Logo
Logo
Logo

Boletín N° 9 (Junio 2007)

Cartas desde lejos

Cartas desde lejos

 

 

 

 

 

Vladimir Ilich Lenin, Suiza 1917
 

 

 

Primera carta[1]

La primera etapa de la primera revolución[2]

La primera revolución, engendrada por la guerra imperialista mundial[3], ha estallado. La primera revolución pero no la última, por cierto.

A juzgar por la escasa información de que se dispone en Suiza, la primera etapa de esta primera revolución, o sea, de la Revolución Rusa del 1° de marzo de 1917, ha terminado. La primera etapa de nuestra revolución no será, por cierto, la última.

¿Cómo pudo ocurrir el “milagro” de que sólo en 8 días –período señalado por el señor Miliukov[4] en su presuntuoso telegrama a todos los representantes de Rusia en el extranjero- se desmoronara un monarquía que se había mantenido durante siglos y que, a pesar de todo, consiguió mantenerse durante los tres años de las tremendas batallas de clases de 1905 a 1907, que abarcaron todo el país?

Los milagros no existen ni en la naturaleza ni en historia, pero todo viraje brusco de la historia, y esto se aplica a toda revolución, ofrece un contenido tan rico, descubre combinaciones tan inesperadas y peculiares de formas de lucha y de alineación de las fuerzas en pugna, que para la mente lega muchas cosas pueden parecer milagrosas. Para que la monarquía zarista pudiera desmoronarse en pocos días, fue necesaria la combinación de varios factores de importancia histórica mundial. Mencionaremos las principales.

Sin los tres años de tremendas batallas de clases, sin la energía revolucionaria desplegada por el proletariado ruso de 1905 a 1907, la segunda revolución no habría podido producirse tan rápidamente; en el sentido de que su etapa inicial culminó en pocos días. La primera revolución (1905[5]) removió profundamente el terreno, desarraigó prejuicios seculares, despertó a la vida y a la lucha política a millones de obreros y a decenas de millones de campesinos, reveló a unos y otros, y al mundo entero, el verdadero carácter de todas las clases (y de los principales partidos) de las sociedad rusa, la verdadera alineación de sus intereses, de sus fuerzas, de sus métodos de acción, de sus objetivos inmediatos y finales. La primera revolución y el subsiguiente período de contrarrevolución (1907-1914) pusieron al descubierto la verdadera naturaleza de la monarquía zarista, la llevaron a su “último extremo”, descubrieron toda su putrefacción e ignominia, el cinismo y la corrupción de la banda zarista dominada por ese monstruo de Rasputín[6]. Desenmascararon toda la ferocidad de la familia de los Románov, esos pogromistas[7] que anegaron a Rusia en sangre de judíos, de obreros, de revolucionarios, esos terratenientes, “los primeros entre sus pares”, poseedores de millones de desiatinas[8] de tierra, dispuestos a recurrir a cualquier atrocidad, a cualquier crimen, a arruinar y estrangular a cualquier cantidad de ciudadanos para resguardar el “sagrado derecho de propiedad” para ellos y para su clase.

Sin la revolución de 1905-1907, y la contrarrevolución de 1907-1914, no habría sido posible una “autodefinición” tan clara de todas las clases del pueblo ruso y de todos los pueblos que habitan en Rusia, esa definición de la relación de esas clases, entre sí y con la monarquía zarista, que se puso de manifiesto durante los 8 días de la revolución de febrero-marzo de 1917. Esta revolución de 8 días fue, si puede permitirse una metáfora, “representada” después de una docena de ensayos parciales y generales; los “actores” se conocían, sabían sus papeles, conocían sus puestos y el decorado entonos sus detalles, a fondo, hasta los matices más o menos importantes de las tendencias políticas y de las formas de acción.

Pues la primera gran revolución de 1905, denunciada como “una gran rebelión” por los Guchkov[9], Miliukov y sus acólitos, condujo doce años después, a la “brillante” y “gloriosa” revolución de 1917, que los Guchkov y los Miliukov calificaron de “gloriosa” porque los colocó (por el momento) en el poder. Pero esto necesitó un gran director de escena, vigoroso, omnipotente, capaz, por una parte, de acelerar extraordinariamete la marcha de la historia universal y, por otra, de engendrar una crisis mundial económica, política, nacional e internacional de una intensidad sin paralelo.

Aparte de una aceleración extraordinaria de la historia universal, se necesitaba también que la historia hiciera virajes particularmente bruscos, para que la enlodada y sangrienta carreta de la monarquía de los Románov pudiera ser volcada de un golpe.

Este director de escena omnipotente, este acelerador vigoroso fue la guerra mundial imperialista. Hoy ya no cabe duda de que la guerra es mundial, pues Estados Unidos y China están ya semicomprometidos hoy en ella, y mañana lo estarán totalmente.

Tampoco cabe duda de que la guerra es imperialista por ambas partes. Sólo los capitalistas y sus acólitos, los socialpatriotas y los socialchovinistas o, si en lugar de definiciones críticas generales, empleamos nombres de políticos bien conocidos en Rusia, sólo los Guchkov y los Lvov[10], los Miliukov y los Shingariov, por una parte, y los Gvózdiev, los Potrésov[11], los Chjenkeli, los Kerensky[12] y los Chjeídze[13], por la otra, pueden negar o callar este hecho. Tanto la burguesía alemana como la anglo-francesa hacen la guerra para saquear a otros países y estrangular a naciones pequeñas, para lograr supremacía financiera mundial y proceder a l reparto y redistribución de las colonias, y para salvar al agonizante régimen capitalista engañando y dividiendo a los obreros de los distintos países.

La guerra imperialista tenía que -era objetivamente inevitable- acelerar extraordinariamente y recrudecer en grado nunca visto la lucha de clases del proletariado contra la burguesía; tenía que trasformarse en una guerra civil entre las clases enemigas.

Esta trasformación comenzó con la revolución de febrero-marzo de 1917, cuya primera etapa fue señalada, en primer lugar, por el golpe conjunto infligido al zarismo por dos fuerzas: toda la Rusia burguesa y terrateniente con todos sus acólitos inconscientes y con todos sus dirigentes concientes, los embajadores y capitalistas franceses e ingleses, por una parte, y por otra, el Soviet de diputados obreros, que ha empezado a ganarse a los diputados soldados y campesinos.

Estos tres campos políticos, estas tres fuerzas políticas fundamentales son: 1) la monarquía zarista, cabeza de los terratenientes feudales, de la vieja burocracia y de la casta militar; 2) la Rusia burguesa y terrateniente de los octubristas[14] y los kadetes, detrás de la cual se arrastra la pequeña burguesía (cuyos principales representantes son Kerensky y Chjeídze); 3) el Soviet de diputados obreros, que trata de que todo el proletariado y toda la masa de los sectores más pobres de la población se conviertan en aliados suyos. Estas tres fuerzas políticas fundamentales se manifestaron plenamente y con toda claridad, inclusive en los 8 días de la “primera etapa”, e inclusive para un observador tan alejado de la escena de los acontecimientos como está quien escribe estas líneas, que se ve obligado a contentarse con los escuetos telegramas de los periódicos extranjeros.

Pero antes de tratar esto con mayores detalles, debo volver a la parte de mi carta dedicada a un factor de primordial importancia: la guerra imperialista mundial.La guerra ha eslabonado entre sí, con cadenas de hierro, a las potencias beligerantes, a los grupos capitalistas beligerantes, a los “amos” del sistema capitalista, a los propietarios de esclavos de la esclavitud capitalista. Un amasijo sanguinolento; tal es la vida social y política del momento histórico actual.

Los socialistas que desertaron a las filas de la burguesía cuando comenzó la guerra, todos esos David y Scheidemann en Alemania, y los Plejánov-Potrésov-Gvózdiev y Cia. en Rusia, vociferaron durante mucho tiempo contra las “ilusiones” de los revolucionarios, contra las “ilusiones”del Manifiesto de Basilea, contra la “quimera”de transformar la guerra imperialista en guerra civil. Cantaron loas en todos los tonos a la fuerza, a la tenacidad y a la capacidad de adaptación supuestamente revelada por el capitalismo; ¡ellos, que ayudaron a los capitalistas a “adaptar”, domesticar, engañar y dividir a la clase obrera de los distintos países!

Pero “quien ríe último ríe mejor”. La burguesía no consiguió aplazar por largo tiempo la crisis revolucionaria engendrada por la guerra. Esta crisis se agrava con una fuerza irresistible en todos los países, empezando por la Alemania, la cual, según un observador que visitó ese país recientemente, sufre de un “hambre genialmente organizada”, y terminando con Inglaterra y Francia, donde el hambre también asoma, pero donde la organización es mucho menos “genial”.

Era natural que la crisis revolucionaria estallara en primer lugar en la Rusia zarista, donde la desorganización era en extremo aterradora y el proletariado en extremo revolucionario (no en virtud de las cualidades especiales, sino debido a las tradiciones, aún vivas, de 1905). Esta crisis se precipitó por la serie e durísimas derrotas sufridas por Rusia y sus aliados. Las derrotas sacudieron todo el viejo mecanismo gubernamental y todo el viejo orden de cosas, y despertaron la cólera de todas las clases de la población contra ellos; exasperaron al ejército, liquidaron una gran parte del antiguo comando, compuesto por aristócratas reaccionarios y por elementos burócratas extraordinariamente corrompidos y fueron remplazados por un elenco joven, fresco, principalmente burgués, plebeyo y pequeño burgués. Aquellos que se rebajaban ante la burguesía o simplemente no tenían agallas, y que clamaban y vociferaban sobre el “derrotismo”, hoy se enfrentan con el hecho de la vinculación histórica entre la derrota de la más atrasada y bárbara monarquía zarista y el comienzo del incendio revolucionario.

Pero mientras las derrotas al principio de la guerra fueron un factor negativo que precipitó la explosión, los vínculos entre el capital financiero anglo-francés, el imperialismo anglo-francés y el capital octubrista y kadete de Rusia fue un factor que aceleró esta crisis, mediante la organización directa de un complot contra Nicolás Románov.

Por razones obvias, la prensa anglo-francesa silencia este aspecto, extraordinariamente importante, de la cuestión, mientras que la prensa alemana lo subraya con malicia. Nosotros, los marxistas, debemos enfrentar la verdad serenamente, sin dejarnos confundir ya sea con las mentiras, las melosas mentiras oficiales diplomáticas y ministeriales, del primer grupo de beligerantes imperialistas, o por las sonrisas disimuladas de sus rivales financieros y militares del otro grupo beligerante. Todo el curso de los sucesos en la revolución de febrero-marzo muestra claramente que las embajadas inglesa y francesa, con sus agentes y sus “vinculaciones”, que desde tiempo atrás estaban haciendo los más desesperados esfuerzos por impedir acuerdos “separados” y una paz por separado entre Nicolás II (y el último, esperamos, y haremos lo necesario para que así sea) y Guillermo II[15], organizaron directamente un complot en conjunto con los octubristas y los kadetes, con parte de los generales y del ejército y con los oficiales de la guarnición de Petersburgo con el claro propósito de deponer a Nicolás Románov.

No acariciemos ninguna ilusión. No incurramos en el error de quienes –como algunos de los partidarios del CO o mencheviques, que vacilan entre la política de los Gvózdiev-Potrésov y el internacionalismo, y que con demasiada frecuencia se deslizan al pacifismo pequeño burgués- están dispuestos ahora a exaltar el “acuerdo” entre el partido obrero y los kadetes, el “apoyo” del primero a los segundos, etc., etc. Conforme a la vieja doctrina (que nada tiene de marxista) que han aprendido de memoria, tratan de encubrir el complot tramado por los imperialistas anglo-franceses con los Guchkov y los Miliukov dirigido a desplazar al “principal guerrero”, Nicolás Románov, y remplazarlo por guerreros más enérgicos, frescos y más capaces.

Si la revolución triunfó tan rápida y radicalmente –en apariencia, a primera vista-, sólo se debe al hecho de que, como resultado de una situación histórica en extremo original, se unieron, en forma asombrosamente “armónica”, corrientes absolutamente diferentes, intereses de clase absolutamente heterogéneos, aspiraciones políticas y sociales absolutamente opuestas. Es decir, la conspiración de los imperialistas anglo-franceses, que empujaron a Miliukov, Guchkov y Cía. a apoderarse del poder para continuar la guerra imperialista, con el objeto de conducirla aún con mayor encarnizamiento y tenacidad, con el objeto de asesinar a nuevos millones de obreros y campesinos rusos, para que los Guchkov puedan adueñarse de Constantinopla, los capitalistas franceses, de Siria, los capitalistas ingleses, de la Mesopotamia, etc. Esto por una parte. Y por la otra, había un profundo movimiento popular proletario y de masas de carácter revolucionario (un movimiento de todos los sectores más pobres de la población de la ciudad y del campo), por el pan, la paz y la verdadera libertad.

