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Boletín de Novedades (Agosto 2012)

Parte II - Suplemento

Parte II - Suplemento

La sentencia a muerte de Trotsky

Con los negros nubarrones de la guerra imperialista en el horizonte, el 9 de enero de 1937, León Trotsky, uno de los hombres que había protagonizado las revoluciones en Rusia, el dirigente revolucionario que junto a Lenin encabezó el partido que llevó al proletariado al poder, desembarcó en el puerto de Tampico junto a Natalia Sedova, su compañera. Tras superar enormes dificultades, ya que no sólo fue perseguido, sino que ningún gobierno quería darle asilo, obtuvo de Lázaro Cárdenas, entonces presidente de México, la autorización para radicar aquí, en la tierra de Villa y Zapata. Exiliado, expulsado de la URSS, era temido por Stalin y por los cabecillas del imperialismo. Sobre estos últimos, él cita en “La Comintern y la GPU” (1):

El 25 de agosto de 1939, justo antes de la ruptura de relaciones diplomáticas entre Francia y Alemania, el embajador francés Couloundre le informó a G. Bonnet, ministro de relaciones exteriores, su dramática entrevista con Adolfo Hitler a las 5.30 de la tarde:

“Si realmente pienso -observé- que saldremos victoriosos, también temo que al fin de la guerra habría sólo un vencedor verdadero: el señor Trotsky”. (Documentos Diplomáticos, 1938-1939, p. 260, documento nº 242).

Así expresaban los capitostes imperialistas su temor a la revolución, a la irrupción de las masas en la arena política, y veían a Trotsky como la encarnación de la acción insurrecta del proletariado internacional.

¿Cómo el hombre que había dirigido una revolución triunfante había sido estigmatizado, caricaturizado y acusado de los crímenes más oprobiosos, como la complicidad primero con Hitler y luego con los imperialistas “democráticos”? ¿Cómo las masas a las que había llevado a la victoria, a las que había guiado en los primeros pasos para poner en pie un estado obrero no habían impedido semejante hecho? La respuesta a estas preguntas está indisolublemente ligada al inicio de un periodo de reacción en el primer estado obrero de la historia. Sucede en las revoluciones que las amplias masas se suman a la lucha con la esperanza de obtener una rápida satisfacción de sus deseos de una vida mejor. Sin embargo, esas mejoras en el nivel de vida no son tan fáciles de alcanzar, y menos en un estado obrero que quedó rápidamente aislado en un mar capitalista. Si a esto se suman los largos años de la guerra civil, las penurias causadas por la participación en la Primera Guerra Mundial hasta poco después de la toma del poder en 1917, el atraso económico ruso, el elevado analfabetismo, la caída en el frente de batalla de lo mejor de la vanguardia rusa, se puede tratar de entender que la desesperanza ganó, varios años después de la toma del poder, el corazón de las masas soviéticas. Se dieron las condiciones para que el aparato de Estado se separase cada vez más de las masas, y se uniera de manera indisoluble con el aparato del partido. En su seno, nació la casta que se convertiría en la burocracia estalinista, que gozó de privilegios resultado de su rol como administradores del estado y se cimentó en la expropiación política de los consejos obreros, sustituyéndolos en la toma de decisiones políticas y económicas. Una burocracia que expresó las presiones de los sectores no proletarios más acomodados como los kulaks, que se fortalecieron con cada derrota de la clase obrera internacional. Y Stalin, con su prédica de construir el socialismo en un solo país, a partir de las riquezas rusas, confluyó con ese sentimiento de “cansancio”, y se convirtió en la dirección de esa burocracia. Como Trotsky lo explicó en 1929:

El triunfo de Stalin, con toda su inestabilidad e incertidumbre, es la expresión de cambios importantes que se han producido en las relaciones entre las clases en la sociedad revolucionaria. Es el triunfo o semitriunfo de determinadas capas o grupos sobre otros. Es el reflejo de los cambios producidos en la situación internacional en el transcurso de los últimos años. (2)

El pilar sobre el cual se mantuvo la burocracia estalinista en el poder fue el exterminio de toda la generación que había protagonizado la Revolución de Octubre (3). León Trotsky –dirigente de los soviets en la revolución de 1905 y en la de 1917, fundador del Ejército Rojo en los duros años de la guerra civil, dirección de la III Internacional– era el más importante de sus dirigentes que seguía con vida. Para sectores de las jóvenes generaciones de esa época, se había transformado en el símbolo de la más grande revolución obrera de la historia. Y ante todo, Trotsky era el dirigente de la organización que había enfrentado a la burocracia que había reptado por las oficinas soviéticas hasta hacerse con el poder en el primer estado obrero. El combate sin cuartel de Trotsky y la Oposición de Izquierda, desde la época de la muerte de Lenin, contra la política estalinista al interior de la URSS y frente a los principales hechos de la lucha de clases internacional, los habían constituido en los principales enemigos del estalinismo. Durante casi dos décadas, la pluma de Trotsky no tuvo descanso: batalló día tras día contra la reacción al interior del estado obrero, encarnada en el estalinismo, y por la extensión de la revolución a otros países de Europa y Asia. Su acción lo convirtió en una amenaza potencial si lograba conquistar influencia en alguno de los procesos revolucionarios de la época.

