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Teoría de la revolución permanente (compilación)

Discurso al VII Pleno (ampliado) del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista

Discurso al VII Pleno (ampliado) del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista

9 de diciembre de 1926

Traducción inédita al español para esta edición de la versión publicada en The Challenge of Left Opposition (1926-27), León Trotsky, Ed. Pathfinder Press, EE.UU,1980, p. 173.


 

Camaradas, primero me gustaría pedirles no limitar mi tiempo. La cuestión en la agenda gira, como alrededor de un eje, alrededor del así llamado trotskismo. Uno de nuestros camaradas más jóvenes hizo muy apropiadamente una lista -y esta lista no es completa- de aquellos camaradas en este salón que han hablado en contra del así llamado trotskismo: Bujarin, Kuusinen*, Treint, Pepper, Birch, Sterna, Brandt, Remmele,[1] para no hablar de las tres horas de discurso del camarada Stalin.

La discusión, que está terminando, es una discusión peculiar. Nuestro Comité Central, en enero de este año, dirigió una circular a los partidos hermanos. En esa circular se plantea: “El CC del PCUS tiene la posición unánime de que llevar la discusión sobre la cuestión rusa a las filas de la Comintern no es deseable”. En consecuencia esta discusión internacional no tuvo lugar oficialmente; nosotros, al menos, no participamos en ella. Pero ellos quieren cerrar esta discusión, que nunca se abrió oficialmente, con un acta de acusación contra el “trotskismo”.

La teoría del trotskismo fue fabricada artificialmente -contra mi voluntad, contra mis convicciones, contra mis posiciones reales. Para probar que no soy políticamente responsable por la doctrina del trotskismo que se me atribuye, instaré a la reunión a garantizarme tiempo irrestricto para hablar (al menos dos horas).

[Al camarada Trotsky se le garantizó una hora].

Camaradas, tomo la palabra sobre esta importante cuestión aunque hemos leído en Pravda de hoy, nuestra publicación central, que el mero hecho de que el camarada Zinoviev haya hablado aquí es caracterizado como un intento de actividad fraccional. Creo que esto no es correcto. La decisión del Ejecutivo ampliado sobre la moción del camarada Riese, de permitir hablar a los representantes de la Oposición del PCUS, no fue concebida y adoptada con este espíritu. Los discursos de los camaradas Thaelmann* y Ercoli tenían un tono completamente diferente, y la comunicación de nuestro Comité Central que fue leída hoy no decía que por aparecer aquí violaríamos nuestra declaración del 16 de octubre. Pero esto tampoco es así. Si el Comité Central hubiera dicho esto, nunca le hubiera pedido al presidium la palabra. Ciertamente, el Comité Central dijo que mi aparición aquí podría dar impulso al resurgimiento de la lucha fraccional, pero que lo dejaba librado a nuestra decisión. En la comunicación del CC, se recuerda que en el V Congreso Mundial[2], a pesar de la invitación, yo me negué a aparecer porque el XIII Congreso[3] de nuestro partido ya había decidido las cuestiones pertinentes. Camaradas, contra esto, debo recordarles que el V Congreso Mundial me condenó porque no quise hablar. En esta decisión se dijo que yo estaba recurriendo a argumentos formales para evitar aparecer ante el foro más alto de la Internacional y expresar aquí mis opiniones.

Cuando el camarada Zinoviev y yo sostenemos que nuestra participación no constituye un llamado, esto por supuesto en el sentido muy particular de que nosotros, primero, no estamos presentando ninguna resolución, y segundo, que en la medida en que dependa de nuestras intenciones y nuestras acciones, haremos todo lo posible para que las ideas que expresemos no lleven a los camaradas de la Internacional que simpaticen con nosotros a la lucha fraccional, sino por el contrario limiten el fraccionalismo. La acusación de que nuestra aparición en sí misma constituye una violación de la declaración del 16 de octubre es falsa, porque la declaración del 16 de octubre y la respuesta del CC a ésta nos reserva la posibilidad de defender nuestras ideas a través de los canales normales garantizados en los estatutos.

Camaradas, ya he planteado que el eje de la discusión es el así llamado trotskismo. Nuestro honorable presidente me malinterpretó cuando planteó la cuestión como si yo pretendiera ponerme personalmente en el centro de la discusión. Esto de ninguna manera es así. Lo que aquí está implicado es una cuestión política y no personal. Pero esta cuestión política, como ya lo he planteado, ha sido ligada artificialmente con mi persona y mi nombre -bastante incorrectamente y contra mi voluntad- por los camaradas que critican nuestras posiciones y no por mí.

El discurso del camarada Stalin, al menos la primera mitad -porque yo lamentablemente sólo pude conseguir esa parte, que apareció en la edición de hoy de Pravda- no es otra cosa más que una larga acusación de trotskismo contra la Oposición. Esta acusación se basa en citas tomadas de varias décadas de actividad política y periodística en un intento de responder a las cuestiones actuales, que surgen de la nueva etapa de nuestra vida económica y social y de toda la Internacional, mediante maniobras de distracción y por todo tipo de maniobras lógicas con viejas diferencias que han sido eliminadas por los acontecimientos mismos. Y nuevamente, esta construcción totalmente fabricada de modo artificial gira en torno del hecho de que en mi vida política, en mi actividad política, yo estuve años fuera del Partido Bolchevique, y en ciertos períodos combatí bastante vigorosamente al Partido Bolchevique y a las ideas importantes de Lenin. ¡Esto fue un error de mi parte! El hecho de que yo entré al Partido Bolchevique, y por supuesto sin establecer ninguna “condición” -ya que el Partido Bolchevique no reconoce condiciones en su programa, sus tácticas, su organización y su militancia- este hecho desnudo fue una prueba de que todo lo que me separaba del bolchevismo fue dejado en el umbral del partido.

