódicas en el movimiento independiente del proletariado, y no un dogal democrático echado al cuello del proletariado por los agentes de la burguesía (¡España!). En cuanto el movimiento adquiera cierto carácter de masa, las consignas democráticas se entrelazarán con las consignas de transición. Los comités de fábrica, como es de suponer, surgirán antes de que los jefes rutinarios se pongan a organizar los sindicatos desde sus oficinas. Los soviets cubrirán Alemania antes de que una nueva Asamblea Constituyente se reúna en Weimar. Esto mismo es aplicable a Italia y al resto de los países totalitarios y semi totalitarios."26 

La obra de Trotsky incluyó finas distinciones entre los regímenes burgueses europeos de la entreguerra y del fenómeno particular del fascismo. En Alemania fue analizando cuidadosamente los distintos grados de bonapartismo que expresaban los gobiernos de Brüning y Von Papen que antecedieron a Hitler27. Sus análisis de estos regímenes no tuvieron igual, ni aún en el pensamiento de Gramsci, a quien vulgarmente se cita como el pensador marxista "más lúcido" sobre la democracia burguesa en Occidente. Como señalaba hace unos años Perry Anderson, el conocimiento de Trotsky de "Alemania, Inglaterra y Francia era en realidad mayor que el de Gramsci. Sus escritos sobre las tres formaciones sociales más importantes de Europa occidental en el período de entre guerras son inconmensurablemente superiores a los de los ‘Cuadernos de la cárcel’. Contienen ciertamente la única teoría desarrollada del estado capitalista moderno en el marxismo clásico en sus textos sobre la Alemania nazi."28 Deberíamos poner en este mismo terreno los escritos de Trotsky sobre la revolución española. 

Lo importante es señalar cómo, en Trotsky, su sofisticado análisis de los distintos regímenes en el seno del estado capitalista, juegan el papel de precisar la táctica a desarrollar en función de la estrategia de la conquista del poder por parte de la clase obrera. Están así ligados por esta misma orientación estratégica su lucha contra la política ultraizquierdista del "tercer período", con la trágica consecuencia de favorecer la llegada de Hitler al poder, con el combate a la política oportunista de los "frentes populares", con la que el stalinismo decapitó la revolución española y paralizó la oleada revolucionaria de las tomas de fábricas en Francia en junio de 1936. Una vez consolidado el régimen bonapartista de la burocracia en la URSS, Trotsky también elaboraría un programa de revolución política que defendiendo las bases sociales del estado obrero tenía como estrategia reconquistar el poder de los soviets. 

La decadencia de la democracia en la época del imperialismo. En 1939, en "El marxismo y nuestra época" (un trabajo escrito como prefacio al resumen del primer tomo de "El Capital" publicado por Otto Rühle), Trotsky analizaba la situación de la vigencia de los análisis de Marx contrastándolos con lo señalado por Werner Sombart en su trabajo "El capitalismo moderno", calificado por Trotsky como "la exposición apologética más conocida de la economía burguesa en tiempos recientes". Sombart decía: "Karl Marx profetizó: primero, la miseria creciente de los trabajadores asalariados; segundo, la ‘concentración’ general, con la desaparición de los campesinos; tercero, el colapso catastrófico del capitalismo. Nada de esto ha ocurrido". Y oponía a esto su propio pronóstico: "El capitalismo subsistirá para transformarse internamente en la misma dirección en que ha comenzado ya a transformarse en la época de su apogeo: al envejecer se vuelve más y más tranquilo, sosegado, razonable". En esta polémica Trotsky señalaría: "La inteligencia y el corazón de los intelectuales de la clase media y los burócratas de los sindicatos estuvieron casi completamente dominados por las hazañas logradas por el capitalismo entre la época de la muerte de Marx y el comienzo de la (primera, NdeR) guerra mundial. La idea del progreso gradual (evolución) parecía haberse asegurado para siempre, en tanto que la idea de revolución era considerada como una mera reliquia de la barbarie. Al pronóstico de Marx se oponía el pronóstico cualitativamente contrario sobre la distribución mejor equilibrada de la renta nacional con la suavización de las contradicciones de clase, y con la reforma gradual de la sociedad capitalista. Jean Jaurès, el mejor dotado de los socialdemócratas de esa época clásica, esperaba llenar gradualmente la democracia política con un contenido social. En eso reside la esencia del reformismo. Tal era la predicción opuesta a la de Marx. ¿Qué queda de ella?"29. Trotsky demostraba cómo la ilusión reformista se había hecho añicos frente a las convulsiones constantes del régimen capitalista y cómo las distintas alternativas que se ofrecían (fascismo y New Deal) no podían dar salida a la crisis capitalista. Realiza un contundente alegato a favor de la revolución socialista como la única alternativa a la etapa de declinación del capitalismo: "Para liberar a la técnica de la intriga de los intereses privados y colocar al gobierno al servicio de la sociedad es necesario ‘expropiar a los expropiadores’. Unicamente una clase poderosa, interesada en su propia liberación y opuesta a los expropiadores capitalistas es capaz de realizar esa tarea. Unicamente unida a un gobierno proletario podrá construir la clase calificada de los técnicos una economía verdaderamente científica y verdaderamente racional, es decir, una economía socialista. 

