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 CAPITULO X

CAPITULO X

 

En realidad, los enfrentamientos del XIV Congreso sólo fueron el prólogo de la más importante de las luchas que ha­bían de entablarse en el seno del partido, que precisamente acababa de decidir por aquellas fechas su segundo cambio de nombre, adoptando esta vez el de Partido Comunista (bolc­hevique) de la U. R. S. S. Con la coalición de la oposición de 1923 y la de 1925 un agrupamiento de la elite del partido y de la vieja guardia se disponía a enfrentarse con la dirección ejercida por el Secretario General. Tal vez la alianza de Trotsk­y con Zinóviev y Kámenev resultaba inevitable ‑ésta es la opinión de la mayoría de los historiadores- tras haber presen­ciado unos y otros en qué forma sus esfuerzos se estrellaban contra el omnímodo poder del aparato. No obstante, esto resultó menos evidente para los propios actores del drama. En efecto, habían sido Zinóviev y Kámenev, considerados por Trotsky como sus peores enemigos, los que habían infli­gido a éste los golpes más serios pues, si de ellos hubiese dependido, su alejamiento habría sido definitivo al expulsarle del Politburó. Por otra parte, la pérdida del aura de prestigio que rodeaba a Zinóviev y Kámenev, lugartenientes y sucesores de Lenin, en primerísimo plano dentro de la troika, se debía fundamentalmente a los ataques y revelaciones de Trotsky.

Parece suficientemente probado que, durante el XIV Congreso, ninguna de las dos facciones hostiles despreció el peso decisivo que podría tener la intervención de Trotsky en el conflicto que desgarraba a sus vencedores. Zinóviev había denunciado los golpes bajos que Stalin había propinado a aquél y Stalin, a su vez, refirió en qué forma se había negado a expulsarle como lo exigían los otros triunviros. Mikoyán había comparado ante los leningradenses la actitud de éstos con el disciplinado comportamiento de Trotsky, y Tomsky había contrastado la nitidez de su postura con la ambigüedad de Zinóviev y Kámenev. Yaroslavsky y Kalinin les habían reprochado los métodos que habían utilizado contra Trotsky. Krúpskaya había hecho un largo panegírico a su respecto mientras que Lashévich admitía que había tenido razón en lo concerniente a un buen número de cuestiones durante la dis­cusión de 1923. No obstante, Trotsky, había permanecido en silencio y no intervino sino brevemente en dos ocasiones; la primera, para dar la razón a Zinóviev que había justifi­cado su actitud hostil del año anterior afirmando que no se podía elegir para desempeñar un cargo en el Politburó a un hombre al que se le reprochaban tantos errores, y la segunda, para protestar contra las «represalias» que Stalin acababa de anunciar contra la organización de Leningrado. .

Como hacen la mayoría de los historiadores, puede opi­narse que tal abstención en la batalla de 1925 constituyó sin duda el mayor error táctico de su carrera política. En reali­dad, para todo aquel que conozca la continuación de la his­toria, resulta más fácil opinar de esta forma. La opinión personal de Trotsky parece ser la de que los protagonistas son tal para cual; el día 8 de enero de 1926 escribe a Bujarin para recordarle cómo había merecido en 1924, el calificativo de demagogo al afirmar -no sin cierta exageración, como él mismo lo reconoce- que los obreros comunistas de Lenin­grado estaban literalmente "amordazados" por el aparato. No obstante, se da cuenta de que, en la actualidad, existe la misma unanimidad, si bien se da en un sentido diametral­mente opuesto, en Leningrado y en las otras organizaciones del país: lo que supone que tanto unas como otras se encuentran en manos de los respectivos aparatos [1]. En general esta postura parece haber merecido la aprobación de los amigos de Trotsky y del núcleo de los oposicionistas de 1923: al fin y al cabo Zinóviev y Kámenev habían sido los inventores del "trotskismo" y los "trotskistas" de Leningrado no se reprimían en la expresión de su escepticismo ante la demoledora defensa e ilustración de la democracia obrera llevada a cabo por los dirigentes de la Comuna del Norte.

Trotsky declararía más tarde: "Esta explosión me resul­taba de todo punto inesperada. Durante el Congreso perma­necí vacilante porque la situación se hallaba en plena evolu­ción. Para mí no estaba clara en absoluto" [2]. Algunas notas personales, citadas por Deutscher, aportan nuevas precisio­nes: según él hay algo más que una "brizna de verdad" en la tesis de que la oposición de 1925 es la sucesora de la de 1923, pues la manifiesta hostilidad de los congresistas respecto a los leningradenses es un fiel reflejo de la hostilidad del campo respecto a las ciudades. Trotsky acaricia la hipótesis de un súbito despertar del proletariado, reflejado a su manera por el tribuno obrero, pero, en el caso de que así fuese, espera de aquel la adopción de unas formas diferentes a las conferidas por los "vulgares alaridos" de unos hombres que, en su opinión, ­se hallan "justamente desacreditados" [3].

La unificación de la oposición

En realidad, la aproximación entre la antigua y la nueva oposición resulta inevitable en la medida que ambos grupos pretendían apoyarse en una plataforma obrera e internacio­nalista y denunciaban idéntico peligro: la alianza de los ku­laks, nepistas y burócratas y la degeneración del partido bajo la dirección de Stalin y su camarilla. Bujarin, que sentimen­talmente permanece ligado con Trotsky pero que se siente también muy alarmado por la posición de los leningradenses, intenta durante cierto tiempo impedir una alianza que está ya en el ánimo de todos. Trotsky acepta discutir con él. El día 8 de enero le escribe: "Sé que algunos camaradas, entre los cuales tal vez se encuentra usted., han desarrollado en estos últimos tiempos un programa cuyos puntos fundamenta­les son: dar a los obreros la posibilidad de criticar en sus cé­lulas la actividad de la fábrica, de los sindicatos y de la región, eliminando simultáneamente todo tipo de "oposición" que emane de la cúspide del partido". También previene a Bujarin: "De esta forma el régimen del aparato en su conjunto se vería preservado por un ensanchamiento de su base" [4]. Le pro­pone también la creación de un bloque contra Stalin a favor de una verdadera democracia interna, pero Bujarin no se decide.

Por su parte Zinóviev y Kámenev están dispuestos a hacer cuantas concesiones sean necesarias. Como. se lo confiesa Zinóviev a Ruth Fischer, han emprendido una lucha por el poder para la cual necesitan a Trotsky, con su prestigio, su autoridad y sus facultades; después de la victoria deberán contar también con "su mano firme y dura para orientar de nuevo al partido y a la Internacional por la vía del socialis­mo" [5]. Los. amigos de Trotsky estan divididos: Rádek se declara partidario de una alianza con el grupo de Stalin contra la derecha, Mrachkovsky se opone a cualquier. tipo de bloque. Serebriakov se inclina por la unificación y hace el papel de intermediario entre Trotsky y los dos antiguos miembros de la troika. Primero Kámenev y luego Zinóviev llevan a cabo los primeros intentos de acercamiento, ofrecen explicaciones, reconocen sus errores y se comprometen a adoptar la misma actitud ante todo el partido. En el comité central Zinóviev reconocerá: "He cometido muchos errores. Creo que son dos los más importantes El primero, en 1917, es conocido por todos. No obstante, considero que el segundo es más grave aún porque el de 1917, lo cometí cuando Lenin todavía estaba entre nosotros, porque fue corregido por, él, y por nosotros mismos también, algunos días más tarde. (...) Sin duda alguna el núcleo fundamental de la oposición de 1923, como lo ha probado la posterior evolución de la facción di­rigente, tenía razón al ponerse en guardia contra los peligros que comportaba la desviación de la línea proletaria, y el des­arrollo amenazador del régimen del aparato. Si, en lo concerniente a la opresión burocrática ejercida por el aparato, Trotsky tenía razón frente a nosotros." [6].

Desde sus primeras entrevistas, Zinóviev y Kámenev con­fían al incrédulo Trotsky el temor que les inspira Stalin al que creen movido exclusivamente por el ansia de poder y capaz de cometer todo tipo de crímenes: "Se puede esperar cualquier cosa", afirma Kámenev [7]. En la sesión del comité central del mes de abril de 1925, Kámenev y Trotsky coin­ciden en la votación de enmiendas acerca de las resoluciones de política económica, terminando por llegar a un acuerdo y redactar conjuntamente las siguientes; una vez dado el primer paso la alianza no puede tardar. Esta vez todos reco­rren un trecho de la distancia que les separa. La oposición conjunta no defenderá las tesis de la "revolución permanente" mas Zinóviev y Kámenev reconocerán no sólo que Trotsky tenía razón en 1923, sino también que son ellos los que han fabricado el "trotskismo" para deshacerse de un obstáculo en su lucha por el poder. En tales condiciones, Trotsky no puede menos que aceptar un acuerdo que viene a añadir a sus tesis fundamentales el apoyo de aquellos que, según él, representan a "millares de obreros revolucionarios de Lenin­grado", sea cual fuere la desconfianza con que los mira toda­vía. Más adelante escribirá: "En la lucha para ganarse a las masas, cuando la línea política es justa, puede formarse un bloque, no sólo con el diablo sino también con un Sancho Panza bicefálo" [8]. En ambos bandos quedan aún por con­vencer los vacilantes y los desconfiados; como era de esperar, Leningrado es el centro que ofrece mayores dificultades. Zinóviev y Lashévich. por una parte y Preobrazhensky por la otra se encargan de limar las asperezas [9]. Por fin se cons­tituye la oposición conjunta.

Hay que admitir que su aspecto no puede ser más im­ponente y que, en el pasado nunca había conseguido la oposición reunir tan gran número de prestigiosos dirigentes y de brillantes personalidades. Sus filas no sólo cuentan a Zinóviev, Trotsky y Kámenev, cuya calidad de primeros lugartenientes de Lenin resulta indiscutible, sino también a Preobrazhensky, Serebriakov y Krestinsky, los sucesores de Svérdlov en el secretariado y a diez de los dieciocho supervi­vientes del comité central de marzo de 1919, elegido en plena guerra civil. Krúpskaya, la viuda de Lenin y Bakáiev, el antiguo diputado de la Duma zarista, son los más ilustres supervivientes del período prerrevolucionario. Entre ellos se hallan igualmente los más conocidos jefes militares de la guerra civil, los bolcheviques Antónov-Ovseienko, Lashévich, Murálov y los grandes comisarios como Iván Nikitich Smirnov, vencedor de Kolchak, o las destacadísimas figuras de Mrachkovsky y Smilgá, organizador del partido en la flota del Báltico, y "cómplice" de Lenin en su "complot" contra el comité central inmediatamente antes de la insurrección. El equipo que integra la oposición supera en toda la línea al de sus adversarios desde el punto de vista del talento y la capa­cidad intelectual: Sosnovsky es una figura muy popular por sus sátiras de la burocracia y se le considera, junto con Karl Rádek, especialista en cuestiones internacionales, la mejor pluma del país. Aparte de Bujarin, no hay economistas cuya reputación iguale siquiera la de Preobrazhensky, Piatakov y Smilgá. Todo el mundo parece estar de acuerdo en admitir que Rakovsky y Joffe son los dos diplomáticos más hábiles el país. De estos hombres, flor y nata de la vieja guardia, algunos ocupan todavía puestos importantes y prestigiosos: Zinóviev es presidente de la Komintern, el antiguo marinero Evdokimov, su brazo derecho, se encuentra en el Buró de Organización, Beloborodov es Comisario para el Interior de la RSFSR, Lashévich es vicecomisario para la guerra, Murá­lov es Inspector general del Ejército Rojo. Por supuesto, estos responsables son poco numerosos si se los compara con las decenas de miles de funcionarios del partido en los que estriba la fuerza de Stalin. Pero, para Zinóviev y Kámenev o, al menos, para sus amigos, de los que Victor Serge dice que "parecían haber cambiado de alma en una noche" [10], no parece caber la menor duda de que la elite que de esta forma se agrupa, será legitimada inmediatamente: "Bastará, dice Kámenev a Trotsky, con que Zinóviev y Vd. aparezcan en la misma plataforma para que el partido reconozca a su verdadero comité central" [11].

Esta es la principal divergencia que subsiste entre los nue­vos aliados ya que, por su parte, Trotsky opina que la lucha será larga y cruenta. Ciertamente la situación ha cambiado desde 1923, fecha en la que un proletariado desintegrado ha asistido con completa pasividad a su derrota; en la actualidad existe un verdadero proletariado en las fábricas, así como una importante capa obrera dentro del partido. Trotsky no puede apoyar a Bujarin que intenta justificar el régimen auto­ritario por la completa desaparición de la conciencia de clase obrera y determina en decenios el plazo necesario para su renacimiento en unos obreros generalmente iletrados recién llegados del campo. No obstante, sabe medir mejor que sus nuevos aliados la inmensidad de la tarea que consiste en volver a crear, en el partido y gracias a él, una vanguardia lúcida y combativa en el seno de la clase obrera. En su opinión, la ola revolucionaria que llevó al poder al partido bolchevique en 1917 ha experimentado un irreversible reflujo. Rusia conoce un nuevo período de reacción y en él se originan la descomposición del partido y el inicio de su degeneración cuyo exponente más claro es precisamente la omnipotencia adquirida por el aparato. El repliegue sobre sí mismos, la pérdida de la confianza y de la iniciativa colectiva, del gusto por la lucha y de la conciencia, el cansancio y el escepticismo desvían de la actividad política a los millones de hombres que, con sus propias manos, habían escrito la epopeya revolucionaria de 1917 y de la guerra civil: el "gran debate" interesará como máximo a un núcleo de 20.000 personas de los 150 mi­llones de habitantes con que cuenta la U. R. S. S. y las infor­maciones a este respecto no se filtrarán en la prensa controlada sino de forma suficientemente unilateral y deformada como para no poder despertar un eco serio.

De hecho, la oposición, que se autodenomina "Oposición de izquierda" y pretende constituirse en el ala proletaria y bolchevique del partido, se mueve contra la corriente. Los llamamientos a la energía revolucionaria, a la responsabilidad, a la entrega y a la lucha por la verdad dejan indiferentes a toda una serie de hombres cansados y poco escrupulosos que aspiran a alcanzar una seguridad o incluso un cierto bienes­tar. Nadie quiere oír hablar de la "revolución permanente" si ello significa revolución continua e ininterrumpida, pues la guerra y la revolución han dejado el recuerdo de una infini­dad de sufrimientos atroces, de decenas de millares de muertos, agotamiento, hambre y desolación. Alejandro Barmín, militante comunista desde los dieciocho años, antiguo soldado , comisario del Ejército Rojo, ha confesado de qué forma, al convertirse primero en diplomático y más adelante en. alto funcionario, se informó con unsuspiro de alivio de los artículos de Stalin contra la teoría de la revolución permanente que le decidieron a rechazarla definitivamente por ser demasiado peligrosa [12]. El "socialismo en un solo país" ofrece a hom­bres como él una perspectiva ciertamente menos épica y aventurada pero más concreta e inmediata. El relativo resta­blecimiento de la NEP ha conferido un valor mucho más elevado a las ínfimas satisfacciones materiales de las que todos habían estado privados durante tanto tiempo: no es lo suficientemente vieja como para haber creado nuevos hábitos, pero el anhelo de aferrarse a la pequeña mejora del nivel de vida aparece en toda su plenitud frente a aquellos cuyas tesis parecen implicar la posibilidad de volver a poner todo en cuestión.

Stalin conoce perfectamente la eficacia de sus palabras al reprochar a Trotsky sus "posturas heroicas" y afirmar que no se dirige a "hombres de carne y hueso, sino a una especie de criaturas ideales, de ensueño, revolucionarias de la cabeza a los pies" [13]. Es cierto que, en 1926 y 1927, tanto los mi­litantes del partido como los demás se asemejan. más al "hombre de carne y hueso" al que se refiere Stalin y cuya encarnación viene a ser él mismo, que a las "criaturas revo­lucionarias de la cabeza a los pies" de las que Trotsky viene a ser el prototipo, las mismas que él llevaba a la lucha en 1917 y en los años siguientes. Desde este punto de vista, si el aparato ha triunfado como consecuencia de una desmovilización de las masas, pasa a su vez a convertirse en factor activo de este mismo proceso, encontrando en él su justificación: las trá­gicas derrotas de la revolución china en 1927 aportan una aplastante confirmación a los pronósticos de la oposición que denunciaba la política que las engendraba, pero, al mismo tiempo, la debilitan terriblemente precisamente por el golpe que infieren a la confianza, al empuje y a la moral de los mi­litantes. Por último, refuerzan considerablemente el bando de aquellos que han asumido la responsabilidad de tales me­didas contribuyendo a hacer irrealizables las perspectivas de todos los que habían indicado la forma de evitarlas.

