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Cuadernos 15 - Los trotskistas contra Stalin

Los últimos años

Los últimos años

La victoria de Hitler en Alemania desequilibró a escala mundial la relación de fuerzas entre las clases: en la URSS, esto le permitió a Stalin aportar una “solución final” -sin precedentes en la época- a la cuestión de la Oposición de Izquierda.
No es fácil reconstruir la trama de esos años en los que Víctor Serge se preguntaba si no había llegado la “medianoche del siglo”. Ya no había más comunicaciones entre la URSS y Trotsky: ningún militante ni simpatizante se habría atrevido a correr el riesgo de escribir. La GPU no dejaba de aumentar su presión: a partir de 1935, logró ubicar cerca de León Sedov, en París, a uno de sus agentes, Zborowski, que militaba bajo el seudónimo de Etienne y le informaba directamente todo lo que averiguaba123. El pequeño grupo ruso de París estaba desgarrado por las sospechas que difundía Etienne con el fin de protegerse a sí mismo124.
Los últimos elementos de información llegaron por correos sucesivos con los últimos militantes que lograron huir de la Unión Soviética: Davtian-Tarov, que llegó a Persia en agosto de 1935; Ante Ciliga, que desembarcó en Praga en diciembre del mismo año; Víctor Serge, finalmente liberado, que llegó a Bruselas en abril de 1936. En el transcurso del año 1937, los hombres que rompieron con la GPU, Ignace Reiss, Walter Krivitsky125, aportaron igualmente elementos, desde otro punto de vista. Estos fueron verdaderamente los últimos.
Sin embargo, a través de sus informaciones, se pueden reconstituir algunos fragmentos de lo que sucedió en la URSS en aquellos últimos años en que la Oposición agonizaba. Parece ser que, hacia 1933 o 1934, los deportados de la Oposición habrían alimentado una débil esperanza de mejorar su suerte -posiblemente en el marco de la política de distensión relativa inspirada, y sin duda impuesta a Stalin, por aquella oposición del aparato que había hecho de Kirov su candidato al primer puesto-. Aquí o allá, hubo interrupción de la renovación automática de las condenas y autorización para los antiguos confinados en “cárceles de aislamiento” para vivir en el exilio. Hubo incluso un caso en el que un viejo bolchevique miembro de la Oposición fue liberado sin haber capitulado: se trata de N. I. Muralov, autorizado a trabajar como agrónomo en Siberia. Muchos dirigentes de la joven generación de la Oposición, que habían dejado en esa época la “cárcel de aislamiento”, vivían de forma precaria, en el exilio, a veces junto a su familia. Se sabe, por ejemplo, que Víctor Elzin estuvo desde 1933 hasta 1935 en Arjangelsk, y V. F. Pankratov en Oremburgo. En 1934, E. B. Solntsev, luego de una doble ampliación de condena de hecho, fue autorizado a vivir en el exilio en Siberia. G. Ia. Yakovin vivía en condiciones parecidas en Stalinabad. Guevorkian estaba igualmente “libre”. Pero esto no fue más que una muy breve tregua. El 1º de diciembre, el joven comunista Leonid Nikolayev mató a tiros a Kirov en Smolny: la GPU -Stalin detrás de Yagoda- movió los hilos de su “conspiración” para justificar el baño de sangre que estimaba necesario retomar. En algunos días, la primera ola de arrestos puso punto final a los sueños audaces de semilibertad en el exilio que alimentaron ciertos oposicionistas. Todos fueron arrestados, sin excepción, con duras condenas: muchos de ellos son desaparecidos. La renovación automática de las penas se retomó como mecanismo inflexible que llevaba adelante la dirección colegiada de la GPU, rebautizada NKVD.
