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Clásicos de León Trotsky online

«Kornilov» y los estalinistas en España

«Kornilov» y los estalinistas en España

Prinkipo, 20 septiembre 1932


Este artículo, fechado el 20 de septiembre de 1932, está escrito un mes y medio después del fracaso del pronunciamiento del general Sanjurjo, el antiguo jefe de la guardia civil bajo la monarquía, en Sevilla el 10 de agosto. Kornilov era el jefe militar que había intentado en septiembre. de 1917 derrocar por la fuerza el gobierno provisional de Kerensky, y cuya tentativa había sido rota por los trabajadores, en cuya primera fila estaba el partido bolchevique. T. 3452, B.O., n.º 31 noviembre 1932, p. 25‑28. Comunismo n.º 19, diciembre 1932, p. 11‑14.

 

Como en el pasado, Pravda se calla sobre Alemania. Pero, para compensar, ha insertado el 9 de septiembre un artículo sobre España, instructivo al más alto grado. Cierto que no arroja más que una luz indirecta sobre la revolución española, pero en revancha aclara de forma luminosa las convulsiones políticas de la burocracia estalinista.

Este artículo dice: «Después de la derrota de la huelga general de enero, los trotskystas (aquí, la sucesión de los insultos de ritual L.T.) afirmaron que la revolución estaba vencida, y que había llegado el período de los fracasos.» ¿Es cierto? Si hay en España revolucionarios que, en enero de este año, se preparaban para enterrar la revolución, no tienen ni pueden tener nada en común con la oposición de izquierda. Un revolucionario no puede reconocer que la revolución ha terminado más que cuando los índices objetivos no dejan ya duda. Sólo lamentables impresionistas, y no bolcheviques‑leninistas, pueden emitir pronósticos pesimistas sobre la única base del enfriamiento de los espíritus.[1]

En nuestro folleto La revolución española y los peligros que la amenazan hemos examinado la cuestión de la línea del desarrollo general de la revolución española y de sus posibles ritmos. La revolución rusa de 1917 tardó ocho meses en alcanzar su punto culminante. Pero no es obligatorio que la revolución española tenga lugar en tal plazo. La Gran Revolución francesa dio el poder a los jacobinos sólo al cabo de cuatro años. Una de las causas de la lentitud del desarrollo de la revolución francesa residía en que el propio partido jacobino se había constituido en el fuego de los acontecimientos. Son las mismas condiciones que en España: cuando la revolución republicana, el partido comunista estaba aún en mantillas. Por esta razón, entre otras, pensamos que la revolución española iba probablemente a desarrollarse a un ritmo lento a través de toda una serie de etapas, comprendida la etapa parlamentaria.

Recordábamos entonces que la órbita de la revolución conlleva altos y bajos. El arte de la dirección consiste, dicho sea de paso, en no lanzar la ofensiva en el momento en que la ola retrocede, y a no batirse en retirada en el momento del ascenso. Y para ello ante todo es necesario no confundir las oscilaciones de la «coyuntura » `particular con la órbita fundamental.

Después de la derrota de la huelga general de enero, era evidente que nos encontrábamos ante un reflujo temporal de la revolución en España. Sólo charlatanes y aventureros. pueden ignorar el reflujo. Pero hablar de liquidación de la revolución a propósito de un retroceso temporal, sólo pueden hacerlo cobardes y desertores. Los revolucionarios abandonan los últimos el campo de batalla. Quien entierra una revolución viva merece el pelotón de ejecución.

El retroceso y el estancamiento temporal de la revolución han dado un impulso a la contrarrevolución. Después de una derrota en una gran batalla, las masas se repliegan, se calman. Una dirección insuficientemente templada tiene a menudo tendencia a exagerar la amplitud de la derrota. Todo esto anima al ala extremista de la contrarrevolución. Tal es el mecanismo político de la tentativa monárquica del general Sanjurjo. Pero precisamente tal intervención en la arena del más mortal enemigo del pueblo despierta a la masa como un latigazo. No es raro que, en un caso semejante, la dirección revolucionaria sea cogida desprevenida.

«La rapidez y la facilidad con las que ha sido liquidada la tentativa. del general,[2] escribe Pravda, demuestran que las fuerzas de la revolución no están rotas. El ascenso revolucionario ha recibido un nuevo impulso de los acontecimientos del 10 de agosto.» Es completamente justo. Incluso se puede decir que es el único pasaje acertado de todo el artículo.

