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Clásicos de León Trotsky online

Primeras lecciones de España

Primeras lecciones de España

30 de julio de 1936

  

Este artículo, redactado el 30 de julio de 1936, apareció por primera vez en La Lutte ouvriere del 9 de agosto, y posteriormente en español, en La Batalla del 22 de agosto. Al parecer, en un principio Trotsky lo había destinado al órgano del P.O.U.M. Fue enviado, ya traducido al español por Jean Rous, a Gorkin. La nota de presentación de La Batalla se excusaba por publicar con tanto retraso un texto fechado el 30 de julio, invocando la pérdida del original, enviado por correo. Calificaba a Trotsky de «gran dirigente de la revolución rusa» y aseguraba que los obreros españoles ya habían asumido las enseñanzas contenidas en este articulo algunas semanas antes. Hay que señalar la ausencia de cualquier referencia al P.O.U.M. en este texto, lo que se explica porque el artículo estaba destinado a este partido, y lo que parece corroborar el hecho de que los B.-L. españoles lo publicasen en su primer boletín indicando que no disponían de más texto en español que el publicado por el P.O.U.M. Hemos conservado el título aparecido en La Batalla; La Lutte ouvriére lo había titulado «Lecciones de España». T. 3944.

 

Europa se ha convertido en una formidable y dura escuela para el proletariado. País por país, se están desarrollando acontecimientos que exigen de los obreros muchos sacrificios y mucha sangre, pero que hasta ahora no han conducido más que a la victoria de los enemigos del proletariado en Italia, Alemania y Austria. La política de los partidos tradicionales de la clase obrera ha demostrado como no se debe dirigir al proletariado, como se puede hacer imposible la preparación de la victoria.
En el momento en que escribimos, la guerra civil española no ha terminado aun. Los obreros del mundo entero esperan ansiosos la noticia de la victoria del proletariado español. Si, como esperamos, esta victoria llega a producirse, será preciso decir que esta vez los obreros, han vencido a pesar de que su dirección hiciese todo lo posible para preparar su derrota. Por eso mismo, ¡mayor gloria para los obreros españoles!

El cuerpo de ofíciales

En España, socialistas y comunistas pertenecen al Frente Popular, que ya ha traicionado una vez a la revolución,[1] pero que gracias a los obreros y los campesinos, ha conseguido vencer de nuevo (en las elecciones), formando en febrero un gobierno «republicano». Seis meses después, el ejército «republicano» ataca al pueblo. De esta forma se puede comprobar como el gobierno del Frente Popular ha mantenido a la casta de los oficiales con el dinero del pueblo, le ha dado autoridad, poder, armas y jóvenes obreros y campesinos, todo esto para preparar el aplastamiento de los obreros y campesinos.[2]
Peor aún, incluso hoy, en plena guerra civil, el gobierno del Frente Popular hace todo lo posible para hacer la victoria más difícil.[3] Como es sabido, una guerra civil se dirige no sólo con medios militares, sino también políticos. En el plano puramente militar, la revolución española es mas débil que sus enemigos.[4] Pero su fuerza consiste en que es capaz de arrastrar a amplias masas. Incluso es capaz de privar a los oficiales reaccionarios[5] de su ejercito. Sólo hace falta avanzar seria y sagazmente el programa de la revolución socialista.

Es preciso proclamar la necesidad de que la tierra, los talleres, las fábricas, deben pasar desde ahora mismo de las manos de los capitalistas a las del pueblo. En las zonas donde el poder está en manos de los obreros, hay que avanzar hacia la realización práctica de este programa. El ejército fascista no resistiría más de veinticuatro horas a la atracción de un programa semejante. Los soldados atarían de pies y manos a los oficiales para llevarlos al más cercano Estado Mayor de las milicias obreras. Pero los ministros burgueses no podrían aceptar un programa de este tipo. Al frenar la revolución, están obligando a los obreros y campesinos a derramar diez veces más sangre en la guerra civil. Para acabar, estos señores esperan desarmar de nuevo a los obreros al día siguiente de la victoria, exigiéndoles respeto a las sagradas leyes de la propiedad privada. Ésta es la verdadera esencia de la política del Frente Popular. ¡Todo lo demás no son más que frases y mentiras!