[Interjección de Remmele: “¡Cómo puede dejarse algo así en el umbral del partido!”]

Esto, camaradas, no debe ser interpretado en el sentido formal en el que el camarada Remmele parece entenderlo, sino en el sentido que las diferencias fueron superadas en las luchas y las experiencias de la vida política, porque cruzar el umbral del partido significa precisamente que lo que no era bolchevique en mi actividad había sido eliminado por los acontecimientos y las experiencias ideológicas que surgieron de ellos. En todo caso, le concedo al camarada Remmele y a cualquier otro el derecho a considerarse mejores bolcheviques, comunistas más revolucionarios que mi humilde persona. Después de todo, ésta no es la cuestión. Yo sólo cargo con la responsabilidad por mi carrera. El partido me conoce sólo como su miembro, y sólo en esa capacidad estoy defendiendo un determinado conjunto de ideas ante este foro.

Las diferencias de ese momento, cuando yo estaba fuera del Partido Bolchevique tenían bastante peso. Concernían, ampliamente, a la apreciación concreta de las relaciones de clases dentro de la sociedad rusa y las perspectivas resultantes de éstas en relación a la próxima revolución. Por otro lado, esas diferencias concernían a los métodos y las formas de construcción partidaria y a la relación con el menchevismo. Sobre esas dos cuestiones -y declaré esto por escrito cuando me fue demandado- no todos los camaradas que están aquí tenían razón contra mí, pero el camarada Lenin, su doctrina y su partido, tenían absoluta razón contra mí. En una respuesta a los camaradas que dudaban de esto yo escribí: “Partimos del hecho de que, como la experiencia lo ha mostrado irrefutablemente, en casi todas las cuestiones fundamentales que cualquiera de nosotros tenía diferencias con Lenin, Vladimir Ilich tenía completa razón” [ver En defensa del Bloque de la Oposición].

Y más aún: “Sobre la cuestión de las relaciones entre el proletariado y el campesinado nos basamos completamente en las enseñanzas teóricas y tácticas de Lenin, basadas en la experiencia de las revoluciones de 1905 y 1917, así como en la experiencia de la construcción socialista, lo cual fue sintetizado por él en el término smytchka”[4] [ibidem].

La teoría que ahora se trajo a discusión (bastante artificialmente y no en interés de la causa) -la teoría de la revolución permanente- nunca fue considerada por mí (incluso en el momento en que no veía las ineficiencias en esta teoría)- como una doctrina universal aplicable en general a todas las revoluciones, una “teoría suprahistórica”, para usar una frase de una carta de Marx. Yo apliqué el concepto de revolución permanente a una etapa definida del desarrollo en la evolución histórica de Rusia. Conozco sólo un artículo -y llegó a mi conocimiento unas pocas semanas atrás- en el cual se hizo un intento de crear de esta teoría una doctrina universal, y presentarla como una superación teórica de las concepciones de Lenin. Les leeré esta cita. No es necesario decir que yo no tengo abasolutamente nada en común con esta interpretación:

“El Bolchevismo ruso, nacido en la revolución limitada nacionalmente de 1905-06, tenía que atravesar el ritual de purificación y de la liberación de todos los rasgos típicos de la peculiaridad nacional, para ganar pleno derecho de ciudadanía en la ideología internacional. Teóricamente, esta purificación del bolchevismo de la mancha nacional que se pegó a él fue llevada a cabo en 1905 por Trotsky, que intentó con la idea de la revolución permanente, poner a la revolución rusa en conexión con todo el movimiento internacional del proletariado”. Esto no lo escribí yo, sino que fue escrito en 1918 por un camarada con el nombre de Manuilsky*.

[Interjección de Manuilsky: “Bueno, yo dije algo estúpido, y usted lo repite”].

¿Algo estúpido? Tengo acuerdo -absolutamente. [Risas] Pero Ud. no tiene de qué preocuparse camarada Manuilsky. Por supuesto es una historia muy dolorosa, porque él mismo la llama una cosa estúpida. Pero el camarada Manuilsky, quien me ha atribuido aquí un inmerecido hecho heroico, rápidamente me atribuirá dos errores igualmente inmerecidos, y de esta forma balanceará su contabilidad. [Risas].

Camaradas, en otra ocasión en los años recientes, me he chocado con la teoría de la revolución permanente en esa forma caricaturesca que de tiempo en tiempo se me atribuye retrospectivamente. Esto fue en el III Congreso Mundial[5]. Sólo recuerden la discusión que se desarrolló alrededor de mi informe sobre la situación internacional y las tareas de la Internacional Comunista. En ese momento yo fui acusado de defender tendencias casi liquidacionistas -aunque yo las defendí en total acuerdo con Lenin- contra varios camaradas que sostenían que la crisis capitalista proseguiría permanentemente y que se volvería más aguda. Mi posición, que estábamos frente a la posible estabilización y marcada mejoría, etc., y que se debían sacar las consecuencias tácticas de esto, fue tildada por algunos de los ultraizquierdistas casi como semimenchevique. En la primera fila de éstos se encontraba el camarada Pepper, que, según recuerdo, estaba haciendo entonces su aparición inaugural en el escenario de la Internacional.