Sería simplemente tonto hablar de que el proletariado revolucionario de Rusia “apoyara” al imperialismo kadete-octubrista, “remendado” con el dinero inglés, y tan abominable como el imperialismo zarista. Los obreros revolucionarios han estado destruyendo, han destruido ya en gran parte y destruirán la infame monarquía zarista hasta acabar con ella; no se entusiasman ni se desaniman por el hecho de que en determinadas coyunturas históricas, breves y excepcionales, los ayudó la lucha de los Buchanan, los Guchkov, los Miliukov y Cía., ¡a reemplazar un monarca por otro monarca, preferiblemente también un Romanov!

Así y sólo así, se desarrolló la situación. Así y sólo así es la manera como puede considerar las cosas un político que no teme la verdad, que analiza con sensatez el equilibrio de las fuerzas sociales en la revolución, que aprecia cada “momento actual”, no sólo desde el punto de vista de todas sus peculiaridades presentes o del momento actual, sino también desde el punto de vista de las motivaciones fundamentales, de la más profunda relación de intereses del proletariado y de la burguesía, tanto en Rusia como en todo el mundo.

Los obreros de Petrogrado, al igual que los obreros de toda Rusia, combatieron abnegadamente la monarquía zarista, lucharon por la libertad, por la tierra para los campesinos, por la paz, contra la matanza imperialista. El capital imperialista anglo-francés, para continuar e intensificar esa matanza, urdió intrigas palaciegas, conspiró con los oficiales de la guardia, instigó y alentó a los Guchkov y a los Miliukov, y organizó un nuevo gobierno completo que en la práctica tomó el poder no bien la lucha del proletariado asestó los primeros golpes al zarismo.

Este nuevo gobierno, en el que Lvov y Guchkov, de los octubristas y del partido de la “Renovación pacífica”, cómplices ayer de Stolipin[16] el Verdugo, controlan cargos realmente importantes, cargos decisivos, el ejército y la burocracia, este gobierno, en el que Miliukov y el resto de los kadetes son más que nada figuras decorativas, rótulos cuya función es pronunciar sentimentales discursos académicos, y en el que el trudovique[17] Kerensky es una balalaika[18] con el sonido de cuyas cuerdas procuran engañar a los obreros y a los campesinos; ese gobierno no es una asociación accidental de personas.

Representan a la nueva clase que se ha encaramado al poder político de Rusia, la clase de los terratenientes capitalistas y de la burguesía que desde hace largo tiempo dirige económicamente nuestro país, y que durante la revolución de 1905-1907, durante la contrarrevolución de 1907-1914, y, finalmente, y con particular rapidez, durante la guerra de 1914 a 1917, se organizó políticamente con extraordinaria rapidez y pasó a controlar los gobiernos locales, la instrucción pública, congresos de todos género, la Duma, los comités de la industria de guerra, etc. Esta nueva clase estaba ya “casi completamente” en el poder para 1917, y por eso los primeros golpes fueron suficientes para que el zarismo se desmoronase y quedara libre el camino para la burguesía. La guerra imperialista, que exigió una increíble tensión de fuerzas, aceleró a tal extremo el proceso de desarrollo de la Rusia atrasada, que “de un solo golpe” (aparentemente de un solo golpe), hemos alcanzado a Italia, a Inglaterra y case a Francia. Hemos obtenido un gobierno “parlamentario”, de “coalición”, “nacional” (es decir, apto para continuar la matanza imperialista y para engañar al pueblo).

Junto a este gobierno –que en lo que respecta a la guerra actual, no es más que el agente de la “firma” multimillonaria “Inglaterra y Francia”-, ha surgido el esencial, no oficial, aún no desarrollado y relativamente débil gobierno obrero, que expresa los intereses del proletariado y de todo el sector pobre de la población urbana y rural. Este gobierno es el Soviet de diputados obreros de obreros de Petrogrado, que procura establecer vínculos con los soldados y los campesinos, así como con los obreros agrícolas; más con estos últimos, por supuesto, que con los campesinos.

Tal es la verdadera situación política que nosotros no debemos, ante todo, esforzarnos por finar con la máxima precisión y objetividad posibles, a fin de asentar la táctica marxista sobre la única base sólida posible, la base de los hechos.La monarquía zarista ha sido abatida, pero no definitivamente destruida. El gobierno burgués, octubrista-kadete, que quiere llevar la guerra imperialista “hasta el fin”, y que es en realidad el agente de la firma financiera “Inglaterra y Francia”, se ve obligado a prometer al pueblo el máximo de libertades y concesiones compatibles con el mantenimiento de su poder sobre el pueblo y con la posibilidad de continuar la matanza imperialista.

El soviet de diputados obreros es una organización de los obreros, es el embrión de un gobierno obrero, el representante de los intereses de toda la masa del sector pobre de la población, es decir, de las nueve décimas partes de la población, que anhela la paz, el pan y la libertad.

El conflicto de estas tres fuerzas determina la situación que ha surgido ahora, una situación de transición entre la primera etapa de la revolución y la segunda.

El antagonismo entre la primera fuerza y la segunda no es profundo, es momentáneo, fruto solamente de la coyuntura actual del brusco viraje de los acontecimientos en la guerra imperialista. Todo el nuevo gobierno es monárquico, pues el republicanismo verbal de Kerensky simplemente no se puede tomar en serio, no es digno de un estadista, y objetivamente es una tramoya política. El nuevo gobierno que aún no ha asestado el golpe de gracia a la monarquía zarista, ya ha empezado a pactar con la dinastía terrateniente de los Románov. La burguesía de tipo octubrista-kadete necesita una monarquía para que sirva como cabeza de la burocracia y del ejército, para salvaguardar los privilegios del capital contra los trabajadores.

Quien diga que los obreros deben apoyar al nuevo gobierno en interés de la lucha contra la reacción zarista (y aparentemente esto han dicho los Potrésov, los Gvózdiev, Chjenkeli y también Chjeídze, pese a su ambigüedad), traiciona a los obreros, traiciona la causa del proletariado, la causa de la paz y de la libertad. Porque, en realidad, precisamente este nuevo gobierno ya está atado de pies y manos al capital imperialista, a la política imperialista de guerra y de rapiña; ya ha comenzado a pactar (¡sin consultar al pueblo!) con la dinastía; se encuentra ya empeñado en la restauración de la monarquía zarista; ya auspicia la candidatura de Mijáil Románov como nuevo reyezuelo; está ya tomando medidas para apuntalar el trono, para reemplazar la monarquía legítima (legal, basada en las viejas leyes) por una monarquía bonapartista, plebiscitaria (basada en un plebiscito fraudulento).

¡No, si se ha de luchar realmente contra la monarquía zarista, se ha de garantizar la libertad en los hechos, y no sólo de palabra, no sólo con las promesas versátiles de Miliukov y Kerensky; no son los obreros quienes deben apoyar al nuevo gobierno, sino es el gobierno quien de “apoyar” a los obreros! Porque la única garantía de libertad y de destrucción completa del zarismo reside en armar al proletariado, en consolidar, extender, desarrollar el papel, la importancia y la fuerza del soviet de diputados obreros. Todo lo demás es pura fraseología y mentiras, vanas ilusiones por parte de los politiqueros del campo liberal y radical, maquinaciones fraudulentas.Ayuden a armarse a los obreros, o al menos no estorben esta tarea, y la libertad será invencible en Rusia, la monarquía no podrá ser restaurada y la República se verá asegurada.

De lo contrario, los Guchkov y los Miliukov restaurarán la monarquía y no otorgarán ninguna, absolutamente ninguna de las “libertades” por ellos prometidas. Todos los políticos burgueses en todas las revoluciones burguesas han “alimentado” a los pueblos y engañado a los obreros con promesas. La nuestra es una revolución burguesa, por consiguiente los obreros deben apoyar a la burguesía, dicen los Potrésov, los Gvózdiev y los Chjeídze, como ya lo dijera Plejánov.

La nuestra es una revolución burguesa, decimos nosotros, los marxistas, por consiguiente los obreros deben abrir los ojos al pueblo para que vea el engaño de los politicastros burgueses, enseñarle a no creer en las palabras, a confiar únicamente en sus propias fuerzas, en su propia organización, en su propia unión, en sus propias armas.

El gobierno de los octubristas y kadetes, de los Guchkov y los Miliukov no puede- aunque lo quisiese sinceramente (sólo los niños pueden creer que los Guchkov y Lvov son sinceros)-, no puede dar al pueblo ni paz, ni pan, ni libertad.

No puede dar la paz, porque es un gobierno belicista, un gobierno para la continuación de la matanza imperialista, un gobierno de rapiña, empeñado en saquear Armenia, a Galitzia y Turquía, en anexarse Constantinopla, reconquistar Polonia, Curlandia, Lituania, etc. Es un gobierno que está atado de pies y manos al capital imperialista anglo-francés. El capital ruso no s más que una rama de la “firma” internacional que maneja centenares de miles de millones de rublos y que se llama “Inglaterra y Francia”.

No puede dar pan, porque es un gobierno burgués. En el mejor de los casos puede dar al pueblo, como lo ha hecho Alemania, “un hambre genialmente organizada”. Pero el pueblo no aceptará el hambre. Se enterará, y probablemente muy pronto, de que hay pan y de que es posible obtenerlo, pero únicamente con métodos que no respetan la santidad del capital y de la propiedad terrateniente. No pude dar libertad, porque es un gobierno terrateniente y capitalista, que teme al pueblo y que ya ha comenzado a pactar con la dinastía de los Románov.

En otro artículo nos ocuparemos de los problemas tácticos de nuestra actitud inmediata hacia este gobierno. Explicaremos en él la originalidad de la situación actual, que es de transición de la primera etapa de la revolución a la segunda, y por qué la consigna, “la tarea del día”, en este momento debe ser: ¡Obreros! Ustedes han hecho prodigios de heroísmo proletario, el heroísmo del pueblo, en la guerra civil contra el zarismo. Ustedes deben hacer prodigios de organización del proletariado y de todo el pueblo para preparar el camino de la victoria en la segunda etapa de la revolución.

Limitándonos por el momento a analizar la lucha de clases y la alineación de las fuerzas de clase en esta etapa de la revolución, debemos plantear aún el problema: ¿Quiénes son los aliados del proletariado en esta revolución?

Tiene dos aliados: primero, la amplia masa de los semiproletarios y, en parte, también la masa de los pequeños campesinos que suman decenas de millones y constituyen la inmensa mayoría de la población de Rusia. Para esta masa son esenciales la paz, el pan, la libertad y la tierra. Es inevitable que, en cierta medida, esta masa sufra la influencia de la burguesía y, sobre todo de la pequeña burguesía, con la que tiene mayor afinidad por sus condiciones de vida, y que vacila entre la burguesía y el proletariado. Las duras lecciones de la guerra, que serán tanto más duras cuanto más enérgicamente continúen la guerra Guchkov, Lvov, Miliukov y Cía., empujarán inevitablemente a esta masa hacia el proletariado, la obligarán a seguirlo. Ahora debemos aprovechar la libertad relativa del nuevo régimen y los soviets de diputados obreros para esclarecer y organizar, sobre todo y por encima de todo a esta masa. Los soviets de diputados campesinos y los soviets de obreros agrícolas, esa es una de nuestras tareas más urgentes. A este respecto, nos esforzaremos no sólo porque los obreros agrícolas constituyan sus soviets propios, sino también porque los campesinos sin tierra y más pobres se organicen por separado, aparte de los campesinos acomodados. En la próxima carta nos ocuparemos de las tareas especiales y de las formas especiales de organización, que hoy son urgentemente necesarias.

Segundo, el aliado del proletariado ruso es el proletariado de todos los países beligerantes y de todos los países en general. Hoy este aliado se encuentra en gran medida reprimido por la guerra y con demasiada frecuencia los socialchovinistas europeos hablan en su nombre, hombres que, como Plejánov, Gvózdiev y Potrésov en Rusia, han desertado a las filas de la burguesía. Pero cada mes de guerra imperialista ha ido liberando de su influencia al proletariado, y la revolución rusa acelerará inevitablemente este proceso en enormes proporciones. Con estos dos aliados, el proletariado, aprovechando las peculiaridades del actual momento de transición, puede y debe proceder, primero, a la conquista de una república democrática y de la victoria completa de los campesinos sobre los terrateniente, en lugar de la semimonarquía de Guchkov-Miliukov, y después, a la conquista del socialismo, lo único que puede dar a los pueblos, extenuados por la guerra, paz, pan y libertad. 

