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Clásicos de León Trotsky online

III: La cuestión china después del VI Congreso

III: La cuestión china después del VI Congreso

 


Las lecciones y los problemas de la estrategia y la táctica de la revolución china constituyen actualmente la mejor de las enseñanzas para el proletariado internacional. La experiencia adquirida en
1917 ha sido modificada, desfigurada, falsificada, hasta hacerla irreconocible, por los epígonos que han llevado al poder las derrotas sucesivas de la clase obrera mundial. La revolución china ha verificado por reducción al absurdo la política bolchevique. La estrategia de la Internacional Comunista en China fue un gigantesco juego de “gana quien pierde”. Hay que utilizar la antítesis china, oponerla a la experiencia de Octubre para hacer aprender el alfabeto del bolchevismo a la joven generación de revolucionarios. Por sí misma, China tiene una importancia mundial. Pero lo que pasa dentro de ese país decide no solamente su suerte, sino también el destino mismo de la Internacional Comunista, en el pleno sentido de la palabra. Lejos de sacar un balance correcto y de aportar alguna claridad, el VI Congreso ha consagrado los errores cometidos y los ha completado con un nuevo embrollo, colocando al Partido Comunista chino en una situación inextricable para largos años. Los rayos burocráticos de la excomunión, evidentemente, no nos harán callar cuando está en juego la suerte de la revolución internacional. Quienes nos excomulgan son los responsables directos de las derrotas sufridas: por eso temen a la luz.

***
A lo largo de los cinco últimos años, ningún partido ha sufrido tan cruelmente el oportunismo de la dirección de
la Internacional Comunista como el Partido Comunista chino. En China hemos tenido un ejemplo perfecto (y que, precisamente por esta razón, llevó a la catástrofe) de la aplicación de la política menchevique a una época revolucionaria. Además, el menchevismo disponía del monopolio, puesto que la autoridad de la Internacional Comunista y el aparato material del poder de los soviets lo protegían de la crítica bolchevique. Tal concurso de circunstancias es único en su género. Ha permitido que una revolución a la que se le presentaba el mejor porvenir haya sido confiscada por la burguesía china, ha permitido el reforzamiento de la burguesía cuando, según todos los datos, ésta no podía esperarlo. Incluso hoy mismo, los errores del oportunismo no han sido reparados. Todo el desarrollo de los debates del Congreso, los informes de Bujarin y de Kuusinen, las intervenciones de los comunistas chinos, todo esto demuestra que la política seguida por la dirección en China era y es todavía errónea. Partiendo del oportunismo abierto, bajo la forma de colaboracionismo (1924-1927), ha hecho a finales de 1927 un zigzag brusco y se lanza a las aventuras. Después de la insurrección de Cantón, rechaza el putschismo y pasa a una tercera fase, la más estéril, intentando combinar las viejas tendencias oportunistas con un radicalismo impotente, de pura forma, que durante cierto período se llamó entre nosotros “ultimatismo” y “oztovismo”, la peor variedad de ultraizquierdismo.

Todo comunista chino no puede avanzar ahora ni un solo paso sin haber valorado previamente en su justa medida la dirección oportunista que condujo a una aplastante derrota en las tres etapas (Shangai, U-Tchang y Cantón), y sin haber medido plenamente la inmensa ruptura provocada por estas derrotas en la situación social y política, interior e internacional de China.

Los debates del Congreso han mostrado qué ilusiones burdas y peligrosas subsisten todavía en la concepción de los dirigentes comunistas chinos. Para defender la insurrección de Cantón, uno de los delegados chinos se refirió al hecho de que, después de la derrota sufrida en esta ciudad, los efectivos del partido no hubieran bajado sino aumentado. Incluso aquí, a miles de kilómetros del teatro de los acontecimientos revolucionarios, parece increíble que una información tan monstruosa haya podido ser presentada a un Congreso mundial sin suscitar una refutación indignada. Sin embargo, nos enteramos, gracias a las observaciones presentadas por otro delegado sobre otro punto, de que si el Partido Comunista chino ha ganado (¿por mucho tiempo?) decenas de millares de nuevos miembros entre los campesinos, en cambio ha perdido a la mayoría de sus obreros. Este es un proceso amenazante, que marca sin posibilidad de error cierta fase del declive del Partido Comunista chino, que los comunistas chinos describían en el Congreso como un signo de crecimiento, de progresión. Cuando la revolución ha sido batida en las ciudades y los centros más importantes del movimiento obrero y campesino, hay y habrá siempre, sobre todo en un inmenso país como China, regiones frescas, precisamente porque son atrasadas, que contengan fuerzas revolucionarias intactas. En la periferia lejana, los sobresaltos de la oleada revolucionaria durarán mucho tiempo todavía. Sin tener datos directos sobre la situación de las regiones chinas y musulmanas del suroeste, no se puede hablar con precisión de la probabilidad de una fermentación revolucionaria, en esos lugares, en un período próximo. Pero todo el pasado de China hace posible esta eventualidad. Es absolutamente evidente que este movimiento no será más que un eco tardío de las batallas de Shangai, Hankow y Cantón. Después de la derrota decisiva sufrida por la revolución en las ciudades, el partido puede todavía, durante algún tiempo, encontrar decenas de millares de nuevos miembros en el campesinado que despierta. Esto es importante, porque es el signo precursor de las grandiosas posibilidades que encierra el porvenir. Pero, en el período actual, no es más que una forma de la disolución y la liquidación del Partido Comunista chino, que al perder su núcleo proletario no responde ya a su destino histórico.

Una época de declive revolucionario, por su misma esencia, está llena de amenazas para un partido revolucionario. Engels, en 1852, decía que un partido revolucionario que deja escapar una situación revolucionaria o que sufre una derrota decisiva durante ésta, desaparece inevitablemente de la historia durante un cierto período de la misma. La contrarrevolución afecta tanto más cruelmente a un partido revolucionario cuando el aplastamiento de la revolución ha sido causado no por una relación de fuerzas desfavorable, sino por errores evidentes, indiscutibles de la dirección (como fue precisamente el caso en China). Añádase a esto la juventud del Partido Comunista chino, la ausencia de cuadros fuertemente templados y de tradiciones sólidas; añádanse también los cambios efectuados a la ligera en la dirección, que, allí como en todas partes, fue considerada como gerente responsable y hubo de expiar los errores de la Internacional Comunista. Todo este conjunto, creado para el Partido Comunista chino, de condiciones verdaderamente fatales para la época contrarrevolucionaria, cuya duración no puede ser prevista.

Sólo planteando clara y valientemente todas las cuestiones fundamentales, las de ayer y las de hoy, se le puede evitar la suerte evocada por Engels (liquidación política durante determinado período).

Hemos examinado la dinámica de clase de la revolución china en un capítulo especial de la crítica a la que hemos sometido las tesis fundamentales del proyecto de programa de la Internacional Comunista. Hoy no vemos la necesidad de añadir nada a ese capítulo, y mucho menos para hacer ninguna modificación en él. Hemos llegado a la conclusión que el desarrollo ulterior de la revolución china sólo puede efectuarse por medio de la lucha del proletariado chino, arrastrando a cientos de millones de campesinos pobres a la conquista del poder. La solución de los problemas fundamentales, burgueses y democráticos, conduce necesariamente en China a la dictadura del proletariado. Oponer a la dictadura del proletariado la dictadura democrática de los obreros y los campesinos sería una tentativa reaccionaria de hacer volver atrás la situación, a etapas que datan de la coalición del Kuomintang. Este diagnóstico político general determina la línea estratégica de la etapa siguiente, o, más exactamente, de la tercera revolución china; no anula, sin embargo, los problemas de táctica de hoy y de mañana.

1.- La revolución permanente y la insurrección de Cantón
En noviembre de 1927, el Pleno del Comité Central del Partido Comunista chino constataba:

“Las circunstancias objetivas que existen actualmente en China son tales que la duración de la situación directamente revolucionaria se medirá no en semanas o en meses, sino en largo años. La revolución china tiene un carácter duradero, no se ha detenido. Por su carácter constituye lo que Marx llamaba una “revolución permanente”.”

¿Es esto cierto? Si se comprende bien esta afirmación, es cierta. Pero hay que comprenderla desde la óptica de Marx, y no a la de Lominadzé. Bujarin, que desenmascaró a este último por la utilización que hacía de esta fórmula, no está más cerca de Marx que él. Toda verdadera revolución, en una sociedad capitalista, sobretodo en un gran país y más en particular hoy en día, en la época imperialista, tiende a transformarse en revolución permanente, es decir, a no detenerse en las etapas alcanzadas, a no limitarse a los marco nacionales, sino a extenderse y profundizarse hasta la transformación total de la sociedad, hasta la abolición definitiva de las diferencias de clase y, por tanto, hasta la supresión completa y final de la posibilidad misma de una nueva revolución. Es en esto en lo que consiste la concepción marxista de la revolución proletaria, que se distingue por ello de la revolución burguesa, limitada ésta por su marco nacional y por sus objetivos específicos. La revolución china tiende a convertirse en permanente en la medida en que encierra la posibilidad de la conquista del poder por el proletariado. Hablar de revolución permanente sin hablar de esta posibilidad y sin contar con ella es hablar para no decir nada. Sólo el proletariado, después de haberse apropiado del poder del estado y de haberlo transformado en instrumento de lucha contra todas las forma de opresión y explotación, tanto dentro del país como más allá de sus fronteras, asegura a la revolución un carácter continuo y la lleva hasta la edificación de la sociedad socialista integral. La condición necesaria de esta edificación es, por tanto, una política que prepare al proletariado para tomar el poder en el momento oportuno. Lominadzé ha hecho de la posibilidad de un desarrollo permanente de la revolución (a condición de que la política comunista sea correcta) una fórmula escolástica que garantiza de una sola vez y definitivamente una situación revolucionaria “para largos años”. La permanencia de la revolución se convierte así en una ley situada por encima de la historia, independiente de la política de la dirección y del desarrollo material de los acontecimientos revolucionarios. Como siempre sucede en casos similares, Lominadzé y compañía se decidieron a proclamar su fórmula metafísica en cuanto al carácter permanente de la revolución cuando la dirección política de Stalin, Bujarin, Tchen Du-Siu y Tan Pin-Sian habían saboteado completamente la situación revolucionaria.

Después de haber asegurado así la continuidad de la revolución para largos años, el Pleno del Comité Central del Partido Comunista chino, liberado de toda especie de dudas, deducía de esta fórmula que las condiciones eran favorables a la insurrección:

“No solamente la fuerza del movimiento revolucionario de las masas trabajadoras de China no se ha agotado todavía, sino que únicamente ahora empieza a manifestarse por una progresión nueva de la lucha revolucionaria. Estos hechos obligan al Pleno del Comité Central del Partido Comunista de China a reconocer que existe actualmente [noviembre de 1927] en toda China una situación directamente revolucionaria.”

La insurrección de Cantón fue la consecuencia inevitable de esta apreciación. Si la situación hubiera sido verdaderamente revolucionaria, la derrota de Cantón sólo habría constituido un episodio particular, y, en todo caso, esta sublevación no habría aparecido como una aventura. A pesar de las condiciones desfavorables en el mismo Cantón, la dirección habría tenido el deber de desencadenar muy rápidamente la insurrección, con el fin de dispersar y debilitar así las fuerzas del enemigo y facilitar la sublevación en otras partes del país.

Sin embargo, varios meses más tarde (y no “largos años”) tuvo que confesar que la situación política se había deteriorado bruscamente, y a partir de la insurrección de Cantón. Ya las campañas de Ho- Lun y de Ye-Tin se desarrollaban en un momento de reflujo revolucionario: los obreros se separaban de la revolución y las tendencias centrífugas se reforzaban. Esto no está en absoluto en contradicción con la existencia de movimientos campesinos en diversas provincias. Siempre ocurre así.

¡Que los comunistas chinos se pregunten, pues, ahora, si se habrían atrevido a decidir para diciembre la insurrección de Cantón de haber sabido que, para dicho período, estaban agotadas las fuerzas principales de la revolución y había comenzado el gran declive! Está claro que si hubiesen comprendido en el momento oportuno este cambio radical de la situación, en ningún caso habrían llamado a la insurrección de Cantón. La única forma de explicar la política de la dirección que ha decidido y realizado esta revuelta es que no había comprendido el sentido y las consecuencias de las derrotas de Shangai y Hupé. No puede haber ninguna otra interpretación. Pero la incomprensión puede servir mucho menos de excusa a la dirección de la Internacional Comunista si se tiene en cuenta que la Oposición había advertido, en el momento oportuno, del cambio de la situación y los nuevos peligros. Los tontos y los calumniadores la habían acusado por ello de derrotismo.

La resolución del VI Congreso confirma que la resistencia insuficientemente opuesta a las “disposiciones putschistas” trajo como consecuencia las sublevaciones infructíferas de Hunan, Hupé, etc. ¿Qué hay que entender por “disposiciones putschistas”? Conforme a las directrices de Stalin y Bujarin, los comunistas chinos creían que la situación en China era directamente revolucionaria y que los movimientos parciales tenían todas las posibilidades de ampliarse hasta convertirse en una insurrección general. De esta forma, el desencadenamiento de estos golpes de mano era el resultado de una valoración errónea de las circunstancias en las que se encontraba China hacia el segundo semestre de 1927, inmediatamente después de las derrotas sufridas.

En Moscú se podía hablar mucho de la “situación directamente revolucionaria”, acusar a los oposicionistas de derrotismo, con sólo inmunizarse contra el porvenir (sobre todo después de Cantón) por medio de reservas a propósito del “putschismo”. Pero en el teatro de los acontecimientos, en la misma China, todo revolucionario honesto tenía el deber de hacer, en la medida de sus fuerzas, todo lo que pudiera para acelerar la sublevación, ya que la Internacional Comunista había declarado que la situación general era propicia para una insurrección a escala nacional. Así manifiesta el régimen de duplicidad su carácter abiertamente criminal. Al mismo tiempo, la resolución del Congreso dice:

“El Congreso considera que es absolutamente inexacto considerar la insurrección de Cantón como un putsch. Fue una heroica batalla de retaguardia [¡!] del proletariado chino en el curso del período de la revolución china que acaba de transcurrir; a pesar de los errores de la dirección, este levantamiento permanecerá, para la nueva etapa soviética de la revolución, como un estandarte.”

