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SUPLEMENTO

Tras el levantamiento de San Petersburgo (enero de 1905)

León Trotsky

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Tras el levantamiento de San Petersburgo (enero de 1905)

León Trotsky

Ideas de Izquierda

Presentamos a continuación un texto de Trotsky publicado poco después de los sucesos conocidos como el “Domingo Sangriento” del 9 de enero de 1905, que marcan el comienzo de la primera Revolución Rusa. Fue traducido del ruso por Guillermo Iturbide especialmente para el suplemento Armas de la Crítica y no nos consta que haya sido publicado en castellano con anterioridad. Este artículo fue publicado originalmente dentro de un libro junto con un folleto más largo de Trotsky, escrito en noviembre-diciembre de 1904 y posiblemente también inédito en castellano, Antes del 9 de enero, que igualmente tradujimos del ruso e incluimos en el volumen 16 de las Obras Escogidas de León Trotsky, La teoría de la revolución permanente, de Ediciones IPS-CEIP, que acaba de salir de imprenta y ya se puede conseguir. La particularidad de ambos textos es que son considerados como los primeros en los que el revolucionario ruso plantea elementos de su teoría de la revolución permanente. En la siguiente traducción, las notas al pie fueron tomadas de la edición soviética de 1925 a cargo de Ye. Kaganovich, mientras que las que figuran como N. del T. son notas del traductor.

Prefacio (escrito en 1906) [1]

“Antes del 9 de enero” es una reimpresión de un panfleto publicado hace unos dos años en Ginebra. La primera parte del folleto [2] ofrece un análisis del programa y la táctica de la oposición de los zemstvos y de la intelectualidad democrática; mucho de lo que allí se dice suena ahora a una verdad de perogrullo. Pero, en esencia, nuestra crítica a la Duma de los kadetes se basa en los mismos principios que nuestra crítica al primer congreso de los zemstvos en Moscú. Tenemos que repetir nuestras denuncias con la misma persistencia con que el liberalismo repite sus errores. Si nuestra crítica no convence ni corrige a los liberales, por lo menos le enseñará a algún tercero a no creerles.

Un “descontento exacerbado, incapaz de encontrar una salida” -escribíamos a propósito del congreso de los zemstvos y de los banquetes de noviembre de 1904- “desalentado por el fracaso inevitable de la campaña legal de los zemstvos, confiando en una ‘opinión pública’ intangible, sin tradiciones de lucha revolucionaria en el pasado, sin perspectivas claras para el futuro, este descontento social puede terminar estallando en un paroxismo desesperado de terror, con toda la intelectualidad democrática en completa pasividad, aunque, simpatizando con él, y con el apoyo monetario de algunos liberales ahogados de entusiasmo platónico [3]”. Una salida a esta situación, sosteníamos, solo podía ser obra del proletariado revolucionario. Mutatis mutandis, hay que repetir este análisis y este pronóstico respecto al momento actual...

La parte final de este folleto [4] se centra en las tareas planteadas por los acontecimientos de enero [de 1905] en San Petersburgo. El lector podrá comprobar por sí mismo qué parte de lo que hemos dicho sobre este tema ha quedado desfasado. Queremos decir aquí de pasada solo unas palabras sobre una de las figuras históricas más extrañas, Gueorguii Gapón [5], que tan inesperadamente se alzó en la cresta de los acontecimientos de enero.

La sociedad liberal creyó durante mucho tiempo que en la personalidad de Gapón residía todo el secreto del 9 de enero. Se lo oponía a la socialdemocracia como un dirigente político que conocía el secreto del dominio de las masas. Se asociaba la nueva entrada en escena del proletariado a la personalidad de Gapón. No compartíamos estas expectativas. “No hay lugar para un segundo Gapón”, escribimos, “pues lo que se necesita ahora no son ardientes ilusiones, sino una clara conciencia revolucionaria, un plan de acción definido, una organización revolucionaria flexible” [6]. Tal organización fue posteriormente el Soviet de Diputados Obreros.

Pero si hemos asignado al papel político de Gapón un lugar completamente subordinado, sin duda hemos sobrestimado su personalidad. Con su halo de cólera sacerdotal y sus maldiciones pastorales en los labios, aparecía desde lejos como una figura casi bíblica. Parecía que poderosas pasiones revolucionarias se habían despertado en el pecho del joven sacerdote de la cárcel de San Petersburgo. ¿Y de qué iba esta persona? Cuando los fuegos se apagaron, Gapón apareció ante todos como una completa nulidad política y moral.

Su tono fingido ante los socialistas europeos, sus escritos despiadadamente “revolucionarios” desde el extranjero, ingenuos y burdos, su llegada a Rusia, sus relaciones conspirativas con el Gobierno, las monedas de plata que le dio el Conde Witte, sus conversaciones pretenciosas y ridículas con los escritores de los periódicos conservadores, su fanfarronería y jactancia - todo esto liquidó finalmente las ideas que había respecto al Gapón que se conocía desde el 9 de enero. Recordamos involuntariamente las perspicaces palabras de Víctor Adler, el líder de la socialdemocracia austríaca, quien, tras recibir el primer telegrama sobre la llegada de Gapón al extranjero, dijo: “Es una lástima... habría sido mejor para su memoria histórica que hubiera desaparecido tan misteriosamente como apareció. Habría quedado una hermosa leyenda romántica de un sacerdote que abrió las compuertas de la revolución rusa. Hay gente -añadió con esa sutil ironía tan característica de este hombre extraordinario- a la que es mejor tener como mártires que como camaradas de partido...”

***

Tras el levantamiento de San Petersburgo. ¿Cómo seguir? [7]

Múnich, 20 de enero [2 de febrero] de 1905.