Hubo sólo algunas pocas capitulaciones en este período. Se hablaba en 1935 de Verónika S. Kasparova, que era de edad avanzada y estaba muy enferma. Nadie creyó en la capitulación anunciada de Stopalov, en la cual se vio “una maniobra”. Por el contrario, el flujo a los “campos” de decenas de miles de nuevos detenidos, entre los cuales había una mayoría de jóvenes, amenazaba con procurar a los bolcheviques-leninistas tropas frescas, refuerzos de combatientes y futuros cuadros. Rápidamente, se reagrupó a los bolcheviques-leninistas con el fin de aislarlos de la masa de los deportados y condenados. Los “campos” eran cada vez más “campos de concentración”, y las “cárceles de aislamiento” renovaron su población: el trotskista V. F. Pankratov, volviendo a Verjneu-ralsk en 1935, encontró en la misma celda a Kamenev, Slepkov y Smilga.
En 1934 ¿algunos de los hombres de la joven generación en el exilio intentaron reconstituir, si no una organización en las formas, al menos el centro de una red? Se puede dudar junto a Víctor Serge, que creyó imposible semejante empresa. No obstante, en 1935 G. Ia. Yakovin, Kh. M. Pevzner, V. F. Pankratov y E. B. Solntsev fueron acusados de esto. Este último murió en enero de 1936 en el hospital de Novosibirsk luego de una huelga de hambre victoriosa contra una prolongación de las condenas, y la negativa de la GPU a dejarlo vivir en el exilio en Minussinsk con su mujer y su hijo126. Pankratov y Pevzner recibieron ambos cinco años suplementarios en la “cárcel de aislamiento”, fueron enviados uno a Verjneuralsk y el otro a Cheliabinsk, y desaparecieron para siempre, el primero habiendo logrado solamente hacer saber a sus amigos de Oremburgo que el proceso había “sido espantoso”127.
Los militantes de la Oposición de Izquierda son ejecutados sin juicio, y muchos de ellos sin duda murieron en el curso de la preparación de las pruebas para demostrar esas amalgamas en las que no es difícil imaginar cuánto hubiera deseado Stalin incluir, en el rol de acusado que confiesa sus crímenes y llora lágrimas de sangre, a alguno de los “irreductibles” que no había dejado de enfrentarlo durante años. Trotsky mismo temía, no sin razón, ante el anuncio de cada proceso, ver figurar a alguno de ellos, quebrado por los métodos perfeccionados, cuya eficacia no subestimaba. Entre todos los hombres que no habían capitulado, Stalin finalmente sólo logró quebrar a Muralov, a quien curiosamente había protegido dejándolo ejercer libremente su profesión de agrónomo en la región de Novosibirsk. Este golpe -muy duro para Trotsky- fue el único. Entre los acusados de los tres grandes procesos de Moscú figuraron algunos nombres de antiguos dirigentes o militantes de la Oposición, pero, a excepción de Muralov, todos esos hombres ya habían “capitulado” años antes y habían renegado públicamente: Zinoviev y Kamenev, Pyatakov y Krestinsky desde 1928; Smirnov, Mratchakovsky, Boguslavsky, Ter-Vaganian, luego de Radek en 1929, y finalmente Rakovsky en 1934. Pero ninguno de los bolcheviques- leninistas mantenidos en las “cárceles de aislamiento” durante años, que permanecieron fieles a la organización y a su programa, colaboró finalmente, incluso bajo tortura, con los procesos prefabricados y la mayoría de ellos pagó esa negativa con su vida.
