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Cuadernos 15 - Los trotskistas contra Stalin

La crisis de la Oposición en 1929

La crisis de la Oposición en 1929

El año 1929 comenzó en Moscú con el arresto de un centenar de oposicionistas, la decisión de expulsar a Trotsky, y un golpe extraordinario realizado por los oposicionistas de Moscú, la publicación del resumen de las discusiones de Kamenev con Bujarin algunas semanas antes, escrito por Kamenev y destinado a Zinoviev, pero del que Schwalbe facilitó copias a los trotskistas.
Pronto el Gobierno recurrió a nuevas medidas de urgencia para quebrar a los kulaks que resistían a las requisas; y ese giro se acompañó de una ofensiva de Stalin abiertamente dirigida contra las posiciones de la “derecha”. El 27 de febrero en la Pravda, Molotov rechazó la teoría de la integración pacífica del kulak en el socialismo, y retomó la afirmación de la Oposición de Izquierda según la cual el kulak constituía la vanguardia de la restauración burguesa. En junio, los tres, Bujarin, Rykov y Tomsky fueron relevados de sus responsabilidades. En noviembre, se hicieron una autocrítica pública. Fue el 27 de diciembre finalmente cuando, en un artículo de la Pravda titulado “¡Al diablo con la NEP!”, Stalin hizo oficial el nuevo curso, ya iniciado de hecho luego de la primavera: la nueva política era, de allí en más, la de la industrialización a ultranza y la colectivización integral con su corolario, la “liquidación del kulak como clase”.
Trotsky siguió con atención los acontecimientos en la URSS, informado como estaba, hasta los detalles, de lo que había pasado y de lo que pasaba, incluso en el buró político. Parecía no tener la menor duda. La nueva política que había sustituido a la NEP -pero, ¿por cuánto tiempo?- no era y no podía ser un “giro a la izquierda”, es decir, el reencarrilamiento de la línea del Partido bajo la presión de su “núcleo proletario” en el momento mismo en que el aparato redoblaba, precisamente, sus persecuciones contra la Oposición de Izquierda. El binomio colectivización –industrialización, un llamamiento a la autocrítica y a la denuncia del “peligro de derecha” y de la amenaza del kulak, que Trotsky llamó “zigzag a izquierda”, constituía a la vez una reacción empírica de huída hacia adelante -para salir del impasse de la política pro kulak que había fracasado- y una maniobra burocrática para liquidar las posiciones de los bujarinistas, a quienes Stalin pensaba que debía abatir a partir de ahora.
Sin embargo, Trotsky no subestimaba la gravedad de la crisis en la que el bloque de centro-derecha había sumergido al país por su política de los años precedentes. Era consciente de que una política de derecha -neo- NEP, concesiones al capitalismo- podría dar resultados positivos en lo inmediato, pero que sería también la puerta abierta a la contraofensiva para la restauración del capitalismo. También estaba convencido de que el aparato en manos de Stalin podía perfectamente lanzarse a tal política luego de haber eliminado a los abogados “derechistas”. Pero no excluía tampoco que el zigzag a izquierda se convirtiera en “aventura burocrática”, llevando a unirse a los campesinos pobres y medios con los kulaks, aunque, a fin de cuentas, no fuera más que para volver rápidamente, ante la derrota, a una política más derechista todavía que la de los derechistas. La Oposición avanzaba entonces con un débil margen de maniobra sobre un terreno minado. Para Trotsky, ésta debía ser la campeona de un verdadero giro a la izquierda, inconcebible sin el fin de las persecuciones, la reintegración de los oposicionistas excluidos, la restitución de la iniciativa a las masas, la resurrección de sindicatos auténticos, la multiplicación de las uniones de campesinos pobres; en definitiva, un programa inaceptable para Stalin y la fracción “centrista”, pero que Trotsky propuso a todo el partido como un objetivo de la realización del frente único impuesto por los peligros del momento. Desde Turquía, donde se había establecido luego de su expulsión, desarrolló en sus artículos, sus cartas, sus mensajes, sus circulares y pronto en los artículos del Biulleten’ Oppozitsii fundado en París, la política cuyas grandes líneas ya había expuesto en su declaración del 12 de julio de 1928 en el VI Congreso de la Internacional36.