¡Qué elocuencia deslumbrante poseen los hechos, y cuán impotentes son las palabras frente a ellos!

Las masas se han expresado. Empezaron encendiendo las torres petroleras del Cáucaso [8], después se enfrentaron a los guardias del zar y a los cosacos en las calles de San Petersburgo en la inolvidable jornada del 9 de enero, y llenó las calles y plazas de todas las ciudades industriales con el ruido de su lucha.

Este folleto fue escrito antes de la huelga de Bakú. Fue redactado antes del levantamiento de San Petersburgo. Gran parte de lo que dice está desfasado, aunque solo han pasado unos días. Lo dejamos sin cambios, pues de lo contrario nunca vería la luz. Los acontecimientos se suceden; la historia trabaja con más prisa que la imprenta. La literatura política, sobre todo la que se publica en el exterior, tiene que ocuparse de la crítica retrospectiva más que de dar directivas inmediatas.

El folleto parte de una crítica a la oposición liberal y democrática y procede a mostrar la necesidad política y la inevitabilidad histórica del levantamiento de las masas. “Las masas revolucionarias son un hecho”, repetía la socialdemocracia en un período en que los ruidosos banquetes de los liberales parecían ensombrecer tan vivamente el silencio político del pueblo. Los intelectuales liberales movían los labios con escepticismo; los “demócratas” que secundaban a los liberales estaban llenos de odiosa arrogancia, y hasta tal punto creían ser quienes resueltamente determinaban los destinos, que algunos “héroes revolucionarios” no encontraron nada mejor que pactar con estos oportunistas y escépticos a espaldas del pueblo silencioso. El “bloque” ridículo, insustancial, sin contenido, que no ata a nadie a nada, que no cuenta con ninguna acción, formado en París [9] fue el producto de la desconfianza en las masas y en la revolución. La socialdemocracia no se unió a este “bloque”, pues su fe en la revolución no nació el 9 de enero de 1905.

“Las masas revolucionarias son un hecho”, repetía la socialdemocracia. Los expertos liberales se encogieron despectivamente de hombros. Estos señores se creen sobrios realistas -solo porque, como es bien sabido, son incapaces de considerar la acción de los grandes factores y se dan la tarea de ir a la rastra de cada hecho político pasajero. Se creen políticos sobrios a pesar de que la historia pisotea despectivamente su sabiduría, destroza sus manualitos escolares, de un manotazo hace polvo sus esquemas y se burla magníficamente de sus profundas predicciones.

“Todavía no hay un pueblo revolucionario en Rusia”

“El obrero ruso está culturalmente atrasado, oprimido y (nos referimos principalmente a los obreros de San Petersburgo y Moscú) aún no está suficientemente preparado para la lucha social y política organizada”.

Así escribía el Sr. Struve [10] en su periódico, Osvobozhdenie. Lo escribió el 7 de enero de 1905 [11], dos días antes del levantamiento del proletariado de San Petersburgo, aplastado por los regimientos de la Guardia.

“Todavía no hay un pueblo revolucionario en Rusia”.

Estas palabras deberían haber sido grabadas en la frente del señor Struve, si su frente no se pareciera ya a una lápida bajo la cual descansan tantos esquemas, consignas e ideas -socialistas, liberales, “patrióticas”, revolucionarias, monárquicas, democráticas y otras- siempre calculados para no ir demasiado lejos, y siempre irremediablemente atrasados...

“No hay un pueblo revolucionario en Rusia”, decía por boca del liberalismo ruso de Osvobozhdenie quien a lo largo de tres meses había logrado convencerse de que era la figura principal de la escena política, de que su programa y su táctica determinaban todo el destino del país. Y antes de que esta declaración llegara a sus destinatarios, el telégrafo difundió por todo el mundo la gran noticia del comienzo de la revolución del pueblo ruso.

Sí, ha comenzado. La esperábamos, no teníamos ninguna duda. Había sido para nosotros durante una larga serie de años solo un corolario de nuestra “doctrina”, de la que se habían burlado los miserables de todos los matices políticos. No creían en el papel revolucionario del proletariado, pero creían en el poder de las peticiones de los zemstvos [12], en Witte [13], en los “bloques” que unen a nulidades con otras nulidades, en Svyatopolk-Mirsky [14], en un cartucho de dinamita... No había prejuicio político en el que no creyeran, pero solo consideraban un prejuicio creer en el proletariado.

Pero la historia no se lleva bien con los oráculos liberales, y un pueblo revolucionario no necesita un certificado de aprobación de los eunucos políticos.

La revolución ha llegado. Ya con su primer impulso ha hecho que la sociedad subiera decenas de escalones que en tiempos de paz habría tenido que recorrer con varias paradas intermedias y pausas. Destruyó los planes de tantos que se atrevieron a pensar sus cálculos políticos sin tener en cuenta al dueño de casa, es decir, al pueblo revolucionario. Destrozó decenas de supersticiones y mostró la fuerza de un programa que se sustenta en la lógica revolucionaria del desarrollo de las masas. Baste tomar una cuestión particular: el problema de la república. Antes del 9 de enero, la exigencia de una república debió parecer a todos los expertos liberales una idea fantasiosa, doctrinaria, ridícula. Pero bastó una sola jornada revolucionaria, una grandiosa “comunicación” entre el zar y el pueblo, para que la idea de una monarquía constitucional se convirtiera en fantasiosa, doctrinaria y ridícula. El sacerdote Gapón se alzó provisto con la idea de un monarca contra el monarca real. Pero como no estaba respaldado por monárquicos liberales, sino por proletarios revolucionarios, este “levantamiento” limitado desarrolló inmediatamente su contenido rebelde al grito de “¡Abajo el zar!” y mediante luchas de barricadas. El monarca real arruinó la idea de la monarquía. En adelante, la república democrática sería la única consigna política con la que se podía ir hacia las masas.