Tenemos sólo un testimonio de lo que eran estos hombres en 1936, el de Víctor Serge. Escribía a Trotsky, el 27 de mayo de 1936, poco después de su liberación y de su llegada a Bélgica:
“Somos muy poco numerosos en este momento: algunas centenas, alrededor de quinientos. Pero estos quinientos no claudicarán ya. Son hombres templados, que han aprendido a pensar y a sentir por ellos mismos y que aceptan con tranquilidad la perspectiva de una persecución sin fin. En las ‘cárceles de aislamiento’, nuestros camaradas son sólo algunas decenas en total, sobre centenas de zinovievistas, derechistas y otros gusanos estalinistas. Entre nosotros, no hay gran unidad de puntos de vista. Boris Mikh (Mikhailovitch Elzin) decía: ‘Es la GPU la que fomenta nuestra unidad’. Dos grandes tendencias nos dividen aproximadamente por la mitad: los que creen que hay que revisar todo, que se han cometido errores desde el principio de la Revolución de Octubre y los que consideran al bolchevismo desde sus comienzos como inatacable. Los primeros se inclinan a considerar que en las cuestiones de organización usted tenía razón, con Rosa Luxemburgo, en algunos casos, contra Lenin en otra época. En este sentido, hay un trotskismo cuyas ataduras vienen de lejos (personalmente, soy de esta opinión, pensando siempre que los principios de organización de Lenin se probaron en un período y en un país determinado, particularmente atrasado). Nos dividimos también por la mitad en relación a los problemas de la democracia soviética y de la dictadura (los primeros, partidarios de la más amplia democracia obrera, en el marco de la dictadura: mi impresión es que esta tendencia es de lejos la más fuerte). En las ‘cárceles de aislamiento’, un grupo llamado del ‘capitalismo de Estado’ (Goskappisty) se ha definido: dicen que el capitalismo de Estado hacia el cual marchan igualmente Mussolini, Hitler y Stalin, es hoy en día el peor enemigo del proletariado. Son poco numerosos, pero hay entre ellos camaradas muy capaces […]. Resistir se vuelve cada vez más difícil, si no imposible […]. En general, no hay más autoridades: los viejos se han desacreditado, los jóvenes intentan pensar por ellos mismos. Por ‘viejos’, entiendo aquí a la generación de oposicionistas del ‘23 al ‘28 de los cuales no quedan más que algunos cuadros admirables, jóvenes de otras épocas como los Yakovin y los Dingelstedt. En las ‘cárceles de aislamiento’ y en otras partes, se encuentra ahora sobre todo a los oposicionistas trotskistas de 1930-1933. Una sola autoridad subsiste: la suya. Usted tiene allá una situación moral incomparable, de devoción absoluta”128.
Dejemos de lado la polémica, vana, sobre la cuestión de saber el porcentaje de bolcheviques-leninistas que se ubicaban en las posiciones “revisionistas” de Serge y de aquellos que permanecían fieles a una “ortodoxia” de la que desde hacía mucho tiempo no tenían todos los elementos, análisis concretos de una situación concreta. Ni Serge ni ninguno de sus camaradas de entonces tenían la posibilidad de tener una visión de conjunto sobre estas cuestiones. Tomemos en cuenta simplemente que Serge recibió la misión, de parte de dos viejos militantes, de solicitar a Trotsky la confirmación sobre puntos que consideraban capitales. Boris M. Elzin quería saber si Trotsky pensaba igual que él: que en caso de guerra, la Unión Soviética debía ser defendida incondicionalmente, y Vassili M. Tchernykh, antiguo comisario político del Ejército Rojo, antiguo jefe de la Cheka en los Urales, pensaba que ya no se podía hablar más en la URSS de “dictadura del proletariado”, que la burocracia era “una clase social distinta” y que había que construir un “nuevo partido” en la URSS129. Lo cierto es que los trotskistas de la Unión Soviética mantuvieron a la vez su fidelidad a la persona de Trotsky como símbolo de la Revolución de Octubre y de un partido vivo, y un compromiso indefectible con la democracia obrera, como lo atestigua su propia diversidad, factor, precisamente, de su unidad inquebrantable frente a la contrarrevolución en los años más negros.
