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Boletín Nº 11 (Febrero 2009)

Acerca de las alianzas obreras

Acerca de las alianzas obreras

Comunismo Nº 32, febrero de 1934. Redacción revista Comunismo

 

La constitución de la “Alianza Obrera” en Cataluña, con la repercusión que ha tenido en todo el país, no podía por menos de despertar en la burguesía el temor de que el frente obrero se organice en la escala nacional. La experiencia de Cataluña ha demostrado que el frente único no es un mito, sino algo perfectamente posible, aunque suponga sus dificultades el organizarlo.

Dispuestos a imitar el ejemplo de los camaradas catalanes surgen en todas partes proposiciones de frente único que, aunque lentamente, se van plasmando en realidad. Esta lentitud procede, ante todo, de la posición que adopten ante el problema las dos fuerzas obreras más importantes: la CNT y el partido socialista. La dirección anarquista lo rechaza de plano, pero no puede evitar que se forme en sus propias filas una corriente cada día más poderosa en favor del frente único, no sólo entre las organizaciones excluidas o alejadas de la CNT a consecuencia de la enorme crisis que atraviesa, sino también entre las fuerzas que siguen bajo la dirección oficial. El divorcio es cada vez mayor entre la gran masa confederal y la posición de los organismos superiores. El partido socialista no rechaza el frente único. Por el contrario, dice que “lo ve con simpatía” y da facilidades para su formación en la escala local y regional. Pero de la “simpatía” a tomar sobre sí la campaña en favor del frente único, de manera enérgica y clara, hay todavía una gran distancia. De las dos organizaciones más influyentes en nuestro movimiento obrero, una es decididamente hostil al frente único y la otra adopta una posición sinuosa de darse y no darse, que deja de todos modos el peso de la labor sobre las organizaciones menores. He aquí la causa de que no haya progresado más la organización del frente único.

Nosotros (para quienes el frente único jamás ha sido un mito) no hemos ignorado ni un solo instante las dificultades que ahora surgen. Tal vez las hayamos imaginado mayores. Sabíamos perfectamente que la campaña en favor del frente único no había de surgir de ninguna de las dos grandes organizaciones mencionadas, sino que éstas podrían acabar incorporándose de mejor o peor gana, a medida que las minorías obreras fueran entendiéndose entre sí y ganando a su influencia círculos más y más amplios del proletariado.

Siempre hemos creído que el frente único era ante todo labor de las minorías. La “Alianza Obrera” de Cataluña no ha sido más que eso. Falta en ella, como fuerza importante, la representación oficial de la CNT (falta también el partido comunista, cuya presencia hubiera sido deseable, aunque, naturalmente, más deseable es la de la CNT). Pero, de todos modos, la ausencia de la CNT no es tan grave como se pudiera imaginar a simple vista, y de persistir en su actitud lo será cada vez menos. La “Alianza Obrera” de Cataluña puede llegar a pesar en el movimiento obrero catalán mucho más: a tener más autoridad sobre el proletariado que la dirección oficial de la CNT. Su influencia no debe medirse sólo por los efectivos sindicales que engloba, que son muy considerables, sino que hay que contar también la fuerza obrera, organizada o sin organizar, que puede en un momento dado obedecer mejor una orden de la “Alianza” que de la CNT. La representación oficial de la CNT tendrá que acabar incorporándose (las puertas de la “Alianza” suponemos que estarán abiertas tanto para la confederación como para cualquier otra fuerza que se mantenga alejada voluntariamente) o pagará las consecuencias de su sectarismo, perdiendo influencia entre la clase trabajadora. Por grande que sea la resistencia que oponga a confederación, el hecho de presentarse unidas las demás organizaciones con posiciones claras, constituye de por sí una conquista enorme.

Pero la influencia de la “Alianza Obrera” no puede terminar en Cataluña, sino que debe ser la vanguardia del frente único en la escala nacional, aunque las dificultades a vencer en radio tan amplio sean, naturalmente, mayores. La noticia de haberse constituido la “Alianza” ha levantado de pronto la moral política del proletariado, y así, por el canal de las minorías, se va introduciendo el frente único.