Sería mejor alcanzar ese objetivo de una manera pacífica, gradual, democrática. Pero el orden social que se ha sobrevivido a sí mismo no cede nunca su puesto a su sucesor sin resistencia. Si en su época la democracia joven y fuerte demostró ser capaz de impedir que la plutocracia se apoderase de la riqueza y del poder, ¿es posible esperar que una democracia senil y devastada se muestre capaz de transformar un orden social basado en el dominio ilimitado de sesenta familias? La teoría y la historia enseñan que la sustitución de un régimen social por otro presupone la forma más alta de la lucha de clases, es decir, la revolución. Ni siquiera la esclavitud pudo ser abolida en Estados Unidos sin una guerra civil. ‘La fuerza es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva’. Nadie ha sido capaz hasta ahora de refutar este principio básico de Marx en la sociología de la sociedad de clases. Solamente una revolución socialista puede abrir el camino hacia el socialismo30". 

Es en este contexto de su caracterización de la existencia de una fase de declinación del capitalismo que Trotsky realizará sus últimas teorizaciones sobre el carácter de los regímenes democrático burgueses en la época imperialista. Escribiendo poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, cuando la democracia burguesa cedía lugar a los regímenes fascistas en Europa, Trotsky decía que la democracia burguesa era "la forma más aristocrática de dominio; sólo pueden conservarla aquéllos países que tienen esclavos en el mundo, como Gran Bretaña, cuyos ciudadanos poseen nueve esclavos cada uno; Francia, donde cada ciudadano tiene un esclavo y medio; y Estados Unidos; -no puedo calcular los esclavos, pero lo es casi todo el mundo, empezando por Latinoamérica. Los países más pobres, como Italia, abandonaron su democracia. Es un análisis de la democracia a la luz de los nuevos sucesos... Sólo los grandes burgueses, los mayores ladrones, los amos más ricos de esclavos, etc., siguen siendo demócratas... Naturalmente (tal planteo, NdeR), no ha sido escrito a favor del fascismo, sino de la democracia proletaria."31 

En el texto ya citado desarrolla sus conclusiones: "La burguesía de las metrópolis ha sido capaz de asegurar una posición privilegiada para su propio proletariado, especialmente para las capas superiores, mediante el pago de algunos superbeneficios obtenidos con las colonias. Sin eso hubiera sido completamente imposible cualquier clase de régimen democrático estable. En su manifiestación más desarrollada la democracia burguesa se hizo, y sigue siendo, una forma de gobierno accesible únicamente a las naciones más aristocráticas y más explotadoras. La antigua democracia se basaba en la esclavitud; la democracia imperialista se basa en las colonias. 

Estados Unidos, que formalmente casi no tiene colonias, es, sin embargo, la nación más privilegiada de la historia. Los activos inmigrantes llegados de Europa tomaron posesión de un continente excesivamente rico, exterminaron a la población nativa, se quedaron con la mejor parte de México y se embolsaron la parte del león de la riqueza mundial. Los depósitos de grasa que acumularon entonces, les siguen siendo útiles todavía en la época de la decadencia, pues les sirven para engrasar los engranajes y las ruedas de la democracia. 