Luego de las informaciones de Serge se hace un largo silencio sobre la suerte de los trotskistas en la URSS. Es recién en 1961 que los recuerdos de un antiguo prisionero político de Vorkuta aportan los elementos de información que completan un manuscrito samizdat y finalmente el libro de la más ilustre de los escasos sobrevivientes, María Mijailovna Joffé130, la viuda del diplomático soviético amigo de Trotsky que se había suicidado en 1927 y cuyo entierro había dado lugar a la última manifestación pública de la Oposición en Moscú. De ahora en más, a fines de 1936, podemos encontrar el rastro de algunos de esos hombres y mujeres que hemos intentado seguir aquí luego de 1928 y acompañarlos hasta su muerte, el de la “última camada” de trotskistas soviéticos.
Estas fuentes, muy diferentes por sus orígenes y la fecha de su publicación, coinciden en algunos puntos esenciales. En efecto, según los tres autores, la casi totalidad de los bolcheviques-leninistas que sobrevivían en esta fecha en la Unión Soviética fueron reagrupados en el curso del año 1936 en la nebulosa de los campos de la Petchora, alrededor de Vorkuta, en ese “presidio más allá del círculo polar”, como decía uno de ellos. Muchos hombres estaban ausentes, víctimas sin duda de la “preparación” de los procesos públicos: ni Dingelstedt, ni Pankratov, ni Pevzner, ni Man Nevelson, ni Víctor Elzin, ni Sermuks, estaban allá. Mucho menos Solntsev, muerto al comenzar el año. Pero hay, de todos modos, decenas de nombres que conocemos: Igor M. Poznansky, el antiguo secretario de Trotsky, G. Ia. Yakovin, el armenio Sokrat Guevorkian, el veterano V. V. Kossior y su compañera Pacha Kumina, Mussia Magid, Ida Chumskaia, los dos hermanos de Kote Tsintsadzé, Jotimsky, Andrei Konstantinov, Karlo Patskachvili, Karl Melnais, Vasso Donadzé, Sacha Milechin, ya mencionados en el curso de este trabajo, así como, por supuesto, la misma María M. Joffé. Hay que agregar, entre otras personalidades, una mujer que fue la amiga personal de Natalia Sedova, Faina Viktorovna Yablonskaia, profesora de historia en el Instituto de Periodismo en 1927, verdadera jefa del Estado Mayor de la Oposición cercana a Trotsky en los últimos días de 1927, y la antigua dirigente de las Juventudes Comunistas, Raia V. Lukinova.
El menchevique M. B., escapado de Vorkuta, describió a estos militantes -sus adversarios políticos-, que calculaba en varios millares, de los cuales había mil en el campo donde vivía: se negaban a trabajar más de ocho horas, ignoraban el reglamento sistemáticamente, de forma organizada, criticaban abiertamente a Stalin y la línea general de conjunto declarándose, al mismo tiempo, listos para la defensa incondicional de la URSS. En el otoño de 1936, después del primer proceso de Moscú, organizaron mítines y manifestaciones de protesta, luego hicieron votar una huelga de hambre en asamblea general, después de la intervención de sus dirigentes. Sus reivindicaciones eran, según María M. Joffé: 1) el reagrupamiento de los presos políticos y su separación de los presos comunes, 2) la reunión de las familias dispersas en campos diferentes, 3) un trabajo acorde con la especialidad profesional, 4) el derecho a recibir libros y diarios, 5) la mejora de las condiciones de alimentación y de vida131. El menchevique M. B. agregaba a la jornada de ocho horas, una alimentación suplementaria a la que marcaban las normas, el envío de los inválidos, de las mujeres y de los ancianos fuera de las regiones polares. El comité de huelga elegido comprendía a G. Ia. Yakovin, Sokrat Guevorkian, Vasso Donadzé y Sacha Milechin132, todos bolcheviques-leninistas, los tres primeros, veteranos de las huelgas de hambre de 1931 y de 1933 en Verjneuralsk.
La huelga, comenzada el 27 de octubre de 1936, dura ciento treinta y dos días. Todos los medios fueron empleados para quebrarla: alimentación forzosa, suspensión de la calefacción con temperaturas de 50 grados bajo cero. Los huelguistas resistieron. Brutalmente, a principios de marzo de 1937, las autoridades locales cedieron ante una orden proveniente de Moscú: todas las reivindicaciones fueron satisfechas, los huelguistas fueron realimentados progresivamente bajo control médico.
