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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Nuestras tareas actuales

Nuestras tareas actuales

Nuestras tareas actuales[1]

 

 

7 de noviembre de 1933

 

 

 

El triunfo del nacionalsocialismo en Alemania no fortaleció en otros países las tendencias comunistas sino las democráticas. Lo demuestran de manera par­ticularmente evidente los ejemplos de Inglaterra y Noruega. Pero indudablemente este proceso se está dando también en otros lugares. Es muy posible que en un futuro próximo la socialdemocracia, especialmente en Bélgica, atraviese un nuevo período de ascenso político. Para nosotros es elemental que el reformismo es el peor freno del desarrollo histórico y que la socialdemocracia está condenada al fracaso. Pero con esto no basta. Son inevitables los ascensos circunstanciales en la época de la decadencia histórica general del reformismo, así como en la del capitalismo. La luz de la vela es más brillante en el momento antes de extinguirse. La fórmula fascismo o comunismo es absolutamente correcta, pero sólo en un análisis histórico estratégico. La política destructiva de la Comintern, que se apoyó en la autoridad del estado obrero, comprometió los métodos revolucionarios y le dio a la socialdemocracia, desprestigiada por sus crímenes y traiciones, la oportuni­dad de levantar nuevamente ante la clase obrera el estandarte de la democracia como bandera de salvación.

Decenas de millones de trabajadores están alar­mados hasta lo más profundo de sus corazones por el peligro del fascismo. Hitler les mostró una vez más qué significa la destrucción de las organizaciones obreras y de los derechos democráticos elementales. Durante los últimos dos años los stalinistas proclama­ron que no hay diferencia entre el fascismo y la democracia, que fascismo y socialdemocracia son gemelos. La trágica experiencia de Alemania hizo que los obreros se convencieran del absurdo criminal de tales afirma­ciones. De aquí la decadencia posterior de los partidos stalinistas, en condiciones excepcionalmente favorables para los revolucionarios. De aquí también el deseo de los obreros de aferrarse a sus organizaciones de masas y a sus derechos democráticos. Debido a la criminal política que durante una década aplicó la Comintern stalinizada, para la conciencia de muchos millones de trabajadores el problema político no se plantea a través de la opción decisiva de dictadura del fascismo o dictadura del proletariado sino de la alternativa más primitiva y difusa fascismo o democracia.

Tenemos que tomar la situación política tal como es, sin hacernos ninguna ilusión. Por supuesto, siempre permanecemos fieles a nosotros mismos y a nuestras banderas; siempre y en todas las condiciones decimos abiertamente quiénes somos, qué queremos y adónde vamos. Pero no podemos obligar mecánicamente a las masas a tomar nuestro programa. La experiencia de los stalinistas al respecto es suficientemente elo­cuente. En vez de acoplar su locomotora al tren de la clase obrera para acelerar el movimiento de éste, los stalinistas lanzaron su locomotora, con un agudo silbi­do, hacia el tren del proletariado y a veces hasta chocaron con él, de modo que no quedan más que escombros de su pequeña máquina. Las consecuencias de tal política son evidentes: en algunos países el proletariado indefenso cayó víctima del fascismo, en otros retrocedió a las posiciones del reformismo.

Por supuesto, no cabe pensar en una seria y prolon­gada regeneración del reformismo. En realidad no se trata del reformismo en el sentido amplio del término sino del anhelo instintivo de los trabajadores de prote­ger sus organizaciones y sus "derechos". La clase obrera en el proceso de la lucha, puede y debe pasar de esta posición puramente defensiva y conservadora a la ofensiva revolucionaria en toda la línea. Esta, a su vez, sensibilizará más a las masas frente a las grandes tareas revolucionarias y por lo tanto a nuestro progra­ma. Pero para lograrlo tenemos que atravesar junto con las masas la etapa que se abre ante nosotros, en prime­ra fila, sin diluirnos en ellas pero también sin separar­nos de ellas.

Los stalinistas (y sus miserables imitadores brandleristas) declararon prohibidas las consignas democrá­ticas en todos los países del mundo: en la India, que todavía no logró su revolución de liberación nacional; en España, donde la vanguardia proletaria aún debe encontrar las vías para transformar en socialista la frágil revolución burguesa; en Alemania, donde el proletariado aplastado y atomizado se ve privado de todo lo que conquisto en el último siglo; en Bélgica, cuyo proletariado no saca los ojos de las fronteras orientales y, reprimiendo su profunda desconfianza, apoya al partido del "pacifismo" democrático (Vander­velde[2] y Cía.) Los stalinistas, de manera puramente abstracta, renuncian a las consignas democráticas a partir de la caracterización de nuestra época como épo­ca del imperialismo y de la revolución socialista.

¡Este planteo no es mínimamente dialéctico! No se puede abolir por decreto las consignas y las ilusiones democráticas. Es necesario que las masas las tomen y las superen a través de la experiencia de sus batallas. La tarea del proletariado consiste en acoplar su locomo­tora al tren de las masas. Hay que encontrar los ele­mentos dinámicos en la actual posición defensiva de la clase obrera; debemos hacer que las masas extraigan conclusiones de su propia lógica democrática; tenemos que ampliar y profundizar los canales de lucha. Si se­guimos este camino la cantidad se transformará en calidad.