Idéntica contradicción pesa sobre los métodos de lucha de la oposición; sus componentes están persuadidos de que la política de la dirección debilita tanto al régimen como a la Internacional y pasan a denunciar el peligro, para ellos inme­diato, de una restauración capitalista. Ahora bien, el abismo que se abre entre el partido y las masas y entre el aparato y los militantes es un factor que contribuye al debilitamiento del régimen frente a este peligro. Por tanto, la oposición se abstiene de cualquier tipo de críticas desmoralizantes y asi­mismo de las manifestaciones públicas susceptibles de ensan­char las grietas existentes en el interior de un partido que sigue siendo para ellos el instrumento histórico necesario a la revolución mundial y al que no reprochan su existencia sino, precisamente el hecho de no constituir, dados sus métodos burocráticos y su cortedad de miras, un instrumento sufi­cientemente eficaz. Mientras la oposición tenga existencia legal dentro del partido tales contradicciones no pueden impedirle manifestarse unida, pero a partir del momento en que se inicia la presión del aparato sobre ella, pierde su fuerza al desgarrarse entre los que ya no pretenden permanecer en el ámbito del partido y los que no consideran siquiera la po­sibilidad de salirse de él, dividiéndose a su vez estos últimos entre los que quieren permanecer en élpara luchar y los que para poder permanecer en sus filas están dispuestos a renun­ciar a la lucha.

Tales condiciones explican igualmente el lenguaje esoté­rico utilizado en las controversias para el puñado de privile­giados que tiene la posibilidad de seguirlas. Más de la mitad de los miembros del partido son analfabetos y las discusiones se llevan a cabo con el característico idioma convencional: en ambos bandos se cita a Marx, a Engels y a Lenin, unos y otros se golpean mutuamente con pesados montajes de citas-­maza, apelan a la tradición, a las autoridades doctrinales, a una serie de fórmulas que, para la mayoría de los militan­tes, no son mas que un lenguaje hueco.

Los dirigentes de la oposición son distinguidos marxistas que suelen plantear los problemas desde las mayores alturas teóricas: ¿Cómo podría la "base" comprender los análisis acerca de la tasa de acumulación? Cuando Bujarin se aferra a la frase en la que se habla de "explotación" del campe­sinado ¿puede acaso un militante normal comprender que tal vocablo no tiene en el léxico del economista marxista el sentido vulgar e inmoral que él le presta? A este respecto, la mediocridad de los silogismos a los que tan propenso es Stalin, la tosquedad de las comparaciones y la grosería de que están cargadas las injurias que se repiten tantas veces, tienen un peso infinitamente mayor que los más certeros análisis de la oposición que nunca se publican y que además, son deformados sistemáticamente. Cuando la oposición expo­ne el proyecto de la presa de Dnieprostgroi, Stalin argumenta que sería tan absurdo construirla como regalarle un fonó­grafo a un campesino que no tiene ni vaca ni carreta. Por supuesto el proyecto era absurdo en aquel momento pero el Dnieprostroi se convertirá más adelante en una "inmensa realización de Stalin"; no obstante pocos hombres se halla­ban en condiciones de comprender el sistema de datos eco­nómicos que exigía este tipo de proyectos. El plan de industrialización y planificación que elaboran conjuntamente Trotsky, Piatakov y Preobrazhensky es una conquista del pensamiento socialista y sus adversarios habrán de utilizarlo a su manera no sin afirmar, tras haber eliminado a sus auto­res, que tal "programa superindustrial" y "superproletario" "no es sino la utópica superestructura de unas ilusiones social­demócratas, una mascarada demagógica que sirve para disi­mular la verdadera esencia derechista de la plataforma de la oposición" [14].

Con este proceder la oposición se siente continuamente acosada. Tras ser denunciada como "fraccionalista" cada vez que intenta hacerse oír dentro del partido, es perseguida, condenada a replegarse en los órganos dirigentes donde no tiene posibilidad alguna de convencer y de donde no puede aspirar a salir si no es expulsada ignominiosamente bajo la acusación del mayor de los crímenes: escisionismo. No obs­tante, todavía ha de luchar durante cerca de dos años con­tra el cerco que se cierra a su alrededor y que terminará por hacerla estallar dadas las presiones divergentes que se acen­túan gradualmente a medida que disminuyen sus posibilida­des de acción.

La política derechista de Stalin-Bujarin

El tipo de línea contra el que se alza la oposición con­junta no tiene nada de original. En realidad es aquella misma definida por la troika en el XII Congreso y cuyo inspirador teórico ha sido Bujarin en 1924 y 1925. Lo que ocurre es que sus consecuencias son cada vez más evidentes. La diferen­ciación social no deja de aumentar en los campos donde se manifiesta el poderío del kulak con un proceso ininterrumpido de concentración de tierras. En el periodo 1925-26 se alquilan 15 millones de hectáreas frente a los 7,7 del periodo 1924-25; casi todas estas tierras son arrendadas por kulaks. El cam­pesino pobre se contrata como jornalero o como aparcero y sigue pagando a los usureros cantidades que llegan a ser hasta cuatro veces superiores a las que debe al fisco. En algu­nas regiones el proceso adquiere proporciones verdadera­mente alarmantes: en Ucrania, el 45 por 100 de los campesi­nos no tiene caballerías y el 35 por 100 no posee ganado va­cuno. La dirección de las cooperativas se les va escapando a los campesinos pobres para caer progresivamente en manos de los kulaks que representan el 6 por 100 de sus elementos dirigentes. Las 22.000 explotaciones colectivas no son más que una gota de agua en comparación con los 30 o 40 millo­nes de explotaciones individuales y con la masa de 2.160.000 proletarios agrícolas que hablan sido contratados en agosto de 1926 en granjas pertenecientes a kulaks que utilizaban más de diez asalariados [15].

Esta pequeña-burguesía rural en pleno auge no limita sus ambiciones a la esfera inmediata de sus intereses persona­les. Por el contrario ejerce su presión en los soviets e incluso en el partido para defenderse contra las uniones de campesi­nos pobres o contra los sindicatos a pesar de que estos no integren a más de un 20 por 100 de obreros agrícolas; demuestra también su oposición a la nueva legislación soviética; exige que se de un trato de favor al matrimonio registrado frente a la unión libre; protesta contra los derechos que el código civil otorga a las mujeres; exige que sea salvaguardada su propiedad mediante una serie de medidas draconianas cuyo mejor exponente es la pena de muerte en que incurren los cuatreros, aplicada a veces de forma harto sumaria. En definitiva, este sector social constituye a la vez la base y la vanguardia de todas las fuerzas que podrían apoyar eventual­mente una restauración del capitalismo.

No obstante, el ritmo de la industrialización dista mucho de sentar las bases necesarias para la absorción de tales ten­dencias. Ciertamente la industria rusa ha recobrado su nivel de antes de la guerra, si bien con arreglo a unas nuevas condi­ciones, ya que no se ha beneficiado en absoluto de los capitales extranjeros que sirvieron de fundamento a la industrialización de la Rusia zarista. La población, empero, ha sufrido un incremento de más de diez millones de habitantes durante este lapso y el retraso industrial es más considerable que nunca, ya que la restauración se viene realizando basándose en el nivel técnico de antes de la guerra, y mientras tanto, los países capitalistas aprovechan para mejorar su equipo: cuando los precios rusos de anteguerra se encontraban a un nivel similar a los del mercado mundial, los de 1926 son dos veces y media más altos. En este mismo año la Academia Comunista esti­ma la "prima de carestía" que debe pagar el consumidor ruso por este concepto en más de mil millones de rublos. El raquitismo de la industria se patentiza en el fenómeno que se conoce como "penuria de productos": las mismas fuentes consideran que asciende a más de 400 millones el importe de los productos industriales que el mercado podría llegar a absorber si se mantuviesen constantes los restantes parámetros. Este fenómeno sirve de explicación a la supervi­vencia y a los progresos del capital privado cuya proporción en la producción estimada varía, según las fuentes, entre un 4 y un 10 por 100. En el propio Moscú, la industria privada utiliza 20.000 obreros y en Ucrania su número se eleva a 620.000. El capital privado domina por completo el mercado interior y, como es natural, obtiene un beneficio sustancial. Su volumen de negocios en Moscú iguala al total de las cooperativas. A escala nacional asciende a más de 7.000 mi­llones y medio al año sobre un volumen global de 31.000 millones; por otra parte resulta imposible evaluar sus consi­derables beneficios que constituyen en realidad capitales sustraídos a la acumulación y, por ende, al fondo de industrialización.

De esta forma han vuelto a aparecer dentro de la sociedad rusa los elementos característicos de una burguesía tan vigo­rosa como temible. Resultan tanto más peligrosos cuanto que la administración y los organismos económicos pesan sobre la economía de una forma cada vez más gravosa, dado su enorme aparato burocrático, frenando con su funcionamiento parasitario el desarrollo industrial. En 1927 las estadísticas reve­lan que frente a los 2.766.136 obreros y empleados del sector industrial, existen 2.076.977 empleados de la administración. Una circular del día 16 de agosto de 1926 firmada por Ríkov y Stalin evalúa en dos mil millones de rublos los gastos de administración y gestión, y, al ahorro potencial con base a ellos en unos 300 o 400 millones. Un informe de Ordzhonikidze que apareció en la Pravda del 15 de diciembre de 1926, aprecia un incremento de 43.199 personas entre los cuadros del Estado, precisamente después de haber sido llevada a cabo durante el último año una campaña en el sentido de disminuir la plantilla de los funcionarios. En dicho informe se citan asimismo los ejemplos más escandalosos de incumpli­miento de tales normas: por ejemplo, el balance anual de un trust moscovita ocupa 13 volúmenes de 745 páginas y su mera elaboración importa ya 1.306.000 rublos. Mientras tanto, entre 1926 y 1927, el salario real del obrero no deja de descender hasta estabilizarse alrededor de la última de estas fechas.

La conjunción de nepistas, kulaks, y burócratas que de­nuncia la oposición conjunta tiene un claro exponente en la política de inmovilismo y de laissez .faire latente en las teorías de Bujarin sobre la estabilización del capitalismo en un largo período Y en las de Stalin sobre la construcción del socialismo en un solo país, apoyándose también en ellas. En la Internacional se reflejan en una nueva política que rompe definitivamente con las concepciones afirmadas durante los cuatro primeros Congresos; a saber, la línea de "frente único" con las organizaciones reformistas, partidos y sindi­catos sin perspectivas revolucionarias. Como afirma Deutscher "Suponer de antemano que la Unión Soviética tendría que construir sola el socialismo del principio al fin era abandonar la perspectiva de la revolución internacional; y abandonar esa perspectiva era negarse a participar en ella e incluso obstaculizarla" [16]. La voluntad de afirmarse como "leni­nistas", el deseo de delimitar inequívocamente las distancias respecto al "trotskismo", la confusión, inicialmente involun­taria pero repetida y afirmada cada vez con mayor frecuencia, de los intereses del Estado soviético con su política extranjera y sus necesidades diplomáticas por una parte, y el interés de la revolución mundial, de los partidos comunistas y las exi­gencias de la lucha obrera en determinado país por otra, explican el resto.

Esta es la razón de que los comunistas polacos, respalda­dos por la Internacional, crean actuar correctamente cuando, en el mes de mayo de 1926, apoyan al mariscal Pilsudski en el golpe de Estado que le permite hacerse con el poder y, desde él, aplastar posteriormente al movimiento obrero: la política de alianza con las clases no proletarias, con el kulak y la pequeña-burguesía en Rusia, en el caso polaco, se reflejó en la alianza con un movimiento pequeño-burgués de etiqueta socialista y campesina que no tardó demasiado tiempo en trasformarse en una dictadura militar que se apo­yaba en los magnates de las altas finanzas. Durante el mes de mayo de 1925, tras una serie de contactos que duraron un año con Purcell, dirigente de las Trade-Unions británicas, los sindicatos rusos fundan el Consejo Sindical Anglo-so­viético, baza diplomática con la que se intenta conjurar los intentos hostiles de la burguesía británica: su utilidad fun­damental ha de estribar en el apoyo de los bolcheviques, con su prestigio, a los dirigentes ingleses que, después de haber boicoteado con su actitud la huelga general de mayo de 1926, terminarán por apoyar la ofensiva general contra la U. R. S. S. que, en 1927, inicia su propio gobierno [17].

La línea seguida por la dirección del partido y de la In­ternacional resulta aún más significativa en el caso de China. Tal política abocará, en el momento en que se produce la segunda revolución china en 1927, a la gran polémica con la oposición.

Los comienzos de la oposición

Los dirigentes de la oposición empiezan por organizarse con una clara conciencia de las dificultades que les esperan tras el doble fracaso de sus respectivos intentos. Se trata de un paso decisivo pues, con ello, violan una disciplina a la que afirman estar sometidos; pasan entonces a una especie de clandestinidad respecto al partido. Sus militantes, tras toda una serie de años de actividad pública y de responsabilidad en el Estado, se vuelven a sumergir en un tipo de acción polí­tica que habían dejado de practicar desde los tiempos del zarismo pero que a todos ellos les resulta familiar: citas se­cretas, reuniones en los domicilios privados o en el campo protegidas por piquetes y patrullas, enlaces, emisarios, guar­daespaldas y "contactos", es decir, toda la impedimenta que supone la ilegalidad de su nueva situación, ya que el grupo clandestino dentro del partido actúa esforzándose en zafarse de la vigilancia de la GPU. La primera etapa consiste en orga­nizar una red que cubra todo el país y que cuente con una estructura paralela a la del partido: para ello resulta impres­cindible tomar muchos contactos más allá del circulo de los amigos personales que cada uno posee, reanudar antiguas relaciones, tantear las disposiciones de los nuevos militantes: en definitiva, crear centros iniciales por doquier.

Unos pocos meses bastarán para que los elementos más decididos de las sucesivas oposiciones se organicen. Entre ellos se cuentan, en clara minoría, algunos antiguos miembros de la oposición obrera, así como los aliados de Zinóviev, un poco más numerosos que los de Trotsky y, por último, los oposicionistas de 1923. En total suponían de 4.000 a 8.000 militantes según las evaluaciones extremas: ciertamente la cifra es ridícula si se compara con los 750.000 militantes con que cuenta el partido, pero se trata de una vanguardia cuyo campo de acción se encuentra en un círculo mucho más restringido que el propio partido; dándose ante todo, como subraya Deutscher, la característica fundamental de que sus miembros, ya sean viejos militantes o jóvenes recién incor­porados, ocupan cargos responsables, son cuadros dirigentes en. mayor o menor medida y desconocen todo tipo de carre­rismo u oportunismo. A pesar de que Evdokímov, el único representante que contaba la oposición en el Buró de Orga­nización, acaba de ser destituido, todavía existen muchas posibilidades de apoyarse en determinados sectores del apa­rato: de hecho los despachos de Zinóviev en la Komintern sirven ampliamente a los fines de reclutamiento y enlace. Naturalmente la extensión de esta red ha exigido la organización de numerosos viajes y reuniones. Los emisarios son citados uno tras otro ante las comisiones de control, que se obstinan en encontrar una prueba flagrante de la existencia de una fracción. Tal prueba será suministrada por un provoca­dor que pondrá en conocimiento del aparato la celebración en un bosque de los alrededores de Moscú de una reunión de la oposición, presidida por Bielenky, alto funcionario de la Komintern, y en la que había participado Lashévich, miembro del gobierno.

En el terreno político, la oposición conjunta se mani­fiesta oficialmente por primera vez en la sesión que el comité central celebra en junio; en esta ocasión Trotsky, en nombre de todos, lee la "Declaración de los l3" A partir de la resolución del día 5 de diciembre de 1923, en la que se reconocían los progresos de la burocratización dentro del Estado y el partido, se describe en la declaración, el progresivo empeoramiento de la. situación así como el auge de los peligros internos que suponen los, elementos procapitalistas entre los que se cuentan los kulaks y nepistas. Esta es la situación que provoca la constitución de la oposición, una oposición de iz­quierda, bolchevique y proletaria a la facción que ostenta el poder, considerada a su vez como alianza de la "fracción Stalin", manifestación del aparato, con la derecha basada en el grupo de Bujarin que se ha constituido en portavoz de los kulaks. La oposición declara que está dispuesta a ponerse a trabajar inmediatamente con los restantes sectores para "restaurar de común acuerdo en el partido un régimen ( ... ) en plena conformidad con sus tradiciones" de democracia obrera. En caso de negativa se propone luchar, siguiendo los cauces establecidos en los estatutos, para conseguir la ma­yoría y constituirse en la dirección que habrá de restablecer una trayectoria correcta dentro del partido.

