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Aufstand 1953: cuando los obreros de Berlín desafiaron a la burocracia

Matthias Flammenman

Ilustración: @flaviagregorutti

Aufstand 1953: cuando los obreros de Berlín desafiaron a la burocracia

Matthias Flammenman

Ideas de Izquierda

En el año 1953, en un Berlín divido en zonas controladas por la URSS y por las potencias imperialistas, los obreros del Este berlinés dieron la noticia de tapa al levantarse contra la dirección autodenominada socialista de Alemania Oriental, un proceso que se llamó Aufstand (levantamiento).

El contexto internacional donde se daba el Aufstand de Berlín, estaba signado por el resultado general de la inmediata pos guerra: por un lado, el ascenso de EE. UU como potencia capitalista hegemónica a nivel mundial, y por el otro la URSS bajo el comando de Stalin conseguía un renovado (y hasta el momento prácticamente inédito) prestigio mundial por haber derrotado a los nazis en su territorio.

Los acuerdos de Yalta y Potsdam, se concretaban a escala mundial, dividiéndose a las zonas de influencia. Stalin, por su parte, se comprometía ante las potencias imperialistas, a desviar cualquier proceso revolucionario que se diera en el bloque capitalista y consecuentemente disolvía la Internacional Comunista.

En la esfera del bloque de los estados obreros burocráticos, los países donde el Ejército Rojo había avanzado durante la Segunda Guerra Mundial, las burguesías eran expropiadas y el control económico/político de esas regiones quedaba al mando de Moscú.

En el caso de Alemania, que después de derrotado Hitler se divide en dos.
Una parte occidental capitalista (conocido como régimen de Bohn) y otra oriental bajo el control del Partido Socialista Unificado aliado de la Unión Soviética, sin embargo, al ser la última frontera con el mundo capitalista (y ante la presión permanente de EE.UU que quería relegar a la URSS del territorio europeo), la burocracia estalinista se verá obligada (a su pesar) a llevar adelante el programa “socialista” de nacionalizaciones y expropiaciones, aumentado el férreo control de la planificación económica y sobrecargando a los trabajadores orientales con metas stajanovistas brutales, ya que –al no contar con la excepcional ayuda del Plan Marshall como el resto de la Europa capitalista– debía refundar toda la industria para igualarla con su par del Oeste.

Aunque dentro del territorio se avanzó con la planificación (burocrática) económica, la nacionalización de los medios de producción y la colectivización de la tierra, esto respondía más bien a las necesidades del estalinismo, ya que no permitir el desarrollo de una burguesía (que además en Alemania se había volcado completamente a los nazis) era una cuestión vital para la protección de su zona de influencia.

Además, estos avances históricos contradictoriamente se hacían de la mano de la burocracia soviética, lo que evitaba desplegar todo el potencial revolucionario. Estos cambios operados a partir del veloz proceso de industrialización, se tradujeron en que los territorios orientales, vieran el crecimiento de ramas económicas nuevas y dinámicas.

Por ejemplo, ahora emergían plantas industriales de lignito [1] y centrales eléctricas a la vez que por primera vez se estructuraba toda una zona portuaria y comenzaba un establecimiento de zonas comerciales.

Este proceso, llevó a un cambio en la morfología de la clase obrera oriental. A la vista, salta que el número de trabajadores en esta zona comienza a decuplicarse: mientras que en la agricultura decenas de miles de familias accedían a la tierra (luego de la expropiación de toda la tierra de manos de los terratenientes alemanes), otros tantos cientos de miles comenzaban su traslado a los nuevos núcleos urbanos a especializarse y buscar empleo en las fábricas.

Alemania oriental se industrializaba a pasos agigantados, pero como consecuencia de los métodos burocráticos importados (casi calcados) de la URSS que evitaban desplegar todo el potencial revolucionario y creador de la clase obrera, nunca pudo superar en productividad al resto de las potencias europeas (y a la propia Alemania Occidental), que habían accedido a los créditos del Plan Marshall.

La nueva clase obrera

A la par del crecimiento numérico del proletariado en la R.D.A, había cambios en la superestructura política no solo de Alemania Oriental, sino en todo el bloque estalinista.