[Interjección de Pepper: “Pero usted tuvo que aceptar mis propuestas para la resolución”].

¿Y entonces? Ya que el camarada Pepper, a pesar de mi tiempo restringido para hablar, me interrumpe desde la presidencia, debo recordarle que conozco los tres evangelios del camarada Pepper. El primer evangelio, en el III Congreso Mundial, fue que la revolución rusa requería una actividad revolucionaria permanente, ininterrumpida en occidente. Por lo tanto defendió la falsa táctica de la acción de marzo (Alemania, 1921).

Después el camarada Pepper fue a Estados Unidos y, a su regreso trajo nuevamente esta buena nueva: la Internacional debe apoyar al partido burgués de La Follette porque en Estados Unidos la revolución no la harán los trabajadores, sino los granjeros arruinados. Éste era su segundo evangelio.

El tercer evangelio lo escuchamos ahora: a saber, que la revolución rusa no requiere ni de la revolución agraria en América ni de la acción de marzo en Alemania, sino que, prácticamente sin ayuda, construirá el socialismo en su propio país. Una suerte de Doctrina Monroe[6] para la construcción del socialismo en Rusia. Éste es el tercer evangelio del camarda Pepper. A pesar de mis canas yo estoy dispuesto a aprender incluso del camarada Pepper, pero me es imposible reaprender tan radicalmente cada dos años.

Camaradas, no creo que el método biográfico nos puede llevar a una decisión sobre cuestiones de principio. Por supuesto, he cometido errores sobre muchas cuestiones, especialmente en el momento de mi lucha contra el Bolchevismo. Si de esto se deduce que cuestiones políticas como estas no se discuten de acuerdo a su contenido interno, sino de acuerdo a biografías, entonces deberíamos formular una lista de las biografías de todos los delegados. Yo personalmente, me puedo referir a un precedente más bien significativo. Una vez vivía en Alemania un hombre llamado Franz Mehring, quien después de una larga y enérgica lucha contra la socialdemocracia (hasta los últimos años todos nosotros nos llamábamos socialdemócratas) entró al partido siendo un hombre bastante maduro. Mehring escribió primero una historia de la socialdemocracia alemana como su enemigo -no como un lacayo del capital, sino como un oponente ideológico- pero después él la reescribió, produciendo un excelente trabajo sobre la Socialdemocracia alemana, como su amigo leal. Por otro lado, estaban Kautsky y Bernstein*. Ninguno de ellos se opuso a Marx abiertamente, y ambos tenían a Friedrich Engels como su maestro; Bernstein también es conocido como el albacea literario de Engels. Sin embargo, Franz Mehring se fue a su tumba como un marxista, como un comunista, mientras que los otros dos todavía viven como lacayos reformistas del capitalismo. Entonces, aunque la biografía es importante, no es decisiva.

Ninguno de nosotros tiene una biografía libre de errores y defectos. Lenin fue el que cometió la menor cantidad de errores. Pero incluso él no estuvo libre de errores. En nuestra lucha contra él siempre estábamos equivocados cuando se trataba de las cuestiones más importantes de principios.

El camarada Stalin, quien enumera aquí los errores de los otros, no debería olvidarse de contar los suyos también. Si la “revolución permanente”, en la medida en que difería de la concepción leninista, estaba equivocada, mucho en ella no obstante era correcto, y esto es lo que me permitió transformarme en un bolchevique. En particular, la “revolución permanente” no me impidió, después de la experiencia de la lucha contra el Bolchevismo -en la cual, como dije, estaba equivocado- esbozar en Estados Unidos en 1917, en principio, la misma línea básica que propuso Lenin al partido y fue llevada adelante en la práctica. Después de la revolución de febrero, el camarada Stalin planteó tácticas erradas (en un artículo en Pravda y en una resolución llamando al apoyo condicional al Gobierno Provisional), una línea que Lenin caracterizó como una desviación kautskista. Sobre la cuestión nacional, sobre la cuestión del monopolio del comercio exterior, sobre la cuestión de la dictadura del partido y sobre otras cuestiones, Stalin también cometió más tarde errores serios, pero el más serio de todos, que está cometiendo ahora, es su teoría del socialismo en un solo país.

La historia de esta cuestión ha sido presentada fantásticamente aquí por el camarada Zinoviev, y yo estoy absolutamente convencido de que todo camarada que se tome el trabajo de estudiar la cuestión cuidadosamente -por supuesto no formalmente, según las citas, sino en el espíritu de los escritos de los cuales están tomadas las citas- debe llegar inevitablemente a la conclusión de que la tradición del marxismo y del leninismo está enteramente de nuestro lado. Por supuesto, la tradición sola no decide. Uno podría decir: desde un punto de vista marxista estamos ahora obligados a someter a revisión las decisiones anteriores sobre la posibilidad o la imposibilidad de construir el socialismo en un solo país. ¡Salgan y digan eso! Pero no veo ninguna base para semejante revisión. La vieja respuesta a esta cuestión retiene todo su peso. Creo que cuanto más se desarrolle este tema -es un tema muy importante para toda la Internacional y esta misma cosa me movió a tomar la palabra aquí- cuanto más se desarrolle este tema, más los heraldos de esta nueva teoría entran en contradicción no sólo con las bases fundamentales de nuestras enseñanzas, sino también con los intereses políticos de nuestra causa.