La revolución llegó y puso fin al período de nuestra infancia política. Archivó nuestro liberalismo tradicional y su único patrimonio: la creencia en una feliz sucesión de figuras gubernamentales. El ridículo reinado de Svyatopolk-Mirsky fue para este liberalismo la época de su mayor florecimiento. El decreto del zar del 12 de diciembre [15] fue su fruto más maduro. Pero la insurrección del 9 de enero barrió la “primavera” [16] y puso en su lugar una dictadura militar, y dio el cargo de gobernador general de San Petersburgo al general Trepov, a quien la oposición liberal acababa de expulsar de su puesto de jefe de policía de Moscú.

El liberalismo que no quería saber nada de la revolución, que susurraba entre bastidores, que ignoraba a las masas, que solo tenía como fundamento para su política su capacidad diplomática, ha sido barrido. Está agotado para todo el período revolucionario.

Los liberales de izquierda son los que se dirigirán ahora al pueblo. El próximo período será testigo de sus intentos de tomar a las masas en sus manos. Las masas constituyen la fuerza. Hay que tomarlas. Pero las masas son una fuerza revolucionaria. Hay que domesticarlas. Esta es la táctica que planifican los partidarios de Osvobozhdenie. Nuestra lucha por la revolución, nuestra preparación para la revolución, será al mismo tiempo nuestra lucha despiadada contra el liberalismo por ganar influencia sobre las masas, por el papel dirigente del proletariado en la revolución. En esta lucha habrá una gran fuerza que jugará a nuestro favor: ¡la lógica de la propia revolución!

La revolución rusa ha llegado.

Las formas que tomó el levantamiento del 9 de enero, por supuesto, no podían haber sido previstas por nadie. El sacerdote revolucionario, a quien la historia colocó durante unos días a la cabeza de las masas trabajadoras de forma tan inesperada, imprimió a los acontecimientos el sello de su personalidad, de sus puntos de vista, de su ministerio. Y esta forma en que se dan las cosas puede obnubilarle a muchos el contenido real de los acontecimientos. Pero el significado interno de estos acontecimientos es exactamente el que previó la socialdemocracia. El protagonista es el proletariado. Comienza con una huelga, unifica sus filas, plantea reivindicaciones políticas, sale a la calle, concentra sobre sí la simpatía entusiasta de toda la población, entra en combate con las tropas... Gueorguii Gapón no creó la energía revolucionaria de los obreros petersburgueses, solo la reveló. Tomó desprevenidos a miles de obreros conscientes y a decenas de miles de revolucionarios convencidos. Proporcionó un plan que unió a todas estas masas… solo por un día. Las masas salieron a hablar con el zar. Pero enfrente estaban la caballería, los cosacos, los soldados de la guardia. El plan de Gapón no había preparado a los trabajadores para esto. ¿Y qué ocurrió? Se apoderaron de las armas como pudieron, construyeron barricadas, usaron dinamita. Combatieron, aunque parecía que habían salido a mendigar. Eso significa que no salieron a mendigar, sino a exigir.

El proletariado de San Petersburgo mostró una receptividad política y una energía revolucionaria muy superiores al plan dado por su heroico pero accidental líder.

Había mucho romanticismo revolucionario en el plan de Gueorguii Gapon. Ese plan se frustró el 9 de enero. Pero el proletariado revolucionario de San Petersburgo no es romanticismo, sino una realidad viva. Y no solo de San Petersburgo. Una tremenda ola recorrió toda Rusia. Y está lejos de amainar... Bastó una sacudida para que el volcán proletario escupiera ríos de lava revolucionaria.

El proletariado se levantó. Utilizó para ello una ocasión accidental –el despido de dos obreros–, una organización accidental -la Sociedad Rusa [17] legal- y un líder contingente -un sacerdote abnegado-. Esto fue suficiente para rebelarse, pero no lo suficiente para triunfar.

Para ganar, lo que se necesita no es una táctica romántica sustentada en un plan ilusorio, sino una táctica revolucionaria. Es necesario preparar una intervención simultánea del proletariado en toda Rusia. Esta es la primera condición. Ninguna manifestación local puede tener ahora un significado político serio. Después del levantamiento de San Petersburgo solo puede tener lugar un levantamiento a nivel de todo el país. Los estallidos dispersos solo gastarán inútilmente una preciosa energía revolucionaria. Por supuesto, en la medida en que surgen espontáneamente, como un eco tardío del levantamiento de San Petersburgo, hay que utilizarlos con vigor para revolucionar y unificar a las masas y para popularizar entre ellas la idea de un levantamiento de toda Rusia como la tarea de los próximos meses, tal vez semanas. Esta idea, una vez dada a conocer a las masas, ya es capaz, por un lado, de concentrar su energía combativa, para evitar las deflagraciones de guerra de guerrillas y, por el otro, de ayudarles a sacar lecciones para emprender la unificación revolucionaria a partir de la experiencia de los estallidos revolucionarios.

Este no es el lugar para hablar de la técnica del levantamiento popular. Las cuestiones de técnica revolucionaria solo pueden plantearse y resolverse en la práctica: bajo la presión viva de la lucha y mediante el intercambio constante de todos los militantes activos del partido. Pero no hay duda de que las cuestiones de la organización técnica revolucionaria del levantamiento de las masas son ahora de una importancia colosal. Los acontecimientos empujan al pensamiento colectivo del partido a tener en cuenta estos problemas.

Aquí solo podemos intentar situar las cuestiones de la técnica revolucionaria en la perspectiva política indicada.