Durante la década de 1930, la derrota de la Revolución española, el triunfo del fascismo en Alemania y el desvío de un ascenso revolucionario en Francia por obra y gracia del Frente Popular y el estallido de la Segunda Guerra Mundial y los juicios de Moscú fueron los principales capítulos de lo que Víctor Serge llamó “la medianoche del siglo”. En esos años, Trotsky también sufrió terribles golpes personales, como la muerte de su hijo León Sedov en circunstancias controvertidas y la muerte de sus hijas, así como de varios de sus más queridos camaradas.

Las derrotas sucesivas del proletariado establecieron las condiciones políticas necesarias para que Stalin hiciera realidad su amenaza de asesinar a Trotsky. Con su muerte, el estalinismo eliminaba al dirigente de la única organización política que podía ofrecer una alternativa de dirección revolucionaria a las masas del mundo en el transcurso y a la salida de la guerra.

Luego del primer atentado sufrido a manos de los estalinistas en la casa de Coyoacán, hoy Museo Casa León Trotsky, el gran dirigente revolucionario escribió:

En esta época reaccionaria un revolucionario se ve obligado a nadar contra la corriente. Lo hago lo mejor que puedo. La presión de la reacción mundial se expresa de la manera tal vez más implacable en mi suerte personal y la de aquellos que me están más próximos. De ninguna manera lo considero un mérito mío; es simplemente una consecuencia de la combinación de determinadas circunstancias históricas. Pero cuando gente de la calaña de Toledano, Laborde et al me acusan de “contrarrevolucionario” puedo dejar tranquilamente que hablen; la historia dará su veredicto final. (4)

León Trotsky, que desde su juventud había dedicado su vida a la causa de la emancipación de la clase obrera, dedicó los últimos años de su vida a construir una alternativa revolucionaria tras considerar que la Tercera Internacional había muerto como organización revolucionaria, luego de la traición del Partido Comunista Alemán (5). Y en el contexto de los duros combates de clase de esos años, fundó la Cuarta Internacional, verdadera continuidad del marxismo revolucionario que se opuso al estalinismo, ya convertido en un aparato contrarrevolucionario mundial. Su experiencia en la participación en dos revoluciones, sus elaboraciones teórico-políticas, la práctica política de la Oposición de Izquierda, sorteando obstáculos de todo tipo, en durísimas condiciones, perseguidos por el estalinismo y el imperialismo, constituyen valiosas lecciones que Trotsky y los oposicionistas legaron a las nuevas generaciones que nacen a la vida política y se plantean tomar el cielo por asalto.

Nota 2:

La vigencia del legado teórico-político de León Trotsky

Más de siete décadas han pasado desde su infame asesinato a manos de Ramón Mercader, alias Jacson Monard, un agente estalinista. Mucho ha cambiado en el mundo. El estalinismo, que había salido fortalecido de la Segunda Guerra Mundial y había mantenido amordazada a la clase obrera internacional, cayó en 1989 frente a la embestida de las masas soviéticas, en un proceso muy contradictorio que provocó el desprestigio de la idea de revolución, de socialismo y de comunismo, pero al mismo tiempo dejó de existir el estalinismo como aparato mundial, con el consecuente debilitamiento relativo de las direcciones contrarrevolucionarias tradicionales del movimiento obrero. El carácter contradictorio de estos procesos fue aprovechado por alas de la burocracia restauracionista y el imperialismo para impulsar el restablecimiento del capitalismo en la URSS, Europa del Este y posteriormente en China y los países bajo su influencia. Se produjo la relocalización de industrias y grandes sectores de la clase obrera de los llamados estados obreros pasaron a la órbita de la producción capitalista.En los últimos años, tras un largo periodo claramente desfavorable para el marxismo revolucionario, tienden a establecerse nuevas condiciones objetivas y subjetivas, que reactualizan la necesidad de construir partidos revolucionarios y reconstruir el partido mundial de la revolución social.

A cinco años del inicio de la actual crisis económica, las premisas objetivas que Trotsky plantea en el Programa de Transición siguen vigentes, ya que se acrecienta la miseria y la pauperización de las masas. La decadencia del capitalismo se expresa en el incremento de los precios de los alimentos, en el deterioro de condiciones ambientales producto de la explotación irracional de recursos naturales, en la brutal expulsión de grandes sectores de la población fuera del mercado de trabajo, en la franca descomposición, expresada en el desarrollo de ramas de la economía “ilegal”, la trata de personas y el tráfico de drogas, como sucede en México con la militarización y el narco, entre muchos otros ejemplos.