Recordemos una vez mas que en 1917, cuando los bolcheviques eran muchísimo más fuertes que cualquiera de las actuales secciones de la Comintern, con­tinuaban exigiendo la rápida convocatoria de la Asam­blea Constituyente, la disminución de la edad para votar, el derecho al sufragio para los soldados, la elec­ción de los oficiales, etcétera. La principal consigna de los bolcheviques, "Todo el poder a los soviets", signi­ficó desde comienzos de abril hasta septiembre de 1917 todo el poder a la socialdemocracia (mencheviques y socialrevolucionarios). Cuando los reformistas entraron en una coalición gubernamental con la burguesía, los bolcheviques plantearon la consigna "Abajo los ministros capitalistas". Nuevamente, esto significaba: ¡Obreros, obligad a los mencheviques y a los socialrevolucionarios a tomar todo el poder en sus manos! Los stalinistas pervierten y falsifican más allá de todo límite la experiencia política de la única revolución proletaria triunfante. También aquí nuestra tarea consiste en reconstruir los hechos y sacar las conclusio­nes necesarias para el presente.

Los bolcheviques consideramos que la verdadera salvación del fascismo y la guerra reside en la conquis­ta revolucionaria del poder y el establecimiento de la dictadura proletaria. Vosotros, obreros socialistas, no estáis de acuerdo. Vosotros esperáis poder salvar lo ya ganado y seguir adelante por el camino de la democra­cia. ¡Bien! Como no os hemos convencido ni atraído a nuestro lado estamos dispuestos a seguir con vosotros hasta el final. Pero os exigimos librar la lucha por la democracia en los hechos, no en las palabras. Todo el mundo admite -cada uno a su modo- que en las condiciones actuales hace falta un "gobierno fuerte". Entonces, obligad a vuestro partido a entablar un verdadero combate por un fuerte gobierno democráti­co. Para ello es necesario, primero y principal, liquidar todos los restos del estado feudal. Hay que permitir el voto a todos los hombres y mujeres que hayan cumplido dieciocho años, y también a los soldados bajo bandera. ¡Concentración total del poder ejecutivo y legislativo en una sola cámara! Que vuestro partido inicie una seria campaña con estas consignas; que levante a millo­nes de trabajadores; que conquiste el poder impulsado por las masas. Esta sería una actitud seria de lucha contra el fascismo y la guerra. Nosotros, los bolchevi­ques, nos reservaríamos el derecho de explicarles a los trabajadores la insuficiencia de las consignas demo­cráticas; no podemos responsabilizarnos políticamente por el gobierno socialdemócrata, pero honestamente colaboraríamos con vosotros en la lucha por conseguir ese gobierno y junto con vosotros rechazaríamos todos los ataques de la reacción burguesa. Más aun; nos comprometeríamos a no encarar ninguna acción revolucio­naria que supere los límites de la democracia (de la democracia real) mientras la mayoría de los trabajadores no se haya puesto conscientemente del lado de la dictadura revolucionaria.

En el próximo periodo ésta tiene que ser nuestra actitud hacia los obreros socialistas y sin partido. Asumiendo junto con ellos las posiciones iniciales de la defensa democrática, tenemos que impartirle inme­diatamente un serio carácter proletario. Tenemos que plantearnos firmemente; ¡no permitiremos que ocurra lo de Alemania! Es necesario que todo obrero con conciencia de clase se empape plenamente de la idea de que no hay que permitirle al fascismo levantar cabeza. Debe ser sistemático y persistente el bloqueo proletario de todos los reductos del fascismo (periódicos, clubes, cuarteles fascistas). Tenemos que hacer acuerdos de lucha con las organizaciones políticas, sindicales, cul­turales, deportivas, cooperativas, de la clase obrera para la defensa común de las instituciones de la demo­cracia proletaria. Cuanto más serio y reflexivo, cuanto menos ruidoso y ostentoso sea nuestro trabajo, tanto más pronto nos ganaremos la confianza del proletariado, empezando por la juventud, y más seguro será el triunfo.

De esta manera me planteo las características fundamentales de una verdadera política marxista para el próximo período. Por supuesto, en cada uno de los países de Europa esta política asumirá formas dife­rentes, de acuerdo a las circunstancias nacionales. La tarea de la dirección revolucionaria consiste en seguir atentamente todos los cambios de la situación y de la conciencia de las masas y plantear en cada nueva etapa las consignas que surgen de esa situación general.



[1] Nuestras tareas actuales. The Militant, 9 de diciembre de 1933. Firmado "L.T.". La mayor parte de los artículos anteriores fueron escritos en Saint-­Palais. En noviembre de 1933 Trotsky se mudó a Barbizon, cerca de París, donde escribió éste y otros artículos a principios de abril de 1934. Este artículo se publicó también traducido al francés como prefacio al folleto belga La situation politique après les pleins pouvoirs, donde iba precedido de las siguientes observaciones: "Nuestros amigos belgas me pidieron que escriba una introducción para un folleto que analiza la situación política y las tareas del proletariado en Bélgica. Tengo que admitir que no pude seguir los aconte­cimientos internos de Bélgica de estos últimos meses. Por supuesto, trataré de rectificar esta deficiencia. Pero creo que hoy no tengo derecho a referirme a los problemas prácticos actuales de la lucha de la clase obrera belga de la manera concreta en que es preciso hacerlo. Además, no hace falta que yo lo haga. Como el propio folleto lo indica, nuestros camaradas belgas saben hallar su camino sin ayuda desde el exterior. En lugar de un prefacio, planteo algunas observaciones generales sobre la situación política en Europa y la tarea que ésta le plantea a la vanguardia proletaria. Lo que decimos también se aplica a Bélgica, ya que la crisis general del capitalismo, el avance del fascismo y el peligro de guerra marcan decisivamente la situación interna de todos los países europeos."

[2] Emile Vandervelde (1866-1938): socialdemócrata belga reformista, presidente de la Segunda Internacional entre 1929 y 1936.



Libro 3