Su programa es un programa de clase, de "defensa del proletariado" [18]; en primer lugar se manifiesta a favor del alza de los salarios industriales y también de una reforma fiscal que exima de tasas a los campesinos pobres, que alivie el impuesto de los campesinos medios y que aumente en una cuantía importante las exacciones de que son objeto los kulaks. A plazo más largo preconiza una política de apoyo a la colectivización en el campo y, sobre todo, una sustancial aceleración del ritmo de desarrollo industrial que cristali­zaría en lo que la oposición denomina "un auténtico plan quinquenal". Estos son los instrumentos con los que se pro­pone reforzar el papel desempeñado por la clase obrera dentro del Estado proletario, aumentando su peso específico dentro del país y devolviéndole asimismo, su voz en el seno del partido, al tiempo que intenta marginar a los incipientes elementos capitalistas del campo. Al subrayar el peligro de creciente confusión entre los intereses del Estado ruso como tal y los de la clase obrera internacional, la Declaración de los 13 condena la política oportunista que ha inspirado el acuerdo con los sindicatos ingleses en el Comité Anglo-ruso, que apoyaba, en nombre de los revolucionarios rusos y en oposición a los obreros ingleses, a los dirigentes reformistas que acaban de sabotear la huelga general de mayo. Con esta denuncia la oposición declara la guerra a la teoría del "so­cialismo en un solo país" que justifica las concesiones oportunistas de los partidos comunistas extranjeros y el total abandono de las perspectivas revolucionarias.

Las polémicas son extraordinariamente violentas. Dzerzhinsky, el jefe de la GPU, muere de un ataque al corazón tras una enconada intervención contra Kámenev. Todas las propuestas de los 13 son rechazadas en bloque y la mayoría, a su vez, pasa al contraataque arguyendo las "violaciones de la disciplina" en las que ha incurrido la oposición. El opo­sicionista Ossovsky, autor de un artículo aparecido en Bol­shevik, en el que se exige la creación de un nuevo partido, es expulsado; Trotsky y sus compañeros, a pesar de no soli­darizarse con él, se niegan a votar a favor de la expulsión pues, desde su punto de vista, la responsabilidad de esta "falta grave" pertenece al aparato. El "affaire" en el que se ve implicado Lashévich se considera como una "conspiración ilegal"; los responsables de ella son objeto de una mo­ción de censura; Lashévich es destituido de su cargo de co­misario, expulsado del comité central y privado de todo tipo de responsabilidad durante dos años; Zinóviev es expul­sado del Politburó, siendo sustituido por Rudzutak. La reso­lución final acusa a la oposición de haber decidido "pasar de la defensa legal de su punto de vista a la creación de una amplia organización ilegal extendida a escala nacional que se enfrenta con el partido, preparando una escisión" [19].

Esta es una clara lección para la oposición: nunca podrá llegar el partido a enterarse de lo que se discute en el comité central, no tiene más remedio que dirigirse a la opinión pú­blica, utilizando para ello la organización, que hasta entonces había permanecido en la clandestinidad, para un tipo de trabajo que, en esta ocasión, habrá de llevarse a cabo a plena luz, en todas las células y centros del partido. Decide intentar esta "salida" a finales de septiembre, coincidiendo con la XV Conferencia del partido. Como es problable que el apa­rato reprirna esta iniciativa, se decide que serán los propios dirigentes de la oposición los que, autorizados por los esta­tutos, habrán de acudir a las células obreras para defender en ellas sus puntos de vista. Trotsky, Piatakov, Rádek, Smilgá y Saprónov acuden a la célula de los ferroviarios de Riazán-Ural donde se les acepta y se les presta atención: la célula vota una moción que recoge los puntos principales del programa de la oposición. Estalla el entusiasmo, su pri­mera intervención pública constituye una victoria. Pero el comité de Moscú protesta, no puede permitirse a los lideres de la oposición "que inoculen al partido una fiebre de opo­sición". Cuando los mismos líderes oposicionistas compare­cen unos días más tarde en la célula de la fábrica de aviones Aviopribor, los responsables piden auxilio al comité regional. Uglanov, acompañado de su adjunto Riutin, encabezan entonces una fuerza de choque que acude como refuerzo, demasiado tarde para impedir que Trotsky tome la palabra, pero con tiempo suficiente para amenazar e intimidar. A par­tir del día 27 de septiembre, la Pravda ha iniciado la publica­ción de unas listas nominales de "expulsados por llevar a cabo actividades fraccionales". En la votación se enfrenta la tesis de la "unidad" -cuya defensa corre a cargo de Riutin y Uglanov- con la de la "discusión": se recogen 78 votos favorables a la unidad contra 27 partidarias de la discusión. Dadas las circunstancias no cabe duda de que se trata de. un tanteo alentador para la oposición.

En realidad este éxito a medias sólo constituye el prólogo de toda una serie de graves fracasos. Tanto en Moscú como en Leningrado, el aparato ha decidido acallar a la oposición cueste lo que cueste. En lo sucesivo sus oradores serán aco­gidos por unos grupos de choque -organizados por Riutin en Moscú- que silban y abuchean, ahogan sus voces, pro­vocan incidentes y altercados. En la fábrica Putilov de Le­ningrado, Zinóviev consigue hablar durante un cuarto de hora en plena barahúnda consiguiendo sólo 25 votos con­tra 1.375. La oposición se decide entonces a denunciar los métodos de gangsterismo político que emplea el aparato al enviar "rufianes" a las reuniones con el fin de intimidar a los obreros. Stalin replica que es la "voz del partido", sano e íntegro, la que cubre las palabras de los agitadores. En reali­dad, lo más grave es que son los testaferros de los comités los que dictan la ley impunemente en las células mientras que los obreros permanecen indiferentes e incluso sumisos: pueden votar a favor de la oposición "por sorpresa" pero inmediatamente se retractan ante la violencia y las amenazas. Una vez reunida de nuevo, la célula Riazán-Ural reconsidera su anterior votación; entretanto Mólotov denuncia a aquellos que no han dudado ni un momento en "intentar abalanzarse sobre una célula obrera". La oposición está acorralada, ha caído en la trampa: si intentara seguir su política ofensiva las reuniones de célula se convertirían en el campo de batalla de enfrentamientos en toda la línea cuya responsabilidad le sería atribuida a pesar de no haber ganado ni un solo nuevo miembro con ellos. La masa del partido ha mostrado inequí­vocamente que aceptará sin discusión tanto el rechazo brutal de la discusión como las expulsiones que no pueden menos que producirse tras él.

El bloque se agrieta: algunos veteranos de la Oposición Obrera o del grupo Centralismo Democrático piensan que ha quedado suficientemente demostrado que no es posible mejora alguna del partido y que los revolucionarios deben romper con él. Por el contrario Zinóviev y Kámenev mues­tran su miedo a las consecuencias de la acción que han em­prendido: saben que han dado un mal paso al organizar de hecho una fracción, después de haber sostenido públicamente infinidad de veces la prohibición que pesa sobre tal proceder, enfrentando así a la base con el comité central del que ambos forman parte. Por ello desean que se detenga el proceso que les conduce a la expulsión. También Trotsky condena todo proyecto que exija la fundación de un segundo partido y conserva su fe en la posibilidad de devolver el existente al buen camino. Sin embargo, no piensa que el resultado de la batalla pueda decidirse en unas pocas semanas. No se resigna a ser expulsado sin haber podido manifestar pública­mente su opinión pero también teme el desánimo y la capitu­lación de Zinóviev y Kámenev cuya caída tendría mayores consecuencias que la suya, pues arrastraría sin duda, a toda la oposición. Todas estas razones le llevan a inclinarse por una negociación que le permita permanecer en el partido sin capitular, pero evitando al mismo tiempo una expulsión que la base obrera, verdadero comodín del juego, podría aceptar con indiferencia.

El día 4 de octubre se inicia la discusión entre el Secreta­riado y los líderes de la oposición. Stalin termina por aceptar una resolución en la que se opta por no expulsarla. Trotsky, Zinóviev, Piatakov, Evdokímov, Kámenev y Sokólnikov fir­man una declaración en la que se mantienen íntegramente en las posiciones afirmadas en la declaración de los 13. Al mismo tiempo, desautoriza la toma de postura de Shliapnikov y Medvédiev a favor de un nuevo partido, así como las tesis de los partidarios extranjeros de la oposición como Souva­rine, Maslov, Ruth Fischer y otros que critican públicamente al partido y a la Internacional. Los lideres de la oposición admiten fundamentalmente el carácter fraccional de su ac­tividad y reconocen haber infringido la disciplina. En lo su­cesivo se comprometen a acatarla y piden a sus compañeros que "disuelvan todos los elementos fraccionales que han cons­tituido en torno a las tesis de la oposición". La oposición sanciona igualmente como errónea la alusión hecha por Krúpskaya al Congreso de Estocolmo dado que ésta "podía ser considerada como una amenaza de escisión", y concluye afirmando: "Cada uno de nosotros se compromete a defen­der sus concepciones únicamente en la forma fijada por los estatutos y por las decisiones del Congreso y del comité central de nuestro partido pues estamos persuadidos de que todo cuanto sea justo en tales concepciones será adoptado por el partido en el curso de su trabajo futuro" [20].

En realidad la declaración del 16 de octubre no es la capi­tulación a la que tantos historiadores se refieren, pero sí puede considerarse corno el reconocimiento de una grave derrota. Los dirigentes que la suscriben se separan de una parte de sus efectivos al condenar al grupo Medvédiev-Shliapníkov, dando a algunos la impresión de haber retro­cedido en el preciso momento en que se hallaban amenazados de expulsión. Lo más importante es su aceptación de la vuelta. al círculo vicioso del que habían intentado salir, primero en primavera al organizar la fracción y más tarde, en septiembre, al iniciar la ofensiva dentro de las células. Al mismo tiempo que mantienen sus puntos de vista, aceptan no manifestarlos más que en los organismos dirigentes en los que no cuentan con ninguna posibilidad de convencer, permaneciendo, por tanto, desconocidos sus argumentos para la inmensa mayoría de los miembros del partido. Muchos de los partidarios de la oposición comprenden tal declaración como una aceptación de su impotencia, como si los propios abogados de la democra­cia obrera renunciasen a defenderla. Por eso, para muchos la suerte está echada definitivamente y gran parte de los mili­tantes abandonan una postura que de antemano parece ca­recer por completo de perspectivas.

La XV Conferencia

A pesar de todo, la oposición no conseguirá la tregua que había negociado y pensado obtener contando con la perspec­tiva de un Congreso preparado democráticamente: la lucha va a empezar de nuevo y el XV Congreso no será convocado hasta finales de 1927, cuando todos sus jefes han sido expul­sados ya. El día 18 de octubre, Max Eastman publica en el New York Times el testamento de Lenin. Ahora bien, du­rante el otoño del año anterior, con posterioridad a la publi­cación de un libro de Eastman que aludía a la existencia de dicho documento citando largos extractos de él, Trotsky había aceptado -a instancias del núcleo dirigente de la opo­sición según escribe en 1928 a Murálov [21]- publicar en Bolshevik un mentís, redactado en términos extraordinaria­mente duros para el escritor americano, en el que práctica­mente le acusaba de utilizar calumniosas falsificaciones con­tra el partido ruso [22]. En realidad, dada la notoria e íntima amistad entre Eastman y Trotsky, resultaba de todo punto ­evidente que éste último no había podido ignorar tal ini­ciativa: al ceder al ultimátum del Politburó por considerar que el momento era inoportuno para iniciar una nueva ba­talla, Trotsky corría el riesgo de aislarse de sus propios amigos extranjeros, desempeñando entre los propios oposicionistas el papel de capitulador. En 1926, la situación de Trotsky es todavía peor si cabe: Eastman ha tomado la iniciativa de publicar el documento en plena ofensiva de la oposición rusa y cree contar con la aprobación de Rakovsky pero na­turalmente ni siquiera sospecha que, en el ínterin, la oposi­ción ha tenido que retroceder y que el texto va a aparecer precisamente dos días después de la declaración del 16 de octubre.

Stalin inmediatamente a la oposición de jugar con dos barajas al pedir una tregua en Moscú y asestar simultá­neamente al partido un golpe por la espalda. Por ello declara que el acuerdo queda rescindido, consiguiendo también que el comité central incluya en el programa de la XV Conferen­cia un debate sobre la oposición en el que se reserva el papel de ponente. El día 25 de octubre somete su proyecto de infor­me al Politburó: en él se denomina a la oposición "fracción socialdemócrata". Con este motivo tiene lugar una escena de extraordinaria violencia durante la cual Trotsky llama a Stalin "sepulturero de la revolución". Natalia Sedova ha descrito posteriormente la reacción de los asustados amigos de Trotsky y concretamente la de Piatakov, completamente atónito, repitiendo: "¿Por qué le ha llamado Vd. eso? No se lo perdonará jamás" [23].

Durante la XV Conferencia que se celebró desde el 26 de octubre al 3 de noviembre, los jefes de la oposición, fieles a los términos de su declaración de octubre, guardan si­lencio durante seis días a pesar de los ataques y sarcasmos de todo tipo de que son objeto. El séptimo día, Stalin presenta durante tres horas su informe acerca de la oposición y de la situación interna del partido. Tras haber recordado exhausti­vamente cuanto Zinóviev y Kámenev dijeron en su día a propósito de Trotsky y cuanto éste dijo de ellos, vuelve a emprender la requisitoria, que en lo sucesivo pasará a ser tradicional, contra el "trotskismo" al que según dice se han unido los componentes de la "nueva oposición"; denuncia la actividad fraccional de la cual la declaración del 16 de octu­bre, maniobra para engañar al partido, no es sino una nueva faceta, y concluye que puesto que la oposición ha insistido en mantener "íntegramente" su punto de vista: "¡Que se coma. pues la sopa que ella misma ha cocinado!". A la polí­tica de industrialización -que, en su opinión, "condenaría a la miseria a millares de obreros y campesinos"- preconiza­da por los oposicionistas, enfrenta la sostenida por el comi­té central que se caracteriza por una gradual mejora del bien­estar sin convulsiones: "Menos palabrería y más trabajo po­sitivo y creador cara a la edificación socialista". Su informe termina con un llamamiento a la lucha en favor de la capitulación de la oposición: "Para realizar la unidad más com­pleta todavía hay que dar un paso más hacia adelante, hay que conseguir que el bloque de la oposición renuncie a sus graves errores y proteger de esta forma al partido y al leni­nismo contra todos los ataques e intentos de revisión de que es objeto" [24].

Kámenev, primer orador de la oposición, a pesar de las frecuentes interrupciones se mantiene digno y frío, explica la decisión del 16 de octubre como una manifestación de la voluntad de evitar a cualquier precio la escisión que parecía inevitable: sin embargo, ante las acusaciones de Stalin, la oposición no puede permanecer en silencio. El comienzo de su intervención constituye un fiel exponente de la tempera­tura política de la sala; los mismos delegados que habían premiado a Stalin con una "entusiástica ovación" cuando recordaba las polémicas pasadas de Zinóviev, Kámenev o Trosky con Lenin, vociferan su desaprobación a los "métodos inadmisibles" ante el recordatorio de los ataques de Bujarin contra Lenin en 1918. Al discutir tranquilamente las "exage­radas acusaciones" proferidas contra los oposicionistas, Káme­nev desarrolla los argumentos propuestos en lo referente al campo económico y a la burocratización del partido, decla­rando al mismo tiempo que la alianza de la "nueva oposi­ción" con Trotsky se basa en el propósito de "defender unas concepciones muy específicas". La resolución presentada por Stalin hace difícil "la colaboración que la oposición desea" y el vocerío de los delegados no conseguirá ciertamente hacer avanzar la discusión ni un solo paso: "Acusadnos si queréis, camaradas, mas no estamos en la Edad Media. Ya no vivi­mos en la época de los procesos por brujería" [25].