Numerosos partidarios del Frente Popular reprochan a los gobiernos de Madrid el no haber previsto todo esto. ¿Por qué no se realizó a tiempo la depuración del ejército? ¿Por qué no se tomaron las medidas necesarias? Estas críticas son numerosas, sobre todo en Francia, donde, sin embargo, la política de los dirigentes del Frente Popular no se distingue en nada de la de sus colegas españoles. A pesar de la dura lección, se puede profetizar que el gobierno León Blum [6]no llevará a cabo una depuración seria del ejército. ¿Por qué? Por qué las organizaciones obreras están aliadas con los radicales y por lo tanto se encuentran prisioneros de la burguesía.

El papel del Frente Popular

Es ingenuo quejarse de que los republicanos españoles, los socialistas o los comunistas no hayan previsto nada, hayan dejado pasar la ocasión. De ninguna forma se trata de la perspicacia de tal ministro o dirigente, sino de la dirección, de la orientación general de su política. El partido obrero que concluye una alianza con la burguesía, renuncia, desde ese mismo momento, a luchar contra el militarismo capitalista. La dominación de la burguesía, es decir, el mantenimiento de la propiedad privada de los medios de producción, es inconcebible sin la ayuda de las fuerzas armadas. El cuerpo de oficiales constituye la guardia del gran capital. Sin él, la burguesía no podría mantenerse ni un solo día. La selección de los individuos, su formación, su educación, hacen de los oficiales en su conjunto, irreductibles enemigos de la clase obrera. Las excepciones aisladas no cambian nada.[7] Esto ocurre en todos los países que están bajo el dominio de la burguesía. El peligro no está en los charlatanes y demagogos militares que se proclaman abiertamente fascistas. Incomparablemente más amenazador es el hecho de que cuando se acerca la revolución proletaria, el cuerpo de oficiales, en bloque, se convierta en el verdugo del proletariado. Eliminar del ejército a 400 o 500 oficiales reaccionarios, en el fondo significa dejar todo como estaba. El cuerpo de oficiales, en cuyo seno se almacenan las seculares tradiciones de servidumbre para el pueblo, debe partirse, disolverse, aplastarse en su conjunto, sin dejar rastro. Es preciso reemplazar el ejército de cuarteles, que manda la casta de oficiales, por la milicia popular, es decir, la organización democrática de los obreros y campesinos armados. No hay otra solución. Pero un ejercito de este tipo, es incompatible con el dominio de los explotadores, sean grandes o pequeños. ¿Pueden aceptar los republicanos una medida de este tipo? De ninguna forma, el gobierno del Frente Popular, es decir, el gobierno de coalición de los obreros con la burguesía es, en su misma esencia, el gobierno de capitulación ante la burocracia y los oficiales. Ésta es la grandiosa lección de los acontecimientos españoles, pagada hoy por millares de vidas humanas.

Defensa de la república o revolución obrera

La alianza política de los dirigentes obreros con la burguesía se cubre con el pretexto de la defensa de la «república». La experiencia española demuestra claramente en qué consiste esta defensa. La palabra «republicano», igual que la de «democracia», revela la palabrería consciente, que sirve para disimular las contradicciones de clases. La burguesía es republicana mientras que la república defiende la propiedad privada. Sin embargo los obreros utilizan la república para acabar con la propiedad privada. En otras palabras, la república pierde todo su valor a los ojos de los burgueses, al mismo tiempo que empieza a perder valor a los ojos de los obreros. Los radicales no pueden entrar en un bloque con los partidos obreros sin asegurarse un apoyo en el cuerpo de oficiales. No es casualidad que en Francia, Daladier esté a la cabeza del ministerio de la guerra; la burguesía francesa le ha confiado este puesto más de una vez [8] y nunca le ha decepcionado. Pensar que Daladier puede depurar el ejército de fascistas y reaccionarios, en otras palabras, disolver el cuerpo de oficiales[9], no puede ser hecho mas que por gentes como Maurice Paz o Marceau Pivert,[10] pero nadie les toma en serio.
Sin embargo, al llegar aquí se nos interrumpe exclamando:
«¿Cómo se puede disolver el cuerpo de oficiales? Esto significa destruir el ejército, desarmarlo ante el fascismo, ¡Hitler y Mussolini no están esperando otra cosa!» Todos estos argumentos son conocidos desde hace mucho. De esta forma razonaban en 1917 los cadetes, mencheviques y socialrevolucionarios rusos. De esta forma razonan los dirigentes del Frente Popular español. Los obreros españoles no se han creído sino a medias estos razonamientos, hasta que la propia experiencia les ha enseñado que el enemigo fascista mas cercano, se encontraba en el propio ejército. No en vano nuestro viejo amigo Karl Liebknecht decía: «¡El principal enemigo está en nuestro país!»

