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Cuadernos 15 - Los trotskistas contra Stalin

El comienzo del fin

El comienzo del fin

La Oposición de Izquierda no podía sobrevivir físicamente a la derrota de la clase obrera mundial, al triunfo momentáneo, sin duda, de la contrarrevolución en Europa, pero de una duración considerable en la escala de la vida humana.
En un primer momento, fue el rigor del régimen de detención infligido por la GPU a los hombres y a las mujeres de las organizaciones debilitadas lo que golpeó más duramente las filas de la Oposición, a través de condiciones materiales realmente horrorosas y de un aislamiento cada vez más hermético.
La lista de los muertos se alargó. El primero fue KoteTsintsadzé. Inmediatamente fue el turno de otra vieja militante bolchevique georgiana, Elena Tsulukidzé. Luego, el de dos héroes de la guerra civil, Aleksandr Rosanov y Boris Zelnitchenko. Las informaciones que se filtraban no eran a menudo más que alarmantes boletines sobre el estado de salud. Boris M. Elzin sobrevivía apenas, Lado Dumbadzé tenía los dos brazos definitivamente paralizados, Iossif Elzin se moría de tuberculosis, como Filip Schwalbe, que escupía los pulmones, y la compañera de Pevzner, a la que su tío hizo -demasiado tarde- transferir a Crimea. Incluso los jóvenes fueron alcanzados por esta situación: E. B. Solntsev, luego de los años de aislamiento y de muchas huelgas de hambre, sufría escorbuto. Mussia Magid estaba obligada a guardar cama en forma permanente, tuberculosa desde Verjneuralsk, como Vasso Donadzé y N. I. Mekler.
En esta empresa de destrucción tan sistemática como hipócrita, dos hombres eran particularmente golpeados, Sosnovsky y Rakovsky. El primero, luego de la ejecución de los camaradas de la GPU que lo habían apoyado por un momento en la prosecución de su combate, fue literalmente enterrado vivo. Ese gran enfermo -diabético- se había visto impedido de seguir el régimen alimentario que hubiera podido salvarlo temporariamente. Stalin, quien temía a su pluma feroz y a su lenguaje popular, no tuvo ningún resquemor en los métodos: todo lo que se sabía de Sosnovsky luego de 1930 es que este gran enfermo iba a morir.
Rakovsky, luego de Astrakán y Saratov, se encontró en Barnaúl en condiciones materialmente abominables para su enfermedad cardíaca, porque el frío del invierno llegaba a los cincuenta grados bajo cero durante semanas enteras. Logró, no obstante, trabajar allí, haciendo llegar a Trotsky y a Sedov cartas llenas de bríos, de combatividad y de sabiduría, y logrando hacer pasar al extranjero un voluminoso trabajo sobre Los problemas económicos de la URSS, que hacía eje en el fracaso del Plan Quinquenal y en la necesidad de una “retirada económica”. Sin embargo, el silencio rápidamente se hizo sentir sobre él también, solamente interrumpido por los rumores periódicos que anunciaban, como para Sosnovsky, su muerte en el exilio, que algunos esperaban pero muchos temían, incluso en los alrededores del poder. Se cree saber, por los lazos que Trotsky mantenía en Prinkipo con el nieto de Rakovsky, médico de París, que el viejo luchador, convencido de que no podría resistir indefinidamente a la máquina de reventar a los hombres más indestructibles, decidió finalmente jugarse el todo por el todo en un intento de fuga que lo conduciría hasta Mongolia exterior. Preso nuevamente, gravemente herido, habría sido trasladado a Moscú y curado, sometido al mismo tiempo a insoportables presiones, a las cuales habría resistido, condenado nuevamente al exilio, a Yakutsk esta vez, en el país de la noche polar.
Fue finalmente en 1934 cuando los dos hombres, tan salvajemente perseguidos durante años, se hundieron definitivamente117. Capitularon con algunos días de diferencia y fueron llevados nuevamente a Moscú.
Esta capitulación -muerte política que no era en realidad más que una etapa en el medio de un calvario que aceptan de allí en más, al renegar de lo que había sido toda su vida-, ¿se explica solamente por la atroz persecución a la que habían sido sometidos estos dos hombres ya viejos, por el agotamiento moral y psíquico de enfermos a los que la vida no les dio descanso? El debate está abierto. Pero, irrefutablemente, el tono y los acentos de la primera declaración de Rakovsky lo sugieren, un factor importante de su decisión fue su apreciación -sobre la base de las informaciones recibidas- de la situación internacional: los dos hombres tenían conciencia, en efecto, desde hacía años, del peligro mortal que significaría para la Unión Soviética una victoria de Hitler en Alemania y de sus inevitables consecuencias mundiales118.
El obrero oposicionista armenio Arven A. Davtian, antiguo oficial del Ejército Rojo, contaría un poco más tarde que, en la misma época, él solicitaba su reingreso en el Partido, comprometiéndose a callar definitivamente sus ideas, y que se decidía a este gesto en nombre de la necesidad de la unión sagrada contra los fascistas119. Víctor Serge, por su parte, contó cómo el obrero ucraniano Jakov Byk, uno de los antiguos miembros del comité de huelga de Verjneuralsk, recibiendo la declaración de Rakovsky y considerándola digna, creyó en la posibilidad de un compromiso, el derecho reconocido de la Oposición a servir sin renegar de su pasado. Se lo dijo a las autoridades locales que lo mandaron a Moscú en avión. Allí, cuando comprendió lo que se le proponía, solicitó simplemente volver al lugar de donde había venido120.
Las reacciones a la capitulación de los dos veteranos no fueron, parece ser, más allá de las de Byk, y fue un error de apreciación idéntico, rápidamente corregido, el que cometieron, según Víctor Serge, al mismo tiempo los dos Elzin, padre e hijo121. Las tres primeras olas de capitulaciones, en 1928-1929, habían templado definitivamente a los hombres de la segunda generación bolchevique-leninista, que bien conocían, y con razón, la fuerza del mecanismo que había quebrado a sus antecesores. Por lo demás, como lo había notado Ciliga en Verjneuralsk, “Rakovsky no jugaba ningún rol autónomo en la Oposición, que reconocía como jefe sólo a Trotsky. Rakovsky era escuchado sólo como representante de Trotsky”122. En resumen, Rakovsky y Sosnovsky no sellaron más que su suerte personal.