¿Se vio el partido comunista oficial cogido desprevenido por los acontecimientos? Si no se cree más que el testimonio de Pravda, se está obligado a responder afirmativamente. El artículo está titulado: «Los obreros derrotan al general.» Es bien evidente que, sin su intervención revolucionaria contra el golpe de estado monárquico, hubiera sido Zamora y no Sanjurjo quien hubiera estado obligado a marcharse al exilio. En otros términos, al precio de su heroísmo y de su sangre, los obreros han ayudado a la burguesía republicana a conservar el poder. Fingiendo no darse cuenta, Pravda escribe: «El partido comunista conducía la lucha (...) contra el golpe de estado de derecha de tal manera que no dio ni siquiera la sombra de un apoyo al gobierno contrarrevolucionario actual.» Lo que intenta hacer el partido comunista es un problema; pero por el momento se trata sólo del resultado de sus esfuerzos. El ala de los propietarios monárquicos ha intentado derrocar al ala republicana, aunque los republicanos hayan hecho todo lo posible por no discutir con ellos. Pero el proletariado ha entrado en la escena. «Los obreros derrotan al general.» Los monárquicos parten para el exilio y la burguesía republicana conserva el poder. ¿Cómo, en presencia de tales hechos, se puede pretender que el partido comunista no ha dado «la sombra de un apoyo al gobierno contrarrevolucionario actual»?

¿Se deduce de lo dicho anteriormente que el partido comunista debía lavarse las manos en el conflicto entre los monárquicos y la burguesía republicana? Tal política hubiera sido un suicidio, como lo demostró la experiencia de los comunistas búlgaros en 1924.[3] Interviniendo en un combate decisivo contra los monárquicos, los obreros españoles no podían rehusarse a ayudar momentáneamente a su enemigo, la burguesía republicana, más que en el caso en que hubieran sido suficientemente fuertes como para tomar ellos mismos el poder. En agosto de 1917, los bolcheviques eran mucho más fuertes que los comunistas españoles en agosto de 1932. Pero tampoco ellos tenían la posibilidad de conquistar por su propia cuenta el poder en el curso de la lucha contra Kornilov. Gracias a la victoria de los obreros sobre los kornilovistas, el gobierno de Kerensky duró dos meses más. Recordaremos una vez mas que batallones de marineros bolcheviques asegura­ban contra Kornilov la guardia del palacio de invierno de Kerensky.

El proletariado español se ha mostrado suficientemente fuerte para vencer el levantamiento de los generales, pero demasiado débil para tomar el poder. En estas condiciones, la heroica lucha de los obreros no podía no reforzar ‑provisionalmente por lo menos‑ al gobierno republicano. Sólo los sujetos sin nada en la sesera, que sustituyen el análisis por frases estereotipadas, pueden negarlo.

La desgracia de la burocracia estalinista es que no ve mejor en España que en Alemania las contradicciones reales que existen en el interior del campo enemigo, es decir, las clases vivas y su conflicto. El «fascista» primo de Rivera es reemplazado por el «fascista» Zamora, aliado a los «socialfascistas»... No es de extrañar que con tales teorías la intervención de las masas en el conflicto entre los monárquicos y los republicanos hayan cogido a los estalinistas de imprevisto. Reaccionando según su justo instinto, las masas se lanzaron a la lucha, arrastrando con ellas a los comunistas. Después de la victoria de los obreros sobre los generales, Pravda se ha puesto a amontonar los restos de su teoría para volver a pegar sus pedazos, como si no hubiera pasado nada. Esa es la significación esencial de la estúpida fanfarronada según la cual el partido comunista no habría dado, parece, «la sombra de un apoyo» al gobierno burgués.