Según su biógrafo Deutscher, Trotsky pronuncia a con­tinuación uno de sus mejores discursos, moderado en cuanto a la forma pero brillante y agudo en el fondo. Consigue que el auditorio preste atención durante su intervención a pesar de la hostilidad latente y obtiene de la Conferencia sucesivas prolongaciones de su turno en la tribuna. Explica las razones que han motivado la declaración del 16 de octubre: "La virulencia de la lucha fraccional de la oposición -cualesquiera hayan sido las condiciones que la han provocado- ­ha podido ser interpretada por gran número de militantes -y de hecho así ha sucedido- como una demostración de que las divergencias de opinión habrían llegado a hacer im­posible un trabajo en común El objeto y el sentido de la declaración del 16 de octubre han sido integrar la defensa de las opiniones que sustentamos en el marco de un trabajo en común y de una responsabilidad solidaria de la política del partido entero". En lo concerniente a la cuestión econó­mica aporta un buen número de datos: de momento la situa­ción no es en absoluto catastrófica pero lo peor seria cerrar los ojos, no decir la verdad a tiempo. Recuerda las propuestas de la oposición, admite que estas pueden ser erróneas pero se pregunta también qué tienen de "socialdemócratas" -como las califica el ponente- , que sentido puede tener tal apelación. Se le acusa de no mostrar confianza, sin embargo, en su obra Hacia el capitalismo o hacia el socialismo, Trotsky ha propuesto unas tasas de desarrollo industrial triples de las presentadas por el comité central. Se le acusa igualmente de sembrar el pánico con sus pronósticos de conflicto entre la ciudad y el campo y al referirse a la necesidad que experimen­ta Rusia de apoyar a los obreros europeos. El pasado reciente, sin embargo, está suficientemente manifiesto como para de­mostrar que tal hipótesis es plausible: ¿Acaso los delegados han olvidado Kronstadt, la crisis de 1921 y la imperiosa necesidad de que la NEP imprimiese un giro radical? ¿Han olvidado tal vez la influencia que ejerció en Europa la revolución rusa y su defensa por la clase obrera europea?

Más adelante entra de lleno en el meollo del debate: la polémica acerca de la construcción del socialismo en un solo país. Empieza por provocar la carcajada general de la Conferencia a expensas de Bujarin -y no es pequeña tal hazaña- ­que acaba de escribir que el socialismo podría ser construido con abstracción de las condiciones internacionales. Bujarin, exclama Trotsky, también puede pasearse desnudo por Moscú en el mes de enero si consigue "abstraerse" de la temperatura y de la policía. Trotsky resalta igualmente su preocupación de que la dirección del partido, con esta teoría, no intente justificar una actividad rutinaria que sirva para disimular una renuncia, una pérdida de confianza en las perspectivas revolucionarias. En ello estriba, el verdadero peligro, pues no existe razón alguna para pensar que resulte más fácil para los rusos construir el socialismo en su propio país de lo que sería para el proletariado hacer la revolución. Resumiendo afirma: "Pienso que la victoria del socialismo en nuestro país no puede ser defendida más que por una revolución victoriosa del proletariado europeo", mas no hay que ter­giversar estas palabras: "Si no opinásemos que nuestro Es­tado es un Estado proletario, si bien con determinadas defor­maciones burocráticas, es decir un Estado que es preciso aproximar más a la clase obrera a pesar de ciertas falsas opiniones burocráticas; si no creyésemos que estamos em­prendiendo una edificación socialista; si no opinásemos que existen en nuestro país recursos suficientes como para desarro­llar en él una economía socialista; si no estuviésemos con­vencidos de nuestra victoria completa y definitiva, es evi­dente que nuestro lugar no estaría ya entre las filas de un par­tido comunista". Esta es la razón de que la oposición con­dene rotundamente cualquier tipo de escisión. "Mas aquel que crea que nuestro Estado es un Estado proletario con un cierto número de deformaciones burocráticas, que provienen de la presión del sector pequeño-burgues y del cerco capita­lista, aquel que esté convencido de que nuestra política no garantiza suficientemente una nueva repartición de los re­cursos nacionales, debe luchar con los medios que le ofrece el partido y sin abandonar la senda que éste marca contra lo que considere peligroso, si bien asumiendo la plena res­ponsabilidad de toda la política del partido y del Estado obrero" [26]. Los métodos del aparato, cuyo ejemplo típico es la resolución presentada por Stalin, suponen un auténtico peligro porque transforman en un trozo de papel sin valor alguno el acuerdo del 16 de octubre, porque hacen resurgir los métodos fraccionales y, por último, porque pueden pro­vocar la escisión.

Zinóviev, tras él, tuvo escaso éxito por no decir ninguno. En ningún momento consiguió imponerse a un auditorio completamente descontrolado. Atacó el tono de los artículos de prensa que se referían a la oposición, por ejemplo la Voz Comunista de Saratov que, durante la polémica, ha sacado a colación el poema de Blok: "¿Es acaso culpa nuestra que vuestro esqueleto cruja bajo nuestras pesadas patas? ", tam­bién arremete contra los otros periódicos que hablan de "exterminar a la oposición". No obstante sus máximas mo­ralistas y el recordatorio de la forma en que Lenin trataba a la oposición de su época sólo consiguen suscitar la hilari­dad de los delegados que, en su intento por congraciarse con ellos, le oyen decir que la lucha interna no se lleva a cabo "de guante blanco" y que "las exageraciones son inevitables". Tras haber mencionado con gran acopio de citas de Lenin las verdaderas divergencias, se muestra totalmente incapaz de recobrar el control de la situación ante el creciente abu­cheo a pesar de sus afirmaciones: "Me limito a justificarme, no acuso a nadie". Se ve obligado, incluso, a renunciar a hablar de la Internacional y del "bloque" formado con Trotsky: su período en la tribuna se agota y, a pesar de sus ruegos, la Conferencia se niega a prorrogárselo [27].

Toda su intervención hará de él una presa fácil para un Bujarin desconocido, sarcástico e incisivo, violento y cínico, dispuesto a aplastar a los oposicionistas explotando a fondo sus vacilaciones y sus contradicciones. "El camarada Zinó­viev ( ... ) nos ha referido en qué forma Lenin sabía arreglár­selas con una oposición sin tener por qué expulsar a todo el mundo, cuando, en una reunión de obreros, el propio Zinóviev no ha podido reunir más que dos votos. Lenin supo per­fectamente cómo había que actuar. Mas: ¿Cómo se puede expulsar a todo el mundo si, estos hombres sólo cuentan con dos votos? Cuando se cuenta con todos los votos a favor y sólo dos en contra, si además esos dos únicos votos claman "Thermidor", entonces si se puede pensar en hacerlo". Stalin se pone de pie para apoyarle jubilosamente en este punto, como ha hecho la Conferencia entera cuando Bujarin ha dicho: "Afirmáis haberos batido en retirada por temor de una catástrofe. Decidlo claramente, tal catástrofe ¿era acaso la escisión? Tres hombres eliminados del partido, he ahí los efectivos de tal escisión". Tras de una feroz referencia a Zinóviev y a su "desamparada vanidad", Bujarin afirma cruel­mente: "Todo esto no es más que una farsa" [28].

Su intervención da el tono a todas las restantes. Mólotov afirma que la oposición está emprendiendo "el camino de Kronstadt", asegura que "la propaganda a favor de ideas hostiles al leninismo es de todo punto incompatible con la calidad de miembro del partido", y que éste no podría en modo alguno tolerar "el desarrollo y agravamiento de la desviación socialdemócrata". Rikov que, en su informe ini­cial en que acusaba a la oposición de derrotismo, había re­conocido a pesar de ello que "sería absurdo acusar a la oposición de haber emprendido una acción encaminada a derro­car la dictadura del proletariado", exige, hacia el final de la Conferencia, que "el partido adopte las medidas necesarias para garantizar la unidad y mantener una férrea solidez ideológica en la línea" [29]. El antiguo oposicionista Larin denuncia "lo que de corrupto tienen las tesis de la oposición" y afirma: "La revolución está dejando atrás a algunos de sus jefes" [30]. Pero todavía hubo ataques más graves: Shliap­níkov y Medvédiev entonan el mea culpa respecto a sus pro­pios errores y emiten un llamamiento a la obediencia destina­do a todos sus partidiarios [31]. Krúpskaya rompe pública­mente con la oposición. Con la capitulación de la viuda de Lenin, que para muchos es la viva encarnación del espíritu de los viejos bolcheviques, el aparato consigue una enorme victoria moral.

En su respuesta Stalin exige la capitulación de toda la oposición amenazándola con las siguientes palabras: "0 bien aceptáis estas condiciones que son absolutamente indis­pensables para la unidad del partido, o bien no lo hacéis y el partido que ayer os derrotó acabará mañana con vosotros irremisiblemente " [32]. La resolución final, adoptada por unanimidad, condena a la oposición como "desviación social­democrata" y asimismo su acción que "sólo puede destruir la unidad del partido, debilitar la dictadura del proletariado y dejar el campo libre a todas aquellas fuerzas anti-proleta­rias que, dentro del país, intentan debilitar y derribar la dic­tadura" [33]. Trotsky y Kámenev son expulsados del Politburó y la Conferencia solicita del ejecutivo de la Komintern que Zinóviev sea destituido de su cargo de presidente.

En cuanto a los cargos responsables esta vez el desastre es absoluto. Sus últimas consecuencias se transmitirán hasta la sesión del ejecutivo de la Komintern que se celebra en di­ciembre; en ella, tras un informe de Stalin, se procede a ex­pulsar a los partidarios con que cuenta la oposición en los partidos comunistas extranjeros. Zinóviev no apela esta de­cisión pero en cambio suministra "algunas explicaciones". Una vez más, Trotsky critica la teoría del "socialismo en un solo país". La mayoría de los delegados extranjeros ha sido convencida de antemano: el delegado francés Jacques Doriot se hace notar por su denuncia de las opiniones de tono oposicionista sostenidas en privado ante él por el yugoslavo Voya Vuyovich, que ya ha sido destituido el día 27 de sep­tiembre de su cargo de secretario de la Internacional para las Juventudes. El ambiente de la reunión está perfectamente reflejado en el discurso de clausura de Stalin: "Respecto a la cuestión de su actitud ante su pasado menchevique, Trotsky ha respondido, no sin cierta afectación, que el hecho mismo de haber ingresado en el partido constituye la prueba de que ha­bía depositado en su umbral todo cuanto le separaba del bol­chevismo: ¿Cómo pueden dejarse tales inmundicias en el umbral del partido? ¿Acaso Trotsky ha dejado todo eso en el umbral para conservarlo a mano cara a las futuras luchas que se avecinaban en el seno del partido?" [34].

En las filas de la oposición se acentúan las contradiccio­nes. Para los partidarios de un nuevo partido, antiguos miem­bros de la tendencia "Centralismo Democrático", los "dece­mistas", la XV Conferencia ha venido a ser un claro expo­nente, a la vez de la decisión del aparato y del poderío que ejerce sobre el partido degenerado, del oportunismo de los lideres de la oposición y de la persistencia de las ilusiones que los han llevado a capitular el 16 de octubre. En consecuencia se apartan de la oposición conjunta y constituyen, junto con Saprónov y Vladimir Smirnov, el grupo de los Quince, cuya tesis fundamental es que la lucha dentro del partido tiene un carácter de clase: "Stalin tiene a su lado al ejército, integrado por los funcionarios, mientras que la oposición se apoya en el sector obrero del partido; el grupo que forma Stalin con la pequeña-burguesía que le apoya no puede ser derrocado más que si la oposición consigue una simpatía activa y un franco apoyo por parte de la clase obrera; por tanto resulta necesario formar un núcleo que sirva a la causa de la revolución proletaria" [35].

Por el contrario, otros miembros de la oposición se incli­nan a favor de la tesis de que la XV Conferencia ha demostra­do la imposibilidad de cualquier tipo de compromiso: a los militantes convencidos de que la fundación de un segundo par­tido constituiría una catástrofe para la causa del socialismo no les queda más solución que capitular e inclinarse ante la dirección victoriosa, disolver la facción y guardar silencio. Zinóviev y Kámenev están a punto de adoptar esta posición. Frente a la represión que se inicia dentro del partido y a la proliferación de los expedientes de expulsión, aconsejan como consigna a sus partidarios, que intenten sobre todo evitar la expulsión, disimulando si es preciso sus opiniones y votando con la mayoría para confundirse con ella: en su opinión la lucha sólo es concebible si es lleva a cabo desde dentro del partido.

Trotsky y sus compañeros del núcleo de los 23 no se hacían ilusiones acerca de la eficacia de esta táctica, abocada inevitablemente a la desmoralización y a la renuncia defini­tiva a la lucha. Ellos piensan que todos los días se multiplican las pruebas de la certeza de sus tesis. En efecto, el "enemigo de clase" Ustrialov acaba de escribir, con fecha de 19 de oc­tubre, en su periódico de emigrado Novosti Jisny: "Gloria al Politburó si la declaración de arrepentimiento de los diri­gentes de la oposición es el resultado de su capitulación in­condicional y unilateral. Mas sería deplorable que esta sólo fuese producto de un compromiso. ( ... ) El comité central victorioso debe conseguir inmunizarse interiormente contra el deletéreo veneno de la oposición. ( ... ) Si no es así se abatirá una verdadera calamidad sobre el país. ( ... ) He aquí por qué no sólo nos oponemos a Zinóviev sino que apoyamos delibe­radamente a Stalin" [36]. Sin embargo son estos unos argu­mentos que para tomar consistencia tendrían que germinar en otra tierra, en otro partido, en el seno de una clase obrera menos indiferente y menos agotada.

Trotsky le confía a Víctor Serge durante una conversa­ción que no sólo se trata de atacar la deslealtad de Stalin y los métodos utilizados por el aparato. El día 26 de noviembre elabora para sí mismo el borrador de unas tesis que nunca llegará a concluir, pero que nos aportan un dato sobre su personal apreciación de la situación y de las posibilidades de la oposición en la batalla. Al subrayar que "en la Histo­ria, las revoluciones siempre han sido continuadas por con­tra-revoluciones", afirma que "la revolución es imposible si no se da en ellas la participación de las masas" cuyas "es­peranzas de un porvenir mejor siempre están conectadas con la consigna revolucionaria" y resultan siempre exageradas, lo que explica su inevitable desilusión. ante los resultados inmediatos de la revolución. En 1926 las masas obreras rusas han pasado a ser "más prudentes, más escépticas y menos directamente receptivas a las consignas revolucionarias, a las grandes generalizaciones ". Al referirse al gran debate que acaba de tener lugar también escribe en su diario: "La adop­ción oficial de la "teoría del socialismo en un solo país" supone la sanción teórica de una serie de virajes que ya han tenido lugar ( ... ) Se convierte la revolución permanente en un espantajo precisamente con el propósito de explotar el estado de ánimo de un importante sector de obreros que no son ca­rreristas, pero que se han asentado formando una familia. Utilizada con este propósito, la teoría de la revolución permanente no tiene ya nada que ver con la vieja discusión rele­gada a los archivos desde hace tiempo, pero sirve para airear el fantasma de nuevas convulsiones: heroicas "invasiones", violación de "la ley" y el "orden"; se convierte en una ame­naza para las realizaciones del período de reconstrucción, en un nuevo período de esfuerzos -y sacrificios inmensos" [37].

Tal fenómeno dista mucho de ser nuevo. A partir del día 10 de septiembre de 1918, Sosnovsky ya había apuntado en Pravda lo que él consideraba como una consecuencia del contagio de las masas dominantes, abatidas y decadentes en su entusiasmo, la aparición "simultánea no sólo de un deseo de vivir mejor, natural por parte de los obreros, sino también de una tendencia a vivir lo mejor posible de acuerdo con el principio "¡Después de mí el diluvio!". No obstante, los di­rigentes del aparato juegan en la actualidad con ese cansancio auténtico, con una depresión reinante en el movimiento obrero que la mera acción de la oposición no puede superar. Si una revolución triunfase en el extranjero, el soplo del 17 volvería a sentirse en todo el país, reanimando a los que de­sesperan e inspirando abnegación e iniciativa a la joven ge­neración que a la sazón se ve sojuzgada por la pesada carga que ejercen sus mayores.

Poco antes de su muerte, y en respuesta a todos aquellos que hacen inventario de sus errores y de las oportunidades que desperdició, Trotsky escribirá al referirse a este período: "La oposición de izquierda no podía adueñarse del poder y ni siquiera lo esperaba ( ... ) Una lucha por el poder, encabe­zada por la oposición de izquierda, por una organización marxista revolucionaria, no puede concebirse más que en la forma de un levantamiento revolucionario. ( ... ) Al principio de la década de los veinte no sobrevino un alzamiento revolucionario en Rusia sino todo lo contrario: en tales condicio­nes la iniciación de una lucha por el poder estaba fuera de lugar. ( ... ) Las condiciones impuestas por la reacción soviética eran infinitamente más difíciles de lo que habían sido las condiciones zaristas para los bolcheviques" [38].