El conjunto de los deportados de la Unión Soviética, en condiciones distintas y sufriendo fuertes presiones, no tenían la misma visión general. Pronto, una importante fracción de ellos –y, lo que es más grave, una parte del viejo núcleo de la Oposición de 1923- comienza a desarrollar una posición favorable a la dirección del Partido sobre la base de la existencia de lo que llamaban un “giro a la izquierda”.
Múltiples factores políticos, sociales, psicológicos, jugaron en el mecanismo que condujo a la crisis de la Oposición de Izquierda. Sus cuadros pertenecían mayormente al mismo ámbito que los de las tendencias dominantes en el aparato, habían surgido en la misma generación, de los mismos combates, y finalmente de la historia del mismo partido. Estaban más o menos profundamente influenciados, ellos también, por la degeneración del Partido, tanto en su mentalidad como en su forma de vida. Sentían la deportación y el exilio como una muerte política y comenzaron a comprender el punto de vista de Zinoviev, presto a a ser servil y a “arrastrarse”, siempre que fuera dentro del Partido, más allá del cual no existían. Entre ellos, por otra parte, sin duda eran numerosos los que se habían comprometido en el combate de la Oposición Conjunta simplemente porque creían en su victoria a corto plazo y en una vuelta rápida a sus funciones y a sus honores. Algunos estaban muy débiles, incluso desmoralizados para enfrentar una represión de larga duración, demasiado escépticos para sacrificarse por una causa en la que casi no creían.
Otros obedecían a motivos más directamente políticos. Desde 1923, los oposicionistas se habían enfrentado, ante todo, al ala del Partido que consideraban como el enemigo número uno, la derecha, vanguardia del “Termidor” y de la restauración capitalista, donde los “centristas” no eran, a los ojos de muchos de ellos, más que los cómplices engañados por su miopía. Sinceramente o no, muchos fueron los oposicionistas que vieron en el zigzag a izquierda el comienzo de un punto de inflexión que no sólo les daba la razón históricamente y justificaba la lucha pasada de la Oposición, sino que también les ofrecía la odiada cabeza de sus adversarios derechistas. Industrialización y colectivización, ¿no eran las reivindicaciones esenciales de la plataforma de 1927? La nueva política anti kulak ¿no respondía a sus gritos de alarma durante años y no confirmaba sus perspectivas sobre el “peligro de derecha”? El cuadro contenía todavía muchas sombras, ciertamente, pero si los centristas iban verdaderamente hacia la izquierda, ¿no estarían obligados, tarde o temprano, a apoyarse en el movimiento de masas, en la fracción proletaria del Partido, su “núcleo” obrero, y luego en las masas? ¿No había, con la nueva política, tareas inmensas que garantizar? Para un gran número de estos militantes que se impacientaba por actuar, la cuestión era saber si el lugar de los que habían combatido por la plataforma estaba en Siberia y en Asia central, en el aislamiento y la impotencia del exilio, mientras que la batalla decisiva contra la derecha estaba librándose en Moscú. Como políticos que eran, soñaban con volver a la capital, donde se tomaban las decisiones, porque estimaban que su deber era el de apoyar al “centro” para eliminar a la “derecha” y volver así irreversible el “giro a izquierda”.
Esto era lo que pensaba Radek. El buró político, informado por la GPU, conocía su correspondencia y los puntos de vista que defendía. Pronto fue objeto de presiones directas, mientras la GPU se ocupaba de difundir los documentos que emanaban de él y de detener las cartas y resoluciones que lo condenaban. Esto era también lo que pensaba Preobrajensky, y había allí un hecho infinitamente más grave, porque no se trataba de un francotirador como Radek, sino de uno de los “jefes históricos” de la Oposición, que había sido su vocero en 1923 y en 1925-26 en el curso del “debate económico” contra Bujarin. Ahora bien, Preobrajensky, como economista, pensó la parte económica del programa de la Oposición: luego de haber sido el primero en preconizar “la acumulación socialista primitiva”, poco podía espantarse por las consecuencias político-sociales de una colectivización y de una industrialización que eran para él no sólo las piezas maestras del programa de la Oposición –del que pensaba que, en definitiva, era “reconocido” por los dirigentes y de este modo justificado a posteriori-, sino también las condiciones y las premisas de la regeneración del Partido.