Aquí, la confusión alcanza su cenit. Se subraya el heroísmo del proletariado de Cantón, se hace de él un biombo para ocultar los errores de la dirección, no la de Cantón (que la resolución abandona completamente), sino la de Moscú, que, todavía la víspera, lejos de hablar de una “batalla de retaguardia”, hablaba de derrocamiento del gobierno del Kuomintang. ¿Por qué, después de la experiencia de Cantón, el llamamiento a la insurrección es denunciado como putschismo? Porque esta experiencia confirma la inoportunidad del levantamiento. La dirección de la Internacional Comunista necesitaba una nueva lección, dada por el ejemplo, para descubrir lo que ya aparecía claramente sin necesidad de la misma. Pero estas lecciones complementarias para retrasados mentales, dadas así en vivo, ¿no cuestan demasiado caras al proletariado?

Lominadzé (uno de los niños prodigio de la estrategia revolucionaria) juraba en el XV Congreso del Partido Comunista de la URSS que la insurrección de Cantón era necesaria, justa y saludable, precisamente porque inauguraba una era de lucha directa de los obreros y los campesinos por la conquista del poder. Se estuvo de acuerdo con él. En el VI Congreso, Lominadzé ha reconocido que la insurrección no inauguraba una era triunfal, sino que clausuraba una era de derrotas. A pesar de ello, se continúa considerando este levantamiento como necesario, justo y saludable. Simplemente se le ha cambiado el nombre: de un choque entre las vanguardias de las fuerzas en presencia, ha pasado a ser una “batalla de retaguardia”. Todo lo demás continúa igual. El intento que se ha hecho de escapar a la crítica de la Oposición camuflándose detrás del heroísmo de los obreros de Cantón tiene tanto peso como, por ejemplo, el del general Rennenkampf intentando pavonearse con el heroísmo de los soldados rusos que él ahogó, con su estrategia, en los pantanos mazurianos. Los proletarios de Cantón son culpables, sin haber cometido ningún error, simplemente por exceso de confianza en su dirección. La dirección de Cantón es culpable de haber tenido una confianza ciega en la política con el espíritu de aventura.

Es radicalmente erróneo comparar la insurrección de Cantón de 1927 con la de Moscú en 1905. Durante el año 1905, el proletariado ruso avanzó paso a paso, arrancando concesiones al enemigo y sembrando la descomposición en sus filas, reuniendo siempre alrededor de su vanguardia una parte cada vez más importante de las masas populares. La huelga de octubre de 1905 fue una victoria inmensa cuya significación histórica fue mundial. El proletariado ruso tenía su propio partido, que no estaba supeditado a ninguna disciplina burguesa o pequeño burguesa. El valor propio, la intransigencia, el espíritu ofensivo del partido aumentaban en cada nueva etapa.

El proletariado ruso había creado soviets en decenas de ciudades, y no en la víspera de la revuelta, sino en el curso del proceso de una lucha de masas por medio de la huelga. A través de estos soviets, el partido estableció una ligazón con las amplias masas, controló su espíritu revolucionario y las movilizó. Viendo que cada día modificaba la correlación de fuerzas a favor de la revolución, el gobierno zarista pasó a la contraofensiva, e impidió así a la dirección revolucionaria disponer de todo el tiempo necesario para movilizar todas sus fuerzas. Bajo tales condiciones, la dirección revolucionaria debía poner todo en marcha para verificar en la práctica el estado de espíritu del último factor decisivo: el ejército. Ese fue el sentido de la insurrección de diciembre de 1905.

En China, los acontecimientos se desarrollaron de un modo directamente contrario. La política estalinista del Partido Comunista chino consistió en una serie de capitulaciones ante la burguesía, acostumbró a la vanguardia obrera a soportar el yugo del Kuomintang. En marzo de 1926, el partido capituló ante Chiang Kai-Chek, cuya posición consolidó debilitando la suya propia; comprometió la bandera del marxismo y se transformó en un instrumento secundario de la dirección burguesa. El partido sofocó el movimiento agrario y las huelgas obreras, aplicando las directrices del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista sobre el bloque de las cuatro clases. El partido renunció a la organización de los soviets para no complicar, en la retaguardia, la situación de los generales chinos; de tal forma, entregó a Chiang Kai-Chek, atados de pies y manos, a los obreros de Shangai. Después del aplastamiento de Shangai, de acuerdo con las directrices del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, el partido depositó todas sus esperanzas en el Kuomintang de izquierda, pretendido “centro de la revolución agraria”. Los comunistas entraron en el gobierno de U-Tchang, que reprimió la huelga y los levantamientos campesinos: preparaban así una nueva y más cruel destrucción de las masas revolucionarias. Después fue lanzada una directriz absolutamente aventurista, ordenando una orientación urgente hacia la insurrección. Ese es el origen, primeramente, de la aventura de Ho-Lun y de Yé-Tin, y posteriormente de aquella otra, mucho más dolorosa todavía, que fue el levantamiento de Cantón.

No, todo esto no es en absoluto comparable a la insurrección de diciembre de 1905.

Si un oportunista llama a los acontecimientos de Cantón una aventura, es porque fue una insurrección. Si un bolchevique utiliza para esos hechos la misma denominación, es porque fue una insurrección inoportuna. No en vano un proverbio alemán afirma que cuando dos hombres dicen la misma cosa, eso no significa la misma cosa.

Los funcionarios estilo Thaelmann pueden, a propósito de la revolución china, continuar hablando a los comunistas alemanes de la “apostasía” de la Oposición. Nosotros enseñaremos a los comunistas de Alemania a darle la espalda a los Thaelmann. En efecto, la apreciación llevada a cabo sobre la insurrección de Cantón plantea la cuestión de las lecciones del III Congreso, de un asunto en el que el proletariado alemán se jugó la cabeza.

En marzo de 1921 el Partido Comunista alemán intentó una insurrección, apoyándose sobre una minoría agitada del proletariado, mientras que la mayoría, fatigada, transformada en desconfiada por las derrotas anteriores, permanecía pasiva. Los que, en aquella época, dirigieron este intento se esforzaron también en hacerse apreciar por el heroísmo de los obreros en los combates de marzo. Sin embargo, el III Congreso, lejos de felicitarles por esta empresa, condenó su espíritu de aventura. ¿Cuál fue entonces nuestra valoración de los acontecimientos de marzo? “Su esencia [escribíamos] se resume en que el joven Partido Comunista, horrorizado por un declive patente en el movimiento obrero, hizo un intento desesperado de aprovecharse de la intervención de uno de los destacamentos más activos del proletariado, para “electrizar” a la clase obrera y llevar las cosas, si era posible, hasta una batalla decisiva” (L. Trotsky, Los cinco primeros años de la Internacional Comunista, página 333, edición francesa). Thaelmann no ha comprendido nada de todo esto.

Desde julio de 1923 habíamos exigido que se fijase la fecha de la insurrección en Alemania, con gran asombro de Clara Zetkin, Warsky y otros viejos socialdemócratas, muy venerables pero incorregibles. Pero, a comienzos de 1924, cuando Clara Zetkin declaró que en aquel momento veía la eventualidad de un levantamiento con mucho “más optimismo” que el año anterior, no podíamos hacer otra cosa que encoger los hombros.

“Una verdad elemental del marxismo dice que la táctica del proletariado socialista no puede ser la misma en una situación revolucionaria que cuando ésta no existe.” (Lenin, Obras, vol. XV, página 499, edición francesa)

Este ABC es admitido verbalmente por todo el mundo hoy en día, pero está muy lejos de ser aplicado en realidad.

La cuestión no es saber lo que los comunistas deben hacer cuando las masas se levantan por sí mismas. Esa es una cuestión especial. Cuando las masas se levantan, los comunistas deben estar con ellas, deben organizarlas e instruirlas. Pero el problema se plantea de otra forma: ¿Qué es lo que la dirección ha hecho y qué es lo que tenía que hacer durante las semanas y los meses que precedieron a la insurrección de Cantón? La dirección tenía el deber de explicar a los obreros revolucionarios que, después de las derrotas sufridas como consecuencia de una política errónea, la correlación de fuerzas había cambiado completamente a favor de la burguesía. Trastornadas por el choque, enormes masas obreras, que habían librado inmensos combates, abandonaban el campo de batalla. Es absurdo pensar que se pueda marchar hacia una insurrección campesina cuando las masas proletarias se retiran. Entonces es necesario agruparse, librar combates defensivos, evitando la batalla general (presentándose ésta, visiblemente, sin esperanzas). Si a pesar de un trabajo así de esclarecimiento y de educación, despreciando estas explicaciones, las masas de Cantón se hubiesen sublevado (lo que era poco probable), los comunistas deberían haberse puesto a su cabeza. Pero lo que ocurrió fue justamente lo contrario. La insurrección fue ordenada de antemano, a sabiendas y premeditadamente, a partir de una estimación incorrecta de toda la situación. Un destacamento del proletariado fue arrastrado a una lucha manifiestamente sin esperanzas, que permitió al enemigo aniquilar más fácilmente a la vanguardia de la clase obrera. No decirlo abiertamente es engañar a los obreros chinos y preparar nuevas derrotas. El VI Congreso no lo ha dicho.

¿Significan estas críticas que la insurrección de Cantón fuera solamente una aventura, y llevan a una única conclusión, a saber, que la dirección fue completamente incapaz? No, no es ese su sentido. La insurrección de Cantón ha mostrado que, incluso en una ciudad no industrializada, con las viejas tradiciones pequeño burguesas del sun-yat-senismo, el proletariado se ha revelado capaz de ir a la insurrección, combatir con valentía y conquistar el poder. Este hecho tiene una importancia enorme. Prueba una vez más cuán grande es el papel histórico que puede ejercer la clase obrera, incluso si es relativamente débil numéricamente, en un país históricamente atrasado y en el que la mayoría de la población se compone de campesinos y de pequeños burgueses dispersos. El acontecimiento, una vez más después de 1905 y 1917, ha desmentido completamente a los filisteos estilo Kuusinen, Martinov y compañía, que predican que no se puede soñar con la dictadura del proletariado en la China “agraria”. Y, sin embargo, los Martinov y los Kuusinen son actualmente los inspiradores cotidianos de la Internacional Comunista.

La insurrección de Cantón ha mostrado al mismo tiempo que, en el momento decisivo, el proletariado no ha podido encontrar, incluso en la capital pequeño burguesa del sun-yat-senismo, un solo aliado político, ni tan siquiera entre los residuos del Kuomintang de izquierda o de ultra-izquierda. Esto significa que la tarea vital que consiste en realizar la alianza entre los obreros y los campesinos pobres incumbe directa y exclusivamente, en China, al Partido Comunista. Su cumplimiento es una de las condiciones del triunfo de la tercera revolución china, cuya victoria dará el poder a la vanguardia del proletariado, apoyada por la unión de los obreros y los campesinos pobres.

Si se quiere hablar de “apostasía”, habremos de decir que los traidores de los héroes y las víctimas de la insurrección de Cantón son aquellos que rehúsan sacar las lecciones de este levantamiento para esconder los crímenes de la dirección. He aquí esas lecciones:

1º La insurrección de Cantón ha mostrado que la vanguardia proletaria es la única capaz, en China, de realizar el levantamiento y conquistar el poder. Después de la experiencia de colaboración habida entre el Partido Comunista y el Kuomintang, la insurrección ha mostrado la total falta de vitalidad y el carácter reaccionario de la consigna de la dictadura democrática del proletariado y el campesinado, opuesta a la de la dictadura del proletariado arrastrando tras de sí a los campesinos pobres.

2º La insurrección de Cantón ha mostrado que, por ser concebida y ejecutada en un sentido contrario al de la marcha de la revolución, aceleró y profundizó su repliegue, facilitando la aniquilación de las fuerzas proletarias por la contrarrevolución burguesa. Esta catástrofe da al período interrevolucionario un carácter doloroso, que será crónico y duradero. El mayor problema es ahora el renacimiento del Partido Comunista, en tanto que organización de la vanguardia del proletariado.

Estas dos conclusiones tienen la misma importancia. Sólo considerándolas conjuntamente se puede juzgar la situación y fijar las perspectivas. El VI Congreso no ha hecho ninguna de las dos cosas. Tomando como base las resoluciones del IX Pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (febrero de 1928), que afirmaba que la revolución china “continuaba”, el Congreso esquivó la verdad; llegó hasta afirmar que esta revolución entraba en una fase preparatoria. Pero este velo no servirá para nada. Hay que hablar clara y sinceramente; hay que reconocer neta, abierta, brutalmente la ruptura que se ha producido, ajustar la táctica y, al mismo tiempo, seguir una orientación tal que la vanguardia del proletariado sea llevada a ejercer, por medio de la insurrección, un papel preponderante en la China soviética del porvenir.

2.- El período interrevolucionario y sus tareas
La política bolchevique se caracteriza no solamente por su envergadura revolucionaria, sino también por su realismo político. Estos dos aspectos del bolchevismo son inseparables. La más importante de las tareas es saber reconocer en el momento oportuno una situación revolucionaria y explotarla hasta el final. Pero no es menos importante, cuando esta situación ha pasado y se ha transformado políticamente en su contraria, ser capaz de comprenderlo. No hay nada más vano y más indigno que mostrar el puño después de la batalla. Esta es, sin embargo, la especialidad de Bujarin. Primero ha explicado que el Kuomintang y los soviets eran una misma cosa, y que, a través del Kuomintang, los comunistas podían conquistar el poder sin batalla. Y cuando el Kuomintang aplasta a los obreros, con la ayuda de Bujarin, éste amenaza con el puño. Cuando Bujarin no hacía más que corregir o “completar” a Lenin, su aspecto caricaturesco no sobrepasaba ciertos límites modestos. Cuando pretende dirigir por sí mismo, aprovechando la falta total de conocimientos de Stalin, Rykov y Molotov en las cuestiones internacionales, el pequeño Bujarin se hincha hasta convertirse en una caricatura gigante del bolchevismo. La estrategia de Bujarin se reduce a rematar y mutilar, en la época del declive, todo lo que ha quedado vivo de la revolución manchada y echada a perder.

Hay que comprender claramente que no hay en la actualidad una situación revolucionaria en China. Es, por el contrario, una situación contrarrevolucionaria la que la ha sustituido; comienza un período interrevolucionario de duración indeterminada. Volved la espalda con menosprecio a quien diga que eso es pesimismo y falta de fe. Cerrar los ojos ante los hechos, ahí está la mala fe y la más infame de todas.

En China la situación continúa siendo revolucionaria en el fondo en la medida en que todas las contradicciones internas y externas de este país no tienen otra solución que la revolución. Pero en este sentido no hay un solo país en el mundo en el que la situación no deba, algún día, convertirse en abiertamente revolucionaria, a excepción de la URSS, donde, a pesar de cinco años de deslizamiento oportunista, la forma soviética de la dictadura proletaria mantiene todavía la posibilidad de un renacimiento de la Revolución de Octubre por la vía de las reformas.