¿Qué hacer entonces? Lo esencial es resistir, estar pre­sente el mayor tiempo posible para poder afirmar los princi­pios expuestos, denunciar la perversión del socialismo que se está llevando a cabo y preservar las oportunidades revo­lucionarias que puedan surgir en el exterior. El aparato se ha enraizado precisamente en el atraso de las masas rusas, en su miseria y en su incultura, su influencia se debe al desa­liento, a la inercia, a la desesperación y a una especie de con­servadurismo instintivo. La victoria de la revolución en un país extranjero, sobre todo si ésta se produce en un país avanzado -y, según las consecuencias de su análisis, ello es posible- puede darle por completo la vuelta a la situación, desmontar en unos días el ridículo tinglado del "socialismo en un solo país", volver a poner las masas en acción, a esos "millones metidos en política" a los que gustaba referirse Lenin. Ante todo, es preciso mantener los análisis marxistas y los principios internacionalistas que se deducen de aquellos; luchar contra la mentira adormecedora y contra las ilusiones fuente de apatía; deben mantenerse las perspectivas revolu­cionarias aunque en la actualidad éstas no sean atendidas ni comprendidas. Por último, la oposición adopta sus tesis y, a finales de diciembre, la fracción, más clandestinamente aún, vuelve a funcionar si bien con graves mutilaciones.

La revolución china

El invierno transcurre sin incidentes ni polémicas. A partir del mes de abril, la batalla vuelve a desencadenarse, esta vez en torno al problema de la revolución china: la oposición emprende una ofensiva en toda la línea contra la política aplicada en China por la Komintern siguiendo las instruccio­nes del partido ruso. Lo que se ventila en esta nueva batalla tiene una enorme importancia: por supuesto, en primer lu­gar, se trata de la "suerte del proletariado chino", como afir­ma Trotsky, pero, a través de esta revolución que, en su asalto contra la vieja China y las potencias imperialistas, arrastra a los dos millones de obreros y a las decenas de millones de campesinos chinos, también como en 1917, se pone en cuestión toda la estrategia revolucionaria, el papel del partido, la in­fluencia de las organizaciones de masas, la naturaleza del poder del Estado y las relaciones entre la masa y su vanguar­dia.

Ciertamente las divergencias son importantes: el prole­tariado chino, conforme a las líneas de desarrollo del capi­talismo industrial, se halla a un nivel inferior del alcanzado por el proletariado ruso antes de la revolución, el viejo siste­ma feudal permanece prácticamente intacto en el campo, asimismo la autoridad estatal es débil y, dada la conjunción del pillaje extranjero y de la primera revolución, se halla repartida entre unos cuantos "señores de la guerra". No obstante, en lo esencial, el desarrollo de la sociedad china se ha adaptado a la ley del desarrollo desigual y el proceso revolucionario se lleva a cabo en su seno al ritmo que fija su progreso combinado, como ocurrió en la Rusia de principios del siglo XX. En realidad, la diferencia esencial entre ambas revoluciones estriba en el hecho de que la rusa era la primera que revestía tales características al surgir en un país semi-colonial: China, cuyas características coloniales están más acentuadas, tiene no obstante, la posibilidad de beneficiarse, no solamente de la experiencia, sino también de los consejos y ayuda técnica y militar de los comunistas rusos.

Sin embargo, antes incluso de que la oposición hiciese de la "cuestión china" su caballo de batalla, a partir del mes de abril de 1927, la acción de los comunistas chinos parece ejercerse de forma diferente a la de los bolcheviques en 1917, aún cuando el movimiento de masas tiene unas tendencias semejantes. El minúsculo partido comunista chino, dirigido por Chen Tu-hsiu, un prestigioso intelectual, decidió en 1922, que sus militantes se adhiriesen individualmente al Kuomin­tang, el partido nacionalista que ideó y organizó Sun Yat-sen, el padre de la primera revolución china, que a la sazón se disputa con sus propios generales el control de la China me­ridional.

El Kuomintang constituye una organización bastante in­forme cuyo programa incluye la realización de la unidad nacional, la reforma agraria y una cierta dosis de socialismo. Los comunistas se integran en él para tomar contacto con sus militantes obreros que son bastante numerosos, sobre todo en la región de Cantón. En 1924, el gobierno de Sun Yat-sen firma un tratado de alianza con el embajador Joffe: el joven movimiento nacionalista chino busca apoyos exte­riores aprovechando el prestigio con. que cuenta la primera revolución victoriosa entre los obreros y campesinos chinos. El Politburó ruso delega en el Kuomintang a Borodin como consejero permanente. El partido chino, integrado en el Kuomintang, educa a toda una serie de cuadros organizado­res que se esfuerzan en reproducir la estructura y los métodos bolcheviques. El nuevo ejército nacionalista cuenta con ofi­ciales rusos y gran número de oficiales chinos acuden a Moscú para ser instruidos. Uno de ellos, Chiang Kai-shek, a su vuelta en 1924, funda la Academia militar. Este oficial ambicioso e inteligente, viva encarnación. de la joven burguesía, se expresa ante el Congreso del Kuomintang en un lenguaje inequívo­camente revolucionario: "Nuestra alianza con la Unión So­viética y con la revolución mundial, es en realidad una alianzacon todos los partidos revolucionarlos que luchan en común contra los imperialistas para llevar a cabo la revolución mun­dial" [39]. La Cámara de Comercio de Cantón termina el llamamiento con el grito de "¡Viva la revolución mundial!". Todo esto se debe a que la construcción del Estado naciona­lista del Sur exige la movilización de las masas obreras y cam­pesinas.

No obstante, éstas empiezan a obrar por cuenta propia: la gran huelga de Cantón y Hong-Kong en 1924 presencia el surgimiento de lo que de hecho se constituye en el primer soviet chino, el comité de delegados de los huelguistas, elegido por los obreros y que dispone de 2.000 piquetes armados y de una policía propia; este organismo crea un tribunal, dispone la edificación de escuelas, dicta leyes y las ejecuta, organiza sus propios comités de aprovisionamiento, transportes, etc., A partir de este momento empiezan a surgir dificultades; mientras los dirigentes del Kuornintang intentan detener el desarrollo del movimiento obrero, la dirección del partido comunista chino, en el mes de octubre de 1.925, propone apartarse del Kuomintang para poder así dirigir la lucha obrera de forma independiente. El comité ejecutivo de la Komintern se opone a ello. La línea que dicta al partido comunista chino consiste en evitar que se inicie la lucha de clases contra la burguesía nacionalista del Kuomintang y sobre todo en frenar los movimientos campesinos, absteniéndose de todo tipo de crítica contra la ideología oficial, el "sunismo". El análisis en que se apoyan Stalin y Bujarin para mantener tal política es el siguiente: la revolución china es una revolu­ción burguesa, pero en su lucha contra el feudalismo y la bur­guesía internacional, la burguesía desempeña un papel revo­lucionario y anti-imperialista, debiendo preservarse su alianza con los obreros y campesinos. Bujarin explicará más tarde: "El Kuomintang es una organización de tipo especial, un cuerpo intermedio entre un partido político y una organiza­ción como los soviets; en la que se hallan integradas diferen­tes organizaciones de clases. (...) El Kuomintang integra a la burguesía liberal (aquella que en nuestro país se organizo dentro del partido cadete y cuya actitud contrarrevolucionaria se gestó en las etapas anteriores a la revolución), a la pequeña burguesía y a la clase obrera. Desde el punto de vista de la organización, el Kuornintang no es un partido si se atiende a la tradicional acepción del término. Su estructura permite una conquista que ha de iniciarse desde la base mediante la realización en sus filas de un agrupamiento de clase ( ... ) Nuestra obligación es explotar esta peculiaridad en el curso de la revolución china. ( ... ) Es preciso transformar progresiva y aceleradamente el Kuomintang en una organización efec­tiva de masas, ( ... ) desplazar hacia la izquierda su centro de gravedad, modificar la composición social de la organiza­ción" [40].

A principios de 1926, la Komintern acepta la adhesión del Kuomintang en calidad de "partido asociado" y Chiang Kai-shek que, desde la muerte de Sun Yat-sen, comparte con Wang Ching-wei la dirección del Kuomintang, pasa a ser "miembro asociado" del comité ejecutivo. El día 20 de marzo empero, lleva a cabo un pequeño "golpe de estado" en Cantón deteniendo a los dirigentes sindicales comunistas, clausuran­do los locales de la Unión General y eliminando a los comunis­tas de la dirección del Kuomintang; al mismo tiempo exige, como condición sine qua non para la permanencia de éstos en la organización, la prohibición expresa de todo tipo de crí­tica al "sunismo" así como la entrega de una relación nominal de todos los afiliados al partido. Tanto la Komintern como el partido ruso presionan al partido comunista chino para que acepte tales condiciones. En esta ocasión y por vez primera, durante el mes de abril de 1926, Trotsky plantea el problema de la independencia del partido comunista chino y critica la inclusión del Kuomintang en la Internacional. Esta discusión tiene lugar a puerta cerrada y, de hecho, no volverán a manifestarse nuevas divergencias hasta el mes de abril de 1927.

En el ínterin, se está gestando un conflicto entre Chiang, que controla el ejército y Wang, líder de los civiles y del go­bierno. Chiang inicia una marcha hacia el norte para enfren­tarse con los "señores de la guerra" y esta campaña le sirve de pretexto para prohibir, en nombre del patriotismo, todo tipo de huelga o de agitación obrera en la zona controlada por él. No obstante, su marcha suscita levantamientos campesinos, ocupaciones de tierras e insurrecciones obreras y el partido comunista chino, testigo del celo de que hace gala el general en su empeño por restablecer el "orden" a medida que avanza en su conquista, solicita de nuevo, por medio de Chen Tu-hsiu, que se le autorice para llevar a cabo una polí­tica independiente. Tal demanda será rechazada rotunda­mente. Stalin ha afirmado en la XIV Conferencia: "Es a nuestro partido a quien ha correspondido el papel histórico de encabezar la primera revolución proletaria del mundo. Estamos persuadidos de que el Kuomintang conseguirá des­empeñar idéntico papel en Oriente" [41]. El día 18 de mayo, él mismo lo calificaba como "partido único obrero y campesi­no" y durante la VI Asamblea plenaria, lo definía como un "bloque revolucionario formado por obreros, campesinos, intelectuales y la democracia urbana (burguesía), cuya base se halla en la comunidad de intereses de clase de dichos sec­tores en su lucha contra los imperialistas y contra el orden militarista-feudal en su conjunto" [42]. Se congratula igual­mente por la campaña de Chiang Kai-shek que, en su opinión, "supone la libertad de reunión, la libertad de huelga y la li­bertad de coalición para todos los elementos revolucionarios y sobre todo para los obreros" [43]. Asimismo Bujarin, al caracterizar la etapa en que se encuentra la revolución "por el hecho de que las fuerzas revolucionarias ya están organi­zadas en torno a un poder de Estado que cuenta con un ejér­cito regular y organizado", concluye: "El avance de estos ejércitos constituye una forma peculiar del proceso revolucionario" [44]. Frente a Chen Tu-hsiu, los dirigentes soviéticos han vuelto a afirmar el "papel objetivamente revolucionario de la burguesía", apoyando el ingreso de dos comunistas en el gobierno Kuornintang que les ofrece las carteras de agri­cultura y trabajo.

En estas condiciones son perfectamente comprensibles las vacilaciones de los comunistas chinos. El día 19 de marzo estalla en Shanghai una huelga general que se transforma casi espontáneamente en insurrección. El partido comunista lanza la consigna "Asamblea de delegados" pero no hace de ella una directiva para la acción: organiza un comité "en la cumbre" pero no lleva a cabo ninguna elección de delegados. Sus aliados lo abandonan y la insurrección queda aplastada dada su falta de perspectivas. Voitinsky, delegado de la Komintern en Shanghai, escribirá más adelante: "Hemos dejado pasar un momento histórico extraordinariamente favorable. El poder estaba ya en la calle y el partido no ha sabido hacerse con él o, lo que es peor, no quiso hacerlo, tuvo miedo de ha­cerlo" [45]. Durante el mes de marzo, las tropas de Chiang se detienen a las puertas de Shanghai, encargándose una insu­rrección obrera, dirigida por la Unión General de Trabaja­dores, de expulsar a los últimos soldados del norte de la ciu­dad. La Pravda del día 22 de marzo anuncia: "Los trabajado­res victoriosos han entregado las llaves de la ciudad de Shanghai al ejército de Cantón: este gesto resume el talento heroico del proletariado chino". A partir de este momento Chiang Kai-shek se dedica a preparar abiertamente el exterminio de los comunistas de Shanghai.

En este momento interviene la oposición. El día 31 de marzo, en una carta dirigida al comité central, Trotsky se lamenta de la falta de información existente respecto a los acontecimientos chinos, haciendo hincapié en el poderoso auge del movimiento obrero que parece experimentar el país. ¿Por qué no se lanza la consigna de formación de soviets? ¿Por qué no se impulsa la revolución agraria? Si no se aplica esta. línea se corre el riesgo de poner el proletariado chino a la merced de un golpe de estado militar. El día 3 de abril es­cribe un artículo cuya publicación le será negada; en él afirma que el partido incluye a los obreros y campesinos chinos en el mismo bando que la burguesía: convertir al partido comu­nista chino en un rehén del Kuomintang equivale a traicio­narle. Hay que precisar que el Kuomintang no es en absoluto un partido de obreros y campesinos. El día 5 de abril escribe que Chiang prepara un golpe de estado y que sólo la organiza­ción de soviets podrá detenerle en su camino. Asimismo, el día 12, emprende una larga réplica a un artículo de Martínov, antiguo "economista" y menchevique de derecha, integrado en el partido comunista después de la guerra civil, y que, a la sazón, defiende la teoría de la "revolución por etapas", como lo había hecho ya en Rusia antes de 1917, esta vez por cuenta de Stalin y Bujarin y aplicada a la situación china [46].

El día 5 de mayo, Stalin pronuncia un discurso ante 3.000 militantes en la Sala de las Columnas: "Chiang Kai-shek se somete a la disciplina. El Kuomintang es un bloque, una espe­cie de Parlamento revolucionario (... ). Chiang Kai-shek sólo puede lanzar al ejército contra los imperialistas" [47]. El par­tido comunista chino advierte a Moscú de que Chiang Kai-,shek quiere desarmar a los obreros de Shanghai. La respuesta es la siguiente: "Enterrad las armas", Bujarin ha de comentar posteriormente esta decisión diciendo que, efectivamente, po­día uno preguntarse "si acaso no era mejor esconder las armas, no aceptar la lucha y, de esta forma, no dejarse desar­mar" [48]. El partido comunista chino multiplica sus acerca­mientos a Chiang, desmiente los rumores que hablan de disidencias, y rechaza el ofrecimiento de servicios que lleva a cabo la Primera División del ejército de Cantón que se propone tomar partido a favor de los sindicatos obreros y en contra del generalísimo.

El día 12 de abril, siete días después del discurso de Stalin, el mismo día en que Trotsky escribe su réplica a Martínov, los pistoleros de Chiang, que ha buscado el apoyo de los ban­queros y de los hombres de negocios occidentales, atacan a los piquetes y locales obreros. Decenas de miles de obreros y, entre ellos, numerosos comunistas a los que se acusa de "reac­cionarismo" y de conspirar con los "militaristas del norte" son asesinados. El día 21, Stalin declarará que "los acontecimien­tos han confirmado plena e íntegramente la justeza de la lí­nea" [49] de la Internacional. Bujarin tachará de un plumazo el episodio del total aplastamiento de la vanguardia obrera china con el simple comentario: "La burguesía se ha pasado al bando de la contra-revolución" [50].

La "discusión china"

Obviamente el aplastamiento del proletariado de Shanghai y la traición de Chiang Kai-shek infligían un golpe muy duro al prestigio de la dirección encabezada por Stalin y Bujarin. Tales hechos habrían podido aumentar la popularidad de la oposición que, a pesar de su carencia total de información, los había previsto. Sin embargo, las críticas de la oposición no habían logrado atravesar la muralla de silencio que rodea­ba las deliberaciones de los organismos dirigentes. Sólo unos cuantos cuadros habían sabido de la posición adoptada por Trotsky y Zinóviev. Sin embargo, los líderes de la oposición se lanzaron a la discusión de la "cuestión china" tanto en la Internacional como en el partido y ello con tanta mayor ener­gía cuanto Stalin y Bujarin, que negaban el fracaso para no tener que asumir su responsabilidad en él, insistían obceca­damente en mantener la misma línea. Bujarin solía analizar el golpe de estado de Shanghai como "la insurrección de la alta burguesía contra el Kuomintang". El partido comunista chino, en lo sucesivo, debería apoyar, contra Chiang Kai-shek, al gobierno Wang Ching-wei instalado en Hankeu.