La reciente experiencia histórica tanto como el análisis teórico testimonian que el nivel de desarrollo de una democracia y su estabilidad, están en proporción inversa a la tensión de las contradicciones de clase. En los países capitalistas menos privilegiados (Rusia, por un lado, y Alemania, Italia, etc., por el otro), incapaces de engendrar una aristocracia obrera numerosa, nunca se desarrolló la democracia en toda su extensión y sucumbieron a la dictadura con relativa facilidad... El deterioro incontenible en las condiciones de vida de los trabajadores hace cada vez menos posible para la burguesía conceder a las masas el derecho a participar en la vida política, incluso dentro de los marcos limitados del parlamentarismo burgués. Cualquier otra explicación del proceso manifiesto del desalojo de la democracia por el fascismo es un falsificación idealista de la realidad, ya sea un engaño o autoengaño." 32 

De ahí Trotsky señalaba que la necesidad de una nueva "divisón del mundo" entre las potencias imperialistas era la verdadera razón de la guerra que se avecinaba, y que los intentos de presentar la segunda guerra mundial como un choque entre la democracia y el fascismo "pertenecen al reino de la charlatanería y la estupidez". 

Pero la misma guerra recrearía las condiciones para la revolución. Y para esta perspectiva debía prepararse la joven Cuarta Internacional. "Imperialismo o socialismo", eran señaladas por Trotsky como las alternativas de nuestra época. 

No está demás señalar que las circunstancias peculiares que permitieron que el capitalismo mundial continuara en este siglo "sobreviviéndose a sí mismo", especialmente durante los años del "boom" de la posguerra, renovaron las ilusiones del reformismo, al punto que las direcciones reformistas del movimiento obrero gozaron en la posguerra de un nuevo auge. Los últimos veinticinco años, con periódicas sacudidas de la economía mundial cada vez más profundas y un ataque sistemático sobre las conquistas históricas del movimiento obrero mundial han dado nuevamente por la borda con esas ilusiones, reafirmando el carácter declinante del capitalismo de nuestro tiempo y la bancarrota completa del reformismo. 

A modo de conclución.

Este breve recorrido por las posiciones de Weber y Trotsky sobre la democracia burguesa nos permiten sacar conclusiones importantes para la actualidad. 

La primera es que los análisis contemporáneos que se apoyan en los razonamientos weberianos parten de pensar la "democracia" y el "parlamentarismo" como mejor forma de organización de la dominación. Es decir, la analizan como mejor método de preservar el dominio de la burguesía. 

Segundo, las posiciones de Weber muestran como éste era completamente conciente de la relación que había entre democracia burguesa e imperialismo. Pero las propias condiciones del atraso alemán le impidieron sostener un programa imperialista de utilización de la democracia en más amplia escala, como harían los Estados Unidos. Estos en base a sus condiciones excepcionales de riqueza, pudieron desplegar la "democracia" como bandera de su expansión imperialista. En su nombre provocaron algunas de las mayores masacres del siglo e impusieron su dominio sobre la gran mayoría del mundo semicolonial. 

Tercero, las oscilaciones de Weber entre el "parlamentarismo fuerte" y el "líder carismático" desnudan el papel de instrumento de mistificación y legitimación que juegan los parlamentos en la república burguesa, que son, como decía Lenin, ámbitos donde "no se hace más que charlar, con la finalidad especial de embaucar al vulgo" mientras "la verdadera labor estatal se hace entre bastidores y la ejecutan los ministerios, las oficinas, los estados mayores". Weber no puede así dejar de inclinarse por la necesidad del cesarismo para establecer un dominio estable de la burguesía: "La democratización política activa significa que el líder político ya no es proclamado como candidato porque se ha probado en un círculo de notables y se vuelve líder por sus logros parlamentarios, sino que él gana la confianza y la fe de las masas en él y su poder por medio de la demagogia de masas. En sustancia, esto significa un cambio hacia el modo cesarista de selección. Efectivamente, toda democracia tiende a esta dirección. Después de todo, la técnica específicamente cesarista es el plebiscito. No es un voto o una elección ordinaria, sino una profesión de fe en el llamado de aquél que demanda esas aclamaciones." De ahí la invitable existencia de fuertes elementos cesaristas en los regímenes burgueses contemporáneos. En Weber vimos cómo sus expectativas de que una reforma democrática fuese el vehículo más adecuado para evitar la radicalización obrera y permitir el redespegue nacional alemán, se transformó en un rápido desencanto con el "parlamento fuerte" y sus llamados a imponer un "líder plebiscitario"33

Históricamente, aunque la República de Weimar pudo surgir como consecuencia del aborto de la revolución proletaria en Alemania, se mostró impotente para poder, a la vez, conseguir el "espacio vital" para Alemania y lidiar con el agudizamiento de las contradicciones de clase. La burguesía alemana terminó optando por el nazismo a la hora de someter a sus propias masas obreras y lanzarse a la lucha abierta por un "nuevo reparto del mundo". En este sentido, el pesimismo histórico de Weber sobre un camino democrático para su propia burguesía imperialista estaba en lo cierto. El aborto de la revolución proletaria en Alemania y el surgimiento de la República de Weimar no fue otra cosa que la antesala de la llegada al poder de Hitler y la barbarie nazi. 