N. Lenin

 

Segunda carta[19]

El nuevo gobierno y el proletariado

El principal documento de que dispongo hoy (8 [21] de marzo) es un número del 16/3 del periódico inglés más conservador y burgués, el Times, con una tanda de noticias sobre la revolución en Rusia. Está claro que sería difícil encontrar una fuente mejor dispuesta -para decirlo con suavidad- hacia el gobierno de Guchkov y Miliukov.

El corresponsal de este diario informa desde Petersburgo el miércoles 1 (14) de marzo, cuando aún existía el primer Gobierno Provisional, es decir, el Comité Ejecutivo de la Duma, compuesto por trece miembros, encabezado por Rodzianko[20] y que incluye a dos “socialistas”, como dice el periódico, Kerensky y Chjeídze:

“Un grupo de 22 miembros electos de la Cámara Alta [Consejo de Estado] -incluyendo a Guchkov, Stájovich, el Príncipe Trubetskói, el profesor Vasíliev, Grimm y Vernadski- envió ayer un telegrama al zar”, rogándole que, para salvar la “dinastía”, etc., etc., convocase la Duma y designase un jefe de gobierno que gozara de la “confianza de la nación”. “En el momento de despachar este telegrama, aún no se sabe -dice el corresponsal- qué resolverá el emperador cuando llegue hoy; pero una cosa es indudable. Si su majestad no accede inmediatamente a los deseos de los elementos más moderados entre sus fieles súbditos, la influencia que hoy ejerce el Comité Provisional de la Duma Imperial pasará íntegramente a manos de los socialistas, que quieren establecer una república, pero que son incapaces de instituir ningún tipo de gobierno de orden y que precipitarían inevitablemente el país en la anarquía en el interior y el desastre en el exterior”.

¡Qué sagacidad política, y qué claridad revela esto! ¡Qué bien comprende este inglés que piensa como los Guchkov y los Miliukov (si es que no los dirige), la alineación de fuerzas e intereses de clase! “Los elementos más moderados entre sus fieles súbditos”, es decir, los terratenientes y capitalistas monárquicos desean asir el poder, pues comprenden perfectamente que, de no ocurrir así, la "influencia" pasará a manos de los “socialistas”. ¿Por qué los “socialistas” y no otro cualquiera? Porque el guchkovista inglés comprende perfectamente que en la arena política no hay ni puede haber otra fuerza social. La revolución fue obra del proletariado. Éste dio muestras de heroísmo; derramó su sangre: arrastró tras de sí a las más amplias masas de trabajadores y de pobres; exige pan, paz y libertad; exige una república y simpatiza con el socialismo. Pero un puñado de terratenientes y capitalistas, encabezados por los Guchkov y los Miliukov, quieren burlar la voluntad, o los anhelos, de la inmensa mayoría de la población, y pactar con la monarquía tambaleante, apuntalarla, salvarla: designe a Lvov y Guchkov su majestad y nosotros estaremos con la monarquía, contra el pueblo. ¡Éste es el sentido íntegro, la esencia de la política del nuevo gobierno!

Pero, ¿cómo justificar el fraude, el engaño al pueblo, la burla de la voluntad de la inmensa mayoría de la población?

Calumniando al pueblo, el viejo y eternamente nuevo método de la burguesía. Y el guchkovista inglés calumnia, increpa, escupe y masculla: ¡¡“anarquía en el interior, desastre en el exterior”, ningún “gobierno de orden”!!

¡Esto es mentira, honorable guchkovista!

Los obreros quieren una república, y una república es un gobierno más “de orden” que la monarquía. ¿Qué garantía tiene el pueblo de que el segundo Románov no se procurará un segundo Rasputín? 

El desastre lo provocará precisamente la continuación de la guerra, es decir, el nuevo gobierno precisamente. Sólo una república proletaria, respaldada por los obreros agrícolas y el sector más pobre de los campesinos y de los habitantes de la ciudad, puede asegurar la paz, brindar pan, orden y libertad.

Todos los gritos sobre la anarquía no son más que una pantalla para ocultar los mezquinos intereses de los capitalistas, que desean beneficiarse con la guerra, con los empréstitos de guerra, que desean restaurar la monarquía contra el pueblo.

Ayer -continúa el corresponsal- el Partido Socialdemócrata lanzó una proclama de un carácter en extremo sedicioso, que se difundió por toda la ciudad. Ellos (es decir el Partido Socialdemócrata) son simples doctrinarios, pero en los tiempos que corren pueden causar un daño inmenso. Los señores Kerensky y Chjeídze, quienes comprenden que no pueden esperar evitar la anarquía sin el apoyo de los oficiales y los elementos más moderados del pueblo, deben tener en cuenta a sus socios menos prudentes, e insensiblemente son llevados a asumir una actitud que complica la tarea del Comité provisional...

¡Oh, gran diplomático inglés guchkovista! ¡Cuán "imprudentemente" ha dejado escapar usted la verdad!

“El Partido Socialdemócrata” y sus “socios menos prudentes”, a quienes Kerensky y Chjeídze “deben tener en cuenta” son, evidentemente, el Comité Central, o el Comité de Petersburgo de nuestro partido, que fue renovado en la Conferencia de enero de 1912, esos mismos “bolcheviques” a quienes la burguesía lanza siempre el término injurioso de “doctrinarios”, debido a su fidelidad a la “doctrina”, es decir, a los fundamentos, los principios, las enseñanzas, los objetivos del socialismo. Está claro que el guchkovista inglés aplica los términos injuriosos de sedicioso y doctrinario al llamamiento[21] y al proceder de nuestro partido, que insta a luchar por una república, por la paz, por la total destrucción de la monarquía zarista, por el pan para el pueblo.

El pan para el pueblo y la paz: eso es sedición, pero carteras ministeriales para Guchkov y Miliukov, eso es “orden”. ¡Viejos y conocidos discursos!

¿Cuál es, entonces, la táctica de Kerensky y de Chjeídze, según el guchkovista inglés?

La vacilación: por una parte, el guchkovista los elogia: “comprenden” (¡excelentes muchachos! ¡inteligentes!) que sin el “apoyo” de los oficiales del ejército y de los elementos más moderados no se puede evitar la anarquía (en cambio nosotros siempre hemos pensado, de acuerdo con nuestra doctrina, con las enseñazas del socialismo, que son precisamente los capitalistas quienes introducen la anarquía y la guerra en la sociedad humana, ¡que sólo el paso de todo el poder político al proletariado y a los sectores más pobres del pueblo puede librarnos de la guerra, de la anarquía y del hambre!) Por otra parte Kerensky y Chjeídze “deben tener en cuenta a sus socios menos prudentes”, es decir, a los bolcheviques, al Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, renovado y unido por el Comité Central.

¿Cuál es la fuerza que obliga a Kerensky y Chjeídze a “tener en cuenta” al partido bolchevique, al que jamás pertenecieron, al que ellos mismos o sus representantes literatos (socialistas revolucionarios, socialistas populares, los mencheviques del CO, etc.) siempre han injuriado, condenado, denunciado como un círculo clandestino insignificante, como una secta de doctrinarios, etc., etc.? ¿Dónde y cuándo ha ocurrido que en tiempos de revolución, en tiempos en que la acción de masas es lo predominante, políticos cuerdos deban tener en cuenta a “doctrinarios”?

Nuestro pobre guchkovista inglés se ha hecho un lío, no ha podido dar un argumento lógico, no ha sabido decir ni una mentira completa ni la verdad completa: simplemente ha mostrado la oreja.

Kerensky y Chjeídze se han visto obligados a tener en cuenta al Partido Socialdemócrata del Comité Central debido a la influencia que éste ejerce sobre el proletariado, sobre las masas. Nuestro partido estuvo siempre ligado a las masas, al proletariado revolucionario, a pesar del arresto y la deportación de nuestros diputados a Siberia ya en 1914, a pesar de las terribles persecuciones y detenciones de que fue objeto nuestro Comité de Petersburgo por su actividad clandestina durante la guerra, contra la guerra y contra el zarismo.

“Los hechos son obstinados”, reza un dicho inglés. ¡Permítame que se lo recuerde, mi muy estimado guchkovista ingles! Que nuestro partido dirigió a los obreros de Petersburgo, o por lo menos les prestó una ayuda abnegada en los grandes días de la revolución, es un hecho que se ha visto obligado a reconocer el “propio” guchkovista inglés. E igualmente, se ha visto obligado a reconocer el hecho de que Kerensky y Chjeídze vacilan entre la burguesía y el proletariado. Los partidarios de Gvózdiev, los “defensistas”, esto es, los socialchovinistas, es decir, los defensores de la guerra imperialista, de rapiña, hoy siguen completamente a la burguesía; Kerensky, al entrar en el gabinete, es decir, en el segundo Gobierno provisional, también se ha pasado totalmente a la burguesía; Chjeídze no; Chjeídze continúa vacilando entre el Gobierno provisional de la burguesía, los Guchkov y los Miliukov, y el “gobierno provisional” del proletariado y de las capas más pobres del pueblo, el soviet de diputados obreros y el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia unido por el Comité Central.

La revolución ha confirmado, por consiguiente, lo que nosotros afirmábamos con particular insistencia cuando instábamos a los obreros a establecer con claridad la diferencia de clase entre los principales partidos y las principales tendencias dentro del movimiento obrero y en la pequeña burguesía; ha confirmado lo que dijimos nosotros, por ejemplo, en el núm. 47 del Sotsial-Demokrat de Ginebra hace casi año y medio, el 13 de octubre de 1915:

“Seguimos creyendo que los socialdemócratas pueden aceptar participar en un Gobierno provisional revolucionario, junto con la pequeña burguesía democrática, pero no con los revolucionarios chovinistas. Consideramos revolucionarios chovinistas a los que quieren vencer al zarismo para vencer a Alemania, para expoliar a otros países, para afianzar la dominación de los gran rusos sobre los otros pueblos de Rusia, etc. La base del chovinismo revolucionario es la situación de clase de la pequeña burguesía. Ésta vacila siempre entre la burguesía y el proletariado. Ahora vacila entre el chovinismo (que le impide ser consecuentemente revolucionaria, aun en el sentido de la revolución democrática) y el internacionalismo proletario. Los portavoces políticos de esta pequeña burguesía en Rusia son actualmente los trudoviques, los socialistas revolucionarios, Nasha Zariá[22] (ahora Dielo), el grupo de Chjeídze, el CO, el señor Plejánov y otros por el estilo. Si los revolucionarios chovinistas triunfaran en Rusia, estaríamos contra la defensa de su “patria” en la guerra actual. Nuestra consigna es: contra los chovinistas, aunque sean revolucionarios y republicanos; contra ellos y por la alianza del proletariado internacional con vistas a la revolución socialista”*[23].

Pero, volvamos al guchkovista inglés.

Comprendiendo el peligro que amenaza -continúa el guchkovista-, el Comité provisional de la Duma Imperial se ha abstenido intencionadamente de llevar a cabo su plan original de detener a los ministros, aunque podría haberlo hecho ayer con muy poca dificultad. Por lo tanto, la puerta ha quedado abierta para negociaciones, gracias a lo cual nosotros (“nosotros” = capital financiero e imperialismo ingleses) podremos obtener todos los beneficios del nuevo régimen sin pasar por la terrible prueba Comuna y la anarquía de una guerra civil....

Los partidarios de Guchkov estaban de acuerdo con una guerra civil con la cual ellos pudieran beneficiarse, pero están contra la guerra civil con la cual el pueblo, es decir, la real mayoría de los trabajadores, puede beneficiarse.

“... Las relaciones entre el Comité provisional de la Duma, que representa a toda la nación (¡decir esto del Comité de la IV Duma terrateniente y capitalista!) y el Consejo de diputados obreros, que representa exclusivamente intereses de clase (éste es el lenguaje de un diplomático que ha escuchado palabras sabias con un oído y desea ocultar el hecho de que el Soviet de diputados obreros representa al proletariado y a los pobres, es decir los 9/10 de la población), pero que en una crisis como la actual adquiere enorme poder, han suscitado no pocos recelos entre hombres razonables respecto de la posibilidad de un conflicto entre unos y otros, cuyos resultados podrían ser demasiado terribles.