L'Humanité implora con lágrimas en los ojos que se depure al ejército de elementos fascistas. Pero, ¿a qué precio hay que pagar esta demanda? Votar los créditos para el mantenimiento del cuerpo de oficiales, aliarse con Daladier, y a través de éste con el capital financiero -Y simultáneamente, reclamar que este ejjército profundamente capitalista sirva «al pueblo» y no al capital- significa, o bien caer en la más completa estupidez o bien engañar conscientemente a las masas trabajadoras.

«¡Pero no podemos estar sin ejército -repiten los dirigentes socialistas y comunistas- pues debemos defender nuestra democracia, y con ella, a la Unión Soviética contra Hitler!» Después de la lección de España no es difícil prever las consecuencias de esta política, tanto para la democracia como para la Unión Soviética. Escogiendo el momento favorable, el cuerpo de oficiales, de la mano de las disueltas bandas fascistas, pasará a la ofensiva contra las masas trabajadoras y, si vence, aplastará los miserables restos de la democracia burguesa, tendiendo la mano a Hitler para luchar en común contra la Unión Soviética.

Es imposible leer sin cólera y sin verdadero asco, los artículos de Le Populaire y de L'Humanité sobre los acontecimientos de España. Este tipo de gente no aprende nada. No quiere aprender nada. Cierran conscientemente los ojos ante los acontecimientos. Para ellos la principal lección es que hay que mantener la «unidad» del Frente Popular al precio que sea, es decir, la unidad con la burguesía, la amistad con Daladier.

Daladier seguramente es un gran «demócrata». Pero, ¿se puede dudar que aparte de su trabajo oficial. en el ministerio Blum, lleva una importante labor oficiosa en el estado mayor y en el cuerpo de oficiales? Allá se encuentran tipos serios que saben mirar de frente la realidad de los hechos. Sin ningún tipo de duda se ha puesto de acuerdo con los dirigentes militares respecto a las medidas que serían necesarias en el caso de que los obreros manifestaran actividad revolucionaria. Los generales se presentan de buena gana ante Daladier. Se dicen entre ellos: «Soportemos a Daladier hasta que no nos enfrentemos con los obreros y podamos instalar a alguien más fuerte.» Durante este tiempo, los dirigentes socialistas y comunistas repiten continuamente «nuestro amigo Daladier». El obrero debe responder: ¡Dime con quién andas Y te diré quién eres!. La gente que confía el ejército a este viejo agente del capitalismo que es Daladier, es indigna de la confianza de los obreros.

Ciertamente, el proletariado español, al igual que el francés, no quiere permanecer desarmado ante Hitler y Mussolini. Pero para defenderse de ellos, primero debe aplastar al enemigo de su propio país. Es imposible acabar con la burguesa sin destruir el cuerpo de oficiales, es imposible destruir el cuerpo de oficiales sin acabar con la burguesía. En todas las contrarrevoluciones victoriosas, los oficiales han jugado un papel decisivo. Todas las revoluciones victoriosas, cuando tenían un profundo carácter social, acabaron con el antiguo cuerpo de oficiales. Así actuó la Gran Revolución Francesa, a finales del siglo XVIII. Así actuó la Revolución de Octubre en 1917. Pero para decidirse a emprender una medida semejante, hay que dejar de arrodillarse ante la burguesía radical. Hay que forjar la verdadera alianza entre los obreros y los campesinos contra la burguesía, incluida la radical. Es preciso confiar en la fuerza la iniciativa y el coraje del proletariado. Es el proletario quien sabrá ganar al soldado para su causa. Así será la verdadera alianza, no falsificada, de los obreros, campesinos y soldados. Una alianza semejante está a punto de forjarse en el fuego de la guerra civil española. La victoria del pueblo significará el final del Frente Popular y el comienzo de la España soviética. La revolución socialista victoriosa en España se extenderá inevitablemente al resto de Europa. Para los verdugos fascistas de Italia y Alemania será incontestablemente más peligrosa que todos los pactos diplomáticos y todas las alianzas militares.