En Trotsky no se trata de pensar cómo una minoría organiza de mejor forma la dominación de la mayoría, sino, por el contrario, cómo pueden las amplias masas trabajadoras ejercer el poder político. El desarrollo del imperialismo hizo actual la conquista del poder no sólo para la clase obrera de los países avanzados sino también para los países de desarrollo burgués retrasado. El surgimiento del soviet fue la respuesta que la historia dio a la incógnita de cómo podría la clase obrera ejercer su dominio en base a la democracia directa. Hoy los argumentos "técnicos" en contra de la democracia directa son aún menos fuertes que en los tiempos en que Weber los esgrimía. Bajo el dominio de la clase obrera, los modernos medios de comunicación masivos y las nuevas tecnologías informáticas podrían brindar hoy instrumentos de gran eficacia para la elevación de la cultura política de las masas y para el ejercicio de la democracia directa, infinitamente superiores a aquéllos con los que contaron Lenin y Trotsky luego de la toma del poder. A la vez, un partido y una internacional revolucionarias siguen siendo imprescindibles para evitar que las situaciones y crisis revolucionarias sean derrotadas, ya sea por la contrarrevolución abierta o por las "trampas democráticas". 

Aunque la "república democrática" no fuese otra cosa que la envoltura del dominio del capital, en los estados con gobiernos bonapartistas abiertos, las reinvindicaciones democráticas siguen jugando un rol para impulsar la movilización revolucionaria de la clase obrera, pero sólo de un modo episódico y como parte de un programa de transición que plantee la conquista del poder por parte de la clase obrera. El reemplazo de un régimen dictatorial por uno de tipo democrático burgués no es el triunfo de la "revolución democrática" sino el aborto de la revolución proletaria. Aunque las tendencias de la situación política mundial muestran una creciente degradación y vaciamiento de los regímenes democrático burgueses (con un fortalecimiento de los elementos cesaristas-bonapartistas de los distintos regímenes burgueses, que se hacen a la vez más aristocráticos y degradados aún en los países capitalistas más ricos); y la utilización de la guerra y regímenes bonapartistas abiertos están más en escena -en comparación con la última década- en la política mundial; la "trampa democrática" ha sido una bandera clave utilizada por la política imperialista para evitar el triunfo de procesos revolucionarios o para prevenir su emergencia. De ahí la importancia de los señalamientos de Trotsky a este respecto. 

Por último, aunque Weber también planteaba la relación entre imperialismo y democracia burguesa, en Trotsky esta relación era producto de un análisis orgánico del capitalismo, que le permitía analizar "el desarrollo de una democracia y su estabilidad... en proporción inversa a la tensión de las contradicciones de clase", de ahí que el aumento de estas tensiones producían la caída una tras otra de los regímenes democrático burgueses y el desarrollo del fascismo en los años previos a la segunda guerra mundial. Así la crisis de subjetividad y dirección revolucionaria de la clase obrera mundial es un factor sin el cual no pueden explicarse los triunfos de la política burguesa de las "transiciones a la democracia" en los últimos años. 

En una entrevista realizada en julio de 1939 a un grupo encabezado por el profesor Hubert Herring, Trotsky dejó un pasaje notable sobre cuál sería la situación si el imperialismo norteamericano salía triunfador de la segunda guerra mundial: "Si el capitalismo norteamericano sobrevive...Estados Unidos se transformará en el imperialismo y el militarismo más poderoso del mundo". Una paz norteamericana significaría "una explosión del militarismo y el imperialismo norteamericanos"34. ¿Qué otra cosa vimos desarrollarse en la posguerra (Corea, Vietnam, Irak, Balcanes, intervenciones directas y guerra sucia en Centroamérica, y un gran etcétera) en nombre de la "democracia"? 