En ciertos países, la transformación de la revolución potencial en una revolución real es una posibilidad más próxima; en otros es muy lejana. Resulta tanto más difícil predecir la mutación por cuanto que ésta no está solamente determinada por la gravedad de las contradicciones internas, sino también por la intervención de los factores mundiales. Se puede suponer, por muchas razones, que la revolución tendrá lugar en Europa antes que en América del Norte. Pero las previsiones anunciando que la revolución estallará primero en Asia y después en Europa tienen un carácter ya más condicional. Esto es posible, incluso probable, pero no tiene que ser fatalmente así. Nuevas dificultades y complicaciones parecidas a la ocupación del Ruhr en 1923, o bien la agravación de la crisis del comercio y la industria bajo la presión de los Estados Unidos, pueden arrojar en un futuro próximo a los estados europeos a una situación directamente revolucionaria, como en Alemania en 1923, en Inglaterra en 1926 o en Austria en 1927.

El hecho de que China atravesase todavía ayer una crisis revolucionaria aguda no aproxima la revolución, ni la adelanta para hoy o para mañana, sino que, por el contrario, la aleja. El período que siguió a la revolución de 1905 conoció grandes conmociones revolucionarias y transformaciones en los países de Oriente (Persia, Turquía, China) pero en la misma Rusia la revolución no renació sino doce años más tarde, en relación con la guerra imperialista. Ciertamente, estos plazos no son obligatorios para China. El ritmo general de desarrollo de las contradicciones mundiales se ha acelerado: es todo lo que puede decirse. Pero hay que tener en cuenta el hecho de que, precisamente en China, la revolución ha sido rechazada hasta un futuro indeterminado. Hay algo más grave: no han terminado todavía las consecuencias de la derrota. Entre nosotros, el reflujo se prolongó durante 1907, 1908, 1909 y, parcialmente, 1910, año en que, en gran medida, gracias a la recuperación de la industria, la clase obrera se reanimó. Ante el Partido Comunista chino se abre un barranco no menos abrupto. Es necesario, en esta situación, saber agarrarse a cada saliente, conservar con tenacidad cada punto de apoyo con el fin de no caerse y romperse el cuello.

El Partido Comunista chino, y para comenzar su vanguardia, debe asimilar la inmensa experiencia de las derrotas y, con métodos de acción nuevos, reconocer la nueva situación; debe reajustar sus filas dislocadas; debe renovar sus organizaciones de masas; debe, más clara y netamente que hasta ahora, precisar su actitud frente a los problemas que se plantean al país: unidad y liberación nacional, revolución agraria.

Por otra parte, la burguesía china tiene que gastar el capital acumulado en sus victorias. Las contradicciones que existen en su seno, así como entre la burguesía y el mundo exterior, deben ser, una vez más, puestas al desnudo y agravadas. Un nuevo reagrupamiento de las fuerzas debe tener una repercusión en el campesinado y relanzar su actividad. Gracias a estos signos se podrá reconocer que la situación ha vuelto a convertirse en revolucionaria a un nivel histórico más elevado.

“Los que han tenido que vivir [decía Lenin el 23 de febrero de 1918] los largos años de las batallas revolucionarias, en la época del ascenso de la revolución y en la época de su caída en el abismo, cuando los llamamientos revolucionarios a las masas no encontraban ningún eco, saben que, sin embargo, la revolución siempre vuelve a levantarse.” (Lenin, Obras, Vol. XX, 2ª parte, página 217.)

El ritmo que siga la revolución china “levantándose” dependerá no solamente de las condiciones objetivas, sino también de la política de la Internacional Comunista.

La resolución del Congreso da un rodeo diplomático alrededor de estos problemas esenciales; siembra reservas a derecha e izquierda a fin de salvarse: podemos decir que, como los abogados, crea de antemano los motivos que permitirán presentar los recursos de casación y apelación.

Es cierto que reconoce que “la consigna del levantamiento de las masas se convierte en una consigna propagandística, y sólo en la medida en que se prepare un nuevo flujo de la revolución se convertirá de nuevo en práctica e inmediatamente aplicable”. Notemos, de pasada, que en febrero de este año una actitud parecida era todavía denominada trotskysmo. Hay que comprender, sin duda, que este término designa la capacidad para tener en cuenta los hechos y sus consecuencias más rápidamente de lo que pueda hacerlo la dirección de la Internacional Comunista.

Pero la resolución del Congreso no va más lejos de esta transformación de la insurrección armada en una consigna de propaganda. Los informes no aportan ninguna otra cosa sobre este punto. ¿Qué debemos esperar en el curso del próximo período? ¿Qué orientación hay que seguir en el trabajo? No hay ninguna perspectiva.

Para captar bien y a fondo las lecciones que se pueden sacar todavía de una reflexión sobre este tema, echemos de nuevo un vistazo a la jornada de ayer, a esta misma resolución del Comité Central chino que ofrece la manifestación más asombrosa de una ligereza de espíritu “revolucionario” agravada por el oportunismo.

El Pleno del Comité Central del Partido Comunista chino, dirigido por los niños prodigio del centrismo de izquierda, adoptaba, en noviembre de 1927, en vísperas de la insurrección de Cantón, la resolución siguiente:

“Considerando la situación política creada después del golpe de estado contrarrevolucionario de Hunan, el Comité Central del Partido Comunista chino ha afirmado ya, en sus tesis de agosto, que sobre la base de las actuales relaciones sociales, económicas y políticas, la estabilización de la reacción militar burguesa en China es absolutamente imposible.”

En esta remarcable tesis sobre la estabilización se ha hecho la misma operación, sólo que a propósito de la situación revolucionaria. Estos dos conceptos han sido transformados en sustancias irremediablemente opuestas la una a la otra. Si, no importa bajo qué circunstancias, la situación revolucionaria está asegurada para “largos años”, está claro que la estabilización, pase lo que pase, es “absolutamente imposible”. Una completa a la otra, dentro de un sistema de principios metafísicos. Bujarin y su amigo-enemigo Lominadzé comprenden tan mal, tanto uno como otro, que la situación revolucionaria y su contrario, la estabilización, no son solamente un terreno para la lucha de clases, sino que constituyen también su contenido viviente. Hemos escrito ya una vez que la “estabilización” es un “objeto” de la lucha de clases, y no una arena fijada de antemano para ésta. El proletariado quiere desarrollar y utilizar una situación de crisis, mientras que la burguesía pretende poner fin a esa crisis y superarla por medio de la estabilización. La estabilización es el “objeto” de la lucha de estas fuerzas fundamentales de clase. Bujarin se rió primero burlonamente de esta definición, para introducirla en seguida, textualmente, de tapadillo, en un informe impreso, presentado a un pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. Pero, incluso admitiendo nuestra fórmula, especialmente dirigida contra su escolástica, Bujarin no comprendió en absoluto el significado de nuestra definición. En cuanto a las cabriolas caprichosas que ejecuta hacia la izquierda Lominadzé, su radio es muy restringido, porque el valiente niño prodigio no se atreve a romper la cuerda que le sujeta a Bujarin.

Naturalmente, la estabilización absoluta es algo totalmente opuesto a una situación revolucionaria absoluta. La conversión de uno de estos absolutos en el otro es “absolutamente imposible”. Pero si se desciende de esas ridículas cimas teóricas, nos encontramos con que antes del triunfo completo y definitivo del socialismo hay grandes probabilidades de que la situación revolucionaria se convierta, más de una vez, en estabilización relativa (y viceversa). Permaneciendo el resto de las cosas iguales, el peligro de transformación de una situación revolucionaria en estabilización burguesa es tanto mayor cuanto menos capaz sea la dirección revolucionaria de explotar la situación. La dirección de la camarilla de Chiang Kai-Chek fue superior a la de Tchen Du-Siu y Tan Pin-sian. Pero no es esta dirección la que tomaba las decisiones: el imperialismo entero guiaba a Chiang Kai-Chek con amenazas y promesas y por medio de su ayuda directa. La Internacional Comunista guiaba a Tchen Du-Siu. Aquí cruzaron sus espadas dos direcciones de envergadura mundial. La de la Internacional Comunista mostró en todas las etapas de la lucha su perfecta mediocridad, facilitando así al máximo la tarea de la dirección imperialista. Bajo tales condiciones, la transformación de la situación revolucionaria en estabilización burguesa no solamente no es “imposible”, sino que es absolutamente inevitable. Más aun: se realiza, dentro de determinados límites ya se ha producido.

Para Europa, Bujarin ha anunciado un nuevo período de estabilización “orgánica”. Asegura que no se debe esperar en Europa, en los próximos años, una repetición de los acontecimientos de Viena ni, en general, sacudidas revolucionarias. No se sabe por qué. La lucha por la conquista del poder pasa al último plano en Europa, en beneficio de la lucha que hay que llevar a cabo contra la guerra. En cambio, cuando se trata de China, es negada la estabilización, de la misma forma que el V Congreso la negó para Alemania, después de la derrota de 1923. Todo pasa y todo cambia, exceptuando los errores de la Internacional Comunista.

La derrota de los obreros y los campesinos en China corresponde inevitablemente a una consolidación política de las clases dirigentes chinas; ahí está precisamente el punto de partida de la estabilización económica. Una cierta puesta en orden de la circulación interior y de las relaciones comerciales exteriores después de la pacificación o la limitación del sector en el que reina la guerra civil, entrañan automáticamente una recuperación de la actividad económica. Las necesidades vitales del país, completamente devastado y agotado, deben, en algún grado, ser satisfechas. El número de los obreros empleados tiene que aumentar.

Sería ceguera cerrar los ojos a la existencia de ciertas premisas políticas para el desarrollo ulterior de las fuerzas productivas del país, desarrollo que, naturalmente, tomará formas de servidumbre capitalista. Las premisas políticas no bastan por sí solas. Es también necesario un impulso económico, sin el cual no se lograría el éxito sobre la reorganización más que con una relativa lentitud. Este empujón exterior puede venir dado por el aflujo de capitales extranjeros. En este momento, Norte América ya ha tomado el atajo, adelantando al Japón y a Europa, al consentir, en la forma, la conclusión de un “tratado equitativo”. La depresión interna, habiendo recursos disponibles, hace más que probable una vasta intervención económica de los Estados Unidos en China, manteniendo evidentemente el Kuomintang la puerta ampliamente abierta. No hay duda de que los países europeos, en particular Alemania, en lucha contra la crisis que se agrava rápidamente, intentarán desembarcar en el mercado chino.

Dada la inmensa extensión de China y lo multitudinario de su población, incluso éxitos débiles en la construcción de carreteras, incluso un simple aumento en la seguridad de los transportes, acompañados de cierta regularización del cambio, deben aumentar automáticamente de forma considerable la circulación comercial y, por ello mismo, animar la industria. En la actualidad, los países capitalistas más importantes, entre ellos y no el que menos los Estados Unidos, preocupados por la salida de sus automóviles, están interesados en el establecimiento de carreteras de todo tipo.

Para estabilizar el cambio chino y para trazar las carreteras es preciso un gran empréstito del extranjero. Se está discutiendo la posibilidad de tal empréstito y se reconoce como absolutamente real en la prensa financiera anglosajona influyente. Se habla de un consorcio internacional bancario para amortizar las deudas de China y concederle nuevos créditos. Ya actualmente la prensa bien informada estima que este futuro negocio es el “más importante de la historia mundial”.

En qué medida serán ejecutados estos proyectos grandiosos es algo imposible de decir sin una documentación más abundante; no obstante, ésta se refiere, en parte, a operaciones que tienen lugar entre bastidores. Pero no hay duda de que, en un futuro próximo, los acontecimientos seguirán esta dirección. Ya hoy la prensa da decenas de informaciones mostrando que la pacificación extremamente relativa de China y su unificación todavía más relativa han provocado ya un progreso en los terrenos más diversos de la vida económica. Una buena cosecha en casi toda China apunta en el mismo sentido. Los diagramas de la circulación interior, de las importaciones, de las exportaciones, evidencian signos de desarrollo.

No se deben, esto no hay ni que decirlo, repetir los errores de ayer al revés. No hay que atribuir a la estabilización semicolonial capitalista no se sabe qué rasgos rígidos, incambiables, metafísicos para decirlo en una sola palabra. Será una estabilización muy desigual, expuesta a todos los vientos de la política mundial, así como a los peligros internos, que no han sido todavía eliminados. No obstante, esta estabilización burguesa, muy relativa, es algo muy distinto a una situación revolucionaria. Es verdad que, materialmente, las relaciones fundamentales entre las clases continúan siendo las mismas. Pero las relaciones políticas entre sus fuerzas, para el período que estamos considerando, se han modificado radicalmente. El hecho de que el Partido Comunista haya sido casi enteramente obligado a volver a sus posiciones de partida, manifiesta también esta modificación. Deberá reconquistar su influencia política partiendo casi desde cero. Lo que se ha adquirido es la experiencia. Pero para que resulte positiva y no negativa, esta experiencia debe, esto es absolutamente necesario, ser juiciosamente asimilada. Mientras tanto, la burguesía actúa con más seguridad, con más cohesión. Ha pasado a la ofensiva. Se fija a sí misma grandes tareas para mañana. El proletariado retrocede, está lejos de resistir siempre los golpes. El campesinado, privado de una dirección un poco centralizada, hierve aquí y allá, pero sin posibilidades reales de éxito. No obstante, el capital extranjero viene en ayuda de la burguesía china con la intención de hacer doblarse todavía más cerca del suelo, por intermedio suyo, a las masas laboriosas chinas. Ese es el mecanismo de la estabilización. Pasado mañana, cuando Bujarin se tope de frente con los hechos, proclamará que hasta entonces se podía considerar la estabilización como “ocasional”, pero que, en la actualidad, está claro que es “orgánica”. En otras palabras, una vez más saltará por encima de las parihuelas, sólo que apoyándose esta vez sobre el pie derecho.