A fines de marzo, los “tres” -Radek, Preobrajensky, Smilga- pusieron nuevos documentos en circulación. Eran las “tesis” de Omsk. Radek había dado un paso más porque, al mismo tiempo que criticaba la violencia verbal de Yaroslavsky en sus diatribas contra la Oposición, condenaba lo que llamaba “la colaboración de Trotsky con la prensa burguesa”. ¿Fue esta reculada la causa de las vacilaciones de Preobrajensky? Al día siguiente de un encuentro autorizado por la GPU con Ichtchenko, que seguía los pasos de Radek, Preobrajensky hizo saber que no daría un solo paso más con Radek y con Smilga hasta que las autoridades no hubieran restituido a los deportados la libertad total de reunión y de correspondencia a la que tenían derecho. En una carta que puso en circulación en abril, dirigida a todos los oposicionistas deportados, Preobrajensky se presentaba como un unificador de todos aquellos que se decían “conciliadores” y a los que el aparato buscaba convertir en “capituladores”. Muy lúcido, previó que los militantes que quisieran ser reintegrados a cualquier precio en el Partido deberían someterse a “métodos que no pueden aprobar” y que les harían llevar como una “pesada cruz” su nuevo carnet del Partido37.
Lo que Preobrajensky quería era negociar. Reclamaba a las autoridades el fin de la represión, el abandono de la aplicación del artículo 58 a los oposicionistas, la vuelta del exilio de Trotsky. Las autoridades estalinistas jugarían con sus aspiraciones. A fin de abril, fue autorizado a volver a Moscú por un tiempo y allí comenzó inmediatamente discusiones con Yaroslavsky y Ordjonikidzé, discusiones que Stalin pareció haber seguido muy de cerca. Ignoramos todo lo referente al desarrollo concreto, las presiones que se ejercieron sobre él, y sus retrocesos sucesivos. Sabemos solamente que en julio Smilga y Radek obtuvieron la autorización para dejar el exilio a cambio de una estadía en Moscú. Interrogado en la estación de Ichim por deportados miembros de la Oposición, Radek reveló su verdadero estado de ánimo y su real orientación: los llamó a “unirse al partido en peligro” y afirmó “no tener nada más en común con Trotsky”38.
Stalin no podía aceptar de ningún modo ninguna de las reivindicaciones inicialmente presentadas por Preobrajensky: para él, los antiguos oposicionistas no podían ser autorizados a decir que habían tenido razón y que el Partido se había equivocado en condenarlos. No obstante, jugó a fondo la carta de las supuestas negociaciones, porque ésta alimentaba las ilusiones de los oposicionistas más débiles, permitía aislar a Trotsky desterrado y hacer explotar a tiempo a la Oposición de Izquierda. La semilibertad acordada a Radek, Preobrajensky y Smilga, la difusión sistemática de sus cartas y documentos en los lugares de deportación se acompañaban de medidas que reforzaban el aislamiento material y psíquico de aquellos militantes irreductibles y prestos a denunciar a los capituladores.
Mal informado, el exilio bullía de rumores alarmistas. Destinado a los más sinceros o a los más cándidos de los indecisos, las autoridades jugaban con el miedo colectivo, con las convulsiones que amenazaban al campo, con el peligro “blanco” renaciente, con la reaparición de una situación general parecida a la que había prevalecido en la víspera de la insurrección de Kronstadt: todo tipo de argumentos a favor de una unión sagrada que sólo podría obtenerse al precio de concesiones de los dirigentes presentadas como menores. Para otros, se ponían de relieve las “grandiosas” perspectivas abiertas por la nueva política de transformación de la economía y de la sociedad, el “Octubre campesino” (la “tercera revolución”, escribiría más tarde Isaac Deutscher). Para los más débiles, finalmente, se jugaba con el interés material haciendo ver las posibilidades de reintegración en los puestos oficiales de aquellos que retomaran a tiempo el camino correcto.