“Felizmente, este peligro ha sido conjurado, al menos por el momento (¡obsérvese este “al menos”!), gracias a la influencia de señor Kerensky, joven abogado con grandes dotes oratorias que comprende claramente (¿a diferencia de Chjeídze, que también “comprendió”, aunque, por lo visto, con menos claridad, según nuestro guchkovista?) la necesidad de colaborar con el Comité en interés de sus electores obreros (es decir, para asegurarse los votos de los obreros, para coquetear con ellos). Hoy (miércoles 1º de marzo [14]) se ha concluido un acuerdo satisfactorio[24], por el cual se evitará toda fricción innecesaria.”

Qué acuerdo fue ése, si fue realizado con todo el Soviet de diputados obreros y en qué términos, eso no lo sabemos. Esta vez el guchkovista inglés nada dice sobre este punto fundamental. ¡Es lógico! ¡A la burguesía no le conviene que esos términos sean claros y precisos, que los conozca todo el mundo, pues entonces le sería más difícil violarlos!

Ya había escrito las líneas anteriores, cuando leí dos noticias muy importantes. En primer lugar, el texto del manifiesto del Soviet de diputados obreros llamando a “apoyar” al nuevo gobierno, publicado el 20/3 en Le Temps[25], el periódico parisiense más conservador y burgués, y, en segundo lugar, un extracto del discurso pronunciado el 1 (14) de marzo por Skobelev[26] en la Duma del Estado, reproducido en un periódico de Zurich (el Neue Zürcher Zeitung, 1 Mit.-bl., 21/3) que lo tomó de un periódico berlinés (el National-Zeitung).

El Manifiesto del Soviet de diputados obreros, si el texto no ha sido falseado por los imperialistas franceses, es un documento notable. Muestra que el proletariado de Petersburgo se hallaba, por lo menos cuando fue lanzado el Manifiesto, bajo la influencia predominante de los políticos pequeño burgueses. Recuérdese que incluyo en esta categoría de políticos, como lo he señalado anteriormente, a gente del tipo de Kerensky y de Chjeídze.

En el Manifiesto vemos dos ideas políticas y dos consignas que corresponden a ellas.

Primero. El Manifiesto dice que el gobierno (el nuevo gobierno) está compuesto por “elementos moderados”. Extraña definición y de ninguna manera completa, de carácter puramente liberal, no marxista. También yo estoy dispuesto a admitir que en cierto sentido -en mi próxima carta especificaré en qué sentido precisamente- ahora, una vez completada la primera etapa de la revolución, todo gobierno debe ser “moderado”. Pero es absolutamente inadmisible ocultar a uno mismo y al pueblo que este gobierno quiere continuar la guerra imperialista; que es un agente del capital inglés; que quiere restaurar la monarquía y fortalecer la dominación de los terratenientes y capitalistas.

El Manifiesto declara que todos los demócratas deben “apoyar” al nuevo gobierno y que el Soviet de diputados obreros suplica a Kerensky que participe en el Gobierno provisional y lo autoriza a ello. Las condiciones: llevar a la práctica las reformas prometidas ya durante la guerra, garantías para el “libre desarrollo cultural” (¿¿sólo??) de las nacionalidades (programa puramente kadete, miserablemente liberal), y la creación de un comité especial compuesto por miembros del Soviet de diputados obreros y por “militares” encargado de supervisar las actividades del Gobierno provisional.

De este Comité supervisor, que entra dentro de la segunda categoría de ideas y consignas, hablaremos especialmente más adelante.

La designación de un Louis Blanc ruso, Kerensky, y el llamado a apoyar al nuevo gobierno son, se puede decir, un ejemplo clásico de traición a la causa de la revolución y a la causa del proletariado, traición que condenó a muerte a muchas revoluciones del siglo XIX, independientemente de lo sinceros y leales al socialismo que hayan sido los dirigentes y los partidarios de tal política.

El proletariado no puede y no debe apoyar a un gobierno de guerra, a un gobierno de restauración. Para combatir la reacción, para rechazar todas las posibles y probables tentativas de los Románov y de sus amigos de restaurar la monarquía y organizar un ejército contrarrevolucionario, es necesario, no apoyar a Guchkov y Cía., sino organizar, engrandecer y fortalecer una milicia proletaria, armar al pueblo bajo la dirección de los obreros. Sin esta medida principal, básica, radical, no se puede ni hablar de ofrecer una resistencia seria a la restauración de la monarquía y a los intentos de anular o cercenar las libertades prometidas, o de marchar firmemente por el camino que dará al pueblo pan, paz y libertad.

Si es cierto que Chjeídze, que con Kerensky era miembro del primer Gobierno provisional (Comité de la Duma de los trece), se abstuvo de participar en el segundo Gobierno provisional por consideraciones de principio como las mencionadas más arriba o de un carácter similar, eso le hace honor. Hay que decirlo francamente. Por desgracia, tal interpretación está en contradicción con los hechos, sobre todo con el discurso de Skobelev, que siempre ha estado de acuerdo con Chjeídze.

Skobelev dijo, si se puede confiar en la fuente antes mencionada, que “el grupo social (¿? evidentemente el socialdemócrata) y los obreros tienen un leve contacto (tienen poca afinidad) con los objetivos del Gobierno provisional”; que los obreros reclaman la paz y que, si la guerra continúa, de todos modos se producirá el desastre en la primavera, que “los obreros han concertado con la sociedad (la sociedad liberal) un acuerdo temporal (eine vorläufge Waffenfreundschaft), aunque sus objetivos políticos están tan distantes de los objetivos de la sociedad como la tierra del cielo”; que “los liberales deben renunciar a los insensatos (unsinnige) objetivos de la guerra”, etc., etc.

Este discurso es un ejemplo de lo que más arriba llamamos, en el extracto del Sotsial-Demokrat, “oscilar” entre la burguesía y el proletariado. Los liberales, mientras sean liberales, no pueden “renunciar” a los “insensatos” objetivos de la guerra, que, entre paréntesis, no los determinan ellos solos, sino el capital financiero anglo-francés, una potencia mundial cuya fuerza se mide en centenares de miles de millones. La tarea no consiste en “persuadir” a los liberales, sino explicar a los obreros por qué los liberales se encuentran en un callejón sin salida, por qué se ven ellos atados de pies y manos, por qué ocultan tanto los tratados concertados por el zarismo con Inglaterra, y otros países, como los pactos secretos entre el capital ruso y el anglo-francés, etc.

Si Skobelev dice que los obreros han concertado un acuerdo con la sociedad liberal, no importa de qué tipo, y puesto que no protesta contra él, no explica desde la tribuna de la Duma cuán perjudicial es para los obreros, quiere decir, entonces, que él aprueba ese acuerdo. Y eso es exactamente, lo que no debió hacer.

La aprobación directa o indirecta de Skobelev, claramente expresada o tácita, del acuerdo del Soviet de diputados obreros con el Gobierno provisional, señala la oscilación de Skobelev hacia la burguesía. La afirmación de Skobelev de que los obreros reclaman la paz, de que sus objetivos están tan distantes de los objetivos de los liberales como la tierra del cielo, señala la oscilación de Skobelev hacia el proletariado.

Puramente proletaria, auténticamente revolucionaria y profundamente acertada por su concepción es la segunda idea política que contiene el Manifiesto del Soviet de diputados obreros que estamos estudiando, es decir, la idea de constituir un "Comité supervisor" (no sé si es precisamente así como se llama en ruso, yo traduzco libremente del francés), de supervisión del gobierno provisional por obreros y soldados.

¡Eso sí que está bien! ¡Eso sí que es digno de los obreros, que han derramado su sangre por la libertad, la paz y pan para el pueblo! ¡Es un paso real hacia garantías reales contra el zarismo, contra la monarquía y contra los monárquicos Guchkov, Lvov y Cía! ¡Es indicio de que el proletariado ruso, a pesar de todo, ha ido más allá que el proletariado francés en 1848, cuando “dio plenos poderes” a Louis Blanc! Es prueba de que el instinto y la razón de las masas proletarias no se dan por satisfechos con declamaciones, exclamaciones, promesas de reformas y de libertades, con el título de “ministro facultado por los obreros” y oropeles similares, sino que buscan un apoyo sólo allí donde deben hallarlo, en las masas populares armadas, organizadas y dirigidas por el proletariado, los obreros con conciencia de clase. Éste es un paso por el buen camino, pero sólo el primer paso.

Si este “Comité supervisor” se limita a ser una institución parlamentaria de tipo puramente político, un comité que “formulará preguntas” al Gobierno provisional y recibirá respuestas de él, entonces no será más que un juguete, no será nada.

Por el contrario, si se orienta inmediatamente y a pesar de todos los obstáculos, a organizar una milicia obrera o una guardia obrera interna, en la que participe efectivamente todo el pueblo, todos los hombres y mujeres, que no sólo remplace la policía exterminada y dispersada, que no sólo haga imposible el restablecimiento de ésta por ningún gobierno, monárquico constitucional o republicano democrático, tanto en Petersburgo como en cualquier otro lugar de Rusia, entonces los obreros avanzados de Rusia habrán emprendido realmente el camino hacia nuevas y grandes victorias, el camino hacia la victoria sobre la guerra, hacia la realización de la consigna que, como informan los periódicos, engalanaba las banderas de las tropas de caballería que desfilaron en Petersburgo, en la plaza frente a la Duma del Estado.

“¡Vivan las repúblicas socialistas de todos los países!”

En la carta próxima expondré mis ideas sobre esta milicia obrera.

Trataré de demostrar en ella, por una parte, que la creación de una milicia que abarque a todo el pueblo, y dirigida por los obreros es la justa consigna del momento, la que responde a las tareas tácticas del original período de transición que atraviesa la revolución rusa (y la revolución mundial), y por otra parte, que, para que sea fructífera, esta milicia obrera debe, en primer lugar, abarcar a todo el pueblo, debe ser una organización de masas hasta llegar a ser universal, debe abarcar realmente a toda la población físicamente apta de ambos sexos, y, en segundo lugar, debe combinar no sólo funciones puramente policiales, sino todas las de interés para el Estado con las funciones militares y con el control de la producción social y la distribución.

 

N. Lenin

Zurich, 22 (9) de marzo de 1917.

 

P. S. - Me olvidé de fechar mi carta precedente, del 20 (7) de marzo.

 

 

Tercera carta [27]

A propósito de una milicia proletaria

La conclusión a que llegué ayer sobre la táctica vacilante de Chjeídze ha sido plenamente confirmada hoy, 10 (23) de marzo, por dos documentos. Primero, un telegrama de Estocolmo en la Frankfurter Zeitung con extractos del manifiesto del Comité Central de nuestro Partido, el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, de Petersburgo. En este documento no se dice ni palabra sobre si apoyar o derrocar al gobierno Guchkov; en él se llama a los obreros y a los soldados a organizarse en torno del Soviet de diputados obreros, a enviar a él a sus representantes para luchar contra el zarismo y por una república, por la jornada de 8 horas, por la confiscación de las tierras de los terratenientes y de las existencias de cereales y, sobre todo, por el fin de la guerra de rapiña. Al respecto, es particularmente importante y particularmente apremiante la opinión absolutamente correcta de nuestro Comité Central, de que para obtener la paz, es preciso establecer relaciones con los proletarios de todos los países beligerantes.

Esperar la paz de negociaciones y de relaciones entre los gobiernos burgueses sería un autoengaño y un engaño al pueblo.

El segundo documento es otra noticia de Estocolmo, también comunicada por telégrafo, a otro periódico alemán (Periódico de Voss) [28], sobre una conferencia entre el grupo de Chjeídze en la Duma, el Grupo del Trabajo (¿Arbeiterfraction?) y los representantes de 15 sindicatos obreros el 2 (15) de marzo y sobre un manifiesto publicado al día siguiente. De los once puntos de este manifiesto, el telegrama trascribe sólo tres: el primero, la exigencia de una república; el séptimo, la exigencia de paz e inmediatas negociaciones de paz, y el tercero, la exigencia de “una adecuada participación en el gobierno de representantes de la clase obrera rusa”.

Si este punto está trascrito correctamente, comprendo por qué la burguesía elogia a Cheídze. Comprendo por qué al elogio, más arriba citado, de los guchkovistas ingleses en el Times se ha sumado el elogio de los guchkovistas franceses en Le Temps. Este periódico de los millonarios e imperialistas franceses decía el 22/3: “Los dirigentes de los partidos obreros, y sobre todo el señor Chjeídze, ejercen toda su influencia para moderar los deseos de las clases trabajadoras.”