En primer lugar, nos detendremos en la cuestión del armamento. Los proletarios de San Petersburgo han dado muestras de un tremendo heroísmo. Pero este heroísmo desarmado de la multitud se mostró incapaz de oponerse a la estulticia armada de los cuarteles. Por lo tanto, para la victoria es necesario que el pueblo revolucionario se convierta en un pueblo armado. En esta respuesta, sin embargo, hay una contradicción interna. Los “arsenales” conspirativos que puede poseer una organización revolucionaria no bastan para armar al pueblo. Esta última hará un trabajo útil si arma a la parte de los trabajadores directamente relacionados con ella. Pero la distancia que hay entre eso y el armamento de las masas es la misma que hay entre el asesinato individual y la revolución. Que tal o cual grupo de trabajadores se haga con un depósito de armas está muy bien, pero está lejos de armar al pueblo. Solo hay disponibles abundantes reservas de armas en los arsenales estatales, es decir, a mano de nuestro enemigo directo, y se encuentran bajo protección del mismo ejército contra el que debemos apuntarlas. Para hacerse con las armas es necesario vencer la resistencia del ejército. Pero precisamente para eso están las armas. Esta contradicción se resuelve, sin embargo, en el proceso mismo del choque entre el pueblo y el ejército. Si las masas revolucionarias conquistan a una parte o a una fracción del ejército ya es un inmenso triunfo. Más adelante, el armamento del pueblo y la “desmoralización” del ejército avanzarán imparablemente, incentivándose en forma mutua. Pero, ¿cómo lograremos la primera victoria sobre una parte del ejército?

Miles de breves pero expresivas proclamas, lloviendo desde las ventanas sobre los soldados en su camino hacia el lugar de las “hostilidades”; las apasionadas palabras del orador de barricada, que aprovecha incluso una momentánea vacilación de los superiores militares, y la poderosa propaganda revolucionaria de la propia multitud, cuyo entusiasmo se transmite a los soldados en gritos y llamamientos. Mientras tanto, el ambiente revolucionario general ya ha operado sobre los soldados, que aborrecen su papel de verdugos, están irritados y cansados. Y ahora esperan conmovidos y con rabia la orden del oficial. Este último ordena abrir fuego, pero él mismo es abatido por un disparo, tal vez según un plan preestablecido o bajo la influencia de una exasperación momentánea. Se produce una confusión entre las tropas. El pueblo aprovecha este momento para penetrar en las filas de los soldados y persuadirles cara a cara para que cambien de bando. Si a la orden un oficial los soldados disparan una salva, las masas responden lanzándoles bombas de dinamita desde las ventanas de las casas. El resultado es de nuevo el desorden en las filas militares, la confusión de los soldados, e inmediatamente un intento por parte de los revolucionarios, mediante proclamas o mezclando al pueblo con los soldados, de persuadir a las tropas para que depongan las armas o se pasen con ellas al bando del pueblo. Si en una ocasión se fracasa, no se debe desalentar en absoluto la repetición de los mismos medios de intimidación y persuasión en otras circunstancias, aunque solo sea en relación con una misma fracción del ejército. Al final se quebrará la influencia moral de la disciplina militar, que impide a los soldados hacer lo que sus mentes y sentimientos les dicen que hagan. Esta combinación de influjo moral y físico, que conduce inevitablemente a una victoria parcial del pueblo, requiere no tanto el armamento previo de las masas como la introducción de la organización y la racionalidad en sus movimientos callejeros, y esta, precisamente, es la tarea principal de las organizaciones revolucionarias. Con una partícula del ejército conquistaremos a una fracción de él, y con una fracción someteremos a la totalidad, porque la victoria sobre una parte del ejército dará armas al pueblo, y la conscripción universal ha hecho que siempre haya en la multitud un número suficiente de personas capaces de desempeñar el papel de instructores militares. Las armas más modernas son tan capaces de servir a la causa de la revolución en manos del pueblo como de servir a la causa de la reacción en manos de un ejército disciplinado. Ya hace algunos días tuvimos ocasión de ver cómo el cañón del zar, dirigido por la mano adecuada, disparaba metralla contra el Palacio de Invierno [18].

Recientemente, un periodista inglés, el Sr. Arnold White, escribió: “Si Luis XVI hubiera poseído baterías de cañones Maxim, la Revolución Francesa no habría tenido lugar”. Qué tontería más pretenciosa medir las posibilidades históricas de las revoluciones por el calibre de las pistolas y de los cañones. Como si las armas y los cañones controlaran a las personas, y no las personas a las armas y los cañones. Una revolución rusa triunfante destruirá, entre otros cientos de prejuicios, esta ridícula reverencia supersticiosa por los fusiles Mauser, que supuestamente dictan las leyes de la propia historia.

Tanto durante la Revolución Francesa como en el ‘48 [19] el ejército como tal era más fuerte que el pueblo. La masa revolucionaria venció no por la superioridad de su organización militar o de su técnica militar, sino por su capacidad de infectar la atmósfera nacional, que el ejército también respiraba, con los bacilos de las ideas rebeldes. Por supuesto, para el curso y el resultado de las batallas callejeras importa si un cañón tiene un alcance de unos cientos de metros o de varios kilómetros [20], si mata solo a una persona o impacta sobre una decena; pero aún así esto es solo una cuestión secundaria de técnica comparada con el problema principal de la revolución: el de la desmoralización de los soldados. “¿De qué lado está el ejército?”: esa es la pregunta que decide todo, y que a su vez no se resuelve en absoluto con fusiles y metrallas.