La campaña fue bien llevada a cabo, y dio sus frutos. En junio de 1929, en una carta dirigida a Rakovsky e interceptada por la GPU, Solntsev describía el “pánico” en las filas de la Oposición en deportación e incluso la “descomposición” en sus filas ante lo que él llamaba la “traición inaudita” de la “comisión de los tres”. Otros veteranos se comprometieron a su vez en la peligrosa vía de las negociaciones sin darse cuenta aparentemente que ella no conducía más que a la capitulación. Fue el caso de Iván N. Smirnov, seguido por Beloborodov, S. V. Mratchkovsky y otros, que proclamaron la necesidad de “salvar la unidad de la Oposición” y se alistaron así dentro de la corriente dominante, lo que la descompondría un poco más39.
Fue finalmente el 13 de julio que la Pravda publicó la declaración de los tres, refrendada por cuatrocientos exiliados. Se trataba en realidad de una capitulación a secas, que condenaba no solamente las posiciones y la actividad de ese momento de la Oposición sino también sus posiciones pasadas, al mismo tiempo incluyendo la renuncia a las firmas de 1927 al pie de la plataforma. Este texto constituyó una victoria aplastante para Stalin: Radek, Preobrajensky y Smilga habían sido de los dirigentes más escuchados de la Oposición de Izquierda, y habían abandonado finalmente todas sus “reivindicaciones” para volverse simples aduladores, no sólo del curso “izquierdista” oficial, sino de la dirección en general.
Nos ha llegado un solo texto que informa sobre un debate en las filas de los “bolcheviques-leninistas” en libertad: el de Lev Z. Kopelev, que en ese entonces tenía diecisiete años y pertenecía desde hacía algunas semanas a la organización de Jarkov. Los oposicionistas mantuvieron una reunión clandestina en un bosque fuera de la ciudad y escucharon el informe del “camarada Alexandre, de Moscú” sobre “la situación actual y los problemas de la Oposición leninista”. Este último explicó que el CC había adoptado el programa de industrialización de la Oposición, que había terminado el peligro del kulak, que Stalin mismo había destruido las bases de su poder usurpado. Así evocaba Kopelev los argumentos de los que, como él, bregaban por el abandono de la actividad fraccional: “Lo esencial era construir fábricas y centrales eléctricas, reforzar el Ejército Rojo. Que Trotsky en el exilio se ocupe de la revolución mundial. Nosotros, en casa, debemos trabajar con el Partido y la clase obrera en lugar de agravar la escisión y socavar la autoridad del Comité Central y del Gobierno soviético”40.
En las filas de los deportados, las consecuencias de la capitulación de los tres fueron inmensas. Muchos creyeron que sus dirigentes habían ido a negociar a Moscú en nombre de todos y descubrieron leyendo la Pravda el nivel del desastre. Otros se precipitaron a imitarlos antes de que la puerta se cerrara definitivamente. Pero, sobre todo, la gran mayoría estaba profundamente desmoralizada -y fueron los escépticos quienes, uno tras otro, se alistaron para ser liberados-.
No obstante, la capitulación de los tres fue demasiado grosera como para no provocar algunas reacciones de rechazo. De este modo, I. N. Smirnov y los suyos condenaron lo que consideraban como una claudicación y retomaron en las negociaciones las reivindicaciones levantadas antes por Preobrajensky. Sobre todo, no faltaron en el exilio hombres dispuestos a pedir su reintegración al Partido sobre la base de la nueva política de “giro a la izquierda”, y a renunciar públicamente a toda actividad fraccional, pero que estaban lejos de renegar públicamente de sus ideas pasadas y presentes y mucho menos de efectuar un gesto de su parte que significaría la aprobación de la represión contra la Oposición, y en particular del exilio de Trotsky. Christian Rakovsky va a apostar a esto, buscando antes que nada frenarlos en la pendiente por la que corrían el riesgo de deslizarse con I. N. Smirnov, a pesar de todas sus buenas intenciones. Desde Saratov, donde él había discutido el texto con sus camaradas de deportación, Rakovsky envió finalmente el 22 de agosto una “declaración” refrendada además por V. V. Kossior y Mikhail N. Okudjava41 al Comité Central y a la comisión central de control.