En efecto, reclamar la “participación” de los obreros en el gobierno Guchkov-Miliukov es un absurdo teórico y político: participar como minoría, equivaldría a ser un simple peón; participar en “pie de igualdad”, es imposible porque no se puede conciliar la exigencia de continuar la guerra con la exigencia de concertar un armisticio e iniciar negociaciones de paz; para “participar” como mayoría sería necesario contar con fuerza suficiente para derrocar al gobierno Guchkov-Miliukov. En la práctica, exigir la “participación” es caer en la peor especie de blanquismo[29], es decir, olvidar la lucha de clases y las condiciones reales en que se libra, entusiasmarse con frases enteramente vacías, sembrar ilusiones entre los obreros, perder un tiempo precioso en negociaciones con Miliukov o con Kerensky, que debería emplearse para crear una fuerza verdaderamente de clase y revolucionaria, una milicia proletaria, capaz de inspirar confianza a todas las capas pobres de la población -que constituyen la inmensa mayoría-, que las ayude a organizarse y a luchar por el pan, la paz y la libertad.

Este error del manifiesto de Chjeídze y de su grupo (no hablo del partido del CO, del Comité de Organización, pues en las fuentes de que dispongo no se dice ni palabra del CO), este error es tanto más extraño por cuanto Skobelev, el colaborador más cercano de Chjeídze, en la conferencia del 2 (15) de marzo, dijo, según los periódicos: “Rusia se halla en vísperas de una segunda, de una verdadera (wirklich) revolución.”

Esta es una verdad de la cual Skobelev y Chjeídze han olvidado sacar conclusiones prácticas. No puedo juzgar desde aquí, desde mi maldita lejanía, hasta qué punto es inminente esta segunda revolución. Por estar en el lugar de los hechos, Skobelev puede apreciar mejor las cosas. Por consiguiente, no me planteo problemas para cuya solución no dispongo ni puedo disponer de los datos concretos necesarios. Me limito a subrayar la confirmación de Skobelev, un “testigo imparcial”, es decir, que no pertenece a nuestro partido, de la conclusión real, a que llegué en mi primera carta, es decir: que la revolución de febrero-marzo no ha sido más que la primera etapa de la revolución. Rusia atraviesa un momento histórico muy peculiar de transición a la próxima etapa de la revolución o, para emplear las palabras de Skobelev, a la “segunda revolución”.

Si queremos ser marxistas y sacar enseñanzas de la experiencia de las revoluciones del mundo entero, debemos esforzarnos por comprender en qué consiste precisamente la peculiaridad de este momento de transición y qué táctica se desprende de sus características específicas objetivas.

La peculiaridad de la situación consiste en que el gobierno Guchkov-Miliukov obtuvo la primera victoria con extraordinaria facilidad, gracias a las siguientes tres circunstancias principales:

1) la ayuda del capital financiero anglo-francés y de sus agentes;

2) la ayuda de parte de los altos mandos del ejército;

3) la organización ya existente de toda la burguesía rusa en los zemstvos, en los municipios, en la Duma del Estado, en los comités de la industria de guerra, etc.

El gobierno Guchkov está apresado en un cepo: atado por los intereses del capital, se ve obligado a esforzarse por continuar la guerra de rapiña y de saqueo, a proteger los escandalosos beneficios del capital y de los terratenientes, a restaurar la monarquía. Atado por su origen revolucionario y por la necesidad de un brusco cambio del zarismo a la democracia, presionado por las masas que tienen hambre de pan y hambre de paz, el gobierno se ve obligado a mentir, a maniobrar, a ganar tiempo, a “proclamar” y prometer lo más posible (las promesas son lo único barato, incluso en un período de ascenso desenfrenado de los precios) y a hacer lo menos posible, a hacer concesiones con una mano y a birlarlas con la otra.

En determinadas condiciones, el nuevo gobierno puede, como mucho, aplazar un poco su derrumbe, apoyándose en toda la capacidad de organización de la burguesía rusa y de la intelectualidad burguesa. Pero aun así es incapaz de evitar el derrumbe, porque es imposible escapar a las garras del monstruo espantoso alimentado por el capitalismo mundial -la guerra imperialista y el hambre- sin renunciar a las relaciones burguesas, sin tomar medidas revolucionarias, sin apelar al supremo heroísmo histórico del proletariado ruso e internacional.

De ahí la conclusión: no podemos derribar al nuevo gobierno de un solo golpe, y si pudiésemos (en épocas revolucionarias los límites de lo posible se amplían mil veces), no estaríamos en condiciones de conservar el poder a menos que opusiéramos a la magnífica organización de toda la burguesía rusa y de toda la intelectualidad burguesa una no menos magnífica organización del proletariado, que deberá dirigir a toda la inmensa masa de pobres de la ciudad y del campo, el semiproletariado y los pequeños propietarios.

Ya sea que la “segunda revolución” haya estallado ya en Petersburgo (he dicho que sería totalmente absurdo pensar que es posible desde el extranjero, determinar el ritmo real con que madura), que haya sido aplazada por un tiempo o haya comenzado ya en algunas regiones aisladas (de lo cual hay signos evidentes), de cualquier modo, la consigna del momento, en vísperas de la nueva revolución, durante ella o inmediatamente después de ella, debe ser organización proletaria.

Camaradas obreros! Han realizado ustedes prodigios de heroísmo proletario ayer, al derrocar a la monarquía zarista. En un futuro más o menos cercano (quizás incluso ahora, mientras escribo estas líneas), tendrán que realizar otra vez idénticos prodigios de heroísmo para derribar el dominio de los terratenientes y los capitalistas, que hacen la guerra imperialista. ¡No podrán lograr ustedes una victoria duradera en esta próxima y “verdadera”, revolución, si no se realizan prodigios de organización proletaria!

Organización, es la consigna del momento. Pero limitarse a esto equivaldría a no decir nada, porque por una parte, la organización es siempre necesaria; por tanto, referirse solamente a la necesidad de “organizar a las masas” no explica absolutamente nada; por otra parte, quien sólo se limita a ello, se convierte en cómplice de los liberales, porque lo que los liberales desean precisamente, para consolidar su dominación, es que los obreros no traspasen los límites de sus organizaciones corrientes, “legales” (desde el punto de vista de la sociedad burguesa “normal”), es decir, que los obreros se incorporen solamente a su partido, a su sindicato, a su cooperativa, etc., etc.

Guiados por su instinto de clase, los obreros han comprendido que en un período revolucionario necesitan organizaciones no sólo corrientes, sino completamente diferentes, y han emprendido con acierto el camino señalado por la experiencia de nuestra revolución de 1905 y de la Comuna de París de 1871; han creado un soviet de diputados obreros, han comenzado a desarrollarlo, ampliarlo y fortalecerlo, atrayendo a él a diputados de los soldados y, sin duda alguna, a diputados de los asalariados rurales y, además (en una u otra forma) de todos los campesinos pobres.

La principal tarea, la más importante, y que no puede ser postergada, es crear organizaciones de ese tipo en todos los lugares de Rusia sin excepción, para todos los gremios y todas las capas de la población proletaria y semiproletaria sin excepción, es decir, para todos los trabajadores y todos los explotados, para emplear un término menos exacto desde el punto de vista de la economía, pero más popular. Señalaré, anticipándome, que nuestro partido (espero poder ocuparme en una de mis próximas cartas de su papel especial en el nuevo tipo de organizaciones proletarias) debe recomendar especialmente a toda la masa campesina que organice soviets de trabajadores asalariados y soviets de pequeños agricultores que no venden su cereal, independientemente de los campesinos ricos. Sin esta condición será en general[30] imposible, tanto aplicar una auténtica política proletaria, como abordar con acierto la cuestión práctica en extremo importante, que es cuestión de vida o muerte para millones de hombres: la justa distribución de los cereales, el aumento de su producción, etc.

Surge la pregunta: ¿Cuál debe ser la función de los soviets de diputados obreros? “Deben ser considerados como los órganos de la insurrección, como los órganos del poder revolucionario”, decíamos en el número 47 del Sotsial-Demokrat de Ginebra, el 13 de octubre de 1915.

Esta proposición teórica, deducida de la experiencia de la Comuna de París de 1871 y de la revolución rusa de 1905, debe ser explicada y desarrollada concretamente basándose en la experiencia práctica, precisamente de la etapa actual, de la actual revolución en Rusia.

Necesitamos un gobierno revolucionario, necesitamos (durante un cierto período de transición) un Estado. Esto es lo que nos distingue de los anarquistas. La diferencia entre los marxistas revolucionarios y los anarquistas, no sólo consiste en que los primeros son partidarios de la gran producción comunista centralizada, mientras que los segundos son partidarios de la pequeña producción dispersa. No, la diferencia entre nosotros, precisamente en la cuestión del gobierno, del Estado, consiste en que nosotros estamos por la utilización revolucionaria de formas revolucionarias de Estado en la lucha por el socialismo y los anarquistas están en contra.

Necesitamos un Estado. Pero no la clase de Estado que ha creado la burguesía en todas partes, desde las monarquías constitucionales hasta las repúblicas más democráticas. Y en ello nos distinguimos de los oportunistas y de los kautskistas[31] de los viejos y decadentes partidos socialistas, que han deformado u olvidado las enseñanzas de la Comuna de París y el análisis que de estas enseñanzas hicieron Marx y Engels[32].

Necesitamos un Estado, pero no del tipo que necesita la burguesía, con organismos de gobierno -en forma de policía, ejército y burocracia (funcionarios públicos)- separados del pueblo y en contra de él. Todas las revoluciones burguesas se han limitado a perfeccionar esa maquinaria del Estado, a trasferirla simplemente de manos de un partido a las de otro.

Por otra parte, si el proletariado quiere defender las conquistas de la presente revolución y seguir adelante, si quiere conquistar la paz, el pan y la libertad, debe, empleando la expresión de Marx, “destruir” esa maquinaria del Estado “prefabricada” y reemplazarla por otra nueva, fusionando la policía, el ejército y la burocracia con todo el pueblo armado. Siguiendo el camino indicado por la experiencia de la Comuna de París de 1871 y de la revolución rusa de 1905, el proletariado debe organizar y armar a todos los sectores pobres y explotados de la población, a fin de que ellos mismos puedan tomar directamente en sus propias manos los organismos del poder del Estado y puedan ellos mismos establecer esos organismos del poder del Estado.

Los obreros de Rusia emprendieron ya ese camino en la primera etapa de la primera revolución, en febrero-marzo de 1917. Ahora todo estriba en comprender claramente cuál es este nuevo camino, en seguir adelante por él, con firmeza y perseverancia.

Los capitalistas anglo-franceses y rusos “sólo” querían alejar a Nicolás II, o sólo “asustarlo”, y dejar intacta la vieja maquinaria del Estado, la policía, el ejército y la burocracia.

Los obreros fueron más lejos y la destruyeron. Y ahora no sólo los capitalistas anglo-franceses, sino también los alemanes, braman con furia y espanto al ver, por ejemplo, que los soldados rusos fusilan a sus oficiales, como en el caso del almirante Nepenin, ese partidario de Guchkov y de Miliukov.

He dicho que los obreros han destruido la vieja maquinaria del Estado. Más correcto sería decir: han comenzado a destruirla.

Tomemos un ejemplo concreto.

En Petersburgo y en muchos otros lugares la policía en parte ha sido liquidada y en parte dispersada. El gobierno Guchkov-Miliukov no puede restaurar la monarquía ni, en general, conservar el poder sin restablecer antes la fuerza policial como una organización especial de hombres armados a las órdenes de la burguesía, separada del pueblo y en contra de él. Esto es claro como el día.

Por otra parte, el nuevo gobierno se ve obligado a tener en cuenta al pueblo revolucionario, a alimentarlo con concesiones a medias y con promesas, a ganar tiempo. Por ello recurre a medidas a medias: organiza una “milicia popular” con oficiales designados por elección (¡esto suena terriblemente respetable, terriblemente democrático, revolucionario y hermoso!), pero... pero en primer lugar, pone esta milicia bajo el control de los zemstvos y las municipalidades, es decir, ¡¡a las órdenes de los terratenientes y de los capitalistas elegidos según las leyes promulgadas por Nicolás II el Sanguinario y por Stolipin el Verdugo!! En segundo lugar, a pesar de que la llama “milicia popular”, para echar tierra a los ojos del “pueblo”, no llama a todo el pueblo a incorporarse a esta milicia y no obliga a los patronos y capitalistas a pagar a los obreros y empleados el salario corriente por las horas y los días que consagran al servicio público, es decir, a la milicia.

Esta es la trampa. Así es como el gobierno terrateniente y capitalista de los Guchkov y los Miliukov consigue tener una “milicia popular” en el papel, mientras que en realidad restablece poco a poco, bajo cuerda, la milicia burguesa, antipopular. Al principio consistirá en “8.000 estudiantes y profesores” (como describen los periódicos extranjeros a la actual milicia de Petersburgo} -¡evidentemente una niñería!- y después, poco a poco, será organizada con las antiguas y las nuevas fuerzas de seguridad.