Camaradas, la premisa de la teoría es la ley de la desigualdad del desarrollo imperialista. El camarada Stalin me acusa de que yo me niego a reconocer o que reconozco de un modo insuficiente esta ley. ¡Nada de eso! La ley del desarrollo desigual no es una ley del imperialismo, sino una ley de toda la historia de la humanidad. El desarrollo capitalista en su primera época intensificó extraordinariamente las diferencias económicas y culturales entre varios países; el desarrollo imperialista, es decir, la fase más nueva del capitalismo, no ha aumentado esas diferencias de nivel, sino por el contrario, ha llevado a una nivelación bastante extendida. Esta nivelación nunca será completa. Una y otra vez los distintos ritmos de desarrollo se impodrán y por lo tanto harán imposible un imperialismo estabilizado en un determinado nivel.

De conjunto, Lenin atribuye la desigualdad a dos cosas: primero al ritmo y segundo al nivel del desarrollo económico y cultural de los distintos países. En relación al ritmo, el imperialismo ha incrementado la desigualdad hasta su punto más alto; pero en relación al nivel de los distintos países capitalistas, ha originado una tendencia de nivelación precisamente a causa de la variación del ritmo. El que no comprenda esto no comprende el núcleo de la cuestión. Tomemos a Inglaterra y a la India. El desarrollo capitalista en ciertas partes de la India es mucho más rápido que lo que fue el desarrollo capitalista en Inglaterra en sus comienzos. La diferencia, la distancia económica entre Inglaterra e India ¿es hoy mayor o menor que hace cincuenta años? Es menor. Tomemos Canadá, América del Sur, Sudáfrica, por un lado, e Inglaterra por otro. El desarrollo de Canadá, América del Sur y Sudáfrica, ha procedido durante el último período a pasos agigantados. El “desarrollo” de Inglaterra está estancado, sí, incluso en caída. Por lo tanto, el ritmo es tan desigual como nunca antes en la historia, pero el nivel de desarrollo de estos países se ha aproximado mucho más que hace treinta o cuarenta años atrás.

¿Qué conclusiones se deben sacar de esto? ¡Unas muy importantes! Precisamente el hecho de que en ciertos países atrasados, en el período reciente, el ritmo de desarrollo se haya vuelto más y más febril, mientras que en ciertos viejos países capitalistas el desarrollo se ha desacelerado o incluso ha retrocedido; precisamente este hecho hace imposible la hipótesis kautskiana de un superimperialismo sistemático organizado, porque en los distintos países que se aproximan unos a otros en nivel -sin alcanzar nunca la igualdad- los recelos, la necesidad de mercados y materias primas, se desarrollan idénticamente. Por esta misma razón, el peligro de la guerra se está volviendo constantemente más agudo, y esas guerras deben tomar formas cada vez más gigantescas. Precisamente por esto se asegura y profundiza el carácter internacional de la revolución proletaria.

La economía mundial no es una abstracción vacía, camaradas, sino una realidad que se ha consolidado cada vez más durante los últimos veinte o treinta años por el ritmo acelerado del desarrollo de los países atrasados y de continentes enteros. Éste es un hecho de fundamental importancia, y precisamente por esta razón es fundamentalmente falso considerar el destino económico y político de cualquier país por fuera de su relación con la economía de conjunto.

¿Qué fue la guerra mundial imperialista? Fue la revuelta de las fuerzas productivas no sólo contra las relaciones de propiedad capitalistas sino también contra las fronteras nacionales de los Estados capitalistas. La guerra imperialista fue la prueba del hecho de que esas fronteras se habían vuelto demasiado estrechas para las fuerzas productivas.

Siempre hemos sostenido que el Estado capitalista no es capaz de controlar las fuerzas productivas desarrolladas por él, y que sólo el socialismo puede coordinar esas fuerzas productivas, que se han transformado más allá de los límites de los Estados capitalistas, transformándose en un conjunto económico superior y más poderoso. ¡No hay camino que lleve de vuelta al Estado aislado!

¿Qué era Rusia antes de la revolución, antes de la guerra? ¿Era un Estado capitalista aislado? No, era parte de la economía capitalista mundial. Este es el núcleo del problema. Cualquiera que ignore esto pasa por alto los fundamentos de todo análisis político y social. ¿Por qué Rusia entró a la guerra mundial a pesar de su atraso económico? Porque había atado su destino al capitalismo europeo a través del capital financiero. No podía hacer otra cosa. Y yo les pregunto, camaradas, ¿qué fue lo que le dio a la clase obrera de Rusia la oportunidad de tomar el poder? Sobre todas las cosas, la revolución agraria. Sin la revolución agraria, sin la “guerra campesina” -y esto es lo que Lenin en su genio predijo y elaboró teóricamente-, la toma del poder político hubiera sido imposible para el proletariado en nuestro país. ¿Pero las guerras campesinas llevaron al proletariado al poder en otras revoluciones? No, en el mejor de los casos llevaron a la burguesía.

¿Por qué, entonces, nuestra burguesía no tomó el poder? Porque era una parte integral de la burguesía mundial, porque con el conjunto de la burguesía imperialista, había comenzado a degradarse antes de tomar el poder, porque la Rusia capitalista era una parte constitutiva del imperialismo mundial y porque era el eslabón más débil de la cadena imperialista. Si el Estado ruso hubiera sido un Estado aislado, si Rusia se hubiera mantenido aparte del desarrollo mundial, del imperialismo, aparte del movimiento del proletariado internacional, si no hubiera conocido ni el dominio del capital financiero en su industria, ni el predominio ideológico del marxismo en el proletariado, entonces “por sus propios recursos” no podría haber alcanzado tan rápidamente la revolución proletaria. Y cualquiera que crea que después de que la clase obrera ha tomado el poder, ésta puede retirar el país de la economía mundial tan fácilmente como uno apagaría una lámpara, tiene básicamente una concepción falsa de las cosas.

