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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

El fascismo y las consignas democráticas

El fascismo y las consignas democráticas

El fascismo y las consignas democráticas[1]

 

 

14 de Julio de 1933

 

 

 

1. ¿Es cierto que Hitler destruyó los "prejuicios democráticos"?

 

Estamos convencidos de que la resolución de abril del presidium del Comite Ejecutivo de la Internacional Comunista pasará a la historia como testimonio de la bancarrota final de la Comintern de los epígonos. El broche de oro de la resolución es un pronóstico en el que los vicios y prejuicios de la burocracia stalinista alcanzan su máxima expresión. "La instau­ración de la dictadura fascista abierta -proclama la resolución en letra destacada- acelera el ritmo de desarrollo de la revolución proletaria alemana al destruir las ilusiones democráticas de las masas y liberarlas de la influencia de la socialdemocracia.

Se diría que el fascismo se ha convertido inespe­radamente en la locomotora de la historia: él destruye las ilusiones democráticas, él libera a las masas de la influencia de la socialdemocracia, él acelera el desarrollo de la revolución proletaria. La burocracia stalinista asigna al fascismo esas tareas fundamentales que ella misma se mostró incapaz de resolver.

En teoría, la victoria del fascismo demuestra más allá de toda duda que la democracia está agotada; políticamente, empero, el régimen fascista mantiene los prejuicios democráticos, los recrea, los inculca en la juventud y hasta es capaz de impartirles mucha fuerza durante un tiempo. En ello, precisamente, reside una de las manifestaciones más importantes del carácter histórico reaccionario del fascismo.

Los doctrinarios razonan en base a sus esquemas. Las masas razonan en base a los hechos. Para la clase obrera, los acontecimientos no son experiencias que demuestran tal o cual "tesis" sino cambios vivos en la suerte del pueblo. La victoria del fascismo afecta el proceso político en un grado un millón de veces mayor que el pronóstico que ella origina para un futuro indeterminado. Si de la bancarrota de la democracia hubiera surgido un estado proletario, el desarrollo de la sociedad, así como el desarrollo de la conciencia de las masas, hubieran dado un salto enorme. Pero puesto que lo que surgió de la bancarrota de la democracia fue la victoria del fascismo, la conciencia de las masas sufrió un retroceso enorme, aunque temporal, por supuesto. Así como el incendio que Goering provocó en el Reichstag de ninguna manera consumió al cretinismo parlamentario, la liquidación de la constitución de Weimar en manos de Hitler no pone fin en absoluto a las ilusiones parlamentarias.

 

2. El ejemplo de España e Italia

 

Durante cuatro años venimos escuchando que la democracia y el fascismo no son recíprocamente excluyentes sino complementarios. Si es así, ¿cómo es posible que la victoria del fascismo haya liquidado la democracia de una vez por todas? Nos gustaría recibir alguna explicación de Bujarin, Zinoviev o Manuilski "en persona.

La Comintern caracterizó como fascista la dictadura policíaco-militar de Primo de Rivera. Pero si el triunfo del fascismo entraña la liquidación definitiva de los prejuicios democráticos, ¿cómo es que la dictadura de Primo de Rivera cedió su lugar a una república burguesa? Es cierto que el régimen de Rivera de ninguna manera fue fascista. Pero, de todas maneras, tuvo un rasgo en común con el fascismo: surgió como resultado de la bancarrota del régimen parlamentario, lo que no le impidió, una vez revelada su propia bancarrota, ceder su lugar al parlamentarismo democrático.

Podría responderse que la revolución española es de carácter proletario y que la socialdemocracia, aliada a los demás republicanos, frenó su desarrollo cuando alcanzó la etapa del parlamentarismo burgués. Pero esta objeción acertada sólo aclara la idea de que si la democracia burguesa logró paralizar la revolución del proletariado se debió a que bajo el yugo de la dictadura "fascista", las ilusiones democráticas no se debilitaron sino que se fortalecieron.

¿Desaparecieron las "ilusiones democráticas" en Italia, después de diez años de despotismo mussolinia­no? Los fascistas dicen que sí. La realidad demuestra lo contrario: las ilusiones democráticas cobran nuevas fuerzas. En este período maduró una nueva generación, que aun no vivió una etapa de libertad pero conoce per­fectamente bien el fascismo: ésa es la materia prima de la democracia vulgar. La organización Giustizia e Liber­ta[2] distribuye literatura democrática ilegal en Italia, y no sin éxito, lo que demuestra que las ideas democráti­cas encuentran partidarios dispuestos a sacrificarse. Hasta las débiles generalizaciones de un monárquico li­beral, el conde Sforza, aparecen en panfletos ilegales. ¡ Eso muestra el nivel al que retrocedió Italia después de diez años!