¡Impedir el restablecimiento de las fuerzas de seguridad! ¡No dejar escapar de las manos los gobiernos locales! ¡Organizar una milicia que abarque al pueblo entero, auténticamente universal, dirigida por el proletariado! Esta es la tarea del día, esta es la consigna del momento, que responde por igual a los intereses bien comprendidos de la ulterior lucha de clase, del ulterior movimiento revolucionario y al instinto democrático de cada obrero, de cada campesino, de cada trabajador explotado, que no puede dejar de odiar a la policía, a las patrullas de la gendarmería, a los esbirros de la aldea, el imperio de los terratenientes y capitalistas sobre hombres armados con poder sobre el pueblo.

¿Qué clase de fuerzas de seguridad necesitan ellos, los Guchkov y los Miliukov, los terratenientes y los capitalistas? Del mismo tipo que las existentes bajo la monarquía zarista. Todas las repúblicas burguesas y democrático-burguesas del mundo crearon o restablecieron, después de los más breves períodos revolucionarios, precisamente esas fuerzas de seguridad, una organización especial de hombres armados subordinados, de una u otra forma, a la burguesía, separados del pueblo y en contra de él.

¿Qué clase de milicia necesitamos nosotros, el proletariado, todo el pueblo trabajador? Una auténtica milicia popular, es decir, una milicia que en primer lugar, esté formada por la población entera, por todos los ciudadanos adultos de ambos sexos y que, en segundo lugar, combine las funciones de un ejército popular con funciones de policía, con las funciones de órgano principal y fundamental del orden público y de la administración pública.

Para hacer más comprensibles estas ideas tomaré un ejemplo puramente esquemático. No es necesario decir que sería absurdo querer trazar cualquier tipo de “plan” para una milicia proletaria: cuando los obreros y el pueblo entero la lleven a la práctica, verdaderamente en forma masiva, la constituirán y organizarán cien veces mejor que cualquier teórico. Yo no propongo un “plan”, sólo quiero ilustrar mi idea.

Petersburgo tiene una población de alrededor de dos millones de habitantes; de éstos, más de la mitad oscilan entre los 15 y los 65 años. Tomemos la mitad, un millón. Restémosle incluso toda una cuarta parte: los físicamente incapacitados, etc., que no participan hoy en el servicio público por causas justificadas. Quedan 750.000 personas que, sirviendo en la milicia, digamos, un día de cada quince (y percibiendo el salario de estos días de su patrono), formarían un ejército de 50.000 hombres.

¡Este es el tipo de “Estado” que necesitamos!

Este es el tipo de milicia que sería una "milicia popular", en los hechos y no sólo de palabra.

Así es como debemos proceder para evitar el restablecimiento de una fuerza de seguridad especial o de un ejército especial, separado del pueblo.

Esa milicia compuesta en un 95 por ciento por obreros y campesinos, expresaría el pensamiento, la voluntad verdaderos, la fuerza y el poder de la inmensa mayoría del pueblo. Esa milicia armaría de verdad a todo el pueblo y le daría instrucción militar, sería una garantía -no al estilo de Guchkov o Miliukov- contra todas las tentativas de restablecer la reacción, contra todos los designios de los agentes zaristas. Esa milicia sería el organismo ejecutivo de los “soviets de diputados obreros y soldados”, gozaría del respeto y la confianza ilimitados del pueblo, pues ella misma sería una organización del pueblo entero. Esta milicia transformaría la democracia, de hermoso rótulo que encubre la esclavización y tormento del pueblo por los capitalistas, en un medio de verdadera educación de las masas para que participen en todos los asuntos del Estado. Esta milicia incorporaría a los jóvenes a la vida política, y los educaría no sólo con palabras, sino mediante la acción, mediante el trabajo. Esta milicia desplegaría las funciones que, hablando en lenguaje científico, entran dentro de la esfera de la “policía del bienestar público”, la inspección sanitaria, etc., e incorporarían a esta labor a todas las mujeres adultas. Si no se incorpora a las mujeres a las funciones públicas, a la milicia y a la vida política, si no se arranca a las mujeres del ambiente embrutecedor del hogar y la cocina, será imposible asegurar la verdadera libertad, será imposible incluso construir la democracia, sin hablar ya del socialismo.

Esta milicia sería una milicia proletaria, porque los obreros industriales y urbanos ejercerían una influencia dirigente sobre la masa de los pobres de manera tan natural e inevitable como desempeñaron el papel dirigente en la lucha revolucionaria del pueblo, tanto en 1905-1907 como en 1917.

Esta milicia aseguraría el orden absoluto y observaría con toda abnegación una disciplina basada en la camaradería. Al mismo tiempo, en la grave crisis que sufren todos los países en guerra, esta milicia permitiría combatir dicha crisis por medios verdaderamente democráticos, procediendo a hacer un reparto justo y rápido de los cereales y de otros víveres, introduciendo el “servicio de trabajo obligatorio”, al que los franceses llaman hoy “movilización civil” y los alemanes “servicio civil”, y sin el cual es imposible -se ha probado que es imposible- restañar las heridas que ha infligido y continúa infligiendo la terrible guerra de rapiña.

¿Acaso el proletariado de Rusia derramó su sangre sólo para recibir hermosas promesas de reformas democráticas de carácter político y nada más? ¿Será posible que no exija y garantice que todo trabajador vea y perciba inmediatamente alguna mejora en sus condiciones de vida? ¿Que cada familia tenga pan? ¿Que cada niño tenga una botella de buena leche y que ni un sólo adulto de familia rica se atreva a consumir más de su ración de leche mientras no la tengan los niños? ¿Que los palacios y los ricos apartamentos abandonados por el zar y la aristocracia no queden desocupados y den refugio a los que no tienen hogar y a los indigentes? ¿Quién puede aplicar estas medidas excepto la milicia popular, en la que las mujeres deben participar al igual que los hombres?

Esas medidas aún no constituyen el socialismo. Atañen a la regulación del consumo, y no a la reorganización de la producción. No significarían aún la “dictadura del proletariado”, sino solamente la “dictadura democrática revolucionaria del proletariado y del campesinado pobre”. No se trata de hacer una clasificación teórica. Cometeríamos un grave error si quisiéramos meter por la fuerza los objetivos de la revolución, complejos, apremiantes y en rápido desarrollo, en el lecho de Procusto de una “teoría” estrechamente concebida, en lugar de considerar la teoría ante todo y sobre todo como una guía para la acción.

¿Posee la masa de los obreros rusos suficiente conciencia de clase, firmeza y heroísmo para realizar “prodigios de organización proletaria” después de haber realizado, en la lucha revolucionaria directa, prodigios de audacia, de iniciativa y de espíritu de sacrificio? Esto no lo sabemos, y sería ocioso entregarse a conjeturas, pues sólo la práctica puede dar respuesta a semejantes cuestiones.

Lo que sí sabemos con certeza, y lo que nosotros, como partido, debemos explicar a las masas es, por una parte, que la enorme potencia de la locomotora de la historia está engendrando una crisis sin precedente, el hambre y calamidades incalculables. Esa locomotora es la guerra, hecha por los capitalistas de ambas coaliciones beligerantes con fines de rapiña. Esa “locomotora” ha conducido al borde de la ruina a muchas naciones de las más ricas, más libres y más cultas. Obliga a los pueblos a poner en tensión, hasta el límite, todas sus energías, colocándolos en una situación insoportable, poniéndola la orden del día, no la aplicación de ciertas “teorías” (una ilusión contra la cual Marx previno siempre a los socialistas), sino la aplicación de las medidas prácticas más extremas, porque sin medidas extremas, a millones de seres les espera la muerte, la muerte inmediata y cierta por hambre.

No es necesario demostrar que el entusiasmo revolucionario de la clase avanzada puede mucho cuando la situación objetiva exige de todo el pueblo la adopción de medidas extremas. Este aspecto lo ve y lo siente claramente todo el mundo, en Rusia.

Es importante comprender que en tiempos revolucionarios la situación objetiva cambia con la misma rapidez y brusquedad que el curso de la vida en general. Y nosotros debemos saber adaptar nuestra táctica y nuestras tareas inmediatas a las características específicas de cada situación dada. Hasta febrero de 1917 la tarea inmediata era realizar una audaz propaganda revolucionaria internacionalista, llamar a las masas a luchar, despertarlas. Las jornadas de febrero-marzo exigieron el heroísmo de una lucha abnegada para aplastar al enemigo inmediato, el zarismo. Ahora nos encontramos en un período de transición de esta primera etapa de la revolución a la segunda, de “pelear” con el zarismo a “pelear” con el imperialismo terrateniente y capitalista de Guchkov-Miliukov. La tarea inmediata es la organización, no sólo en el sentido estereotipado de entregarse a constituir organizaciones estereotipadas, sino en el sentido de incorporar, en proporciones nunca vistas, a amplias masas de las clases oprimidas a una organización que se haría cargo de las funciones militares, políticas y económicas del Estado.

El proletariado ha abordado y abordará de diversas maneras esta tarea original. En algunos lugares de Rusia la revolución de febrero-marzo ha puesto casi la totalidad del poder en sus manos; en otros, el proletariado quizá comience a organizar y desarrollar en forma “subrepticia” la milicia proletaria; y en otros probablemente luchará por elecciones inmediatas, sobre la base del sufragio universal, etc., a los municipios y a los zemstvos, para convertirlos en centros revoluciones, etc., hasta que el crecimiento de la organización proletaria, la unión de los soldados con los obreros, el movimiento entre el campesinado y la desilusión que muchos experimentarán respecto del gobierno guerrerista imperialista de Guchkov y Miliukov, acerquen la hora de reemplazar ese gobierno por el “gobierno” del soviet de diputados obreros.

Tampoco debemos olvidar que muy cerca de Petersburgo se encuentra uno de los países más avanzados, realmente republicano, o sea Finlandia, que desde 1905 a 1917, escudado por las batallas revolucionarias de Rusia, ha desarrollado, en forma relativamente pacífica, la democracia y ha conquistado para el socialismo a la mayoría de su población. El proletariado de Rusia garantizará a la república finlandesa una libertad completa, incluida la libertad de separación (ahora que el kadete Ródichev regatea tan indignamente en Helsingfors migajas de privilegios para los gran rusos), es difícil que un solo socialdemócrata abrigue dudas al respecto, y precisamente de esa manera se ganará la confianza completa y la ayuda fraterna de los obreros finlandeses a la causa del proletariado de toda Rusia. Los errores son inevitables en toda empresa difícil y grande; tampoco los evitaremos nosotros.

Los obreros finlandeses son mejores organizadores, nos ayudarán en este aspecto, impulsarán, a su manera, la instauración de la república socialista.

Las victorias revolucionarias en la propia Rusia -los éxitos de la organización pacífica en Finlandia, escudada por esas victorias-, el paso de los obreros rusos a las tareas revolucionarias de organización en una nueva escala -la toma del poder por el proletariado y las capas más pobres de la población-, el estímulo y el desarrollo de la revolución socialista en Occidente: tal es el camino que nos conducirá a la paz y al socialismo.

 

N. Lenin

Zurich, 11 (24) de marzo de 1917

Cuarta carta[33]

Cómo lograr la paz

Acabo de leer (12 [25] de marzo) en el Neue Züricher Zeitung (núm. 517, del 24/III) el siguiente despacho telegráfico de Berlín:

Informan desde Suecia que Máximo Gorki ha enviado al gobierno y al Comité Ejecutivo un saludo entusiasta. Gorki saluda la victoria del pueblo sobre los señores de la reacción y llama a todos los hijos de Rusia a ayudar a erigir el edificio del nuevo Estado ruso. Al mismo tiempo, insta al gobierno a coronar la causa de la emancipación concluyendo la paz. No debe ser, dice, una paz a cualquier precio; Rusia tiene ahora menos motivos que nunca para aspirar a una paz a cualquier precio. Debe ser una paz que permita a Rusia llevar una existencia digna entre las demás naciones del mundo. La humanidad ha derramado mucha sangre; el nuevo gobierno prestaría el mayor de los servicios, no sólo a Rusia, sino a toda la humanidad si consiguiera concertar rápidamente la paz.

Esta es la trascripción de la carta de Gorki.

Con profunda amargura leemos esta carta, impregnada desde el principio hasta el fin de un cúmulo de prejuicios filisteos. El autor de estas líneas ha tenido muchas oportunidades en sus entrevistas con Gorki en la isla de Capri, de ponerlo en guardia contra sus errores políticos y de reprochárselos. Gorki rechazaba estos reproches con su inimitable sonrisa encantadora y con la ingenua observación: “Yo sé que soy un mal marxista. Además, nosotros los artistas somos todos un poco irresponsables.” No es fácil discutir esos argumentos.