Primero, creemos necesario resaltar que la centralización económica impactó en el territorio oriental. Las nuevas jurisdicciones que organizaban la producción, a su vez, también centralizaron a la clase obrera alrededor de los nuevos núcleos productivos. Mientras que antes los trabajadores se encontraban dispersos y diseminados, ahora se concentraban en los nuevos nudos urbanos.

Esto favoreció la rápida organización en nuevos sindicatos y federaciones. Aunque éstas estuvieran bajo el férreo control del SED, lo que no se podía evitar (por lo menos no a priori) era que los obreros se congregaran tan estrechamente a la unidad de producción: los nuevos barrios y la vida social se organizaban alrededor de las fábricas y centrales.

Ante la inexistencia de una burguesía y como consecuencia de la nacionalización de la industria, los trabajadores tenían más peso dentro de las empresas, lo que sirvió de base para que durante la rebelión antiburocrática pudieran recuperar los cuerpos de delegados por fábrica, que habían surgido en 1948 [2], pero la burocracia del SED había disuelto.

En la base del movimiento, lo que se expresaba era un odio hacia la burocracia que ahogaba la democracia en todos los ámbitos de la vida a través de uno de los regímenes policíacos más brutales del bloque oriental.

A esto se le sumó la expoliación de recursos por parte de la camarilla estalinista de Moscú, para sostener la economía de la URSS, que dentro los países de su zona de influencia se traducía –además– en cuotas que exigían aumento de productividad. Este esfuerzo, recayó sobre los obreros que veían caer sus salarios a la vez que les pedían producir más.

Límites y alcances del levantamiento

En mayo de 1953, a dos meses de la muerte de Stalin y en los albores de la era Khrushchev, en la R.D.A se empezaba a dar forma a una salida para el atraso productivo. A mediados de aquel mes, el comité central del SED, decide implementar una serie de medidas, entre las que se encontraba impuestos más altos, subida general de precios y la estipulación de cambios en el trabajo, donde se establecía un incremento del 10% de la producción en los establecimientos. Si no se concretaba este incremento, los trabajadores deberían aceptar una reducción de salarios.

El 28 de mayo el Consejo de ministros aprueba las nuevas medidas, que debían entrar en vigencia el 30 de junio.

Esta información comenzó a circular rápidamente entre los trabajadores de Berlín. Entre los primeros que surgió el malestar, fueron los obreros de la construcción que, en las jornadas previas al levantamiento general, ya venían protagonizando huelgas sectoriales.

El 15 de junio, los trabajadores de la obra en construcción de Stalinallee, comienzan un cese de tareas y movilización. A media mañana los trabajadores de la construcción del hospital de Friedrichshain se les suman en el paro, pero no se movilizan.

Mientras procede la jornada, más trabajadores de la construcción se suman, y ya es un hecho la huelga general de la rama. La principal reivindicación es que se retire el estándar de trabajo, que afectaba sus salarios. Los representantes del sindicato pretenden llevarle a Otto Grotewohl la resolución con sus reivindicaciones por la noche.

La mañana del 16 de junio de 1953, amanece con un Berlín sin sol y una suave llovizna y nubarrones oscuros en el cielo lejano. Una analogía perfecta ya que las calles se encuentran calmas, incluso bajo los sitios en construcción todavía no hay movimiento. La calma antes de la tormenta.

En el comienzo de la jornada, los funcionarios dan su veredicto, probablemente sin saber lo que ocurriría: los estándares de producción, no se iban a retirar. 10.30 de la mañana, 700 trabajadores se movilizan, llevando pancartas contra la rebaja salarial.

La movilización, aunque no es masiva, irrumpe en el centro de Berlín, a medida que más trabajadores se sumaban a la manifestación. Los funcionarios, presumiblemente sorprendidos no reaccionan, esperando las órdenes de Moscú. “No hagan nada”, dice la camarilla estalinista.