En realidad, no sólo el partido comunista ha dado al gobierno un apoyo objetivo,[4] sino, como se puede uno dar cuenta leyendo este mismo artículo, no ha sido capaz de diferenciarse subjetivamente de él. En efecto, leemos: «No se ha conseguido en todas las células ni en todas las organizaciones provinciales mostrar suficientemente el rostro del partido comunista y oponerse a las maniobras de los socialfascistas y de los republicanos, demostrando así que el partido lucha no sólo contra los monárquicos, sino también contra el gobierno "republicano" que encubre a los monárquicos». Toda la literatura estalinista permite comprender lo que eventualmente significan expresiones como «no en todas las células»P «no en todas las organizaciones». Están ahí para disimular la cobardía del proceso del pensamiento. Cuando, el 15 de febrero, Stalin admitió por primera vez que el kulak no era una invención de la oposición de izquierda, escribió en Pravda: «En algunos distritos, en algunas provincias», el kulak ha levantado la cabeza. Puesto que los errores sólo son debidos a los ejecutores, no pueden evidentemente aparecer más que en la suma de sus grupos en las diferentes provincias.
En realidad, si se limpia de la mentalidad de trampeo burocrático que la impregna, la cita que acabamos de reproducir significa que, en la lucha contra los monárquicos, el partido no supo «mostrar su rostro». No supo oponerse a los «social‑fascistas» y a los republicanos. En otros términos, no sólo el partido ha dado un apoyo militar temporal al gobierno burgués y socialdemócrata, sino que además no ha sabido reforzarse a su costa en el curso de la, lucha.

La debilidad del partido comunista ‑que es el resultado de la política de los epígonos de la Internacional comunista‑ no ha permitido al proletariado adelantar la mano hacia el poder el 10 de agosto de 1932. Al mismo tiempo, se, ha visto obligado a tomar parte, y ha participado en. la lucha en calidad de ala izquierda del frente general temporal en cuya ala derecha se encontraba la burguesía republicana. La coalición en el poder, ella si, no olvidó ni por un instante mostrar su propia «cara», frenando la lucha, maniatando a las masas, e, inmediatamente después de la victoria sobre los generales, ha pasado a la lucha contra los comunistas. Por lo que se refiere a los estalinistas españoles, si se cree el testimonio de los estalinistas rusos, no han sido capaces de demostrar que «el partido lucha no sólo contra los monárquicos, sino también contra el gobierno «republicano».[5]

Ahí está el nudo de la cuestión. En vísperas de estos acontecimientos, el partido embadurnaba a todos los enemigos con el mismo negro de humo. En el paroxismo de la lucha, él mismo se ha pintarrajeado con los colores del enemigo y temporalmente perdido en el frente de los republicanos y socialdemócratas. Sólo puede extrañarse de ello quien no ha comprendido el origen del centrismo burocrático. En teoría (si está permitido emplear aquí esta palabra) se asegura contra las desviaciones oportunistas rechazando de forma general efectuar cualquier diferenciación política o de clase: Hoover, Papen, Vandervelde, Gandhi, Racovsky[6] todos son «contrarrevolucionarios», «fascistas», «agentes del imperialismo». Pero todo vuelco brusco en el curso de los acontecimientos, todo nuevo peligro, obliga en la práctica a los estalinistas a luchar contra uno de estos enemigos y a arrodillarse ante los otros «contrarrevolucionarios» o «fascistas».

Ante el peligro de guerra, los estalinistas votan en Amsterdam [7] una resolución diplomática, prudente e inconsistente, del general von Schoenaich, de los francmasones franceses y del burgués hindú Patel para quien Gandhi encarna el summum del ideal. En el Reichstag alemán, los comunistas declaran súbitamente que están dispuestos a votar por el presidente «socialfascista», a fin de impedir la elección de un presidente nacional‑socialista, es decir que se colocan completamente en el terreno del «mal menor». En España, en el minuto del peligro, se muestran incapaces de oponerse a la burguesía republicana. ¿No es evidente que nos enfrentamos aquí, no a faltas ocasionales, sino al vicio orgánico del centrismo burocrático?

La intervención de las masas obreras en el conflicto entre los dos campos de explotadores ha dado un serio impulso a la revolución española. El gobierno Azaña se ha visto obligado a decretar la confiscación de las tierras de la nobleza española, medida de la que, algunas semanas antes, estaba tan alejado como de la Vía láctea[8]. Si el partido comunista hubiera notado las diferencias entre las clases reales y sus grupos politices, si hubiera previsto el curso real de los acontecimientos, si hubiera criticado y desenmascarado a sus enemigos sobre la base de sus faltas y de sus crímenes reales, entonces las masas habrían visto en la nueva reforma agraria del gobierno Azaña el resultado de la política del partido comunista y se habrían dicho: «Hay que marchar adelante con más energía bajo su dirección.»