Gorki es, no cabe duda, un artista de talento prodigioso, que ha prestado ya y prestará grandes servicios al movimiento proletario internacional.

¿Pero, qué necesidad tiene Gorki de meterse en política? La carta de Gorki expresa, a mi parecer, prejuicios extraordinariamente difundidos, no sólo entre la pequeña burguesía, sino también entre un sector de obreros sometidos a su influencia. Todas las energías de nuestro partido, todos los esfuerzos de los obreros con conciencia de clase deben concentrarse en una lucha tenaz, consecuente y completa contra estos prejuicios.

El gobierno zarista empezó e hizo la guerra actual como una guerra imperialista, de rapiña, para saquear y estrangular a las naciones débiles. El gobierno de los Guchkov y los Miliukov, que es un gobierno terrateniente y capitalista, se ve obligado a continuar y quiere continuar precisamente esta misma guerra. Pedirle a este gobierno que concluya una paz democrática es lo mismo que predicar la virtud a guardianes de prostíbulos. Permítaseme explicar lo que quiero decir. ¿Qué es el capitalismo?

En mi folleto El imperialismo, etapa superior del capitalismo, cuyo manuscrito fue enviado a la editorial Parus antes de la revolución, fue aceptado por dicha editorial y anunciado en la revista Liétopis, contesto a dicha pregunta del siguiente modo:

“El imperialismo es el capitalismo en aquella etapa de desarrollo en que se establece la dominación de los monopolios y del capital financiero; en que ha adquirido señalada importancia la exportación de capitales; en que empieza el reparto del mundo entre los trusts internacionales; en que ha culminado el reparto de todos los territorios del planeta entre las más grandes potencias imperialistas.” (Cap. VII del folleto citado, anunciado en Liétopis, cuando había aún censura, bajo el título V. Ilín, El capitalismo actual.)

Todo depende de que el capital ha alcanzado proporciones formidables. Asociaciones constituidas por un reducido número de los más grandes capitalistas (cárteles, consorcios, trusts) manejan miles de millones y se reparten entre ellos el mundo entero. El reparto del mundo se ha completado. El origen de la guerra fue el choque de los dos más poderosos grupos de multimillonarios, el anglo-francés y el alemán, por la redistribución del mundo.

El grupo anglo-francés de capitalistas quiere en primer término despojar a Alemania, quitarle sus colonias (ya se ha apoderado de casi todas) y después despojar a Turquía.

El grupo alemán de capitalistas quiere apoderarse de Turquía y resarcirse de la pérdida de sus colonias apoderándose de pequeños Estados vecinos (Bélgica, Serbia, Rumania).

Esta es la auténtica verdad; se la oculta con toda suerte de mentiras burguesas sobre una guerra “de liberación”, “nacional”, una “guerra por el derecho y la justicia” y demás sonsonetes con que los capitalistas engañan siempre a la gente sencilla.

Rusia está haciendo esta guerra con dinero ajeno. El capital ruso es socio del capital anglo-francés. Rusia hace la guerra para saquear a Armenia, a Turquía y a Galitzia.

No es por casualidad que Guchkov, Lvov, Miliukov, nuestros actuales ministros, ocupan esos cargos. Son representantes y dirigentes de toda la clase de los terratenientes y de los capitalistas. Están atados por los intereses del capital. Los capitalistas no pueden renunciar a sus intereses, del mismo modo que un hombre no puede levantarse en vilo tirándose del pelo.

En segundo lugar, Guchkov-Miliukov y Cía. están atados por el capital anglo-francés. Han hecho y hacen la guerra con dinero ajeno. Han recibido en préstamo miles de millones, prometiendo pagar un interés anual de centenares de millones y estrujar a los obreros y a los campesinos rusos para arrancarles ese tributo.

En tercer lugar, Guchkov-Miliukov y Cía. están atados a Inglaterra, Francia, Italia, Japón y otros grupos de bandidos capitalistas por tratados directos, relativos a los fines de rapiña de esta guerra. Esos tratados fueron concluidos por el zar Nicolás II. Guchkov-Miliukov y Cía. se aprovecharon de la lucha de los obreros contra la monarquía zarista para adueñarse del poder, y ratificaron los tratados concertados por el zar.

Esto lo ha hecho el gobierno de Guchkov-Miliukov en pleno en un manifiesto que la Agencia Telegráfica de Petersburgo difundió el 7 (20) de marzo. “El gobierno (de Guchkov-Miliukov) cumplirá fielmente con todos los tratados que nos comprometen con otras potencias”, reza el manifiesto. Miliukov, el nuevo ministro de Relaciones Exteriores, dijo lo mismo en su telegrama del 5 (18) de marzo de 1917, dirigido a todos los representantes de Rusia en el extranjero.

Todos estos son tratados secretos, y Miliukov y Cía. se niegan a hacerlos públicos por dos razones: 1) temen al pueblo, que se opone a la guerra de rapiña; 2) están atados al capital anglo-francés, que insiste en que los tratados sigan siendo secretos. Pero todo lector de periódicos que haya seguido los acontecimientos sabe que en esos tratados contemplan el saqueo de China por Japón; de Persia, Armenia, Turquía (sobre todo Constantinopla) y Galitzia por Rusia; de Albania por Italia; de Turquía y de las colonias alemanas por Francia e Inglaterra, etc.

Esta es la situación.

Por consiguiente, proponer al gobierno Guchkov-Miliukov que concluya una paz pronta, honrada, democrática y de buenos vecinos, es lo mismo que cuando un buen “padrecito” de aldea insta a los terratenientes y a los comerciantes “a seguir el camino de Dios”, a amar al prójimo y a poner la otra mejilla. Los terratenientes y los comerciantes escuchan estos sermones y continúan oprimiendo y saqueando al pueblo, y alaban al “padrecito” por su habilidad para confortar y calmar a los “mujiks”[34].

Todo el que durante esta guerra imperialista dirige piadosos llamados de paz a los gobiernos burgueses, desempeña, consciente o inconscientemente, idéntico papel. Los gobiernos burgueses, o bien se niegan a escuchar tales llamados e incluso los prohíben; o autorizan, y afirman a todos y cada uno que ellos siguen combatiendo sólo para concluir la paz más pronta y “más justa”, que toda la culpa la tiene el enemigo. Hablar de paz a los gobiernos burgueses es, en realidad, engañar al pueblo.

Los grupos de capitalistas que han anegado el mundo en sangre por el reparto de territorios, mercados y privilegios, no pueden concluir una paz “honrosa”. Sólo pueden concertar una paz vergonzosa, una paz basada en el reparto del botín, en la división de Turquía y las colonias.

Por otra parte, el gobierno Guchkov-Miliukov no está en general de acuerdo con la paz en este momento, porque el “único” “botín” que podría obtener ahora sería Armenia y parte de Galitzia, siendo que también desea apoderarse de Constantinopla y reconquistar Polonia de los alemanes, país al cual el zarismo siempre oprimió de manera tan inhumana y vergonzosa. Además, el gobierno Guchkov-Miliukov es, en esencia, sólo el agente del capital anglo-francés, que quiere conservar las colonias que le arrebató a Alemania, y, encima de esto, obligar a Alemania a devolver Bélgica y parte de Francia. El capital anglo-francés ayudó a los Guchkov y los Miliukov a deponer a Nicolás II a fin de que ellos pudieran ayudarlo a “vencer” a Alemania. ¿Qué hacer entonces?

Para lograr la paz (y más aún para lograr una paz auténticamente democrática, auténticamente honrosa) es necesario que el poder político esté en manos de los obreros y los campesinos más pobres, y no de los terratenientes y los capitalistas. Éstos constituyen una minoría insignificante de la población; los capitalistas, como todo el mundo sabe, realizan con la guerra ganancias astronómicas.

Los obreros y los campesinos más pobres constituyen la inmensa mayoría de la población. No realizan ganancias con la guerra; por el contrario, se arruinan y pasan hambre. No están atados ni al capital ni a los tratados concluidos entre los rapaces grupos de capitalistas; ellos pueden y quieren sinceramente poner fin a la guerra.

Si el poder político en Rusia estuviera en manos de los soviets de diputados obreros, soldados y campesinos, estos soviets y el Soviet de toda Rusia por ellos elegido, podrían -y con toda seguridad lo harían- aplicar el programa de paz que nuestro partido (el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia) esbozó ya el 13 de octubre de 1915 en el número 47 de su órgano central, Sotsial-Demókrat (que se editaba entonces en Ginebra debido a la draconiana censura zarista).

Este programa sería probablemente el siguiente.

1. El Soviet de diputados obreros, soldados y campesinos de toda Rusia (o el Soviet de Petersburgo, que lo reemplaza provisionalmente) declararía inmediatamente que no está atado por ningún tratado concluido ni por la monarquía zarista por los gobiernos burgueses.

2. Publicaría inmediatamente todos esos tratados para denunciar la infamia de los fines de rapiña perseguidos por la monarquía zarista y por todos los gobiernos burgueses sin excepción.

3. Invitaría inmediata y abiertamente a todas las potencias beligerantes a concertar sin dilación un armisticio.

4. Haría conocer inmediatamente a todo el pueblo nuestras condiciones de paz, las condiciones de paz de los obreros y de los campesinos; liberación de todas las colonias; liberación de todas las naciones dependientes, oprimidas o en condiciones de inferioridad.

5. Declararía que nada bueno espera de los gobiernos burgueses y llamaría a los obreros de todos los países a derrocarlos y a entregar todo el poder político a los soviets de diputados obreros.

6. Declararía que las deudas de miles de millones contraídas por los gobiernos burgueses para hacer esta guerra criminal, de rapiña, pueden pagarlas los propios señores capitalistas, y que los obreros y campesinos se niegan a reconocer esas deudas. Pagar los intereses de esos empréstitos significaría pagar, durante largos años, tributo a los capitalistas por haber permitido cortésmente a los obreros matarse entre sí, para que los capitalistas pudieran repartirse el botín.

¡Obreros y campesinos! –diría el soviet de diputados obreros- ¿desean ustedes pagar anualmente centenares de millones de rublos a estos señores, los capitalistas, por una guerra hecha por el reparto de las colonias de África, de Turquía, etc.?

Pienso que por estas condiciones de paz el soviet de diputados obreros estaría de acuerdo en hacer la guerra contra cualquier gobierno burgués y contra todos los gobiernos burgueses del mundo, porque ésta sería una guerra realmente justa, porque todos los obreros y trabajadores de todos los países contribuirían a su triunfo.

El obrero alemán ve hoy que en Rusia la monarquía belicista es remplazada por una república belicista, una república de capitalistas que quiere continuar la guerra imperialista y que ha ratificado las tratados rapaces de la monarquía zarista.

Juzguen ustedes mismos, ¿puede el obrero alemán confiar en semejante república?

Juzguen ustedes mismos, ¿puede continuar la guerra, puede continuar la dominación capitalista del mundo si el pueblo ruso, animado siempre por los recuerdos vivos de la gran revolución de 1905, conquista la libertad completa y entrega todo el poder político a los soviets de diputados obreros y campesinos?

N. Lenin

Zurich, 12 (25) de marzo de 1917.