 

Notas: 

1 Alex Callinicos, "Social Theory. A historical introduction", Polity Press, Londres, 1999, pág. 174. 

2 Goran Therborn, "Ciencia, clase y sociedad", Siglo XXI editores, 1980, pág. 272. 

3 Nos referimos al capítulo 4 de "Clase, crisis y estado", Siglo XXI editores, 1983, titulado justamente "Burocracia y estado", donde desde una perspeciva reformista se comparan el trabajo de Weber "Parlamento y gobierno en una Alemania reorganizada. Una crítica política de la burocracia y de los partidos" con el de Lenin "El estado y la revolución". 

4 En Trotsky y Weber se encuentran las dos líneas teóricas fundamentales para analizar el papel de la burocracia en un estado obrero, tema que no trataremos en este artículo. 

5 Como señala Therborn, "las tipologías de la dominación forman parte de una vieja tradición de la filosofía política, que en Europa se remonta por lo menos hasta la antigua filosofía griega. En la tradición clásica, esas tipologías se basaban habitualmente en el número de gobernantes: uno, pocos, muchos (los ciudadanos, el pueblo). Con frecuencia a esa distinción se añadía otra, entre gobiernos legítimos, regidos por la ley, y regímenes ilegítimos y despóticos. Esta tradición está presente en Montesquieu y en la Ilustración y en la actualidad continúa en la moderna teoría liberal, con su distinción entre democracia y dictadura. Después de la revolución francesa... surgió una nueva teoría de la política en la sociología de los pioneros. El poder y la autoridad política (si eran estables) se derivaban de los diferentes tipos de actividad dominante en la sociedad o de las diferentes especies de relaciones sociales, y se distinguían por basarse en ellos. En el idealismo alemán de la época se afirmaba que las estructuras políticas eran la expresión de las particulares culturas nacionales. La tipología weberiana de la dominación rompe claramente con todos estos tipos de conceptualización al distinguir entre las diferentes especies de valores comunes sobre los que se basa la dominación estable". Op. cit., pág. 298. 

6 En su conocida tipología Weber distingue tres tipos puros de dominación legítima. Según define en "Economía y sociedad" "el fundamento primario de su legitimidad puede ser: 1.De carácter racional: que descansa en la creencia en la legalidad de las ordenaciones estatuidas de los derechos de mando de los llamados por esas ordenaciones a ejercer la autoridad (autoridad legal). 2.De carácter tradicional: que descansa en la creencia cotidiana en la santidad de las tradiciones que rigieron desde lejanos tiempos y en la legitimidad de los señalados por esa tradición para ejercer la autoridad (autoridad tradicional). 3.De carácter carismático: que descansa en la entrega extracotidiana a la santidad, heroísmo o ejemplaridad de una persona, y a las ordenaciones por ella creadas o reveladas (autoridad carismática)". 

7 Max Weber, "Economía y sociedad", pág. 327. 

8 Perry Anderson, "Campos de batalla", Editorial Anagrama, 1998, páginas 275-276. 

9 Citado por Joaquín Abellán en el Estudio preliminar de los "Escritos políticos" de Max Weber, Alianza Editorial, pág. 18. 

10 Georg Lukacs, "El asalto a la razón", Ed. Grijalbo, 1983, pág. 486. 

11 Una situación similar con respecto a la relación entre la intelectualidad burguesa republicana y la derecha de la socialdemocracia se dio en Francia, donde teóricos como Durkheim (un republicano de izquierda) tenían estrechas relaciones con el ala moderada del socialismo francés encabezada por Jean Jaurés. 

12 La traducción del párrafo es la que es citada por Lukacs en la edición castellana de "El asalto a la razón", páginas 491-2. Difiere parcialmente de la que aparece en "Escritos políticos" de Max Weber, editados por Joaquín Abellán en Alianza Editorial. 

13 Perry Anderson señala: "El nacionalismo era más importante para Weber que el liberalismo, pero existía una relación entre ambos, y durante la mayor parte de su vida creyó que sólo un orden político liberal podría preparar a Alemania para desempeñar el papel imperial que le había sido asignado". ("Campos de Batalla", pág. 276). 