 


[1] Alusión a los dos primeros años de la república y al gobierno Azaña con ministros socialistas, entre los que se encontraba Largo Caballero y que había terminado con la derrota electoral de la izquierda y la vuelta al poder de la derecha, en el llamado Bienio Negro; sin embargo, esta unión de la izquierda no se llamaba «Frente Popular».

[2] El 18 de mayo de 1936, un comunicado del Ministerio de la Guerra del gobierno del Frente Popular de Azaña, había desmentido «ciertos rumores que corrían sobre el estado de ánimo de los oficiales y suboficiales del ejército». Decía: «El ministro de la guerra tiene el honor de hacer público el hecho de que el conjunto de los oficiales del ejército español, desde los cargos más elevados a los más modestos, se mantiene en los limites de la más estricta disciplina, dispuestos en todo momento a cumplir escrupulosamente con su deber y, por supuesto, a obedecer las órdenes del gobierno legal. Lo que sí es cierto, y el ministro de la guerra lo certifica, es que el gobierno de la república ha acogido con tristeza e indignación, los nefastos ataques dirigidos a oficiales del ejército ( ... ) alejados de toda lucha política, fieles servidores del poder constituido y garantía de la voluntad popular; la parte de la nación que forman sus fuerzas armadas debe ser considerada por sus conciudadanos como el más sólido apoyo del estado republicano, y únicamente un deseo criminal y tortuoso puede explicar los insultos y los ataques escritos y orales dirigidos contra ellos».

El 28 de mayo aparecía en las librerías una obra del coronel Mangada, dando todos los detalles sobre la conspiración militar que se desarrolló después de la victoria militar de las izquierdas y sobre la que él había comunicado personalmente todas sus informaciones al presidente y a su ministro. Los oficiales de la Unión Militar Republicana Antifascista, el general Núñez del Prado, el coronel Asensio Torrado, etc., multiplicaban, por su parte, las advertencias sobre la actividad conspiradora de la Unión militar española. Uno de estos oficiales, el comandante Pérez Salas, afirma («Guerra en España», pp. 75-76, 79) que Azaña y Casares Quiroga, estaban, desde esta fecha, totalmente al corriente de los preparativos de los jefes militares facciosos. El partido comunista español, que reivindicaba un «verdadero ejército popular» por medio de la depuración del cuerpo de oficiales, sostenía al gobierno Casares Quiroga, tanto en las Cortes como en el resto del país.

[3] El 30 de julio, el mismo día que Trotsky redactó este artículo, Indalecio Prieto, dirigente socialista de derecha, verdadero inspirador del gobierno Giral, afirmaba: «Las fuerzas gubernamentales hasta ahora no se han empleado a fondo como lo hubiesen hecho para rechazar a un adversario extranjero.»

[4] La superioridad militar -armamentos, efectivos, movilizados- de los rebeldes, de hecho no se hará patente hasta el mes de julio. La ofensiva nacionalista, comenzada el 6 de agosto, rompió el precario equilibrio mantenido desde el día siguiente a la insurrección; los elementos decisivos son, el dominio del aire, debido a la activa presencia de aviones alemanes e italianos, y la llegada de tropas marroquíes por esta vía.

[5] Por otra parte, los legionarios del Tercio, punta de lanza del ejército franquista que estaba constituido por tropas marroquíes, los «moros». Aunque Trotsky no hace mención a ello, está claro que una audaz política sobre la independencia marroquí hubiera podido hacer vulnerable esta tropa de choque. Todos los esfuerzos llevados a cabo en este sentido, sobre todo los contactos entre trotskistas franceses y nacionalistas marroquíes no condujeron a nada, debido al miedo del gobierno del Frente popular ante una iniciativa que evidentemente no hubiera gustado a París, potencia dominante en Marruecos.