La precondición para el socialismo es la industria pesada y la maquinaria. Ésta es también la principal palanca del socialismo. ¿Cómo están las cosas con respecto al equipamiento técnico de nuestras fábricas y talleres? Según las estimaciones estadísticas expertas de Warzar encontramos que antes de la guerra, el 63% de nuestro equipamiento técnico, nuestras herramientas y nuestras máquinas, eran importadas desde el exterior. Sólo un tercio era de producción nativa. Pero incluso este tercio consistía en las máquinas más simples; las máquinas más complicadas, más importantes, eran traídas desde el exterior. Así, cuando ustedes revisan el equipo técnico de nuestras fábricas, ustedes ven con sus propios ojos la dependencia cristalizada de Rusia, y de la Unión Soviética en relación a la industria mundial. Cualquiera que se niegue a notar esto, que hable sobre este problema sin siquiera tocar las bases técnicas y económicas de la cuestión en sus conexiones con la economía mundial y la política mundial, inevitablemente queda encerrado en las peores abstracciones y en citas seleccionadas al azar.

En el curso de la última década casi no hicimos ninguna renovación de nuestro capital industrial fijo. Durante la guerra civil, bajo el comunismo de guerra, no importamos ninguna máquina desde el exterior. Esto gradualmente dio lugar, aparentemente, a la idea de que este equipamiento industrial pertenece, por decirlo así, a los “recursos naturales” de nuestro país y que sobre la base de este cimiento “natural” podríamos ser capaces, aislados, de construir completamente el socialismo.

Pero esto es una ilusión. Hemos alcanzado el fin del así llamado período de reconstrucción; hemos alcanzado ahora aproximadamente el nivel de preguerra. Sin embargo, el fin del período de reconstrucción es simultáneamente el comienzo del restablecimiento de nuestras conexiones materiales con la industria mundial. Debemos renovar nuestro capital fijo, que ahora está atravesando una crisis; y cualquiera que piense que dentro de los próximos años podremos producir nuestro propio equipamiento, o gran parte de él, con nuestras propias fuerzas es un soñador. La industrialización de nuestro país –que fue incluida en la agenda como una de las tareas más importantes del partido por nuestro XIV Congreso del Partido, para el futuro inmediato- no significa la disminución, sino más bien lo contrario, el aumento de nuestras conexiones con el mundo exterior, es decir, también nuestra dependencia (mutua por supuesto) del mercado mundial, el capitalismo, su tecnología e industia, y al mismo tiempo el crecimiento de la lucha contra la burguesía internacional. Esto significa que no podemos separar la cuestión de construir el socialismo de la cuestión de lo que va a pasar en la economía capitalista durante ese tiempo. Esas dos cuestiones están en la conexión más estrecha.

Si se nos dice: “pero, queridos amigos, seguramente ustedes pueden construir máquinas por sí mismos”, respondemos: “por supuesto, si todo el mundo capitalista se va al diablo, en unas pocas décadas podremos construir muchas más máquinas que ahora”. Pero si nos “abstraemos” del mundo capitalista –que, después de todo existe- si intentamos hacer todas las máquinas con nuestras propias manos, o al menos las más importantes de éstas, incluso en el futuro inmediato, es decir, si intentamos ignorar la división del trabajo en la industria mundial y saltamos por encima de nuestro pasado económico que ha hecho de nuestra industria lo que es hoy, en una palabra, si, de acuerdo a la famosa Doctrina Monroe “socialista” que ahora se nos predica, tendremos que hacer todo nosotros, esto inevitablemente significará una desaceleración extrema del ritmo de nuestro desarrollo económico. Porque es completamente claro que una negativa a explotar el mercado mundial para llenar las brechas de nuestra teconología enlentecerá seriamente nuestro propio desarrollo. Pero el ritmo de desarrollo es un factor decisivo, porque no estamos solos en la Tierra: el Estado socialista aislado por el momento existe sólo en la poderosa imaginación de los periodistas y los escritores de resoluciones. En realidad, nuestro Estado socialista está constantemente -directa o indirectamente- bajo el control igualador del mercado mundial. El ritmo del desarrollo no es una cuestión arbitraria. Está determinado por el desarrollo mundial de conjunto, porque en última instancia la economía mundial controla cada uno de sus sectores, incluso aunque el sector en cuestión esté bajo la dictadura del proletariado y esté construyendo la industria socialista.

Para industrializar nuestro país debemos importar máquinas desde el exterior, y el campesino debe exportar granos. ¡Sin exportaciones, no hay importaciones! Por otro lado, el mercado interno no puede consumir todos los productos de la agricultura. Así, a través de los requerimientos del compesinado por un lado, y los de la industria por otro, hemos sido integrados a la economía mundial, y nuestras conexiones con ella (y consecuentemente también nuestra lucha contra ella) se volverá cada vez más fuerte. Cada vez más estamos emergiendo del aislamiento del comunismo de guerra, y estamos entrando cada vez más al sistema de las conexiones y las dependencias económicas mundiales. Y quien quiera que discuta la teoría del socialismo en un sólo país mientras ignora el hecho de la “cooperación”y la lucha entre nuestra economía y la economía capitalista mundial, se está comprometiendo en una especulación metafísica estéril.