No se comprende por qué se le atribuye al fascismo alemán un papel opuesto totalmente al que cumplió el fascismo italiano. ¿Acaso se debe a que "Alemania no es Italia"? El fascismo triunfante no es la locomotora de la historia sino su gran freno. Así como la política de la socialdemocracia llevó al triunfo de Hitler, el régi­men del nacionalsocialismo prepara inexorablemente la revitalización de las ilusiones democráticas.

 

3. ¿Puede regenerarse la socialdemocracia?

 

Los camaradas alemanes afirman que los obreros socialdemócratas e inclusive muchos burócratas socialdemócratas están "desilusionados" de la demo­cracia. Debemos aprovechar al máximo el espíritu crítico de los obreros reformistas, en bien de su edu­cación revolucionaria. Pero al mismo tiempo es ne­cesario comprender claramente el alcance que tiene la "desilusión" de los reformistas. Los altos sacerdotes de la socialdemocracia fustigan a la democracia para justificarse. Incapaces de reconocer que actuaron como despreciables cobardes, ineptos para luchar por la de­mocracia que ellos crearon y por sus posiciones de pri­vilegio en la misma, estos caballeros se desentienden de la responsabilidad y la atribuyen a una democracia intangible. ¡Cómo vemos, este radicalismo, además de barato, es completamente espúreo! Bastará con que la burguesía llame a estos "desilusionados" con el dedo meñique para que vengan corriendo en cuatro patas a formar una nueva coalición. Es cierto que en el seno de las masas trabajadoras socialde­mócratas está naciendo un sentimiento de repudio a las traiciones y espejismos de la democracia. Pero, ¿hasta qué punto? La mitad más uno de los siete u ocho millones y medio de obreros socialdemócratas cayó en la mayor confusión, pasividad y capitulación ante los vencedores. Al mismo tiempo, bajo la bota del fascismo, irá surgiendo una nueva generación para la que la constitución de Weimar será una leyenda histórica. ¿De qué manera cristalizará politicamente la clase obrera? Eso depende de muchos factores, entre ellos, desde luego, de nuestra política.

Históricamente, no se puede descartar que el régimen fascista sea remplazado directamente por un estado obrero. Pero para que esa posibilidad se convierta en realidad es necesario que en la lucha contra el fascismo se forme un poderoso partido comunista ilegal, bajo cuya dirección el proletariado podría tomar el poder. Por otra parte, debemos decir que la creación de semejante partido revolucionario en la clandestinidad no parece muy probable; en todo caso, no está garantizada de antemano. A partir de cierto punto, el descontento, indignación y agitación de las masas aumentarán de manera mucho más veloz que la formación ilegal de la vanguardia partidaria. Y la falta de claridad en la conciencia de las masas ayudará inevitablemente a la democracia.

Eso de ninguna manera significa que después de la caída del fascismo Alemania deberá pasar obligatoriamente por un largo proceso de parlamen­tarismo. El fascismo no erradicará la experiencia política pasada; menos aun cambiará la estructura social de la nación. Sería un gravísimo error creer que el proceso político alemán pasará por otra etapa prolongada de democracia. Pero, en el despertar revolucionario de las masas, las consignas democrá­ticas constituirán inevitablemente el primer capítulo. Aunque el proceso de la lucha no permita que se regenere el estado democrático ni por un solo día - lo que es muy posible - ¡ la lucha misma no puede evitar las consignas democráticas! Cualquier partido revolucionario que intente saltar esta etapa se romperá el cuello.

La cuestión de la socialdemocracia está estre­chamente ligada a esta perspectiva general. ¿Reapa­recerá? La vieja organización está perdida, pero eso no significa que la socialdemocracia no puede regene­rarse bajo una nueva máscara histórica. Los partidos oportunistas que se derrumban y descomponen tan fácilmente bajo los golpes de la reacción, ante el primer síntoma de reanimamiento político se regeneran con igual facilidad. Lo vimos en Rusia con los menche­viques y socialrevolucionarios. La socialdemocracia alemana puede no sólo regenerarse sino inclusive adquirir gran influencia si el partido revolucionario "niega" doctrinariamente las consignas democráticas en lugar de adoptar una actitud dialéctica hacia las mismas. En este terreno, como en tantos otros, el presidium de la Comintern ayuda gratuitamente al reformismo.

