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Parte II - La onda expansiva de la revolución rusa

Las jornadas de Julio, la sublevación de Kornilov, la conferencia democrática y el preparlamento

Las jornadas de Julio, la sublevación de Kornilov, la conferencia democrática y el preparlamento

Las decisiones de la Conferencia de Abril proporcionaron al partido una base justa; pero no liquidaron las divergencias que se evidenciaban en lo alto de la dirección. Por el contrario, durante el curso de los acontecimientos, estas divergencias iban a revestir formas todavía más concretas y a alcanzar su máxima agudeza en el momento más grave de la revolución: en las Jornadas de Octubre.

La tentativa de organizar una demostración el 10 de junio, tentativa sugerida por Lenin, fue condenada por aquellos bolcheviques que habían desaprobado el carácter de la manifestación de abril. La demostración del 10 de junio no tuvo lugar, pues la prohibió el Congreso de los Soviets. Pero el 18 de junio se tomó el partido su desquite: la manifestación general de Petrogrado, organizada con arreglo a la iniciativa (bastante imprudente por cierto) de los conciliadores, se efectuó casi en su totalidad siguiendo las consignas bolcheviques. Sin embargo, el gobierno insistió en seguir su camino y emprendió una ofensiva estúpida en el frente. Era el momento decisivo. Lenin puso al partido en guardia contra las imprudencias y, el 21 de junio, escribía en Pravda: “Camaradas, en la hora actual un acto demostrativo no sería racional. Nos vemos obligados ahora a pasar por una etapa completamente nueva de nuestra revolución”. Pero vinieron las jornadas que marcaron un momento importante en el camino de la revolución y el desarrollo de las divergencias dentro del partido.

En aquellas jornadas la presión espontánea de las masas petersburguesas desempeñó un papel decisivo. Pero es indudable que Lenin se preguntaba entonces si no habría llegado el momento, si el estado de ánimo de las masas no había sobrepasado la superestructura soviética y si, hipnotizados por la legalidad soviética, no corríamos el riesgo de retrasarnos con respecto a las masas y apartarnos de ellas. Es probable que durante las Jornadas de Julio tuvieran lugar algunas operaciones puramente militares por iniciativa de camaradas sinceramente persuadidos de no estar en desacuerdo con la apreciación que de la situación hiciera Lenin. Más tarde, el propio Lenin diría: “En julio cometimos bastantes tonterías”. En realidad, también esta vez, se redujo el asunto a un reconocimiento, aunque de mayor envergadura, y a una etapa más avanzada del movimiento.

Tuvimos que batirnos en retirada. Al prepararse para la insurrección y para la toma del poder, Lenin y el partido sólo vieron en la intervención de julio, un episodio donde habíamos pagado bastante caro el profundo reconocimiento efectuado entre las fuerzas enemigas, pero que no podría hacer desviar la línea general de nuestra acción. Por el contrario, los camaradas hostiles a la política de tomar el poder verían en el episodio una aventura perjudicial. Reforzaron su movilización los elementos del ala derecha, y su crítica se volvió más categórica. Por consiguiente, cambió el tono de la réplica, escribiendo Lenin: “Todas esas lamentaciones, todas esas reflexiones que tienden a probar cómo no habría convenido intervenir, provienen de renegados, si emanan de bolcheviques, o son manifestaciones del pavor y la confusión peculiares a los pequeñoburgueses”. El calificativo de renegados pronunciado en ese momento proyectaba una luz trágica sobre las divergencias dentro del partido. En lo sucesivo se repetiría con más frecuencia cada vez.

La actitud oportunista en la cuestión del poder y de la guerra predeterminaba, evidentemente, una actitud análoga respecto a la Internacional. Los derechistas intentaron hacer participar al partido en la Conferencia de Estocolmo de los socialpatriotas. El 16 de agosto, escribía Lenin: “El discurso de Kamenev en el Consejo Central Ejecutivo del 6 de agosto, con motivo de la Conferencia de Estocolmo, sólo puede ser reprobado por los bolcheviques fieles a su partido y a sus principios”. Más adelante, con relación a una frase en la que se decía que empezaba a ondear sobre Estocolmo la bandera revolucionaria, Lenin escribía: “Es una declamación hueca en el espíritu de Chernov y Tseretelli, una mentira indignante. No es la bandera revolucionaria, sino la bandera de las transacciones, de los acuerdos, de la amnistía de los socialimperialistas, de las negociaciones de los banqueros para el reparto de los territorios anexados la que empieza a ondear sobre Estocolmo”.

