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Boletín Nº 11 (Febrero 2009)

Roosevelt enfrenta el futuro

Roosevelt enfrenta el futuro

James Burnham[1]

Traducción por Guillermo Crux especialmente para este boletín de Burnham, James “Roosevelt faces the future”, The New International, Vol.4, Nº 2, febrero de 1938, pág.43-45.

 

1
Franklin Roosevelt es probablemente el político más arriesgado y brillante que este país haya producido. Es, en primer lugar, notable entre los presidentes americanos por ser en el sentido más amplio un político entrenado y profesional, y no un abogado, un general, ni un maestro elevado a la política como portavoz temporal conveniente para la clase dominante. Se ha ubicado con el más preciso y esmerado cuidado, adquiriendo el conocimiento y talento pertinentes para la función elegida. Ha estudiado él mismo la historia de los Estados Unidos hasta manejarla y moldear su tradición para su propósito con facilidad y conciencia. Un orador magnífico, no contento con aprender del pasado, adaptó su mensaje a los nuevos requisitos de los altavoces y sobre todo de la radio. Sus discursos –cuya continuidad de estilo demuestra que su forma final no es dejada en manos de cualquier escritor fantasma– muestran un alcance asombroso de la ciencia y la cultura contemporáneas. Mucho más notable –de hecho casi inaudito – en un político americano, sus acciones lo muestran como un estudioso constante y crítico de la política internacional y sus métodos; ha sacado sus propias lecciones de las experiencias políticas de las grandes naciones europeas.

Además, en contraste llamativo con los tres presidentes que lo precedieron, especialmente Coolidge y Harding, y en realidad con la gran mayoría de presidentes desde el principio, Roosevelt es en todo sentido un líder político. Harding y Coolidge[2], por ejemplo, eran hombres estrechos, estúpidos, débiles e incultos, peones triviales manejados por las grandes fuerzas de la sociedad americana. No tuvieron políticas coherentes y distintivas. No eran conscientes del verdadero significado de sus propios roles. En el vértice opuesto, Roosevelt es completamente consciente; y persigue vigorosa, realmente despiadadamente, políticas integradas y deliberadamente pensadas.

Roosevelt sabe que es su trabajo representar, en la esfera política, los intereses generales de la burguesía americana de conjunto, sabe que es el abanderado del imperialismo americano en su fase actual. Es precisamente por esto, y porque es de lejos el representante actual más capaz del imperialismo americano, que entra en conflicto con tanta frecuencia con individuos y grupos de la burguesía. La naturaleza misma del capitalismo, con su lucha competitiva interna a matar o morir, hace sumamente difícil para cualquier miembro o sector de la burguesía elevar el punto de vista de los intereses históricos de la clase de conjunto. La lucha de individuo contra individuo, corporación contra corporación, monopolio contra monopolio, una rama de la industria contra otra, borra la perspectiva a largo plazo, y le permite al burgués individual –a menos que esté confrontado con una crisis social definida– alcanzar una ventaja práctica inmediata a costa de los intereses generales de la clase. Cuando se le dice a tal individuo, de hecho, que debe sacrificar en un grado u otro alguna ventaja práctica inmediata en pos de una perspectiva a largo plazo, se siente comúnmente resentido y lo resiste. Es el mismo malestar contra Roosevelt de parte de tantos burgueses el signo más importante del liderazgo de clase de Roosevelt.

Esta amargura se ve aumentada por la audacia y la arrogancia con las que Roosevelt anuncia sus políticas y las lleva adelante. Hiere los sentimientos de las personas porque les dice qué hacer en lugar de esperar y pedir consejos, y adular congresistas o banqueros sugiriendo que sigue meramente su sabiduría superior. Roosevelt cierra los bancos, lanza organismos como la NRA, PWA[3], WPA[4], construye diques, cambia el contenido de oro del dólar, hace tratados, reforma la Bolsa de Valores, exige un cambio en la Corte Suprema; y en todas esas medidas, actúa primero y deja que los quejosos y diletantes lleguen después.