 

4. Los brandleristas son más stalinistas que Stalin

 

La mayor confusión respecto de las consignas democráticas se reveló en las tesis programáticas del grupo oportunista de Brandler-Thalheimer sobre la lucha contra el fascismo. El Partido Comunista, dicen las tesis, "debe unificar las manifestaciones de descontento de todas (!) las clases contra la dictadura fascista". (Gegen den Strom, pag. 7. La palabra "todas" está subrayada en el original.) Al mismo tiempo, las tesis insisten en que "la consigna parcial no puede ser democrático-burguesa". Estas dos afirmaciones, erróneas ambas, son recíproca e irreconciliablemente contradictorias. En primer lugar, la fórmula de unificación del descontento de "todas las clases" es absolutamente increíble. Es cierto que los marxistas rusos alguna vez abusaron de esa fórmula en la lucha contra el zarismo. De ese abuso surgió la concepción menchevique de la revolu­ción, que Stalin aplicó luego en China. Pero en Rusia se trataba del choque de la nación burguesa contra la monarquía privilegiada. ¿Qué sentido tiene la expresión lucha de "todas las clases" contra el fascismo en una nación burguesa, ya que el fascismo es la herramienta de la gran burguesía contra el proletariado? Nos gustaría ver cómo se las arregla Thalheimer, fabricante de vulgarismos teóricos, para unir el descontento de Hugenberg -realmente está descontento- con el del obrero desocupado. ¿Cómo es posible unificar la movilización de "todas las clases" si no sobre la base de la democracia burguesa? ¡Verdaderamente, es un ejemplo perfecto de la combinación del oportunismo con el ultrarradicalismo verbal!

La movilización del proletariado contra el régimen fascista adquirirá un carácter cada vez más masivo en la medida que la pequeña burguesía se distancie del fascismo, aislando así a las cúpulas poseedoras y el aparato gubernamental. La tarea del partido proletario consistirá en utilizar el debilitamiento del yugo por parte de la reacción pequeñoburguesa para movilizar al proletariado con el fin de ganarse a los estratos inferiores de la pequeña burguesía.

Es cierto que el incremento del descontento de los estratos intermedios y de la resistencia de los obreros crearán fisuras en el bloque de las clases poseedoras y llevarán a su "ala izquierda" a buscar contactos con la pequeña burguesía. Pero la tarea del partido proletario, en relación al ala "liberal" de los poseedo­res, no será la de integrarlos a un bloque de “todas las clases" contra el fascismo sino declararle una guerra implacable para disputarle la influencia sobre los estratos inferiores de la pequeña burguesía.

¿Bajo qué consignas políticas se desarrollará esta lucha? La dictadura de Hitler surgió directamente de la constitución de Weimar. La pequeña burguesía, con sus propias manos, le dio a Hitler el mandato dictatorial. Si suponemos que el desarrollo de la crisis fascista será sumamente favorable y rápido, es posible que la consigna de convocatoria del Reichstag, con la participación de todos los partidos excluidos en este momento, unifique en cierto momento a los obreros y a los más amplios estratos pequeñoburgueses. Si la crisis tarda un poco más en estallar y el recuerdo del Reichstag tiene tiempo de desaparecer, es posible que la consigna de elecciones adquiera gran popu­laridad. Pero atarse a las consignas democráticas circunstanciales que nuestros aliados pequeñobur­gueses o los estratos atrasados del propio proletariado nos obliguen a levantar sería un doctrinarismo fatal.

Brandier-Thalheimer creen que sólo debemos abogar por "derechos democráticos para las masas trabajadoras: derecho de asamblea, derecho sindical, libertad de prensa, de organización y de huelga". Y luego agregan para subrayar aun más su carácter izquierdista: Debemos diferenciar estrictamente (!) estas consignas de la reivindicación de los derechos democráticos universales". ¡No hay nada más miserable que un oportunista con el puñal del ultra­rradicalismo entre los dientes!