[6] El dirigente de la S.F.I.O. había formado el 4 de junio el primer gobierno de Frente Popular en Francia.

[7] Efectivamente hubo algunas excepciones. Incluso fuera de las unidades regulares leales se encontraban oficiales de carrera dispuestos a servir a las milicias obreras. En Barcelona, el comandante Martínez y el capitán Escobar fueron consejeros del Comité Central de las Milicias; en Madrid, el teniente Márquez, uno de los primeros organizadores del núcleo del futuro «5º regimiento» del Partido Comunista, fue uno de los héroes de la batalla en el interior del Cuartel de la Montaña, el capitán Santiago Martínez Vicente tomará también la cabeza del «Batallón de voluntarios obreros del 20 de julio», en donde se encuentran los primeros elementos de las milicias madrileñas del P.O.U.M. y sobre todo su columna motorizada, dirigida por el militante argentino Hipólito Etchebehere.

[8] El dirigente radical Edouard Daladier habla sido ministro de la guerra desde diciembre de 1932 hasta febrero de 1934, y volvió a serlo en junio de 1936, permaneciendo en este cargo hasta mayo de 1940.

[9] Respecto a las relaciones mantenidas por Daladier con los generales franceses que soñaban con seguir los pasos de Franco, no existe ningún documento irrefutable. Sin embargo, diversos autores, de variada inspiración política, coinciden en este punto. M. R. J. Tournoux habla del «Complot de la Cagoule», conducido, aunque sistemáticamente minimizado, por el presidente de la república y Edouard Daladier, ministro de la guerra, a fin de evitar al ejército francés un nuevo «affaire» Dreyfus. Escribe: «las prolongaciones de la conjuración en el ejército -bajo el disfraz de la lucha anticomunista- son innumerables... Un mariscal se dejó arrastrar a la aventura, tres capitanes generales de región -temiendo incluso ellos mismos la subversión interna- se afiliaron al Comité secreto de acción revolucionaria» (Secrets d’Etat, Pétain et De Gaulle, p. 163). M. Philippe Bourdrel consagra un capítulo a lo que él llama la «Cagoule militar», las célebres «redes Corvignoles», organizadas por el comandante Loustanau-Lacau, del despacho del mariscal Pétain en su libro La Cagoule. Señala (p. 229) que la policía había recibido orden de parar los procesos cuando observasen a los militares actuando, y añade: «Para los antiguos de la Cagoule, no cabe duda que el ministro de la guerra, Edouard Daladier, fue el origen de la decisión que se aplicó a todos los militares en activo afiliados a C.S.A.R.: silencio, abstención, discreción» (p. 230). Cita (sin nombrarlos) algunos «miembros de la Cagoule, y no de los más bajos» que le declararon que Deloncle (el jefe de la Cagoule) nos aseguró que habla recibido un emisario de Daladier, encargado de decirle que no sería del todo imposible olvidar el asunto, a condición de que la organización clandestina revelase sus intenciones y sus metas. Seríamos controlados, estaríamos obligados a obedecer, y en compensación, nadie nos molestaría». Por su parte, Marceau Pivert, después de hablar de la investigación sobre el C.S.A.R., escribió: «Se puede ascender hasta el jefe inmediato, el siniestro Deloncle, ingeniero, administrador de sociedades, fascista cien por cien. Sin embargo, ya no puede subir más. La lista de personalidades afiliadas a la Cagoule y al C.S.A.R., lista que Dormoy poseía, bastaba para hacer saltar el régimen bajo la explosión de la cólera popular. Entre ellos, habla doce generales en activo, incluso el propio mariscal Pétain. Entre las personalidades políticas, figuraba el nombre de Pierre Laval ( ... ). En el Consejo de ministros, el señor Daladier, servil portavoz del estado mayor, declara que tiene absoluta necesidad de esos generales. En su opinión los Pétain, los Goraud, los Weygand, tenían tanto prestigio en el ejército que era imposible ponerlos en entredicho» (¿Adónde va Francia?, p. 60).