La recuperación económica se corresponderá, por su parte, con la movilización de nuevas decenas y centenares de miles de obreros chinos, con el fortalecimiento de sus filas, con el crecimiento de su peso específico en la vida social del país, y por ello mismo con un aumento de la confianza revolucionaria en sí mismos. La animación del comercio y la industria en China hará que pronto alcance toda su agudeza el problema del imperialismo. Si el Partido Comunista chino, influenciado por la escolástica de Bujarin y Lominadzé, da la espalda al proceso que se desarrolla efectivamente en el país, perderá el punto de apoyo económico de la recuperación del movimiento obrero. Al principio, el aumento del peso específico del proletariado y de su confianza de clase se manifestará en un renacimiento de las luchas, en las huelgas y la consolidación de los sindicatos. Es inútil decir que se abrirán así serias posibilidades ante el Partido Comunista chino. Ignoramos cuánto tiempo tendrá que permanecer en la clandestinidad. En cualquier caso, es necesario reforzar y perfeccionar la organización ilegal a lo largo del próximo período. Pero esta tarea no puede ser llevada a cabo al margen de la vida y la lucha de las masas. El aparato ilegal tendrá tantas más posibilidades de desarrollarse cuanto más íntimamente lo arropen las organizaciones legales y semilegales de la clase obrera, y cuanto más penetre dentro de ellas. Es necesario que el Partido Comunista chino renuncie a todas las orejeras doctrinales y que esté atento al pulso de la vida económica del país. En el momento oportuno, debe ponerse a la cabeza de las huelgas, tomar la iniciativa de la resurrección de los sindicatos y de la lucha por la jornada de ocho horas. Sólo bajo estas condiciones puede realizarse sobre una base seria su participación en la vida política del país.

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“No puede plantearse [decía en el Congreso uno de los delegados chinos] una consolidación del poder del Kuomintang.” (Pravda, 28 de agosto de 1928.) Esto es falso. Puede perfectamente “plantearse” una consolidación, incluso muy considerable, del poder del Kuomintang, incluso para un período también muy importante.

La burguesía china ha logrado, en el período considerado, victorias muy importantes sobre los obreros y los campesinos con una facilidad que no preveía. La consecuente recuperación de su conciencia de clase se ha hecho sentir netamente en la conferencia económica que se ha reunido a fines de junio en Shangai, que, de alguna forma, ha sido el preparlamento económico de la burguesía china. Ha mostrado que quiere recoger los frutos de su victoria. En este camino evita a los militaristas y a los imperialistas, con cuya ayuda ha triunfado sobre las masas. La burguesía quiere la autonomía aduanera, este jalón de la independencia económica, y la unificación tan completa como sea posible de China: abolición de las aduanas interiores, que desorganizan el mercado; supresión de la arbitrariedad de las autoridades militares, que confiscan el material que circula por los ferrocarriles y atentan contra la propiedad privada; reducción de los ejércitos, que pesan gravemente sobre la economía del país. Es también este objetivo el que persiguen la creación de un valor monetario único y la puesta en orden de la administración. Todas estas exigencias han sido formuladas por la burguesía en su preparlamento económico. El Kuomintang ha tomado nota formalmente; pero, totalmente dividido entre las camarillas militares regionales, es un obstáculo para la realización de estas medidas.

Los imperialistas extranjeros representan otro obstáculo más importante. No sin razón, la burguesía cree que explotará con más éxito las contradicciones interimperialistas y que obtendrá compromisos más ventajosos, cuanto mejor haya sabido obligar en su provecho a las camarillas militares del Kuomintang a someterse al aparato del estado burgués centralizado. En este sentido van las aspiraciones actuales de los elementos más “progresistas” de la burguesía y de la democracia pequeño burguesa.

La idea de la Asamblea Nacional, coronación de las victorias conseguidas, medio de barrer a los militaristas, representación autorizada de la burguesía china en los negocios a tratar con el capital extranjero, nace de esta voluntad. El progreso económico que se esboza ante nosotros no puede más que envalentonar a la burguesía, y la obliga a ver con una hostilidad particular todo lo que pueda atentar contra la regularidad de la circulación de las mercancías y desorganice el mercado nacional. La primera etapa de la estabilización económica aumentará con seguridad las posibilidades de éxito del parlamentarismo chino, y exigirá, como consecuencia, que el Partido Comunista chino dé prueba también en esta cuestión, en el momento oportuno, de su iniciativa política.

Para la burguesía china, puesto que ha vencido a los obreros y los campesinos, no puede plantearse más que una asamblea archicensataria, que tal vez dará simplemente forma a las representaciones industriales y comerciales sobre la base de las cuales fue convocada la conferencia económica de Shangai. La democracia pequeño burguesa, que inevitablemente comenzará a agitarse contra el declive de la revolución, formulará consignas más “democráticas”. Buscará ligarse así a ciertas capas superiores de las masas populares de las ciudades y el campo.

El desarrollo “constitucional” de China, al menos en su próxima etapa, está íntimamente ligado a la evolución interna del Kuomintang, que concentra actualmente el poder del estado. El último pleno de agosto del Kuomintang ha decidido, por lo que podemos saber, convocar para el 1 de enero de 1929 el congreso del partido, que ha sido retrasado durante tanto tiempo como consecuencia del miedo que tenía el centro de perder el poder (como vemos, la “particularidad” de China no es muy particular). En su orden del día figura el problema de la constitución china. Es cierto que acontecimientos cualesquiera, interiores o exteriores, pueden impedir el congreso de enero del Kuomintang y toda la era constitucional de la estabilización de la burguesía china. Esta eventualidad siempre es posible. Pero si no intervienen nuevos factores, la cuestión del régimen estatal en China, los problemas constitucionales, estarán en el centro de la atención pública en el próximo período.

¿Qué posición tomará el Partido Comunista? ¿Qué opondrá a este proyecto de constitución del Kuomintang? ¿Puede decir el Partido Comunista que, como se prepara para crear soviets en el porvenir, cuando haya un reavivamiento revolucionario, le es indiferente que existe o no, de aquí a entonces, en China una Asamblea Nacional (poco importa que sea censataria o abierta a todo el pueblo)? Semejante actitud sería superficial, vacía, pasiva.

El Partido Comunista puede y debe formular la consigna de una Asamblea Constituyente con plenos poderes, elegida por sufragio universal, igual, directo y secreto. Durante la agitación que se desarrolle a favor de esta consigna evidentemente se tendrá que explicar a las masas que es dudoso que sea convocada una asamblea así, y que si lo fuera, sería impotente mientras el poder material continuase en manos de los generales del Kuomintang. Así aparece la posibilidad de abordar de una forma nueva la consigna del armamento de los obreros y los campesinos.

La animación política ligada a la recuperación económica, convertirá de nuevo en protagonista la cuestión agraria. Pero, durante cierto período, ésta puede verse planteada en el terreno parlamentario, es decir, que puede ser que veamos a la burguesía, y sobre todo a la democracia pequeño burguesa, intentar “resolverla” por la vía legislativa. El Partido Comunista no puede adaptarse a la legalidad burguesa, no puede capitular ante la propiedad burguesa. Por tanto, puede y debe tener su propio proyecto acabado para dar una solución de conjunto a la cuestión agraria sobre la base de la confiscación de las propiedades terratenientes que sobrepasen cierta extensión (variable según las provincias). En el fondo, el proyecto comunista de ley agraria debe ser la futura revolución agraria. Pero el Partido Comunista puede y debe introducir su fórmula en la lucha por la Asamblea Nacional, y dentro de esta Asamblea misma, si llega a ser convocada.

La consigna de la Asamblea Nacional (o Constituyente) se combina así estrechamente con las otras: la jornada de ocho horas, la confiscación de tierras y la independencia nacional completa de China. En estas consignas es donde se manifiesta la etapa democrática del desarrollo de la revolución china. En el plano político internacional, el Partido Comunista reivindicará la alianza con la URSS. Combinando juiciosamente estas consignas, avanzando cada una en el momento oportuno, el Partido Comunista podrá salir de la clandestinidad, formar un bloque con las masas, conquistar su confianza y aproximar así el momento de la creación de los soviets y de la lucha directa por el poder.

Esta etapa democrática de la revolución impone tareas históricas muy determinadas. Pero el carácter democrático de estas tareas no determina en absoluto, por sí mismo, las clases que resolverán estos problemas ni fija las condiciones bajo las que lo harán. En el fondo, todas las grandes revoluciones burguesas tenían que resolver problemas del mismo tipo, pero se planteaban con mecanismos de clase diferentes. En la lucha por los objetivos democráticos en China, en el curso del período interrevolucionario, el Partido Comunista reunirá sus fuerzas, controlará el mismo sus consignas y sus métodos de acción. Si, por ello mismo, le toca pasar por un período de parlamentarismo (lo que es posible, incluso probable, pero en absoluto inevitable), la vanguardia proletaria podrá reconocer a sus enemigos y adversarios examinándolos a través del prisma del parlamento. A lo largo del período preparlamentario y parlamentario esta vanguardia deberá llevar una lucha intransigente para conquistar la influencia sobre los campesinos, para dirigir políticamente al campesinado de forma directa. Incluso en el caso que la Asamblea Nacional llegase a constituirse de manera muy democrática, los problemas fundamentales no dejarían de tener que ser resueltos por la fuerza. A través del período parlamentario, el Partido Comunista llegará a una lucha directa e inmediata por el poder, pero poseerá una base histórica más madura; la victoria se hará más segura.

Hemos dicho que la etapa parlamentaria era probable, pero no inevitable. Una nueva descomposición del país, así como causas exteriores, pueden impedirla; de todos modos, en el primer caso podría surgir un movimiento a favor de parlamentos regionales. Pero todo esto no disminuye la importancia de la lucha por una Asamblea Nacional convocada democráticamente que, por sí misma, se introduciría como una cuña entre los agrupamientos de las clases poseedoras y ampliaría el marco de la actividad del proletariado.

Sabemos por adelantado que todos los “dirigentes” que han predicado el bloque de las cuatro clases y las comisiones de arbitraje en lugar de las huelgas, que han ordenado mediante despachos no extender el movimiento agrario, que han aconsejado no aterrorizar a la burguesía, que han prohibido la creación de los soviets, subordinado el Partido Comunista al Kuomintang, aclamado a Wan Tin-Wei como jefe de la revolución agraria, sabemos que todos estos oportunistas culpables de la derrota de la revolución van a intentar engordar a costa del ala izquierda y que ven en nuestra forma de plantear el problema “ilusiones constitucionales” y una “desviación socialdemócrata”. Creemos que es indispensable prevenir a tiempo a los comunistas y a los obreros avanzados chinos contra el falso radicalismo vacío de aquellos que, ayer, tenían como favorito a Chiang Kai-Chek. No es posible desembarazarse de un proceso histórico por medio de citas deformadas, de la confusión, de kilómetros de resoluciones; no se puede, mediante toda clase de trucos burocráticos y literarios, escapar de los hechos y las clases. Los acontecimientos llegan y juzgan. Aquellos para quienes no sea suficiente con el control del pasado no tienen más que esperar al del porvenir. Pero que no olviden en ningún momento que esta verificación se realiza a costa de la vanguardia proletaria.

3.- Los soviets y la Asamblea Constituyente

Esperamos que no sea necesario plantear aquí el problema general de la democracia formal, es decir, de la democracia burguesa. Nuestra actitud con respecto a ella no tiene nada en común con la negación estéril del anarquismo. La consigna y las normas de la democracia se presentan bajo formas diversas para los diferentes países, según la etapa en que se encuentre la evolución de la sociedad burguesa. Las consignas democráticas contienen durante cierto tiempo ilusiones y engaños, pero encierran en su seno una fuerza política animadora:

“Mientras la lucha de la clase obrera por todo el poder entero no esté a la orden del día, tenemos el deber de utilizar todas las formas de la democracia burguesa.” (Lenin, Obras, Vol. XX, 2ª parte, pág. 297)

Desde el punto de vista político, la cuestión de la democracia formal recubre el problema de nuestra actitud no solamente frente a las masas pequeño-burguesas, sino también frente a las masas obreras, en la medida en que estas últimas no hayan adquirido todavía una conciencia revolucionaria de clase. En condiciones en que progresaba la revolución, en el momento de la ofensiva del proletariado, la irrupción en la vida política de las capas de base de la pequeña burguesía se manifestó en China por medio de revueltas campesinas, conflictos con las tropas gubernamentales, huelgas de todo tipo, la masacre de los pequeños administradores. En la actualidad, todos los movimientos de este tipo disminuyen claramente. La soldadesca triunfante del Kuomintang domina la sociedad. Cada día de estabilización producirá choques cada vez más numerosos entre este militarismo y esta burocracia, por una parte, y por la otra no solamente los obreros avanzados, sino también la masa pequeño burguesa predominante en las ciudades y en el campo e incluso, dentro de determinados límites, la gran burguesía. Antes de que el desarrollo de estas colisiones las transforme en una lucha revolucionaria clara, pasarán, según todos los datos, por un estadio “constitucional”. Los conflictos entre la burguesía y sus propias camarillas militares se extenderán inevitablemente, por medio de un “tercer partido” o por otras vías, a las capas superiores de las masas pequeño-burguesas. En el plano económico y cultural, estas masas son extraordinariamente débiles. Su fuerza política potencial se reduce a su número. Las consignas de la democracia formal conquistan o son capaces de conquistar no solamente a las masas pequeño burguesas sino, también, a las grandes masas obreras, precisamente porque les ofrecen la posibilidad (al menos aparente) de oponer su voluntad a la de los generales, los terratenientes y los capitalistas. La vanguardia proletaria educa a las masas sirviéndose de esta experiencia y las lleva hacia adelante.

El ejemplo de Rusia muestra que, cuando progresa la revolución, el proletariado organizado en soviets puede, por medio de una política correcta dirigida hacia la conquista del poder, arrastrar al campesinado, hacerle chocar frontalmente con la democracia formal personificada por la Asamblea Constituyente y empujarle por el camino de la democracia soviética. En cualquier caso, no se llega a estos resultados oponiendo simplemente los soviets a la Asamblea Constituyente, sino arrastrando a las masas hacia los soviets, conservando siempre las consignas de la democracia formal hasta el momento de la conquista del poder e incluso después.