En el comité ejecutivo de la Komintern, el día 24 de mayo., Trotsky emprende el ataque: esta vez la dirección no podrá disimular ante el partido la amplitud de la derrota que ha sufrido y sus propias responsabilidades en ella. Es preciso restablecer inmediatamente la situación, impulsar los movi­mientos campesinos que tienen lugar en toda China, lanzar la consigna de los soviets para apoyar el movimiento, orga­nizarlo y preparar la alianza de obreros y campesinos. El Po­litburó ha "desarmado políticamente" a la clase obrera china porque ha aplicado en China la misma "concepción burocrática, característica del aparato" que ostenta respecto a cual­quier tipo de autoridad revolucionaria y que tiene su más fiel reflejo en el régimen vigente en el partido comunista ruso. Lanzar, como hace Stalin, la consigna de rearme en oposi­ción a la de organización de soviets, es una pura aberración: los sindicatos y organizaciones de masas que Stalin se pro­pone apuntalar no pueden en ningún momento desempeñar el papel esencial de defensa y organización del "doble poder" que representarían los soviets [51].

Stalin interrumpe la discusión para anunciar que Gran Bretaña acaba de romper sus relaciones diplomáticas con la U.R.S.S., comentando al mismo tiempo que, para su ofen­siva, Trotsky ha ido a elegir el momento en el que el partido debe enfrentarse con una "cruzada conjunta", por ello ésta se convierte en un "frente único que comprende desde Cham­berlain hasta Trotsky", Trotsky replicará serenamente que "nada ni nadie ha secundado mejor la política de Chamber­lain, sobre todo en China, que la errónea política de Stalin". No obstante, todo ello carece ya de importancia puesto que todo está decidido de antemano. Stalin ha elegido ya la línea a seguir, exponiéndola con su característico estilo escolás­tico: "La revolución campesina es la base y el contenido de la revolución democrática-burguesa en China. El Kuomintang y el gobierno de Hankeu constituyen el centro del movimien­to democrático-burgués". Emitir la consigna de organización de soviets significaría declarar la guerra a Hankeu. Ahora bien, "al existir una organización revolucionaria especifica, adaptada a las condiciones chinas y que prueba su valor por el posterior desarrollo de la revolución democrático-burguesa en China, (...) resultaría estúpido destruirla". Desdeña igual­mente todo tipo de analogía con Rusia, "ya que Rusia se encontraba en vísperas de una revolución proletaria mientras que China se enfrenta con la inminencia de una revolución democrático-burguesa y también porque el gobierno provi­sional ruso era contra-revolucionario mientras que el actual gobierno de Hankeu es un gobierno revolucionario en la acepción democrático-burguesa de dicho término", asimismo llega incluso a afirmar que el "ala izquierda del Kuomintang desempeña en la presente revolución democrática china apro­ximadamente el mismo papel que los soviets rusos en 1905" [52].

"Admirable comparación" ha de comentar Wang Ching­-wei posteriormente, ocupado durante las siguientes semanas en reprimir, desde el gobierno de Hankeu, los movimientos campesinos, al tiempo que se reconciliaba con Chiang Kai­-shek. A Stalin no le quedaba más solución que censurar todas las noticias de China y preparar la eliminación de los dirigentes del partido comunista chino encargados de las responsabilidades que les habían sido impuestas y de imprimir a su política el viraje que había de abocar durante el mes de octubre en la insurrección suicida de Cantón, cuya realización había sido decidida en Moscú y que había sido organizada en nombre de un soviet formado en secreto en los despachos del partido chino, por los enviados rusos Lominadze y Neumann.

La lucidez de la oposición no había servido ni para "sal­var al proletariado chino" ni para acabar con la tendencia gubernamental dentro de la U. R. S. S. mediante una victoria revolucionaria. No obstante, la discusión acerca de la "cues­tión china" demostraba que, si bien la dirección del partido no hacía gala de ningún escrúpulo a la hora de adueñarse, al menos aparentemente, de las consignas de la oposición, le resultaba cada vez más difícil tolerar su existencia.

 El llamamiento de los 83

A pesar de todo, la discusión sobre China había servido fundamentalmente para devolver a la oposición una consis­tencia que había perdido por completo a finales de 1926. Después de la deserción de Krúpskaya, en la XV Conferencia, las defecciones se hablan multiplicado: éste era el caso del viejo-bolchevique Badaiev, más adelante Zalutsky, Sokólnikov y otros siguieron su ejemplo. Para convencer a sus camaradas, Trotsky ha tenido que emplearse a fondo. Preobrazhensky y Rádek siguen siendo tan hostiles como Zinóviev y Kámenev a la "revolución permanente", están empeñados en afirmar su ortodoxia leninista permaneciendo fieles a la "dictadura de­mocrática del proletariado y el campesinado". No consienten, en modo alguno en sostener la exigencia expresada por la oposición de que el partido comunista chino abandone el Kuomintang, en realidad sólo se decidirán a ello hacia el final de la discusión, contentándose durante los meses decisivos con reivindicar para dicho partido su derecho a una política independiente. No obstante, los acontecimientos confirman los puntos de vista de Trotsky, permitiéndole emplear a fondo una vez más, su temple de luchador y de polemista, así como su capacidad de análisis y de previsión con el resultado final de que la oposición cierra sus filas en torno de él.

Días antes de la asamblea plenaria del mes de abril, la oposición decide pasar a la firma de algunos militantes de primera fila una declaración de solidaridad con Trotsky y Zinóviev, el llamamiento de los 83. "Todos nosotros estába­mos galvanizados por la revolución china", cuenta Víctor Serge y afirma que "en todas las células en las que había oposicio­nistas (...) los debates del comité central se reproducían con idéntica violencia" [53]. Esta es la época en que Serge y su amigo Chadáev, que desde hace meses se encuentran aislados en su célula, ven como un joven obrero vota con ellos. Por él se informan de que hay otros que también están de acuerdo con ellos y piensan unírseles. "El hielo se fundía. Las fragmen­tarias informaciones de que disponíamos nos hacían saber que esto mismo ocurría en todo el partido". Chadáev dijo: "Me parece que nos van a destrozar antes de que se produzca el gran deshielo" [54].

Efectivamente, por entonces empiezan a producirse las primeras detenciones de militantes de la oposición. El se­cretariado emprende el sistemático desmantelamiento de su dirección: Rakovsky, que sigue siendo embajador en Pariís, ve sumársele a Piatakov y Preobrazhensky a los que se envía en cumplimiento de una "misión". Antonov-Ovseienko es enviado a Praga, Safárov a Ankara y Kámenev es nombrado embajador en la Italia fascista. El elemento más brillante de la joven generación de oposicionistas, Elzear Solnzev, vincu­lado con Trotsky desde 1923, será enviado primero a Alemania y más tarde a los E.E.U.U. Otros militantes son destinados a Siberia o al Asia Central. Ante estos arbitrarios "traslados", la indignación crece y, a mediados de junio, varios millares de oposicionistas se manifiestan ante la estación de Yaroslav para expresar ante Smilgá, al que se envía a Jabarovsk, su simpatía y solidaridad. Paradójicamente la propia represión hace olvidar la prudencia y la muchedumbre se torna vio­lenta. Trotsky y Zinóviev deben decidirse a hablar, corriendo el riesgo de ser acusados de indisciplina, aunque sólo sea para invitar a la prudencia: Trotsky hace hincapié en el peligro de guerra, en la necesidad de cerrar filas en torno al partido. La manifestación no llega, pues, a tener mayores consecuen­cias pero, a partir del día siguiente, algunos de los que habían participado en ella empiezan a ser convocados por las comi­siones de control. El día 28 de junio, en el comité central, Trotsky denuncia las calumnias y provocaciones de que es ob­jeto la oposición. Afirma: "El camino del grupo de los esta­linistas está fijado rigurosamente. Hoy falsifican nuestras pa­labras, mañana harán lo mismo con nuestros actos". Recor­dando la campaña de calumnias levantadas en 1917 contra Lenin, pronostica: Hablarán de "vagón blindado", de "oro extranjero" y de "conspiraciones" [55].

En lo sucesivo parece claro que Trotsky luchará: como miembro del comité central, hablará en el XV Congreso aunque la oposición no cuente en él con ningún delegado, revelando al partido, a todo el país y a la Komintern todo aquello que la prensa rusa ha disimulado cuidadosamente, así como las verdaderas responsabilidades del Politburó en la cuestión china. En consecuencia, Stalin presenta una mo­ción de expulsión contra Zinóviev y contra él. Yaroslavsky es el encargado de exponer el expediente que les ha sido incoa­do: se les reprocha su intervención en el ejecutivo de la Komintern y la Declaración de los 83 como "actividad fraccio­nal", asimismo la manifestación de la estación de Yaroslav y las críticas de Zinóviev ante individuos no pertenecientes al partido con ocasión del aniversario de la Pravda.

Ante la comisión, Trotsky sigue luchando, desarrolla la comparación con el Thermidor de la revolución francesa, acusa a Stalin de debilitar la defensa de la U.R.S.S. con su política, se refiere a la sistemática agravación de los conflictos internos, a la continuación de la alianza con los sindicatos ingleses que apoyan al gobierno de Chamberlain en su polí­tica hostil a la U.R.S.S. También afirma: "Seguiremos cri­ticando el régimen estalinista mientras no logréis cerrarnos la boca físicamente" [56]. El Presidium, representado por Ordzhonikidze, propone expulsar a Trotsky y a Zinóviev del comité central. No obstante parece evidente que la mayoría vacila, pues, Stalin se ve obligado a añadir a la requisitoria un nuevo capítulo, el de "derrotismo", pues, Trotsky, en una carta a Ordzhonikidze ha afirmado que, en caso de guerra, adoptaría la misma actitud de oposición que ostentó Clemen­ceau en 1917, ante el gobierno al que consideraba inepto para llevar a cabo una política adecuada. La "tesis Clemenceau" se convierte en una amenaza expresa de golpe de estado.

En la sesión del comité central y de la Comisión de Con­trol que se celebra el día 7 de agosto, Krúpskaya pide a los miembros de la oposición que "cierren sus filas" y "sigan al comité central" [57]. Trotsky vuelve a la carga, exige "uni­dad revolucionaria" en lugar de una "hipócrita unión sagra­da", acusa a la dirección de haber debilitado a la U.R.S.S. al provocar la derrota de la revolución china, cita un discurso de Voroshílov en el que se condena la política de organiza­ción de los soviets que podrían debilitar la vanguardia de los ejércitos de Chiang, calificándolo de "catástrofe", "equiva­lente a una batalla perdida". Midiendo sus palabras, añade, "La dirección de Stalin en caso de guerra, haría la victoria más difícil" [58]. La mayoría sigue vacilando y la oposición intenta entonces liberarse del cerco y dividirla mediante una "declaración pacífica": rechazando la interpretación derro­tista de la tesis Clemenceau, la oposición afirma en ella estar "absolutamente y sin reservas a favor de la defensa de la patria soviética contra el imperialismo". Mantiene igualmen­te su derecho a la crítica y afirma la existencia dentro del país de serios elementos de degeneración termidoriana, si bien, precisa que no acusa ni al partido ni a su dirección de ser ter­midorianos. Asimismo condena cualquier veleidad escisio­nista y concluye: "Ejecutaremos todas las decisiones del partido y de su comité central. Estamos dispuestos a cuanto sea necesario para destruir todos los gérmenes de fracción que se han originado porque nos hemos visto presionados, dado el régimen del partido, a darle a conocer nuestra auténtica manera de pensar que estaba tergiversada en la prensa leída por todo el país" [59].

La "declaración pacifica" aparta el peligro de expulsión inmediata. El historiador Yaroslavsky escribe: "La asamblea plenaria se limitó a emitir una categórica advertencia dirigida a la oposición y mantuvo a Zinóviev y a Trotsky en el comité central" [60]. Todo indica que, en esta ocasión, la oposición supo explotar con habilidad las vacilaciones de la mayoría: la votación representa un fracaso para Stalin que no ha po­dido obtener con ella la expulsión exigida. La "declaración pacífica" no constituye una capitulación y, de hecho, el aisla­miento de la oposición parece estar a punto de quebrarse dentro del partido con la difusión de la carta que se cono­ce como "carta del grupo-tapón" y a la que Yaroslavsky bautizó más adelante como "carta de la viuda": el texto, suscrito por bastantes militantes veteranos entre los que se encuentra la viuda de Svérdlov, Novgorodtseva, solicita un "perdón mutuo" y la constitución de un comité central que agrupe representantes de todas las tendencias [61].

La batalla de la plataforma

Las fuerzas que entraron en juego el día 8 de agosto, cuando se otorgó una tregua a los jefes de la oposición evi­tando su expulsión permanecen en la sombra; igualmente desconocidos son los conflictos que tuvieron lugar sin duda entre la mayoría y la forma en que el Secretario General acabó con las resistencias dentro de su propia fracción. En todo caso, a partir del 9 de agosto, la prensa aparece repleta de resolu­ciones de origen obvio que reclaman una "vigilancia mayor" y que consideran que la declaración es "insuficiente". Las expulsiones se multiplican. Por último, el Congreso del par­tido, previsto para el mes de noviembre, es aplazado hasta un mes después. La oposición ha elaborado su plataforma; redactada por Trotsky, Zinóviev, Kámenev, Smilgá, Piatakov y un grupo de jóvenes entre los que se encuentran Yakovin, Dingelstedt y León Sedov, hijo mayor de Trotsky, es some­tida al examen de todos los grupos de la oposición y, cuando ello es posible, a los grupos obreros. El día 6 de septiembre, sus líderes se dirigen al Politburó y al comité central, se quejan de la persecución de que les hace objeto el aparato, en flagran­te contradicción con las decisiones de la asamblea plenaria de agosto, solicitan la preparación leal del Congreso próximo mediante la utilización en la prensa de todos los documentos. El comité central replica con una rotunda negativa a publicar la plataforma cuya elaboración es calificada de "fraccional" y con la expresa prohibición de que circule dentro del partido. De esta forma, se pone fuera de la ley la discusión pura y simple, dado que el comité central, según la declaración de Stalin, se niega a "legalizar la fracción de Trotsky".

Una vez más la oposición se encuentra acorralada: "Todo indica que el comité central teme a la discusión más que al pro­pio fuego y que no conserva esperanza alguna de defender su línea política en ninguna discusión honrada que se celebre en el seno del partido. ( ... ) El grupo estalinista ha decidido ( ... ) fabricar el XV Congreso sólo con secretarios" [62]. Por tanto, hay que caminar hacia adelante, volver decididamente a la ilegalidad y, como ha de afirmarlo Alsky, colaborador de Trotsky "abrirnos un camino hacia la legalidad" [63]. En consecuencia, la oposición imprimirá el texto de la platafor­ma, le dará la debida difusión dentro del partido y entre los obreros independientes, lo pasará a la firma por doquier y, a pesar de la prohibición expresa, celebrará reuniones y mítines imponiendo así por la fuerza el reconocimiento de su "legalidad": probablemente ésta es la única alternativa, abrir una brecha como en el otoño de 1926 pero esta vez sin posibilidad alguna de echarse atrás, sin otra posible finalidad que la "legalización" o la expulsión.

Apenas ha sido tomada la decisión cuando sobreviene la represión: durante la noche del 12 al 13, los agentes de la GPU, descubren la "imprenta clandestina" de la oposición, dirigida por el viejo bolchevique Mrachkovsky, que es dete­nido y será expulsado posteriormente con otros catorce mi­litantes, así como Preobrazhensky y Serebriakov que han asumido públicamente su responsabilidad en tal hecho. La prensa, absolutamente controlada, anuncia la desarticula­ción de un "complot" en el que parece estar comprometido un guardia blanco, antiguo oficial del ejército de Wrangel. Este dato es cierto: un antiguo oficial blanco ha ayudado a los jóvenes militantes de la oposición a imprimir en multicopista el texto de la plataforma. Lo que la prensa no refiere, pero que Trotsky, Zinóviev y Kámenev hacen confesar a Menz­hinsky, jefe de la GPU, confirmándolo éste ante el comité central, es que este antiguo oficial blanco, cuyo nombre es Stroilov, que trabajaba a las órdenes del provocador Tverskoy, ha pasado a ser agente de la GPU habiendo sido encargado por ésta de montar una vasta operación de provocación; en efecto, él había sido el que había ofrecido al joven oposicio­nista Chtsherbatov, los medios técnicos de difusión del docu­mento. En la sesión del comité central, Stalin admite los hechos e intenta justificarla provocación: "La oposición parece haber dado gran importancia al hecho de que el antiguo oficial de Wrangel al que se han dirigido los aliados de la oposición (...) haya sido desenmascarado como agente de la GPU. Mas: ¿Qué hay de malo en que este mismo oficial de Wrangel ayude al poder soviético a descubrir las conspiraciones contrar­revolucionarias? ¿Quién puede discutir el derecho del poder soviético a atraerse antiguos oficiales para utilizarlos en el desenmascaramiento de las conspiraciones contra-revolucionarias?" [64].