En la media noche berlinesa, el movimiento que se gestaba comprende que necesita amplificar su voz. Desde ese entonces, entre los sindicatos, los barrios populares, las universidades se corre la voz que llamaba a la huelga general para el 17 de junio. Pero para ese entonces, las consignas ya no se limitaban a las puramente económicas. Ahora se exigía la reunificación de Alemania, la dimisión del gobierno y elecciones libres y secretas.

Según se relata en la reconstrucción de los hechos de la revista de economía y política alemana Bundeszentrale für politische Bildung (Agencia Federal Para la Educación Cívica):

El movimiento huelguístico se extiende a innumerables empresas. Además de las obras de construcción, también participan grandes empresas, empresas artesanales y empresas minoristas. Las columnas de manifestantes están en camino desde todos los distritos en dirección a Stalinallee hasta el punto de encuentro acordado (Bundeszentrale für politische Bildung: 17 de junio de 1953. 17 de mayo de 2013).

Aunque en las distintas fuentes los números varían entre 500.000 y un millón de personas movilizadas, lo cierto es que el movimiento es de masas, y el sentimiento es compartido. Las consignas puramente económicas se funden con las democráticas, lo que hace el reclamo sea tomado también por sectores medios de la sociedad, aunque sean los trabajadores los que dirigen todo el proceso. A su vez, más temprano que tarde, también se habían sumado los trabajadores no solo del este de Berlín, sino de toda el área [3].

Para el 17 de junio a la tarde era evidente que no solo por la masividad del movimiento, sino por las consignas, ya no se trataba de un simple descontento. Se estaba ante un verdadero levantamiento. Las masas en las calles dejaban claro que no querían simples reformas, querían echar a la burocracia del gobierno.

Otro dato para nada menor fue que, si bien el epicentro fueron las áreas industriales de la RDA, “se produjeron huelgas y manifestaciones en alrededor de 700 ciudades y comunidades” [4], dando cuenta de un fenómeno de extensión de toda Alemania.

La casta burocrática de funcionarios del SED, habían perdido tiempo valioso por su propia impericia y por la dependencia con la URSS. Para cuando la clase obrera oriental había paralizado los principales centros industriales, el transporte y las comunicaciones, ya no había lugar para negociar. El único camino posible, según ellos (y sobre todo según Moscú), era la represión.

Como para entonces la Volskpolizei [5] ya estaba totalmente superada, el SED tuvo que llamar a la colaboración activa de la URSS, que para la tarde del 17 de junio movilizó sus tanques (Revista Cuarta Internacional, El levantamiento en Berlín Oriental Volumen 14, N° 3, mayo-junio de 1953) [6] y comenzó una persecución dejando cientos de heridos y decenas de muertos [7].

La respuesta de Moscú fue directamente proporcional al nivel del levantamiento. No solo por su número, sino por la radicalidad que había adoptado.

Estaba claro que el miedo se apoderó de la camarilla gobernante y reaccionó no solo con las armas, sino políticamente. Los métodos utilizados, era calcados del arsenal de las calumnias comunes a los estalinistas: acusar que era un movimiento de “provocadores” pro capitalistas, agitadores profesionales que querían destruir a la R.D.A. Pero la masividad del levantamiento desmentía categóricamente estas acusaciones que, por otra parte, caían en saco roto.

Del lado occidental, aunque se apoyó formalmente al movimiento, por ejemplo, utilizando al RIAS (Rundfunk im amerikanischen Sektor [8]) para difundir algunas consignas, poco se hizo para un apoyo efectivo de los oficiales capitalistas: en el contexto mundial de la guerra fría, el bando occidental tampoco quería un conflicto abierto con la URSS.

Desde la República Federal Alemana (y toda la prensa occidental) casi desde el comienzo del levantamiento se lo quiso mostrar como una manifestación no solo contra la ocupación de la URSS (lo cual era cierto), sino contra el socialismo en general, por la libertad de empresa y el libre mercado y una república democrática liberal.

Pero la realidad tampoco se acomodaba a esta visión. Todo el proceso dejaba en claro la fuerte impronta proletaria: primero porque eran los trabajadores los que dirigían el conflicto y eran los que habían organizado el movimiento desde los lugares de trabajo; segundo, porque los métodos pertenecían al acervo clásico de la clase obrera: la huelga general, el cese de actividades, la organización en comités de reclamos en las fábricas y la movilización.