La vía que llevaba a Estocolmo conducía, realmente, a la II Internacional, lo mismo que la participación en el Preparlamento llevaba a la república burguesa. Lenin optó por el boicot a la Conferencia de Estocolmo, como más tarde optó por el boicot al Preparlamento. En el mayor encono de la lucha, ni por un instante olvidó la tarea de la creación de una nueva Internacional, de una Internacional Comunista.

El 10 de abril, ya interviene para pedir el cambio de nombre del partido. Véase cómo aprecia las objeciones que se le hacen: “Esos son argumentos de la rutina, de la torpeza, de la pasividad”. E insiste: “Ha llegado la hora de quitarnos nuestra camisa sucia, de ponernos ropa limpia”. Sin embargo, fue tan fuerte la resistencia en las esferas dirigentes, que hubo que guardar un año para que el partido se decidiera a cambiar de nombre, a volver a las tradiciones de Marx y Engels. He aquí un episodio característico de la actuación de Lenin durante todo el año 1917. En el giro más brusco de la historia, no deja de llevar adelante dentro del partido, una lucha encarnizada contra el pasado en nombre del futuro. Y la resistencia de ayer que enarbola el estandarte de la tradición alcanza, por momentos, una agudeza extrema.

La sublevación de Kornilov, que produjo un cambio sensible a favor nuestro, atenuó temporalmente los desacuerdos aunque no los hizo desaparecer. En un momento dado, se manifestó en el ala derecha una tendencia de aproximación al partido y a la mayoría soviética en el marco de la defensa de la revolución y, en cierto modo, de la patria. A principios de septiembre, reacciona Lenin en su carta al Comité Central [CC]: “Abrigo la convicción profunda de que admitir el punto de vista de la defensa nacional, o como hacen algunos bolcheviques, llegar a formar bloque con los SR, a sostener al gobierno provisional, supone el error más craso al propio tiempo que da prueba de una falta absoluta de principios. No nos convertiremos en defensistas ‘hasta después’ de la toma del poder por el proletariado...”. Más adelante añade: “Ni siquiera ahora debemos apoyar al gobierno de Kerensky. Sería faltar a los principios. ‘¿Acaso no hay que combatir a Kornilov?’, se nos objetará. Claro que sí; pero, entre combatir a Kornilov y apoyar a Kerensky, media una diferencia, existe un límite, y este límite lo franquean algunos bolcheviques, cayendo en el ‘conciliacionismo’, dejándose arrastrar por el torrente de los acontecimientos”.

La Conferencia Democrática y el Preparlamento al cual dio origen, marcaron una nueva fase en el desarrollo de las divergencias. Mencheviques y SR procuraban atar a los bolcheviques con la legalidad soviética y transformar a ésta de manera indolora en legalidad parlamentaria burguesa. La derecha bolchevique simpatizaba con semejante táctica. Hemos visto cómo se figuraban los derechistas el desarrollo de la revolución: los soviets entregarían progresivamente sus funciones a las instituciones calificadas (municipios, zemstvos, sindicatos) y, al fin, vendría la Asamblea Constituyente, y por eso mismo ellos saldrían de la escena política. La vía del Preparlamento debía encaminar el pensamiento político de las masas hacia la Asamblea Constituyente, coronación de la revolución democrática. Pero entonces los bolcheviques tenían mayoría en los soviets de Petrogrado y Moscú, y aumentaba diariamente nuestra influencia en el ejército. Ya no se trataba de pronósticos ni de perspectivas; se trataba de la elección del camino por el cual iba a ser necesario avanzar sin demora.

La conducta de los partidos conciliadores en la Conferencia Democrática fue de una bajeza despreciable. Sin embargo, nuestra propuesta de abandonar ostensiblemente esta Conferencia, donde corríamos el riesgo de hundirnos, se estrellaba contra una resistencia categórica de los elementos de derecha, que aún influían mucho en la dirección de nuestro partido. Las colisiones sobre esta cuestión prolongaron la lucha sobre la cuestión del boicot al Preparlamento. El 24 de septiembre, o sea, después de la Conferencia Democrática, escribía Lenin: “Los bolcheviques Debían irse de allí en señal de protesta a fin de no caer en la trampa de la Conferencia, que procura desviar la atención popular de las cuestiones serias”.