Camaradas, la discusión bastante unilateral que ha tenido lugar sobre esta cuestión ya ha tenido en todo caso el buen resultado de hacer que el camarada Stalin exprese sus ideas un poco más clara y agudamente, revelando por lo tanto su carácter completamente erróneo.

Tomo las partes más importantes de la primera mitad del discurso del camarada Stalin, en el cual el carácter erróneo de toda la teoría se presenta ante nosotros, para decirlo de algún modo, blanco sobre negro.

El camarada Stalin pregunta: ¿Es posible la victoria del socialismo en la Unión Soviética? ... pero, ¿qué significa “construir el socialismo” si uno traduce esta fórmula en el lenguaje concreto de las clases? Construir el socialismo en la URSS significa superar a nuestra burguesía soviética en el curso de la lucha con nuestras propias fuerzas”. -¡Sólo escuchen esas ideas!- “Por lo tanto, cuando uno habla de si es posible construir el socialismo en la Unión Soviética, quiere decir entonces: ¿Es capaz el proletariado de la Unión Soviética de superar a la burguesía de la Unión Soviética, con sus propias fuerzas? Ésta, y sólo esta, es la forma de plantear la cuestión al tratar de resolver el problema de la construcción del socialismo en nuestro país. La respuesta del partido a esta pregunta es afirmativa” [El discurso de Stalin al mismo pleno del CEIC está en sus Obras, vol. 9].

Aquí toda la cuestión por lo tanto se reduce a si somos capaces de superar a nuestra propia burguesía, como si toda la solución de la construcción del socialismo estuviera contenida en esto. ¡No, esto no es así! La construcción del socialismo presupone la desaparición de las clases, el reemplazo de la sociedad de clases por la organización socialista de toda la producción y la distribución. Lo que está implicado aquí es superar la contradicción entre la ciudad y el campo, que exige nuevamente profundizar la industrialización de la agricultura misma. Y todo esto mientras permanecemos en un entorno capitalista. Esta cuestión no puede ser igualada con el simple hecho de la victoria sobre nuestra burguesía interna.

Siempre debemos tener en mente que en varios casos las palabras “victoria del socialismo” han sido comprendidas de forma diferente. Si decimos, como Lenin en 1915, que el proletariado de un solo país puede tomar el poder, organizar la producción socialista y emprender la lucha contra la burguesía de los países vecinos: ¿qué quería decir él con organización de la producción socialista? Lo que ya hemos alcanzado en los últimos años: las fábricas y los talleres fueron arrancados a la burguesía, se dieron los pasos necesarios para asegurar la producción a expensas del Estado, de modo que la gente pueda vivir y defenderse contra los Estados capitalistas, etc. Ésta es por supuesto también una victoria del socialismo; es, del mismo modo, una organización de la producción socialista; pero es obviamente sólo el comienzo. De aquí a la construcción de una sociedad socialista hay todavía un camino muy largo.

Repito: cuando hablamos de la construcción del socialismo en el pleno sentido de la palabra, esto significa la desaparición de las clases, y además la desaparición del Estado. Ahora, dice el camarada Stalin, llevaremos adelante la construcción socialista en el pleno sentido de la palabra cuando hayamos superado a nuestra propia burguesía en nuestro propio país. Pero camaradas, realmente necesitamos al Estado y el ejército contra los enemigos externos. Esas cosas permanecen, camaradas, en la medida en que exista la burguesía mundial. ¿Se puede creer, además, que sobre la base de nuestros propios recursos internos, económicos y culturales, las clases proletaria y campesina se disolverán en una economía planificada socialista uniforme, incluso antes de que el proletariado europeo tome el poder? Para lograr esto, como he dicho, tendríamos que elevar nuestra tecnología al más alto nivel, lo que presupone un aumento de las exportaciones de grano y un incremento en las importaciones de maquinaria. Pero por el momento, las máquinas están en manos de la burguesía mundial y también ésta es la compradora de nuestro grano. Por ahora dicta nuestros precios, y así caemos en una cierta dependencia y lucha contra ella.

Para superar esta dependencia no es de ninguna manera suficiente superar a nuestra propia burguesía, porque de lo que se trata no es de la eliminación política de la burguesía -la eliminamos políticamente en nuestro país en 1917- de lo que se trata es, a pesar del cerco capitalista, de la lucha (económica, política y militar) con la burguesía mundial para construir el Estado socialista aislado. Esto sólo puede hacerse si las fuerzas productivas de este Estado aislado y, por el momento todavía muy atrasado, se vuelven más fuertes y más poderosas que las del capitalismo. En la medida en que esto implica no uno o diez años, o incluso dos décadas, sino toda una serie de décadas que son necesarias para completar la construcción del socialismo, podemos lograr esto sólo si nuestras fuerzas productivas se muestran más poderosas que las fuerzas productivas del capitalismo. La cuestión, por lo tanto, no depende de la lucha del proletariado contra su propia burguesía sino de la lucha decisiva de la nueva sociedad socialista aislada contra el sistema capitalista mundial. Esta es la única forma en que podemos plantear la cuestión.

Ahora escuchamos: “Si esto fuera falso” -dice Stalin- “si el partido no tuviera ninguna base para sostener que el proletariado de la Unión Soviética estuviera en posición de construir una sociedad socialista a pesar del hecho de que nuestro país es relativamente atrasado, entonces el partido no tendría ninguna razón” -¡Ninguna razón!- “para permanecer en el poder; debería ser obligado a entregar el poder y continuar como un partido de oposición”.