¿De qué lado está el ejército? El 9 de enero, los obreros de San Petersburgo pusieron esta pregunta en “acción” a una escala colosal. Obligaron a los guardias petersburgueses a demostrar su propósito y su papel ante todo el país. La demostración fue terrible en su claridad e irresistiblemente instructiva. Los guardias ganaron. Pero Nicolás II tiene derecho a decir: “Otra victoria así, y me quedaré sin ejército”.

Los regimientos de San Petersburgo en general, y los de la Guardia en particular, están especialmente seleccionados y entrenados. Las provincias son otra cosa: allí el ejército es incomparablemente más “democrático”. Y para el éxito de la revolución no es en absoluto necesario que todo el ejército, junto con los regimientos de la Guardia, se pase a su lado. Menos aún es necesario que los regimientos de San Petersburgo den el primer ejemplo de fraternización revolucionaria con el pueblo. En nuestro caso, San Petersburgo no concentra en absoluto la energía política de toda la nación en la medida en que lo hicieron en su tiempo París, Berlín o Viena. Nuestras provincias del interior del imperio han desarrollado en los últimos días, y en parte siguen desarrollando hoy -desgraciadamente de manera dispersa- una labor revolucionaria de una magnitud tal que hubiera sido suficiente para una decena de naciones hace 50 o 100 años. El papel económico del proletariado, creador de la revolución rusa, confiere a las provincias una importancia que no tuvo ni pudo tener en Europa durante las revoluciones pequeñoburguesas de los siglos XVIII y XIX. Basta citar un ejemplo. La Unión Siberiana [21] de nuestro partido parecía todavía ayer una organización accidental, que no tendría ninguna influencia en un futuro próximo. Pero hoy, mediante la huelga ferroviaria, ha cortado la comunicación del país con el teatro de guerra y ha sacudido a todo el aparato gubernamental.

Nuestro sur es un volcán inagotable de lava revolucionaria. ¿Y Polonia? ¿El Cáucaso? ¿El krai del Noroeste [22]? ¿Finlandia? Aun suponiendo que, gracias a un meticuloso reclutamiento de las tropas y por la acción del alcohol (receta inevitable en todas las revoluciones), los regimientos de San Petersburgo estén disponibles para llevar a cabo una represión sangrienta, que la capital se convierta en un campo fortificado, que se coloque un cañón en la puerta de cada fábrica, una batería en los puestos de avanzada, si, en una palabra, suponemos que se realizará el “plan” de Vladímir Románov [23], de todas formas es seguro que San Petersburgo será engullida por todas partes por el anillo de fuego de la revolución. ¿De qué servirá la Guardia cuando se forme un Gobierno Provisional en Moscú o en el sur, cuyo primer acto será una reorganización radical del ejército? ¿Enviará Vladímir a los soldados de la Guardia contra las provincias? Pero esas tropas son insignificantes para semejante tarea. Por el contrario, en las revoluciones anteriores siempre se han enviado tropas de las provincias a la capital. Si se enviara a la Guardia contra el Gobierno Provisional, ¿quién protegería el Palacio de Invierno contra el proletariado de San Petersburgo? A este último se lo puede desangrar, dividir, maniatar, pero no se lo puede aplastar ni atemorizar para siempre.

Arnold White concluyó que a Luis XVI lo único que le faltó para salvar al absolutismo fueron armas de largo alcance. El príncipe Vladímir, que en París no solo estudió los burdeles sino también la historia administrativa y militar de la Gran Revolución, sacó la conclusión de que la vieja Francia se habría salvado si el gobierno de Luis hubiera suprimido sin perplejidad ni titubeos todos los gérmenes de la revolución y hubiera rejuvenecido al pueblo de París con una sangría temeraria y ampliamente organizada. Cómo se hace esto es algo que nuestro más augusto alcohólico ya demostró el 9 de enero. Vale la pena ratificar su experiencia, erigirla en sistema, extenderla por todo el país... y la autocracia se perpetúa. ¡Qué receta tan sencilla! ¿En el gobierno de Luis XVI, de Federico Guillermo IV [24] o de José II [25] no hubo ni un solo canalla que insistiera en el plan que Vladímir Románov aprendió ahora de la experiencia de la Revolución Francesa? Por supuesto que sí, no escaseaban este tipo de salvadores. Pero el desarrollo revolucionario está tan poco determinado por la voluntad de esos cretinos sedientos de sangre como por el diámetro del cañón de un arma. El dictador que lleva en el filo de su espada la salvación del Antiguo Régimen se ve inevitablemente enredado en los nudos dispuestos por el genio de la revolución. Los cañones, los fusiles y las municiones son excelentes servidores del orden, pero hay que ponerlos en movimiento. Para ello se necesitan hombres. Aunque estos hombres se llamen soldados, a diferencia de los cañones sienten y piensan. Por eso son un apoyo poco fiable. Vacilan, contagian la indecisión a sus comandantes, y esto da lugar a la desintegración y al pánico en las filas de la más alta burocracia. El dictador no encuentra apoyo moral, al contrario, encuentra obstáculos a cada minuto, se crea a su alrededor una red de propensiones y sugerencias contradictorias, se dan y cancelan órdenes, crece la confusión, la desmoralización del gobierno se extiende cada vez más y el pueblo alimenta la confianza en sí mismo...

Junto a la cuestión del armamento viene la de las formas de lucha callejera. ¿Qué papel desempeñará o puede desempeñar la barricada en nuestro país? Pero antes de nada: ¿qué papel desempeñó la barricada en las revoluciones de antaño?

1. La barricada sirvió de punto de concentración de las masas revolucionarias dispersas.

2. La barricada aportó elementos de organización a las masas desordenadas al imponerles la tarea de defenderse de las tropas en un lugar determinado.