Pero más que esto: Roosevelt no sólo entiende claramente su rol como representante general del imperialismo americano; sabe también que la tarea central–quizás la primaria– del político burgués es mantener la confianza de las masas en el estado burgués y el sistema capitalista. Es extraordinariamente sensible a los estados de ánimo de las masas, e inescrupuloso al límite, en explotar sus cambios. Y por esto que Roosevelt, a pesar de toda su brillantez, conocimiento y habilidades, es y debe seguir siendo un demagogo; porque todo político burgués exitoso, en una época de declinación del capitalismo, debe serlo. No le pueden decir la verdad a las masas; porque sería decirles que la continuidad de los destinos del capitalismo yace en la miseria creciente, el hambre, la tiranía, la guerra. Sólo pueden explotar, pervertir, retorcer, con una u otra clase de demagogia, las manifestaciones de descontento y desesperación, y la búsqueda semi-consciente de las masa de una salida. En 1932, este descontento y desesperación estaban enormemente esparcidos por el país. Fueron las acciones dramáticas de Roosevelt y su mucho más dramática demagogia las que contuvieron estos estados de ánimo, los transformaron, y reforzaron las cadenas que atan las mentes de las masas al capitalismo. Es difícil ver cómo se podría haber hecho esto de otra forma que no fuera la de Roosevelt.

Roosevelt gozó cuatro años y medio de éxito virtualmente ininterrumpido. Contra la mejora de los negocios –parte de la mejora internacional, pero también en parte estimulada y sostenida aquí por las propias medidas de Roosevelt, contra los grandiosos planes y a pesar de muchos logros gubernamentales menos grandiosos, contra la ideología triunfante del New Deal, ningún ataque tuvo chance. Un torbellino popular lo llevó al gobierno para su segundo período.

Su primera crisis política importante fue la ley para reorganizar la Corte Suprema. Pero sería un error superficial imaginar que el rechazo de esta ley fue la mitad de la derrota de Roosevelt que sus adversarios imaginaron con anhelo y sus amigos temieron. Por una parte, mediante el apoyo a la reorganización, Roosevelt aterrorizó a la Corte Suprema para apoyar todas sus medidas importantes que llegaron antes de su último año; y había obligado a irse a dos jueces anti-Roosevelt. Por otro lado, por su defensa de la ley, Roosevelt fue ayudado fuertemente a mantener su posición psicológica como líder de las masas contra los “Tories” (conservadores).

La verdadera crisis, o al menos su comienzo, tiene una base más sustancial: la brusca caída económica que comenzó el otoño pasado y continúa con una velocidad dos veces más rápida que la de 1929; y la profundización de la crisis de la guerra. Estas son las crisis que Roosevelt está llamado a resolver, con sus propios métodos.

2
¿Cómo entiende Roosevelt su propio problema general? Parecería ser así: el capitalismo americano es la sección más vigorosa y poderosa del capitalismo internacional. No es necesario girar hacia el fascismo para conservarlo. Puede continuar, y puede apoyar e incluso extender la fuerza y los privilegios de la burguesía americana, durante un período futuro considerable. Pero puede hacerlo sólo si se cumplen tres condiciones, todas ellas relacionadas de manera integral.

Primero, debe “modernizarse”. Debe abandonar los vestigios y actitudes del laisser-faire. Debe sacar las lecciones de los capitalismos más viejos de Europa, incluso las lecciones de la política reformista y los estados totalitarios. Debe tratar de reducir la excesiva anarquía de la industria por un lado; y en las relaciones entre el capital y el trabajo por el otro– reconociendo que una clase obrera organizada y estrechamente relacionada a la estructura gubernamental puede ser, si es manejada apropiadamente, menos peligrosa en el período actual que una clase obrera desorganizada y caótica. Las partes deben aceptar los “controles” por el bienestar del conjunto. Sobre todo, deben reconocer que el capitalismo moderno sólo puede funcionar con la extensión de la función del estado en esferas cada vez más amplias.

Segundo (como ya lo he discutido), se debe mantener la lealtad de las masas hacia el sistema capitalista. Esto no puede hacerse mediante las ideologías del Partido Republicano y Demócrata de períodos anteriores, que ya no son relevantes. Esas ideologías utilizan mitos que todavía son convincentes. Los Estados Unidos requieren un New Deal en la ideología. La ideología del New Deal no es, por supuesto, un invento de Roosevelt, sino meramente una adaptación. Ha tomado el reformismo tradicional, incluso el Frente Popular, mezclado en una salsa americana de “jeffersonianismo”[5] y populismo, con nuevo condimento y decoración pensado como un producto original americano. El objeto de la ideología es convencer a las masas que el gobierno –por lo menos mientras Roosevelt esté al frente- es su gobierno; que sus enemigos no son ni el capitalismo ni su estado, sino meramente “las sesenta familias”. Esta ideología debe ser respaldada por un mínimo necesario de concesiones reales o aparentes, un gasto actual que el capitalismo americano no puede darse el lujo de eliminar.