14 Weber consideraba que con el desarrollo del capitalismo y la creciente complejidad de la sociedad, aumentaba cualitativa y cuantitativamente la necesidad de administración racional, que él asociaba con el aumento de la organización burocrática, tanto en las organizaciones públicas como privadas. Destacaba la superioridad técnica de la organización burocrática sobre cualquier otra forma de organización. Como señala en "Economía y sociedad" : "La precisión, la rapidez, la univocidad, la oficialidad, la continuidad, la discreción, la uniformidad, la rigurosa subordinación, el ahorro de fricciones y de costas objetivas y personales son infinitamente mayores en una administración severamente burocrática y especialmente monocrática". Consideraba sin embargo indispensable evitar que sea la misma burocracia quien seleccione los líderes del estado, ya que en caso de darse esto se darían fuertes tendencias a la irresponsabilidad y la ineficacia de la dirección política de la burocracia, especialmente en tiempos de crisis, ya que el burócrata no se preocupa por los fines a los que van consagrados las decisiones políticas. 

15 Citado por Joaquín Abellán en su Estudio preliminar a los "Escritos Políticos"de Max Weber de "Gesammelte politische Schriften" 

16 Citado por Alex Callinicos en "Social Theory", Polity press, Londres, 1999, pág. 174, quien a su vez lo toma del trabajo de Mommsem "Weber and German Politics".1958, págs. 488-489. 

17 Mucho se ha escrito entre la relación entre la noción de "liderazgo carismático" de Weber y el posterior advenimiento de Hitler al poder. Aunque hay obviamente similitudes entre su tipo ideal de dominación carismática y Hitler, es difícil justificar que sus posiciones liberal-imperialistas lo hubiesen conducido a simpatizar con el régimen nazi (que expresaba el poder todopoderoso de la burocracia estatal al servicio de los grandes monopolios), independientemente de que hubiese compartido con éste un interés común por la expansión imperialista de Alemania. ¿Hubiesen primado la diferencia de medios o la coincidencia de fines? 

18 León Trotsky, "El consejo de los diputados obreros y la revolución", publicado como apéndice por Alain Brossat, "En los orígenes de la revolución permanente. El pensamiento político del joven Trotsky", Siglo XXI editores, pág. 263. 

19 Vale decir que la valoración negativa de Weber sobre la posibilidad de un régimen basado en la democracia directa, aunque sustentada en argumentos de tipo "técnicos", se apoyaba en su descreimiento en cualquier alternativa de emancipación y liberación humanas, congruente tanto con su pesimismo filosófico de raiz nietzcheana como con su visión elitista de la política, propia de su pertenencia a la aristocracia académica alemana. 

20 Es interesante notar cómo los análisis de Weber acerca de los acontecimientos de la revolución de 1905 en Rusia señalan la dificultad para que Rusia vea un desarrollo de tipo "democrático" similar al que se había dado en Occidente. En una carta escrita a los liberales rusos decía:"Si fuera sólo una cuestión de las condiciones materiales y el complejo de intereses directa o indirectamente ‘creada’ por ellos, cualquier observador serio tendría que decir que todos los indicadores económicos apuntan en la dirección de una creciente "no libertad". Es absolutamente ridículo atribur al capitalismo superior que hoy está siendo importado a Rusia y ya existe en América –este desarrollo económico ‘inevitable’- cualquier afinidad electiva con la democracia, menos aún con la libertad (en cualquier sentido de la palabra). La pregunta debería ser: ¿cómo pueden exisitir esas cosas durante alguna longitud de tiempo bajo la dominación del capitalismo? De hecho son sólo posibles donde están respaldados por una voluntad determinada de una nación de no ser conducida como un rebaño de ovejas. Nosotros los ‘individualistas’ y los que apoyamos las instituciones ‘democráticas’ debemos nadar ‘contra la corriente’de las constelaciones materiales". (Max Weber, "The Russian Revolutions", Ed. G. C. Wills and P. Baeher, Cambridge, 1995) 