A pesar de su campo restringido, los debates dentro de la fracción bolchevique en la Conferencia Democrática sobre la cuestión del boicot al Preparlamento, tuvieron excepcional importancia. En realidad, la tendencia más amplia de los derechistas era encauzar el partido por la vía del “perfeccionamiento de la revolución democrática”. Probablemente, no se hizo reseña taquigráfica de estos debates; de cualquier modo, hasta el presente, que yo sepa, no se ha podido encontrar una sola nota del secretario. Al redactar esta recopilación, he descubierto entre mis papeles algunos materiales, extremadamente limitados, sobre este tema. Kamenev desarrolló el argumento que, más tarde, con una forma más violenta y más clara, se expuso en la carta de él y Zinoviev a los organismos del partido (11 de octubre). Fue Noguin quien planteó la cuestión con mayor lógica. El boicot del Preparlamento, decía, constituye, en sustancia, un llamamiento a la insurrección, es decir, a la repetición de las Jornadas de Julio. Nadie osaría entorpecer la misma institución por el único motivo de ostentar el nombre del Preparlamento.

El concepto esencial de los derechistas era que la revolución llevaba inevitablemente de los soviets al parlamentarismo burgués, que el Preparlamento representaba una etapa natural de este camino, que no había razón para negarnos a participar en él, desde el momento en que nos disponíamos a sentarnos en los escaños de izquierda del parlamento. Convenía, a su entender, perfeccionar la revolución democrática. Pero ¿cómo prepararse para ella? Por la escuela del parlamentarismo burgués, pues los países avanzados implican para los países retardatarios la imagen de su desarrollo futuro. Se concebía el derrocamiento del zarismo de acuerdo a un criterio revolucionario, como en realidad se había producido; pero la conquista del poder por el proletariado se concebía de acuerdo a un criterio parlamentario, sobre las bases de la democracia acabada. Entre la revolución burguesa y la revolución proletaria habrían de transcurrir largos años de régimen democrático. La lucha por la participación en el Preparlamento era una lucha por la “europeización” del movimiento obrero, por su canalización lo más rápida posible en el cauce de la “lucha” democrática “por el poder”, es decir, en el cauce de la socialdemocracia. Nuestra fracción en la Conferencia Democrática contaba con más de cien miembros y en nada se distinguía, sobre todo en aquella época, de un congreso del partido. Una amplia mitad de esta fracción se pronunció por la participación en el Preparlamento. Ya de por sí, este solo hecho era suficiente para suscitar serias inquietudes y, en efecto, a partir de ese momento, Lenin no dejó de dar la voz de alarma.

En los días de la Conferencia Democrática, Lenin escribía: “Por nuestra parte, implicaría una falta grave, una manifestación de cretinismo parlamentario sin igual, comportarnos respecto a la Conferencia Democrática como respecto a un parlamento. Porque, aun cuando se proclamara al parlamento soberano de la revolución, no decidiría nada. La decisión reside fuera de ella, en los barrios obreros de Petrogrado y Moscú”. Ésta era la opinión de Lenin sobre la participación en el Parlamento que demuestran sus numerosas declaraciones y, en particular, su carta del 29 de septiembre al CC, donde habla de “culpas indignantes de los bolcheviques, como la vergonzosa decisión de participar en el Preparlamento”. Para él esta decisión suponía la manifestación de las ilusiones democráticas y de los errores de los pequeñoburgueses contra las que no había cesado de combatir desarrollando y perfeccionando, en el transcurso de esa lucha, toda su concepción de la revolución proletaria.

No era cierto que debiesen mediar largos años entre la revolución burguesa y la revolución proletaria; no era cierto que la escuela del parlamentarismo constituyese la única o la principal escuela preparatoria para la conquista del poder; no era cierto que la vía que llevaba al poder tuviera que pasar necesariamente por la democracia burguesa. Se trataba de abstracciones inconsistentes, de esquemas doctrinarios, cuyo resultado se reducía únicamente a encadenar la vanguardia, a hacer de ella, por mediación del mecanismo estatal “democrático”, la oposición, la sombra política de la burguesía; se trataba de manifestaciones de la socialdemocracia. Era menester no dirigir la política del proletariado según los esquemas escolásticos, sino siguiendo la corriente real de la lucha de clases. No convenía ir al Preparlamento, sino organizar la insurrección y arrancar el poder al adversario. Lo demás vendría por añadidura. Incluso Lenin proponía convocar un congreso extraordinario del partido, cuya plataforma fuera el boicot al Preparlamento. Desde entonces, todos sus artículos y cartas desarrollan la idea de que no se debía pasar por el Preparlamento y ponerse a remolque de los conciliadores, sino echarse a la calle con el objetivo de comenzar la lucha por el poder.