Después repite: “O una cosa o la otra”, dice el camarada Stalin. “O nosotros somos capaces de construir el socialismo, y construirlo completamente, superando a nuestra burguesía nacional -y en ese caso el partido debe permanecer en el poder y en el nombre de la victoria mundial del socialismo debe dirigir el trabajo de la construcción socialista en este país. O bien no somos capaces de superar a nuestra propia burguesía por nuestros propios esfuerzos, porque no podemos contar inmediatamente -¿Por qué “inmediatamente”?- con ayuda desde el exterior por la revolución victoriosa en otros países, y en ese caso debemos retirarnos abierta y honestamente del gobierno y tomar una nueva dirección hacia organizar una nueva revolución futura en la Unión Soviética. ¿Puede el partido mentir -¿Por qué “mentir”?- a su propia clase, y en este caso a la clase obrera? No, no puede. Un partido así merece ser destruido. Precisamente porque nuestro partido no tiene derecho a mentirle a la clase obrera debe admitir abiertamente que la falta de certeza -¡¿No una derrota, sino sólo la falta de certeza?!- con respecto a la posibilidad de construir el socialismo en nuestro país lleva al problema del poder y a la transformación de nuestro partido de un partido gobernante a un partido de oposición”.

Todo esto es absolutamente falso. Ahora, camaradas, ¿qué dijo Lenin sobre esto?

[El presidente, el camarada Kolarov[7], llama la atención al orador de que su tiempo ha expirado].

Se me dijo que tendría una hora, como el camarada Zinoviev. La hora del camarada Zinoviev, sin embargo, duró una hora y treinta y cinco minutos. [Risas]. Espero que me dé a mí el mismo tiempo.

Apenas he dicho la mitad de lo que les quería decir. Por supuesto, ustedes tienen el pleno derecho de privarme de la palabra ahora. Eso depende de ustedes. Pero sólo estoy comenzando con las cuestiones más candentes.

Ahora, camaradas, siempre hemos sostenido que nuestra revolución es parte de la revolución proletaria mundial, que, aunque se puede desarrollar más lentamente, estamos seguros de su victoria, y con esto también de nuestra victoria. Siempre hemos estigmatizado a los oportunistas patriotas que consideraban el destino del socialismo sólo en la perspectiva aislada de su Estado particular, más allá de que estaban coqueteando con la idea revolucionaria o, como muchos de ellos, abiertamente habían desechado esta idea y aceptado el punto de vista reformista. Siempre hemos dicho que el proletariado de un solo país no tenía ningún derecho a esperar a otro país si tenía cualquier oportunidad de avanzar, de tomar el poder, de desarrollar la construcción socialista o ejercer presión militar, o más exactamente ambas cosas, ya que sólo de esta forma se desarrolla la revolución mundial. Que nuestro partido a la cabeza del proletariado tomó el poder, que estamos construyendo con éxito el socialismo, que por eso hemos dado un gran ejemplo al proletariado mundial, que estamos consolidando cada vez más nuestro país económica y políticamente en el camino al socialismo- todo eso es evidente. ¿Hay alguna disputa sobre esto? Pero precisamente porque somos un sector del proletariado mundial, de la revolución mundial -y porque participamos en su desarrollo victorioso a través de nuestra construcción socialista- precisamente por esta razón no podemos exigir ninguna garantía especial de que en nuestro país construiremos el socialismo independientemente de la revolución mundial. Pero aquí parecería que, si habíamos exigido esta garantía (¿de quién?) y no la recibimos, debemos renunciar, precipitar una crisis ministerial, y pasar a la oposición al Estado soviético. ¿No es esta una formulación fundamentalmente falsa de la cuestión?

Pero es muy difícil que Stalin mismo piense en los términos que formuló su informe. De otro modo hace tiempo tendría que haber renunciado. ¿Cómo se plantearon las cosas hasta hace muy poco? El camarada Zinoviev ya ha leído una cita de Stalin en 1924. Sin embargo, debo repetirlo, porque, si las cosas se plantean así, -que a menos que obtengamos una garantía de antemano acerca de la posibilidad de construir el socialismo en un solo país, debemos renunciar al poder- entonces debo preguntar: ¿Qué planteaba el camarada Stalin en 1924, no antes de Cristo, no antes de la época imperialista, en la cual la ley del desarrollo desigual supuestamente todavía era desconocida, sino sólo dos años atrás? Nuevamente les recuerdo que el camarada Stalin en ese momento escribió lo siguiente:

“Para derrocar a la burguesía, los esfuerzos de un solo país son suficientes; esto está probado por la historia de nuestra revolución. Para la victoria final del socialismo, para la organización de la producción socialista, sin embargo, los esfuerzos de un solo país, y particularmente de un país tan campesino como Rusia, son insuficientes; para esto, se requieren los esfuerzos del proletariado de varios países avanzados” [de la primera edición de Fundamentos del Leninismo, citado por Stalin en Problemas del Leninismo].

¡Sí, pero en 1924 no renunciamos al poder, no pasamos a la oposición del Estado obrero! ¡Sólo piénsenlo un poco! Si la tradición de nuestro partido, si el Bolchevismo, si el leninismo realmente en todo momento exigía la confianza en la posibilidad de la victoria final del socialismo en un solo país (y en un país atrasado) sin una revolución mundial, si todo aquel que no acepta esto es tildado de socialdemócrata, ¿cómo ocurrió que el camarada Stalin, que seguramente debería conocer las tradiciones de nuestro partido por su propia experiencia, puede escribir esas líneas, incluso en 1924? ¡Por favor, explíquenme esto!