“Es un hecho histórico plenamente establecido y absolutamente indiscutible que en septiembre, octubre y noviembre de 1917, en virtud de una serie de condiciones particulares, la clase obrera de las ciudades, los soldados y los campesinos de Rusia estaban preparados de un modo excepcional para aceptar el régimen soviético y disolver el Parlamento burgués más democrático. Y pese a ello, los bolcheviques no boicotearon la Asamblea Constituyente, sino que participaron en las elecciones, tanto antes como después de la conquista del poder político por el proletariado…
…incluso unas semanas antes de la victoria de la República Soviética, e incluso después de esta victoria, la participación en un Parlamento democrático burgués, lejos de perjudicar al proletariado revolucionario, le permite demostrar con mayor facilidad a las masas atrasadas por qué semejantes parlamentos merecen ser disueltos, facilita el éxito de su disolución, facilita “la caducidad política” del parlamentarismo burgués.” (V. I. Lenin, La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, Obras escogidas en doce tomos, Progreso, 1977, Moscú, tomo XI, páginas 40 y 41)

Cuando adoptamos las medidas prácticas directas para dispersar la Asamblea Constituyente recuerdo cómo Lenin insistió especialmente en que se hiciera venir a Petrogrado uno o dos regimientos de cazadores letones, compuestos sobre todo de obreros agrícolas. “La guarnición de Petrogrado es casi enteramente campesina; puede vacilar ante la Constituyente.” Así expresaba Lenin sus preocupaciones. En este asunto no se trataba en absoluto de “tradiciones” políticas, porque el campesinado ruso no podía tener tradiciones serias de democracia parlamentaria. El fondo del problema es que la masa campesina, una vez que se ha despertado a la vida histórica, no se siente inclinada en absoluto a confiar de repente en una dirección proveniente de las ciudades, incluso si es proletaria, sobre todo en un período no revolucionario; esta masa busca una fórmula política simple que exprese directamente su propia fuerza política, es decir, el predominio del número. La expresión política de la dominación de la mayoría es la democracia formal.

No hay que decir que sería una pedantería digna de Stalin afirmar que las masas populares no pueden y no deben jamás, bajo ninguna circunstancia, “saltar” por encima del escalón “constitucional”. En algunos países, la época del parlamentarismo dura largas decenas de años, incluso siglos. En Rusia, este período no se prolongó más que durante los pocos años del régimen seudoconstitucional y el único día de existencia de la Constituyente. Históricamente, se puede concebir perfectamente situaciones en las que no existan siquiera estos pocos años y este único día. Si la política revolucionaria hubiera sido correcta, si el Partido Comunista hubiera sido completamente independiente del Kuomintang, si se hubieran formado soviets en 1925-1927, el desarrollo revolucionario habría podido conducir a la China de hoy a la dictadura del proletariado, sin pasar por la fase democrática. Pero incluso en ese caso la fórmula de la Asamblea Constituyente que el campesinado no ha ensayado en el momento más crítico, que no ha experimentado y que, por tanto, le ilusiona todavía, habría podido, tras la primera diferencia seria entre el campesinado y el proletariado, al día siguiente mismo de la victoria, convertirse en la consigna de los campesinos y de los pequeño burgueses de las ciudades contra los proletarios. A pesar de todo, los conflictos importantes entre el proletariado y el campesinado, incluso en unas condiciones favorables a su alianza, son absolutamente inevitables, como lo demuestra la Revolución de Octubre. Nuestra mayor ventaja residía en este hecho: la mayoría de la Asamblea Constituyente se había formado durante la lucha de los partidos dominantes por la continuación de la guerra y contra la confiscación de la tierra por los campesinos; por consiguiente, estaba seriamente comprometida a los ojos del campesinado en el momento en que fue convocada la Asamblea.

***

¿Cómo caracteriza la resolución del Congreso, adoptada tras la lectura del informe de Bujarin, el período actual del desarrollo de China y las tareas que se desprenden? El párrafo 54 de esta resolución dice:

“En la actualidad, la tarea principal del partido (durante el período comprendido entre dos oleadas de ascenso revolucionario) es luchar por conquistar a las masas, es decir, que debe realizar un trabajo de masas entre los obreros y los campesinos, restablecer sus organizaciones, utilizar todo descontento contra los propietarios terratenientes, los burgueses, los generales, los imperialistas extranjeros.”

Aquí hay realmente un ejemplo clásico de doble sentido, del tipo de los más célebres oráculos de la antigüedad. El período actual es caracterizado como estando “comprendido entre dos oleadas de ascenso revolucionario”. Esta fórmula nos resulta conocida. El V Congreso la había aplicado a Alemania. Toda situación revolucionaria no se desarrolla uniformemente, sino que conoce flujos y reflujos. Esta fórmula ha sido elegida con premeditación, para que no se pueda pensar al interpretarla que confiesa la existencia de una situación revolucionaria, en la cual se produce simplemente un pequeño momento de “calma” antes de la tempestad. Por si acaso, se podría creer también que admite que se agotará todo un período entre dos revoluciones. Tanto en un caso como en otro, será posible comenzar una futura resolución con las palabras “como habíamos previsto” o “como habíamos predicho”.

En todo pronóstico histórico hay, inevitablemente, un elemento condicional. Cuanto más breve es el período considerado, más importante es este elemento. En general, es imposible establecer un pronóstico que dispense a los dirigentes del proletariado de tener que analizar más tarde la situación. Un pronóstico no fija una necesidad invariable; es su orientación lo que tiene importancia. Se puede y se debe ver hasta qué punto todo pronóstico es condicional. Se puede incluso, en determinadas situaciones, presentar varias variantes para el porvenir, delimitándolas de forma reflexiva. En fin, en el caso de una situación problemática, se puede renunciar totalmente, a título provisional, a establecer un pronóstico y aconsejar simplemente esperar y observar. Pero todo eso debe ser hecho clara, abierta y honestamente. A lo largo de los cinco últimos años, los pronósticos de la Internacional Comunista no han sido directrices, sino trampas para la direcciones de los partidos de los diversos países. El objetivo principal de estos pronósticos es inspirar la veneración por la sabiduría de la dirección y, en caso de derrota, salvar el “prestigio”, ese supremo fetiche de los débiles. Es un método que permite obtener revelaciones de los oráculos, y no proceder a análisis marxistas. Presupone, en la práctica, la existencia de “chivos expiatorios”. Es un sistema desmoralizador. Los errores ultraizquierdistas de la dirección alemana en 1924-1925 eran, justamente, el resultado de la misma manera pérfida de formular con doble sentido una opinión sobre las “dos oleadas del ascenso revolucionario”. La resolución del VI Congreso puede producir otras tantas desgracias.

Hemos conocido la ola revolucionaria de antes de Shangai, y después la de U-Tchang. Ha habido muchas otras, más limitadas y más localizadas. Todas se basaban en el ascenso revolucionario general de 1925-1927. Pero este ascenso histórico ha terminado. Hay que comprenderlo y decirlo con claridad. De ello se desprenden consecuencias estratégicas importantes.

La resolución hace referencia a la necesidad de “utilizar” todo descontento contra los propietarios terratenientes, los burgueses, los generales y los imperialistas extranjeros. Esto es indiscutible, pero es demasiado vago. ¿Cómo “utilizarlo”? Si estamos entre dos oleadas de ascenso revolucionario, entonces toda manifestación un poco importante de descontento puede ser considerada como el famoso “comienzo de la segunda oleada” (según Zinoviev y Bujarin). Entonces la consigna propagandística de la insurrección armada deberá convertirse rápidamente en una consigna de acción. De ahí puede nacer un “segundo ataque” de putschismo. El partido utilizará de una forma totalmente distinta el descontento de las masas si lo considera situado en una perspectiva histórica correcta. Pero el VI Congreso no dispone de esta “bagatela” (una perspectiva histórica correcta) en ninguna cuestión. Esta laguna hizo del V Congreso un fracaso. Por ello puede desmembrarse enteramente la Internacional Comunista.

Después de haber condenado de nuevo las tendencias putschistas a las que ella misma prepara el terreno, la resolución del Congreso continúa:

“Por otra parte, ciertos camaradas han caído en un error oportunista: avanzan la consigna de la Asamblea Nacional.”

En qué consiste el oportunismo de esta consigna es algo que no explica la resolución. Solamente el delegado chino Strajov, en su discurso de clausura sobre las lecciones de la revolución china, intenta dar una explicación. He aquí lo que dice:

“Por la experiencia de la revolución china vemos que cuando la revolución en las colonias [¿?] se aproxima al momento decisivo, la cuestión se plantea netamente: o bien la dictadura de los propietarios terratenientes y de la burguesía, o bien la del proletariado y el campesinado.”

Naturalmente, cuando la revolución (y no solamente en las colonias) “se aproxima al momento decisivo”, entonces toda forma de actuar como se ha hecho con el Kuomintang, es decir, todo colaboracionismo, es un crimen de consecuencias fatales: no se puede concebir entonces más que una dictadura de los poseedores o una dictadura de los trabajadores. Pero, como ya hemos visto, incluso en momentos semejantes, para triunfar de forma revolucionaria sobre el parlamentarismo, no se le debe negar estérilmente. No obstante, Strajov va todavía más lejos:

“Allí [en las colonias] la democracia no puede existir: sólo es posible la dictadura burguesa abierta. No puede haber ninguna vía constitucional.”

Esto es extender de forma doblemente inexacta una idea correcta. Si en los “momentos decisivos” de la revolución, la democracia burguesa se ve inevitablemente torpedeada (y no solamente en las colonias), esto no significa en absoluto que sea imposible en los períodos interrevolucionarios. Pero precisamente Strajov y todo el congreso no quieren reconocer que el “momento decisivo”, durante el cual los comunistas se complacían en las peores ficciones democráticas en el seno del Kuomintang, ha pasado ya. Antes de un nuevo “momento decisivo” hay que atravesar un largo período, durante el cual se deberá abordar de una forma nueva los problemas viejos. Afirmar que no puede haber en las colonias períodos constitucionales o parlamentarios es renunciar a utilizar unos medios absolutamente esenciales, y es, sobre todo, hacer difícil para uno mismo una orientación política correcta, es empujar al partido a un callejón sin salida.

Decir que para China, como, por otra parte, para todos los demás estados del mundo, no existe salida hacia el desarrollo libre, dicho de otra forma socialista, por la vía parlamentaria, es algo correcto. Pero decir que en el desarrollo de China o de las colonias no puede haber ningún período o etapa constitucional, es algo distinto e incorrecto. En Egipto había un parlamento, ahora disuelto. Es posible que renazca. A pesar del estatuto colonial de este país, hay un parlamento en Irlanda. Lo mismo ocurre en todos los Estados de América del Sur, por no hablar de los dominions de Gran Bretaña. Existen “sucedáneos” de parlamentos en la India. Todavía pueden desarrollarse más: en este punto, la burguesía británica es muy hábil. ¿Cómo se puede afirmar que, después del aplastamiento de su revolución, China no atravesará una fase parlamentaria o seudoparlamentaria, o que no será el escenario de una lucha política seria por alcanzar este estadio? Una afirmación semejante no tiene ninguna base.

El mismo Strajov dice que, precisamente, los oportunistas chinos aspiran a sustituir la consigna de los soviets por la de la Asamblea Nacional. Es posible, probable, incluso inevitable. Toda la experiencia del movimiento obrero mundial, del movimiento ruso en particular, prueba que los oportunistas son siempre los primeros en agarrarse a los métodos parlamentarios y, en general, a todo aquello que, de cerca o de lejos, se parezca al parlamentarismo. Los mencheviques se agarraban a la actividad en la Duma, oponiéndola a la acción revolucionaria. La utilización de los métodos parlamentarios hace surgir inevitablemente todos los peligros ligados al parlamentarismo: ilusiones constitucionales, legalismo, tendencia a los compromisos, etc. No se pueden combatir estos peligros, estas enfermedades más que por medio de una orientación revolucionaria de toda la política. Pero el hecho de que los oportunistas prediquen la lucha por la Asamblea Nacional no es en absoluto un argumento que justifique por parte nuestra una actitud negativa hacia el parlamentarismo. Después del golpe de estado del 3 de junio de 1907 en Rusia, la mayoría de los elementos dirigentes del Partido Bolchevique eran favorables al boicot de una Duma mutilada y trucada. En cambio, los mencheviques estaban completamente de acuerdo en participar en la Duma. Esto no impidió a Lenin intervenir vigorosamente para que fuese utilizado incluso el “parlamentarismo” del 3 de junio, en la conferencia del partido que unía todavía en aquella época a las dos fracciones. Lenin fue el único bolchevique que votó con los mencheviques a favor de la participación en las elecciones. Evidentemente, la “participación” de Lenin no tenía nada que ver con la de los mencheviques, como lo demostró toda la marcha posterior de los acontecimientos; no se oponía a las tareas revolucionarias, sino que contribuía a ellas durante la época comprendida entre dos revoluciones. Aun utilizando el seudoparlamento contrarrevolucionario del 3 de junio, nuestro partido, a pesar de su gran experiencia de los soviets de 1905, continuaba llevando la lucha por la Asamblea Constituyente, es decir, por la forma más democrática de la representación parlamentaria. Hay que conquistar el derecho de renunciar al parlamentarismo uniendo a las masas alrededor del partido y llevándolas a luchar abiertamente por la conquista del poder. Es ingenuo creer que se puede sustituir este trabajo por la simple renuncia a la utilización revolucionaria de los métodos y las formas contradictorias y opresivas del parlamentarismo. Es en esto en lo que consiste el error más burdo de la resolución del Congreso, que hace aquí una vulgar cabriola ultraizquierdista.

Veamos, en efecto, cómo todo ha sido puesto del revés. Siguiendo la lógica de la dirección actual y de acuerdo con las resoluciones del VI Congreso de la Internacional Comunista, China se acerca no a su año 1917, sino a su 1905. Por esta razón, concluyen mentalmente los dirigentes, ¡abajo la consigna de la democracia formal! No queda, realmente, una sola articulación que los epígonos no se hayan tomado el cuidado de luxar. ¿Cómo se puede rechazar la consigna de la democracia y sobre todo la más radical: la representación democrática del pueblo, bajo las condiciones de un período no revolucionario, cuando la revolución no ha cumplido sus tareas más inmediatas: la unidad de China y su depuración de todas las antiguallas feudales, militares y burocráticas?

El Partido Comunista chino, que yo sepa, no ha tenido un programa propio. El Partido Bolchevique llegó a la Revolución de Octubre y la realizó armado con su viejo programa, en el que las consignas de la democracia ocupaban un lugar importante. Bujarin intentó suprimir este programa mínimo, igual que intervino más tarde contra las reivindicaciones transitorias del programa de la Internacional Comunista. Pero esta actitud de Bujarin no ha quedado en la historia del partido más que como una anécdota. Como es sabido, es la dictadura del proletariado quien ha llevado a cabo la revolución democrática en Rusia. Eso tampoco quiere comprenderlo en absoluto la dirección actual de la Internacional Comunista. Pero nuestro partido sólo ha llevado al proletariado a la dictadura porque defendía con energía, perseverancia y abnegación todas las consignas, todas las reivindicaciones de la democracia, incluidas la representación popular basada en el sufragio universal, la responsabilidad del Gobierno ante los representantes del pueblo, etc. Sólo una agitación así permitió al partido proteger al proletariado de la influencia de la democracia pequeño-burguesa, eliminar la influencia de ésta sobre el campesinado, preparar la alianza de los obreros y los campesinos e incorporar a sus filas a los elementos revolucionarios más resueltos. ¿Es que esto no era más que oportunismo?