Luego de algunos meses de tregua, comenzó nuevamente la represión. La alimentación fue reducida, la ración de pan rebajada a 400 gramos por día, los presos comunes fueron incitados a la violencia. Luego los trotskistas, casi en su totalidad, y los que los habían acompañado en la huelga de hambre fueron reagrupados en edificios aparte -en Vorkuta, en una vieja fábrica de ladrillos- rodeados de alambrados de púas y controlados militarmente día y noche.
Una mañana de marzo de 1938, treinta y cinco hombres y mujeres, bolcheviques-leninistas, fueron llevados a la tundra y alineados a lo largo de fosas preparadas y fueron ametrallados. María M. Joffé escuchó ese día el nombre del primero de la lista de los fusilados, Grigori Ia. Yakovin, el “profesor rojo” cuyo nombre era seguido por el de los otros miembros del comité de huelga133. Día tras día, las ejecuciones se continuaron durante más de dos meses, de la misma forma. El hombre que fue encargado por Stalin para la “solución final” del problema de la Oposición de Izquierda se llamaba Kachketin. María M. Joffé, a la cual interrogó durante meses, le atribuía decenas de miles de víctimas.
En su conmovedor testimonio, en el que reviven en su lucha cotidiana contra el ataque las personalidades excepcionales de sus camaradas bolcheviques-leninistas, los Konstantinov, Patskachvili, Zina Kozlova, hizo el relato circunstancial de esos asesinatos.
Fue un hombre, un antiguo detenido, el que contó en 1938 la primera ejecución colectiva de la que acababa de ser testigo en la fábrica de ladrillos de Vorkuta134. Evocaba la vida en esas barracas:
“Teníamos un diario oral, la Pravda Detrás de los Barrotes, teníamos pequeños grupos, círculos donde había mucha gente instruida e inteligente. De vez en cuando publicábamos una hoja satírica. Vilka, el delegado de nuestra barraca, era periodista, las personas dibujaban ilustraciones sobre el muro. Reíamos también. Había muchos jóvenes”135.
María M. Joffé cuenta, a su vez:
“La fábrica de ladrillos había reunido bajo su techo roto a lo mejor de la élite creadora de los campos; la gente de espíritu valiente y audaz. Con sus argumentos y su formación, su capacidad de dar respuestas lógicas, a veces proféticas, habían aportado un dinamismo vital a la existencia estática intolerable de esa caja increíblemente gélida y llena de enfermos […]. La acidez penetrante de su sarcasmo revelaba la verdad sobre una realidad aparentemente incomprensible […]. Un día se les dio una ración de tabaco: ‘Prepárense para un viaje’. Eso fue como una inyección de elixir de la vida […]. Se precipitaron ese día saludando el aire puro, un camino blanco y posiblemente una nueva vida. Hicieron rápidamente sus paquetes: eran personas que sabían reír y sentir placer […]. Menos de una hora después, como un tronco con las raíces cortadas, caía el primer cuerpo. Luego de él, la hilera entera de hombres y mujeres como nudos muy flojos, como masas informes, caerían en desorden en el fondo de la cantera. Y el peso de los cadáveres de los que los seguían los recubría.
Los que tienen un pensamiento auténtico son siempre una minoría. Es de quienes se desembarazan primero:
¡Uno! ¡Dos! ¡Fuego! Parados cerca de sus tumbas, cantaban ‘Torbellinos del peligro’… Las palabras de los cánticos se confundían con las salvas.
Kachketin, parado al costado, daba la señal a los verdugos. Todo era borrado, abatido, los cánticos, los espíritus, las vidas. Se pisoteaban páginas de historias inconclusas. ¿Cuánto hubieran podido dar ellos todavía a la revolución, al pueblo, a la vida? Pero no están más. Definitivamente y sin retorno”136.