Esta tercera y más vital de las condiciones para la continuidad del capitalismo americano es la extensión de su mercado. La sección más vigorosa y poderosa del capitalismo internacional debe tomar su lugar abierta y agresivamente como el poder dominante del mundo. El mercado interno ya es completamente inadecuado para sostener la economía de Estados Unidos en una base provechosa; pero la actual insuficiencia es sólo una prefiguración del futuro. La economía debe ampliarse, o será destruida. Desde el principio Roosevelt comprendió esto. Por eso él y sus tenientes han desechado tan bruscamente a Borahs (Senador Republicano por Idaho, opositor acérrimo a todas las medidas implementadas por Roosevelt y su New Deal), los separatistas y provincianos, y han hecho una serie tras otra de tratados comerciales pensados para ampliar el comercio. Es por eso que la Unión Soviética fue reconocida como uno de los primeros actos de su régimen. Esto explica la política de “buen vecino” hacia América del Sur y Central, Cuba, las Filipinas, Puerto Rico –una política que a cambio de concesiones superficiales en términos de prestigio político refuerza la base de la ventaja y el genuino control económico y político. Eso es lo que explica la participación y dominación de la Conferencia de Buenos Aires hace un año.

Pero todo esto no es suficiente. Roosevelt sabe que no sólo los Estados Unidos, sino todos los poderes imperialistas necesitan, para evitar la muerte, la expansión, o al menos preservar lo que tienen ahora. Y por lo tanto sabe que esta condición primaria para la continuidad del imperialismo americano trae consigo necesaria e inevitablemente la guerra. Consecuentemente, como político serio, su curso es deliberada y conscientemente hacia la guerra, y hacia la creación de circunstancias más favorables para la conducción de la guerra. No hay otra manera de entender su política.

3
En este momento, entonces, Roosevelt está frente a la recesión económica, la prefiguración, si no el primer acto de una crisis económica mayor; y con la profundización de la crisis de la guerra. Su problema específico ahora es: (a) cambiar el culpable de la recesión y la crisis inminente hacia los “Tories” (conservadores) y por lo menos hasta cierto punto al Congreso; (b) enfrentar la caída brusca de tal manera de no enajenar a las masas del capitalismo; y (c) prepararse para la guerra que él considera segura. Estos tres factores están naturalmente relacionados, ya que en la realidad la guerra es la solución de Roosevelt para la crisis económica.

Se pensó durante varios meses que Roosevelt enfrentaría la caída económica abandonando el New Deal. La Sesión Especial dio elementos para pensarlo así. Pero en realidad Roosevelt utilizó la Sesión Especial para desacreditar un Congreso enfrentado al Ejecutivo. El soltar la rienda, por un tiempo, a las ideas de los conservadores sólo hizo más fácil para Roosevelt atribuir la caída al “sabotaje” de las “sesenta familias”; y también impedir más fácilmente que las masas descubran que las causas verdaderas estaban en el mismo sistema capitalista. De esta manera, pone en crisis la estrategia de los republicanos y su intento de recuperar el apoyo popular, dejando sólo a Roosevelt y el New Deal como responsables de la crisis –un intento condenado al fracaso, porque surge de una ideología que ya no puede ganar la confianza de las mayorías populares.

El dolor de muelas y el viaje de pesca de la Sesión Especial fueron seguidos rápidamente por una salida fuera del campo de Roosevelt. Jackson e Ickes arremetieron contra los monopolios malvados. ¿Por qué esto, en este momento? Claramente: una gran manera de adjudicar a otro la responsabilidad por los males del capitalismo, en este país siempre agradable. Pero además, la apelación de una campaña “anti-monopolio” es principalmente hacia las clases medias; Roosevelt se da cuenta de que el ataque violento de los conservadores hace su efecto central sobre las clases medias, y ahora debe mantenerlos en línea. La clase obrera todavía está con él, y lo estará ya que será menos afectada en cualquier caso por la propaganda de los “grandes negocios”. Roosevelt mismo siguió a Jackson e Ickes con un discurso mucho más “razonable” hacia el Congreso. Está dispuesto a cooperar con “todos los americanos leales”; el “obstáculo” no viene de su lado. Pero unos días después declara abiertamente que no nivelará el presupuesto; y el tono del discurso de Día de Jackson es mucho más agudo.