Y ahora un nuevo acertijo. Aquí les muestro el programa y los estatutos de nuestra Liga Comunista Leninista de la Juventud. Si ustedes quieren pondré este pequeño folleto sobre la mesa del presidium. Este programa fue adoptado por nuestro partido en septiembre de 1921, como una guía para entrenar a todo nuestro movimiento juvenil. En el cuarto párrafo del programa para el movimiento juvenil obrero se plantea (por favor, presten atención especialmente ustedes camaradas de la Juventud Comunista Internacional, porque nuestra liga juvenil rusa es, después de todo, parte de la Juventud Comunista Internacional):

“En la Unión Soviética el poder estatal está ya en manos de la clase obrera. En tres años de heroica lucha contra el capitalismo mundial la clase obrera ha establecido y fortalecido su gobierno soviético. Aunque Rusia posee enormes recursos naturales, es un país industrialmente atrasado en el cual predomina una población pequeño burguesa. El país puede llegar al socialismo sólo a través de la revolución proletaria mundial, a cuya época de desarrollo hemos entrado ahora”.

¿Qué es esto? ¿Pesimismo quizás? ¿Desaliento? ¿Quizás incluso trotskismo? No estoy ahora en una posición de juzgar. Pero esto se encontró en el programa de nuestra organización juvenil, que contiene más de dos millones de jóvenes obreros y campesinos. Y si en defensa de la nueva teoría del socialismo en un solo país se dice: Pero seguramente debemos darle a nuestra juventud una perspectiva -este es un argumento favorito del camarada Stalin- de lo contrario podrían sucumbir al pesimismo, al desaliento, o -¡Dios nos libre de esto, especialmente en esta última hora!- al trotskismo, entonces les preguntaría: ¿Por qué esta mala suerte no nos ha tocado ya si la juventud ha tenido este programa trotskista durante los últimos cinco años?

[El presidente, camarada Kolarov, llama la atención al camarada Trotsky de que su tiempo terminó haciendo sonar la campana]. Siempre me interrumpen en los momentos más interesantes. Le ruego al presidium y al pleno que me conceda los treinta y cinco minutos que he mencionado.

Presidente: Su tiempo ha expirado.

Camarada Trotsky: Lo lamento en extremo, pero por supuesto no puedo hacer nada sino someterme a la resolución que ustedes intentan votar. Los argumentos importantes que quería presentar, sin embargo, aunque no expresados, retendrán su validez objetiva.

Ésta no es la última reunión de nuestra Internacional. y aunque esta resolución será adoptada unánimemente -de eso estamos bastante seguros- especialmente después del discurso de hoy del camarada Smeral, que tan expertamente nos acusó de desviaciones socialdemócratas- los hechos seguirán existiendo sin embargo. Los hechos demostrarán su poder, y el poder de esos hechos le dará nuevas fuerzas a nuestros argumentos. Esta cuestión surgirá de nuevo en las sesiones de nuestra Internacional, y estoy firmemente convencido de que si no surge entonces alguien presentará ante la Internacional Comunista los argumentos que ustedes hoy se negaron a permitirme elucidar y que sin embargo retienen su validez en esta cuestión extremadamente importante.


1. Treint, Albert (1889-1971): miembro de la S.F.I.O. en 1910, capitán de reserva después la guerra, ingresó en 1919 en el Comité de la III Internacional. Devino secretario general del PC en enero de 1923, preside las primeras exclusiones de oposicionistas y la pretendida "bolchevización". Aliado a Zinoviev, será expulsado en 1928. Pepper J. (1886-1937): comisario del pueblo durante el gobierno de Bela Kun. Se refugió en Moscú y trabajó para la I.C. Remmele, Hernann (1886-1939): miembro del partido comunista alemán en 1920, miembro del ejecutivo de la IC, acusado de "conspirador" y arrestado en Moscú en 1937 y ejecutado.

2. V Congreso de la I.C.: reunido entre el 17 de junio y el 8 de julio de 1924. Estuvo signado por las discusiones en torno a la derrota de la Revolución alemana, la llegada al poder del gobierno laborista británico y las cuestiones del partido ruso.

3. El XIII Congreso PCUS fue realizado en mayo de 1924.

4. Smytchka: término ruso que refiere a la ligazón entre obreros y campesinos, o más precisamente entre la agricultura y la industria. Ver Naturaleza y Dinámica del Capitalismo y la Economía de Transición, León Trotsky, Ediciones CEIP, 1999.

5. En el III Congreso de la IC, que se reunió en junio de 1921, las tareas estaban determinadas por el hecho de que la Internacional comunista abarcaba ya más de cincuenta secciones, entre las cuales había grandes partidos de masas de los países europeos más importantes, lo que motivaba el surgimiento de problemas de táctica y organización, pero sobre todo por el hecho de que el desarrollo de la revolución sufría un cierto retraso que no se había podido prever en el I y II Congresos. Sobre el discurso de Trotsky, ver Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición, León Trotsky, Ed. CEIP, 1999, p. 31.

6. Con la doctrina Monroe (1823) los Estados Unidos prohibieron la intervención europea en el hemisferio occidental bajo el pretexto de proteger a Latinoamérica de la dominación política y militar de Europa.

7. Kolarov, Vassili (1877-1950): Búlgaro socialdemócrata desde 1897, influenciado luego por Plejanov. Ingresó al Partido Comunista de este país, transformandose en un firme defensor de la política stalinista.