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Strajov dice que nuestra consigna es la de los soviets y que sólo un oportunista puede sustituirla por la de la Asamblea Nacional. Este argumento revela de la manera más ejemplar el carácter erróneo de la resolución del congreso. En la discusión nadie contradijo a Strajov; al contrario, su posición fue aprobada y ratificada por la resolución principal sobre la táctica. Sólo ahora podemos ver con claridad cuán numerosos son, en la dirección actual, los que han hecho la experiencia de una, dos e incluso tres revoluciones dejándose llevar por la marcha de las cosas y la dirección de Lenin, pero sin meditar sobre el sentido de los acontecimientos y sin asimilar las más grandes lecciones de la Historia. Estamos en gran medida obligados a repetir todavía ciertas verdades elementales.

En mi crítica del programa de la Internacional Comunista he mostrado cómo los epígonos han desfigurado y mutilado monstruosamente el pensamiento de Lenin, que afirmaba que los soviets son órganos de la insurrección y órganos de poder. Se ha sacado la conclusión de que no se pueden crear soviets más que en la “víspera” de la insurrección. Esta idea grotesca ha encontrado su expresión más acabada, como siempre, en la misma resolución del pleno de noviembre último del Comité Central chino, que hemos descubierto recientemente. Dice:

“Se puede y se deben crear los soviets como órganos del poder revolucionario solamente en el caso en el que nos encontremos en presencia de un progreso importante, indiscutible, del movimiento revolucionario de las masas, y cuando tenga asegurado un éxito sólido dicho movimiento.”

La primera condición, “el progreso importante”, es indiscutible. La segunda condición, “la garantía del éxito”, y además de un éxito “sólido”, es simplemente una tontería digna de un pedante. En la continuación del texto de esta resolución, no obstante, esta estupidez es ampliamente desarrollada:

“Evidentemente, no se puede abordar la creación de los soviets cuando la victoria no está totalmente garantizada, porque podría suceder que toda la atención se concentrase únicamente sobre las elecciones a los soviets y no sobre la lucha militar, a partir de lo cual podría instalarse el democratismo pequeño burgués, lo que debilitaría la dictadura revolucionaria y crearía un peligro para la dirección del partido.”

El espíritu de Stalin, reflejándose a través del prisma del niño prodigio Lominadzé, planea sobre estas líneas inmortales. Sin embargo, todo esto es simplemente absurdo. Durante la huelga de Hong-Kong y de Shangai, durante todo el violento progreso posterior del movimiento de los obreros y los campesinos, se podía y se debían crear los soviets como órganos de la lucha revolucionaria abierta de las masas, que tarde o temprano, y en absoluto inmediatamente, llevaría a la insurrección y a la conquista del poder. Si la lucha, en la fase considerada, no se eleva hasta la insurrección, evidentemente los soviets mismos también se reducen a nada. No pueden convertirse en instituciones “normales” del estado burgués. Pero en ese caso, es decir, si los soviets son destruidos antes de la insurrección, las masas trabajadoras hacen de todos modos una adquisición enorme con el conocimiento práctico que extraen de los soviets y la familiaridad que adquieren con su mecanismo. En la etapa siguiente de la revolución, su edificación está así garantizada de una forma más fructífera y a una escala más vasta: sin embargo, incluso en la fase siguiente, puede ocurrir que no lleven directamente ni a la victoria ni a la insurrección siquiera. Acordémonos firmemente de esto: la consigna de los soviets puede y debe ser avanzada desde las primeras etapas del progreso revolucionario de las masas. Pero debe ser un progreso real. Las masas obreras deben afluir hacia la revolución, colocarse bajo su bandera. Los soviets dan una expresión organizativa a la fuerza centrípeta del desarrollo revolucionario. Estas consideraciones implican que durante el período del reflujo revolucionario, en que se manifiestan tendencias centrífugas dentro de las masas, la consigna de los soviets se convierte en doctrinaria, en inerte o, lo que no es mejor, en una consigna de aventureros. No es posible mostrarlo más clara ni más trágicamente de como lo ha hecho la experiencia de Cantón.

Ahora la consigna de los soviets no tiene otro valor en China que el de abrir una perspectiva, y en ese sentido tiene un papel propagandístico. Sería absurdo oponer los soviets, la consigna de la tercera revolución china, a la Asamblea Nacional, es decir, a la consigna que es resultado del desastre de la segunda revolución china. El abstencionismo, en un período interrevolucionario, sobre todo después de una cruel derrota, sería una política suicida.

Se podría decir (hay muchos sofistas en el mundo) que la resolución del VI Congreso no significa el abstencionismo: no hay ninguna Asamblea Nacional, nadie la convoca todavía ni promete convocarla, y, como consecuencia, no hay nada que boicotear. Semejante razonamiento sería, sin embargo, demasiado lastimoso, formal, infantil, bujarinista. Si el Kuomintang se viese forzado a convocar la Asamblea Nacional, ¿es que la boicotearíamos en esta situación? No. Desenmascararíamos sin piedad la falsedad y la mentira del parlamentarismo del Kuomintang, las ilusiones constitucionales de la pequeña burguesía; exigiríamos la extensión integral de los derechos electorales; al mismo tiempo, nos lanzaríamos a la arena política para oponer en el curso de la lucha por el Parlamento, en el curso de las elecciones, y dentro del mismo parlamento, los obreros y los campesinos pobres a las clases poseedoras y sus partidos. Nadie se empeñará en predecir cuáles serían para el partido, actualmente reducido a una existencia clandestina, los resultados obtenidos así. Si la política fuese correcta, las ventajas podrían ser muy importantes. Pero en este caso, ¿no está claro que el partido puede y debe no solamente participar en las elecciones si las decide el Kuomintang, sino también exigir que traigan consigo una movilización de masas alrededor de esa consigna?

Políticamente, el problema está ya planteado; cada día que pase lo confirmará. En nuestra crítica del programa hemos hecho referencia a la probabilidad de una cierta estabilización económica en China. Posteriormente, los periódicos han aportado decenas de testimonios sobre el comienzo de una recuperación económica (véase el Boletín de la Universidad china). Ahora, ya no es una suposición, sino un hecho, aunque la recuperación no esté todavía más que en su primera fase. Pero es precisamente al principio cuando hay que percibir el sentido de la tendencia; si no, no se hace política revolucionaria, sino seguidismo. Lo mismo ocurre con la lucha política en torno a los problemas de la constitución. Ahora no es ya una previsión teórica, una simple posibilidad, sino algo más concreto. No es gratuito que el delegado chino haya vuelto varias veces sobre el tema de la Asamblea Nacional; no es por azar que el congreso ha creído necesario adoptar una resolución especial (y particularmente falsa) a este respecto. No es la Oposición la que ha planteado este problema, sino precisamente el desarrollo de la vida política en China. Aquí también hay que saber percibir la tendencia desde su inicio. Cuanto más intervenga el Partido Comunista, con audacia y resolución, sobre la consigna de la Asamblea Constituyente democrática, menos espacio dejará a los diferentes partidos intermediarios, y más sólido será su propio éxito.

Si el proletariado chino debe vivir todavía varios años (incluso aunque sólo sea un año) bajo el régimen del Kuomintang, ¿va a poder renunciar el Partido Comunista a la lucha por la extensión de las posibilidades legales de todo tipo: libertad de prensa, de reunión, de asociación, derecho de huelga, etc.? Si renunciase a esta lucha se transformaría en una secta inerte. Pero esa es una lucha por las libertades democráticas. El poder de los soviets significa el monopolio de la prensa, de las reuniones, etc., en las manos del proletariado. ¿Es posible que el Partido Comunista saque ahora esta consigna? En la situación que estamos considerando sería una mezcla de infantilismo y de locura. El Partido Comunista está luchando, en la actualidad, no por conquistar el poder, sino por mantener y consolidar su ligazón con las masas en nombre de la lucha por el poder en el porvenir. La lucha por la conquista de las masas está inevitablemente ligada a la lucha desarrollada contra las violencias de la burocracia del Kuomintang frente a las organizaciones de masas, frente a sus reuniones, frente a su prensa, etc. En el curso del período próximo, ¿va el Partido Comunista a combatir por la libertad de prensa, o dejará esta tarea a un “tercer partido”? ¿Se limitará el Partido Comunista a la presentación de reivindicaciones democráticas aisladas (libertad de prensa, de reunión, etcétera), lo que equivaldría a un reformismo liberal, o planteará las consignas democráticas más consecuentes? En el plano político, eso significa la representación popular basada en el sufragio universal.

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Puede uno preguntarse si la Asamblea Constituyente democrática es “realizable” después de la derrota de la revolución en una China semicolonial rodeada por los imperialistas. Sólo es posible responder a esta pregunta por medio de conjeturas. Pero cuando se trata de una reivindicación, cualquiera que sea, formulada en las condiciones generales de la sociedad burguesa o en cierto estado de esta sociedad, el simple criterio de la posibilidad de su realización no es decisivo para nosotros. Es muy probable, por ejemplo, que el poder de la monarquía y la Cámara de los Lores no sean eliminados en Inglaterra antes de la instauración de la dictadura revolucionaria del proletariado. A pesar de ello, el Partido Comunista inglés debe hacer figurar su abolición entre sus reivindicaciones parciales. No son las conjeturas empíricas sobre la posibilidad o imposibilidad de realizar cualquier reivindicación transitoria las que pueden resolver el problema. Es su carácter social e histórico el que decide: ¿es progresiva para el desarrollo ulterior de la sociedad? ¿Corresponde a los intereses históricos del proletariado? ¿Consolida su conciencia revolucionaria? En este sentido, reclamar la prohibición de los trusts es pequeño burgués y reaccionario; además, como lo ha demostrado la historia de Norte América, esta reivindicación es completamente utópica. En cambio, bajo determinadas condiciones, es totalmente progresivo y correcto exigir el control obrero sobre los trusts, aunque sea dudoso que se pueda lograr en el marco del estado burgués. El hecho de que esta reivindicación no sea satisfecha mientras domine la burguesía, debe empujar a los obreros al derrocamiento revolucionario de la burguesía. De esta forma, la imposibilidad política de realizar una consigna puede no ser menos fructífera que la posibilidad relativa de realizarla.

¿Llegará China, durante un cierto período, al parlamentarismo democrático? ¿En qué grado, con qué fuerza y duración? A este respecto, sólo podemos entregarnos a las conjeturas. Pero sería fundamentalmente erróneo suponer que el parlamentarismo sea irrealizable en China y suponer que no debemos llevar a las camarillas del Kuomintang ante el tribunal del pueblo chino. La idea de la representación del pueblo entero, como lo ha mostrado la experiencia de todas las revoluciones burguesas, y en particular las que liberaron a las nacionalidades, es la más elemental, la más simple y la más apta para despertar el interés de amplias capas populares. Cuanto más se resista la burguesía que domina a esta reivindicación “del pueblo entero”, más se concentrará la vanguardia proletaria alrededor de nuestra bandera, más madurarán las condiciones políticas para la verdadera victoria sobre el estado burgués, sea el Gobierno militar del Kuomintang o un Gobierno parlamentario.

Se puede replicar: pero sólo se podrá convocar una verdadera Asamblea Constituyente a través de los soviets, es decir, a través de la insurrección. ¿No sería más sencillo comenzar por los soviets y limitarse a ellos? No, no sería más sencillo. Sería justamente poner el carro delante de los bueyes. Es muy probable que sólo sea posible convocar la Asamblea Constituyente por medio de los soviets, y que así esta Asamblea se convierta en superflua antes de haber visto la luz del día. Esto puede suceder, de la misma forma que puede no suceder. Si los soviets, por medio de los cuales podrá reunirse una “verdadera” Asamblea Constituyente, están ya allí, veremos si es todavía necesario proceder a esta convocatoria. Pero en la actualidad no existen soviets. No se podrá comenzar a establecerlos hasta que empiece un nuevo ascenso de las masas, que puede producirse dentro de dos o tres años, dentro de cinco años o de más. No existe tradición soviética en China. La Internacional Comunista ha desarrollado en este país una agitación contra los soviets, y no a favor de ellos. No obstante, mientras tanto, las cuestiones constitucionales se dedican a salir por todas las grietas.

A lo largo de su nueva etapa, ¿puede saltar la revolución china por encima de la etapa de la democracia formal? De lo que se ha dicho más arriba resulta que, desde un punto de vista histórico, no está excluida tal posibilidad. Pero es absolutamente inadmisible que se aborde el problema limitándose a esta eventualidad, que es la menos probable y la más lejana. Es dar prueba de ligereza de espíritu en el terreno político. El Congreso adopta sus decisiones para más de un mes, e incluso, como ya sabemos, para más de un año ¿Cómo se puede dejar a los comunistas chinos atados de pies y manos, tachando de oportunismo la forma de lucha política que, en la próxima etapa, puede adquirir la mayor importancia?

Sin duda alguna, al entrar en la vía de la lucha por la Asamblea Constituyente, se puede reanimar y reforzar a las tendencias mencheviques dentro del Partido Comunista Chino. No es menos importante combatir al oportunismo cuando la vida política se orienta hacia el parlamentarismo o hacia la lucha por su instauración que cuando se está en presencia de una lucha revolucionaria directa. Pero como ya se ha dicho, de ello deriva la necesidad de no tachar de oportunismo las consignas democráticas, sino de prever garantías y elaborar métodos de lucha bolcheviques a los que sirvan estas consignas. En grandes líneas, estos métodos y estas garantías son los siguientes:

1º El partido debe recordar que, con relación a su objetivo principal, la conquista del poder con las armas en la mano, las consignas democráticas no tienen más que un carácter secundario, provisional, pasajero, episódico. Debe explicarlo así. Su importancia fundamental reside en que permiten desembocar en la vía revolucionaria.

2º El partido debe, en la lucha por las consignas de la democracia, arrancar las ilusiones constitucionales y democráticas de la pequeña burguesía y de los reformistas que expresan sus opiniones, explicando que el poder dentro del estado no se obtiene por medio de las formas democráticas del voto, sino por medio de la propiedad y el monopolio de la enseñanza y el armamento.

3º Explotando a fondo las divergencias de puntos de vista que existan en el seno de la burguesía (pequeña y grande) con respecto a las cuestiones constitucionales, franqueando las diversas vías posibles hacia un campo de actividad abierta; combatiendo por la existencia legal de los sindicatos, de los clubes obreros, de la prensa obrera; creando donde y cuando sea posible organizaciones políticas legales del proletariado colocadas bajo la influencia directa del partido; tendiendo nada más sea posible a legalizar más o menos los diversos dominios de la actividad del partido (éste deberá, ante todo, asegurar la existencia de su aparato ilegal, centralizado, que dirigirá todas las ramas de la actividad del partido, legal e ilegal).