El New Deal no está muerto bajo ningún punto de vista. Simplemente está entrando en una nueva y más completa fase.

El arma más importante y crucial de Roosevelt es, sin embargo, la guerra. Con su discurso de Chicago en octubre, comenzó abiertamente su preparación. Para Roosevelt lo primero es lo primero, y en el discurso al Congreso, su apertura y de lejos la parte más importante está relacionada con la crisis de la guerra. El nuevo programa de armamento ya está en camino. Las notas sobre el incidente de Panay[6], los embates a la enmienda propuesta por Ludlow[7], el nuevo informe del Departamento de Estado, todo deja inconfundiblemente clara la dirección y el significado de la política internacional de Roosevelt.

Pero su utilización de la crisis de la guerra sirve no solamente a los intereses generales y futuros del imperialismo americano: sirve también y está hecho para servir a los propios intereses de Roosevelt. La cuestión de la guerra es decisiva. Al exigir y prometer la unidad nacional (incluso Landon[8] telegrafió su promesa de lealtad a la política exterior de Roosevelt), la fortaleza de la oposición en otros temas secundarios se disipa –tal como hace el gobierno británico para socavar la oposición del Partido Laborista sobre cuestiones internas mediante el apoyo del Labour a la política exterior del gobierno. Más aún, Roosevelt mantiene el control de las masas explicando la guerra en los mismos términos que utiliza el Frente Popular, o sea como una cruzada contra el fascismo y la dictadura, por la paz y la democracia. Cada vez más, el mismo Frente Popular, como planteó el Daily Worker el mes pasado tan elocuentemente, se transforma en mero apéndice de Roosevelt. Y, así como la guerra por sí misma es la respuesta de Roosevelt a la mayor crisis del capitalismo de EE.UU., la base para el futuro de América, también lo es el programa de armamento en la tarea inmediata de aliviar la amenazante caída de las ganancias.

4
No existe hoy un líder político comparable a Roosevelt. Fue a Roosevelt, y no al Partido Demócrata, que votó la gente hace poco más de un año. Es en Roosevelt, y no en su partido, en quien todavía confía la gente. El mismo Partido Demócrata es una mezcla extraña y compleja. Su origen histórico bajo Jefferson, su desarrollo como el partido de los poseedores de esclavos, tiene poco apoyo en los Estados Unidos contemporáneos. Dentro de sus filas están representados intereses diversos y opuestos. Sólo la crisis y el liderazgo de Roosevelt lo mantuvieron unido durante estos cinco años. Es casi seguro que, dentro de los próximos tres años, experimentará una ruptura importante; hay muchas señales de que Roosevelt se prepara deliberadamente para una ruptura. Quizás lo único que la evite sea la presión de la guerra.

La división en el Partido Demócrata empezó en realidad a darse un poco durante la elección de 1936, con la ruptura de Al Smith, Davis, Raskob[9] y otros miembros prominentes del partido. Durante el año pasado las peleas más amargas en el Congreso fueron entre demócratas; en la mayoría de ellas los republicanos disfrutaron conformar un bloque con los demócratas anti-Roosevelt, y permitieron a este último tomar la delantera. Ese bloque ganó la mayoría contra la Ley de Reorganización de la Corte[10]; y envió la Ley de Sueldos y Horas de vuelta al Comité durante la Sesión Especial. Fue y es el senador demócrata, Connally, el principal obstáculo contra la Ley Anti-Linchamiento; y ha hecho del debate un ataque violento contra los senadores leales a Roosevelt. Es probable que Roosevelt profundice esta política durante la actual Sesión.

En el partido republicano existe una división similar –entre un tipo de liberales americanizados frentepopulistas y los conservadores de características más tradicionales. En el Parlamento, particularmente, los más progresivos son Farmer-Labor, Wisconsin Progresive, o republicanos, y no los demócratas. La elección de la alcaldía de la ciudad de Nueva York, con el republicano LaGuardia[11] que recibió el apoyo de la mayoría de los que un año atrás votaron a Roosevelt, mostró una complicación en el mismo desarrollo.

Al mismo tiempo, un movimiento de Partido Laborista frentepopulista está ganando peso. Aunque este movimiento representa del lado de los trabajadores un avance genuino en la conciencia de clase, es difícil distinguir su programa o sus líderes de la izquierda republicana o de los demócratas de Roosevelt.