En ese contexto, la lucha de clases ha resurgido como elemento dinámico de la situación internacional. Decenas de miles de trabajadores y de jóvenes se alzan contra los ataques de la burguesía, que intenta arrojar sobre los hombros de clase obrera y la juventud los costos de la crisis que ella misma generó. Han tomado las calles mineros del Estado español, obreros y jóvenes egipcios, jóvenes del movimiento de indignados en distintos países de Europa, estudiantes chilenos y canadienses, trabajadores del subte en Argentina, entre muchos otros. Esto se da junto a la emergencia de sectores de ultraderecha en Europa, cuyo último ejemplo es Grecia con la persecución de los inmigrantes por parte de grupos fascistas.

La crisis de la humanidad continúa siendo la crisis de dirección del proletariado.

Todo esto le plantea, a quienes luchan contra la explotación capitalista y contra toda forma de opresión, la necesidad de reflexionar sobre las tareas y los problemas nacionales desde una perspectiva internacionalista, a fin de poder afrontar los nuevos acontecimientos internacionales. La mayoría de los jóvenes que salen hoy a luchar no conocieron al estalinismo y buscan nuevas respuestas. Sectores de vanguardia del movimiento de masas se orientan hacia ideas anticapitalistas: las ideas de revolución, de socialismo, de comunismo lentamente comienzan a ser objeto de estudio, de reflexión, de debates.

Luego de décadas en las que las derrotas de las revoluciones del siglo XX impusieron la impronta, cuando uno de los principales problemas del marxismo de posguerra (luego de la Segunda Guerra ) era la escisión entre la teoría y la práctica –como explica Perry Anderson en su libro Consideraciones sobre el marxismo occidental– y la ausencia del pensamiento estratégico en el marxismo revolucionario con la derrota del ascenso iniciado en 1968 y las tres décadas posteriores de reacción, vuelven a reactualizarse las premisas para la confluencia entre el marxismo revolucionario y sectores del movimiento de masas. Cuando en distintos países del mundo empieza a estar planteada la lucha en las calles y la necesidad de la organización, creemos que la práctica revolucionaria debe amarrarse con la teoría revolucionaria como una unidad indivisible. Hoy las palabras de Lenin “sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria” son más vigentes que nunca.

Es la hora de desplegar con todo la bandera del marxismo revolucionario, entendido como unidad de cuatro componentes esenciales. Es decir, el marxismo como “concepción del mundo”, cuyo fundamento más general es la dialéctica materialista. En esta concepción marxista del mundo, el materialismo histórico es la aplicación de la dialéctica materialista a la sociedad humana y su desarrollo. A su vez, el marxismo es una crítica científica a la economía política y a través de ella a los cimientos del capitalismo, cuya sistematización fue realizada por Marx en El Capital. Pero también contiene una crítica de la política, del derecho y del Estado burgués, que no sólo atraviesa las principales obras de análisis político de Marx y Engels, sino el propio El Capital, y que posteriormente, al igual que en la crítica a la economía política fue enriquecida y desarrollada por los “marxistas clásicos” del siglo XX y muy en especial por León Trotsky con sus análisis del fascismo, la URSS, los bonapartismos sui generis en los países semicoloniales, que permiten entender gobiernos como el de Lázaro Cárdenas. El marxismo es también una teoría de la revolución que partiendo de las conclusiones más avanzadas de su época de surgimiento, a mediados del siglo XIX, condensa la experiencia histórica de más de 160 años de lucha de la clase obrera moderna, una sistematización teórica de las principales lecciones estratégicas de la lucha del proletariado. Y en este sentido, como decía Lenin “una guía para la acción”. Sin embargo, no se trata de un “manual de instrucciones” para aplicar mecánicamente en todo tiempo y lugar, sino que el conocimiento de la experiencia anterior nos permite no partir de cero cada vez que nos enfrentamos a una determinada situación de la lucha de clases. Como corolario, el marxismo es el arte de la estrategia buscando la destrucción de ciertas relaciones y la construcción de otras nuevas. En palabras de Trotsky: “no puede aprenderse el arte de la táctica y la estrategia, el arte de la lucha revolucionaria, más que por la experiencia, por la crítica y la autocrítica” (6).

Es así que, partiendo de la apropiación del marxismo revolucionario, consideramos que está en nuestras manos dar respuesta a los fenómenos de nuestra época.

Recuadro:

Estrategia y táctica en la época imperialista

León Trotsky, el hombre, el revolucionario, fue fundamental en la elaboración de la estrategia para la insurrección y la toma del poder en la época imperialista, y encarnó, en su pensamiento y en su labor práctica la continuidad del marxismo revolucionario de Marx, Engels y Lenin.