Si el partido comunista alemán se comprometía clara y firmemente en el camino del frente único al que le llama el conjunto de la situación, y si criticara a los social‑demócratas, no por su «fascismo», sino por su debilidad, sus dudas, su cobardía en la lucha contra el bonapartismo y el fascismo, entonces las masas aprenderían algo a través de la lucha en común y a través estas críticas, y se alinearían más claramente detrás del partido comunista.

Con la política actual de la Internacional comunista, las masas se convencen a cada nuevo giro de la situación, no sólo de que sus enemigos y adversarios de clase no hacen lo que los comunistas habían predicho que harían, sino además que en el instante decisivo el propio partido comunista da la espalda a todo lo que él mismo había enseñado. Es por lo que la confianza en el partido comunista no aumenta. Es por lo que también aparece en parte el riesgo de que la reforma agraria «a medias» de Azaña no aproveche más que a la burguesía, y no al proletariado.

En condiciones favorables, excepcionalmente propicias, la clase obrera puede vencer a pesar de una mala dirección. Pero condiciones particularmente favorables no se encuentran más que raramente. El proletariado debe aprender a vencer en condiciones poco favorables. Además, como lo atestigua la experiencia de todos los países y la de cada mes lo confirma, la dirección de la burocracia estalinista impide al comunismo utilizar estas condiciones favorables, reforzar sus filas, maniobrar tomando la iniciativa, distinguir entre los grupos enemigos o semienemigos y las fuerzas aliadas. En otros términos, la burocracia estalinista se ha convertido en el freno interno más poderoso en el camino de la victoria de la revolución proletaria.



[1] Nada en los artículos de Comunismo da un fundamento a las afirmaciones de Pravda. Todos los militantes habían podido, sin embargo, constatar un reflujo del movimiento después de la derrota de la huelga general de enero en Cataluña. Comparar este párrafo del artículo de Trostky con la carta a Andrés Nin fechada el 14 de noviembre (ver cap. siguiente) es interesante: ¿no se pregunta Trotsky si, efectivamente, Nin está reaccionando como un «lamentable impresionista»?

[2] Los trabajadores de Sevilla, a iniciativa de la C.N.T., habían respondido inmediatamente con la huelga general a la proclamación por el general Sanjurjo del estado de guerra; hubo algunos combates en Sevilla y manifestaciones en Madrid

[3] En 1923, a los comunistas búlgaros les había parecido que debían permanecer neutros cuando la derecha, bajo Tsankov, desencadenó un golpe de estado contra el gobierno del líder campesino Stambulisky; algunos meses después, el gobierno Tsankov había liquidado al P.C. búlgaro.

[4] La dirección del P.C. español había lanzado la consigna de «Defensa de la República». La Internacional comunista iba a condenar esta actitud como «oportunistas».

[5] Los principales dirigentes del P.C. español, el secretario general José Bullejos, Victor Adame, Trilla y Vega, iban a servir de chivos expiatorios por estas desviaciones «sectario‑oportunistas». Excluidos del buró político el 19 de agosto, lo serían del partido durante una reunión del ejecutivo. El equipo de José Díaz y Dolores Ibárruri (La Pasionaria) era entronizado en su lugar.

[6] Hoover es. el presidente «republicano» de los Estados Unidos, von Papen el canciller del Reich, representante de la nobleza y de la gran industria, antecesor del nazismo, Vandervalde el jefe del partido obrero belga, Gandhi el apóstol del nacionalismo hindú y Christian Racovsky el principal representante, en la U.R.S.S. donde está deportado, de la oposición de izquierda.

[7] La idea de un «Congreso mundial contra la guerra» había sido lanzada el 26 de junio de 1932 por un llamamiento de Henri Barbusse y Romain Rolland. El «comité de iniciativa» constituido por su organización reunía a intelectuales mundialmente conocidos, como Máximo Gorki, Eínstein, Henrich Mann y John Dos Passos. El congreso se habla celebrado en agosto en Amsterdam, con el apoyo activo del aparato de la I.C. y había adoptado posiciones claramente «pacifistas».

[8] El historiador Gabriel Jackson escribe a este respecto: «El levantamiento de Sanjurjo renovó los impulsos jacobinos y revolucionarios en las Cortes y proporcionó una justificación para la confiscación de vastos dominios pertenecientes a los grandes de España, clase social y moralmente comprometida en el pronunciamiento derrotado». (La república española y la guerra civil, p. 79.)



Escritos sobre España - Tomo I y II