En un tono muy moderado, con una forma cuidadosamente calculada, la declaración afirmaba la determinación de la Oposición de tomar todas sus responsabilidades en vista de la constitución de un frente único en el Partido contra el peligro de derecha. Se mantenía muy firme en la reivindicación de la liberación inmediata y de la reintegración a las filas del partido de los oposicionistas presos o deportados.
Se le reprocharía el hecho de no condenar claramente la teoría del “socialismo en un solo país”, de permanecer ambigua en las cuestiones fundamentales de la revolución internacional. Los que la criticaban diciendo que había girado a favor de los hombres que estaban emprendiendo la retirada, ¿medían la gravedad de la crisis que sacudía a la Oposición? La cuestión fue rápidamente resuelta en los hechos. Primero, en las colonias, donde circulaba al precio de grandes esfuerzos, la declaración reunió un número importante de deportados llenos de indignación por la “traición” de los tres: quinientas firmas en tres semanas, incluidas las de militantes prestigiosos como N. I. Muralov, V. S. Kasparova, K. E. Grunstein, L. S. Sosnovsky. La declaración les cortó los víveres a los conciliadores que se encaminaban hacia la capitulación, como I. N. Smirnov, demostrando “buena voluntad” y “espíritu unitario” frente a la mala fe de los acusadores. Finalmente, la capitulación de Smirnov, Boguslavsky, Mratchkovsky, Beloborodov y otros, en octubre, no tuvo el carácter infame de la de Radek y sus partidarios42: por otra parte, una nueva declaración aparecida el 4 de octubre marcó el realineamiento de la Oposición de Izquierda bajo la dirección de Rakovsky.
Es que la brutal desestimación a la demanda opuesta por el aparato a la declaración de agosto, los violentos ataques firmados por Yaroslavsky en la Pravda, las represalias feroces ejercidas contra Rakovsky, expulsado de Saratov y deportado en condiciones inhumanas a Barnaúl, contra Sosnovsky, enviado a la “cárcel de aislamiento” de Cheliabinsk, y finalmente a Tomsk -una verdadera tumba-, terminaron de convencer a los auténticos indecisos, a los conciliadores sinceros, a los ingenuos verdaderos: como lo escribiera Rakovsky en sus tesis de agosto, era la actitud frente a la Oposición de Izquierda, es decir al régimen del Partido, a su democracia interna, a la democracia obrera, lo que constituía la piedra de toque de la existencia de un verdadero “giro a izquierda” y lo que permitía descartar entonces una verdadera recomposición del Partido.
Cuando Trotsky colocó finalmente el 25 de septiembre su propia firma en la declaración de Rakovsky que acababa de recibir, pudo escribir que estaba de acuerdo con su contenido político, pero que ella pertenecía a un pasado ya caduco. Comentando los acontecimientos de los últimos meses sobre la base de la correspondencia de la URSS, Isaac Deutscher estimaba que el golpe dado a la Oposición había sido violento: de ocho mil miembros -es decir, dos veces más que en la época de su semilegalidad en el Partido en 1927- con los que contaba en deportación a principios de 1929, la Oposición habría caído a fines del mismo año a poco mas de mil partidarios solamente43. Trotsky escribía a sus camaradas que, aun cuando no quedaran mas que tres, lo esencial era que subsistieran la bandera, el programa, el futuro.
La crisis política de la Oposición terminó aunque los debates continuaban y algunas capitulaciones aisladas se agregaban a la larga lista de 1929. Luego de que Radek y sus camaradas trazaron una línea de humillación entre la Oposición y la fracción estalinista en el poder, Stalin trazaría una línea de sangre.