Quinta carta[35]

Las tareas que implica la construcción del estado proletario revolucionario

En las cartas anteriores, las tareas inmediatas del proletariado revolucionario de Rusia se formularon como sigue: (1) hallar el camino más seguro hacia la siguiente etapa de la revolución, o hacia la segunda revolución, la cual (2) debe transferir el poder del Estado de manos del gobierno de los terratenientes y los capitalistas (los Guchkov, los Lvov, los Miliukov, los Kerensky) a manos de un gobierno de los obreros y los campesinos más pobres.(3)Este último gobierno debe estar organizado conforme el modelo de los soviets de diputados obreros y campesinos, es decir,(4)debe destruir y eliminar por completo la antigua maquinaria del Estado, común a todos los países burgueses -ejército, policía, burocracia (funcionarios públicos)- y remplazarla (5) por no sólo una organización de masas, sino por una organización universal que comprenda a todo el pueblo armado. (6) Sólo tal gobierno, de “tal” composición de clase (“dictadura revolucionaria democrática del proletariado y el campesinado”) y tales organismos de gobierno (“milicia proletaria”) estarán en condiciones de resolver eficazmente el problema esencial del momento, en extremo difícil y absolutamente urgente, a saber: lograr la paz, no una paz imperialista, no un pacto entre las potencias imperialistas respecto al reparto del botín entre los capitalistas y sus gobiernos, sino una paz verdaderamente duradera y democrática, que no es posible lograr sin una revolución proletaria en varios países. (7) En Rusia se podrá lograr la victoria del proletariado en un futuro muy próximo, sólo si los obreros cuenta, desde el principio, con el apoyo de la inmensa mayoría de los campesinos que luchan por que sean confiscadas las grandes haciendas de los terratenientes (y por la nacionalización de toda la tierra, si presumimos que el programa agrario de los "104" continúa siendo esencialmente el programa agrario del campesinado). (8) Con respecto a tal revolución campesina y apoyándose en ella, el proletariado puede y debe, en alianza con los sectores más pobres del campesinado, dar nuevos pasos hacia el control de la producción y de la distribución de los productos básicos, hacia la introducción del “trabajo general obligatorio”, etc. Estos pasos los imponen con absoluta inevitabilidad, las consecuencias de la guerra, que en muchos aspectos se agravarán aún más en el período de posguerra. En su conjunto y en su desarrollo, estos pasos señalarán la, transición al socialismo, que no es posible realizar en Rusia directamente, de un solo golpe, sin medidas transitorias, pero que es perfectamente realizable e imperiosamente necesario, como resultado de estas medidas transitorias. (9) Con respecto a esto, la tarea de organizar inmediatamente soviets especiales de diputados obreros en los distritos rurales, es decir, soviets de trabajadores asalariados rurales, independientes de los soviets de los demás diputados campesinos, surge en primer plano con extrema urgencia.

Tal es, brevemente, el programa esbozado por nosotros, basado en una apreciación de las fuerzas de clase de la revolución rusa y mundial, y también en la experiencia de 1871 y de 1905.

Intentaremos realizar ahora un examen general de este programa en su conjunto y analizaremos, de paso, cómo enfocó el asunto K. Kautsky, el principal teórico de la “II” Internacional[36] (1889-1914) y el más destacado representante del “centro”, de la tendencia del “pantano” que puede observarse ahora en todos los países, la tendencia que oscila entre los socialchovinistas y los internacionalistas revolucionarios. Kautsky se ocupó de este asunto en su revista Nuevos tiempos’ (Die Neue Zeit), del 6 de abril de 1917 (nuevo calendario), en un artículo titulado “Las perspectivas de la revolución rusa”.

 Ante todo -escribe Kautsky- debemos determinar qué tareas debe encarar el régimen proletario revolucionario (el sistema estatal).Dos cosas -sigue Kautsky- son de imperiosa necesidad para el proletariado: la democracia y el socialismo.

Desgraciadamente, Kautsky promueve esta tesis, absolutamente indiscutible, en forma excesivamente general, de modo que, en esencia, no dice ni explica nada. Miliukov y Kerensky, miembros de un gobierno burgués e imperialista, suscribirían de buena gana esta tesis general, el uno su primera parte y el otro la segunda ... *[37]

 

Escrito el 26 de marzo (8 de abril) de 1917.


[1] Escrita el 7 (20) de marzo de 1917. Publicada con supresiones el 21 y el 22 de marzo de 1917 en el periódico Pravda, números 14 y 15. El texto íntegro se publicó por primera vez en 1957, en la primera edición de las Obras Completas, de V. I. Lenin, tomo XXIII.

[2] Se trata del período conocido como “Revolución de Febrero”.

[3] Hace referencia a la Primera Guerra Mundial, que tuvo lugar entre 1914 y 1918.

[4] Miliukov, Pavel (1859-1943): fue historiador y líder del Partido Kadete, ministro de Asuntos Extranjeros del Gobierno Provisional ruso entre marzo y mayo de 1917. Fue uno de los adversarios más destacados de la revolución.

[5] La revolución de 1905 comenzó el 9 de enero de ese año con una manifestación de los obreros de Petrogrado, en la que peticionaban, entre otras demandas, la jornada de ocho horas y el derecho de huelga. La manifestación estaba dirigida por el cura Gapón. En ella participaron activamente los socialdemócratas. Los manifestantes fueron reprimidos por las fuerzas zaristas en lo que se conoce como el “Domingo sangriento”. Este primer ensayo revolucionario fue derrotado. Para mayor información, se puede consultar el libro 1905, una obra que compila artículos de León Trotsky y otros autores, editado por el Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones León Trotsky en Buenos Aires, en el año 2005. 

[6] Efímovich, Grígori o Yefímovich, Novikh Rasputín, conocido como El Monje Loco (1872-1916): monje, aventurero y cortesano ruso. A principios de la Primera Guerra Mundial, Rusia atravesaba un momento crítico. El zar Nicolás II asumió el mando del ejército y Rasputín se hizo con el control absoluto del gobierno. Su profunda influencia en la corte imperial escandalizaba a la opinión pública.

[7] Pogrom es una palabra rusa que significa ataque o disturbio. Las connotaciones históricas del término incluyen ataques violentos por las fuerzas represivas y sectores de las poblaciones locales incitados por el zarismo y los gobiernos de turno contra judíos y revolucionarios en el imperio ruso y en todo el mundo.

[8] La desiatina es una unidad de medida de superficie utilizada en Rusia.

[9] Guchkov, Alexander (1862-1936) Dirigente de los octubristas, partido monárquico de la gran burguesía industrial, comercial y terrateniente, presidente de la Duma desde 1907 a 1912, ministro de Guerra y Marina del Primer Gobierno Provisional. 

[10] Lvov, George Eugeneyevich (1861-1925): fue un príncipe ruso. Miembro de la primera duma y primer ministro del primer Gobierno Provisional entre marzo y julio de 1917. Emigró en 1918.

[11] Potrésov, A. N. (1869-1934): miembro de Nasha Zarya, fue chovinista durante la guerra, se opuso a la Revolución de Octubre y emigró a París.

[12] Kerensky, Alexander (1881-1970): socialrrevolucionario ruso. Después de la Revolución de Febrero fue Ministro de Justicia, Guerra y Marina y finalmente, jefe del Gobierno Provisional desde julio hasta la Revolución de Octubre. En 1918 huyó al extranjero.

[13] Chjeídze, Nikolai Sesnenovich (1864-1926): fue un menchevique georgiano. Miembro de la tercera y la cuarta dumas. Durante la guerra fue centrista. Fue miembro del comité provisional de la Duma. Fue presidente del Primer Soviet de Petrogrado de 1917. Fue presidente del comité central de los Soviets de Todas las Rusias. Fue presidente de la asamblea constituyente de Georgia 1918. Emigró en 1921. Retirado de la política, se suicidó.

[14] Miembros del partido monárquico de la gran burguesía industrial, comercial y terrateniente.

[15] Guillermo II (1859-1941): fue emperador de Alemania desde 1888. Al producirse la revolución alemana de 1918 abdicó.

[16] Stolipin, Peter (1862-1911): reaccionario político zarista, fue primer ministro luego de la derrota de la Revolución de 1905. Impulsó una reforma agraria que tenía como objetivo promover un nuevo sector de campesinos ricos. En el gabinete de Goremkin, Stolipin era ministro del Interior.

[17] Trudoviques: eran los representantes de los campesinos en las cuatro dumas, que oscilaban constantemente entre los cadetes (liberales) y los socialdemócratas.

[18] Instrumento musical ruso.

[19] Publicada por primera vez en 1924, en la revista Bolshevik número 3-4.

[20] Rodzianko, M. (1859-1924): fue líder del partido octubrista, partido monárquico de la gran burguesía liberal.

[21] Lenin denomina llamamiento al “Manifiesto del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia a todos los ciudadanos de Rusia” del CC del POSDR publicado en el Suplemento del número 1 de Izvestia del Soviet de Petrogrado del 28 de febrero (13 de marzo) de 1917. [22] Nasha Zariá (“Nuestra aurora”): revista mensual publicada legalmente por los mencheviques liquidadores; apareció en Petersburgo desde enero de 1910 a Septiembre de 1914. Su director fue A.N. Potrésov, colaboraron en ella F. I. Dan, C. O. Tsederbaum y otros. Con el comienzo de la Primera Guerra mundial la revista se colocó en una posición socialchovinista. [23] Véase V.I. Lenin, tomo XXII, “Algunas tesis”.[24] Se alude al acuerdo sobre la formación del gobierno provisional burgués concertado en la noche del 1 al 2 de marzo (14-15) de 1917 por el Comité Provisional de la Duma del Estado y los dirigentes eseristas y mencheviques del Comité Ejecutivo del Soviet de diputados obreros y soldados de Petrogrado. Los eseristas y mencheviques entregaron voluntariamente, cediendo al Comité Provisional de la Duma del Estado el derecho a formar el gobierno provisional de acuerdo con su criterio. (ed)[25] Le Temps: diario conservador publicado en París desde 1861 hasta 1942. Reflejaba los intereses de los círculos dirigentes de Francia; virtualmente era el órgano oficial del ministerio de Relaciones Exteriores.

[26] Skobelev, Matvei Ivanovich (1885-1939): menchevique que fue cuarto vicepresidente del soviet de Petrogrado y miembro del comité ejecutivo. Fue ministro de Trabajo en el Gobierno Provisional entre mayo y septiembre de 1917. Se unió al Partido Comunista en 1922.

[27] Publicado por primera vez en 1924, en la revista Internacional Comunista, número 3-4. Se publica de acuerdo con el manuscrito.

[28] “Periódico de Voss” (Vossische Zeitung): publicación de los liberales moderados de Alemania, editada en Berlín desde 1704 hasta 1934. (Ed.).

[29] Se refiere a los seguidores de Blanqui, Louis (1805-1881). Fue un socialista francés que participó de la revolución de 1830 en Francia. Organizó la insurrección fallida en 1839 y fue encarcelado. Volvió a prisión en vísperas de la Comuna de París, hasta 1879. Blanqui sostenía la teoría de la insurrección armada por grupos pequeños de hombres seleccionados y entrenados, en oposición a la concepción marxista de la insurrección de masas.

[30] En las zonas rurales se desarrollará ahora una lucha por los pequeños campesinos y, en parte por los campesinos medios. Los terratenientes, apoyándose en los campesinos ricos, tratarán de que éstos se subordinen a la burguesía. Nosotros, apoyándonos en los asalariados rurales y en los pobres del campo, debemos conducirlos a la más estrecha unión con el proletariado urbano. 

[31] Seguidores de Kautsky, Kart (1854-1938). Fue un dirigente y teórico de la socialdemocracia alemana y fundador de la IIº Internacional. Enfrentó las posiciones revisionistas de Eduard Bernstein en la década de 1890. giró hacia posiciones reformistas años después. Frente a la Primera Guerra Mundial, adoptó una posición primeramente pacifista y luego, socialchovinista. En 1917 fundó, junto a Hilferding y Otto Bauer el Partido Socialdemócrata Independiente, oponiéndose abiertamente a la Revolución de Octubre y la dictadura del proletariado, abogando por la vía parlamentaria. Por esta razón fue combatido por Lenin en La revolución proletaria y el renegado Kautsky. En 1922 regresó al Partido Socialdemócrata.

[32] En una de mis próximas cartas o en un artículo especial trataré en forma detallada de este análisis hecho especialmente en La guerra civil de Francia, de C. Marx, en el prefacio de Engels a la tercera edición de dicha obra, en las cartas de Marx del 12 de abril de 1871 y de Engels del 18 y del 28 de marzo de 1875, así como de la forma en que Kautsky tergiversó por completo el marxismo en la polémica que sostuvo en 1912 con Panneckoek sobre el problema de la llamada “destrucción del Estado”. (Véase V. I. Lenin, op. cit., t. XXVII, El Estado y la revolución. (Ed.)

 [33] Publicado por primera vez en 1924, en la revista Internacional Comunista, número 3-4. Se publica de acuerdo con el manuscrito. 

[34] Denominación dada a los campesinos rusos.

[35] Publicado por primera vez en 1924, en la revista Bolshevik, núm. 3-4. Se publica de acuerdo con el manuscrito. Esta carta, que se comenzó a escribir el 8 de abril de 1917, el día de la partida de Suiza, nunca fue terminada por Lenin.

[36] IIº Internacional: fundada en 1889 como sucesora de la Iº Internacional. En sus inicios fue una asociación libre de partidos nacionales laboristas y socialdemócratas, en la que se nucleaban elementos revolucionarios y reformistas. En 1914, sus secciones principales, violando los más elementales principios socialistas, apoyaron a sus respectivos gobiernos imperialistas en la Primera Guerra Mundial. Quedó aislada durante la guerra pero resurgió en 1923 como una organización completamente reformista.

[37] Aquí se interrumpe el manuscrito.