La libertad de prensa y de asamblea sólo para las masas trabajadoras es inconcebible, salvo bajo la dictadura del proletariado, es decir, con la nacio­nalización de los edificios, los establecimientos gráficos, etcétera. Es posible que en Alemania la dictadura del proletariado deba promulgar leyes de excepción contra los explotadores; eso dependerá del momento histórico, la situación internacional y la relación de fuerzas interna. Pero de ninguna manera se puede descartar que, cuando estén en el poder, los obreros alemanes se sientan lo suficien­temente fuertes como para otorgarles libertad de asamblea y de prensa a los explotadores de ayer; desde luego, esa libertad dependerá de su influencia política, no de sus arcas, que habrán sido expropiadas. Así, en el propio período de la dictadura no existe razón de principios alguna para restringir de antemano únicamente a las masas trabajadoras la libertad de asamblea y de prensa. Es posible que las circunstancias obliguen al proletariado a aplicar esas restricciones; pero no es un problema de principios. Es doblemente absurdo levantar semejante reivindicación en las condiciones que imperan en Alemania, donde existe libertad de asamblea y de prensa para todos menos para el proletariado. El despertar de la lucha proletaria contra el infierno fascista se dará, al menos en sus primeras etapas, bajo la siguiente consigna: que nosotros, los obreros, también gocemos del derecho de asamblea y de la libertad de prensa. Desde luego, los comunistas, también en esa etapa harán propa­ganda por el régimen soviético, pero al mismo tiempo apoyarán toda movilización de masas que levante consignas democráticas y, cuando les sea posible, tomarán la iniciativa.

Entre el régimen de la democracia burguesa y el régimen de la democracia proletaria no existe un tercer régimen de "democracia de las masas trabajadoras". Es cierto que la república española se autotitula "república de las clases trabajadoras", inclusive figura así en el texto de su constitución. Pero es una fórmula propia de charlatanes. La fórmula brandlerista de "democracia únicamente para las masas traba­jadoras" combinada con la de "unidad de todas las clases" parece haber sido elaborada expresamente para confundir y engañar a la vanguardia revolu­cionaria respecto del problema más importante:

"¿Cómo y en qué medida nos conviene adaptarnos a la movilización de la pequeña burguesía y de las capas obreras atrasadas, qué concesiones conviene hacerles en cuanto al ritmo de la movilización y las consignas que se levantan, para lograr mayor éxito en la tarea de agrupar al proletariado bajo la bandera de su dictadura revolucionaria?"

En el Séptimo Congreso del Partido Comunista ruso -marzo 1918- Lenín libró una lucha implacable contra Bujarin, quien consideraba que el parlamen­tarismo estaba liquidado de una vez por todas, históricamente "agotado". La respuesta de Lenin: "Debemos elaborar un nuevo programa para el poder soviético sin renunciar al parlamentarismo burgués. Creer que no retrocederemos es utópico [...] Después de cada derrota, si las clases hostiles nos hacen retroceder a esta vieja posición, avanzaremos hacia lo que la experiencia ha conquistado, hacia el poder soviético [...]"

Lenín se oponía al antiparlamentarismo doctrinario en un país que ya había conquistado el régimen soviético: no debemos atarnos de antemano, le enseñó a Bujarin, porque es posible que nos veamos obligados a retroceder a posiciones ya abandonadas. En Alemania no hubo ni hay dictadura proletaria, pero sí hay una dictadura fascista; Alemania retrocedió inclusive de las conquistas de la democracia burguesa. En tales condiciones, renunciar de antemano a las consignas democráticas y al parlamentarismo burgués significa allanarle el camino a la regeneración de la social-democracia.



[1] El fascismo y las consignas democráticas. The Militant, 26 de agosto de 1933.

[2] Giustizia e Liberta: movimiento fundado en Paris en 1929 por exiliados antifascistas italianos. Su principal organizador y orientador era Carlo Rosselli, autor de Socialisme Liberal. Su órgano político era Quaderni de Giustizia e Liberta, publicado en París e introducido clandestinamente en Italia. Trató de realizar una síntesis del liberalismo y el socialismo, abogando por un socialismo sobre bases enteramente "nuevas", que rechazaban el marxismo, la lucha de clases y la revolución En abril de 1943 se fusionó con otros grupos para formar el Partido d’Azione, grupo guerrillero de fines de la Segunda Guerra Mundial.



Libro 3