[10] Esta frase que menciona a Marceau Pivert, incluida en La Lutte ouvríere del 19 de septiembre, fue suprimida en La Batalla, En lugar de traducir «ne peut étre le fait que des gens comme Marceau Pivert et Maurice Paz, mais personne ne les prend au sérieux» por «es propio de gente de la calaña de Marceau Pivert Y Maurice Paz, pero nadie los toma en serio», el diario del P.O.U.M. lo tradujo simplemente por «es propio de gente inocente» sin señalar que había alterado el original. Respecto a este asunto, Julián Gorkin nos ha explicado cómo toda la responsabilidad recae sobre él (carta del 2 de octubre de 1972). Efectivamente Marceau Pivert, por estas fechas era miembro del secretariado de la presidencia del Consejo, en donde León Blum le había encargado de la información. Utilizaba su cargo para ayudar lo más posible a los revolucionarios españoles y al P.O.U.M. Tenía contacto diario con el Comité Central de las milicias de Cataluña, con el fin de poder difundir en Francia las noticias que recibía y, por su parte, informaba a sus camaradas españoles de los movimientos de los agentes franquistas en Francia. Entregó una copia de algunos de sus informes a Gorkin, durante un viaje que este último realizó a París (este hecho se menciona en el prefacio que escribió Gorkin Para la obra de Marceau Pivert citada anteriormente). Por otra parte, el cargo de Pivert le permitía facilitar municiones. Debido a estos servicios, Gorkin tomó la decisión de suprimir la frase en cuestión, que suponía un ataque a un hombre que no podía defenderse bajo pena de «comprometerse señalando la verdad sobre su ayuda a los combatientes españoles». El responsable de La Batalla pensaba seguramente que la critica de Trotsky a Pivert era una forma disimulada de criticar a los propios dirigentes del P.O.U.M.

No tenemos ningún dato de reproches a su iniciativa, ni siquiera de Andrés Nin, en el C.E. del P.O.U.M., pero sí hay datos muy precisos de los reproches del P.O.U.M. Éste nos ha señalado que ninguno de los dirigentes del P.O.U.M., excepto Andrés Nin y él mismo, conocían la naturaleza y la importancia de los servicios que Marceau Pivert les prestaba gracias a sus funciones en Matignon. Por el contrario, Andrade reprochaba vivamente a la dirección del P.O.U.M. por sus relaciones amistosas con un colaborador directo de León Blum. Julián Gorkin, añade que la dimisión de Marceau Pivert de sus cargos oficiales fue decidida en el curso de una conferencia internacional, en la que participaron, entre otros, Rosmer, Sneevliet y Vereecken, que le aconsejaron esta medida que conducía a Blum a un «resguardo de izquierda». Queda por añadir, que esta verdadera censura por parte del P.O.U.M., de un texto que Trotsky había destinado a su órgano central, justificándola incluso por el hecho de que Pivert ayudase secretamente a los combatientes españoles y al propio partido, no era más aceptable que la supresión, algunos meses más tarde, por parte de la censura republicana oficial, de todas las críticas del P.O.U.M. al gobierno de la U.R.S.S., que también ayudaba materialmente a la España republicana. A pesar de que no tenemos ninguna información de la reacción de Trotsky, ésta es fácil de imaginar, frente a la mutilación de un articulo en el que se había abstenido de toda crítica, e incluso de toda mención, al P.O.U.M., pero en el que se había otorgado el derecho de referirse a Marceau Pivert y a Maurice Paz, es decir, a personajes que por sus propias funciones, aparecían ante sus ojos -igual que ante los de todo el mundo- como solidarios de la política de «no intervención», cuya iniciativa había tomado Blum. No es superfluo añadir, que, excepto Gorkín, todos los militantes del P.O.U.M. que hemos interrogado, desconocían este episodio, o por lo menos no lo recordaban, incluso algunos lo niegan, prueba de que la prensa B.-L. (o el informe de Rous que lo menciona) no habían caído en sus manos o no le habían prestado atención



Escritos sobre España - Tomo I y II