4° El partido debe desarrollar un trabajo revolucionario sistemático entre las tropas de la burguesía.

5° La dirección del partido debe desenmascarar implacablemente todas las vacilaciones oportunistas que tiendan a una solución reformista de los problemas planteados al proletariado de China, debe separarse de todos los elementos que conscientemente se esfuercen en subordinar el partido al legalismo burgués.

Sólo teniendo en cuenta estas condiciones asignará el partido a las distintas ramas de su actividad su justa proporción, no dejará pasar un nuevo cambio de la situación en el sentido de un nuevo reavivamiento revolucionario, entrará desde el comienzo en la vía de la creación de los soviets, movilizando a las masas alrededor de éstos, y los opondrá desde su creación al estado burgués, con todos sus camuflajes parlamentarios y democráticos.

4.- Otra vez más sobre la consigna de la “dictadura democrática”
La consigna de
la Asamblea Constituyente se opone tan poco a la fórmula de la dictadura democrática como a la de la dictadura del proletariado. El análisis teórico y la historia de nuestras tres revoluciones lo testifican.

La fórmula de la dictadura democrática del proletariado y el campesinado fue en Rusia la expresión algebraica, o, dicho de otra forma, la expresión más general, la más amplia, de la colaboración del proletariado y las capas inferiores del campesinado en la revolución democrática. La lógica de esta fórmula provenía del hecho de que sus grandes componentes no habían sido juzgados en la acción. En particular, no había sido posible predecir de forma totalmente categórica si, en las condiciones de la nueva época, el campesinado sería capaz de convertirse en una nueva fuerza más o menos independiente, en qué medida lo sería, y qué relaciones políticas recíprocas entre los aliados resultarían de ello dentro de la dictadura. El año 1905 no había llevado la cuestión hasta el punto de una verificación decisiva; 1917 demostró que cuando el campesinado lleva sobre sus espaldas a un partido (los socialistas revolucionarios) independiente de la vanguardia del proletariado, este partido se encuentra colocado bajo la total dependencia de la burguesía imperialista. A lo largo del período 1905-1917, la transformación imperialista, que trajo consigo el desarrollo de la democracia pequeño-burguesa así como el de la socialdemocracia internacional, se aceleró. Por eso, en 1917, la consigna de la dictadura democrática del proletariado y el campesinado se realizó verdaderamente por medio de la dictadura del proletariado, arrastrando consigo a las masas campesinas. Por ello mismo, el “transcrecimiento” de la revolución, pasando de la fase democrática al estadio socialista, se efectuó ya bajo la dictadura del proletariado.

En China, la consigna de la dictadura democrática del proletariado y el campesinado habría podido tener una cierta lógica política, mucho más limitada y episódica que en Rusia, si hubiera sido formulada en el momento adecuado, en 1925-1926, para probar a las fuerzas vivificadoras de la revolución; hubiera sido sustituida, igualmente en el momento oportuno, por la de la dictadura del proletariado arrastrando a los campesinos pobres. Todo lo necesario al respecto ha sido dicho en la Crítica del proyecto de programa. Queda todavía por preguntarse: ¿no puede el período interrevolucionario actual, ligado a un nuevo reagrupamiento de las fuerzas de clase, favorecer el renacimiento de la consigna de la dictadura democrática? Más arriba hemos respondido: no, la hace desaparecer definitivamente. El período de la estabilización interrevolucionaria se corresponde con el crecimiento de las fuerzas productivas, con el desarrollo de la burguesía nacional, con el aumento numérico del proletariado y el desarrollo de su cohesión, con la acentuación de las diferencias en el campo y la acentuación de la degeneración capitalista en la democracia al estilo Wan Tin-Wei o cualquier otro demócrata pequeño-burgués con un “tercer partido”, etc. En otras palabras, China pasará por procesos análogos en sus grandes líneas a los que atravesó Rusia bajo el régimen del 3 de junio. Estábamos seguros, en aquel tiempo, de que dicho régimen no sería eterno, ni siquiera de larga duración, y de que desembocaría en una revolución (con la ayuda relativa de la guerra). Pero la Rusia que salió del régimen de Stolypin no era la misma que cuando empezó. Los cambios sociales que el régimen interrevolucionario introducirá en China dependen en particular de la duración de ese régimen. La tendencia general de esas modificaciones no es menos indiscutible desde ahora: acentuación de las contradicciones de clase y eliminación completa de la democracia pequeño burguesa en tanto que fuerza política independiente. Pero esto significa justamente que, en la tercera revolución china, una coalición “democrática” de los partidos políticos tomaría un sentido más reaccionario y más antiproletario todavía de lo que lo fue el del Kuomintang en 1925-1927. No queda, pues, otra cosa que realizar que una coalición de las clases bajo la vanguardia proletaria. Es precisamente la vía de Octubre. Presenta muchas dificultades, pero no existe otra.

5. Apéndice: Un interesante documento sobre la política y el régimen de la Internacional Comunista
Hemos hecho referencia anteriormente a la “interesante” resolución del Pleno del Comité Central del Partido Comunista chino (noviembre de 1927), precisamente la que el IX Pleno del Comité Ejecutivo de
la Internacional Comunista acusó de “trotskysta”, y a propósito de la cual, Lominadzé se justificaba de forma tan variada, mientras que Stalin, con obstinación, se escondía tras el silencio. En realidad, esta resolución combina el oportunismo y una táctica aventurista, y refleja con una exactitud perfecta la política del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, antes y después de julio de 1927. Cuando la condenaron, después de la derrota de la insurrección de Cantón, los dirigentes de la Internacional Comunista no solamente no la reprodujeron, sino que no presentaron siquiera ningún extracto. Era demasiado humillante verse a sí mismo en el espejo chino. Esta resolución apareció en una “documentación” especial y difícil de conseguir, publicada por la Universidad china Sun Yat-Sen (nº 10).

El nº 14 de la misma publicación llegó a nuestras manos cuando nuestro trabajo (La cuestión china después del VI Congreso) estaba ya terminado; contiene otro documento no menos interesante, aunque de un carácter diferente: es una crítica; se trata de una resolución adoptada por el Comité Provincial de Kiang-Su del Partido Comunista chino, el 7 de mayo de 1929, en relación con las decisiones del IX Pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. Recordemos que Shangai y Cantón forman parte de la provincia de Kiang-Su.

Esta resolución constituye, como ya se ha dicho, un documento interesante, a pesar de los errores de principio y de los malentendidos políticos que contiene. En el fondo, la resolución no hace más que condenar implacablemente las decisiones del IX Pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, y, en general, toda la dirección de la Internacional en la revolución china. Naturalmente, de conformidad con el régimen actual de la Internacional Comunista, la crítica dirigida contra el Comité Ejecutivo tiene un carácter restringido, convencionalmente diplomático. La resolución apunta hacia su propio Comité Central, que desempeña el papel de un ministerio responsable asistiendo a un monarca irresponsable, el cual, como ya se sabe, “no puede equivocarse”. Hay incluso amables elogios referentes a ciertas partes de la resolución del Comité Ejecutivo. Esta forma de abordar las cuestiones por medio de “maniobras” es, en sí misma, una crítica cruel del régimen de la Internacional Comunista: la hipocresía es inseparable del burocratismo. Pero lo que la resolución dice, en el fondo, de la dirección política y de sus métodos constituye una acusación todavía mucho más grave.

“Después de la Conferencia del 7 de agosto [1927], informa el Comité de Kiang-Su, el Comité Central formuló un juicio sobre la situación que se reducía a decir que, aunque la revolución había sufrido una triple derrota, atravesaba no obstante una fase de ascenso.”

Esta apreciación concuerda enteramente con la caricatura que hizo Bujarin de la teoría de la revolución permanente, caricatura que aplicó primero a Rusia, después a Europa y por fin a Asia. Los acontecimientos reales de la lucha, es decir, las tres derrotas, deberían haber sido, según parece, considerados todos ellos en sí mismos, y el “ascenso” permanente, separado, también por sí mismo.

De la resolución adoptada por el VII Pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (mayo), el Comité Central del partido chino saca la conclusión siguiente:

“Hay que preparar y organizar inmediatamente insurrecciones en todas partes donde sea objetivamente posible.”

¿Cuáles eran, sobre este punto, las condiciones políticas? En agosto de 1927, el Comité de Kiang-Su declara:

“El informe político del Comité Central señala que los obreros de Hunan, después de una cruel derrota, abandonaron a la dirección del partido, que no estamos en presencia de una situación revolucionaria objetiva... pero, a pesar de ello, el Comité Central dice claramente que el conjunto de la situación, desde el punto de vista económico, político y social [¡justamente! L. T.] es favorable a la insurrección. Puesto que no es posible ya desatar revueltas en las ciudades, hay que trasladar la lucha armada al campo. Es ahí donde deben estar los focos de la sublevación, mientras que la ciudad debe ser una fuerza auxiliar” (p. 4).

Recordemos que inmediatamente después del Pleno de mayo del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, que confió la dirección de la revolución agraria al Kuomintang de izquierda, éste se lanzó a abatir a los obreros y los campesinos. La posición del Comité Ejecutivo se hizo absolutamente insostenible. Eran precisos a cualquier precio, y sin tardanza, actos de “izquierda” en China para refutar la “calumnia” de la Oposición, es decir, su pronóstico irrefutable. Esta es la razón por la cual el Comité Central chino se encontró cogido entre la espada y la pared y fue obligado, en agosto de 1927, a cambiar de arriba a abajo la política proletaria. Aunque no hubiera una situación revolucionaria, y a pesar del abandono del partido por las masas obreras, constataba el Comité Central, la situación económica y social era “favorable a la insurrección”. En todo caso, un levantamiento victorioso habría sido muy “favorable” al prestigio del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. Dado que los obreros abandonaban la revolución, era necesario, según se pretendía, volver la espalda a las ciudades e intentar desencadenar levantamientos aislados en el campo.

Ya en el Pleno de mayo [1927] del Comité Ejecutivo señalábamos que los levantamientos de Ho-Lun y Ye-Tin estaban marcados por el espíritu aventurero y condenados inevitablemente a la derrota, porque no habían sido suficientemente preparados desde el punto de vista político y no estaban ligados con el movimiento de masas; es lo que ocurrió. La resolución del Comité de Kiang-Su dice a este respecto:

“A pesar de la derrota de los ejércitos de Ho-Lun y de Ye-Tin en Kuangtung, incluso después del Pleno de noviembre, el Comité Central insiste en atenerse a la táctica de los levantamientos inmediatos y toma como punto de partida la creencia en la marcha directa hacia adelante de la revolución.”

Por razones comprensibles, el Comité de Kiang-Su deja pasar en silencio el hecho de que esta apreciación fuera también la del mismo Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, que trataba de “liquidadores” a los que estimaban la situación en su justo término, y que el Comité Central chino fue forzado en noviembre de 1927, bajo pena de ser inmediatamente depuesto y expulsado del partido, a presentar el declive de la revolución como su ascenso.

La insurrección de Cantón se desarrolló a partir de esta inversión de los términos del problema; este levantamiento no fue considerado, bien entendido, como una batalla de retaguardia (sólo unos locos rabiosos podrían haber llamado a la insurrección y a la conquista del poder a través de una “batalla de retaguardia”); no, este levantamiento fue concebido como una parte del golpe de estado general. La resolución de Kiang-Su dice sobre este punto:

“Durante la insurrección de diciembre en Cantón, el Comité Central decidió de nuevo lanzar un levantamiento inmediato en el Hunan, en Hupé, en el Kiang-Si, para defender Kuangtung, para ampliar el marco del movimiento dándole una envergadura ampliada a toda China (uno puede darse cuenta de esto a partir de las cartas de información del Comité Central, nº 16 y 22). Estas medidas procedían de una estimación subjetiva de la situación y no correspondían a las condiciones objetivas. Evidentemente, en una posición semejante las derrotas son inevitables.”(p. 5).

La experiencia de Cantón horrorizó a los dirigentes no solamente en China, sino también en Moscú. Fue lanzada una advertencia contra el putschismo, pero en el fondo la línea política no varió en nada. La orientación continuó siendo la misma: hacia la insurrección. El Comité Central del Partido Comunista chino transmitía esta directriz de doble sentido a las instancias inferiores; puso también en guardia, por su parte, contra la táctica de escaramuzas, exponiendo en sus circulares definiciones académicas del espíritu de aventura.

“Pero, dado que el Comité Central se basaba en su estimación del movimiento revolucionario en un ascenso continuo (como lo decía justamente y con razón la resolución de Kiang-Su), no hubo modificaciones esenciales en su actitud. Las fuerzas enemigas son mucho más subestimadas y, al mismo tiempo, no se presta atención al hecho de que nuestras organizaciones han perdido contacto con las masas… Así, aunque el Comité Central envió a todas partes su carta de información número 28 (sobre el putschismo), no corrigió al mismo tiempo sus errores.” (p. 5)

Una vez más, no se trata simplemente del Comité Central del Partido chino. El Pleno de febrero del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista tampoco aporta cambios en su política. Limitándose a condenar la táctica de las escaramuzas en general, para asegurarse contra toda eventualidad, la resolución de este Pleno se lanza con furor contra la Oposición, que mostraba la necesidad de cambiar resueltamente de orientación. En febrero de 1928 se continuaba como hasta entonces, dirigiéndose hacia la insurrección. El Comité Central del Partido Comunista chino no servía más que como una máquina para transmitir esta directriz.

El Comité de Kiang-Su dice:

“La circular del Comité Central nº 38, de 6 de marzo [obsérvese bien: ¡6 de marzo de 1928! L. T.], muestra muy claramente que el Comité Central mantiene todavía la ilusión cuando estima la situación como favorable a la insurrección general en el Hunan, en Hupé, en el Kiang-Si, y la conquista del poder como posible en toda la provincia de Kuangtung. La discusión sobre la elección de Tchancha o de Hankow como centro de la insurrección, continuaba todavía entre el Buró Político del Comité Central y el instructor del Comité Central en el Hunan y en Hupé” (p. 5).

Tal fue el sentido desastroso de la resolución del Pleno de febrero: falsa en el terreno de los principios, ofrece en el aspecto práctico un doble sentido premeditado. La idea de fondo era siempre la misma: si, contra todo pronóstico, la sublevación se extiende, nos referiremos a los pasajes que se dirigen contra los liquidadores; si la insurrección no va más lejos que las refriegas de los rebeldes, señalaremos con el dedo los párrafos que ponen en guardia contra el putschismo.