3. La barricada retrasó el movimiento de los soldados, los puso en contacto con el pueblo y, por lo tanto, los desmoralizó.

4. La barricada sirvió de amparo a los combatientes.

En la actualidad, la barricada tiene una influencia mucho menor. En el mejor de los casos, aún conserva el valor de un obstáculo físico que permite a las masas comunicarse con los soldados durante uno o dos minutos. La barricada apenas puede tener ya importancia movilizadora y organizativa. La masa obrera se moviliza con la huelga, organizada en primer lugar por la fábrica y en segundo lugar por el partido revolucionario. El antiguo combatiente de barricada iba armado con la palabra viva hacia los soldados y con el fusil como último argumento. El revolucionario actual se armará más a menudo con la proclama impresa y, al menos al principio, con dinamita. Ambos son más convenientes de usar desde una ventana de un segundo o tercer piso que desde detrás de una barricada.

Pero basta ya. Todas estas cuestiones deben ser resueltas sobre el terreno, como hemos dicho, por las organizaciones revolucionarias. Se trata, por supuesto, solo de un trabajo auxiliar en relación con la dirección política de las masas. Pero ahora, sin este trabajo, la propia dirección política es impensable. La organización técnica de la revolución es para el período inmediato el eje de la dirección política de las masas insurrectas.

¿Qué es necesario para dirigir de esta manera? Unas cuantas cosas muy sencillas: liberarse de la rutina organizativa y de las patéticas tradiciones de la clandestinidad conspirativa; amplitud de miras; iniciativa audaz; capacidad de evaluar la situación; y una vez más, iniciativa audaz.

El desarrollo revolucionario nos dio las barricadas de San Petersburgo del 9 de enero. Por debajo de esto ya no podemos descender. Debemos partir de esta etapa para impulsar la revolución hacia adelante. Debemos impregnar nuestro trabajo de agitación y organización con las conclusiones políticas y las conquistas revolucionarias del levantamiento obrero de San Petersburgo.

La revolución rusa, que ya ha comenzado, se acerca a su punto culminante: la insurrección popular. La organización de esta insurrección, de la que depende el destino de la revolución en el futuro próximo, es la tarea principal de nuestro partido.

Nadie más que nosotros cumplirá esta tarea. El cura Gapón apareció solo una vez. Fueron necesarias las extraordinarias ilusiones que lo llevaron a realizar la hazaña que realizó. Pero incluso apenas pudo permanecer a la cabeza de las masas durante poco tiempo. El proletariado revolucionario guardará siempre el recuerdo del sacerdote Gueorguii Gapón. Pero su recuerdo seguirá siendo el de un héroe solitario, casi legendario, que abrió las compuertas de lo espontáneo de la revolución. Si ahora apareciera una segunda figura, igual a Gapón en energía, entusiasmo revolucionario y en la fuerza de sus ilusiones políticas, su surgimiento sería extemporáneo. Lo que fue grande en Gueorguii Gapón podría ser ahora ridículo. No hay lugar para un segundo Gapón, pues lo que se necesita ahora no son ardientes ilusiones, sino una clara conciencia revolucionaria, un plan de acción definido, una organización revolucionaria flexible capaz de dar a las masas una consigna, de conducirlas al campo de acción, de lanzar una ofensiva en toda la línea y de llevar la causa a la victoria.

Semejante organización solo puede brindarla la socialdemocracia. Y nadie más que ella. Nadie dará a las masas una consigna revolucionaria, pues nadie fuera de nuestro partido está libre de cualquier otra consideración que no sea los intereses de la revolución. Nadie más que la socialdemocracia es capaz de organizar la intervención de las masas, pues nadie más que nuestro partido está relacionado con las masas.

Nuestro partido ha cometido muchos errores, pecados, casi crímenes. Ha vacilado, ha eludido la acción, se ha paralizado, ha mostrado indecisión y lentitud. A veces ha obstaculizado el movimiento revolucionario.

Pero no hay más partido revolucionario que la socialdemocracia.

Nuestras organizaciones son imperfectas. Nuestros lazos con las masas son insuficientes. Nuestra técnica es primitiva.

Pero no hay otra organización relacionada con las masas que la socialdemocracia.

A la cabeza de la revolución está el proletariado. ¡A la cabeza del proletariado está la socialdemocracia!

¡Hagámoslo lo mejor que podamos, camaradas! Pongamos toda nuestra pasión en nuestra causa. No olvidemos ni por un momento la responsabilidad que recae sobre nuestro partido: responsabilidad ante la revolución rusa, ante el socialismo internacional.

El proletariado del mundo entero nos mira con expectación. La revolución rusa victoriosa abre ante la humanidad grandes perspectivas. Camaradas, ¡cumplamos con nuestro deber!

¡Cerremos filas, camaradas! ¡Unifiquemos a los demás y unifiquémonos también nosotros! ¡Preparémonos y preparemos a las masas para los días decisivos de la insurrección! No dejemos nada librado al azar. No dejemos de utilizar ni una sola fuerza que sea beneficiosa para la causa.

Marcharemos hacia delante con integridad, coraje y concertadamente, ligados por una unidad indisoluble, ¡hermanos en la revolución!

Fuente: “После петербургского восстания. Что же дальше?”, en Историческое подготовление Октября. Наша первая революция. Ч. 1 : [От кануна кровавого воскресенья до начала 1907 г.]. - 1925. (Троцкий, Лев Давидович. Сочинения Т. 2. - Москва-Ленинград, Госиздат, pp. 54-67.)

Traducción: Guillermo Iturbide


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NOTAS AL PIE

[1Tomamos este pasaje del prefacio de L. D. Trotsky a su libro Nuestra Revolución, publicado en 1906.