Sin embargo la prensa nunca llegará a dar a la segunda parte de la historia la importancia que ha conferido a la pri­mera: "El mito del "oficial de Wrangel" se difunde por todo el país, envenenando el alma de millones de miembros del partido y de decenas de millones de independientes" [65]. El asunto contribuye a dar una mayor consistencia a las acu­saciones de organización de actividades contra-revolucionarias y permite desviar la atención de los problemas políticos que suscita la oposición. El día 27 de septiembre, Trotsky comparece ante el ejecutivo de la Komintern: entre sus jueces se encuentra Marcel Cachin, colaborador del gobierno bur­gués durante la guerra y redactor-jefe de "L'Humanité", el mismo que ha saludado a Chiang Kai-shek como "héroe de la comuna de Shanghai". Desde el banquillo Trotsky los fus­tiga, señala que van a expulsarle de un ejecutivo del que pare­cen haber olvidado expulsar a Chiang Kai-shek y Wang Ching-wei que siguen siendo "miembros asociados" a pesar de las matanzas de obreros y campesinos en las que se han visto involucrados. "Ni un solo organismo, afirma Trotsky, discute y adopta resoluciones en la actualidad, todos se limi­tan a aplicar las decisiones y desde luego el Presidium de la Internacional Comunista no constituye una excepción". Na­turalmente es expulsado, al igual que Vuyovich [66].

A pesar de todo, la oposición ha conseguido imprimir su plataforma en una imprenta del Estado cuyo director es detenido; la tirada es de 30.000 ejemplares según el Politburó a lo que la oposición replica que sólo han sido 12.000 y que la mayoría de ellos han sido incautados. El documento empie­za a circular con la portada de una obra literaria conocida: El camino de la lucha de Furmanov. Zinóviev y Kámenev opinan que serán necesarias de 20.000 a 30.000 firmas para conseguir que Stalin retroceda pero, una vez alcanzado el primer millar, los progresos son lentos. También tienen que luchar contra el miedo. Por este camino, la oposición consigue algunos éxitos. Trotsky, Kámenev, Zinóviev y Smilgá acuden a los barrios obreros de Moscú y Leningrado para ha­blar ante algunas decenas de obreros que se aglomeran en las minúsculas viviendas. Más adelante, cuando sus cuadros parecen haber adquirido cierta consistencia, se lanzan a una campaña pública, celebran reuniones burlando la vigilancia de los activistas provistos de garrotes, movilizados por el aparato en cada radio para impedirlas. Los jefes de la opo­sición se empeñan en dejar claro que su paso a la lucha ilegal se lleva a cabo como última solución y que, de hecho, se ven forzados a ello, piden salas para celebrar reuniones y al serles negadas las ocupan. De esta manera, consiguen celebrar en Moscú un verdadero mitin en uno de los anfiteatros de la Escuela Técnica Superior que ha sido ocupada por sorpresa. Con el fluido eléctrico cortado, Kámenev y Trotsky hablan du­rante dos horas, a la luz de unas velas ante dos mil personas mientras una verdadera muchedumbre se aglomera delante del local repleto. En Leningrado se prepara una operación simi­lar para ocupar una de las salas del Palacio del Trabajo en la que van a tomar la palabra Rádek y Zinóviev. Sin embargo, Zinóviev se echa atrás en el último momento y Rádek se niega a ser el único orador: sus partidarios han de limitarse a manifestarse en una conferencia oficial de los metalúrgicos. En Jarkov, Rakovsky toma la palabra ante trescientos obre­ros en una reunión no autorizada. Por su parte, Trotsky hablará en dos fábricas de Moscú en las que la oposición cuenta con algunos partidarios.

Todas estas acciones resultan bastante alentadoras y la oposición considerará que ha alcanzado su objetivo y que ha conseguido abrir una brecha: la masa del partido comienza a interesarse por sus argumentos. Algunos dirigentes creerán incluso que el éxito está cercano cuando, el día 17 de octubre, en Leningrado, durante las fiestas del aniversario del comité central, Zinóviev y Totsky, situados a un lado de la tribuna oficial, son aclamados por una serie de obreros que se reúnen en torno de ellos. Según Victor Serge, ambos líderes creyeron que la situación se invertía efectivamente en su favor: "Las masas están con nosotros, decían esa misma noche" [67], Zinóviev escribirá posteriormente: "Es el acontecimiento más importante que se ha producido en el seno del partido desde hace dos años, ( ... ) su significado político es enorme" [68]. Trotsky, en su autobiografía, califica esta optimista aprecia­ción de impulsiva y dice que, en su opinión, aquella manifes­tación de platónica simpatía era un reflejo del descontento de los obreros de Leningrado, mas en modo alguno de su decisión de luchar contra el aparato [69]. La opinión de que, en aquella ocasión, los dirigentes de la oposición habían tomado sus deseos por realidades al interpretar como una manifestación política lo que no era sino una salva de afec­tuosas aclamaciones festivas, no puede aceptarse sin reservas. Resulta bastante verosímil la afirmación de que Zinóviev tuvo razón al opinar que aquella manifestación había preocu­pado a Stalin decidiéndole a actuar más rápidamente: tam­bién parece incuestionable que, a partir de este momento, muestra una enorme prisa por acabar con el problema.

Este es el momento en que el comité central oye la pro­puesta de Kirov, en la que se solicita la adopción de un pro­grama. para el décimo aniversario de la revolución que con­tiene la semana de cinco días y la jornada de siete horas. La oposición replica con la afirmación de que ello es "pura demagogia" y la sugerencia de que se trate en primer lugar de llevar a la práctica la jornada de ocho horas, que en casi todos los casos no ha sido más que una mera frase sobre el papel, y de elevar los salarios más bajos. En conse­cuencia, vota en contra. Tanto la Pravda como la propaganda oficial se abalanza acto seguido sobre esta votación para "desenmascarar" una vez más a una oposición que se auto­denomina "proletaria" pero que lucha contra todas aquellas medidas que favorecen a la clase obrera. El tono general viene dado por el historiador oficial Yaroslavsky: "El vergonzoso voto de los troskistas contra la jornada de siete horas sirve para desvelar mejor que todas sus declaraciones la fisonomía menchevique de la oposición" [70].

Sobre este punto la oposición pierde terreno. Sus pro­testas y sus argumentos son enterrados por completo por el alud desencadenado por la propaganda oficial. De hecho, la defensa de los intereses obreros constituía prácticamente el único punto de la plataforma comprendido y aprobado más allá del pequeño sector de los simpatizantes. Este es el ambiente imperante en el momento en que Stalin se prepara para volver a solicitar al comité central, reunido desde el 21 al 23 de octubre, la expulsión de Trotsky y Zinóviev. El re­lato de las escenas de salvajismo que se dieron en tal ocasión es perfectamente conocido: en la tribuna de los oradores Trotsky, protegido por sus amigos, injuriado, amenazado -llegarán a serle arrojados libros, tinteros, un vaso- pro­nuncia despreciativamente su alocución: "El carácter domi­nante de nuestra actual dirección es su fe en la omnipotencia de los métodos violentos incluso cuando estos se ejercen contra el propio partido. (...) Vuestros libros no pueden leerse, pero aún pueden servir para ser arrojados a la cabeza de la gente" [71]. También afirma que Stalin quiere trazar "una raya de sangre" entre la oposición y el partido, augura las matanzas y la depuración y cierra su intervención con las siguientes palabras: "Podéis expulsarnos. No nos impe­diréis vencer". Stalin, tan tranquilo como Trotsky en esta asamblea que parece haberse convertido en un verdadero pandemonium, replica a Zinóviev, que acaba de recordar el testamento de Lenin y la postdata acerca de su brutalidad: "Sí, camaradas, soy brutal con aquellos que brutal y desleal­mente se afanan en derrotar y escindir el partido. Nunca lo he ocultado" [72]. Según él, la oposición, como lo demuestra el asunto de la imprenta, ha sido apoyada "a su pesar, contra su voluntad, por una serie de elementos antisoviéticos". Ha iniciado el camino que la conduce a la escisión. Es preciso aniquilarla: Zinóviev y Trotsky son pues expulsados de un comité central del que Stalin se ha convertido en dueño y señor.

No obstante, la batalla continúa. En la asamblea de mili­tantes de Moscú, Iván Nikitich Smirnov consigue tomar la palabra pero Kámenev y Rakovsky son expulsados de la tribuna, lo mismo ocurre con Bakáiev y Evdokimov el mismo día en Leningrado. Pravda anuncia que la oposición sólo ha conseguido un voto contra 2.500 en Moscú y ninguno contra 6.000 en Leningrado... Parece estar inevitablemente abocada a la expulsión del partido puesto que está claro que sus por­tavoces no podrán tomar la palabra en el Congreso. Ha per­dido la batalla de las firmas y sabe también que ni siquiera llegará a presentar sus listas completas al Politburó para evitar que la represión se ejerza sobre todos sus efectivos.

El día 4 de noviembre se reúne en casa de Smilgá el cen­tro dirigente de la oposición. Kámenev ostenta la presidencia. Entre Trotsky, que desea luchar hasta el final porque nada se puede esperar, y Zinóviev que de nuevo considera la posibi­lidad de un compromiso, se acentúan las divergencias. Por último, el recuerdo de la manifestación del 17 de octubre, determina la decisión: se resuelve la participación el día 7 de noviembre, durante el desfile oficial, de la oposición con sus propias consignas: "Abajo el oportunismo", "Aplicad el testamento de Lenin", "Evitad la escisión", "Mantenimiento de la unidad bolchevique", "Abajo el kulak, el nepista y el burócrata". A partir del día 5 de noviembre, la Comisión Central de Control convoca a Zinóviev, Kámenev, Trotsky y Smilgá conminándoles a renunciar a su proyecto. A lo que Smilgá replica que más valdría velar por la libertad de opi­nión antes de imponer condiciones.

En ambos bandos la manifestación del día 7 va a ser preparada cuidadosamente; sin embargo, los oposicionistas, valeroso puñado de luchadores entre una masa abúlica, pa­recen estar vencidos de antemano. Se cuenta con pocos deta­lles referentes al fracaso de la manifestación de Jarkov, en­cabezada en la calle por Rakovsky. En Leningrado, los opo­sicionistas llegan a alcanzar la tribuna oficial con sus pan­cartas pero posteriormente son hábilmente apartados por el servicio de orden que les aísla de la multitud reteniendo a Zinóviev y Rádek. hasta que todo el mundo regresa a su casa. No obstante, se producen buen número de. incidentes entre la milicia y varios centenares de manifestantes encabezados por Bakáiev y Lashévich que visten uniforme. En Moscú los incidentes son más graves: los manifestantes de la oposición que se encuentran dispersos en pequeños grupos entre la muchedumbre que se dirige a la Plaza Roja, despliegan sus pancartas y banderolas; su número supera el centenar según el testimonio de un renegado de la oposición. Pero éstas son inmediatamente rotas y desgarradas por los activistas colocados a lo largo del recorrido que pasan después a rodear a sus portadores. Al parecer, sólo los estudiantes chinos pudieron conservar las suyas hasta la Plaza Roja. Inmediata­mente después, los grupos que ya han sido localizados son dispersados y apaleados, algunos manifestantes son detenidos. Un comando entra en la Casa de los Soviets donde Smilgá ha colocado en el balcón de su piso una banderola y los retra­tos de Lenin y Trotsky: los militantes presentes son golpeados. Idénticos incidentes se producen en el Hotel du Grand Paris, donde Preobrazhensky, que ha encabezado la manifestación, es brutalmente apaleado. Trotsky, que ha llegado en coche, intenta arengar a una columna de obreros en la plaza de la Revolución. Inmediatamente es rodeado por los milicianos y escarnecido por ellos, suena un disparo que rompe los cristales del coche. No tiene más remedio que abandonar su intento.

Por la noche, la derrota es ya un hecho consumado. A par­tir de entonces, "trotskistas" y "zinovievistas" chocan en todas las reuniones de la oposición. "León Davidovich, ha llegado el momento de tener el valor suficiente para capitular" dice Zinóviev y el viejo león le replica: "Si tal valor hubiese bastado, la revolución habría triunfado en el mundo en­tero" [73]. Ambos son expulsados del partido el día 15; Rakovsky, Evdokímov, Smilgá y Kámenev son expulsados del comité central. El día 16, Adolf Joffe, viejo amigo de Trotsky afectado de una enfermedad incurable, se suicida en un gesto de protesta. Por última vez, los dirigentes de la oposición hablan a sus partidarios el día 19 ante la tumba de Joffe. Acuden diez mil personas según Trotsky, varios millares según Serge: "La lucha continúa. ¡Qué todos per­manezcan en su puesto! ", dice Trotsky y, ante la tumba, Rakovsky, en nombre de todos los presentes, pronuncia el juramento solemne de seguir hasta el final la bandera de la revolución.

El XV Congreso

En el ínterin se llevan a cabo los preparativos del Congreso, bajo el signo dominante de la lucha contra la oposición. Los dirigentes de la mayoría indican el tono durante las confe­rencias preparatorias. Tomsky declara: "Stalin no se com­place en modo alguno en su papel de jefe. La intentona de la oposición pretendía presentarle como un tenebroso malhechor y a los miembros del comité central y del Politburó como una serie de lacayos aduladores manipulados a su anto­jo. Por debajo de él se encontraría el aparato de funcionarios temerosos del secretario Stalin y, todavía más abajo, otros militantes temblarían ante el secretario de célula". Esta es una hipótesis ridícula, dice Tomsky, una fábula que nadie puede creer: ¿Cómo "podría un partido en el que cada cual tiene miedo de los demás dirigir un Estado inmenso? " y, volvién­dose hacia los ex-camaradas a los que acusa de haber querido constituirse en un "segundo partido", pronuncia la frase que la Historia atribuirá a Bujarin: "Bajo la dictadura del prole­tariado pueden existir dos, tres e incluso cuatro partidos pero a condición de que uno de ellos se encuentre en el poder y los demás en la cárcel" [74]. Bujarin es tan tajante como Tomsky: "Nos hemos enfrentado ya con todas las formas de lucha a excepción del levantamiento armado cuando ya se ha intentado incluso organizar una huelga, lo único que queda es el levantamiento armado" [75].

Cuando se inaugura el Congreso, el día 2 de diciembre, ya se sabe que el aparato exige una capitulación incondi­cional y una total renuncia: "La oposición, dice Stalin, debe capitular por entero e incondicionalmente tanto en el plano político como en el de la organización. Deben renunciar a sus opiniones antibolcheviques, abierta y honestamente, ante el mundo entero. Deben denunciar las faltas que han cometido y que se han convertido en crímenes contra el par­tido, abierta y honestamente, ante el mundo entero" [76].

A partir del día siguiente parece quedar suficientemente claro que la oposición empieza a desintegrarse. Rakovsky, que se niega a llevar a cabo cualquier tipo de "autocrítica" es expulsado de la tribuna. Sin embargo se escucha a Kámenev. Su intervención, desgarradora y valerosa a la vez, presagia ya la muerte de los bolcheviques. "Es preciso, dice, hallar una posibilidad de reconciliación". La vía del "segundo par­tido" resultaría "ruinosa para la revolución", queda "des­cartada por el conjunto de nuestro ideario, por todas las enseñanzas de Lenin acerca de la dictadura del proletariado". El único camino posible es "someterse a todas las decisiones del Congreso por muy duras que puedan parecernos". No obstante, Kámenev solicita a los congresistas que no pidan imposibles a sus amigos: "Si renunciásemos a nuestras tesis no seríamos bolcheviques. Camaradas, hasta la fecha, jamás ha sido formulada en el partido la exigencia de renunciar a unas opiniones personales (. ..) Si me viese obligado a acu­dir aquí y declarar: renuncio a las tesis desarrolladas en mis escritos hace dos semanas, no me creeríais; sería una hipo­cresía por mi parte y tal hipocresía no me parece necesaria (...). Tendednos una mano de ayuda" [77].

Pero la comisión elegida por el Congreso se muestra inflexible: exige que los oposicionistas condenen de forma explícita las ideas de la oposición. Ordzhonikidze, al leer el día 10 el informe elaborado por la comisión, se lamenta de que estos "antiguos bolcheviques" obliguen al partido a sanciones tan graves y propone su expulsión dado que no han condenado explícitamente la plataforma de la oposición. Rakovsky, Rádek y Murálov declaran que en modo alguno renunciarán a defender individualmente sus ideas. No obs­tante, los zinovievistas ceden, Kámenev, Bakáiev y Evdokimov aceptan las condiciones impuestas. En su nombre, Kámenev afirma: "Nos vemos obligados a someter nuestra voluntad y nuestros juicios a la voluntad y los juicios del partido, único juez supremo de lo que es útil o nocivo para el pro­greso de la revolución" [78].