Aunque desde ya el movimiento había atraído a la clase media urbana, la centralidad obrera era indiscutible.

Pero mucho más importante, era que el levantamiento –y esto quedaba claro en las consignas que lo sintetizaban–, no cuestionaban la propiedad estatizada, la nacionalización de las industrias y los campos, ni se apuntaba contra la planificación económica. Es decir, que de ninguna manera el movimiento estaba en contra de las medidas socialistas que se habían tomado, por lo que el planteo que hicieron las potencias capitalistas sobre que el levantamiento fue “contra el comunismo” no se sustenta.

Un hecho en particular, que trae a colación George Clark en la revista Cuarta Internacional que rebate esta idea, es el diálogo entre el ministro de minas Selbmann y los trabajadores de la construcción en huelga de Stalinalle. Según la revista, se dio el siguiente intercambio:

-Selbmann: yo voté en contra del incremente (de las cuotas de trabajo NDR), esto todavía no se ha introducido en mi departamento (…) voy a insistir en que el gobierno revoque inmediatamente las medidas. Ahora volvamos tranquilos a trabajar, confíen en mí.

-Trabajadores: ya no confiamos en ustedes. Necesitamos garantías

-Selbmann: pero yo mismo he sido en un trabajador por un largo tiempo

-trabajadores: lo has olvidado. Ya no sos nuestro camarada

-Selbmann: ¡cómo olvidarlo! Un trabajador comunista por tantos años

-Trabajadores: Nosotros somos los comunistas, no vos (Revista Cuarta Internacional, Vol. 14, N°2, mayo-junio 1953 [9]).

Para continuar con su análisis, Clark en la misma revista citada, continúa con los hechos en una demostración en el estadio Walter Ulbricht, donde miles de trabajadores metalúrgicos aprobaron la medida de un gobierno “metalúrgico” y donde se llamó a una huelga general en ambos lados de Berlín, pero sin nombrar ni dar apoyo al régimen occidental (Revista Cuarta Internacional, Vol. 14, N°2, mayo-junio 1953).

Aunque desde algunos análisis internacionales de la prensa occidental, como remarcamos antes, se quiso mostrar un levantamiento anti socialista, los elementos que tomaban para sustentar su hipótesis no terminan de ser completamente concretos. Se le daba demasiada importancia a la quema de banderas rojas y al alzamiento de la bandera negra, amarilla y dorada, se hacía foco en los disturbios y en la destrucción de edificios públicos.

Como relata Clark, todo esto ocurrió, pero de ninguna manera fue la impronta general del movimiento, más bien fueron incidentes y hechos aislados. Él no niega que hayan existido provocadores fascistas y/o pro-capitalista, pero afirma categóricamente que no existió ninguna evidencia de un sentimiento general en ese sentido. El prácticamente nulo apoyo del régimen occidental de Bonn, a diferencia de lo que planteaba Moscú y el mismo SED, evidenciaba que los capitalistas de la República Federal Alemana no dirigían el proceso, e incluso –muy posiblemente– le temía.

De hecho, dice Clark, en las radios de occidente, no se promocionó la consigna de huelga general. Esto podría indicar el miedo que también se colaba en occidente de que el movimiento de los obreros de Berlín Oriental influyera sobre los trabajadores en su bloque, pero no en sentido de unión capitalista, sino en sentido revolucionario.

Estaba inscripto en la dinámica general del proceso la posibilidad de que se desarrollara la situación para alcanzar una revolución política.

Pero la burocracia soviética, mostrando su peor rostro de casta conservadora y ya alejada de cualquier bandera socialista, destruyó la resistencia obrera de Berlín, como más tarde lo hiciera en Hungría, Praga y Polonia. Aunque finalmente los obreros consiguieron algunas de sus demandas económicas, como evitar la reducción de salarios y sacar los estándares de producción, esto se logró a costa de mantenerse bajo la órbita de la burocracia del SED, subsidiaria de la burocracia de la URSS.