[2Ver “Antes del 9 de enero”, en León Trotsky, La teoría de la revolución permanente. Obras Escogidas de León Trotsky, vol. 16, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2023, pp. 35-85. (N. del T.)

[3“Antes del 9 de enero”, op. cit., p. 78. (N. del T.)

[4Es decir, el texto “Tras el levantamiento de San Petersburgo”, que presentamos a continuación (N. del T.)

[5Respecto a la caracterización de Gapón había una diferencia pública entre Trotsky y Lenin, por entonces figuras rivales, aunque ambas ubicadas en la izquierda de la socialdemocracia rusa. (N. del T.)

[6En el presente artículo, ver más abajo. (N. del T.)

[7En la edición soviética de las Obras de Trotsky de 1925 figura la siguiente aclaración: “Es decir, el ‘domingo sangriento’ del 9 de enero [de 1905]. El “levantamiento de San Petersburgo” es, por supuesto, una caracterización errónea de este acontecimiento histórico, ya que no hubo ningún levantamiento el 9 de enero, sino solo una manifestación pacífica de trabajadores. El término fue aparentemente tomado de la prensa extranjera, que de todas las maneras posibles agrandó los acontecimientos que tuvieron lugar en San Petersburgo y transformó el ametrallamiento de una manifestación pacífica en un levantamiento”.

[8Se refiere a la huelga de los trabajadores petroleros de Bakú de diciembre de 1904 que luego se convirtió en un movimiento de huelga general que se extendió por el resto del Cáucaso a comienzos de 1905 (N. del T.).

[9Se refiere al viaje a París del cura Gapón (dirigente del movimiento de los obreros que se movilizaron al Palacio de Invierno de San Petersburgo el 9 de enero de 1905) con el fin de establecer una alianza con las fuerzas opositoras al zarismo en el exilio. (N. del T.)

[10Pyotr Struve fue en sus comienzos socialdemócrata y parte de los llamados “marxistas legales”, que buscaban difundir un socialismo más amable con el liberalismo. En la época de la revolución de 1905 ya se había pasado a los liberales, y para la revolución de 1917 militaría en la derecha monárquica y religiosa. (N. del T.)

[11Este artículo fue publicado en el N° 63, bajo el título “La tarea urgente de la época”.

[12Se refiere a las instituciones llamadas de “autoadministración” de terratenientes y nobles liberales, que formaban una oposición moderada al gobierno. (N. del T.)

[13Serguei Witte fue presidente del consejo de ministros durante la Revolución de 1905 y posteriormente primer ministro y tuvo una reputación reformista. En octubre de 1905 sería el cerebro de la prometida reforma constitucional del zar. (N. del T.)

[14El príncipe Svyatopolk-Mirsky fue ministro del Interior desde los años previos a la Revolución de 1905 y era dialoguista con los liberales de los zemstvos. (N. del T.)

[15La resolución de la mayoría del congreso de los zemstvos de noviembre de 1904, de dar un peso decisivo en la toma de decisiones a los representantes del pueblo [en el lenguaje de los zemstvos esto quería decir los terratenientes y nobles liberales que representaban a los zemstvos (N. del T)] llevó al “reformador” Mirsky a escribir un informe al zar Nicolás II planteando la necesidad de una serie de reformas. En relación con este informe, el zar convocó una reunión de ministros, que encargó a Witte la redacción de un proyecto de decreto a tal efecto. El proyecto de decreto, titulado: “Sobre las líneas generales para la mejora del orden estatal”, fue elaborado por Witte junto con Nolde y firmado por todos los miembros de la reunión. Al aprobar el borrador, Nicolás, con la participación activa de Witte y Pobedonostsev, tachó el párrafo principal que hablaba de la necesidad de involucrar a los “representantes del pueblo” en la actividad legislativa. El manifiesto se publicó el 12 de diciembre; hablaba de reformas administrativas y, en términos muy vagos, de la ampliación de los derechos de la población y de la libertad de prensa. Para reforzar la negativa a introducir a los “representantes del pueblo” en la aprobación de leyes, el manifiesto iba seguido de un “comunicado gubernamental” que prohibía que se hicieran asambleas públicas en favor de una Constitución. Esto no satisfizo en lo más mínimo ni siquiera a los representantes más moderados de los zemstvos. El propio Witte admitió en sus memorias que el decreto no hizo sino agravar las relaciones entre la autocracia y la “sociedad”. Pero el único revuelo que armaron los liberales, como era habitual en ellos, fue simplemente celebrar nuevos banquetes. Los resultados prácticos del manifiesto se redujeron a algunas manifestaciones de tolerancia religiosa, y a un cambio de situación en las escuelas de las provincias occidentales.

[16Se llamó así al período de Svyatopolk-Mirsky como ministro del Interior previo a la masacre del Domingo Sangriento del 9 de enero de 1905, cuando el ministro había sembrado esperanzas de reformas entre los liberales. (N. del T.)