Aunque la resolución de Kiang-Su no se atreva en ninguna parte a criticar al Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (todos saben lo que supone), no obstante, en ninguno de sus documentos ha dado la Oposición unos golpes tan mortales a la dirección de la Internacional Comunista como lo hace el Comité de Kiang-Su en esta requisitoria, formalmente dirigida contra el Comité Central del Partido Comunista chino. Después de una exposición cronológica de las manifestaciones del espíritu aventurero en el terreno de la política, la resolución se vuelve hacia las causas generales de esta orientación desastrosa.

“¿Cómo explicar [pregunta] esta estimación errónea por parte del Comité Central, que influyó sobre la lucha práctica y contenía serios errores? De la manera siguiente:

1º El movimiento revolucionario fue valorado como un ascenso continuo [¡“revolución permanente” al estilo de Bujarin y Lominadzé!, L:T.]

2° No se prestó atención a la pérdida de contacto entre nuestro partido y las masas, ni a la desagregación de las organizaciones de masas cuando la revolución llegó a un giro decisivo.

3° No se tuvo en cuenta el nuevo reagrupamiento de las fuerzas de clase que se produjo en el campo enemigo a partir de este giro.

4° No se tomó en consideración la dirección del movimiento en las ciudades.

5º Se despreció la importancia del movimiento antiimperialista en un país semicolonial.

6° En el momento de la insurrección no se tuvieron en cuenta las condiciones objetivas ni la necesidad de adaptar a éstas los diversos medios de lucha.

7° Se hizo sentir una desviación campesina.

8º El Comité Central, en su estimación de la situación, se dejó guiar por un punto de vista subjetivo.”

Es dudoso que el Comité de Kiang-Su haya leído lo que había escrito la Oposición sobre todas estas cuestiones. Podemos incluso afirmar con seguridad que no lo ha leído. Porque si lo hubiera hecho, tendría miedo de formular con tanta precisión unas consideraciones que coinciden completamente al respecto con las nuestras. El Comité de Kiang-Su se ha servido, sin saberlo, de nuestra prosa.

Los ocho puntos enumerados anteriormente y que caracterizan la línea errónea de conducta del Comité Central (dicho de otra forma, del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista) tienen la misma importancia. Si queremos añadir algunas palabras sobre el quinto punto es porque vemos aquí una confirmación particularmente brillante y concreta de la justeza de nuestra crítica en sus rasgos más esenciales. La resolución de Kiang-Su acusa a la política del Comité Central de despreciar los problemas del movimiento antiimperialista en un país colonial. ¿Cómo se ha podido llegar a esto? Por la fuerza de la dialéctica de la falsa línea de conducta política; los errores, como todo, tienen su dialéctica. El punto de partida del oportunismo oficial se encontraba en la constatación de que la revolución china es en el fondo una revolución antiimperialista, y que el yugo del imperialismo agrupa a todas las clases, o al menos a “todas las fuerzas vivas del país”. Nosotros objetamos que una lucha fructífera contra el imperialismo sólo es posible mediante la ampliación audaz de la lucha de clases y, como consecuencia, de la revolución agraria. Nos hemos levantado con fuerza contra el intento de subordinar la lucha de clases al criterio abstracto de la lucha contra el imperialismo (sustitución del movimiento huelguístico por las comisiones de arbitraje, consejos dados por medio de despachos telegráficos de no avivar la revolución agraria, prohibición de establecer soviets, etcétera). Tal fue la primera etapa. Después de la “traición” del amigo Wan Tin-Wei se produjo verdaderamente un giro de 180º. Ahora se pretende que el problema de la independencia aduanera, es decir, de la soberanía económica (y por tanto política) de China es un problema secundario “burocrático” (Stalin). Lo esencial de la revolución china consistiría en la transformación agraria. La concentración del poder en manos de la burguesía, el abandono de la revolución por los obreros, la ruptura entre el partido y las masas, han sido apreciados como fenómenos secundarios, en comparación con las revueltas campesinas. En lugar de una verdadera hegemonía del proletariado, tanto en la lucha antiimperialista como en el problema agrario, es decir, en el conjunto de la revolución democrática, se produjo una capitulación vergonzosa ante las fuerzas elementales campesinas, acompañadas de aventuras “secundarias” en las ciudades. Sin embargo, esta capitulación prepara fundamentalmente el putschismo. Toda la historia del movimiento revolucionario en Rusia, así como en los demás países, lo testimonia así. Los acontecimientos de China del año pasado lo han confirmado.

En su estimación y sus advertencias, la Oposición ha partido de consideraciones teóricas generales apoyadas sobre informaciones oficiales muy incompletas, a veces conscientemente deformadas. El Comité de Kiang-Su ha partido de hechos directamente observados desde el centro del movimiento revolucionario; desde el punto de vista teórico, este Comité se debate todavía en las redes de la escolástica bujarinista. El hecho de que sus conclusiones empíricas coincidan punto por punto con las nuestras tiene, en política, la misma significación que, por ejemplo, en química, el descubrimiento en los laboratorios de un nuevo elemento simple cuya existencia hubiera sido enunciada sobre la base de deducciones teóricas. Desgraciadamente, el triunfo de nuestro análisis marxista en el plano teórico tiene como corolario político, en el caso considerado, derrotas mortales para la revolución.

***
El giro que se ha operado en la política del Comité Ejecutivo de
la Internacional Comunista, a mediados de 1927, fue brusco y marcado en su misma naturaleza por el espíritu aventurero: no podía hacer otra cosa que provocar malsanas heridas en el Partido Comunista chino, que fue cogido de improviso. En este punto, pasamos de la línea de conducta política del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista al régimen interior de esta Internacional y a los métodos organizativos de la dirección. He aquí lo que dice a este respecto la resolución del Comité de Kiang-Su:

“Después de la Conferencia del 7 de agosto de 1927, el Comité Central debió cargar con la responsabilidad de las tendencias putschistas, ya que exigía severamente a los comités locales que la nueva línea de conducta política fuera aplicada; si alguno no estaba de acuerdo con ella, sin más ceremonia no se le permitía renovar su carné del partido, y se excluía incluso a los camaradas que ya lo habían renovado… En esta época, el estado de ánimo putschista se expandió ampliamente dentro del partido; si alguno expresaba dudas sobre la política de los levantamientos, era calificado inmediatamente de oportunista y atacado despiadadamente. Esta circunstancia provocó grandes fricciones en el seno de las organizaciones del partido” (p. 6).

Estas operaciones se desarrollaban con el acompañamiento de piadosas y académicas advertencias contra los peligros del putschismo “en general”.

La política de la insurrección brusca, improvisada desde arriba, exigía una recomposición urgente y un reagrupamiento del partido entero. El Comité Central conservó a aquellos que admitían en silencio la orientación hacia la insurrección a pesar de un declive manifiesto de la revolución. Sería bueno publicar las directrices dadas por el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista durante este período. Podrían reunirse en un manual para la organización de la derrota. La resolución de Kiang-Su expone:

“El Comité Central continúa sin hacer notar las derrotas y el estado de depresión de los obreros; no ve que esta situación es el resultado de los errores cometidos bajo su dirección” (p. 6).

Pero hay más:

“El Comité Central acusa no se sabe a quién [¡justamente! L. T.] de que:

a) Los comités locales no han controlado suficientemente bien la reorganización;

b) No se ha hecho ocupar funciones a los elementos obreros y campesinos;

c) Las organizaciones locales no han sido depuradas de los elementos oportunistas.”

Todo se hace bruscamente, por medio de telegramas; como sea, hay que cerrar bien la boca a la Oposición. Como de todos modos las cosas no marchan, el Comité Central afirma:

“El estado de ánimo de las masas sería muy diferente si la señal de la revuelta hubiese sido lanzada al menos en una provincia.”

Y el Comité de Kiang-Su pregunta con razón, guardando prudentemente silencio sobre el hecho de que el Comité Central no hiciese más que ejecutar las directrices del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista:

“Esta última indicación, ¿no es una prueba del putschismo al 100% del mismo Comité Central?” (p. 6).

Durante cinco años, se ha dirigido y se ha educado al partido en un espíritu oportunista. En la actualidad se le exige que sea ultrarradical y que “destaque inmediatamente” hacia delante jefes obreros. ¿Cómo?... Muy simplemente, fijando un cierto porcentaje. El Comité de Kiang.-Su se queja:

“1º No se tiene en cuenta el hecho de que los que sean designados para completar los cuadros de dirección deberían ser seleccionados en el curso de la lucha. El Comité Central se limita a fijar formalmente por adelantado un porcentaje de obreros y de campesinos en los órganos dirigentes de las diversas organizaciones.

2º A pesar de los numerosos arrestos, no se examina el grado de restablecimiento del partido, sino que se dice solamente, formalmente, que hay que reorganizar.

3º El Comité Central dice simplemente, de forma dictatorial, que las organizaciones locales no destacan nuevos elementos, que no se desembarazan del oportunismo; al mismo tiempo, el Comité Central lanza ataques infundados contra los cuadros y los destituye con ligereza.

4º Sin prestar atención a los errores debidos a su propia dirección, el Comité Central exige, sin embargo, la disciplina de partido más severa a los militantes de base.”

¿No parecen haber sido copiados todos estos párrafos de la plataforma de la Oposición? No, los ha dictado la vida. No obstante, como la plataforma también está copiada de la vida, coinciden. ¿Dónde está entonces la “particularidad” de las condiciones chinas? El burocratismo lo nivela todo, todas las particularidades. La política y el régimen interior son determinados por el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, más exactamente por el Comité Central del Partido Comunista de la URSS. El Comité Central del Partido Comunista chino lo hace bajar todo hasta las instancias inferiores. He aquí cómo se lleva a cabo esto, según la resolución de Kiang-Su:

“La declaración siguiente, hecha por un camarada de un Comité regional, es muy característica: “En la actualidad, el trabajo es muy difícil; no obstante, el Comité Central muestra que hay una forma muy subjetiva de considerarlo. Lanza acusaciones y dice que el Comité provincial no es bueno; este último, por su parte, acusa a las organizaciones de base y afirma que el Comité regional es malo. Este se pone a acusar y asegura que son los camaradas que trabajan sobre el terreno los que no son buenos. Y los camaradas se defienden diciendo que las masas no son revolucionarias”” (p. 8).

Es realmente un cuadro brillante. Únicamente, que no tiene nada particularmente chino.

Cada resolución del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista registrando nuevas derrotas declara, por una parte, que todo estaba previsto, y por otra, que son los “ejecutores” los responsables de las derrotas, porque no han comprendido la línea que se les había indicado desde arriba. Falta por establecer cómo una dirección tan perspicaz ha podido preverlo todo excepto que los ejecutores no tienen talla para aplicar sus directrices. Para una dirección, lo esencial no consiste en presentar una línea de conducta abstracta, en escribir una carta sin dirección, sino en elegir y educar a los ejecutores. La justeza de la dirección se verifica precisamente en la ejecución. La seguridad y la perspicacia de la dirección sólo se confirman cuando concuerdan las palabras y los actos. Pero si de forma crónica, en cada etapa, a lo largo de varios años, la dirección se ve obligada, post factum, después de cada giro que lleva a cabo, a lamentarse de que no ha sido comprendida, que han deformado su pensamiento, que los ejecutores han hecho fracasar su plan, ahí hay un signo seguro de que el error le incumbe enteramente. Esta “autocrítica” es tanto más grave cuanto que es involuntaria e inconsciente. Siguiendo el espíritu del VI Congreso, la dirección de la Oposición debe ser responsabilizada de cada grupo de tránsfugas; por contra, la dirección de la Internacional Comunista no tendría que responder en absoluto de los comités centrales de todos los partidos nacionales, en los momentos históricos más decisivos. Pero una dirección que no responde de nada es una dirección irresponsable. Ahí está la raíz de todos los males.

Protegiéndose contra la crítica de la base, el Comité Central del Partido Comunista chino se refiere al Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, es decir, traza sobre el suelo una raya de tiza que no puede ser traspasada. El Comité de Kiang-Su tampoco la traspasa. Pero, dentro de los límites fijados por esta raya, le dice a su Comité Central verdades amargas que, automáticamente, se aplican al Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. Nos vemos de nuevo forzados a citar un extracto sacado del interesante documento de Kiang-Su:

“El Comité Central dice que toda la dirección anterior ha estado de acuerdo con las directrices de la Internacional Comunista, ¡como si todas las vacilaciones y errores no dependieran más que de los militantes de base! Si se adopta una forma semejante de ver las cosas, el mismo Comité Central no podrá ni reparar sus errores ni educar a los camaradas para el estudio de esta experiencia. No le será posible reforzar su ligazón con el aparato de la base del partido. El Comité Central dice siempre que su dirección fue correcta; achaca todos los errores a los camaradas de base, señalando siempre de forma especial las vacilaciones de los Comités de base del partido.”

Y un poco más adelante:

“Si la dirección no hace más que atacar con ligereza a los camaradas y a los órganos locales de dirección señalando sus errores, pero sin analizar de hechos, las causas de esos errores, esto no puede provocar más que fricciones en el seno del partido; semejante actitud es desleal [“brutal y desleal”, L. T.) y no puede ser útil ni a la revolución ni al partido. Si la dirección misma disimula sus errores y carga con sus faltas a los demás, semejante conducta tampoco será útil ni al partido ni a la revolución” (p. 10).

Es una forma simple pero clásica de caracterizar la tarea del centrismo burocrático, que descompone y devasta las conciencias. La resolución de Kiang-Su muestra de forma absolutamente ejemplar cómo y mediante qué métodos fue conducida la revolución china varias veces a la derrota, y el partido chino al borde de la muerte. Porque los cien mil militantes imaginarios que tiene sobre el papel el Partido Comunista chino no representan más que una forma burda de engañarse a sí mismo. Constituirían entonces la sexta parte de los efectivos totales de los partidos comunistas de todos los países capitalistas. Los crímenes de la dirección contra el comunismo chino están todavía lejos de haber sido pagados todos. Nuevas caídas amenazan aún su futuro. Y la recuperación será dolorosa. Cada paso en falso la empujará todavía más abajo. La resolución del VI Congreso condena al Partido Comunista chino a errores y tácticas erróneas. Es imposible la victoria con la orientación actual de la Internacional Comunista, con su actual régimen interior. Hay que cambiar la orientación, hay que cambiar el régimen. Esto es lo que dice, una vez más, la resolución del Comité Provincial de Kiang-Su.

Alma Ata, 4 de octubre de 1928