Tanto la hostilidad de la CNT al frente único como la ambigüedad del partido socialista, no nos han sorprendido. Las teníamos previstas. Pero es necesario que el proletariado conozca las causas que determinan la actitud de cada uno, para saber a qué atenerse. Dejemos a un lado la confederación. ¿Por qué adopta el partido socialista esta posición ambigua en la cuestión del frente único? La formación del frente único en la escala nacional no puede tener más que una consecuencia: obligar al proletariadoa una actuación coherente. Únicamente por este motivo (el temor a la actuación) soslayan los socialistas la formación del frente único nacional. No puede existir otra causa. Una cosa sería que el frente único no se hubiera llegado a realizar, porque no existiese acuerdo entre las diversas tendencias sobre el programa común. Pero ése no es el caso, sino que los socialistas lo rechazan (“por el momento”, según dicen) antes de toda discusión. Limitarse en una situación tan apremiante a tener “simpatía” por el frente único, sin aceptarlo plenamente, es jugar con el proletariado y con la idea del frente único; es resistirse a que la clase obrera pueda iniciar su defensa.

En cuanto el frente único no se organice nacionalmente, no es posible oponer una resistencia eficaz a la burguesía, porque no hay una disciplina de conjunto ni unos objetivos comunes. La ofensiva burguesa no está realizándose en la “escala regional”, sino que alcanza a todo el país.
Rechazar el frente único en la escala nacional es, lisa y llanamente, rechazar el frente único.
La burguesía, que viene siguiendo con natural inquietud la campaña en favor del frente único, comprende mucho mejor la posición de los socialistas que la gran masa obrera. Es triste reconocerlo, pero es verdad que los socialistas, al recurrir a la fraseología revolucionaria con el doble fin de engañar a las masas y de intimidar a la burguesía, obtienen mayores éxitos en lo primero que en lo segundo. Las reiteradas amenazas de los socialistas, sin haber llevado ninguna a vías de hecho, causan cada día menos efecto en los medios burgueses. Oyen las amenazas de los socialistas, siempre condicionadas (“si se nos cierra el paso, desencadenaremos la revolución”), con la incredulidad a que les autoriza la experiencia. Aun elevando los tonos hasta el punto que los ha elevado Largo Caballero (que no es posible elevarlos más), hay que reconocer que el efecto de la propaganda ha sido mucho mayor en las filas obreras que en el campo burgués. La mayor parte de los políticos republicanos, recientes aliados de los socialistas, se limitaron a hacer a las amenazas ligerísimos comentarios, para satisfacer la curiosidad pública. El que se haya llegado a la formación del frente único en Cataluña, con el entusiasmo que ha despertado en los trabajadores de todo el país, causó a la burguesía cierta impresión, pero sin engañarse respecto al papel que juegan los socialistas, sino por temor a las consecuencias que el frente único pudiera tener a pesar de ellos.

Toda la prensa burguesa que se ha ocupado de la cuestión del frente único ha coincidido en que éste puede ser un juego peligroso para el socialismo, por sus consecuencias políticas. Es decir, que ponen en guardia a los socialistas contra las consecuencias que el proletariado desea que tenga el frente único: consecuencias políticas. Para eso buscan las masas obreras la unión. Si la burguesía hace esta advertencia es, precisamente, porque sabe que los socialistas juegan con la idea del frente único con intenciones completamente distintas de las que están en el ánimo de la clase trabajadora. Por otra parte, la prensa burguesa, a la vez que previene a los socialistas contra el peligro revolucionario (en lo cual refleja los temores que les son comunes), les da a los socialistas consejos que no pueden ser más humillantes para un partido que se dice revolucionario. Si el objeto del frente único (explica) es conjurar el peligro fascista, lo mejor que pueden hacer los socialistas es abandonar este camino, pues el fascismo surge, justamente, como represalia contra las veleidades revolucionarias de los partidos obreros. De ser pacíficos y mansos, tal vez la burguesía los tolere. Pero que si se insolentan es seguro que sus organizaciones serán destruidas. No se puede hacer burla mayor, ni más justa, de la fraseología revolucionaria. Es falso, desde luego, que el fascismo surja por las causas que señala la prensa burguesa. Lo que pasa es que el fascismo triunfa cuando el proletariado no sabe llegar a las últimas consecuencias, cuando los partidos obreros juegan a la revolución en lugar de afrontar con decisión la lucha. El proletariado ha recibido en Italia el castigo inevitable de haber luchado a medias. En Alemania ha recibido igual castigo por no haber luchado. Los partidos socialistas podrán igualar en mansedumbre a la socialdemocracia alemana, pero no podrán superarla.

A los consejos que la prensa burguesa, medio en broma medio en veras, dirige a los socialistas, nosotros hemos de replicar que igualmente inútil es, cuando el caso llega, plegarse mansamente para evitar el fascismo, como pretender espantarlo frunciendo las cejas. Sólo la lucha organizada del proletariado podrá cortarle el avance y hacerlo desaparecer como peligro social. Los pasos dados por el camino del frente único, de nada servirán si no culminan en un frente único nacional, que cada obrero debe reclamar en su propia organización.

Redacción de la revista Comunismo