¿La restauración era la única alternativa?

Más de tres décadas después, un 9 de noviembre de 1989 el Muro de Berlín caía. Si bien en un comienzo comenzó con elementos más de izquierda, más adelante la iglesia luterana, los partidos pro-capitalistas como la Unión Democrática Cristiana, se afianzaron en la conducción en lo que constituyó el primer episodio de la restauración capitalista en todos los estados burocratizados.

Los sectores pro-capitalistas de la propia burocracia, con otros actores como los antes mencionados junto a grupos de pequeños empresarios y agricultores, alimentaron la idea de que, con la restauración capitalista, el nivel de vida las masas aumentaría, podrían decidir sobre sus destinos y el progreso sería inevitable.

Así, se consumaba la reunificación del país, pero de la mano del capitalismo. A diferencia de lo que los ideólogos de la burguesía mundial habían prometido, lo que siguió no fue el progreso, fue la total humillación de los trabajadores del este. No hubo una “reunificación”, sino una total anexión de Alemania occidental, sobre los territorios del este.

Ahora eran contratados como mano de obra barata en las empresas del oeste. Los obreros altamente calificados de la ex R.D.A pasaban a ser empleados de segunda, con salarios que llegaban a ser hasta la mitad menos de lo que eran.

Las privatizaciones de las empresas estatales llevaron por primera vez en décadas al desempleo y el desmantelamiento de la planificación llevó a la caída de todos los niveles económicos. La catástrofe social, fue total. Aún hoy en día, se siguen sufriendo las consecuencias.

Pero ¿era éste el único final posible? ¿La restauración capitalista era la única opción viable? Mirar hoy a los acontecimientos del Aufstand berlinés, nos permite ver que los procesos históricos, no es una flecha que se mueve inexorablemente en una sola dirección.

Los resultados ulteriores de la restauración capitalista en Alemania, no pueden separarse –aunque no haya sido la principal causa– del resultado del Aufstand. En los treinta años que siguieron desde aquel junio de 1953, hubo muchos procesos que fueron configurando el resultado final.

Pero el aplastamiento a manos de la brutal burocracia fue solo el primer capítulo de toda una serie de derrotas que sufrió la clase obrera en Europa Oriental. Luego de Berlín, vino Hungría en 1956, luego Praga en 1968 y finalmente Polonia en 1982. Todos levantamientos de las masas contra el régimen burocrático.

Cada una de estas derrotas, fue llevando a que durante la crisis a mediados de los ’80 finalmente la flecha fuera en el sentido de la restauración capitalista. Berlín, en este proceso tiene un lugar muy especial y por eso dio nacimiento a esta nota.

Pero el oficio marxista no es sólo analizar la historia tal cual pasó, sino mirar y analizar todo el desarrollo, toda la riqueza del proceso histórico con sus contradicciones, sus avances y sus retrocesos, su dinámica cambiante y todos los elementos que en ella se encierran potencialmente.

No, el resultado no era la restauración capitalista inevitablemente, todo lo que sucedió antes lo fue preconfigurando, para llegar a ser, lo que finalmente fue. Haciendo nuestras las palabras de León Trotsky, la victoria era posible.


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NOTAS AL PIE

[1El lignito es un carbón mineral, rico en la zona oriental de Alemania. Dado que las principales zonas de minerales para la fabricación de metales de mejor calidad habían quedado del lado occidental, la R.D.A tuvo que valerse de este mineral para su metalurgia, aunque fuera de menor calidad.

[3Recordamos que todavía en 1953 no existía tal como lo conocimos el Muro de Berlín y era muy común que los trabajadores fueran empleados en una y otra zona de Berlín.

[5“Policía popular”. Era la fuerza regular de control diario en la R.D.A.

[6Tomado de la versión francesa, chequeado en la versión en inglés de https://www.marxists.org/history/etol/newspape/fi/vol14/no03/editors.htm.

[7Al día de hoy se siguen discutiendo sobre el saldo que dejó la represión en Berlín.

[8Radio en el sector americano.
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