Está en proceso un “barajar y dar de nuevo”, el primer paso deberá estar terminado para las elecciones presidenciales de 1940. El resultado exacto no puede predecirse todavía, pero el probable plan general es ya razonablemente claro. De un lado estarán los “rooseveltianos”, los republicanos de izquierda, los Farmer Labor, progresistas y el movimiento del Partido Laborista. Del otro, una coalición de demócratas tradicionales y la mayoría de los republicanos. Esta división, sin embargo, puede adquirir cualquiera forma de organización. Roosevelt probablemente retendrá la mayoría del partido demócrata. Quizás barra del partido “purificado” a todas las otras fuerzas. Pero es más probable que haya una coalición electoral. Los republicanos de izquierda pueden mantener durante un tiempo una organización independiente. Los grupos del Partido Laborista, a escala local o nacional, gracias al ejemplo del Partido Laborista Americano de Nueva York, mantendrán probablemente independencia organizacional como un esfuerzo de mantener una posición de poder para negociar intereses. Sin embargo, si (esto es improbable) Roosevelt pierde el Partido Demócrata, puede bien tomar la iniciativa de formar un Tercer Partido único que abarque a todos para la campaña de 1940.

Cualquiera sea la alternativa que se dé, es un hecho que Roosevelt será el candidato a la presidencia. ¿Si mantiene su salud, quién puede tomar su lugar? Si la guerra no ha empezado todavía, será suficiente excusa el abandono de la tradición de no asumir para un tercer período. Nadie será capaz de reclamar el derecho a dirigir la guerra como Roosevelt.

En todo caso, estamos presenciamos la ruptura de la conducta heredada de la política americana. El capitalismo americano llega a la mayoría de edad al mismo tiempo que el capitalismo internacional está moribundo. Esta paradoja promete un nivel de cambio y una escala de lucha nunca antes de vistos en la historia. El fermento resultante, el desarraigo drástico de ideas fijadas e instituciones aceptadas, por primera vez ofrece al partido revolucionario en este país un verdadero camino de entrada a las masas. Estos próximos tres años pueden ser decisivos para las próximas décadas.



[1] Este artículo es el primero de varios del mismo autor sobre problemas actuales de la política americana. Continuará en el próximo número con un análisis del movimiento del Partido Laborista. (N. de A.).
[2] Calvin Coolidge, 30vo presidente norteamericano, quien asume en 1920 y muere en agosto de 1923. Es suplantado por Warren Harding (N. de E.)
[3] PWA: (administración de Obras Públicas) fue un organismo creado por Roosevelt con US$ 3.000.000.000 implementó un plan de obras públicas a nivel nacional. Para evitar que estas obras “invadan” el terreno de la ganancia privada se destinaron a tareas muy poco productivas.. (N. de E.).
[4] WPA (Works Progress Administration), dirigida por Harry Hopkins, que fue un programa que creó trabajos para los desocupados (destinado centralmente a obreros desempleados de fábrica) para proyectos de la construcción. (N. de E.).
[5] Referencia a Thomas Jefferson: tercer presidente de EE.UU., de 1801-1809, principal autor de la Declaración de la Independencia. La base de la democracia jeffersoniana consistía en: Democracia participativa, separación de poderes y la separación Iglesia-Estado (N de T).
[6] Ataque japonés a un buque norteamericano, que hizo cambiar a la opinión en contra de los japoneses. (N. de E.)
[7] Enmienda propuesta por el senador Ludlow, representante de Indiana, que llamaba a realizar un referéndum antes de cualquier declaración de guerra (N. de E.).
[8] Candidato presidencial por el Partido Republicano, derrotado por Roosevelt en 1936 (N. de E.).
[9] Dirigentes del Partido Demócrata. (N. de E.).
[10] Se refiere a la Corte Suprema, (N. de T.).
[11] Fiorello La Guardia (1882-1947): republicano, fue diputado parlamentario en los años veinte y tres veces alcalde de la ciudad de Nueva York (1934-1945). Fue elegido por un bloque del Partido Republicano con los sindicatos formados para combatir a Tammany Hall [del aparato del Partido Demócrata y en esa época símbolo de la corrupción política]. En su primera y segunda reelección fue apoyado por el Partido Laborista Norteamericano, que funcionaba en Nueva York. (N. de E.).