[17La Sociedad Rusa de Obreros de Fábrica. En agosto de 1903, un grupo de obreros, miembros de la organización de San Petersburgo de los sindicatos legales organizados por la policía de Zubátov, tras ponerse en contacto con Gapón, alquilaron una pequeña habitación en el barrio de Vyborg. Allí organizaban debates con los obreros sobre sus necesidades; cada conversación comenzaba y terminaba con una oración. Pronto Gapón recibió permiso semioficial para organizar una “sociedad obrera” y comenzó a ganar trabajadores para esta sociedad. Para legalizar la “sociedad”, Gapón redactó unos estatutos que envió al gobierno en noviembre para que los aprobaran. La finalidad de la “asamblea de obreros de las fábricas de San Petersburgo” reconocía “el empleo sensato e inteligente del tiempo por parte de los miembros de la ‘asamblea’ como un beneficio real tanto para lo que atañe a lo espiritual y moral como material”. Los estatutos establecían además que la sociedad se organizaba “para alentar y fortalecer entre los miembros obreros la conciencia nacional rusa y para la expresión de las actividades que contribuyan a la mejora legítima de las condiciones de trabajo y de vida de los obreros”. A principios de noviembre, los agentes de Zubátov fueron expulsados de la sociedad por decisión unánime de sus miembros: los obreros querían discutir sus necesidades sin la tutela “paternal” de la policía. El 15 de febrero de 1904 se aprobaron los estatutos, que en todas partes estipulaban que la policía debía aprobar a las personas elegidas. La inauguración oficial de la “asamblea” tuvo lugar el 11 de abril de 1904. Al abrir la “asamblea”, Gapón declaró que su estatuto daba a los obreros la oportunidad de unirse por primera vez sin la participación de la administración. La “asamblea” envió un telegrama al zar, informando al “adorado monarca” que los obreros estaban animados por un celoso amor “al trono y a la patria”. En mayo de 1904 se abrió la primera delegación de la “asamblea” al sur de Nárvskaya Zastava [la zona de un barrio obrero del sur de la ciudad, N. del T.]. Curiosamente, para pagar los locales de esta delegación los fondos fueron aportados por la policía (360 rublos). En julio, el departamento de seguridad de San Petersburgo dio a Gapón 400 rublos para organizar nuevas delegaciones. El 19 de septiembre, Gapón organizó una asamblea general de los miembros de la “asamblea”, a la que asistieron hasta 1.000 trabajadores. Pronto empezaron a abrirse delegaciones de la “asamblea” en todos los barrios periféricos de San Petersburgo. En total, a finales de 1904, la “asamblea” había abierto 11 delegaciones con un total de hasta 7.000-8.000 afiliados. Con el comienzo de la llamada “primavera” de Svyatopolk-Mirsky, Gapón se vio obligado a acercarse a los partidos revolucionarios y los liberales, pero las resoluciones de los banquetes liberales ya no satisfacían a los obreros. A principios de diciembre se convocó una reunión de los presidentes de las secciones de la “asamblea”, en la que se decidió ampliar la agitación entre los obreros. El despido de 4 obreros en la fábrica Putilov hizo necesaria la intervención de la “asamblea” para defender a los obreros. El 27 de diciembre, en una reunión de los presidentes de las delegaciones con representantes de los partidos revolucionarios (eseristas), se elaboró una serie de exigencias para presentar ante la gerencia de la fábrica Putilov. La rendición de Port-Artur el 20 de diciembre de 1904 aumentó el descontento de los obreros y aceleró la huelga inminente. Fue necesaria la brutal lección del Domingo Sangriento para que los obreros enterraran definitivamente su fe en el zar.

[18Durante un desfile, el 6 de enero de 1905, uno de los cañones no disparó una bala de fogueo, sino munición real

[19En este último caso se refiere a las revoluciones en Francia y Alemania de 1848.

[20Para comodidad, tradujimos aproximadamente en el sistema métrico decimal moderno lo que el texto de Trotsky expresa en sazhenes y verstás, antiguas unidades de medida rusas que fueron abolidas recién en 1925. (N. del T.)

[21En el segundo congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, de julio-agosto de 1903, Trotsky participó con mandato de delegado por la Unión Siberiana. (N. del T.)

[22El territorio de las actuales Bielorrusia y Lituania. (N. del T.)

[23El plan de Vladímir Románov, tío del zar Nicolás II, consistía en mantener los suburbios y los barrios obreros lejos del centro de la ciudad. Para ello se convenció a los soldados por todos los medios que los obreros querían destruir el Palacio de Invierno y matar al zar. En todos los puentes y calles principales que conducían al Palacio de Invierno debía montarse una fuerte guardia. El lugar principal de las operaciones militar eran las plazas cercanas a los puentes. Los preparativos para la masacre del 9 de enero de 1905 y su dirección estuvieron a cargo a Vladímir Románov.

[24Federico Guillermo IV - Rey de Prusia (1795 - 1861), llegó al trono poco antes de la revolución de 1848. En los primeros años de su reinado coqueteó con el liberalismo, concedió la amnistía a muchos presos políticos y relajó el régimen de censura. Sin embargo, el auge del movimiento social en los años ‘40 lo empujó por la senda de su antecesor reaccionario. Cuando estalló la revolución de 1848, el rey se mostró al principio reacio a hacer concesiones y solo bajo la presión de las masas se vio obligado a aceptar algunas reformas. En 1849, la Asamblea Nacional de Frankfurt ofreció al rey la corona de la Confederación Alemana, pero este la rechazó declarando: “Un Hohenzollern no puede aceptar la corona de manos de una asamblea revolucionaria”.

[25José II fue titular del Sacro Imperio Romano Germánico (1765 - 1790), uno de los representantes más típicos del llamado “absolutismo ilustrado”. Entre sus numerosas reformas destacan la abolición de la servidumbre (primero en Bohemia y luego en otras provincias) y la introducción de una relativa libertad religiosa. José II, que pretendía reactivar el Estado mediante reformas desde arriba, desde la cúspide del trono autocrático, se encontró no solo con la feroz resistencia de los círculos feudales y clericales, sino también con la de los elementos sociales en cuyo favor luchó contra la reacción (por ejemplo, en 1784 estalló la revuelta de los campesinos de Valaquia). Al final de su reinado, José II libró una lucha infructuosa contra el movimiento revolucionario en sus posesiones belgas, que terminó con la secesión completa de Bélgica.
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