El concepto de estrategia adquiere una gran importancia en su pensamiento. El gran revolucionario ruso la interpreta “como algo que no es reductible a los objetivos y los fines que se establecen en el programa, al mismo tiempo que destaca la unidad inescindible entre ambos. Es decir, no alcanza con responder ‘qué pretendemos conquistar’ sino también ‘cómo nos proponemos conquistarlo’, pregunta propia de la estrategia” (7).

La conquista del poder por el proletariado en un país se constituye en parte de una estrategia sólo en la medida que conduce a la revolución mundial (y en esto reside uno de los movimientos de la teoría de la revolución permanente) y ésta a su vez, a la revolución internacional. Afirma Trotsky: “El carácter revolucionario de la época no consiste en que permite, en todo momento, realizar la revolución, es decir, tomar el poder. Este carácter revolucionario está asegurado por profundas y bruscas oscilaciones, por cambios frecuentes y brutales. [...] Si no se comprende de una manera amplia, generalizada, dialéctica, que la actual es una época de cambios bruscos, no es posible educar verdaderamente a los jóvenes partidos, dirigir juiciosamente desde el punto de vista estratégico la lucha de clases, combinar legítimamente sus procedimientos tácticos ni, sobre todo, cambiar de armas brusca, resuelta, audazmente ante cada nueva situación” (8).

Por otro lado, el gran dirigente revolucionario nos dice: “Entendemos por táctica en política, por analogía con la ciencia bélica, el arte de conducir las operaciones aisladas, y por estrategia el arte de vencer, es decir, de apoderarse del mando. Antes de la guerra, en la época de la segunda internacional, no hacíamos estas distinciones, nos limitábamos al concepto de la táctica socialdemócrata; y no obedece al azar nuestra actitud, la socialdemocracia tenía una táctica parlamentaria, una táctica sindical, una municipal, una cooperativa, etc. En la época de la segunda internacional no se planteaba la cuestión de la combinación con todas las fuerzas y recursos de todas las armas para obtener la victoria sobre el enemigo, porque aquella no se asignaba prácticamente la misión de luchar por el poder” (9).

Las premisas objetivas de la época de guerras, crisis y revoluciones siguen abiertas, al igual que en vida de Trotsky. Hoy, los jóvenes que salen a luchar en el mundo y los jóvenes del #YoSoy132 que tomaron las calles contra la manipulación de los grandes monopolios de los medios de comunicación y contra la antidemocracia del PRI-PAN tienen un apasionante desafío: para conquistar sus demandas no sólo es necesaria la voluntad de movilización; es indispensable luchar por una estrategia alternativa, que abrace la unidad con la clase obrera y el resto de los explotados, y se prepare para, al calor de las nuevas luchas obreras, juveniles y populares, construir una organización marxista y revolucionaria que combata por la revolución socialista y la edificación de una sociedad sin explotadores ni explotados.

Notas:

(1) León Trotsky:, 7 de agosto de 1940, Escritos (1929-1940), Libro 6.

(2) León Trotsky: “El triunfo de Stalin”, 25 de febrero de 1929, op. cit., Libro 1.

(3) Para 1941, sólo tres de los 26 miembros del Comité Central del Partido Bolchevique de 1917 seguían vivos: Stalin, Elena Stassova, Alexandra Kollontai y M. K. Muranov. Ocho habían sido fusilados, dos habían muerto en prisión, tres habían muerto en los años de la guerra civil y Trotsky fue asesinado.

(4) León Trotsky: “Stalin quiere mi muerte”, 9 de agosto de 1940, op. cit., Libro 6.

(5) Cuando Hitler asumió su puesto de Canciller, los dirigentes sindicales rompieron su alianza con la socialdemocracia, bajo la promesa del primero de proteger a los sindicatos. El 1º de mayo, las dos principales centrales sindicales llamaron a marchar detrás de la figura de Hitler, quien horas después envió a camiones con “camisas negras” y las SA, y encarceló a todos los dirigentes. En menos de media hora, ya que los dirigentes sindicales no presentaron resistencia, se derrumbó como un “castillo de naipes” toda la enorme estructura sindical de la clase obrera alemana.

(6) Gabriela Lizst: “Presentación”, Stalin / El gran organizador de derrotas, CEIP León Trotsky-Museo Casa de León Trotsky, Buenos Aires, 2012.

(7) León Trotsky, Una escuela de estrategia revolucionaria, citado “Entrevista a Emilio Albamonte: seminario sobre táctica y estrategia en la época imperialista”.

(8) León Trotsky, Stalin / El gran organizador de derrotas, op. cit.

(9) León Trotsky, Lecciones de Octubre.



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