21 En Rusia el desarrollo del capitalismo a nivel internacional había provocado la combinación del atraso general del país, tanto en el campo como en el régimen político autocrático, con un moderno desarrollo industrial en las ciudades generado por la incursión del capital extranjero y no por un desarrollo "orgánico" de la burguesía rusa, que era muy débil en comparación con la fuerza que había adquirido un proletariado concentrado e influenciado ampliamente por el marxismo. De ahí que Trotsky señalaba que en Rusia las tareas de la revolución democrática, cuyos ejes eran la revolución agraria y el fin de la autocracia, es decir, la liquidación del dominio de los terratenientes, sólo podían ser logrados por la conquista del poder por parte de la clase obrera imponiendo su propio poder y acaudillando a las masas campesinas. Una vez en el poder la clase obrera no se detendría ante los límites de la propiedad burguesa y, así, la revolución democrática se transformaría sin solución de continuidad en revolución socialista. A la vez, la conquista del poder de la clase obrera en Rusia sería el motor de estallidos revolucionarios en los países europeos más avanzados, principalmente en Alemania. La clase obrera alemana en el poder vendría en auxilio del proletariado ruso, que debía comenzar la construcción del socialismo en condiciones de enorme atraso. Estas conclusiones no planteaban que Rusia podía llegar al socialismo por vía directa, ya que Trotsky siempre tenía en cuenta que se trataba de un país atrasado, sino que planteaban que la madurez para el socialismo de la economía mundial tomada como un todo había generado las condiciones que planteaban, a la vez, la actualidad de la conquista del poder por parte de la clase obrera y la imposibilidad de que Rusia viviese una revolución burguesa clásica. Estas tesis se oponían por el vértice a los razonamientos de los mencheviques, que sostenían para Rusia un vía de desarrollo evolutivo con el que fundamentaban una posición fatalista que condenaba al proletariado al rol de mero apéndice de la revolución burguesa. 

22 En la hostilidad hacia la burguesía liberal rusa Trotsky coincidía plenamente con Lenin, aunque este sostenía que la alianza obrera y campesina se expresaría a través de una "dictadura democrática de obreros y campesinos", régimen que Trotsky consideraba no lograble debido a la falta de independencia política del campesinado. En las "Tesis de Abril", cuando Lenin plantea el viraje de la política del partido bolchevique hacia la conquista del poder por los soviets, las coincidencias con Trotsky son plenas. 

23 Las lecciones de la revolución china de 1925-27 le permitirían generalizar y ampliar los alcances de la teoría de la revolución permanente al conjunto de los países semicoloniales y coloniales. 

24 Para el desarrollo del pensamiento de Trotsky en este terreno puede consultarse el libro de Alain Brossat "En los orígenes de la revolución permanente. El pensamiento político del joven Trotsky", Siglo XXI editores, 1976. 

25 León Trotsky, "Clase, partido y dirección. ¿Por qué el proletariado español ha sido vencido?", en "Escritos sobre la revolución española", Ruedo Ibérico editions, páginas 196-197. 

26 León Trotsky, "El programa de transición para la revolución socialista", Editorial Crux, pág. 68. Fue para evitar esta perspectiva en Alemania, luego de la segunda guerra mundial, que los ejércitos de las potencias aliadas se apresuraron a dividirse el control del país y evitar el surgimiento del movimiento obrero alemán. En Italia, la dinámica que señalaba Trotsky cobró fuerza vital a la caída del fascismo. La acción contrarrevolucionaria del Partido Comunista Italiano luego del congreso de Salerno de buscar la reconstrucción de un régimen burgués en Italia fue crucial para evitar en este país la revolución proletaria, lo mismo que el del PCF respecto a Francia. 

27 Es interesante notar como durante estos gobiernos el presidente Hinderburg comenzó a utilizar frecuentemene el gobierno por decreto basándose en las facultades presidenciales de emergencia contenidas en el artículo 48 de la constitución de Weimar, justamente los poderes especiales del "lider carismático" por los que había bregado Weber. 

28 Perry Anderson, "Las antinomias de Antonio Gramsci", Editorial Fontamara 1981, pág. 121. 

29 León Trotsky, "El marxismo y nuestra época", en "Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición", CEIP León Trotsky, páginas 183-184. 

30 Íbidem, pág. 191. 

31 León Trotsky, "Discusiones sobre el programa de transición", en "El programa de Transición para la revolución socialista", Op. cit., págs. 86-87. 

32 León Trotsky, "El marxismo y nuestra época", Op. cit., págs. 195-196. 

33 En este sentido la "estructura antinómica" de la teoría política de Weber que señala Mommsem -la tendencia a buscar combinar posiciones aparentemente antitéticas- puede ser entendida en términos marxistas como expresión en el pensamiento de Weber de la contradicción fundamental de la época imperialista, entre la internacionalización creciente de las fuerzas productivas y la existencia de los estados nacionales. 

34 León Trotsky, "En vísperas de la segunda guerra mundial", en "Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición", Op. cit., página 206. El profesor Herring encabezaba el Comité de Relaciones Culturales para América Latina, el grupo a quien Trotsky dio la entrevista en Coyoacán, durante su exilio mexicano. El texto de la entrevista fue posteriormente publicado en Intercontinental Press en septiembre de 1969.



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