No obstante, el aparato exige más todavía. La edición de 1938 de La historia del partido comunista (bolchevique) de la U.R.S.S., ha de dar una justificación a tales exigencias: el partido "exigió un cierto número de condiciones previas a su reintegración. Los expulsados debían: a) condenar abierta­mente el trotskismo como una ideología, antibolchevique y antisoviética; b) reconocer públicamente que la única polí­tica justa es la seguida por el partido; c) someterse incondi­cionalmente a las decisiones del partido y de sus organismos; d) pasar por un periodo de observación durante el cual el partido controlaría a los autores de la declaración conside­rando, llegado el momento, y según los resultados de la obser­vación, la readmisión de cada uno de los expulsados. El par­tido consideraba que el público reconocimiento de todos estos puntos por los expulsados, en cualquier caso, tendría una positiva importancia para él puesto que rompería la unidad del bloque de trotskistas y zinovievistas, abocando en la descomposición de todos sus enclaves; serviría para demostrar una vez más su poder y la corrección de su línea, permitiéndole, en el caso de que los autores de las declaraciones obrasen de buena fe, reintegrar a sus antiguos miem­bros y, en caso de mala fe, denunciarles ante todos, no ya como hombres equivocados, sino como verdaderos arribistas sin principios, como personas que tratan de engañar a la clase obrera y como una serie de bribones irrecuperables" [79].

Al someterse a tales exigencias, los antiguos oposicionis­tas renunciaban ipso facto a todo tipo de opinión personal y, por ende, a la posterior expresión de cualquier tipo de di­vergencia, por mínima que fuera, con la dirección: lo que se quería de ellos era una capitulación definitiva e incondi­cional, un verdadero suicidio político. Durante una semana más siguen vacilando pero finalmente, el día 18, se deciden a capitular y a condenar expresamente las ideas de la opo­sición -sus propias ideas- como erróneas y "antileninistas". Bujarin se congratula de ello con una alegría feroz: "habéis obrado correctamente; este era el último plazo, el telón de hierro de la Historia estaba cayendo en este preciso instan­te" [80]. Esta última palinodia por otra parte sólo les hace acreedores a una gracia ínfima: la Comisión de Control de­cide examinar seis meses más tarde su solicitud de reintegración. Por lo tanto, siguen expulsados. Rakovsky, Smilgá, Rádek y Murálov declaran el mismo día: "Si somos expulsa­dos del partido haremos lo posible para volver a él. Se nos expulsa por nuestras ideas. Nosotros consideramos que estas son bolcheviques y leninistas. No podemos renunciar a ellas" [81].

Los dos caminos

Así concluye la alianza de Zinóviev y Kámenev con Trotsky. A pesar de la repugnancia que ello les produce, tras una larga agonía, terminan por renegar de sus ideas, llevando a cabo ante Stalin lo que en vano hablan exigido que hiciese Trotsky ante la troika de la que formaban parte en 1924. Ellos también eran "burócratas" y "hombres del aparato" fracasados en su pequeña guerra. ¿Intentaron, como pensó Trotsky, despertar la indulgencia y merecer el perdón ayu­dando a Stalin a liquidar a Trotsky cuanto antes con el ais­lamiento? El 27 de enero de 1928, la Pravda publica ya una carta firmada por ellos en la que se ataca a los "trotskistas". No obstante, este cálculo supone un previo análisis de la situación. ¿Acaso han subestimado la hondura de la transformación sufrida por ese mismo partido que Kámenev consideraba incapaz de presidir "procesos por brujería"? ¿Pensaron tal vez que era necesario, en caso de una rápida inversión de la situación, permanecer en el partido para poder actuar desde él en el momento decisivo? ¿O bien, por el con­trario, pensaron que durante decenios no existiría mas pers­pectiva que la opresión y la trampa de la burocracia y que su salida, tanto personal como política, no era otra que "ca­minar a rastras", según la expresión de Zinóviev, con tal de llevar el paso del partido? En la actualidad resulta imposible contestar a tales preguntas. Sin embargo, un hecho parece cierto: ninguno de los dos viejos-bolcheviques parecían haber previsto el camino jalonado de capitulaciones que se abría ante ellos y que, en menos de diez años, diecinueve después de la Revolución, les conduciría a acusarse de los más horrendos crímenes en el banquillo infamante de los nuevos proce­sos por brujería.

Los irreductibles no les siguen. Rakovsky, Smilgá, Mu­rálov y Rádek, como el propio Trotsky, han condenado explícitamente la perspectiva de un "nuevo partido": al igual que Zinóviev y Kámenev opinan que el partido podrá reha­cerse, desembarazarse de su "excrecencia parasitaria", a saber, la burocracia. Mas no creen en modo alguno en la posibili­dad de facilitar esta regeneración permaneciendo dentro de él a cualquier precio. Rakovsky declara: "abstenernos de defender nuestras ideas significaría que renunciamos a ellas; con ello faltaríamos a nuestros más elementales deberes hacia el partido y hacia la clase obrera" [82].

De esta forma, la grieta que separaba a los dos grupos principales de la oposición a principios de 1926, se convierte en un abismo. Cuando Zinóviev y Kámenev estaban con­vencidos de la victoria, Trotsky ya esperaba lo peor, la ca­lumnia, la exterminación física. En consecuencia, se prepara para una larga lucha cuyo resultado no parece nada claro: "Nuestro deber, le dice a Victor Serge, es agotar las posibi­lidades de regeneración. Uno puede acabar como Lenin o como Liebknecht. Hay que encontrarse a la altura de ambas eventualidades" [83]. Ciertamente, ello explica una postura que los historiadores han calificado como "suicidio político", y en la que generalmente no suele verse mas que una serie de vacilaciones y contradicciones. La revolución europea ha fracasado, la U.R.S.S. va a permanecer aislada durante mucho tiempo y la dirección estalinista compromete seriamente las posibilidades de victoria de las futuras revoluciones proleta­rias. No obstante, el péndulo de la Historia volverá al punto revolucionario tarde o temprano. Hasta que llegue este mo­mento es preciso resistir, "salvaguardar las tradiciones revo­lucionarias, mantener el contacto con los elementos avanzados dentro del partido, analizar el desarrollo del periodo termi­doriano y prepararse para el próximo alzamiento revolucio­nario tanto en la U. R. S. S. como a escala mundial" [84]. En una palabra, ya no se trata de luchar por el hoy, sino por el mañana, preservando para el día en que las masas vuelvan a hacerse cargo de su propia suerte, la herencia del bol­chevismo que está siendo adulterado y que, de otra forma, sería destruido por los estalinistas.

¿Tenían razón los irreductibles al querer "agotar las po­sibilidades de regeneración"? Ciertamente, en la actualidad resulta fácil desvelar tales ilusiones y sonreír ante su temor "fetichista" a una posible restauración del capitalismo. El caso es que ante ellos se abría un largo peregrinaje: los 1.500 "trotskistas" expulsados del partido, los centenares -que pronto se convertirán en millares- de oposicionistas que enseguida emprenderían el camino de Siberia después de Trotsky, deportado el día 17 de enero de 1928 a Alma-Ata, de Preobrazhensky, Rakovsky, Sosnovsky, Smilgá, Seré­briakov y Saprónov, sólo han de constituir la avanzadilla de un éxodo que se verán obligados a emprender la casi to­talidad de los bolcheviques de la revolución, jóvenes o viejos, con independencia incluso de la postura que hubieran adop­tado durante la gran batalla política de 1926-27.


[1] Texto incluido en Fourth International,. vol. 2, nº 8, octubre de 1941, págs. 252-253.

[2] The case of Leon Trotsky, pág. 248.

[3] Citado por Deutscher, El profeta desarmado, pág. 241.

[4] Fourth International, ibídem, pág. 253.

[5] Ruth Fisher, Patternfor soviet youth, pág. 548.

[6] Citado por Trotsky, The case, págs. 81-82.

[7] Trotsky, Stalin.

[8] Carta a I. N. Smirnov, Lutte de classes, nº 6 agosto-septiembre de 1928, págs. 163-164

[9] Deutscher, El profetadesarmado, pág. 251.

[10] Serge, Mémoires, pág. 209.

[11] Trotsky, Ma Vie, t. III, pág. 258.

[12] Barmine, Vingt ans au service del’U.R.S.S., págs. 244-245.

[13] Citado por Deutscher, El profeta desarmado, pág. 265.

[14] Pravda , 3 de noviembre de 1926, citado por Daniels, Cons­cience, pág. 291.

[15] Lutte de classes 1927-28 : Naville y Sizoff, "L'Economie sovié­tique", págs. 458-460 y Serge, "Vers l’industrialisation", nº 15, pág, 438 y sigs, y nº 16, págs. 486-488.

[16] Citado por Deutscher, El profeta desarmado, pág. 260.

[17] El lector que se interese por este episodio único de la lucha de clases en Inglaterra puede consultar la monografía de Julián Symons The General Strike, editada en 1957. En dicha obra podrá encontrar nu­merosos ejemplos de la forma en que los trabajadores británicos, a lo lar­go de la huelga, pusieron en funcionamiento métodos puramente sovié­ticos -en el sentido etimológico de dicho término- de organización, lo que conduce al autor a afirmar que "en muchos lugares los obreros desea­ban vehementemente hacerse cargo de las responsabilidades del poder". Son dignos de mención los datos aportados sobre el comité central de huelga de Merthyr Tydfil (pág. 146) que contaba son sub-comisiones de abastecimiento, transporte, finanzas, información, etc., así como con la existencia generalizada de grupos de obreros de auto-defensa, auténticas milicias obreras, que fueron condenados por el consejo general por ser a la vez "imprudentes e irrealizables" (pág. 148). Otra de sus conclusiones (página 231) es la total responsabilidad de la dirección en el fracaso de un movimiento que no pudo truncar en la medida misma en que se negó a conferirle el carácter "político, revolucionario en realidad" que aquel exigía. El hecho de que la aplastante mayoría de los huelguistas haya te­nido la impresión de haber sido traicionada por sus dirigentes no parece,sin embargo, haber contribuido a reforzar las posiciones de la "minoría" revolucionaria, animada por los comunistas, dado que la propia política de los dirigentes parecía apoyarse en el Conilté Anglo-ruso.

[18] Daniels, Documentary history of communism, t. 1, páginas 280-287.

[19] Corr. Int., nº 87, 31 de julio de 1926, págs. 950-951

[20] Corr. int.114 , 23 de octubre de 1926.

[21] Carta a Murálov del l 1 de septiembre de 1928, New Interna­tional, nov. 34. págs. 125-126.

[22] Declaraciones de Trotsky acerca del libro de Eastman, Corr. Int. nº 72, 22 de julio de 1925, pág. 601 y nº 82, 22 de agosto de 1925, pág. 672.

[23] Serge Vie et mort de Trotsky, pág.181.

[24] Cahiers du bolchevisme, nº especial, 20 de diciembre de 1926, págs. 2177-2222

[25] Ibídem, págs. 2222-2245.

[26] Ibídem, págs. 2245-2270.

[27] Ibídem, págs. 2274-2292.

[28] Ibídem, págs. 2292-2313

[29] Ibídem, págs. 2176-2318.

[30] Citado por Deutscher, El profeta desarmado, pág. 282.

[31] Cahiers du bolchevisme, pág. 2127.

[32] Ibidem, págs. 2270-2274.

[33] Citado por Iaroslavski, Histoire du P. C. de l’U.R.S.S., pági­na 452.

[34] Corr. Int . nº 143, 29 de diciembre de 1926, pág. 1867.

[35] Citado por laroslavski, op. cit., pág. 452.

[36] Novosty Jisny, 19 de octubre de 1926, citado por Kárnenev, Corr. int. n.o 11, 24 de enero de 1927, pág. 156.

[37] Texto incluido en Fourth International, col. 2, nº 8, pági­nas 251-252.

[38] Trotsky, Stalin, págs. 522-523.

[39] Harold R. Isaacs. The tragedy of the chinese revolution.Pág. 86

[40] Bujarin, Problémes de la révolutión chinoise, págs. 50-51.

[41] Isaacs, op. cit., pág. 85

[42] Ibidem.

[43] Ibídem, pág. 119

[44] Ibídem, pág. 112.

[45] Ibídem, pág. 136.

[46] Por supuesto, la presencia de Martínov en el seno del comité de redacción de Internacional Comunista constituyó durante todo este perio­do un caballo de batalla para la oposición. Resulta interesante apuntar que la admisión de Martínov en el partido bolchevique había sido pro­puesta por el propio Stalin al XIII Congreso, calificándole entonces como "uno de los más honestos y eficientes militantes mencheviques". Poste­riormente, Martínov cometió el error de votar a favor de una resolución de la oposición durante uno de los debates en tomo al nuevo curso. En la XIII Conferencia, Stalin, se abalanza literalmente sobre este hecho: "Los Martínov forman parte de la oposición. Tomad nota de ello. ¿Es acaso producto del azar que aquellos que expresan corrientes de opinión no proletarias voten a favor de la oposición? No, ello no es una mera coincidencia". Martínov, desde entonces, volvió a la disciplina más estricta y sólo la oposición pudo, en lo sucesivo, echarle en cara su pasado, acusándole de "representar una corriente no-proletaria". A los ojos de la dirección se había convertido en un "verdadero bolchevique" ¿Se trataba de una casualidad? Ciertamente no. Manuilsky dará buena prueba de ello a la VII Asamblea plenaria del ejecutivo (Corr. Int. nº 11-1927), al volar en auxilio del checo Smeral, contra el que Trotsky acaba de arre­meter violentamente por haber tomado aquél postura contra la oposi­ción,, recordándole su pasado chovinista y sus numerosos compromisos con la burguesía: desde que es comunista, dice Trotsky "Smeral, como buen soldado disciplinado que mantiene sus manos a la altura de la costura de los pantalones, ha aplicado todas las decisiones de su partido y de la Komintern". Los ex-mencheviques o antiguos oposicionistas, en seme­jante situación, no tenían más opción que adoptar una disciplina ciega si no querían ser atacados o ver su pasado sacado a colación como un peligroso reproche (N. del e.)

[47] Ibidem, pág. 162.

[48] Bujarin, Problemes, pág. 57.

[49] Citado por Isaacs, op. cit., pág. 185.

[50] Bujarin, Problémes, nº 57

[51] Archivos, citado por Deutscher, El profeta desarmado, pági­na 310 y sigs.

[52] Citado por Isaacs, op. cit., págs. 241-258.

[53] Serge, Memoires, págs. 212-123

[54] Ibídem, pág. 214.

[55] Archivos, citado por Deutscher, El profeta desarmado, pági­nas 314-315.

[56] Ibídem, pág. 317.

[57] Documentos incluidos en Corr. Int. nº 84, 13 de agosto de 1927.

[58] Archivos, citado por Deutscher, op. cit., pág. 353.

[59] Corr. Int . nº 85, 18 de agosto de 1927, págs. 1166-1167.

[60] Citado por Yaroslavsky, op. cit., pág. 457.

[61] Corr. Int. nº 85, pág. 1169.

[62] Archivos, citado porDaniels, Conscience, pág. 312

[63] Citado por Kritchevski, Corr. Int. nº 27, 21 de diciembre de 1927, pág. 1949.

[64] Informe incluido en Corr. Int. nº 114, 12 de noviembre 1927, pág. 1642.

[65] Declaración de la oposición incluida en New International, 4 de octubre de 1927, pág. 124.

[66] Corr. Int . nº 101, 5 de octubre de 1927, pág. 1425.

[67] Serge, Mémoires, pág. 214.

[68] Pravda, 2 de noviembre de 1927, citado por Sorlin, op. cit., pág. 212.

[69] Trotsky, Ma Vie. t. III, pág. 273.

[70] Citado por Yaroslavsky, op. cit., págs. 474-475.

[71] Citado por Serge, Métnoires, pág. 220.

[72] Citado por Daniels, Conscience, pág. 315.

[73] Serge, Mémoires, pág. 226.

[74] Discurso pronunciado ante la conferencia de Leningrado, Corr. Int. nº 120, 3 de diciembre de 1927, pág. 1758.

[75] Corr. Int. nº 120, pág. 1754.

[76] Citado por Daniels, Conscience, págs. 318-319,

[77] Corr.Int. nº 128, 1927, pág. 1965.

[78] Corr, Int, nº 3, 11 de enero de 1928, pág, 54.

[79] Histoire du P. C. (b) de l’U.R.S.S., (ed. 1949), pág. 321.

[80] Citado por Deutscher, Profeta desarmado, pág. 357,

[81] Corr. Int . nº 3, 11 de enero de 1928, pág. 53.

[82] Ibídem.

[83] Citado por Serge, Mémoíres, pág. 216.

[84] Trotsky, Stalin, pág. 523.